ID de la obra: 333

El Silencio De Luna

Gen
PG-13
En progreso
4
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 57 páginas, 29.132 palabras, 13 capítulos
Descripción:
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Capitulo 6: Amnesia

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Mis ojos se abrieron lentamente. ¿Dónde estaba? Todo se veía borroso al principio, pero luego mi vista se aclaró. Un techo oscuro. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era... nada. Solo un vacío. Me dolía un poco la cabeza.   —Has despertado, pequeña luna —oí una voz conocida aún con los ojos entrecerrados.   —¿Quién eres? ¿Y por qué sabes mi nombre? ¡Ay, me duele mucho la cabeza! —me tocaba el cuello y la parte de atrás de la cabeza.   —Iré por algo de comer, mientras tanto cámbiate. Tu ropa está lista en el escritorio y no salgas; Lucius podría detectarte —exclamó la voz misteriosa con un tono bajo y dulce.   Sentía la cabeza revuelta, mi cuerpo pesado, mis dedos apenas tenía percepción de ellos.   Intenté levantarme de la cama. Error. Un calambre brutal me atravesó de los pies al cuello y me estampé contra el suelo.   Caí al suelo, una masa temblorosa de dolor, y me aferré a mi talón, incapaz de moverme. Mis labios se apretaron para contener un grito, el pánico me invadió: si Lucius me escuchaba, estaba acabada. Mientras me aferraba al respaldo de la silla, sentí cómo el dolor se volvía más intenso. Me obligó a recostarme de nuevo en la cama. El ardor insoportable me hizo imposible vestirme, así que simplemente esperé a la misteriosa mujer. Tocaron la puerta de mi camarote. —Señorita Luna, ¿me permite pasar? Ya traigo su desayuno. —Claro, pasa —le respondí. Mi sorpresa: una mujer alta, de inmenso cabello largo de un tono violeta, mirada cristalizada por unos impactantes ojos como de tigre, piel blanca como las nubes del cielo. —Qué hermosa estás, pareces una flor de verano o de aquellas que solo nacen en invierno. —Gracias, señorita Luna, por ese cumplido —sonrio con los ojos cerrados. —Aquí está su desayuno, pero noto que no ha podido cambiarse. ¿Ocurrió algo durante mi ausencia? Me apenaba responder; el dolor era intenso, pero no quería arruinar el momento. —Tenía algo de sueño y me recosté. Pero ella observó que me agarraba el talón y exclamó. —Ya veo que mientes, tienes muy roja esa parte que te tocas; debemos atenderlo —su mirada era cálida y su hermoso rostro me hacían sentir ruborizada. Con delicadeza, se movió por el camarote reuniendo vendas y algunos utensilios de curación, cada movimiento calculado y sereno. —Señorita Luna, permítame sanar ese moretón —asentí débilmente, sintiéndome una molestia, dándole la indicación de que podía atenderme aunque me doliera más la humillación que la propia herida.   Se puso guantes, echó spray en la herida y empezó a frotar con cuidado.   —Ay, duele... perdón —gemí avergonzada por quejarme.   —Aguante un poco más, señorita Luna; pronto terminaré y pasaremos a desayunar —la miré con lágrimas contenidas y no pude resistir sus ojos cristalizados que me hicieron sentir avergonzada.   Empezó a vendar aquella zona con sumo cuidado; lo hacía como quien repara algo muy frágil y roto, y ver sus manos trabajar me llenaba de una tristeza hermosa.   —Señorita Luna, ya acabé. —Era perfecto; la venda era un ajuste de arte puro.   —Ahora procederemos a cambiarla; si me lo permite, lo haré con gusto —ella sonrió con un intenso brillo solar que hizo que mis mejillas se ruborizaran.   Ante su directa propuesta me retraje instintivamente hacia la esquina de la cama, buscando refugio; abracé la almohada contra mi pecho mientras temblaba, escondiendo el rostro entre la tela suave.   Empezó a reír con la ternura de un bebé: —Me pareces preciosa cuando reaccionas con tanta inocencia.   —La dejaré para que pueda cambiarse con comodidad. Regresaré en breve con algunos bocadillos adicionales para ambas —se retiró discretamente, cerrando la puerta tras de sí.   Me levanté despacio, me quité lo que llevaba puesto y observabe con curiosidad las prendas que habían dispuesto para mí sobre el escritorio.   