ID de la obra: 329

La Pequeña Brujita y El Temible Dragon

Gen
G
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 42 páginas, 11 capítulos
Etiquetas:
Fantasy Fluff Spoilers ...
Descripción:
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Capítulo 11: El Árbol Vigilante y el Silbato de Piedra

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Mientras Sabrina se adentraba en el camino del Árbol del Conocimiento, el Señor Búho, con un aire de profunda concentración, tomó el sendero de la izquierda, hacia el Árbol de la Sabiduría. El camino que eligió era diferente al de su amiga; este no estaba cubierto de hojas parecidas a pergaminos, sino de una tierra más oscura y compacta, salpicada de pequeñas rocas pulidas por el tiempo. Los árboles a cada lado eran robustos y antiguos, con troncos anchos y ramas gruesas que se extendían como brazos musculosos, cargados con frutos redondos y brillantes de todos los tonos del oro y el ámbar, que colgaban como joyas maduras. El aire aquí era más denso, cargado con el aroma de la tierra húmeda y un sutil matiz a madera vieja y verdades guardadas. El Señor Búho voló un poco por encima del camino, sus grandes ojos redondos escaneando el entorno. Sentía una curiosidad intelectual picarle las plumas. La sabiduría no era solo algo que se leía en libros; era algo que se observaba, se vivía y se comprendía. Había acompañado a Sabrina en cada paso de su aventura, aprendiendo junto a ella la confianza, la amistad y el verdadero valor del esfuerzo. Ahora, era su turno de enfrentar un desafío por su cuenta, de poner a prueba su propia perspicacia. La luz que se filtraba a través de las hojas de los árboles creaba un mosaico de sombras danzarinas en el suelo, y el silencio era tan profundo que el batir de sus propias alas le parecía un estruendo. Había una sensación de vigilancia en el aire, como si los propios árboles lo observaran con una atención silenciosa. Finalmente, el sendero se abrió a un vasto claro, y allí, imponente y misterioso, se alzaba el Árbol de la Sabiduría. Era una visión que hizo al Señor Búho graznar con asombro. Este árbol era gigantesco, su tronco tan masivo que parecía haber sido tallado de la propia montaña. Su corteza no era lisa, sino rugosa y profunda, con grietas que parecían antiguos grabados. Lo más impresionante eran sus ojos. No eran ojos literales, sino innumerables nodos oscuros y redondos, de diferentes tamaños, esparcidos por todo su tronco y sus ramas más gruesas, cada uno con una pupila que parecía seguir cada movimiento del búho. Algunos eran pequeños como canicas, otros grandes como platos, y todos miraban con una intensidad silenciosa. Además de los ojos, el Árbol de la Sabiduría poseía algo que el Señor Búho no había anticipado: brazos. Eran ramas increíblemente gruesas y flexibles que se extendían y curvaban, no al azar, sino con una intención casi humana, como si el árbol estuviera a punto de abrazar o señalar. Estaban cubiertos de los mismos frutos brillantes, que colgaban como brazaletes frutales. Una poderosa aura de antigüedad y una presencia inmensa emanaba de él. El Árbol de la Sabiduría no estaba dormido, sino increíblemente despierto, observando. El Señor Búho se acercó con cautela, sintiendo la miríada de ojos fijos en él. Voló hasta posarse en una rama baja, a una distancia respetuosa del tronco principal. Abrió su pico para preguntar. "¡Hoo, hoo! Gran Árbol de la Sabiduría," graznó el Señor Búho, su voz clara y resonante. "Busco el camino a Dulce y Agonía, y la ubicación de la hechicera del tiempo, Matilda. ¿Podrías guiarme?" El Árbol de la Sabiduría respondió de inmediato. Un suave murmullo, como el de miles de voces susurrando secretos ancestrales, surgió de su tronco. Luego, de uno de sus ojos más grandes, brotó un sonido, un lenguaje extraño y gutural, lleno de clics, chasquidos y silbidos, completamente incomprensible para el Señor Búho. Era una cacofonía de sonidos que no formaban palabras, solo una serie de vibraciones y tonos indescifrables. El Árbol pareció