De Regreso A Casa
6 de agosto de 2025, 16:17
19 septiembre 1997
El lago, ahora calmándose, dejó escapar sus últimas ondas en la superficie, como susurros de un eco lejano. La bruma, pesada y fría, comenzó a disiparse lentamente, deslizándose entre los árboles como fantasmas que se rehusaban a desaparecer. Sin embargo, el aire seguía impregnado de humedad y un frío punzante que se adhería a la piel.
Harry parpadeó varias veces, tratando de despejar la neblina de su propia mente. Sus músculos estaban tensos, el agotamiento pesando sobre él como una capa invisible. Sus pies mojados y descalzos hundían levemente la hierba fangosa bajo ellos.
Entonces, un grito desgarró el silencio.
—¡TE MATO, POTTER!
La voz cargada de rabia y desesperación hizo eco sobre el lago.
Harry giró la cabeza bruscamente, su corazón tamborileando en su pecho. Su visión borrosa se enfocó en Dean, quien corría hacia él con el rostro desencajado, los ojos brillando con una furia indomable. Sus puños estaban cerrados, los músculos de sus brazos tensos, cada paso suyo retumbando como una amenaza inminente.
El instinto de supervivencia se impuso antes de que Harry pudiera pensar. Con un movimiento desesperado, lanzó lo único que tenía en la mano.
El pañal.
El tiempo pareció ralentizarse cuando el proyectil surcó el aire. Giró en su trayecto, la luz de la luna iluminando su forma... y luego impactó de lleno en la cara de Dean.
Como si el destino tuviera un sentido del humor particularmente cruel, el pañal se abrió.
Hubo un instante de silencio absoluto. Luego, un sonido húmedo.
Seamus, que hasta el momento había estado paralizado, soltó un sonido entre un gemido de asco y una carcajada nerviosa. La sustancia marrón se esparció sobre el rostro de Dean en una imagen que parecía sacada de una pesadilla absurda.
Dean se tambaleó, su expresión de furia convertida en puro horror, sus manos temblorosas levantándose en un reflejo instintivo de querer limpiar su cara... pero apenas rozó su piel, el asco lo hizo tropezar y caer de espaldas con un grito ahogado.
Harry no esperó a ver qué pasaba después.
Con el corazón latiéndole en la garganta, salió corriendo, resbalando ligeramente en el barro, sus pies mojados apenas encontrando agarre en la hierba empapada. No miró atrás. No tenía tiempo para eso.
Seamus sintió un retortijón de risa atorado en la garganta, una batalla entre la compasión y la burla desarrollándose dentro de él. Pero el espectáculo frente a sus ojos era demasiado: Dean pataleaba frenéticamente en el suelo, agitando los brazos como un hombre poseído mientras intentaba arrancarse los restos del pañal pegados a su cara.
—¡QUÍTAME ESTO!— rugió Dean, su voz temblando de asco y furia.
Se revolvía como un animal atrapado, sacudiendo la cabeza con desesperación, pero la sustancia pegajosa se aferraba a su piel como si tuviera voluntad propia.
Seamus, haciendo un esfuerzo monumental por no estallar en carcajadas, se apresuró a ayudarlo a incorporarse.
—Vamos, tenemos que limpiarte— dijo, tratando de sonar serio mientras lo sujetaba por el brazo y lo arrastraba hacia el castillo.
Cada paso de Dean era una marcha de indignación absoluta, y Seamus tuvo que morderse el interior de la mejilla para no soltar una carcajada cuando pasó junto a varios estudiantes que se detuvieron a mirarlos con expresiones de horror y repulsión.
Sin perder más tiempo, Seamus lo llevó directo al baño más cercano en los pasillos del castillo. Dean prácticamente se lanzó dentro, arrancándose con violencia los restos de tela adheridos a su cara y arrojándolos con asco al otro extremo del baño.
El pañal cayó contra el suelo de piedra con un sonido húmedo y repugnante, tan asqueroso como Seamus temía.
Dean no perdió un segundo. Se inclinó sobre el lavabo, abriendo el grifo con un manotazo tan fuerte que el agua salió disparada con presión. Sin importarle nada más, metió la cabeza bajo el chorro, frotándose la cara con un frenesí casi desesperado, como si intentara borrar de su memoria el asalto inesperado de aquel proyectil infernal.
Seamus, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, lo observó con una mezcla de lástima y diversión.
—Bueno... al menos ahora puedes decir que Harry te cagó la cara, literalmente.
