1997
Septiembre El inicio del curso escolar trajo consigo la misma rutina de siempre: horarios estrictos, pasillos atestados de estudiantes y aulas donde los murmullos se apagaban apenas el profesor entraba. Pero este año, todo se sentía diferente. Harry notaba las miradas que lo seguían a donde fuera, llenas de preguntas no formuladas y de una curiosidad contenida por el miedo a las represalias. Sabía lo que todos querían saber. Qué había ocurrido realmente durante su desaparición. Dumbledore había impuesto un silencio absoluto sobre el tema, asegurándose de que nadie lo presionara. Pero eso no impedía que cada paso que daba se sintiera como avanzar bajo el peso de un millar de expectativas invisibles. Intentó adaptarse a la normalidad, aferrarse a la rutina como un náufrago a un tablón de madera en medio del océano. Se esforzó en los hechizos, en la teoría de las transformaciones, en los ingredientes de las pociones. Volvió al Quidditch, sintiendo el viento en el rostro, recordando lo mucho que solía disfrutarlo. Pero nada lograba llenarlo. Todo parecía lejano, distante, como si estuviera atrapado detrás de un cristal grueso que lo separaba del resto del mundo. Su mente, por más que intentara evitarlo, siempre terminaba regresando a lo mismo: su Reina y su hijo. El vacío que sentía era una sombra persistente, siempre presente en los rincones de su conciencia. Durante el día, podía fingir que estaba bien. Durante el día, podía forzarse a responder cuando le hablaban, a fingir una sonrisa cuando Ron o Hermione intentaban animarlo. Pero las noches eran otra historia. Las pesadillas regresaron con una intensidad arrolladora, como si el tiempo hubiera retrocedido hasta su cuarto año. Se despertaba en medio de la oscuridad con la respiración entrecortada, sintiendo el eco de gritos que aún resonaban en su cabeza. Revivía la muerte de sus padres, una y otra vez, veía el destello esmeralda de la maldición asesina reflejándose en sus ojos. Escuchaba la risa fría de Voldemort y el sonido sordo de un cuerpo cayendo al suelo. Veía a Cedric, con los ojos vacíos y sin vida, su expresión aún congelada en la sorpresa del último instante. Pero nada lo atormentaba más que el recuerdo de Walburga. En sus sueños, siempre la veía de la misma manera... De pie frente a él, con lágrimas surcando su rostro, con los brazos extendidos hacia él, rogándole que no la dejara. Su voz lo llamaba con desesperación, su cuerpo temblaba bajo el peso de la angustia, y él intentaba alcanzarla. Corría hacia ella, tendía los brazos, pero nunca llegaba. Antes de poder tocarla, antes de poder aferrarse a su mano, ella siempre se desvanecía como humo arrastrado por el viento. Antes, cuando dormía a su lado, las pesadillas no lo acosaban. Antes, el calor de su cuerpo contra el suyo le ofrecía un consuelo silencioso, una certeza de que no estaba solo. Pero ahora... ahora solo quedaba la fría soledad de su dormitorio, el vacío inamovible de la realidad y la certeza dolorosa de que nunca volvería a verla. 💛 Octubre Las clases avanzaban como un río implacable que arrastraba a Harry sin darle oportunidad de resistirse. Se despertaba, se vestía, asistía a sus clases, tomaba apuntes, hacía sus deberes... todo con la misma monotonía vacía. Cada acción era mecánica, desprovista de verdadero interés. Las palabras que salían de su boca parecían ajenas, respuestas automáticas a preguntas que apenas procesaba. Fingía que estaba bien porque era más fácil que intentar explicar lo contrario. Ron y Hermione, siempre atentos a cualquier cambio en él, notaron su retraimiento. Al principio, intentaron abordarlo con suavidad, preguntándole cómo se sentía, si necesitaba hablar. Luego, cuando sus respuestas evasivas se volvieron una constante, intentaron con más insistencia, con miradas preocupadas y reuniones forzadas en la sala común. Pero Harry solo levantaba los hombros, murmuraba que estaba cansado o simplemente fingía no escuchar. No quería hablar. No quería enfrentarse a la realidad de lo que sentía. El castillo, por su parte, seguía con su propia vida, indiferente a su sufrimiento. Octubre trajo consigo el