Ya no me dolía el talón y lo sentía completamente aliviado; de la emoción, salté y no pude evitar gritar de alegría.   —¡Yupiiii!   De repente se me quitó la alegría. Todo se puso oscuro y neblinoso. Algo malo estaba pasando. Miré hacia la ventana y vi una cosa horrible: tenía cara de sapo, cuernos como cabra, dientes filosos y uñas largas que tocaban el vidrio.   La criatura se quedó inmóvil, observándome con esos ojos penetrantes de águila que no se apartaban de mí ni un segundo; entonces, sacó su lengua viscosa y comenzó a lamer el vidrio con obscena lentitud.   No podía emitir sonido alguno; esa criatura me había robado la voz y paralizado el cuerpo por completo. Mi alegría se desvaneció mientras una opresión terrible me envolvía. De repente, una luz cegadora estalló en el camarote, expandiéndose hasta el último rincón. Instintivamente cerré los ojos, pero entonces mi dedo anular izquierdo comenzó a arder con un dolor insoportable que finalmente me devolvió la voz:   —¡Ahhhhh, ayúdenme, por favor!   Quizás pasaron apenas unos segundos antes de que pudiera abrir los ojos nuevamente. Aunque mi visión seguía nublada, la terrible sensación había desaparecido por completo, y mi cuerpo recuperó su ligereza natural. Una oleada de alivio y júbilo inesperado brotó desde mi interior, tan intensa que no pude contenerme: comencé a girar y bailar por el camarote, dejándome llevar por la euforia hasta que el mareo me obligó a detenerme, con la mirada perdida en el techo que daba vueltas sobre mí.   Al término del baile caí rendida al suelo, y mi razonamiento se recuperaba. Volví a notar el ardor en mi dedo anular izquierdo y, al mirarlo, vi un brillo tan intenso, tan fuerte, que simplemente empezó a apagar su intensidad al instante.   —No recuerdo haber tenido este anillo que me han puesto en la mano.   Intenté quitarme el anillo, pero no pude; estaba muy justo, pero al menos había dejado de arder.   —Se supone que yo estaba viendo algo o alguien, y de repente ya estaba bailando ante una inmensa luz. ¿Qué pasó aquí?   Me agarré la parte de atrás del cuello; me estaban doliendo los hombros y los empecé a sentir pesados. Una avalancha de pensamientos intensos comenzó a llegar a mi mente, como grandes felinos tras su presa.   Mi cuerpo, por sí solo, comenzó a encogerse. Sentí cómo cada una de mis articulaciones se tensaba y se apretaba con fuerza, como si algo las estuviera retorciendo desde adentro. Mis dedos se torcieron, mis manos se agarrotaron, y mi cuello se volvió completamente rígido. Poco a poco, toda mi flexibilidad se esfumó. Quedé en una postura extraña, casi irreconocible. Me costaba incluso mirar mi propio cuerpo, y era imposible encontrar palabras para describir el estado deforme en el que me encontraba. Todo, absolutamente todo, se volvió incierto.   Solo grité: —¡Ahhhhhhhhhhh!   Grité y apenas sentí mis lágrimas. Mi voz se cortó, la boca se me torció. Solo pensaba: "¿Qué me pasa? ¿Me voy a morir?"   Pero había algo que me invadía y que no permitía que sintiera el dolor. Mi mente se enfocaba más en otra cosa: el hecho de que, antes del baile, yo estaba viendo algo o a alguien. Mi mente le daba la mayor importancia, tal vez era la respuesta, pero no podía recordar qué había pasado.   Una melodía circense, discordante y macabra, comenzó a filtrarse en el ambiente. Antes de que mis sentidos pudieran registrarlo, un simple parpadeo me transportó a un lugar desconocido. Mi cuerpo seguía inmovilizado, grotescamente dislocado por aquella parálisis inexplicable. Entonces, una risa profunda y resonante emergió súbitamente de las sombras que me rodeaban.     —¡Bienvenida seas, mi extraña señorita! ¿Qué te trae a mi modesto circo? —exclamó aquel ser, al que aún no podía ver.   La carcajada creció; todo mi cuerpo se encrespó como el de un gato temeroso. Por más que intenté girar mi cuello, no podía; permanecía inmovilizado. Entonces, el mismo ser volvió a proferir:   —Vaya, es evidente que te fascina esta clase de función. Tu piel se ha puesto de punta. Confío en que disfrutes lo que te depara nuestra presentación.   