Dean le lanzó a Seamus una mirada de pura furia, con los labios apretados en una línea temblorosa de indignación. Pero no dijo nada. No podía.
Estaba demasiado ocupado restregándose la piel con desesperación, sus manos frotando con tanta fuerza que parecía querer arrancarse la cara. El agua caía en torrentes sobre el lavabo, mezclándose con la espuma del jabón mientras él se tallaba una y otra vez, como si cada gota pudiera borrar la humillación pegada a su piel.
Seamus, sabiamente, optó por guardar silencio. Bueno, más o menos.
—Te lo tomas muy a pecho, amigo. Podría haber sido peor.
Dean detuvo sus manos por un instante y le dedicó una mirada tan letal que cualquier otro se habría encogido de miedo.
Seamus, sin embargo, solo alzó las manos en un gesto de rendición y dio un paso atrás.
Cuando finalmente Dean terminó su tortuoso proceso de limpieza, salió del baño con el cabello aún chorreando, la túnica pegada a su cuerpo húmedo y el orgullo reducido a cenizas. Cada paso que daba resonaba en el pasillo desierto, y la frialdad de la piedra bajo sus zapatos mojados solo hacía que su humor empeorara.
Pero nada de eso importaba. Solo tenía un pensamiento ardiendo en su mente, tan intenso como su vergüenza.
Encontrar a Potter y hacerle pagar.
💛
—¡¿DÓNDE ESTÁ POTTER?!— bramó Dean al irrumpir en la Sala Común de Gryffindor, su voz retumbando como un trueno en el aire.
Los estudiantes, que hasta ese momento conversaban tranquilamente, se giraron de golpe hacia él. Algunos se encogieron en sus asientos, otros se miraron entre sí con desconcierto. Una oleada de silencio incómodo se apoderó de la habitación, solo interrumpida por el crepitar del fuego en la chimenea.
Lavender fue la primera en atreverse a hablar, su tono cargado de cautela.
—¿Dean...? ¿Te sientes bien?
Dean, con el rostro aún enrojecido por la humillación y la furia brillando en sus ojos, no tenía paciencia para sutilezas.
—¡DIJE QUE DÓNDE ESTÁ POTTER!— rugió de nuevo, su voz temblando con pura frustración.
Parvati, quien estaba cómodamente sentada en un sillón con un libro en las manos, parpadeó con confusión.
—No está aquí...
La respuesta fue como un cubo de agua fría sobre su furia; no porque lo calmara, sino porque la frustración lo embistió con más fuerza. Su pecho se alzó y descendió en un ritmo frenético, sus manos apretándose en puños.
Antes de que pudiera gritar otra vez, el sonido de pasos descendiendo las escaleras llamó la atención de todos.
Dumbledore apareció primero, con su característica serenidad, su túnica ondeando con cada paso pausado. Detrás de él, un grupo numeroso lo seguía: Nathaniel, Alexander, Ron, Draco, Hermione, Cygnus, Sirius, Remus, Regulus, Luna y Neville. Todos habían estado en la habitación de los chicos de sexto esperando a Harry, pero al escuchar los gritos, habían decidido bajar.
Hermione, siempre la más rápida en reaccionar, frunció el ceño al notar el estado alterado de Dean.
—¿Qué estás diciendo?
Pero Seamus, consciente de que su amigo estaba demasiado furioso como para explicarse con coherencia, tomó la palabra antes que él.
—Vimos a Harry— comenzó, su tono sereno pero teñido de incredulidad —Salió del lago... tenía puesta una pijama... muy elegante por cierto... y tenia un pañal en la mano.
El silencio que siguió fue absoluto. Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas y absurdas. Nadie se atrevió a ser el primero en reaccionar, hasta que finalmente Ron y Draco rompieron la quietud con la misma exclamación desesperada:
—¿¡DÓNDE ESTÁ!?
Dean, todavía pasándose la manga de su túnica por la cara en un intento casi obsesivo de asegurarse de que ningún rastro del pañal quedara en su piel, resopló con rabia.
—Salió corriendo.
Hubo un nuevo momento de silencio. Luego, de repente, un sonido inesperado.
Una risa.
Suave, tranquila... divertida.
Todas las miradas se volvieron hacia Dumbledore, cuyos ojos brillaban con algo que solo podía describirse como nostalgia.
—Siempre es lo mismo...— murmuró Dumbledore, más para sí mismo que para los demás, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios —También salió corriendo cuando llegó al pasado.
