ID de la obra: 329

La Pequeña Brujita y El Temible Dragon

Gen
G
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 42 páginas, 11 capítulos
Etiquetas:
Fantasy Fluff Spoilers ...
Descripción:
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Capítulo 3: El Corazón del Bosque Olvidado y el Retorno de un Gran Mago

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La luna, que había sido una aliada benevolente sobre los tejados de Lectonia, comenzó a menguar su brillo a medida que Sabrina y el Señor Búho se alejaban del último farol del pueblo. El camino, antes adoquinado y liso, se fue desdibujando, transformándose en un sendero cubierto de raíces nudosas y hojas secas que crujían bajo sus pequeños pasos. El aire, que en Lectonia olía a pan y magia, aquí adoptaba una cualidad diferente: húmedo, frío y con un vago aroma a tierra mojada y algo antiguo, algo que había estado durmiendo durante mucho tiempo. La promesa del Bosque de los Ojos y Esqueletos se cernía ante ellos, y Sabrina sintió un escalofrío que no provenía del frío de la noche. "Estamos aquí, Señor Búho," susurró Sabrina, su voz apenas un hilo en la creciente quietud. El sendero se adentraba en una espesura de árboles tan densa que las copas entrelazadas formaban un dosel casi impenetrable, bloqueando la poca luz lunar que quedaba. El bosque parecía tragar la luz, sumergiéndolos en una oscuridad que era más que la ausencia de sol; era una oscuridad que palpitaba. Y entonces, lo vieron. O, más bien, los vieron a ellos. Desde la negrura que se cernía entre los troncos retorcidos, pares de ojos brillantes comenzaron a aparecer. Algunos eran rojos como brasas, otros verdes como esmeraldas ocultas, y otros azul profundo como la medianoche. Parpadeaban lentamente, fijos en Sabrina y el Señor Búho, como si el bosque mismo estuviera observándolos con miles de pupilas curiosas y algo inquietantes. No eran ojos de animales comunes, ni luciérnagas. Eran grandes, inmóviles y parecían flotar en el aire, conectados a figuras indistintas y alargadas que apenas se vislumbraban. Y conforme se adentraban, el suelo comenzó a revelarse. No solo hojas secas, sino también ramitas y troncos caídos que, bajo la tenue luz que lograba filtrarse o el brillo de algún ojo cercano, tomaban formas extrañas, como huesos blanqueados esparcidos por el suelo del bosque. El silencio, antes solo tranquilo, ahora se llenaba de sonidos extraños. Un rasguño suave que parecía venir de ninguna parte y de todas partes a la vez. Un crujido lejano, como si algo grande se moviera entre las sombras. Y el más perturbador de todos: un suave y melancólico "silbido" que se colaba entre los árboles, como el suspiro de un gigante dormido o el murmullo de un espíritu olvidado. Sabrina sintió que su corazón comenzaba a latir con fuerza en su pecho, un pequeño tambor desbocado. Sus manos, que sujetaban su bastón con tanta determinación hacía unos minutos, ahora temblaban ligeramente. Aquella era una oscuridad que le hablaba, una que parecía susurrarle historias de cosas que preferiría no conocer. Los ojos, fijos en ella, daban la sensación de que cada uno la juzgaba, la analizaba, la esperaba. "Señor Búho," susurró Sabrina, aferrándose al brazo de su amigo con una fuerza que él apenas notaba. "T-tengo miedo. Esos ojos... y los esqueletos... ¿Qué es este lugar?" El Señor Búho, sintiendo el pequeño temblor de Sabrina, se irguió en su hombro. Sus grandes ojos redondos, que brillaban con una sabiduría inquebrantable, se dirigieron hacia los ojos que los observaban desde la oscuridad. "¡Hoo, hoo, Sabrina! ¡Ánimo, pequeña bruja!" Su voz, profunda y resonante, cortó la inquietante quietud del bosque. "Recuerda lo que te dijo la Abuela Elara: eres valiente. Estos ojos solo te observan, no te detienen. Y los esqueletos... bueno, quizás solo sean ramas con mucha imaginación. ¡Confía en tu