Capitulo 4: La Pregunta Sin Respuesta de Luna
5 de julio de 2025, 10:48
—Ya hemos llegado, pequeña Luna —anunció Eriol con una voz suave.
Luna entreabrió los ojos con lentitud, su mirada recorriendo el entorno. La familiaridad de la estancia la invadió, un eco de la misma habitación que había dejado. Una punzada de desilusión se instaló en su pecho, desdibujando cualquier atisbo de expectación.
—Creí que seríamos trasladados a otro sitio —murmure,con una voz teñida de perplejidad—. Pero seguimos en el mismo compartimento.
—Estimada señorita Luna —intervino Rubimon, su tono ahora más melódico y explicativo—, la verdad es que mi amo Eriol siente una particular predilección por este espacio. Por ende, sin importar dónde se encuentre el lugar físico, ya sea un modesto vagón o un escenario de gran relevancia, él ejerce su dominio para moldear la apariencia del entorno a su antojo.
Una voz cercana interrumpió el silencio y dijo: —Bienvenido sea, señorito Eriol. No lo esperábamos tan pronto.
—Muy amable como siempre, Sirius —respondió Eriol, con cortesía. Acto seguido, mi atención se dirigió al enigmático hombre enmascarado. La máscara ocultaba por completo su rostro, pero la frialdad que emanaba de él era palpable. A juzgar por su porte, estimé que no superaba los treintacincoaños. Su vestimenta era peculiar: una túnica de estilo mágico, sí, pero confeccionada en una tela ligera y teñida de un llamativo colorrojo.
—Sirius —dijo Eriol, con un tono que denotaba cierta urgencia—, prepara una recámara para nuestra invitada. Y avisa a los demás... ha ocurrido algo mientras estábamos en el tren. Hay una reunión.
La cabeza enmascarada asintió con una leve inclinación.—Está bien, señorito Eriol. Su petición será atendida lo más rápido posible.
Eriol pareció tambalearse ligeramente, aferrándose con fuerza a su báculo. De repente, sus ojos se cerraron y se desplomó.
—¡Amo Eriol! —gritó Rubimon con desesperación—. ¡Preparen el cuarto del amo Eriol inmediatamente!
Todo aconteció en un abrir y cerrar de ojos, tan rápido que apenas pude procesarlo. En el instante en que Rubimon lanzó su grito, aquel majestuoso báculo que Eriol había sostenido con tanta firmeza se esfumó en el aire como una voluta de humo, y las fastuosas vestimentas de sus guardianes se transfiguraron, dejando al descubierto su verdadera forma, desprovista de toda ostentación. Con una presteza vertiginosa, se llevaron a Eriol, que yacía inmóvil, y de pronto, la sala colosal engulló el eco de sus pasos, dejándome completamente sola. El silencio que siguió fue profundo, casi asfixiante. Discurrieron quizás cinco minutos, que se sintieron como una eternidad, antes de que una mujer de aspecto anciano, vestida con ropas humildes pero cubierta por un velo que velaba su rostro, dejando ver apenas sus cabellos plateados, se aproximara a mí.
—Señorita Luna, su aposento está listo. Sígame, por favor.
Al llegar a la recámara que me asignaron, simplemente contemplé su inmensidad. Juraba que era del tamaño de mi casa. Mantenía ese estilo rústico y antiguo, pero a la vez, un inmenso olor a pino impregnaba el ambiente. Una cama, una de esas de princesa, de un tamaño considerable y cubierta con sábanas que caían desde la parte superior, dominaba la estancia. Entonces, la extraña mujer me dijo: —Le dejo esta campana. Por favor, si necesita algo, tóquela cuatro veces y asistiré con usted rápidamente. En unos treinta minutos, vendré por usted para ir al Gran Comedor a cenar.
Me di un baño sin más. Había una toalla y, casi, vestimenta dispuesta para mí, pero opté por no usar la mía. Era indumentaria muy suntuosa, propia de esas doncellas con aires de realeza, así que, mientras aguardaba, observé con más detenimiento la alcoba. Me acerqué a las voluminosas cortinas de terciopelo carmesí. Para mi asombro, al descorrerlas, ¡guau! Desde el exterior se divisaba un sitio, una barriada muy humilde. Justo en ese momento, llamaron a la puerta.
—Señorita Luna, por favor, permítame pasar —dijo una voz.
Con cierta vacilación, respondí: —Adelante, por favor.
Acto seguido, prácticamente, ambas nos encaminamos al Gran Comedor. Era un sitio muy distinto a lo que había presenciado en la habitación, con profusas ornamentaciones y una mesa colosal. Como mínimo, allí habrían albergado a unas treinta personas, pero para mi asombro, apenas éramos una decena.
Tomé asiento, un poco alejada de los demás, y miré fijamente todo a mi alrededor. Suspiré. Necesitaba algunas explicaciones de por qué había terminado aquí. Se suponía que debería estar rumbo hacia Hogwarts.
Aún perdida en mis pensamientos, una hermosa voz se acercó a mí y dijo: —Pequeña Luna, ¿me permites acompañarte en la merienda?