Sus palabras quedaron flotando en el aire, un enigma que pocos en la habitación parecían comprender del todo. Sin embargo, una persona no dejó que la incertidumbre se prolongara demasiado.
Cygnus Black, quien hasta ese momento había permanecido en silencio con los brazos cruzados, ladeó la cabeza con seriedad, observando atentamente al anciano director.
—¿Tienes idea de a dónde fue?— preguntó con voz firme.
Dumbledore hizo una pausa, entrecerrando los ojos como si estuviera reflexionando. La luz del fuego de la chimenea proyectaba sombras suaves sobre su rostro, resaltando la profundidad de su mirada. En realidad, él ya sabía la respuesta, pero decidió fingir que meditaba sobre la cuestión, dejando que el suspense se prolongara unos segundos más.
Entonces, con una pequeña sonrisa, finalmente respondió.
—Creo que tengo una idea— antes de que alguien pudiera preguntar más, añadió con un tono de tranquila autoridad —Pero el señor Thomas no viene.
Dean, que hasta ese momento había estado resoplando de rabia, se enderezó con brusquedad.
—¿¡QUÉ!?— exclamó con furia —¡No voy a quedarme aquí mientras ese maldi...!
No terminó la frase.
Draco, con la rapidez de un rayo y sin previo aviso, sacó su varita y lanzó un hechizo.
—Petrificus Totalus.
El cuerpo de Dean se tensó de inmediato. Su espalda se arqueó levemente, sus brazos quedaron pegados a los costados y sus piernas rígidas. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban una incredulidad absoluta mientras caía hacia atrás como una tabla.
¡THUMP!
El sonido de su cuerpo impactando contra la alfombra fue lo único que rompió el silencio sepulcral que siguió al hechizo.
Todos en la sala se giraron a ver a Draco con expresiones que iban desde la sorpresa hasta el desconcierto.
Draco, por su parte, simplemente se encogió de hombros con indiferencia, guardando su varita como si no hubiera hecho nada fuera de lo común.
—¿Qué? Estaba gritando demasiado— comentó con total naturalidad.
Dumbledore, lejos de parecer molesto, inclinó la cabeza en un gesto de aprobación.
—Muy bien. Ahora sí, síganme— dijo con su característica calma, comenzando a caminar hacia la salida —Y dejen al señor Thomas ahí hasta que regresemos.
Ron miró a Dean paralizado en el suelo, luego a Draco, luego de nuevo a Dean.
—No sé si debería estar preocupado o impresionado— murmuró.
—Yo voto por impresionado— añadió Seamus, aún intentando contener una sonrisa.
Sin más, el grupo comenzó a moverse, dejando atrás a un Dean completamente petrificado y con la peor noche de su vida.
💛
El aire nocturno era un cuchillo helado contra su piel empapada, pero Harry apenas lo notaba. Sus pies descalzos golpeaban la hierba mojada con cada zancada desesperada, el barro se pegaba a sus talones, y su pijama empapada se adhería incómodamente a su cuerpo, pegándose a su piel como una segunda capa helada.
Corría sin detenerse, sin atreverse a mirar atrás. Su mente seguía aturdida, atrapada entre dos tiempos, entre dos realidades que se solapaban como sombras persistentes en su conciencia.
Había vuelto.
El pensamiento era tan abrumador que por un instante sintió que sus piernas flaqueaban, pero se obligó a seguir adelante. No tenía tiempo para asimilarlo. No cuando apenas unos minutos antes había estado luchando por su vida... con un pañal.
Apretó los dientes y sacudió la cabeza con fuerza, obligándose a apartar la imagen. No era momento de quedarse atrapado en lo absurdo de la situación. Tenía un objetivo.
La enfermería.
Si había un lugar donde podía estar a salvo, aunque fuera por unos minutos, era ahí.
Habían estudiantes que lo señalaban al pasar y susurraban, los pasillos apenas iluminados por la luz parpadeante de las antorchas. El eco de sus propios pasos resonaba con fuerza en la piedra antigua, cada latido de su corazón repitiéndose en su cabeza como un tambor desbocado.
A medida que avanzaba, la familiaridad de Hogwarts en su propio tiempo lo golpeó con una intensidad inesperada. Reconocía cada rincón, cada curva de las escaleras, cada estatua que alguna vez había pasado sin pensar demasiado.
Durante un año entero, había caminado por esos mismos pasillos con la certeza de que no pertenecía ahí. De que estaba atrapado en un tiempo que no era el suyo, en una historia que no le correspondía.
