ID de la obra: 329

La Pequeña Brujita y El Temible Dragon

Gen
G
En progreso
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 54 páginas, 31.525 palabras, 15 capítulos
Etiquetas:
Fantasy Fluff Spoilers ...
Descripción:
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Capítulo 14: El Laberinto de la Codicia

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Después de la revelación de las verdades entrelazadas, Sabrina y el Señor Búho, con una nueva determinación en sus corazones, se dirigieron hacia las Colinas Susurrantes. El camino era amplio y ascendía suavemente, guiándolos a través de un paisaje que prometía ser tan peculiar como los anteriores. A medida que subían, el aire comenzó a cambiar, volviéndose más dulce y embriagador. El aroma les llegó primero: una ola de dulzura que envolvía la brisa, mezclando el inconfundible olor de fresas maduras con el frescor punzante de la menta y, lo más sorprendente, el rico y cálido aroma del pastel recién horneado. Sabrina aspiró profundamente, sintiendo cómo su estómago rugía un poco con el delicioso olor. Pronto, la razón de ese aroma se hizo evidente. A medida que alcanzaban la cima de la primera colina, se abrieron paso a un lugar que parecía sacado de un sueño goloso. Las Colinas Susurrantes no eran de tierra y hierba comunes. Las colinas eran ondulantes, de un suave tono verde pastel, y estaban salpicadas de arbustos de fresas gigantes, cada una del tamaño de la cabeza de Sabrina, brillando con un rojo intenso y jugoso. Los árboles que adornaban las laderas tenían ramas cargadas no de hojas, sino de tartas, magdalenas y bizcochos de todos los tamaños, algunos tan altos como el Señor Búho, cubiertos con glaseados de colores pastel y chispas de azúcar que brillaban al sol. Pequeñas fuentes burbujeaban con refrescante limonada de menta, y riachuelos de chocolate derretido serpenteaban por los valles. “¡Oh, Señor Búho!“, exclamó Sabrina, con los ojos bien abiertos. “¡Es un paraíso de postres!” “¡Hoo, hoo! Un festín para los sentidos, sin duda,” graznó el búho, aunque sus ojos redondos mostraban una pizca de cautela. Habían aprendido que la belleza deslumbrante a menudo escondía una prueba. Mientras admiraban el paisaje, dos figuras peludas y corpulentas emergieron de detrás de una colina hecha de merengue gigante. Eran dos osos, idénticos en tamaño y forma, pero de colores brillantes y contrastantes. Uno era de un azul vibrante, como el cielo de un día de verano, y el otro era de un rojo intenso, como una cereza madura. Ambos tenían grandes narices rosadas y sonrisas amplias y amistosas. Caminaban en perfecta sincronía, sus pasos pesados y rítmicos. “¡Bienvenidos, pequeños viajeros, a las Colinas Susurrantes!“, dijeron ambos osos al unísono, sus voces eran un eco profundo y armonioso. El oso azul habló primero, y el oso rojo repitió sus palabras con exactitud, como si fueran uno solo. “¡Es un placer teneros aquí, aquí!“, repitió el oso rojo. “Podéis disfrutar de nuestra tierra de dulces y aromas, aromas”, dijo el oso azul, y el rojo asintió. “Pero os advertimos, advertimos”, continuó el oso rojo, y el azul lo secundó. “Si os adentráis demasiado, podríais perderos en la dulzura, en la dulzura.” “Y si coméis de nuestros pasteles, pasteles”, dijo el oso azul, un brillo travieso en sus ojos. “Reiréis, reiréis”, añadió el oso rojo, con una risita contagiosa. “Reiréis sin parar, por un día entero, entero.” Sabrina y el Señor Búho intercambiaron una mirada. Un día entero de risa sin control no sonaba a algo que pudieran permitirse en su misión urgente. La advertencia era clara: la tentación del disfrute excesivo podía detener su avance. “Más allá de las colinas de risas y pasteles, pasteles”, dijo el oso azul, señalando con una pata rechoncha hacia el horizonte, donde las colinas se elevaban más densamente. “Se encuentra el Laberinto de la Codicia, la Codicia”, añadió el oso rojo, y su voz se volvió un poco más grave. “Aquellos que entran, entran, se pierden entre sus muros, sus muros.” “Pero si lográis salir, salir”, prosiguió el oso azul, su sonrisa ampliándose. “La Hada de las Colinas Susurrantes os recibirá, recibirá“, concluyó el oso rojo. Con un último “¡Disfrutad, disfrutad!” al unísono y una serie de movimientos sincronizados, los osos gemelos se dieron la vuelta y se