aire frío del otoño, el aroma de hojas secas y el inconfundible entusiasmo por Halloween. Los pasillos se llenaron de guirnaldas de calabazas flotantes, murciélagos encantados que revoloteaban por el techo y velas que chisporroteaban con llamas verdes y púrpuras. Pero para Harry, nada de eso tenía sentido. La festividad solo le recordaba otro Halloween, el del año anterior, cuando aún estaba en el pasado. Recordaba cómo Wally, lo había arrastrado a una conversación apasionada sobre su visión del futuro, sobre los cambios que debían hacer. Lo recordaba sonriendo con emoción, con la determinación brillando en sus ojos oscuros. En ese entonces, él se sintió parte de algo importante. Había tenido un propósito. Ahora, ese recuerdo se desdibujaba, convirtiéndose en un eco lejano, un sueño que se evaporaba con cada amanecer. 💛 Mientras Harry intentaba sobrevivir a su día a día, en las sombras, Voldemort comenzaba a moverse. La noticia de su regreso había llegado hasta él, filtrándose a través de sus espías y seguidores. No le sorprendía que Dumbledore hubiese mantenido en secreto los detalles, pero sabía que Harry Potter estaba de vuelta, vivo y caminando por los pasillos de Hogwarts. Y eso era inaceptable. Durante semanas, sus mortífagos trabajaron en recolectar información. Estudiaron los movimientos del niño que sobrevivió, sus rutinas, las oportunidades para atraparlo. Pero Hogwarts era un bastión bien protegido. Atacarlo dentro del castillo sería un suicidio, incluso para él. Necesitaba un plan diferente, uno que asegurara su victoria sin riesgos innecesarios. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea perfecta. 💛 Noviembre El invierno llegó sin piedad, trayendo consigo ráfagas de viento helado que se colaban por las grietas del castillo y cubrían los terrenos con una fina capa de escarcha. La nieve tardaría en caer, pero el aire gélido anunciaba su inminente llegada. Hogwarts se adaptó a la estación como siempre lo hacía: el fuego en las chimeneas rugía con más intensidad, los pasillos se impregnaban con el aroma a chocolate caliente, y los estudiantes se envolvían en bufandas gruesas, buscando refugio en la calidez de sus salas comunes. Pero para Harry, nada de eso importaba. El frío externo no era nada comparado con el vacío que sentía por dentro. Todo le resultaba monótono, repetitivo, como un reloj que marcaba el paso del tiempo sin que él pudiera avanzar con él. Se levantaba cada mañana sin un propósito real. Se arrastraba a través de las clases, escuchando los ecos lejanos de los profesores sin que sus palabras tuvieran verdadero significado. Sabía que los exámenes se acercaban. Sabía que debía estudiar, que debía preocuparse. Pero no podía. Nada de eso tenía importancia en comparación con la única verdad que lo atormentaba: no pertenecía a este tiempo. Dumbledore intentó hablar con él en más de una ocasión. Harry notaba sus intentos "sutiles": una mirada prolongada después de la cena, una mano en su hombro cuando pasaba junto a él, una invitación a su despacho bajo pretextos poco convincentes. Pero cada vez que el anciano intentaba acercarse, Harry encontraba la forma de escapar. No quería escucharlo. No quería sus palabras de consuelo, ni sus explicaciones enredadas sobre el destino y las razones ocultas del universo. No quería que le dijeran que "todo pasó por algo". Solo quería volver. Pero eso ¿Era imposible? Y entonces, las pesadillas empeoraron. Ya no eran solo los recuerdos que lo atormentaban desde siempre: el resplandor esmeralda de la maldición asesina, el cuerpo sin vida de Cedric, los gritos de su madre en una habitación oscura. Ahora veía cosas nuevas, imágenes que no sabía si eran recuerdos o alucinaciones creadas por su propia mente desgastada. A veces, veía a su hijo. Un bebé pequeño, envuelto en mantas gruesas, con el cabello negro revuelto y unos ojos verdes intensos que no dejaban lugar a dudas sobre su herencia. Lo veía mirarlo fijamente, con esa curiosidad inocente de los recién nacidos, sus diminutas manos agitándose en el aire como si tratara de alcanzarlo. Harry intentaba sostenerlo, intentaba acercarse, pero antes de que pudiera tocarlo, la imagen se desvanecía. Otras veces, veía a Walburga y su hijo. Se encontraban en una habitación oscura, apenas iluminada por la luz parpadeante de una chimenea. Sus voces eran solo susurros, pero sus miradas eran tensas, llenas de preocupación y algo más... desesperación. Harry nunca lograba escuchar las palabras exactas. Intentaba concentrarse, intentaba descifrar lo que decían, pero justo cuando parecía que estaba a punto de entender, despertaba con el corazón latiendo con fuerza. ¿Eran solo ilusiones? ¿O estaba viendo algo real? No tenía respuestas. 