Capitulo 3: El Chico De La Sonrisa Misteriosa
3 de julio de 2025, 13:39
Me encontré cautiva; la invitación de Lucius era un muro invisible que me asfixiaba. Un silencio denso se había instalado, y la perspectiva de responder afirmativamente me llenaba de una incomodidad punzante. Era como una figura aprisionada en la torre de un castillo imponente, sin caballero alguno a la vista para ofrecer rescate.
Entonces, una voz inesperada quebró la tensión. No era estridente, sino de un timbre varonil y dulce que, para mi sorpresa, se convirtió en el pretexto perfecto para evitar una respuesta inmediata. —Debemos partir pronto, señorita Luan. Nos aguardan en el siguiente vagón, y la impuntualidad es una afrenta— declaró la voz misteriosa. La suave cadencia de aquellas palabras resonó en mis oídos, y mis ojos se volvieron instintivamente hacia su origen.
Un joven de apariencia juvenil, que no aparentaba superar los quince años, aunque con una presencia que desmentía su edad, se hallaba cerca. No era particularmente alto, pero poseía un rostro de una belleza casi celestial, de tez nívea y cabello corto de un negro profundo.
Vestía ropas de una elegancia exquisita, posiblemente un esmoquin confeccionado a su medida, envuelto en una capa de terciopelo suntuoso, de un tono entre el morado intenso y el negro profundo. Él sonreía con los ojos cerrados, extendiendo su mano izquierda en un gesto carismático que habría podido subyugar a la mismísima Afrodita.
Con la única intención de escapar de aquella situación incómoda, extendí mi mano derecha y la tomé. En ese instante, la voz áspera de Lucius irrumpió en la escena, destilando una furia contenida.
—¿Quién se atreve a esta interrupción?— bramó con un tono nefasto y violento.
Al dirigirsu mirada hacia el joven intruso, la arrogancia en los ojos de Lucius se desvaneció, transformándose en la obsequiosidad de un felino sumiso. —Oh, mil disculpas... por este... exabrupto en mi actitud hacia usted— balbuceó Lucius, visiblemente desconcertado. —No lo había reconocido. Le ruego que no tome esto como una ofensa; nuestras familias siempre han mantenido una excelente relación, y no desearía que este incidente inapropiado cause disgusto en el futuro.
En ese momento, el joven amable abrió los ojos. La dulzura juvenil se había esfumado, reemplazada por una mirada intensa, casi demoníaca, aunque de una belleza inquietante. Era difícil discernir si reflejaba alegría o una amenaza latente.
—Conde Malfoy—respondió con una voz ahora cargada de una extraña autoridad—, quizás yo también deba disculparme por mi abrupta interrupción. Fue una descortesía de mi parte. Digamos que ambos somos culpables por la premura de nuestros asuntos.
Pero si me disculpa, debo llevarme a la señorita Luna; nos esperan, y usted sabe que detesto la impuntualidad. Con su permiso, nos retiramos
Y con una delicadeza sorprendente, el joven de nombre Eriol tomó mi mano derecha y, perdiéndose sutilmente entre la multitud de comensales, me condujo hacia un nuevo vagón.
Avanzamos con celeridad por los pasillos del tren, Eriol guiándome con una firmeza discreta. El murmullo de la gente se desdibujaba a nuestro paso, y la sensación de haber evadido un peligro inminente me invadía.
Justo cuando mi curiosidad me impulsaba a mirar hacia atrás, él apretó ligeramente mi mano.
—No mires hacia atrás, Luna —susurró, su voz ahora grave y cargada de una urgencia apenas perceptible—. Lucius ha enviado a uno de sus sirvientes para seguirnos, pero no es humano. No intentes buscarlo, simplemente mantén la calma. Una vez que lleguemos al vagón, estaremos a salvo; ni el mejor de los sirvientes de Malfoy podrá acceder.
Finalmente, arribamos a la puerta del vagón. Un símbolo peculiar, grabado en su superficie, capturó mi atención. Eriol no usó llave alguna; simplemente aproximó su mano y, de repente, una luz brotó, formando un símbolo idéntico al de la puerta. Con una voz que no entendía, empezó a recitar algoen un idioma desconocido.