alejaron, sus figuras de colores brillantes desapareciendo detrás de una colina de crema batida gigante. Sabrina y el Señor Búho sintieron el peso de las advertencias. Este lugar, aunque dulce a la vista, guardaba peligros sutiles. La risa incontrolable y la pérdida en el laberinto. Se abstuvieron de probar los pasteles y las fresas, por muy tentadores que fueran. “La codicia, Señor Búho,” murmuró Sabrina. “El Laberinto de la Codicia. Después de la Cueva de la Tentación, supongo que esta es otra prueba de carácter.” “¡Hoo, hoo! Parece que la sabiduría no es lo único que nos desafían a obtener,” graznó el búho, sus ojos penetrantes. “Debemos mantenernos alerta, Sabrina. La codicia no siempre se presenta como oro y joyas. A veces es algo que deseamos profundamente, y creemos que no podemos compartir.” Se adentraron más y más en las Colinas Susurrantes, resistiendo la tentación de los aromas y los dulces. A medida que avanzaban, el paisaje cambió sutilmente. Los pasteles y las fresas se hicieron menos abundantes, y el aroma a menta y glaseado disminuyó. Las colinas comenzaron a elevarse de forma más abrupta, y los árboles se volvieron más densos y altos, con sus ramas entrelazándose para formar un muro vegetal. Finalmente, llegaron a la entrada del Laberinto de la Codicia. No era una puerta ostentosa, sino una apertura discreta entre dos muros de árboles. El laberinto era inmenso, sus paredes hechas de árboles viejos pero frondosos, sus troncos gruesos y retorcidos formaban una barrera impenetrable. A diferencia del exterior de las colinas, aquí no había pasteles flotando ni fresas gigantes. El aire era pesado y aburrido, con un olor a tierra vieja y hojas marchitas. El lugar era sombrío y monótono, un contraste deliberado con la explosión de color y sabor de las colinas exteriores. “¡Qué aburrido!“, susurró Sabrina, sintiendo la opresión del lugar. No había vida aparente, ni sonidos alegres, solo el susurro del viento entre las hojas secas. A la entrada del laberinto, había un gran letrero tallado en piedra oscura, cubierto de musgo seco. Sabrina se acercó y leyó las palabras, mientras el Señor Búho las seguía con su mirada. “AQUELLOS QUE DECIDAN DERRUMBAR LOS MUROS SE QUEDARÁN ATRAPADOS SIEMPRE, PERO SI ACEPTAS EL DESAFÍO, EL HADA DE LAS COLINAS TE RECIBIRÁ.” Sabrina frunció el ceño. “¿Derrumbar los muros? Eso suena a magia, pero una magia equivocada.” “¡Hoo, hoo! La codicia a menudo se manifiesta como el deseo de tomar un atajo, de imponer tu voluntad sobre el camino,” graznó el Señor Búho. “Debemos aceptar el desafío, Sabrina. No forzarlo.” Debajo de las letras grandes, casi invisible, había una pequeña inscripción, apenas grabada en la piedra, como si alguien la hubiera añadido después, casi como un secreto. Sabrina tuvo que acercarse mucho y frotar el musgo para poder leerla. Solo decía: “LA CLAVE ES COMPARTIR Y HALLARÁS LA LUZ.” Sabrina y el Señor Búho se miraron. La clave. El secreto para superar el laberinto. “Compartir,” dijo Sabrina en voz alta. “Eso es lo que nos salvará.” “¡Hoo, hoo! Una sabia advertencia,” afirmó el Señor Búho. “Ahora, a ver cómo se presenta el desafío.” Se adentraron en el laberinto. Las paredes de árboles se alzaban altas a cada lado, formando pasillos estrechos y sinuosos. La monotonía era abrumadora; todos los pasillos se veían iguales, todos los árboles eran iguales. Pronto, la sensación de estar perdidos comenzó a apoderarse de ellos. Dieron vueltas y vueltas, los pasillos se cruzaban y se bifurcaban, y la luz se volvió más tenue a medida que se adentraban. Después de un tiempo, llegaron a un punto donde el pasillo se abría a una pequeña glorieta circular, en cuyo centro había un pedestal de piedra. Sobre el pedestal, brillando con una luz suave y atrayente, había un objeto. Era una pequeña gema de cristal, no más grande que una bellota, que pulsaba con un arcoíris de colores internos, como si contuviera un fragmento de un arcoíris capturado. Su aura era hipnotizante, prometiendo poder y belleza. Junto a la gema, había una inscripción más pequeña: “El Cristal de los Deseos. Su poseedor puede pedir un deseo. Un solo deseo, pero cumplido sin falla. Solo hay uno.” Sabrina y el Señor Búho se miraron. Un solo deseo. La abuela Elara. La cura definitiva, sin más peligros. Todo se resolvería. La tentación de