Miré su rostro.Era Eriol, se veía de nuevo vivo, como si hubiera revivido.
Fue entonces cuando un invitado inesperado se sumó a la conversación, con una sonrisa cómplice: —El amo Eriol siempre tiene ese don para hacer sonrojar a cualquier mujer. De hecho, tiene un club de admiradoras.
De inmediato, otra voz se alzó con vehemencia, interrumpiéndole:
—¡Nadie es digno para mi amo Eriol!
En ese momento, comprendí que esos dos invitados sorpresa eran, en realidad, los guardianes de Eriol. Rubymoon, con un gesto contundente, propinó un fuerte golpe a Spinnel por atreverse a pronunciar tales palabras.
Entonces, Eriol intervino: —Por favor, eso no son modales, y menos frente a nuestra invitada de honor. Así que les invito a sentarse para que todos juntos hagamos la merienda. Pido disculpas, pequeña Luna, pero a veces mis sirvientes carecen de modales.
Ambos bajaron la mirada, haciendo un puchero, visiblemente avergonzados por la reprimenda.
Me sirvieron un platillo un tanto sencillo: pan recién horneado, acompañado de una especie de preparado similar al café y otro manjar de aspecto peculiar, cuya composición no logré descifrar. Habían transcurrido unos quince minutos mientras todos acabábamos de merendar cuando, de repente, el tipo enmascarado se aproximó a nosotros.
—Señorito Eriol —anunció Sirius—, la sala de juntas está preparada. Todos los invitados ya han sido notificados y pronto llegarán.
—Gracias, Sirius —respondió él. Luego, se volvió hacia mí con una expresión expectante—. Por favor, acompáñame porque te quiero presentar a unos amigos que te pueden interesar.
Pero antes de moverme, le recalqué con firmeza: —Antes que nada, me gustaría que me respondieras muchas preguntas, porque esto no tiene lógica.
Entonces, el joven cerró los ojos y sonrió con un aire de misterio. —No te preocupes, yo respondo todo lo que quieras, pero por ahora te pido que me acompañes. Lo que habrá allí te resultará muy interesante y, tal vez, una que otra de tus preguntas será respondida.
Al entrar en la sala de juntas, mis ojos se alzaron, maravillados, hacia un techo de suaves curvas blancas, que parecían nubes petrificadas.
Allí, extrañas luces danzaban en círculos, como si pequeños dragones invisibles jugaran a perseguirse en un carrusel de destellos. A cada lado, imponentes muros de madera oscura se extendían hacia lo alto, pero en lugar de papeles o presentaciones, estaban repletos de libros. Tantos libros que parecían infinitos, cada uno un portal a mundos desconocidos. La luz, filtrándose desde lo alto, adquiría tonos irreales al pasar cerca de esos "dragones de luz", tiñendo el aire con suaves matices cambiantes. En el centro, algunas mesas y sillas de madera oscura parecían esperar en silencio, como si aguardaran a viajeros de otros reinos. Definitivamente, no era una sala de juntas común; la magia sutil de las luces danzantes y la inmensidad de los libros creaban una atmósfera diferente, un lugar donde la fantasía y el saber se entrelazaban en un abrazo silencioso que me envolvía.
—¿Y qué te parece? —recalcó Eriol, con una sonrisa que me hizo dudar.
Le respondí con un tono apagado: —No es nada del otro mundo, pero supongo que sirve para lo que se necesita.
—¡Ay, Luna! —exclamó Eriol—. Como siempre, nada expresiva, pero directa. ¡Qué aire de emociones me haces ver!
Y entonces, sin saber por qué, me sonrojé ante esas palabras.
—¡Oh, vaya! Tus mejillas han cambiado de color —Recalco Eriol, y de una forma imprudente, me tomó de los cachetes y los apretó, haciendo una expresión algo rara. —¡Cachetes! —exclamó, apretándolos fuerte.
Entonces, Rubymoon se le acercó, separándolo de mí y reprendiéndole: —Amo Eriol, no haga eso. A nosotras las mujeres nos provoca algo de pena.
—Pero parecían una manzana y quería apretarla —dijo él, con una inocencia que me dejó perpleja.
Rubymoon y yo nos quedamos mirándonos, como si nuestras mejillas realmente parecieran manzanas.
Entonces, como si se alzara el telón para el inicio de una obra teatral, las luces de la sala mutaron. Una intensa luminosidad se concentró, fijándose en la figura del hombre enmascarado, Sirius, quien apareció de la nada. Adoptó una postura militar, con ambas manos erguidas a la espalda, y a pesar de la máscara que ocultaba su rostro, su presencia irradiaba una autoridad inquebrantable mientras su figura recorría a todos los presentes. —He de empezar la reunión de la Orden del Fénix —declaró con voz resonante—. Y he de pasar lista sin ningún tipo de orden específico —recalcó..
—Alastor Moody—exclam Sirius, contono alto.