Pero ahora... que estaba en su época, sentía que tampoco pertenecía.
Con cada paso que daba, con cada respiración acelerada que escapaba de sus labios, la realidad se asentaba con más fuerza en su pecho.
Sintió que tampoco estaba en casa.
💛
Cuando llegó a la puerta de la enfermería, apenas dudó antes de empujarla y entrar, cerrándola con suavidad tras de sí.
El aroma a pociones, hierbas medicinales y tela recién lavada lo envolvió de inmediato, un perfume familiar que lo tranquilizó más de lo que esperaba.
La enfermería estaba sumida en una paz casi irreal, apenas iluminada por la tenue luz de unas pocas velas flotantes que oscilaban suavemente en el aire. Las sombras danzaban en las paredes, proyectando figuras fantasmales sobre los estantes llenos de frascos y botellas de cristal.
La mayoría de las camas estaban vacías, con las sábanas impecablemente dobladas, esperando al próximo desafortunado estudiante que las ocuparía. Sin embargo, algunas tenían las cortinas corridas, ocultando a los pacientes que dormían tras ellas. Solo el sonido ocasional de una respiración profunda o el crujido de las cobijas interrumpía el silencio.
Y entonces la vio. Poppy Pomfrey. Por un segundo, su corazón pareció detenerse. Pero no era la misma mujer que había conocido en el pasado.
Su cabello, que alguna vez fue oscuro y vibrante, ahora era completamente plateado, recogido en un moño apretado que dejaba ver cada arruga en su frente. Su rostro estaba marcado por los años, las líneas de expresión grabadas con la sabiduría de una vida dedicada al cuidado de otros.
Y, sin embargo, su mirada seguía siendo la misma.
Firme.
Cálida.
Se veía exactamente como la había conocido antes de todo. Antes del viaje. Antes de que su mundo se dividiera en un "antes" y un "después".
El peso de la realidad lo golpeó con una fuerza inesperada. Estaba en casa. Pero no se sentía como si estuviera en casa.
Ella estaba de espaldas, organizando frascos en un estante, sus movimientos precisos y metódicos, como siempre. El sonido de los frascos tintineando entre sí llenaba el aire en la silenciosa enfermería, mezclándose con el tenue resplandor de las velas flotantes.
Harry se aclaró la garganta, su voz apenas un murmullo tras la carrera frenética que lo había traído hasta allí.
—Hola, Poppy.
El frasco en su mano quedó suspendido en el aire por un segundo antes de que ella se girara.
Sus ojos se encontraron con los de él, y por un instante, vio la sorpresa en su mirada. No duró mucho. La enfermera Pomfrey rara vez se dejaba llevar por el asombro.
En cuestión de segundos, su expresión se suavizó, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Hola, Hér. ¿Cómo está?
Harry sintió cómo algo en su interior se apretaba con fuerza, un nudo pesado formándose en su garganta.
Después de todo este tiempo, después de todo lo que había pasado en el pasado, ella aún lo llamaba por ese nombre. Como si el año que había pasado en otra época no hubiera sido un simple sueño, como si todo lo que había vivido allá atrás no pudiera desvanecerse solo porque el tiempo había seguido su curso.
Harry parpadeó rápidamente y forzó una sonrisa cansada.
—He tenido peores días.
La enfermera lo estudió con ojo clínico, y en cuanto su mirada recorrió su estado (su pijama pegajosa, su cabello húmedo, la ligera palidez en su rostro).
Con la eficiencia de siempre, Poppy agitó su varita con un movimiento fluido.
Un cálido cosquilleo recorrió su cuerpo cuando la brisa helada que lo envolvía desapareció de inmediato. Sintió la agradable sensación de su piel secándose y su pijama, antes empapada y pesada, volviendo a estar tibia y cómoda.
Harry exhaló un suspiro de alivio, sin pensarlo demasiado, se dejó caer sobre la cama más cercana, su cuerpo agradeciendo el descanso.
Poppy chasqueó la lengua con desaprobación.
—Mírate nada más.
Harry soltó una risa sin fuerzas.
Ella no pidió explicaciones. En lugar de eso, se giró con la misma determinación de siempre y sacó un frasco de un estante cercano.
—Beba esto— ordenó, acercándole un vial con una poción de color ámbar.
Harry tomó el frasco entre sus manos, notando el ligero calor que emanaba del vidrio.
—¿Qué es?