inclinarse, como esperando una respuesta, sus innumerables ojos parpadeando lentamente. El Señor Búho ladeó la cabeza. "¿Perdón? ¡Hoo, hoo! No entiendo. ¿Podrías hablar en un idioma que comprenda, por favor?" El Árbol repitió la misma serie de sonidos incomprensibles, sus brazos-ramas extendiéndose ligeramente, como si ofreciera algo que el búho no podía ver. Claramente, no iba a ser tan sencillo. Justo en ese momento, una figura pequeña y peculiar emergió de detrás de una de las grandes raíces del Árbol de la Sabiduría. Era un niño, no más alto que el muslo del Ogro Narizón, pero no un niño humano. Tenía la piel áspera y nudosa como la corteza de un árbol joven, y su cabello era un revoltijo de hojas secas y ramitas. Vestía ropas viejas y remendadas, como un espantapájaros de bosque, con parches de tela de saco y botones de madera. Sus ojos eran dos pequeñas bayas brillantes y llevaba una flauta extraña en sus manos. No era de madera ni de metal, sino tallada toscamente en una piedra grisácea, con agujeros irregulares. El niño árbol llevó la flauta de piedra a sus labios y comenzó a tocar. La melodía que brotó no era grandiosa, sino extraña y contagiosa: una secuencia de notas agudas y graves que saltaban y rebotaban, invitando al movimiento. Mientras tocaba, el niño árbol comenzó a bailar, sus movimientos desgarbados y alegres, agitando sus ropas viejas y haciendo crujir las hojas de su cabello. Giraba, saltaba y se inclinaba con una energía inagotable, sus pequeños pies nudosos apenas tocando el suelo. Después de un minuto de su peculiar danza, el niño árbol bajó la flauta, su rostro de corteza sonriendo. Sus ojos de baya se fijaron en el Señor Búho. "¡Saludos, sabio volador!" chirrió el niño, su voz era como el crujido de las ramas secas al viento. "El Gran Árbol de la Sabiduría es muy, muy viejo. Tan viejo que ha olvidado el lenguaje de las criaturas más jóvenes. Solo habla el idioma de las raíces profundas. Pero yo puedo decirte cómo hacer que te hable en tu idioma, ¡hoo, hoo! para que entiendas sus secretos." El niño árbol imitó el graznido del búho con una divertida precisión. El Señor Búho, intrigado por el peculiar niño, ladeó su cabeza. "Dime, pequeño. ¿Cómo puedo hacer que el Árbol de la Sabiduría me hable?" "Fácil, fácil," respondió el niño, dando una pequeña vuelta. "El Árbol solo hablará el lenguaje de tu corazón si le das de comer la Manzana de Colores. No es una manzana cualquiera, ¿sabes? Brilla con todos los matices del sol poniente y posee la dulzura de mil recuerdos." "¿Y dónde encuentro esa Manzana de Colores?", preguntó el Señor Búho, ya imaginando una nueva etapa de su desafío. "¡Ah, la Manzana de Colores!" El niño árbol hizo un gesto dramático con su flauta. "Se encuentra en la Cabaña de los Murciélagos de Algodón, custodiada por la temible Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo. Es una mujer gigantesca, ¡más alta que diez árboles juntos! Y es muy, muy gruñona." El niño árbol bajó la voz a un susurro conspirador. "Pero tiene una debilidad. Le encanta reír. Aunque es difícil hacerla reír, porque ha visto todas las bromas y todos los chistes. Para ganarle la Manzana de Colores, debes mostrarle un objeto tan, tan tonto, tan ridículo, que ni siquiera ella pueda resistirse a soltar una carcajada genuina. Si lo logras, la Manzana de Colores será tuya. Entonces, y solo entonces, el Gran Árbol de la Sabiduría hablará tu idioma y te revelará sus verdades." El niño árbol volvió a llevar su flauta a los labios y tocó una nota alegre antes de desaparecer tan rápidamente como había aparecido, volviendo a esconderse detrás de las raíces del Árbol de la Sabiduría. El Señor Búho se quedó pensativo en la rama. Una mujer gigante con dientes de conejo y un solo ojo, y un objeto tan tonto que la hiciera reír. Esto era un tipo de desafío completamente diferente a los que Sabrina había enfrentado. Requería astucia y una comprensión profunda de lo absurdo. El Señor Búho, que siempre había valorado la seriedad y el buen juicio, sintió una punzada