Moody resopló, ajustándosealgo que parecia un ojo: —Sí, me encuentro aquí listo para la acción. No esperen que sea amable, ¿eh?
—Remus Lupin se encuentra con nosotros— continuó Sirius, con un tono más formal.
Lupin asintió con gravedad: —Cualquier cosa que se les ofrezca, aquí estoy; pero recuerden, no todo es caridad. No esperen favores.
Sirius nombró a Nymphadora Tonks. Ella sonrió con picardía.
—Claro, ya saben que cualquier bebida corre por mi cuenta. ¡Pero cuidado con lo que pides!—Me sorprendi al ver su cabello cambiar como un arcoíris. Pense:Debe ser muy difícil teñirlo... y mantenerlo así.'
—Molly Weasley— anunció Sirius,
Molly soltó una carcajada resonante: —¡Claro que me encuentro aquí, y apúrense! Tengo que llegar temprano a casa, si no mi esposo me será infiel.— Se abanicó con un pañuelo bordado.
Luego nombró a Kingsley Shacklebolt.
Kingsley se aclaró la garganta, con una expresión seria: —Recordad, hijos míos, que entre menos caminemos, más pronto llegaremos a la verdad.— Asintió lentamente, como quien da una lección.
Finalmente, Sirius nombró a Eriol Hiragizawa.
Eriol sonrió suavemente y cerró los ojos: —Agradezco a todos estar unidos para poder discutir eventos que han pasado en mi viaje por el tren. Es un placer compartir con ustedes.Sus guardianes encantados aplaudieron al oírlo.
El hombre enmascarado intervino, su voz resonando con autoridad:
—El señor Eriol ha traído una invitada muy especial, y le pido amablemente que se presente. Jamás lo vi venir; me tocó presentarme ante esas personas desconocidas. Rubimon tomó mi mano izquierda apretándola con fuerza, como diciendo 'Tú puedes.' Me miró unos segundos, me armé de valor desde el asiento y dije: —Mi nombre es Luna Luna lovegood— con una voz tan enredada que los nervios me mataban.
Cuando terminé de decir mi apellido con mi último aliento, el aire mismo pareció rasgarse. Un escenario dramático —tal vez al estilo de Allan Poe — se desató con una ferocidad inaudita. Todo se volvió denso, opresivo, como si el oxígeno hubiera huido de la habitación. Aquel tipo de máscara, con un movimiento brusco que me hizo sobresaltar, pegó un grito que, estoy segura, se escuchó en cada rincón de las demás recámaras.
—¡Eres Luna Lovegood! —Su voz, ahogada y desesperada, resonó como un eco lúgubre. Era la voz de alguien que acababa de desenterrar un secreto prohibido, un tesoro maldito. Lo repitió, con una urgencia que me heló la sangre—: ¡En verdad, tú eres la hija de Pandora Lovegood!
Mi corazón dio un vuelco, golpeando contra mis costillas. Apenas pude susurrar, con la garganta seca:
—Sí, soy yo. ¿Pero cómo... cómo sabes el nombre de mi mamá?
No lo vi venir. En un parpadeo, el tipo enmascarado ya estaba sobre mí, su figura imponente eclipsando la poca luz. Esa crucial máscara, ahora a centímetros de mi rostro, se quedó mirando hacia mí, como si intentara perforar mi alma. Sus manos, fuertes y frías, se cerraron sobre mis hombros, sacudiéndome con una violencia contenida. Volvió a repetir por tercera vez, su voz convertida en un gruñido amenazante que me hizo temblar:
—¡ERES LA HIJA DE PANDORA LOVEGOOD!
El agarre era doloroso, el miedo me paralizaba, pero entonces, la voz de Eriol cortó la tensión como un cuchillo afilado. Sus ojos, aunque aún curiosos, ahora brillaban con una advertencia gélida. Con su habitual calma, pero con una autoridad innegable, le dijo:
—Sirius, cálmate. No sé qué asuntos tengas, pero este no es el momento de hacer un show.
La presión era insoportable. Sentí que el suelo se me venía encima, que el mundo giraba a mi alrededor. Los murmullos comenzaron, una sinfonía de voces distorsionadas que repetían mi nombre, susurrándolo desde todas direcciones. Los demás miembros de la organización, figuras sombrías, empezaron a acercarse, sus siluetas difuminándose en la penumbra. Para mí, todo se convirtió en un borrón, un eco distante de la realidad, y volví a perderme en una visión.
Y esta vez, arrastrada a la fuerza por la abrumadora impresión del hombre de la máscara, caí en un sueño lúcido donde el recuerdo regresó con una nitidez aterradora: el mismo payaso. Lo vi frente a mí, el payaso enmascarado que movía los hilos de esa marioneta. Pero esta vez, el payaso realizaba una obra teatral macabra: ocultaba a la marioneta entre sábanas, le cortaba la cabeza con un gesto teatral y se la entregaba. Un grito desgarrador escapó de mis labios:
—¡Déjame en paz!
Y con esas palabras, la oscuridad me envolvió por completo.Y terminedesmaya.