luz interior, y esta oscuridad no podrá con nosotros!" Las palabras del Señor Búho, aunque simples, eran como un bálsamo para el corazón asustado de Sabrina. Se irguió un poco, respiró hondo y, con un pequeño apretón a su bastón, continuó caminando. El Señor Búho voló un poco por delante, sus alas batiendo suavemente, guiándola con su presencia constante. A medida que avanzaban, los ojos seguían observándolos, pero Sabrina intentó concentrarse en el suave parpadeo de su luciérnaga mágica, la misma que los había guiado a través del Cementerio de los Dedos. A veces, la luciérnaga parpadeaba más rápido, indicándoles un sendero oculto entre los "esqueletos" y evitando que se tropezaran con las raíces. El Señor Búho, con su aguda vista nocturna, señalaba los caminos más seguros, graznando suavemente cuando detectaba una rama especialmente traicionera. La presencia de su amigo era un faro en la oscuridad, una melodía constante de coraje en la sinfonía de los sonidos extraños del bosque. Llevaron lo que parecieron horas, el bosque parecía interminable, cada paso una lucha contra el miedo y la extraña atmósfera. De repente, a través de la densa negrura, Sabrina vio un brillo. No el brillo inquietante de los ojos, sino una luz cálida, constante y acogedora. "¡Mira, Señor Búho! ¡Una luz!" exclamó, con un hilo de esperanza en su voz. "¡Hoo, hoo! ¡Una casa, pequeña bruja!" respondió el búho, batiendo sus alas con más entusiasmo. Apresuraron el paso, y pronto se encontraron frente a una pequeña casa que, a pesar de su aspecto viejo y desgastado, resplandecía con una luz mágica que emanaba de todas sus ventanas. La madera de las paredes estaba gris por el tiempo, el tejado estaba cubierto de musgo y algunas tejas rotas, pero la luz que brotaba de su interior era tan brillante que iluminaba un pequeño claro alrededor. Parecía un faro en el mar de oscuridad del bosque. La puerta de la casa estaba entreabierta, invitándolos a entrar. Sabrina, con la curiosidad superando su cautela, empujó la puerta con cuidado. Un suave chirrido resonó en la quietud. El interior era sorprendente. Aunque viejo, estaba impecable. El polvo brillante flotaba en los haces de luz que se colaban por las ventanas. Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas, como si esperaran el regreso de sus dueños. Había una mesa de madera en el centro de lo que parecía ser una sala, con una tetera de plata que brillaba débilmente sobre ella, y algunas sillas de respaldo alto. Estantes vacíos cubrían las paredes, con marcas circulares que indicaban que alguna vez estuvieron llenos de frascos y libros. Todo tenía un aire de haber sido abandonado de prisa, pero con la esperanza de un pronto regreso. "Está... vacía," susurró Sabrina, recorriendo la sala con la mirada. "Pero ¿por qué tanta luz?" "Una magia poderosa se siente aquí, Sabrina," graznó el Señor Búho, revoloteando hacia la chimenea, que curiosamente, no tenía fuego, pero emitía un suave calor. "Una magia que protege, pero también una magia que espera." Exploraron la planta baja con cuidado, sus pasos resonando en el silencio. La cocina estaba llena de ollas y sartenes relucientes, pero sin comida. Un dormitorio tenía una cama grande y mullida, pero nadie dormía en ella. La casa estaba extrañamente vacía de vida, pero rebosante de una energía mágica latente. Finalmente, encontraron una escalera de madera que ascendía al segundo piso. Los escalones crujieron bajo su peso, un sonido que se sintió amplificado en la quietud. Al llegar al piso superior, el ambiente cambió. Una tenue luz azul emanaba de una habitación al final del pasillo. Con cautela, Sabrina y el Señor Búho se acercaron. Al mirar dentro, Sabrina contuvo el aliento. En el centro de la habitación, sobre lo que parecía ser una antigua cama de madera, había un hombre atado. Estaba profundamente dormido, su respiración era lenta