—Algo para ayudarle a entrar en calor— respondió con paciencia, cruzándose de brazos —No querrá pescar un resfriado después de todo lo que ha pasado, ¿Verdad?
Harry no dudó. Tomó la poción y bebió un sorbo. El cálido cosquilleo de la poción recorrió su cuerpo, disipando el frío que se había instalado en sus huesos. Por primera vez desde que emergió del lago, Harry sintió que su cuerpo se relajaba, aunque su mente seguía enredada en preguntas sin respuesta.
Cerró los ojos por un instante, disfrutando la calidez, antes de fijar su mirada en Poppy.
—¿Qué pasó después de que me fui?
Su propia voz sonó más grave de lo que esperaba, como si la carga de los años que había pasado en el pasado aún pesara sobre él.
Poppy suspiró, sus hombros descendiendo apenas mientras tomaba asiento a su lado. Sus dedos tamborilearon suavemente sobre su regazo, un gesto que delataba la prudencia con la que elegía sus palabras.
—Después de las vacaciones de Navidad, todos los que tuvimos contacto contigo durante tu estancia en el pasado fuimos sometidos a un Pacto Inquebrantable— explicó con voz pausada —Juramos no decir nada.
Harry sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el frío de la noche.
—¿Quién hizo que juraran?
—Dippet— respondió ella sin dudar —Él y los profesores, consideraron que era la única manera de evitar que la línea temporal se alterara más de lo que ya había sucedido.
Harry frunció el ceño. Sabía que Dippet haría cualquier cosa para proteger el flujo del tiempo, pero someter a sus aliados a un Pacto Inquebrantable era extremo, incluso para él.
Poppy pareció leer sus pensamientos y continuó con voz firme.
—Otros, como Riddle y la mayoría de la familia Potter, recibieron una poción de olvido.
El ceño de Harry se frunció aún más.
—¿Y Wally?— preguntó, con un deje de preocupación en la voz.
La expresión de Poppy se suavizó con un atisbo de tristeza.
—Ella también hizo el Pacto Inquebrantable— reconoció —Estuvo en depresión por unos meses después de que te fuiste.
El estómago de Harry se revolvió con inquietud. Podía imaginarlo demasiado bien. Walburga, su orgullosa y feroz Reina, consumida por una tristeza que nadie podría comprender.
Poppy, notando su expresión, continuó con delicadeza.
—Después se refugió en Cygnus— explicó —Y tras la muerte de Sirius II... bueno, la obligaron a casarse con el maldito enano.
El tinte de desdén en su voz al mencionar a Orión Black era imposible de ignorar.
Harry apretó la mandíbula, recordando lo que ya sabía, pero escuchar los detalles en la voz de Poppy lo hacía sentirse impotente. Sabía que Walburga había terminado casada con Orión, que la historia se había desarrollado tal y como él la recordaba...(bueno, en su gran mayoría) pero ahora, entender lo que ella había sufrido, sentir su ausencia como algo real, lo llenaba de rabia y frustración.
Poppy lo observó en silencio, permitiéndole asimilar la información.
Después de un momento, Harry dejó escapar un suspiro largo y cansado.
—El resto ya lo sé— murmuró, aunque eso no hacía que doliera menos.
Poppy asintió con suavidad, pero su mirada seguía fija en él, evaluándolo como siempre hacía cuando trataba con un paciente.
Cambió de tema.
—¿Sabes por qué Thomas quiere matarme?— preguntó con un toque de exasperación.
Poppy lo miró con una ceja arqueada.
—¿Te encontraste con Thomas?
Harry asintió.
—Me atacó apenas salí del lago.
Poppy soltó una pequeña risa antes de responder.
—Dime, Hér... ¿Ginebra Weasley te suena?
Harry rodó los ojos, sin entender a qué iba la pregunta.
—Obvio. Es la hermana menor de mi mejor amigo. ¿Y qué con eso?
La sonrisa de Poppy se ensanchó.
—¿Acaso no recuerdas que saliste con la Weasley mientras ella aún era novia de Thomas?
Harry parpadeó.
—Oh...
El silencio que siguió fue suficiente para que Poppy soltara una risita.
—La verdad, no me acordaba— murmuró Harry encogiéndose de hombros.
Poppy negó con la cabeza, todavía divertida.
Harry y Poppy se quedaron sentados en la enfermería, envueltos en una burbuja de nostalgia que el tiempo no había logrado romper.
Las risas flotaban en el aire mientras recordaban momentos de su tiempo en el pasado.
