Diciembre de 1942
El frío lo recibió como una daga atravesando su piel. Apenas había sentido el impacto cuando el agua gélida lo envolvió por completo, robándole el aliento en un latigazo helado. Su pecho se contrajo dolorosamente, y un instinto primitivo de supervivencia se apoderó de él mientras su cuerpo luchaba por reaccionar.
No podía respirar.
El agua helada quemaba su piel como fuego líquido, penetrando hasta sus huesos. La oscuridad lo rodeaba, densa y sofocante, y el peso de su propia ropa mojada lo arrastraba hacia las profundidades. Su mente se debatía entre la urgencia del pánico y la necesidad de mantener la calma.
Pero no podía quedarse allí.
Con un esfuerzo casi sobrehumano, luchó contra la parálisis del frío, obligando a su brazo a moverse. Sus dedos, rígidos y torpes, se cerraron alrededor de la varita, pero apenas podía sentirla.
Cada segundo bajo el agua era un golpe contra su resistencia. Un hechizo no verbal escapó de su mente en un último intento desesperado, y el hielo que lo mantenía atrapado estalló en mil fragmentos.
La súbita ráfaga de aire invernal lo golpeó con la fuerza de un puñetazo cuando emergió. Tosió, ahogándose con su propia respiración, sintiendo cómo el agua helada resbalaba por su rostro mientras trataba de inhalar. La luz de la luna destellaba sobre la superficie rota del lago, reflejándose en los cristales de hielo que flotaban a su alrededor.
Arrastrarse hasta la orilla fue un suplicio. Sus extremidades respondían con lentitud, entumecidas, torpes. Cada movimiento era un tormento; su ropa empapada pesaba como plomo, adhiriéndose a su piel y drenando el último rastro de calor de su cuerpo. Sus pulmones ardían con cada respiración entrecortada, y su visión se volvía borrosa, como si las sombras a su alrededor estuvieran cerrándose sobre él.
Pero no se detuvo. No podía.
Cuando finalmente sintió la nieve bajo sus manos, dejó que su cuerpo cayera pesadamente sobre ella, incapaz de sostenerse más. Su piel palpitaba con la frialdad cortante de la escarcha, y su respiración salió en jadeos débiles, formando nubes blancas en el aire nocturno. Un temblor incontrolable se apoderó de él, sacudiendo cada músculo de su cuerpo.
El frío lo reclamaba, envolviéndolo en su abrazo mortal. Y entonces, la oscuridad
lo consumió.
💛
Desde la entrada del bosque, un joven de cabello negro y ojos oscuros observaba la escena con una expresión pétrea. Su figura permanecía inmóvil, medio envuelta en la penumbra, con la luz de la luna perfilando los contornos afilados de su rostro. El viento invernal agitaba levemente los pliegues de su túnica, pero él no se inmutó.
Al principio, pensó que sus ojos le jugaban una mala pasada. No podía ser. No
él. No después de tres meses.
Y, sin embargo, allí estaba.
Tirado en la nieve como un cadáver recién arrojado, su cuerpo empapado temblando de frío incontrolablemente. Sus labios tenían un matiz azulado, su piel, parecía casi translúcida bajo la luz blanquecina. El cabello negro y revuelto estaba pegado a su frente por el agua helada.
Hércules.
El nombre ardió en su mente como una maldición. Un veneno lento y corrosivo se esparció por su sangre, un odio frío y calculador mezclado con la más pura ira. Su mandíbula se tensó hasta que sus dientes crujieron. Si alguien merecía ese destino, era él.
Ese maldito chico misterioso que había llegado de la nada, con su actitud críptica y su mirada que parecía verlo todo. Ese arrogante que había desafiado su autoridad, que había sembrado dudas en sus seguidores, que había hecho que los Black lo dejaran de seguir, que había destruido su basilisco. Ese intruso que lo había humillado más de una vez, que lo había enfurecido hasta límites insospechados con su mera existencia.
Él no debía estar aquí.
Y, sin embargo...