💛 Mientras tanto, lejos de Hogwarts, Voldemort ya tenía todo planeado. Su paciencia estaba llegando a su fin. Durante semanas, sus seguidores habían trabajado en la emboscada, analizando cada detalle del recorrido del Expreso de Hogwarts, asegurándose de que no hubiera margen de error. Sabía que atacar dentro del castillo era una locura, pero el tren... el tren era diferente. Era una oportunidad única: decenas de estudiantes atrapados en un solo lugar, sin profesores que los protegieran de inmediato. Un golpe rápido, letal, que no solo le permitiría atrapar a Harry Potter, sino que también enviaría un mensaje claro al mundo mágico. El plan estaba listo. Sus seguidores estaban preparados. Solo quedaba esperar el momento exacto. 💛 Diciembre El castillo se transformó con la llegada de la Navidad. Guirnaldas de acebo y muérdago colgaban de los arcos de piedra, las armaduras encantadas tarareaban villancicos desafinados y el aroma a canela y chocolate caliente flotaba en los pasillos. Las chimeneas rugían con llamas acogedoras, y la nieve cubría los terrenos de Hogwarts con un manto blanco que hacía brillar las torres y tejados con un resplandor invernal. Pero para Harry, todo aquello era irrelevante. Diciembre no traía alegría ni emoción, sino un dolor silencioso que lo perseguía a cada paso. Era solo otro mes, otra marca en el calendario que le recordaba cuánto tiempo llevaba lejos del único lugar donde había sentido que pertenecía. No importaba cuántas luces colgaran en los pasillos ni cuántos villancicos se cantaran en el Gran Comedor; para él, la Navidad solo significaba ausencia. Los estudiantes, en cambio, estaban entusiasmados. El último día de clases, los pasillos se llenaron de maletas y baúles, de voces animadas discutiendo planes para las vacaciones. Los alumnos de primer año hablaban con emoción sobre ver a sus familias de nuevo, mientras los mayores se reían al planear bromas para sus hermanos menores. Seamus Finnegan insistía en que este año sí lograría encender la chimenea sin volar medio salón en el proceso. Harry, sin embargo, no compartía ese entusiasmo. Desde hacía días, una inquietud se instaló en su pecho, un presentimiento incómodo que no podía ignorar. No tenía pruebas, no tenía razones lógicas para sentirlo, pero algo dentro de él le decía que algo iba a pasar. Que algo andaba mal. Dumbledore, atento como siempre, pareció notar su estado de alerta. Y fue por eso que, en el último momento, decidió cambiar los planes. —No viajarán en el tren— les informó con su característico tono tranquilo, pero con un brillo serio en los ojos. —¿Qué? ¿Por qué?— preguntó Ron, frunciendo el ceño. —Es más seguro así— respondió el director, sin dar más explicaciones —Tom sabe, que Harry regreso. Harry no necesitó preguntar más. Algo dentro de él le dijo que Dumbledore sabía algo. Y si el anciano estaba preocupado, entonces su presentimiento no había sido solo paranoia. Así que, en lugar de tomar el Expreso de Hogwarts junto al resto de los estudiantes, Harry y su grupo más cercano fueron enviados a través de la Red Flu. El fuego verde los envolvió uno por uno: Ron, Ginny (Harry ignoro su presencia), Neville, Luna, Hermione y Draco. Cuando su turno llegó, Harry inhaló profundo, sintiendo el calor de las llamas mágicas antes de pronunciar con voz firme. —Grimmauld Place 12. El vértigo de la Red Flu lo arrastró con violencia, girando a su alrededor en un remolino de verdes y dorados hasta que, de repente, la sensación de mareo se detuvo y sus pies tocaron suelo firme. 