—¿Recuerdas cuando Alphard se resbaló en el invernadero y terminó con barro hasta las cejas?— dijo Harry, con una sonrisa ladeada —Y luego intentó fingir que había sido intencional porque según él, la tierra era buena para la piel.
Poppy dejó escapar una carcajada, cubriéndose la boca con una mano.
—¡Oh, Merlín!— exclamó —Walburga casi lo mata. Decía que los Black no podían andar por ahí pareciendo duendes de jardín.
Harry rio también, recordando la expresión indignada de Walburga mientras Alphard intentaba justificarse con argumentos cada vez más absurdos.
—¿Y qué me dices de aquel día en que Abraxas decidió que era buena idea hacer explotar una caldera solo para comprobar qué tan rápido podíamos reaccionar?— continuó Poppy, cruzándose de brazos —Casi me saca canas verdes.
Harry hizo una mueca.
—Técnicamente, no fue su culpa. Slughorn dejó los ingredientes sin vigilancia...
Poppy alzó una ceja.
—Hér, el chico literalmente dijo "¿Qué pasa si le echamos esto?" antes de que la poción explotara en su cara.
—Bueno... vale, fue su culpa— admitió Harry con una risita —Pero al menos aprendimos que la poción Multijugos no reacciona bien con jugo de Bubotubérculo.
Poppy suspiró con fingida exasperación.
—No sé si lo llamaría una lección útil— dijo, pero la sonrisa en su rostro la delataba.
—Te extrañe, Hér— dijo ella, con sinceridad —Hubo días en los que me preguntaba si volvería a verte... y ahora mírate. Más mayor, más cansado... y aún igual de imprudente.
Harry soltó una risa baja y negó con la cabeza.
—No es mi culpa que mi llegada causara una pequeña... escena.
—¿Pequeña?— Poppy alzó una ceja —Le lanzaste un pañal a la cara a un estudiante, Hér.
Harry se encogió de hombros, tratando de contener la risa que amenazaba con escaparse.
—Técnicamente, fue en defensa propia.
—Por supuesto— Poppy puso los ojos en blanco —Bueno, al menos puedo decir que has vuelto con estilo.
La risa de Harry se unió a la de ella, y por un instante, todo el peso de lo que había pasado quedó en segundo plano.
Era como si nunca se hubiera ido.
Pero su conversación fue abruptamente interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose de golpe.
Dumbledore entró con su usual aire de tranquilidad, seguido de cerca por Nathaniel, Alexander, Seamus, Ron, Draco, Hermione, Cygnus, Sirius, Remus, Regulus, Luna y Neville.
El silencio se instaló por un instante, hasta que Seamus dio un paso adelante y habló con incredulidad.
—Harry... ¿Por qué demonios traías un pañal?
Poppy soltó una carcajada tan fuerte que tuvo que apoyarse en la cama para no caerse.
Harry la fulminó con la mirada, cruzándose de brazos con "molestia".
—No da risa— gruñó.
Poppy intentó calmarse, pero cada vez que miraba a Harry, una nueva risa amenazaba con salir de su boca. Finalmente, se llevó una mano al pecho, tratando de recuperar la compostura.
—Claro que sí da risa— dijo entre jadeos —Recuerdo esos días como si fueran ayer.
Su mirada se desvió hacia Cygnus, brillando con pura diversión.
—Eras terrible, pataleabas y gritabas como si te estuvieran torturando— le dijo con una sonrisa —Y Hér era un desastre al principio cuando te cambiaba el pañal. ¡Merlín, qué caos era aquello!
Harry suspiró, frotándose el puente de la nariz.
—¿Puedes controlarte, Poppy? Gracias.
La enfermera finalmente logró calmarse, aunque aún tenía una sonrisa divertida en los labios.
—Desde cuándo eres tan amargado, Hér— replicó con fingida indignación.
Antes de que Harry pudiera responder, Poppy se puso de pie y adoptó un tono más serio, aunque su expresión seguía siendo amable.
—Bien, ahora todos fuera— ordenó con firmeza —Hér necesita descansar, y lo último que quiero es un alboroto en mi enfermería.
Ron y Draco abrieron la boca para protestar, pero un solo vistazo de Poppy bastó para hacerlos callar. Dumbledore asintió con una sonrisa, guiando a los demás hacia la salida. Seamus se quedó un segundo más, como si quisiera hacer otra pregunta, pero al ver la expresión decidida de la enfermera, suspiró y salió detrás de los demás.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Poppy sacó su varita y realizó una serie de encantamientos alrededor de la habitación. Harry sintió el leve zumbido de la magia envolviendo la enfermería, como una barrera invisible que impedía cualquier visita inesperada durante la noche.