Sus dedos se crisparon levemente sobre la varita que sujetaba, pero no lanzó ningún hechizo, no alzó la voz, no retrocedió. Su respiración se volvió lenta y controlada mientras trataba de contener el impulso de simplemente girarse y dejarlo allí, de permitir que el destino terminara lo que había comenzado. Pero no lo hizo.
Tomó aire, llenando sus pulmones con el gélido aroma del bosque y la nieve, y lo soltó en un suspiro frustrado. Sus ojos se entrecerraron con fastidio, su ceño se frunció, y finalmente rodó los ojos.
Maldita sea.
—Por Merlín...— murmuró con desprecio, la repulsión marcando cada sílaba.
Su voz apenas fue un susurro en el aire helado, pero cargaba un peso brutal, como si contener su frustración le costara un esfuerzo monumental. Con los labios fruncidos en una línea tensa, alzó la varita y ejecutó un movimiento preciso. El cuerpo inconsciente de Hércules se elevó del suelo en un lento ascenso, como si la misma magia dudara en tocarlo. El peso muerto flotaba sin resistencia, sus extremidades colgaban con una laxitud inquietante.
Tom no pudo evitar fijarse en lo débil que se veía. Lo vulnerable, lo
patético.
Los mechones oscuros, empapados, goteaban sobre la piedra congelada, dejando un rastro de agua que se oscurecía contra el suelo nevado. Su respiración era irregular, apenas perceptible. Sus labios estaban aún más azulados bajo la luz mortecina de la luna. Por un segundo, un pensamiento cruzó la mente de Tom:
"Podría dejarlo caer ahora mismo. Podría fingir que nunca lo vi".
Pero no lo hizo. Con pasos firmes y elegantes, se giró y comenzó a andar en dirección al castillo, sin desviar la mirada. La figura flotante de Hércules lo seguía, balanceándose levemente con cada paso, con la nieve acumulándose sobre su ropa mojada.
El aire gélido se filtraba a través de los pasillos mientras Tom avanzaba sin prisa, su expresión impasible, aunque cada tanto su ceño se fruncía con disgusto.
Era absurdo.
Insoportable.
Primero había aparecido de la nada para atormentarlo, después desapareció, ahora apareció nuevamente y tenía que cargar con él hasta la enfermería.
💛
Al llegar, empujó la puerta con un movimiento fluido, haciendo que esta se abriera de golpe con un rechinido. Madam Pickering, la enfermera de Hogwarts, casi dejó caer la botella de poción que tenía en las manos cuando lo vio aparecer con alguien inconsciente flotando tras de sí.
—¡Por las trenzas de Morgana!— exclamó, con los ojos bien abiertos al reconocer al muchacho inerte —¿Qué ha sucedido?
Tom no respondió de inmediato. Con una expresión de absoluto desinterés, dejó caer el cuerpo sobre una de las camas con brusquedad, haciendo que Hércules rebotara levemente sobre el colchón antes de quedar inmóvil.
—Lo encontré en el lago, casi muerto de frío— dijo con tono seco, sin molestarse en ocultar su indiferencia.
Madam Pickering chasqueó la lengua con exasperación y se apresuró a examinarlo, revisando su temperatura y sacando la varita para conjurar diagnósticos.
Tom observó el proceso en silencio, su mandíbula aún tensa. No sabía por qué se había molestado en traerlo. No debía importarle. Y sin embargo... allí estaba.
Madam Pickering trabajó con rapidez, sus manos firmes pero cuidadosas mientras deslizaba la varita sobre el cuerpo de Hércules. Un resplandor tenue iluminó su piel helada, y la enfermera frunció el ceño con desaprobación.
—Está al borde de la hipotermia— murmuró para sí misma, conjurando un hechizo para eliminar la humedad de su ropa. La túnica empapada se secó al instante, pero el temblor incontrolable del muchacho persistió.
Tom observaba desde el umbral de la enfermería, con los brazos cruzados y la expresión inescrutable. No apartaba la vista de Hércules, analizando cada gesto de la enfermera con la misma atención meticulosa con la que estudiaba un libro de hechizos avanzados.