La puerta se abrió entonces, y él me hizo una señal para que entrara primero, antes de seguirme. ¡Y qué sorpresa me llevé! No me encontraba en un simple vagón.
Aquello no era algo que hubiera contemplado en mi vida; no se parecía en nada a lo que había experimentado. Pasé de un sencillo compartimento a una especie de escenario, un cuarto que no guardaba coherencia con la estructura de un tren. Me encontraba en una enorme sala.
—No tengas miedo, pasa. Aquí estarás protegida y podremos hablar —dijo Eriol, su voz recuperando un matiz más dulce.
—Oh, vaya, sí que me has sorprendido. Todo fue tan repentino que ni yo esperaba esto —respondí, aún asombrada por la transformación del vagón.
—Lo sé —replicó el joven, una leve sonrisa curvando sus labios—. Pero a veces, las primeras impresiones no son las que deberían preocuparte, sino la forma en que tu historia será contada.
—Te agradezco enormemente —confesé, sintiendo un alivio genuino—. No sabía cómo salir de esa incómoda situación.
—Simplemente te vi en apuros y reaccioné. Creo que cualquiera hubiera hecho eso —dijo Eriol con modestia—. Además, el conde Malfoy tiene muy mala fama, y no me hubiera gustado que fueras con él. Estarías muy presionada y, créeme, no querrías conocerlo con esa actitud. Pero bueno, eso no importa ahora. Te pido muy amablemente que tomes asiento.
—Oh, gracias.CondeEriol, ¿verdad? Sí, creo que así te llamas. Fue el nombre que mencionó el conde —dije, tratando de recordar.
—Sí, así me llamo, pero ahora puedes decirme simplemente Eriol. Esos son títulos para personas muy arrogantes. Tú y yo somos simplemente adolescentes que iremos a la misma escuela —aclaró con una sonrisa.
—Ah, ¿tú también has sido seleccionado para esta escuela? Vaya, suena inoportuno, pero que a mí me hayan escogido es un poco extraño, te lo juro —expresé, mi apatía habitual asomando.
Eriol sonrió con calma. —Esta escuela es muy conocida por acoger a personas con cualidades únicas. No creas que escoge a cualquiera. Cuando lleguemos, podrás conocer la escuela. Por narraciones de mi familia y de algún otro conocido, me han dicho que es algo que no se puede describir, sino que hay que verlo con los propios ojos. Y tú, Luna... —
—Oh, vaya, no pensé que fuera así —lo interrumpí, un poco sorprendida—. Aunque, para ser sincera, no estoy muy emocionada. No lo sé, no es algo que yo hubiera pedido, pero bueno, no es como si tuviera algo mejor que hacer.
En ese momento, Eriol sonrió, cerró los ojos y, de una forma muy tierna, como si fuera un bebé, empezó a reír. No era una risa ruidosa, sino una carcajada suave que me sorprendió.
—¡Oh, me has hecho reír! Y mira que no suelo reírme con cualquier cosa —dijo El, aún con una sonrisa. Luego, con un tono más ingenuo, pero con una sabiduría subyacente, añadió—: Y ahora, ¿por qué te han escogido, mi amada señorita Luna?
Mi mente, en lugar de responder a su pregunta, se quedó anclada en una sola incógnita: ¿Cómo sabía mi nombre? Esa duda me abrumó, impidiéndome procesar el resto de sus palabras.
—Pero... ¿cómo has sabido mi nombre? —pregunté, mi confusión evidente, sin poder apartar la mirada de sus ojos.
Una sutil sonrisa se dibujó en sus labios, y sus ojos, ahora brillantes, me respondieron: —Hay veces que sabemos los nombres de las personas porque en otra vida las conocimos. Pero en tu caso, simplemente el hecho de ver tu colgante, que era una luna, y cómo te aferrabas a él cuando Lucius intentaba invitarte, me hizo deducir que ese sería tu nombre. Y tomé el riesgo de hacerlo.