💛 Abrió los ojos y sintió un golpe de nostalgia tan fuerte. Grimmauld Place estaba exactamente como la recordaba, antes de su viaje. Las mismas paredes oscuras con su tapiz de los Black, las mismas lámparas con su luz tenue, los mismos muebles. El aire tenía ese mismo aroma a madera vieja y magia añeja, una combinación de polvo y tiempo que le resultaba tan familiar que por un segundo esperó escuchar la voz de Walburga llamándolo desde otra habitación. Pero no. Ella no estaba allí. El pasado ya no existía. Se obligó a respirar hondo, a apartar la sensación de vacío en su pecho. No tenía sentido aferrarse a lo que ya no podía recuperar. A su alrededor, los demás estaban sacudiéndose el polvo de las túnicas. Ron hizo una mueca y murmuró algo sobre "odiar los viajes por Red Flu". Hermione ya estaba inspeccionando la sala con mirada analítica. Ginny observaba con cierta fascinación la casa como siempre lo hacia. Neville y Luna, en cambio, sonreían levemente, como si sintieran que estaban exactamente dónde debían estar. Y Draco... bueno, Draco simplemente miró a su alrededor con una expresión impenetrable, pero sus ojos recorrieron la estancia con la familiaridad de alguien que conocía bien esa casa. Harry tragó saliva. Grimmauld Place era la misma. Pero él ya no lo era. El salón estaba ocupado. Los adultos ya los esperaban. Sirius estaba allí, de pie junto a la chimenea, con una sonrisa que intentaba ser despreocupada, aunque sus ojos lo delataban. A su lado, Remus lo observaba con su calma habitual, una taza de té entre las manos. Regulus estaba sentado en un sillón con Pandora, a su lado y su hijo menor, Caelum, de seis años, acurrucado en su regazo, con los ojos grandes y curiosos observando a los recién llegados. Cygnus Black estaba de pie, con la espalda recta y una expresión impasible, mientras su exesposa, Druella, lo observaba con una distancia educada. Andrómeda hablaba en voz baja con su esposo, Ted, mientras su hija, Nymphadora, sonreía al verlos entrar. Bellatrix permanecía de pie junto a la pared, con los brazos cruzados, su mirada afilada recorriendo la estancia con atención. Narcisa estaba sentada en un elegante sofá, con Lucius Malfoy a su lado, quien mantenía su expresión neutral pero observaba a su hijo con un leve brillo de evaluación en los ojos. Los Weasley también estaban allí. Molly se apresuró a acercarse a sus hijos, revisando que estuvieran bien, mientras Arthur le daba unas palmadas en el hombro a Ron con una sonrisa cálida. A un lado de la sala, Barty Crouch Jr. y Evan Rosier conversaban en voz baja, aunque la mirada de Barty se posó rápidamente en Harry en cuanto entró. —Bienvenidos— dijo Sirius con un gesto amplio, como si intentara aligerar la tensión en el ambiente —El viaje en la Red Flu no ha cambiado mucho, ¿Verdad? Los saludos comenzaron a cruzarse entre los presentes, pero Harry apenas los escuchó. Si alguien lo saludo, él no se dio cuenta, por que... Su atención seguía fija en los retratos. Había algo diferente. Y entonces lo vio. Un retrato que antes no estaba. Abraxas Malfoy. El anciano de cabello rubio y porte distinguido le devolvió la mirada con una expresión entre curiosa y complacida. —Hola, Hér. Tiempo sin verte— dijo, su tono tan natural como si hubieran conversado la noche anterior. Harry se quedó en silencio. No respondió. Simplemente apartó la vista y siguió observando los demás retratos, buscando más rastros de los cambios que el pasado había sufrido debido a su intervención. Los otros cuadros comenzaron a saludarlo también. Algunos con educación distante, otros con un poco más de calidez. Orión Black, en cambio, se limitó a mirarlo con el mismo desprecio de siempre, como si su presencia en la casa fuera una ofensa. Harry lo ignoró. Y entonces, sus ojos encontraron el retrato de Walburga. Su Reina. Ella le sonrió. No era una sonrisa burlona ni fría, sino una sonrisa genuina, cálida, cargada de emociones que él no podía leer por completo. Levantó una mano y le hizo un pequeño gesto de saludo. El aire se hizo espeso. Harry sintió el ardor en los ojos antes de que las lágrimas siquiera comenzaran a formarse. Su corazón