Pickering sacó un frasco de vidrio de su estante más cercano y vertió unas gotas de un líquido color ámbar en los labios de Hadrian.
—Necesita calor. Mucho calor— dijo en voz baja, y con un movimiento de varita, convocó una gruesa manta que se colocó suavemente sobre el muchacho.
Hércules emitió un sonido casi imperceptible, un suspiro ahogado, y sus dedos se crisparon débilmente sobre las sábanas. Pero no despertó.
La enfermera exhaló con alivio y, solo entonces, levantó la mirada hacia Tom, como si de repente recordara su presencia.
—Se estabilizará, pero necesitará descansar unas horas antes de despertar. Tendrá que informar al director.
Tom alzó una ceja con incredulidad, esperando que ella se estuviera refiriendo a cualquier otra persona que no fuera él. Pero cuando Pickering cruzó los brazos y le lanzó una mirada severa, entendió que no tenía escapatoria.
—¿Yo?— preguntó con una mezcla de desdén y fastidio —¿Y por qué tendría que hacerlo yo?
La mujer arqueó una ceja.
—Porque fuiste tú quien lo encontró. A menos que quieras quedarte aquí esperando a que despierte para que él mismo lo explique.
La idea de quedarse junto a Hércules en la enfermería lo irritó más de lo que le gustaría admitir. Bufó con exasperación, pero finalmente se giró sobre sus talones y salió sin decir nada más.
Los pasillos de Hogwarts estaban en calma a esas horas de la noche y sobre todo ahora que la mayoría de estudiantes estaban en vacaciones de navidad, con las antorchas ardiendo tenuemente sobre las paredes de piedra. Sus pasos resonaban en la soledad de los corredores mientras se dirigía al despacho del director.
Armando Dippet.
Un hombre mayor, de rasgos cansados pero de mirada aún aguda. No era particularmente astuto ni peligroso, pero sí lo suficientemente observador como para incomodar a Tom de vez en cuando.
💛
Al llegar a la gárgola de piedra que protegía la entrada, pronunció la contraseña sin vacilación.
—Raíz de jengibre.
El acceso se abrió con un crujido, revelando la escalera de caracol que lo llevó hasta la puerta de madera ornamentada del despacho.
Tocó dos veces, y una voz pausada respondió desde el otro lado:
—Adelante.
Tom empujó la puerta y entró con la elegancia medida que siempre lo caracterizaba. Dippet estaba sentado detrás de su escritorio, hojeando un pergamino con gesto distraído. Al ver a su alumno más destacado, alzó la mirada con leve curiosidad.
—Señor Riddle. ¿Sucede algo?
Tom inclinó levemente la cabeza en un gesto de respeto, aunque su tono seguía siendo tan frío como siempre.
—Encontré a un estudiante en el lago, al borde de la hipotermia.
Dippet parpadeó con sorpresa y se enderezó en su silla.
—¿Un estudiante? ¿Quién?
Tom apenas vaciló antes de responder.
—Hércules Black— hacia mucho se había olvidado del verdadero nombre del
"chico del lago".
El silencio que siguió fue denso. El director lo miró fijamente, como si procesara el significado de esas palabras.
Finalmente, se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el escritorio con expresión grave.
—¿Estás completamente seguro?
—Lo traje personalmente a la enfermería— respondió Tom con impaciencia —Pregúntele a Madam Pickering.
Dippet inspiró profundamente, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación e incredulidad.
Habían pasado tres meses desde que Hércules desapareció sin dejar rastro. Tres meses de incertidumbre, especulación y, sobre todo, preguntas sin respuesta. Aunque lo mas seguro era que hubiera vuelto a su época.
Sin perder más tiempo, el anciano sacó su varita y conjuró un Patronus plateado en forma de tejón. La criatura luminosa emergió con un brillo etéreo, moviéndose con firmeza sobre el escritorio antes de levantar la cabeza, esperando instrucciones.
—Dirígete a la residencia Black— ordenó con voz firme —Informa que Hércules ha sido encontrado en las orillas del lago y que está estable en la enfermería de Hogwarts.