y pausada. Tenía una larga barba blanca que le llegaba hasta la cintura, y su rostro, aunque arrugado por la edad, denotaba una gran sabiduría. Vestía unas túnicas de un azul profundo, bordadas con intrincados patrones de estrellas y lunas plateadas que brillaban débilmente en la penumbra. Gruesas cuerdas mágicas, que emitían un resplandor púrpura, lo sujetaban firmemente a la cama. El Señor Búho, al verlo, emitió un "¡Hoo, hoo!" lleno de asombro y reconocimiento. "¡Sabrina! ¡Mira sus túnicas! ¡Esas estrellas y lunas! ¡Lo reconozco! ¡Esas son las marcas de... del gran mago de los bosques! ¡Debemos desatarlo, pequeña bruja! ¡Es el único que puede explicar qué le ha pasado a este bosque!" El corazón de Sabrina dio un vuelco. ¿El gran mago de los bosques? Su emoción y la urgencia en la voz del Señor Búho disiparon cualquier rastro de miedo. Sin dudarlo, comenzó a examinar las cuerdas mágicas. Eran fuertes, pero no insuperables para una bruja como ella. Concentrándose, Sabrina susurró un pequeño contra-hechizo de desatadura, y con un suave destello de su varita, las cuerdas púrpuras se aflojaron y se deslizaron, cayendo al suelo como serpientes dormidas. Una vez libre, el anciano respiró hondo, sus ojos parpadearon y se abrieron lentamente. Eran de un azul brillante y profundo, como si contuvieran galaxias enteras. Miró a Sabrina y al Señor Búho con una expresión de sorpresa, y luego una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro. "¡Por las estrellas danzarinas! ¡Estoy libre! ¿Quiénes sois, pequeños héroes? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?" Su voz era suave y melodiosa, como el murmullo de un río. "Soy Sabrina, y este es mi amigo, el Señor Búho," dijo la pequeña bruja, un poco cohibida ante la presencia de un mago tan imponente. "Lo encontramos atado, y el Señor Búho dijo que lo reconocía por sus túnicas..." El anciano se incorporó, estirándose con un suave crujido de sus viejos huesos. Se frotó la barba pensativamente. "Así que el Señor Búho me reconoció, ¿eh? Es un buen ojo el que tiene tu amigo, pequeña Sabrina. Yo soy Merlín. Merlín, el mago de estos bosques." Sabrina y el Señor Búho abrieron los ojos con asombro. ¡Merlín! El mago legendario del que su abuela le había contado tantas historias. "Pero, ¿qué le pasó, Merlín? ¿Quién lo ató aquí?" preguntó Sabrina, su voz llena de preocupación. Merlín suspiró, y una nube de polvo brillante flotó de su barba. "Ah, una historia triste, pequeña bruja. Hace algún tiempo, una fuerza oscura llegó a este bosque. Una bruja de inmenso poder, con un corazón lleno de descontento y un deseo de transformar la belleza en fealdad. La llaman la Bruja de las Mil Caras, porque puede cambiar su apariencia a voluntad para engañar y confundir." "Ella... ella me desafió," continuó Merlín, su voz volviéndose un poco más grave. "Luchamos, Sabrina, con toda la magia que poseía. Pero su magia es... insidiosa. No ataca el cuerpo, sino el alma, la alegría. Me abrumó, me engañó, y me dejó atado aquí, en este sueño profundo. Ella es la responsable de la transformación de este bosque. Antes, era el Bosque de las Sonrisas y los Abrazos, lleno de criaturas alegres y flores que cantaban. Pero la Bruja de las Mil Caras lo retorció, lo llenó de sombras y de esos ojos que observan, y de las visiones de esqueletos que ves en las ramas retorcidas. Mientras yo esté aquí, atado, ella tiene el control." Merlín se levantó de la cama, cojeando ligeramente. Se acercó a un pequeño cofre de madera antigua y, al abrirlo, el interior brilló con una luz esmeralda. De allí, sacó un pequeño báculo. No era grande y majestuoso, sino un bastón de madera pulida, del tamaño adecuado para la mano de Sabrina, con una pequeña gema de cuarzo en la punta que emitía un suave latido de luz. "Sabrina," dijo Merlín, tendiéndole el báculo. "Yo aún estoy débil. Mi magia se está