se encogió, y por un momento, fue como si todo lo demás desapareciera. Solo estaban ellos dos. Mirándose a través del tiempo. Pero ella no era la misma. Claro que no lo era. Ella había sufrido demasiado después de su partida. Había vivido décadas sin él, con el peso de una ausencia que nunca pudo explicar, con una vida que había seguido sin respuestas. Ella había cambiado. Y él... él no pudo soportarlo. Harry se limpió las lágrimas con brusquedad antes de que pudieran caer. Dio un paso atrás, sintiendo que el aire le faltaba, y sin pensarlo más, giró sobre sus talones y salió corriendo del salón. No escuchó si alguien lo llamaba. No se detuvo hasta llegar a su habitación. Cerró la puerta de golpe y giró la llave en la cerradura con manos temblorosas. Y entonces, en la soledad de su habitación, dejó que las lágrimas cayeran. El llanto de Harry fue silencioso, pero intenso. Se aferró a su propia ropa, como si eso pudiera sostenerlo en su lugar, como si eso evitara que se desmoronara por completo. Las lágrimas caían sin control, empapando sus mejillas y su mentón, mientras su respiración se entrecortaba entre jadeos y sollozos reprimidos. La imagen de Walburga sonriendo con tanta calidez lo destrozaba. No debía ser así. No debía sentir esa mezcla de amor y dolor al mismo tiempo. Cuando su cuerpo no pudo más, el cansancio lo venció. Se dejó caer en el suelo, junto a la puerta, sin fuerzas para moverse hasta la cama. Sus párpados se hicieron pesados y, entre susurros del pasado y el presente, se quedó dormido. 💛 Horas después, un golpe en la puerta lo despertó. Al principio, no reaccionó. Su mente aún flotaba entre el sueño y la realidad, envuelta en una sensación de pesadez. No quería moverse. No quería hablar con nadie. Pero los golpes continuaron, suaves pero insistentes. —Harry, ¿Podemos hablar?— La voz de Luna atravesó la puerta con su tono sereno y paciente. Harry suspiró y, con un esfuerzo, se incorporó. Sus músculos protestaron al moverse, recordándole que había pasado demasiado tiempo en el frío suelo de piedra. Con pasos pesados, se apartó de la puerta y giró la llave en la cerradura. Cuando abrió, Luna estaba allí, con su expresión tranquila y un libro en las manos. "Rituales de la Sangre y el Tiempo: Conexiones con el Futuro". Sus grandes ojos plateados lo miraban con comprensión, sin juicio, sin preguntas innecesarias. Sin decir una palabra, entró y cerró la puerta con llave. Luego, con un suave movimiento de la mano, le indicó a Harry que se sentaran en la cama. Harry la siguió, agotado en todos los sentidos. Se sentaron juntos en el borde del colchón, y Luna dejó el libro sobre la mesa de noche. Lo primero que hizo fue girarse hacia él y, sin previo aviso, lo envolvió en un abrazo. Era cálido, reconfortante, sin exigencias ni presiones. Solo un abrazo sincero, de esos que ofrecían refugio en medio de la tormenta. Harry tardó un segundo en reaccionar, pero cuando lo hizo, se aferró a Luna como si fuera su ancla. Apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos con fuerza, permitiéndose absorber la calma que ella irradiaba. —Estoy aquí— susurró Luna, con su tono suave —¿Sabes que puedes hablar de lo que quieras? Harry asintió contra su hombro, sin confiar en su voz. El nudo en su garganta aún no desaparecía, pero, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía completamente solo. Luna no intentó llenar el silencio con palabras vacías. No intentó decirle que todo estaría bien o que debía ser fuerte. Solo le permitió existir, sin pretensiones, sin máscaras. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que Harry necesitaba en ese momento. Después de unos minutos de absoluto silencio, fue Harry quien lo rompió. Con un suspiro tembloroso, se separó lentamente del abrazo de Luna. Aún sentía la calidez de sus brazos a su alrededor, como si su cuerpo se negara a soltar la sensación de refugio que le había brindado. Parpadeó varias veces y bajó la mirada antes de preguntar, con voz ronca por el llanto y el cansancio. —¿Cómo estás? Luna le sonrió con suavidad, con esa expresión suya que parecía ver más allá de lo evidente. —Bien. ¿Y tú? Harry se encogió de hombros. No había una respuesta simple para esa pregunta, y él no tenía fuerzas para buscar las palabras adecuadas. Luna no lo presionó. En su lugar, tomó el libro que había dejado sobre la mesa de noche y se lo extendió. Harry lo miró con cautela antes de tomarlo entre sus manos. La cubierta de cuero estaba gastada, y las letras doradas del título parecían más antiguas de lo que recordaba. —Estuve investigando— dijo Luna, con su tono apacible pero firme —Este fue el libro del ritual que te llevó al pasado. Harry asintió con pesadez. —Ya lo sabía. Y también sé que fue cerrado con un hechizo. —Un hechizo muy ingenioso— añadió ella, observándolo con ojos brillantes. Harry pasó los dedos por el lomo del libro, sintiendo la magia latente en sus páginas. —Sí. Luna ladeó la cabeza y entrelazó las manos sobre su regazo antes de continuar, con la misma serenidad con la que hablaba de criaturas invisibles o misterios olvidados. —Hay un ritual... si lo hacemos, podrías ir al pasado y quedarte allí... podrías hacer tu vida allá. Las palabras resonaron en el aire, cargadas de un peso que Harry no esperaba. Su pecho se apretó, su respiración se hizo más lenta. Levantó la mirada y encontró los ojos de Luna, que lo observaban con paciencia, dándole espacio para asimilar la idea. La posibilidad... La opción de regresar... De dejar atrás todo esto. De volver con Walburga, con su hijo... y no tener que regresar jamás. Harry sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras procesaba las palabras de Luna. No era solo un simple viaje en el tiempo... era algo más grande, más definitivo. —Este ritual es más fuerte, más poderoso— explicó Luna con calma —Si en algún momento... digamos, en 1980, cuando naciste, llegaras a cruzarte con tu otro yo, no habría consecuencias. No afectaría la línea temporal porque este tipo de magia crea una estabilidad propia. Sin embargo...— hizo una pausa, midiendo sus palabras —Muy probablemente, todo lo que conoces ahora deje de existir. Harry se quedó en silencio, sintiendo el peso de esa afirmación. Si regresaba... podría cambiar todo. Sus amigos, la guerra, el destino de todos. Pero ¿Acaso no era eso lo que quería? ¿Un lugar al que pertenecer? ¿Una oportunidad para vivir sin la sombra de Voldemort acechándolo? Apretó los puños y, con una determinación férrea y dijo. —No me importan las consecuencias. Luna lo observó por un largo momento, como si buscara asegurarse de que realmente entendía lo que estaba diciendo. Finalmente, asintió. —Muy bien. Pero este ritual, al igual que el otro, debe realizarse en un lago... que emane poder. Harry frunció el ceño. —Eso significa... el lago de Hogwarts. Luna asintió con suavidad. —Podemos ir esta noche. Kreacher puede aparecernos en el castillo. Harry sostuvo su mirada. Sabía que Luna no tenía ninguna obligación de ayudarlo. Y, sin embargo, ahí estaba, ofreciéndole una oportunidad que nadie más le daría. —Gracias, Luna— murmuró, con genuina gratitud. Luna le dedicó una sonrisa. —No es nada. Lo hago porque no soporto verte así. Las palabras de Luna fueron como un bálsamo para su corazón herido. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien realmente lo entendía. Que alguien estaba dispuesto a apoyarlo sin condiciones, sin juicios. Esta noche. Volvería a casa. Luna se levantó de la cama con su gracia habitual y se alisó la túnica. Sus ojos plateados recorrieron el rostro de Harry con la misma serenidad de siempre, pero con un destello de preocupación que no intentó ocultar. —¿Bajarás a cenar?— preguntó con suavidad. Harry negó con la cabeza, sin ganas de enfrentarse a la mirada curiosa de los demás o a las preguntas no formuladas que seguramente lo esperarían en el comedor. Luna asintió, como si ya esperara esa respuesta. —Le diré a Kreacher que te traiga algo. Harry asintió en agradecimiento, pero no dijo nada más. Luna tampoco insistió. Simplemente le dedicó una última mirada antes de salir de la habitación, cerrando la puerta con un leve chasquido. 