Capítulo 4: Las Montañas Dulce y Panes
5 de julio de 2025, 10:46
El Bosque de las Sonrisas y los Abrazos, ahora revitalizado y lleno de vida, se desvaneció lentamente detrás de Sabrina y el Señor Búho. Dejaron atrás la calidez del hogar de Merlín y el eco de las risas de los payasos, y se adentraron en un nuevo camino que ascendía suavemente. El aire comenzó a cambiar una vez más; ya no era húmedo y terroso, sino que adquiría un aroma sorprendentemente delicioso, como el de una panadería gigante o una fábrica de dulces. El sol de la mañana, que comenzaba a asomarse por el horizonte, proyectaba un brillo suave sobre el paisaje, revelando los primeros indicios de la maravilla que les esperaba.
"Las Montañas Dulce y Panes, Sabrina," graznó el Señor Búho, volando un poco más alto y observando el horizonte con sus grandes ojos. "Recuerda las palabras de Merlín: son tentadoras, pero también pueden ser engañosas. Hay que ser astuto con los dulces."
El camino se elevaba, y con cada paso, el mundo a su alrededor se volvía cada vez más... comestible. La tierra bajo sus pies no era la habitual tierra de bosque, sino un suave y esponjoso terreno que parecía hecho de harina fina, con un polvo azucarado que brillaba con el rocío de la mañana. Los arbustos que bordeaban el sendero tenían hojas de menta cristalizada y bayas de caramelo brillante que colgaban como joyas multicolores.
Sabrina no pudo evitar abrir la boca con asombro. Las montañas que se alzaban en la distancia no eran de roca gris o verde. Eran un festín visual de colores pastel: suaves rosas de merengue, azules cielo de algodón de azúcar, amarillos cremosos de vainilla y verdes menta. Parecían inmensos postres gigantes, cubiertos de "nieve" de azúcar glass que centelleaba bajo la luz del sol.
Al adentrarse más en el paisaje, descubrieron que los árboles no eran de madera. Sus troncos eran de un profundo y tentador chocolate oscuro, algunos con vetas de chocolate blanco, y sus ramas estaban cubiertas de caramelos duros de todas las formas y tamaños, que colgaban y tintineaban suavemente con la brisa. Las hojas eran de obleas finas y crujientes, con bordes glaseados, y algunas incluso tenían pequeños bombones anidados entre ellas.
"¡Señor Búho, esto es increíble!" exclamó Sabrina, sus ojos redondos brillando con fascinación. No había visto nada parecido en sus viajes. Todo era tan hermoso y olía tan bien. Su estómago rugió ligeramente, tentado por el sinfín de delicias que la rodeaban.
Mientras caminaban, vieron movimiento entre los "árboles" de chocolate. Pequeños conejos, suaves y redondos, hechos de pan recién horneado, saltaban y mordisqueaban migas de un césped que parecía bizcocho. Sus orejas eran de galleta de jengibre y sus colas, pequeñas bolitas de crema batida. Más allá, majestuosos venados de mermelada brillante, con astas de regaliz retorcido, pastaban tranquilamente en campos de malvaviscos esponjosos. Cuando se movían, dejaban un rastro brillante de gelatina y el dulce aroma de la fruta.
Incluso las criaturas más pequeñas eran parte de la magia. Hormigas de dulce, chistosas y laboriosas, con patas de fideos de chocolate y cuerpos de gominola, marchaban en fila llevando pequeñas migas de galleta de chispas de chocolate. Hacían un sonido peculiar al caminar, como el de pequeños chasquidos de caramelo. Algunas, al pasar junto a ellos, incluso hacían un guiño con sus ojos de pasas.
El suelo, que parecía harina, era suave y ligeramente pegajoso en algunos lugares, como si hubieran derramado jarabe de arce. Cada vez que Sabrina pisaba, dejaba una pequeña huella que parecía un molde de galleta, y una ligera nube de "polvo" dulce se levantaba. Era un lugar donde la fantasía culinaria se había hecho realidad, y cada vista, cada aroma, era una invitación a probar.