Una gélida anomalía invadió el ambiente, petrificando la esencia misma de mi entorno. Un brusco cambio se manifestó, pues la música ahora resonaba, acompañada por el susurro de una concurrencia invisible, como si una colosal y sombría función se desplegara a mi vera. Sin embargo, no era asombro lo que sentía, sino un pavor glacial que atenazaba mi ser y se infiltraba hasta lo más profundo de mi audición. Era una sinfonía de angustia.   Entonces, el payaso horrible apareció frente a mí, casi invisible en la oscuridad. Era una imagen monstruosa: una cabeza hueca y verdaderamente aterradora, llena de colmillos afilados en lugar de dientes. Me dejaba sin aliento mirarlo. Sus ojos eran lo peor: sin pupilas, un agujero totalmente negro que se tragaba la luz. Su ropa, hecha jirones, apenas cubría una forma sin definir.   Con sus manos, que parecían garras torcidas, me agarró la cabeza y empezó a decir en un susurro: —¿Tienes miedo, Luna? ¿Acaso no recuerdas aquella noche cuando tu mamá y yo bailamos y reías con mi espectáculo? ¿Lo has olvidado? Dime, ¿lo has olvidado?   El payaso se echó a reír tan fuerte que yo me perdí, ahogada, en mis propios gritos de desesperación.   Y entonces, volvió a suceder: en un parpadeo, me encontraba en el vagón, pero esta vez mi cuerpo estaba bien. No había dolor, ni deformidad. ¿Qué habría pasado? ¿Alguna alucinación de mi mente? ¿Acaso habré soñado despierta?   Con presteza comencé a palpar mi cuerpo y mi cabeza y, aparentemente, todo se encontraba en su sitio. Entonces, se oyó el sonido de la apertura de la puerta de mi vestidor:   —He vuelto, señorita Luna. Traigo un par de bollos para que tomemos el desayuno.   Y entonces, volvió a pasar por tercera vez: esa fuerza extraña y fuerte, tan mala y que no se iba, nos tomó a mí y a ella por sorpresa. Esta vez, nos pesó tanto que nos tiró al suelo, obligándonos a arrodillarnos. Ella exclamó:   —¡Luna, rápido, toma mi mano! Pase lo que pase, no dejaré que esto te trague. ¡Confía en mí!   Me aferré a esas palabras, y aunque me sentía muy pesada y solo eran unos pocos centímetros, me acerqué arrastrándome lo más que pude.   Mi mano se estiraba con urgencia y la suya también, pero cada milímetro era una tortura. Nos costaba una agonía terrible juntarnos, porque esa presencia atroz nos empujaba con una furia incontrolable. Esta vez, ya no estábamos de rodillas; caímos sin remedio, de espaldas, golpeando el suelo. Y como pudimos, a pesar de un dolor quemante e insoportable, logramos aferrarnos las manos, apretándolas hasta los huesos, como si nuestra vida dependiera de ese último agarre.   Y sujeté la mano de aquella chica misteriosa y parpadeé tan rápido que, sin darme cuenta, volví otra vez a aquel circo. Pero esta vez, no era la chica; era el payaso quien tomaba mi mano.   —¡Otra vez tú! ¿Por qué apareces de nuevo? ¿Quién eres? ¿Por qué me estás acosando? ¿Qué haces en mi mente? ¡Vete! ¡Lárgate! ¡No te quiero ver!   Me intentaba soltar, pero mi cuerpo no respondía. Él me tenía bien sujeta, y lo que vino después era algo horrible de ver. Esos dientes, como navajas afiladas, empezaron a separarse. Su boca, que parecía normal, de pronto se abrió en un agujero negro, un vacío espantoso que no entendía. Y entonces, su mano comenzó a jalarme hacia lo que era esa boca inmensa y oscura. Por más que intentaba agarrarme, por más que mis uñas arañaban el aire, no pude, simplemente no pude. Me estaba tragando la oscuridad.   Estaba a punto de ser devorada. Mi mano izquierda ya empezaba a meterse en aquella boca; podía sentir el filo cortante de sus dientes en mis dedos. Justo entonces, un milagro, un acontecimiento impensable, ocurrió: el anillo volvió a brillar con un color intenso y cegador. Ese resplandor empezó a distorsionar el espacio y el tiempo, haciendo que el horripilante payaso comenzara a desaparecer. Su rostro se desdibujaba, y en su lugar, poco a poco, aparecía el semblante de aquella mujer misteriosa.   —¿Luna, qué pasa? ¿Por qué no me respondes? ¿Qué te pasa? Por favor, contesta —decía ella.   