tomarla era inmensa. Sabrina estiró una mano hacia el cristal, sus ojos fijos en su brillo. “Si tuviéramos esto, Señor Búho, podríamos desear que la abuela se curara al instante, y todo terminaría. No más laberintos, no más viajes...” El Señor Búho, sintiendo la atracción del cristal, también imaginó lo que podría desear. Sabiduría infinita, la capacidad de entender todos los misterios del universo, de guiar a Sabrina sin dudar jamás. La prueba del Árbol de la Sabiduría había sido difícil. Esta gema prometía todo eso sin esfuerzo. Pero entonces, la frase del letrero volvió a su mente: “La clave es compartir y hallarás la luz.” Si solo había uno, ¿cómo podrían compartirlo? ¿Era una trampa? La gema era hermosa, pero la voz de la codicia, el deseo de poseerla para su propio fin, comenzaba a resonar en sus mentes. “¡Hoo, hoo! Sabrina,” graznó el Señor Búho, su voz luchando contra el atractivo del cristal. “Un solo deseo. Y somos dos. ¿Cómo compartimos un deseo? A menos que... a menos que el compartir no sea la gema, sino lo que representa.” Sabrina retiró su mano. El Señor Búho tenía razón. La codicia no era solo querer el objeto, sino quererlo solo para uno mismo, sin pensar en el compañero. Y el letrero decía “la clave es compartir y hallarás la luz.” Si lo tomaba ella, o el Señor Búho, el otro se quedaría sin nada. “Compartir...” susurró Sabrina. “No podemos compartir la gema. Pero sí podemos compartir el deseo de ayudarnos mutuamente.” “¡Hoo, hoo! Y el conocimiento de esta gema,” añadió el búho. “No la necesitamos. La verdadera ayuda no viene de un deseo fácil, sino de nuestros propios esfuerzos compartidos.” En ese instante, en lugar de tomar la gema, Sabrina hizo algo inesperado. Extendió su mano no hacia el cristal, sino hacia el Señor Búho, y lo tomó suavemente entre sus dedos. “Hemos llegado hasta aquí juntos, Señor Búho. La abuela necesita que lleguemos juntos. Y la sabiduría que has ganado, y la que yo he ganado, es más valiosa que cualquier deseo fácil.” El Señor Búho asintió, su mirada fija en Sabrina, no en la gema. Su amistad era el verdadero tesoro. Y en ese momento de mutua comprensión y rechazo de la codicia, el cristal de los deseos, que antes brillaba con una luz tentadora, parpadeó y se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí. El pedestal de piedra se hundió en el suelo, y el muro de árboles detrás de él se abrió lentamente, revelando no otro pasillo monótono, sino un túnel de luz. No era una luz cegadora, sino un resplandor suave y cálido que emanaba del final del túnel. El aire se llenó de un aroma a flores frescas y un zumbido melodioso. “¡La luz!“, exclamó Sabrina. “¡Lo logramos, Señor Búho! ¡La clave es compartir!” Juntos, Sabrina y el Señor Búho avanzaron por el túnel de luz. A medida que caminaban, la sensación de tedio y monotonía del laberinto se disipó por completo, reemplazada por una creciente alegría. El túnel era corto, y pronto emergieron a un claro bañado por una luz suave y etérea, llena de flores que brillaban con sus propios colores internos y el suave tintineo de campanillas invisibles. En el centro del claro, flotando a poca altura sobre una fuente de agua clara que burbujeaba con una luz plateada, estaba una figura de una belleza inigualable. Era el Hada de las Colinas Susurrantes. Era pequeña y delicada, con alas transparentes que batían suavemente, y su cabello, de un tono azul celeste, flotaba a su alrededor como una nube. Vestía un vestido hecho de pétalos de flores de rocío, y sus ojos eran de un verde esmeralda brillante, llenos de bondad y sabiduría. Una sonrisa serena iluminó su rostro al verlos. “Bienvenidos, Sabrina y Señor Búho,” dijo el Hada, su voz era como el dulce tintineo de las campanillas de un jardín de hadas. “Habéis superado la prueba del Laberinto de la Codicia. Habéis elegido la generosidad y la amistad por encima del deseo fácil. Esa es la verdadera riqueza.” Sabrina y el Señor Búho se sintieron invadidos por una sensación de paz y logro. Habían aprendido que la codicia no solo era querer demasiado, sino quererlo solo para uno mismo. La luz de la verdad brillaba más claramente que nunca. La Hada de las Colinas Susurrantes los esperaba, lista para guiarlos en el siguiente paso de su invaluable aventura.
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