Sabrina se acercó a un árbol de chocolate con unas ramas especialmente grandes y brillantes de caramelos de arcoíris. Su mano se extendió instintivamente hacia uno de ellos. Era tan brillante, tan perfecto, tan... comestible.
Pero justo antes de que sus dedos tocaran el caramelo, el Señor Búho voló rápidamente y se interpuso entre ella y el árbol. "¡Alto, Sabrina! ¡Hoo, hoo! ¡Recuerda lo que dijo Merlín y lo que te advertí!" graznó con seriedad, sus grandes ojos fijos en ella. "¡Este lugar es una trampa dulce! Si comes algo de aquí, incluso una pequeña migaja, tu cuerpo se volverá pesado como el caramelo más denso, y tu mente se sumirá en un sueño profundo y eterno. ¡Te convertirías en parte de la montaña, un dulce más para su colección, y nunca más despertarías!"
La mano de Sabrina se retiró rápidamente, un escalofrío de comprensión recorriendo su espalda. Miró el caramelo con nuevos ojos, ya no como una tentación deliciosa, sino como una promesa peligrosa. La belleza del lugar ahora tenía un matiz inquietante.
"¡Oh, Señor Búho! ¡Gracias! Casi cometo un error terrible," dijo Sabrina, un poco pálida. "Es tan... tentador. ¿Cómo resistimos?"
"Con la mente clara y el estómago lleno de la sopa de Lectonia," respondió el Señor Búho con una pequeña sonrisa. "Aquí, cada dulce es un desafío, pequeña bruja. Nuestra misión es encontrar el camino a Dulce y Agonía, no convertirnos en un pastelillo. Necesitamos encontrar al Árbol Parlante. Merlín me dijo que él conoce los secretos de estas montañas y el camino correcto a través de ellas."
La nueva meta estaba clara. Debían moverse con cautela, resistiendo la tentación de este delicioso y engañoso paisaje. A pesar de la advertencia, la alegría innata de Sabrina no podía ser contenida por completo. Mientras avanzaban, manteniendo sus manos lejos de cualquier cosa que pareciera comestible, Sabrina comenzó a sentir una nueva forma de interactuar con el entorno.
Al pasar junto a un grupo de conejos de pan que saltaban juguetones, Sabrina no los mordió, pero sí se inclinó y les dio unas suaves palmaditas en sus cabezas de pan. Eran suaves y ligeramente cálidos al tacto, y los conejos respondían con pequeños "crujidos" de placer.
Luego, al ver a los venados de mermelada pacer en el campo de malvaviscos, Sabrina no les comió las astas de regaliz, pero sí comenzó a moverse al ritmo de los sonidos del bosque, sus pies danzando ligeramente sobre el suelo de harina. Giraba y daba pequeños saltos, como si estuviera bailando con el propio espíritu de las Montañas Dulce y Panes. Los conejos de pan la miraban con curiosidad, y algunos de los venados de mermelada incluso levantaban la cabeza y movían sus astas al compás.
Las hormigas de dulce chistosas, al verla bailar, se detenían en su camino, algunas de ellas haciendo pequeños y cómicos "saltos" en el lugar, como si intentaran imitarla.
Era una danza de resistencia, una forma de disfrutar la belleza del lugar sin caer en su peligrosa trampa. El Señor Búho la observaba con una sonrisa de sus grandes ojos. Sabrina no solo estaba atravesando las montañas; estaba encontrando la alegría en el desafío, bailando con la vida que este peculiar lugar ofrecía, pero siempre consciente de su verdadera naturaleza.