El tejón alzó la cabeza, sus ojos plateados reflejando la luz de las velas, y en un movimiento ágil, salió disparado hacia la ventana abierta, desapareciendo en la noche.
Dippet dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el rostro.
Luego, miró a Tom con atención renovada.
—Gracias por informarme, Tom. Has hecho lo correcto al traerlo.
Tom mantuvo su expresión neutral, pero la frase lo hizo apretar la mandíbula.
Lo correcto.
Si realmente hubiera querido hacer
lo correcto, lo habría dejado morir en la nieve.
—Si eso es todo, me retiraré— dijo con frialdad.
Dippet asintió, aunque su mirada seguía evaluándolo con detenimiento.
—Por supuesto. Puedes irte.
Tom giró sobre sus talones y salió del despacho con la misma calma con la que había entrado. Mientras descendía las escaleras, su mente volvía una y otra vez a la imagen de Hércules, pálido y vulnerable sobre la nieve.
Lo correcto.
¿Desde cuándo él hacía lo correcto?
💛
Dos días después...
El silencio de la enfermería era casi absoluto, interrumpido solo por el ocasional crepitar del fuego en la chimenea. Afuera, el invierno seguía reinando con su manto de nieve y escarcha, pero dentro de la habitación, el calor era acogedor, envolviendo el espacio con una calidez reconfortante.
Hércules Black respiraba pausadamente, su pecho subiendo y bajando con lentitud bajo las gruesas mantas que lo cubrían. Su piel, antes pálida y carente de vida, había recuperado un leve matiz rosado, aunque aún mostraba rastros de la batalla que había librado contra el frío. Sus pestañas negras proyectaban sombras suaves sobre sus mejillas, y su cabello oscuro, aunque todavía un poco revuelto, enmarcaba su rostro con un aire de vulnerabilidad inusual.
A su lado, una figura permanecía inmóvil, con los labios apretados y las manos entrelazadas con fuerza sobre su regazo.
Ella había estado allí desde el momento en que había llegado a la enfermería, sin despegarse de su lado ni por un instante. Su postura era rígida, su semblante tan severo como siempre, pero sus ojos oscuros delataban la inquietud que la carcomía por dentro.
Su Hércules.
Habían pasado
tres meses desde la última vez que lo vio, desde que su mundo se había detenido con su desaparición. Tres meses de incertidumbre, de noches en vela, de miedo contenido.
Alphard se había encargado de traer a Cygnus con ellos cuando el Patronus llegó a Grimmauld Place con la noticia. No había querido dejarlo atrás, y en el fondo, Walburga lo había agradecido en silencio.
El bebé de cinco meses dormía plácidamente en los brazos de su tío, sus pequeños puños cerrados y su respiración tranquila. Su cabello oscuro, idéntico al de su madre, se arremolinaba sobre su frente, y su expresión serena contrastaba con la tormenta de emociones que agitaba en la habitación.
Walburga apenas parpadeó cuando Hércules se removió ligeramente en la cama, su respiración alterándose en un suspiro entrecortado. La quietud en la que había estado sumido se rompió con ese pequeño movimiento, como si su cuerpo finalmente recordara que pertenecía al mundo de los vivos.
Sus pestañas temblaron antes de abrirse lentamente, revelando unos ojos verdes apagados por la confusión y el agotamiento. Parpadeó varias veces, intentando enfocar la realidad a su alrededor. La luz tenue de la enfermería lo hizo fruncir el ceño, obligándolo a girar la cabeza con torpeza.
Y entonces la vio.
Su Reina.
Los rasgos que conocía tan bien, grabados en su memoria con la misma intensidad con la que la sangre corre por las venas. Ojos oscuros y fieros, profundos como pozos sin fondo. Labios cuya curva podía recordar en cualquier momento: a veces altiva, otras mordaz, y en ocasiones, como ahora, temblorosa e incierta.
Su rostro era hermoso, marcado por pómulos afilados y una fortaleza que había aprendido a admirar.