—Ahí está— dijo satisfecha —Ahora nadie podrá entrar sin mi permiso. Puedes dormir tranquilo.
Harry le dedicó una mirada agradecida antes de recostarse en la cama, sintiendo el agotamiento finalmente apoderarse de su cuerpo.
—Gracias, Poppy— murmuró con los ojos ya cerrados.
La enfermera lo observó por un momento con una sonrisa suave antes de apagar las velas con un leve movimiento de su varita.
—Duerme bien, Hér— susurró antes de retirarse a su escritorio, dejándolo descansar en paz.
💛
El amanecer se filtraba a través de los vitrales de la enfermería, tiñendo las sábanas blancas con destellos dorados y proyectando suaves sombras en las paredes de piedra. El aire tenía un ligero aroma a hierbas medicinales y a la inconfundible frescura de la mañana.
Harry despertó de golpe por una pesadilla, como siempre, pasaba cuando no dormía con su Reina.
Se permitió un respiro profundo antes de incorporarse con lentitud, sus músculos aún algo rígidos. Su mirada recorrió la enfermería, encontrándola exactamente como la recordaba: ordenada, tranquila, con ese aire de seguridad que solo Madam Pomfrey podía conferirle a un lugar.
Y hablando de ella...
A unos metros de distancia, Poppy organizaba frascos en una bandeja con la misma destreza y eficiencia de siempre. Su mirada se desvió hacia él en cuanto notó movimiento, y en cuestión de segundos, se acercó con su expresión habitual: una mezcla de severidad y ternura.
—¿Estas bien? creí que dormirías mas— comentó con los brazos cruzados.
Harry esbozó una pequeña y forzada sonrisa.
—No te preocupes, estoy bien.
Poppy sabia que era mentira, pero no insistió.
—Más de una persona intentó verte.
Harry arqueó una ceja.
—¿Quiénes?
—¿Quién no?— respondió ella con una sonrisa irónica —Weasley y Granger fueron los primeros en intentar colarse, luego Malfoy, que insistió en que era "un asunto importante"— Poppy rodó los ojos al recordar la actitud del rubio —Incluso el profesor McGonagall vino a preguntar por ti.
Harry se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más.
—¿Y tú los echaste a todos?
—Por supuesto— respondió Poppy con orgullo —No iba a permitir que te atosigaran cuando lo que más necesitabas era descanso.
Harry le dedicó una mirada agradecida.
—Gracias, Poppy.
Ella se encogió de hombros con naturalidad.
—Aún no te has librado de mí, Hér. Ahora, levántate. Te traje una túnica limpia.
Le señaló un pequeño perchero donde colgaba la prenda perfectamente doblada. Harry se deslizó fuera de la cama con un ligero suspiro y tomó la túnica, notando lo cómoda y cálida que se sentía en comparación con su pijama arrugada.
—Y antes de que te vayas— añadió Poppy mientras agitaba su varita, haciendo aparecer una bandeja flotante con un desayuno abundante —Vas a comer.
Harry parpadeó.
—No tengo tanta hambre...
—No quiero verte tambaleándote por los pasillos como un esqueleto ambulante, Hér— repitió ella con una sonrisa maternal, empujando la bandeja hacia él —Y nada de discutir.
Sabiendo que era una batalla perdida, Harry se sentó de nuevo en la cama y comenzó a comer. El té caliente que le ofreció Poppy fue lo primero que probó, y el calor reconfortante que se extendió por su pecho le recordó lo mucho que había extrañado los pequeños momentos como este.
Cuando terminó, se puso de pie con una renovada sensación de energía.
—Muy bien, ya puedes irte— dijo Poppy —Y no hagas tonterías.
—¿Yo?— Harry puso una expresión de fingida inocencia.
Poppy le lanzó una mirada escéptica antes de dejar escapar una risa suave.
—Anda, lárgate antes de que cambie de opinión y te obligue a quedarte otro día.
Con una última sonrisa de gratitud, Harry salió de la enfermería y se dirigió a la oficina del director.
💛
Las escaleras mecánicas lo llevaron hasta la puerta de madera con el pomo en forma de grifo.
Apenas se detuvo frente a ella, la voz de Dumbledore resonó desde el interior.
—Adelante, Harry.