Mientras Sabrina y el Señor Búho continuaban su búsqueda del Árbol Parlante, internándose cada vez más en el dulce paisaje, el aroma a chocolate y caramelo se hacía más intenso, casi abrumador. El camino que seguían serpenteaba entre montículos de magdalenas gigantes y lagos de pudín espumoso. El sol, ahora más alto en el cielo, hacía que las coberturas de glaseado de los árboles brillaran como diamantes.
Fue entonces cuando un movimiento sutil en la periferia de su visión llamó la atención del Señor Búho. Un suave deslizamiento, casi inaudible sobre el suelo de harina. De detrás de un enorme árbol de chocolate oscuro, del que colgaban gomitas de colores brillantes, apareció una figura inusual.
Era una serpiente. Pero no una serpiente común. Su cuerpo era de un reluciente caramelo de fresa, con escamas de chocolate blanco que se superponían como pequeñas conchas. Sus ojos eran dos brillantes cerezas confitadas y su lengua bífida, de un color rosa pálido, parecía hecha de chicle. En su cabeza, llevaba una pequeña corona de azúcar hilado que centelleaba.
La serpiente se deslizó hacia ellos con una elegancia sorprendente, emitiendo un sonido suave, como el crujido de papel de celofán. Al acercarse, un aroma peculiar se desprendió de ella: dulce, sí, pero con un matiz apenas perceptible de algo… amargo, como el chocolate muy oscuro o una fruta exótica que no era del todo madura.
"¡Hola, viajeros!" siseó la serpiente con una voz que era sorprendentemente melosa, casi cantarina. "Me llamo Amargoso. ¡Qué alegría ver caras nuevas en estas dulces montañas! Parece que están buscando algo, ¿verdad? Tal vez pueda ayudarles. ¡Siempre es bueno hacer nuevos amigos!"
El Señor Búho, que había estado observando a la serpiente con un ojo entrecerrado desde el momento en que apareció, emitió un "¡Hoo, hoo!" bajo y rápido, un sonido que Sabrina reconoció como una advertencia silenciosa. Se posó más firmemente en el hombro de Sabrina, sus garras aferradas suavemente a su capa, como si la estuviera anclando.
"No, Sabrina," graznó el Señor Búho, su voz llena de precaución. "Esta serpiente... No me gusta su olor. Ese matiz amargo... no confío en ella. Dice que quiere ser tu amigo, pero sus ojos de cereza confitada tienen un brillo que no es el de la amistad. ¡Mantente alerta!"
Sabrina miró a la serpiente Amargoso. Era tan bonita, tan brillante. ¿Cómo podía algo tan hecho de dulce ser malo? La advertencia del Señor Búho la puso un poco nerviosa, pero la serpiente sonreía de una manera tan amable, y sus escamas de chocolate blanco parecían tan suaves.
"Oh, Señor Búho," respondió Sabrina, bajando la voz. "Pero es de dulce. ¡Todo lo dulce aquí es tan... bueno! Quizás solo tiene un nombre un poco inusual, Amargoso. No creo que quiera hacernos daño."
La serpiente Amargoso, notando la indecisión de Sabrina y la desconfianza del búho, se deslizó un poco más cerca, su cola de caramelo de fresa formando elegantes espirales en el suelo de harina. "¡Oh, por supuesto que soy buena! ¡Tan dulce como el más delicioso mazapán, pequeña bruja!" siseó, y su sonrisa pareció ensancharse un poco, mostrando unos pequeños "dientes" hechos de almendras. "De hecho, me dirijo hacia el mismo lugar que ustedes. He oído que buscan al gran Árbol Parlante. ¡Yo también quiero conocerlo! Tengo una pregunta muy importante que hacerle, algo que solo un árbol tan sabio podría responder."
La serpiente Amargoso continuó, su voz volviéndose más persuasiva. "Quizás podríamos ir juntos. Estas montañas son grandes, y el camino al Árbol Parlante no es obvio para los forasteros. Mi conocimiento de los atajos y pasajes ocultos podría ser muy útil. Además," añadió con un tono ligeramente melancólico, "es tan solitario en estas montañas. ¡Sería maravilloso tener compañía en mi viaje!"