Pero esta vez, algo era diferente. Había un leve temblor en su barbilla, una emoción atrapada en la profundidad de su mirada, como si algo dentro de ella amenazara con desbordarse.
—Wally...— su voz emergió ronca, áspera, quebrada por el desuso.
No pudo decir nada más.
Porque Walburga se inclinó hacia él con una determinación feroz, borrando cualquier distancia entre ellos. Su aliento, cálido y familiar, rozó su piel un instante antes de que sus labios se encontraran con los de él.
No hubo palabras, ni reproches, ni preguntas. Solo el choque desesperado de dos almas que habían sido separadas por demasiado tiempo.
El beso no era urgente ni demandante, pero tenía la intensidad de un huracán contenido. Fue un roce que empezó vacilante, hasta que la necesidad superó la incredulidad y se transformó en algo más profundo.
Hércules tardó un segundo en reaccionar, pero en cuanto lo hizo, su respuesta fue inmediata.
Sus dedos temblorosos se aferraron al dobladillo de la túnica de Walburga, buscando anclarse a su realidad, a ella. Sus labios se movieron contra los de ella con el mismo desespero de alguien que había estado perdido en la oscuridad y, al fin, encontraba la luz.
La había extrañado tanto.
Había extrañado su presencia, su voz, el peso de su mirada sobre él.
Y ahora, con ella tan cerca, con su calor envolviéndolo, le parecía imposible que alguna vez hubieran estado separados. Pero entonces, un sonido rompió la burbuja en la que estaban atrapados.
Un sollozo.
Un llanto infantil resonó en la enfermería, frágil y demandante.
Hércules parpadeó, aturdido, y se separó apenas, girando con esfuerzo su rostro hacia la fuente del sonido.
Alphard Black, quien había permanecido en silencio hasta ahora, se encontraba de pie junto a la cama, sosteniendo en brazos a un pequeño bulto inquieto.
El bebé lloraba con suaves quejidos, su diminuto rostro enrojecido, sus puñitos agitándose en el aire.
—Vaya forma de despertar, cuñadito— comentó Alphard con una sonrisa ladeada, aunque su tono ligero no podía ocultar el alivio sincero en su mirada —Parece que alguien te ha extrañado.
Hércules sintió cómo su pecho se apretaba al reconocer a la pequeña criatura entre los brazos de Alphard.
Cygnus.
Su hijo.
Su bebé, aún tan pequeño, tan indefenso. Tres meses sin verlo, sin sostenerlo, sin sentir su calidez. Era real.
Walburga se movió con la fluidez de alguien que sabía exactamente lo que hacía. Sin dudarlo, tomó a Cygnus en brazos y lo acunó con la facilidad natural de una madre.
El bebé se removió un poco, aún sollozando, pero cuando Walburga se inclinó hacia Hércules y con infinita ternura, colocó al niño contra su pecho, el llanto comenzó a calmarse.
Hércules tragó con dificultad cuando sintió el cálido peso de su hijo sobre él.
—Tu padre está aquí, mi amor— susurró Walburga con dulzura.
Cygnus balbuceó algo incomprensible, con su diminuto rostro rozando la tela de la ropa de Hércules. Sus manitas se aferraron al tejido, como si incluso a esa corta edad supiera que finalmente estaba donde pertenecía.
Hércules sintió que la garganta se le cerraba. No necesitaba decir nada.
Cerró los ojos por un momento, respirando el suave aroma infantil de Cygnus.
Estaba en casa.
Unos pasos discretos le hicieron abrir los ojos. A unos metros de distancia, Poppy y Abraxas observaban la escena en respetuoso silencio.
—Es bueno verte de nuevo, Hér— dijo Poppy con una sonrisa sincera, aunque la preocupación aún tintineaba en su tono.
Abraxas, más reservado, simplemente asintió con un leve cabeceo. Pero Hércules lo conocía lo suficiente como para notar la sutil relajación de sus hombros.
Sí. Estaba en casa.
💛
Durante los siguientes días, Hércules recibió un flujo constante de visitas. Algunas eran esperadas, otras sorprendentes, pero todas dejaban su propia marca en el aire tenso de la enfermería.