de... ¿nerviosismo? ¿Cómo encontraría algo tan tonto? Su sabiduría le decía que la clave no era el poder mágico, sino la habilidad para la comedia. Con un decidido "¡Hoo!", el Señor Búho despegó de la rama y voló hacia la dirección que el niño árbol le había indicado, hacia el otro lado del claro. El sol ya comenzaba a elevarse más en el cielo, y la brisa se volvió más fresca. El aroma a madera vieja se hizo más intenso, y el sonido de las hojas de los árboles crujía bajo sus garras mientras avanzaba. La Cabaña de los Murciélagos de Algodón, donde se encontraba la Manzana de Colores, no podía estar lejos. Mientras volaba, sus ojos grandes y redondos escanearon el suelo del bosque. ¿Qué podría ser tan absurdamente tonto como para hacer reír a una gigante que lo ha visto todo? Pensó en los chistes del León Chismoso, en los atuendos de los payasos de la Selva de la Amargura. Necesitaba algo más. Algo verdaderamente, descaradamente, inexplicablemente ridículo. La sabiduría no solo era conocimiento profundo, sino también la capacidad de reconocer y apreciar lo inesperado, lo ilógico, lo risible. Su misión era encontrar una verdad, pero para ello, primero debía provocar una risa. Después de un rato, el Señor Búho divisó una forma oscura y masiva que se alzaba entre los árboles más densos. Era la Cabaña de los Murciélagos de Algodón. No era una cabaña de madera común, sino una estructura construida con ramas entrelazadas y techos cubiertos de una especie de pelusa blanca, como si gigantes murciélagos de algodón hubieran hecho allí su hogar. Pequeños murciélagos de algodón, con ojos de botones y alas esponjosas, revoloteaban perezosamente alrededor de la cabaña. Un olor a dulces rancios y a tierra húmeda emanaba de ella. El Señor Búho se acercó a la entrada, que era una abertura gigantesca, lo suficientemente grande como para que pasara un oso, pero aún así, proporcional a lo que el niño árbol le había dicho. La Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo debía ser verdaderamente colosal. No se escuchaba ningún sonido proveniente del interior, solo el leve zumbido de los murciélagos de algodón y el crujido ocasional de las ramas. Con una profunda respiración, el Señor Búho se adentró en la cabaña. El interior era vasto y cavernoso, con techos tan altos que la oscuridad se perdía en lo alto. Había montones de huesos gigantes de animales desconocidos esparcidos por el suelo y telarañas tan gruesas como mantas. Y en el centro de la cabaña, acurrucada en una silla hecha de troncos, estaba ella. La Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo. Era tan gigantesca como había dicho el niño árbol, su piel de un tono grisáceo y su cabello, enmarañado y de color carbón, caía sobre sus hombros como una cascada. Tenía una mandíbula prominente con dos dientes frontales enormes, blancos y afilados, que sobresalían como los de un conejo gigante. Y en medio de su rostro, donde deberían haber estado dos ojos, solo había uno, inmenso y redondo, de un color ámbar opaco, que miraba con una expresión de perpetuo aburrimiento y cansancio. Vestía una túnica hecha de pieles gruesas y sin adornos. La Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo levantó su único ojo, que se posó directamente en el Señor Búho. No había enojo, ni curiosidad, solo una indiferencia abrumadora. Un suspiro gigantesco, como el sonido de una cueva desinflándose, salió de ella. "¿Qué quieres, pequeña pluma?", su voz era un gruñido profundo, como el de rocas rodando. "Ya he visto todo. Ya lo he oído todo. Nada me entretiene. Nada me sorprende." El Señor Búho sintió que su corazón, aunque valiente, se encogía ligeramente. Su sabiduría le había enseñado a argumentar, a persuadir con lógica. Pero aquí, la lógica no funcionaría. Necesitaba lo tonto, lo irracional, algo que apelara a la imaginación, no al intelecto. Voló un poco más alto, buscando algo, cualquier cosa. Y entonces, sus ojos se posaron en una pequeña roca en el suelo, que tenía una forma apenas sugerente. No era una gema, ni un objeto mágico, solo una