Aquella luz volvió a iluminar el camarote. La sensación de agobio se había desvanecido por completo. En un instante, ella se sujetó a mí con fuerza y me estrechó tan intensamente que pude sentir el ritmo de su corazón.   Entonces ella soltó un par de palabras:   —Si no fuera por el anillo que el amo Eriol le dio a Luna, ella estaría perdida.   —Llamo a la oscuridad, lo más profundo de mi ser. Manifiesto el deseo y el miedo. Esta criatura que ya se ha agarrado a mí... esos latidos se pierden en una máscara de miedo.   —¡Manifiéstate, aquel a quien llaman Testigo! —dijo, y se hizo una pequeña cortada en su muñeca, para luego, con mayor intensidad, añadir—: ¡Aquí la prueba de mi contrato contigo!   De las sombras surgió un pequeño ser de apariencia humanoide, con grandes dientes y bien vestido. Entonces expresó:   —¿Qué se le ofrece, mi señora Ruby Moon?   Y nos hizo una reverencia a ambas.   Entonces, ambos empezaron a dialogar:   —Nárrame lo que pasó en este cuarto en los cinco minutos que me fui. No omitas ni un detalle —   —Una niebla oscura envolvió esta habitación, haciendo que el ser que abrazas empezara a temblar sin control. Pero todo esto fue obra del emisario de aquel hombre llamado Lucius. Sin embargo, lo más impactante fue que la chica lo cambió todo; de ella misma brotó una energía sombría que se transformó en un payaso.   —¿Así que sostienes que el subordinado de Lucius detectó la presencia de ella? —Entonces, la mujer enigmática lo vociferó con voz atronadora, con una rabia desbordante.   Alzando un poco la voz para que la mujer misteriosa le prestara atención, el ser dijo:   —Mi señora Ruby Moon, le puedo asegurar que el sirviente de Lucius no detectó a la chica.   —Aquella criatura que observaba a través del vidrio de la puerta solo vio a una anciana decrépita con unos harapos muy viejos. Lo que realmente llamó la atención de aquel ser fue la inmensa oscuridad que brotara de esa niña.   —No te comprendo, por favor, explícate mejor y con exactitud —la mujer misteriosa miró fijamente a esa pequeña criatura.   —Y esa chica de nombre Luna, con su gran energía oscura, alteró el tiempo y el espacio. Esto provocó lugares opresivos y que su mente se extraviara, creando visiones fugaces, tal vez de algún pasado aterrador. Usted, mi señora, se convirtió brevemente en la forma de un payaso horriblemente desfigurado, y por eso la chica gritaba con desesperación.   —¿Me estás diciendo que tomé temporalmente la apariencia de un payaso?   —Así es, mi señora. Esa niña es muy peligrosa. Esa aura negra que irradia jamás la había visto, además de que reacciona mucho a dos objetos que están en este cuarto. Yo diría que eso aumenta más la intensidad de su psicosis.   —¿Algo más que hayas visto?   —Existe un detalle más: pasó de un estado de miedo a uno de alegría. Se puso a danzar por todo el camarote, haciéndome comprender que tiene un problema de identidad. Es como si en ella habitaran dos personas: la que vive en su mente y la que vive fuera de ella. Cada una tiene una percepción diferente de lo que sucede.   —Me paso a retirar, mi señora. Recomiendo que se aleje de esos dos objetos, sobre todo de aquel cuya forma es una armónica.   Y el ser se desvaneció delante de nosotros.   La mujer misteriosa de nombre  Ruby Moon, me estrechó aún más fuerte y me besó la frente, diciendo:   —No te preocupes, Luna. Cuando lleguemos a Howard, el amo Eriol nos ayudará.   Mientras hablaba, enormes lágrimas resbalaban por sus mejillas.   Me contempló con la mirada empañada, con una voz serena, y posando su mano izquierda sobre mi pecho, profirió con ternura:   —El rocío de tu nombre, la dulzura de los caídos, evoca la pesadilla y el sueño, esa dualidad que anhelo. Que tu mente descanse y tu cuerpo retorne a la inocencia de tu niñez.   Y sin apenas notarlo, empecé a sumirme en la inconsciencia. Mi cuerpo se agotó, pero a la vez se distendía. No pude mantenerme despierta y simplemente me adentré de nuevo en el reino de los sueños, mientras ella seguía sollozando, me ceñía y ya no escuché lo que me murmuró al oído.
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