recuperando de la batalla. No puedo enfrentarla. Pero tú... tú tienes un corazón puro, una magia que no conoce la maldad. Este báculo amplificará tu propia luz. Es un báculo de la alegría, y la Bruja de las Mil Caras no puede soportar la alegría pura. Debes ir a derrotarla." "¿Yo? ¿Derrotar a una bruja tan poderosa?" preguntó Sabrina, sus ojos redondos de asombro, mientras tomaba el báculo. Sentía un calor suave emanar de él. "No te preocupes por su poder, sino por su debilidad," respondió Merlín con una sonrisa sabia. "Ella odia la felicidad. Para encontrarla, deberás atravesar el Río de las Risas. Ten mucho cuidado, porque a pesar de su nombre, es un lugar extraño. Está lleno de payasos saltarines y zombies bailarines muy chistosos. Ellos no te harán daño, pero intentarán hacerte reír sin parar para distraerte, y eso puede ser agotador." Sabrina miró el báculo y luego al Señor Búho, que asintió con seriedad. La misión de curar a la abuela era importante, pero liberar a Merlín y devolver la alegría al bosque... eso también era algo que su corazón le decía que era correcto. "Merlín," dijo Sabrina con determinación, sosteniendo el báculo con firmeza. "Nos desviaremos de nuestro camino. ¡Ayudaremos a liberarte y a este bosque! El Señor Búho y yo detendremos a la Bruja de las Mil Caras." Merlín sonrió, una sonrisa que irradiaba gratitud y esperanza. "Sabía que tenías el coraje, pequeña Sabrina. ¡Ve, y que la alegría te guíe!" Con el nuevo báculo en mano y la bendición de Merlín, Sabrina y el Señor Búho salieron de la casa iluminada y se adentraron nuevamente en el Bosque de los Ojos y Esqueletos, pero esta vez con un propósito renovado. El camino hacia el Río de las Risas no era largo, y pronto comenzaron a escuchar un sonido peculiar que se acercaba, un sonido que era una mezcla extraña de risitas nerviosas, "boings" de resortes y música de circo desafinada. El Río de las Risas no era un río de agua, sino de un líquido brillante que se movía con una corriente lenta y perezosa, reflejando las pocas luces que aún se filtraban del bosque. Y, justo como había dicho Merlín, estaba lleno de sus extraños habitantes. Payasos de todos los tamaños y colores saltaban en las orillas, con narices rojas que emitían pequeños "¡piff!" al presionarlas, y trajes a rayas que parecían hechos de chistes. Bailaban de forma desgarbada, haciendo piruetas y contorsiones imposibles, con risas contagiosas que se mezclaban con la música. Y entre ellos, flotando y moviéndose con movimientos aún más extraños, estaban los zombies bailarines. No eran aterradores; sus rostros pálidos y descompuestos estaban adornados con sonrisas dibujadas con pintura de colores, y sus ojos, aunque hundidos, brillaban con una alegría algo forzada. Bailaban el "macarena" de forma robótica, luego el "vals de los pasos torpes", chocando entre sí con gemidos cómicos y caídas inesperadas que terminaban en risas guturales. Algunos tenían sombreros de copa torcidos, otros corbatas de puntos gigantes. "¡Hola, pequeñita! ¡Únete a la diversión!" chilló un payaso con el pelo verde, mientras intentaba hacer malabares con tres manzanas que se le caían repetidamente. "¡Baila con nosotros! ¡No hay tristezas aquí!" gemía un zombie con un tutu rosa, que intentaba hacer un giro de ballet y terminaba tropezando con sus propios pies. Sabrina y el Señor Búho intentaron cruzar el río usando algunas rocas que sobresalían, pero los payasos y zombies se interponían, haciendo bromas, contándole chistes malos y gesticulando para que se unieran a su baile. Era difícil no reírse, no por el humor de los chistes, sino por lo absurdamente extraña que era toda la situación. Sabrina sentía un cosquilleo en la nariz y los labios, conteniendo la risa, porque sabía que si empezaba, no podría parar. "¡Concéntrate, Sabrina! ¡No les sigas el juego!" graznó el Señor Búho, esquivando un globo