En ese instante, me sonrojé, experimentando una gran pena y vergüenza al mismo tiempo. Jamás había vivido esa sensación. Nunca en mi vida un comentario, una palabra o una poesía me habían provocado tal dicha o tal pena. Pero con este chico, lo sentí. —Eres muy perceptivo —admití—. Ni yo misma hubiera deducido ese detalle.
Entonces, una voz, tal vez como la de un niño, interrumpió nuestra plática. —El señor Eriol es un chico muy inteligente y es capaz de hacer cosas inimaginables. ¡Hasta el mismo conde Malfoy conoce las hazañas de mi amo! —La figura empezó a emerger de una esquina de las sombras. Era como un gatito de color morado, pequeño, con unas alas diminutas y una cabeza redonda, pero sin perder una gran ternura.
Al contemplar a aquella criatura, no manifesté asombro ni alteración. La criatura articuló: —¡Caramba, no te he asombrado! Comúnmente, al verme, la gente suele desplomarse, aproximarse con cautela o, sencillamente, sentir pavor. Con razón has sido seleccionada para esta institución, joven Luna. Verdaderamente, te aguardan grandes hazañas.
—¿Qué... qué eres? —pregunté, mi voz, habitualmente monótona, con un matiz de curiosidad genuina que me sorprendió a mí misma.
Eriol sonrió, y la criatura morada se elevó ligeramente en el aire, revoloteando alrededor de su cabeza. —Permítame presentarte a Spinel —dijo Eriol, con una familiaridad que sugería una larga compañía—. Es mi guardián y, digamos, mi conciencia más ruidosa.
—¡Conciencia ruidosa, dice! —exclamó Spinel, con un tono indignado pero afectuoso—. ¡Soy la voz de la razón, amo! Y tú, jovencita, eres una rareza encantadora. Pocos mantienen la compostura como tú ante lo insólito. Esa es una cualidad... muy especial para lo que te espera en la escuela.
Estaba a punto de preguntar a Spinel qué quería decir con eso de "cualidad muy especial" cuando una voz femenina, con un matiz de impaciencia contenida, cortó el aire. —¡Eriol! —Una luz rojiza parpadeó en el centro de la sala, y de ella se materializó una figura. Era una mujer joven, de cabellos color rubí que caían en cascada sobre sus hombros, y unos ojos penetrantes como gemas escarlatas. Su vestimenta, de un rojo intenso y negro, era tan sofisticada como la de Eriol, pero con un toque más audaz.
—Ya es tiempo de que dejes de divagar, amo. No podemos demorarnos. —Se giró hacia mí, sus ojos fijos. —Soy Rubymoon, y soy la otra guardiana de Eriol. Y sí, jovencita, tu peculiaridad es lo que te ha traído aquí.
—¿Mi peculiaridad? —cuestioné, frunciendo ligeramente el ceño—.
¿Qué significa eso? ¿Y por qué es tan relevante para esta escuela?
—Significa, jovencita —respondió Rubymoon, su mirada eraintensa—, que tu espíritu no se doblega ante lo insólito. Donde otros se asombrarían o temerían, tú permaneces... observadora. Esa es una cualidad rara y muy valiosa en el mundo al que estás a punto de entrar.
—La escuela no busca solo poder, Luna —intervino Eriol suavemente—, sino una forma particular de comprenderlo y manejarlo. Tu... singularidad, como la llama Rubymoon, es precisamente lo que te hace un lienzo en blanco formidable.
—Además —añadió Rubymoon, con un tono que denotaba urgencia—, el sirviente de Lucius no es una simple sombra. Es un ser de persistencia inquebrantable, y aunque este vagón es un santuario, no debemos tentar su paciencia.
—¡Exacto! —exclamó Spinel, revoloteando cerca de Rubymoon—. Es como un chicle pegado, ¡pero uno muy maloliente y con intenciones oscuras!