Sabrina sintió una punzada de compasión. La serpiente parecía tan sincera, y su deseo de ver al Árbol Parlante sonaba genuino. Además, ¿quién podría resistirse a una criatura tan dulce y, al parecer, tan amable?
"¿Ves, Señor Búho? Solo quiere compañía," susurró Sabrina a su amigo, acariciando suavemente sus plumas. "Y dice que conoce atajos. Eso nos ahorraría mucho tiempo. La Abuela Elara nos espera."
El Señor Búho negó con la cabeza, sus ojos de búho fijamente en la serpiente. "¡Sabrina, no te dejes engañar por la apariencia! Un corazón puede estar cubierto de dulce, pero ser amargo por dentro. ¡Mi instinto me dice que hay algo que no está bien! Ha estado aquí por mucho tiempo, quizás demasiado. No confío en ese brillo en sus ojos de cereza."
La serpiente Amargoso observó la conversación, inclinando ligeramente su cabeza, como si no entendiera el debate. "Solo deseo ayudar," siseó con una voz que sonaba un poco más triste, casi suplicante. "Mi pregunta para el Árbol Parlante es muy personal, muy importante para mí. Y no conozco el camino tan bien como un guía..."
Sabrina sintió que su corazón se ablandaba. La serpiente parecía tan vulnerable. Además, la idea de un atajo era muy tentadora. Si podían llegar a Matilda más rápido, la Abuela Elara estaría menos tiempo sin su cura.
"Señor Búho," dijo Sabrina en voz baja, pero con un toque de firmeza en su tono. "Por favor, dale una oportunidad. Parece muy sola. Y si conoce atajos, podría ser de gran ayuda. Solo esperemos un momentito mientras lo convenzo."
El Señor Búho suspiró, un sonido que sonaba como el suave batir de alas. Conocía la bondad del corazón de Sabrina, pero también su ingenuidad. Había visto a muchas criaturas de apariencias engañosas en sus largos años. Sin embargo, sabía que a veces Sabrina necesitaba aprender por sí misma, aunque él siempre estaría allí para protegerla. "¡Hoo, hoo! Muy bien, Sabrina," graznó, con un tono resignado. "Pero prometo que la vigilaré con mis dos ojos. Si hace algo sospechoso, ¡te lo haré saber al instante!"
Sabrina sonrió, aliviada. Se giró hacia la serpiente Amargoso. "La serpiente Amargoso, el Señor Búho y yo hemos decidido que puedes acompañarnos," dijo Sabrina. "Pero debes prometernos que no intentarás engañarnos ni hacernos daño. Y que nos guiarás al Árbol Parlante y luego a Dulce y Agonía."
La serpiente Amargoso hizo una reverencia con su cabeza de caramelo, sus ojos de cereza brillando con una satisfacción que Sabrina interpretó como alegría. "¡Oh, muchas gracias, pequeña bruja! ¡No se arrepentirán! ¡Seremos los mejores amigos!" Siseó, y su cuerpo de caramelo de fresa se enderezó, como si estuviera emocionada.
Y así, con la nueva y algo dudosa compañía de la serpiente Amargoso, Sabrina y el Señor Búho continuaron su viaje a través de las Montañas Dulce y Panes. La serpiente se deslizó por delante de ellos, señalando pasajes entre los árboles de chocolate y los campos de malvaviscos, y los tres se unieron a la aventura de hallar al misterioso Árbol Parlante, cada uno con sus propias esperanzas y, en el caso del Señor Búho, sus propias y silenciosas precauciones.
El dulce aroma del lugar los envolvía, y el crujido de los dulces y el pan bajo sus pies les recordaba constantemente dónde estaban. La misión de encontrar a Matilda y la Cueva del Drago seguía siendo la meta, pero ahora, el camino se había vuelto aún más interesante y, tal vez, un poco más peligroso.