de agua que un payaso intentó lanzarle. "¡Lo intento, Señor Búho, pero son tan... chistosos!" respondió Sabrina entre dientes, evitando la mano de un zombie que intentaba tomarla para unirse a un conga improvisada. La situación era agotadora, pero Sabrina recordó que la Bruja de las Mil Caras odiaba la alegría. Quizás el secreto estaba en su propio humor. Finalmente, con el báculo de Merlín emitiendo un brillo suave para ayudar a repeler las distracciones más persistentes, lograron llegar a la otra orilla del Río de las Risas. Más allá, el bosque se sentía aún más denso y sombrío, y los ojos brillantes parecían concentrarse en un solo punto en la distancia. Siguiendo la indicación de los ojos, Sabrina y el Señor Búho llegaron a un claro donde la oscuridad era casi absoluta, salvo por un tenue y palpitante resplandor violeta que emanaba de una figura central. Allí, levitando ligeramente sobre el suelo, estaba la Bruja de las Mil Caras. Su forma cambiaba constantemente: a veces era una anciana arrugada, luego una niña con una sonrisa maliciosa, luego una figura alta y sombría. Todas sus apariencias compartían un par de ojos fríos y sin vida, que ahora se fijaban en Sabrina con furia. "¡Así que habéis llegado, pequeña bruja!" su voz resonó, cambiando de tono con cada transformación. "¡Habéis osado perturbar mi reino de sombras! ¡No hay alegría aquí!" Sabrina sintió un nudo en el estómago, pero la determinación que había crecido en ella desde que dejó a su abuela no le permitió retroceder. Sostuvo el báculo de Merlín con ambas manos. "¡Este bosque no es tuyo! ¡Merlín lo ha dicho! ¡Y la alegría es más fuerte que cualquier sombra que puedas crear!" La Bruja de las Mil Caras rió, un sonido áspero y discordante que hizo temblar las hojas. "¡Estúpida niña! ¡La alegría es una debilidad! ¡Yo la erradicaré de este mundo!" Se preparó para lanzar un hechizo, sus manos brillantes con energía oscura. El Señor Búho, viendo la oportunidad, graznó a Sabrina: "¡Ahora, Sabrina! ¡El hechizo! ¡El hechizo que te dio Merlín!" Sabrina, recordando las palabras de Merlín sobre un "conjuro muy chistoso", cerró los ojos por un instante, concentrándose. El báculo en sus manos vibró con fuerza. Abrió los ojos, y con una mezcla de valentía y un toque de travesura, apuntó el báculo hacia la Bruja de las Mil Caras y, con una voz clara y fuerte, entonó el conjuro más absurdo que se le ocurrió, pero con toda la intención de la alegría en su corazón: "¡Oh, Bruja de las Mil Caras, de risa amarga y ceño fruncido! ¡Que tus sombras se disuelvan y tu magia se haga... ¡un pudín! ¡Que tus pies se vuelvan blandos, y tus manos... ¡gelatina! ¡Y que tu ser entero baile la danza de la patata asesina!" Al pronunciar el conjuro, el báculo de Merlín estalló en una explosión de luz brillante y multicolor. No era una luz dañina, sino una explosión de pura, incontrolable alegría. La luz golpeó a la Bruja de las Mil Caras, y algo increíble sucedió. La bruja, que antes cambiaba de forma con frialdad, comenzó a retorcerse. Sus mil caras se congelaron en una expresión de absoluto desconcierto, luego en una risa forzada que se volvió genuina. Sus pies se volvieron blandos, y empezó a tambalearse, sus movimientos se volvieron desgarbados y chistosos, como si estuviera bailando contra su voluntad la "danza de la patata asesina" que Sabrina había conjurado. La Bruja de las Mil Caras no podía detenerse. Se reía y bailaba sin control, su magia se deshilachaba en hilos de purpurina. Su voz se volvió chillona, su furia se transformó en pura exasperación cómica. El báculo de Sabrina seguía emitiendo destellos de luz juguetona, y la bruja, incapaz de mantener sus sombras, comenzó a encogerse, a disolverse en pequeñas nubes de humo rosa y azul que olían a algodón de azúcar y risa. Con un último "¡Noooooo...jajajaja!", la Bruja de las Mil Caras desapareció por