Dirigí mi mirada de nuevo a Eriol, sintiendo una creciente confusión. —¿Guardianes? ¿Qué significa exactamente que ambos sean sus guardianes? ¿Y por qué alguien como tú necesitaría algo así?
Eriol sonrió enigmáticamente. —Mi rol en la escuela es... multifacético, Luna. Y mis guardianes, como Spinel y Rubymoon, me asisten en diversas tareas, algunas más académicas que otras. Digamos que mi implicación en la escuela es más... profunda.
—Algunas especialidades son más... peligrosas que otras, amo —apostilló Rubymoon, con un brillo peculiar en los ojos—. Y la tuya, jovencita, promete ser de las más... interesantes.
De pronto, un suceso interrumpió la conversación. Percibí un leve temblor que se propagó por el suelo del vagón. Eriol exhaló un suspiro apenas audible y comentó: —Vaya, el emisario de Malfoy es sumamente tenaz. No obstante, aquí, por el momento, nos encontramos a salvo.
En ese instante, Eriol deslizó la mano en uno de sus bolsillos y extrajo un diminuto amuleto, intrincadamente labrado, que evocaba la silueta de un báculo en miniatura. Murmuró unas palabras en una lengua que, para mi sorpresa, comprendí: —Llave que guardas los poderes de la oscuridad, muestra tu verdadera forma ante Eriol, quien aceptó este pacto contigo. ¡Libérate!
Precisamente bajo sus pies, sobre el pulido suelo de madera, una luz tenue comenzó a emanar, trazando el mismo emblema singular que había distinguido en la puerta del vagón: una estrella entrelazada con un sol y una luna, una visión que nunca antes había presenciado.
El fulgor se intensificó con presteza, expandiéndose por el suelo, y el pequeño amuleto en la mano de Eriol inició un crecimiento asombroso, extendiéndose hasta transformarse en un imponente báculo de notable envergadura, coronado por estilizadas representaciones del sol y la luna entrelazados.
Su elegante vestimenta también inició una metamorfosis. Las líneas impecables del esmoquin se expandieron y ondularon, adoptando la silueta de lo que solo podría describir como las galas de un mago de elevada jerarquía, de un color azul profundo e intenso que parecía absorber la luminosidad de la estancia. El joven afable de antes se había transfigurado en una figura sombría pero majestuosa, imbuida de una enigmática prestancia.
Su capa ahora ostentaba intrincados emblemas bordados: una luna creciente a la izquierda y un sol resplandeciente a la derecha. Sobre su cabeza se erigió un sombrero alto y de factura impecable, de un tono azul aún más oscuro que su túnica.
Con una voz ahora resonante y colmada de autoridad, Eriol se dirigió a sus guardianes: —Retornen a su forma primigenia.
En el aire circundante, dos nuevos emblemas luminosos comenzaron a materializarse: uno que representaba una luna argéntea y el otro un sol áureo. Estos símbolos se dilataron, envolviendo a Spinel y Rubymoon en un fulgor efímero. Ambos fueron cubiertos por lo que parecían potentes alas de energía pura, que acto seguido se desplegaron, desvelando su auténtica naturaleza.
Eriol extendió su mano de nuevo hacia mí. —Toma mi mano, Luna —me dijo, su voz, aunque urgente, mantenía una calma forzada—. Debemos partir de aquí. Este lugar... mi control sobre su estructura se debilita. El emisario de Malfoy es implacable, y no podemos arriesgarnos a un enfrentamiento que atraiga miradas indeseadas.
Asentí, y mi mano se encontró con la suya. Con un gesto rápido, Eriol golpeó el suelo tres veces con la base de su báculo. Al instante, los emblemas luminosos que ya conocía resurgieron bajo nuestros pies.
—No temas —aseguró Eriol, su voz un bálsamo en la creciente tensión—. Esto nos conducirá a un lugar seguro. —Cerró los ojos, una sonrisa serena se dibujó en sus labios, y apretó mi mano con una firmeza reconfortante y susurro algo en voz baja. Un velo de luz nos envolvió, y la sensación de ser absorbidos por el espacio nos arrastró hacia lo desconocido.