Con un ligero titubeo, empujó la puerta y entró. La oficina de Dumbledore estaba exactamente como la recordaba: libros apilados en estanterías, retratos de antiguos directores observándolo con curiosidad y Fawkes, el fénix, descansando en su percha. Sin embargo, había algo en el ambiente, un aire de expectativa que le puso los nervios de punta.
Dumbledore estaba de pie junto a su escritorio, con las manos entrelazadas y una expresión de tranquila paciencia.
—Toma asiento, muchacho— dijo, señalando la silla frente a él.
Harry obedeció sin decir nada. Había muchas preguntas en su mente, pero no sabía por dónde empezar.
Fue Dumbledore quien rompió el silencio.
—Debo admitir que me alivia verte aquí, sano y salvo. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos... para mi, al menos.
Harry asintió lentamente. Su garganta se sentía seca cuando formuló la primera pregunta que llevaba rondando en su mente desde que despertó en la enfermería.
—¿Cómo está la guerra? ¿Qué ha pasado desde que desaparecí?
Dumbledore entrecerró los ojos ligeramente, como si eligiera cuidadosamente sus palabras antes de responder.
—Curiosamente, desde tu desaparición, Tom no ha realizado ningún ataque— dijo con calma —De hecho, ha estado ocupado... buscando tu paradero.
Harry se tensó, sorprendido por la declaración.
—¿Qué?— preguntó con incredulidad —¿Voldemort ha estado buscándome?
El director asintió.
—Parece que tu ausencia ha despertado más preguntas en su mente que certezas. No ha atacado, no ha hecho movimientos significativos, solo ha estado... esperando, investigando, intentando descubrir qué ocurrió contigo. Hasta ahora, no ha encontrado respuestas.
Harry frunció el ceño. Era extraño imaginar a Voldemort, el hombre que siempre parecía tener todas las respuestas, perdiendo el tiempo buscándolo en vano.
—Señor, ¿Si mi viaje estaba en la historia por que lo quería impedir?
Dumbledore suspiro.
—Hice un Pacto Inquebrantable, a Dippet donde juraba que impediría tu viaje, hice lo que mejor pude, pero la historia ya estaba escrita.
Y no era mentira, Dumbledore no hizo un pacto que le prohibiera hablar sobre el viaje, pero si hizo uno donde aria su mejor esfuerzo para impedirlo.
Harry asintió pero antes de que pudiera procesar la información el director hablo.
—Ahora es mi turno de hacer preguntas, Harry— dijo el director con voz tranquila.
El joven tragó saliva, pero asintió, indicándole que prosiguiera.
—¿Cómo te sientes?
Harry bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior. Se encogió de hombros, sin saber exactamente cómo responder.
Dumbledore no presionó, solo asintió con comprensión y reformuló la pregunta.
—¿Quieres hablar con alguien o aún no estás listo?
Harry lo miró con incertidumbre antes de preguntar.
—¿Ellos saben dónde estuve?
El director suspiró y asintió.
—Sí. Algunas personas lo saben.
Harry frunció el ceño.
—Pero... ustedes no podían decir nada, ¿No?
Dumbledore inclinó levemente la cabeza.
—No podíamos— "confirmó" —Pero Kreacher fue obligado a hablar. Así que ciertas personas conocen la verdad.
Harry sintió un nudo en el estómago al escuchar eso.
—¿Quiénes?
—Aquellos que van a tu casa en Navidad— respondió Dumbledore con serenidad.
Harry asintió lentamente, comprendiendo que eso significaba que su círculo cercano, incluidos los Malfoy, los Weasley, los Potter (en esta nueva realidad), los Black, los Tonks y otros, sabían lo que había ocurrido.
—Por el momento, quiero tomarme mi tiempo para procesarlo todo— murmuró finalmente.
Dumbledore asintió con comprensión.
—Por supuesto, Harry. No hay prisa. Nadie te presionará para hablar hasta que estés listo.
Hubo un breve silencio antes de que el anciano lanzara una última pregunta.
—Una última cosa, Harry.
Harry hizo un gesto con la mano para que continuara.
—¿Alguna de tus acciones en el pasado provocó cambios en nuestro presente?
El joven alzó la vista y, con la expresión más inocente que pudo reunir, negó con la cabeza.
—No, señor.
Dumbledore lo observó por un instante, con una leve sonrisa divertida. Luego, en un gesto que solo él podría hacer con tanta naturalidad, le guiñó un ojo.
—Está bien, Harry. Está bien.