Regulus Black I fue el primero en presentarse. Su presencia llenó la habitación con su porte imponente, la dignidad con la que portaba el apellido Black haciéndolo parecer una estatua de mármol, impenetrable y severa. Sus ojos, oscuros y escrutadores, recorrieron a Hércules con la mirada de un hombre que estaba evaluando cada mínimo detalle. No pronunció palabras innecesarias; cuando habló, lo hizo con la voz grave de alguien acostumbrado a ser escuchado.
—Has causado bastante revuelo en nuestra familia— dijo con un tono que no revelaba juicio, solo certeza.
Hércules sostuvo su mirada sin inmutarse.
💛
Sirius Black II llegó poco después, con su expresión severa y una postura que denotaba autoridad. Sin embargo, Hércules notó algo más en sus ojos: una chispa de curiosidad velada, como si intentara desentrañar un misterio que no esperaba encontrar.
—No sé qué esperar de ti— admitió sin rodeos —Pero me interesa ver qué harás.
No hubo advertencias ni amenazas veladas. Solo una expectativa implícita, una oportunidad concedida con cautela.
💛
Cassiopeia Black fue una presencia completamente distinta. No tenía la dureza glacial de sus parientes masculinos, pero su mirada contenía una inteligencia afilada, una perspicacia que parecía capaz de leer más allá de las palabras. Su conversación con Hércules fue directa, sin rodeos, llena de preguntas que iban más allá de lo evidente.
—Eres un enigma curioso, Hércules— comentó en algún momento, con una media sonrisa que no revelaba si eso era algo bueno o malo.
💛
Lycoris Black, en cambio, no perdió el tiempo en palabras innecesarias. Se limitó a observarlo, su mirada recorriéndolo como si intentara diseccionarlo.
💛
Cuando
Dorea y Charlus Potter cruzaron la puerta, Hércules sintió un alivio inesperado. Dorea, con su elegancia natural y esa mirada aguda que parecía ver más allá de la superficie, lo examinó con una mezcla de comprensión y expectativa.
—Los tiempos cambian— dijo en voz baja.
Charlus, en cambio, fue más directo. Se acercó sin dudarlo y le ofreció un apretón de manos firme, su sonrisa cálida pero inquisitiva.
—Espero que tengas un buen propósito para todo esto, muchacho.
Había una advertencia velada en sus palabras, pero también un dejo de confianza, como si estuviera dispuesto a darle el beneficio de la duda.
💛
Lucretia Black fue más difícil de leer. Su expresión permaneció neutra mientras le dedicaba unas palabras cortas, pero su mirada era intensa, como si estuviera midiendo cada reacción.
—Nos sorprenderás o nos decepcionarás. No hay punto intermedio en esta familia.
No se quedó el tiempo suficiente para conversar, pero su presencia dejó en Hércules una sensación extraña, como si sus palabras hubieran sido una sentencia aún por cumplirse.
💛
Sin embargo, ninguna de estas visitas fue tan inesperada como la de
Tom Riddle.
Cuando la puerta se abrió y él cruzó el umbral, la atmósfera en la habitación cambió instantáneamente. Era como si la temperatura descendiera unos grados, como si el aire se volviera más denso, más pesado.
Riddle avanzó con una calma calculada, su andar pausado y medido, como un depredador evaluando el terreno antes de dar el primer zarpazo. Sus ojos oscuros recorrieron cada rincón de la enfermería con una minuciosidad inquietante antes de posarse en Hadrian.
Y entonces, sonrió. No era una sonrisa de cortesía ni de calidez. Era algo más afilado, más peligroso, como si estuviera frente a un acertijo particularmente intrigante.
💛
Dippet intentó interrogar a Hércules sobre su misteriosa desaparición y posterior regreso, pero no obtuvo respuestas concretas.
Hércules sostuvo su postura con la misma calma inquebrantable de siempre, asegurando que no recordaba cómo había regresado. Sus palabras eran medidas, precisas, sin revelar más de lo necesario.