roca, pero con las protuberancias justas para una chispa de creatividad. Con un rápido movimiento, el Señor Búho descendió y, con sus garras, recogió la roca. Era una roca lisa y pulida, de un color gris azulado, con algunas pequeñas protuberancias y hendiduras que, con un poco de imaginación, podrían parecer algo más. Voló de nuevo frente a la Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo, sosteniendo la roca en alto con sus garras. Se la presentó con una pequeña reverencia y un serio "¡Hoo, hoo!" digno de un maestro de ceremonias. "¡Oh, gran Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo!", graznó el Señor Búho, su voz grave pero llena de convicción. "¡He aquí el objeto más ridículo que jamás hayas contemplado! Una maravilla, forjada por el capricho del destino: ¡un mono bailarín tallado en roca!" El Señor Búho movió ligeramente la roca, como si el "mono" estuviera haciendo una reverencia torpe. "Mira sus ojos, sus pies... ¡Está tan absorto en su danza petrificada que no se da cuenta de lo absurdamente tonto que es!" El búho jugó con la inclinación y el ángulo de la roca, dando vida a su pequeña invención. La Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo miró la roca. Su único ojo ámbar se entrecerró, la expresión de aburrimiento aún presente. Pero el Señor Búho notó un pequeño tic en la esquina de su boca. Los ojos de la gigante viajaron de la roca al búho, y de nuevo a la roca, como si intentara encontrar la lógica en lo que el búho decía. Su gran imaginación, quizás dormida por el aburrimiento, comenzó a despertar. Lentamente, sus labios gigantescos se curvaron un poco más, mostrando sus dientes de conejo. Una pequeña, apenas perceptible, vibración recorrió su enorme cuerpo. Y luego, sucedió. Una risa. No una risa melodiosa, sino un retumbo profundo y gutural que sacudió los cimientos de la cabaña. Comenzó como un leve temblor, se convirtió en un ronquido, y luego estalló en un ¡HA-HA-HA! tan inmenso que los murciélagos de algodón se sobresaltaron y chocaron contra el techo. La Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo se reía, una risa torpe y ruidosa, con lágrimas del tamaño de guisantes brotando de su único ojo. La idea del mono bailarín de roca, la forma en que el Señor Búho la había presentado, la había tomado completamente por sorpresa, despertando su imaginación y rompiendo su barrera de apatía con una carcajada genuina. Su cuerpo gigantesco se sacudía con el esfuerzo de la risa. "¡Oh, por los cielos!", rugió la Mujer, su voz aún temblaba por la risa. "¡Un mono bailarín de roca! ¡Nunca! ¡Nunca en mis mil años había imaginado algo tan... tan gloriosamente ridículo! ¡Ese mono! ¡HA-HA-HA!" La risa cesó tan abruptamente como había comenzado, pero su único ojo ahora brillaba con una pizca de diversión. La apatía había desaparecido. "¡Bien! ¡Pequeña pluma, lo has logrado! Me has hecho reír. Una risa genuina. Pocos pueden. La Manzana de Colores es tuya." Con un movimiento perezoso, la Mujer de los Dientes de Conejo y Un Solo Ojo extendió una mano gigantesca y, de un plato cercano, tomó una manzana. Era tan grande como el Señor Búho mismo, y brillaba con todos los colores del arcoíris, su piel pareciendo hecha de un cristal iridiscente. Un aroma a dulzura pura y a recuerdos felices emanaba de ella. La depositó suavemente en el suelo ante el Señor Búho. El Señor Búho, con el corazón hinchado de alivio y una extraña sensación de orgullo por su hazaña cómica, tomó la Manzana de Colores con sus garras y voló fuera de la Cabaña de los Murciélagos de Algodón. El sol de la mañana se sentía más cálido que nunca en sus plumas. Había obtenido la manzana. Pero aún no había regresado al Árbol de la Sabiduría para hacerle la pregunta crucial sobre Dulce y Agonía. Primero, debía asegurarse de que el árbol realmente le hablara en un idioma comprensible. Y luego, por supuesto, debía comparar la información con la que Sabrina obtuviera. La segunda parte de su misión estaba a punto de comenzar.
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