💛 Un par de horas más tarde, cuando todos en la casa ya habían ido a dormir, Luna volvió a la habitación de Harry. Deslizándose con la ligereza de un fantasma, empujó la puerta sin hacer ruido y entró. Harry seguía despierto, sentado en la cama con la mirada perdida en la portada del libro de rituales. —Es hora— susurró Luna. Se movió con calma hasta quedar junto a él y, con un tono apenas más alto que un susurro, Luna llamó. —Kreacher. El elfo apareció con un sonoro crack, inclinándose de inmediato ante Luna. —La joven ama llamó a Kreacher. ¿Qué desea? Luna tomó aire y asintió. —Necesitamos ir al lago de Hogwarts. Ahora. Kreacher levantó la mirada, sus grandes ojos brillaban con comprensión y, sin hacer preguntas, extendió sus manos. —Kreacher llevará al joven amito y a la joven ama. Harry y Luna se tomaron de las manos, y en el instante en que los dedos de Kreacher rozaron los suyos, sintieron el familiar tirón detrás del ombligo. Con un fuerte crack, desaparecieron de la habitación. 💛 El aire helado de la noche los envolvió en cuanto aparecieron en la orilla del lago de Hogwarts. La vasta extensión de agua estaba completamente congelada, reflejando la luna en su superficie como un espejo fracturado por finas líneas de escarcha. El viento soplaba con fuerza, cortante como cuchillas invisibles, y cada bocanada de aire se convertía en nubes blancas al escapar de sus labios. Luna no perdió el tiempo. Se giró hacia Kreacher y con un gesto de la mano indicó lo que debía hacer. —Mantén esta zona cálida y protegerla del viento— ordenó con voz tranquila pero firme. Kreacher chasqueó los dedos y, de inmediato, un resplandor tenue rodeó el área, como una burbuja invisible que los aisló del gélido aliento del invierno. Harry sintió el cambio al instante: la temperatura subió ligeramente y el aire se volvió más estable, como si estuvieran dentro de un refugio silencioso en medio de la ventisca. Luna sacó su varita y la movió en un delicado arco sobre la superficie congelada. —Fragor Aqua. El hielo crujió con un sonido profundo y estremecedor. Unas grietas brillantes se extendieron como telarañas, hasta que, con un estallido ensordecedor, una gran parte del lago se resquebrajó, dejando al descubierto un agujero de agua oscura y gélida que parecía no tener fondo. Vapor ascendió desde el abismo, creando una neblina espectral alrededor de la abertura. Sin perder tiempo, Luna comenzó a colocar velas alrededor del círculo donde se ubicaría para realizar el ritual. Sus movimientos eran meticulosos, precisos, como si cada detalle tuviera un propósito sagrado. Cuando todo estuvo listo, se giró hacia Harry. —Ponte allí, justo al borde del agua— dijo con suavidad. Harry asintió y caminó hasta el agujero en el hielo. La negrura del agua lo recibió con un escalofrío involuntario. —Cuando llegues al pasado, es muy probable que el lago también este congelado— advirtió Luna —Debes tener tu varita en mano para poder romper el hielo, porque, como ya sabes, saldrás del agua. Harry tragó saliva y deslizó su varita en su mano con firmeza. Ya no había marcha atrás. Pero antes de moverse al punto exacto donde debía estar, se giró hacia Luna y, sin dudarlo, la envolvió en un abrazo. —Gracias por todo, pequeña— susurró contra su cabello —Te quiero. Luna le devolvió el abrazo con la misma calidez con la que siempre le ofrecía su apoyo incondicional. —Yo también te quiero, Harry— respondió con una suave sonrisa. Cuando se separaron, Luna lo miró por última vez, grabándose cada detalle de su rostro bajo la pálida luz de la luna. Luego, respiró hondo y alzó su varita. —Tempus Immortalis. Aeternum iter per aquas. Exaudite votum et aperite ianuam. Las palabras flotaron en el aire como ecos de otra era, resonando con una energía ancestral. Una luz dorada envolvió a Harry, iluminando el lago como si un sol hubiese nacido en medio de la noche. El viento se alzó de repente, ululando con fuerza, apagando las velas una a una hasta sumirlas en una oscuridad rota solo por el resplandor dorado que consumía a Harry. Y entonces, en un parpadeo, la luz desapareció. Y Harry ya no estaba. Luna sonrió suavemente. Kreacher, a su lado, asintió con aprobación. Su amito sería feliz.¿Es Mi Casa?
7 de agosto de 2025, 12:14