completo, dejando solo una pequeña pila de confeti brillante y el eco de una risa tonta. En el instante en que la bruja se desvaneció, el Bosque de los Ojos y Esqueletos comenzó a transformarse. Los ojos brillantes que flotaban en la oscuridad se convirtieron en flores luminosas de mil colores, parpadeando como pequeñas estrellas. Los esqueletos de ramas retorcidas se enderezaron y brotaron hojas verdes y vibrantes, y el suelo se cubrió de un césped suave y flores que, en lugar de cantar, susurraban palabras amables. El aire se llenó del dulce aroma de las mieles y de los sonidos de pájaros que regresaban a sus nidos. El silbido melancólico se transformó en una suave melodía de flautas de viento. El bosque, que antes era un lugar de miedo y sombras, había regresado a ser el Bosque de las Sonrisas y los Abrazos. Las criaturas del bosque, antes escondidas, comenzaron a aparecer, pequeñas hadas danzarinas, conejos saltarines, y ciervos de ojos brillantes. Todos sonreían y se daban pequeños abrazos, como si una gran carga hubiera sido levantada. De repente, una luz brillante apareció en el claro, y la figura de Merlín se materializó ante ellos, ya no cojeando, sino erguido y con su túnica brillando con todo su esplendor. Su barba blanca flotaba alrededor de su rostro, y sus ojos azules irradiaban poder y gratitud. "¡Sabrina! ¡Señor Búho! ¡Lo habéis logrado!" exclamó Merlín, su voz resonando con alegría. "¡La Bruja de las Mil Caras ha sido derrotada! ¡Y el Bosque de las Sonrisas y los Abrazos ha vuelto a su esplendor! No sé cómo agradeceros lo que habéis hecho. Habéis liberado mi magia y traído la felicidad a este lugar." Sabrina sintió una oleada de orgullo. "Nos alegra haber podido ayudar, Merlín," dijo con una sonrisa. "Pero ahora, necesitamos continuar con nuestra misión original. Mi Abuela Elara está enferma y necesitamos un ingrediente de la Cueva del Drago. ¿Sabe dónde queda?" Merlín se frotó la barba, pensativo. "Ah, la Cueva del Drago," murmuró. "Me temo, pequeña bruja, que la Cueva del Drago no se encuentra en este bosque. La Bruja de las Mil Caras cambió muchas cosas, y mis recuerdos se mezclaron. La Cueva del Drago... está mucho más lejos de lo que pensaba." Sabrina y el Señor Búho intercambiaron una mirada de ligera decepción, pero Merlín continuó con una sonrisa tranquilizadora. "Pero sé dónde está," aseguró el mago. "Debéis ir al otro lado de las Montañas Murmurantes, al pueblo de Dulce y Agonía. Allí, encontraréis un camino que os llevará directamente a la Cueva del Drago. Y ya que vuestro corazón es tan noble y habéis restablecido el equilibrio aquí, os encomiendo otra tarea que puede ayudaros. En Dulce y Agonía, buscad a la hechicera del tiempo, Matilda. Ella es la única que puede ajustar el flujo del tiempo para que vuestra abuela tenga el tiempo que necesita para recuperarse completamente, una vez que tengáis la cura del Drago. Para llegar a Dulce y Agonía y encontrar a Matilda, tendréis que atravesar las Montañas Dulce y Panes. Son un lugar de maravillas culinarias y caminos empinados, así que aseguraos de llevar algo delicioso para el viaje." Sabrina suspiró, un poco cansada de tanto viaje, pero la nueva misión era clara. "Gracias, Merlín. Iremos a Dulce y Agonía y buscaremos a Matilda." "¡Hoo, hoo! ¡Otra aventura nos espera, Sabrina, y con el tiempo de nuestro lado!" graznó el Señor Búho, listo para volar. Merlín les dio una última bendición, deseándoles buena suerte y prometiendo que el Bosque de las Sonrisas y los Abrazos siempre sería un lugar seguro para ellos. Con una última mirada a la casa iluminada y al bosque que ahora rebosaba de alegría, Sabrina y el Señor Búho se despidieron del gran mago. El camino hacia Dulce y Agonía se extendía ante ellos, prometiendo nuevas aventuras y, con suerte, la cura para la Abuela Elara.
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