La presencia de Riddle en la habitación solo añadió una capa de tensión al momento, su mirada atenta observando cada matiz de la conversación como si intentara desentrañar los secretos ocultos en las pausas y silencios de Hércules.
Los días pasaron y la vida en Hogwarts retomó su curso. La enfermería dejó de ser el epicentro de miradas curiosas y susurros cautelosos, aunque Hércules aún percibía la atención velada que algunos le dedicaban. Las clases se reanudaron con la intensidad propia del final de año escolar, y el tiempo pareció escaparse entre ensayos, exámenes y reuniones estratégicas dentro de
La Orden de los Lirios Negros.
💛
Junio 1943
Finalmente, llegó el día de la graduación.
El Gran Comedor resplandecía con la solemnidad de la ocasión. Los tres jóvenes Black y el joven Malfoy.
Hércules, Walburga, Abraxas y Lucretia, se encontraban entre los graduados, sus túnicas impecables reluciendo con orgullo. A pesar de los murmullos de la multitud y las inevitables expectativas que pesaban sobre ellos, la ceremonia transcurrió sin incidentes.
Hércules intercambió una mirada con Walburga cuando recibieron sus diplomas. No necesitaban palabras para entenderse. Habían recorrido un camino lleno de sombras y luces, pero ahora, un nuevo capítulo se abría ante ellos.
💛
Hércules y Walburga Black
Te invitan cordialmente a su boda, que se llevara a cabo:
El 10 de Agosto de 1943.
A las 2:00 p.m.
En la Ancestral Casa Black.
Te esperamos. ♡
💛
10 Agosto de 1943
El verano trajo consigo no solo el calor sofocante de agosto, sino también la ceremonia que uniría a Hércules y Walburga Black ante la antigua magia de su linaje.
La boda tuvo lugar en la ancestral propiedad de los Black, una mansión de piedra oscura con jardines encantados que parecían sacados de un cuento antiguo. El evento fue un despliegue de tradición y elegancia, con una ceremonia impregnada de magia ritualista y antiguas costumbres de la nobleza mágica.
Walburga lucía un vestido de un blanco marfil que contrastaba con su cabello oscuro. El diseño era sobrio pero imponente, con bordados de lirios negros entrelazados en la tela. Su mirada, siempre feroz, destellaba con una intensidad única mientras avanzaba por el sendero de piedra custodiado por antorchas encantadas.
Hércules, por su parte, vestía túnicas de un negro profundo con detalles plateados que acentuaban su porte. Su expresión era imperturbable, pero sus ojos verdes brillaban con algo que solo Walburga podía reconocer: devoción absoluta.
El juramento fue pronunciado en la lengua antigua de los Black, un hechizo de unión que resonó en el aire como una melodía etérea. Cuando las varitas de ambos se entrelazaron en un destello de luz plateada, la magia ancestral aceptó su unión, envolviéndolos en un resplandor tenue que marcaba el inicio de su vida juntos.
Cygnus, con apenas un año, fue llevado en brazos por Alphard durante la ceremonia. Sus ojos verdes, grandes y curiosos seguían cada movimiento, sin entender del todo la magnitud del momento, pero sabiendo instintivamente que estaba rodeado de algo importante.
Después del ritual, la celebración se extendió hasta la noche. Las sombras de los árboles se alargaban bajo la luz de las lámparas flotantes, mientras la familia Black, junto con otros aliados, brindaban por el futuro de los recién casados.
Hércules y Walburga se movían entre los invitados con la misma naturalidad con la que maniobraban en una batalla: con elegancia y control absoluto.
Sin embargo, en algún momento de la velada, cuando la música se apaciguó y las estrellas se reflejaban en los amplios ventanales de la mansión, Hércules tomó la mano de Walburga y la llevó lejos del bullicio. En la penumbra de los jardines, lejos de miradas indiscretas, la sostuvo entre sus brazos y apoyó su frente contra la de ella.
—Somos una sola fuerza, Wally— susurró.
Ella no respondió con palabras. No era necesario.
Simplemente lo besó.
Fin...