Capítulo 8. Inicio del entrenamiento.
4 de julio de 2025, 21:49
Capítulo 8: Inicio del entrenamiento.
Había algo tranquilizador en la rutina de Hogwarts. Por más que el castillo crujiera con secretos entre sus muros, y aunque cada pasillo tuviera historia o espectros, el sonido de una pluma rasgando pergamino o la voz impasible de McGonagall daban estructura al caos.
Ese martes por la mañana, me encontré sentado en la clase de Transformaciones, observando un cojín que, según las instrucciones, debía convertirse en un gato. Así, como si fuera lo más natural del mundo.
—Recuerden —dijo la profesora McGonagall, caminando entre las filas con su túnica flotando detrás como una sombra disciplinada—: deben mantener la intención firme mientras recitan la fórmula. No se trata de imitación, sino de comprensión profunda de la naturaleza de la transformación.
Había algo hipnótico en su caminar: rígido, medido, como un metrónomo. Pero lo que imponía de verdad era su mirada. Esa mirada que parecía poder deshacerte en moléculas con un simple alzar de ceja. No es que me cayera mal. Es que me recordaba a todas las maestras estrictas que tuve en otra vida, antes de morir… antes de despertar en este cuerpo.
Concentrándome, apunté con mi varita al cojín. El primer intento hizo que vibrara. El segundo, que emitiera un ronroneo inquietante. Hermione, por supuesto, ya tenía medio gato acurrucado sobre su escritorio. Incluso le acariciaba la cabeza, como si acabara de crear vida y no un híbrido de textil y mamífero.
—Claro, claro —murmuré para mí—. Hermione ya tiene al cojín pidiéndole Whiskas, y yo apenas logré que se despierte.
En el tercer intento, algo hizo clic. El cojín se hinchó, se arqueó… y de pronto, un gato de cuerpo esponjoso y orejas acolchadas se sentó sobre la mesa, mirándome con la misma confusión que yo sentía.
McGonagall se acercó. Observó al gato-cojín con atención. Su rostro, inexpresivo como siempre, no dio señales inmediatas. Solo cuando se volvió hacia mí, habló:
—Señor Potter… su método es poco ortodoxo. Pero ha logrado una transformación válida. Le sugeriría, sin embargo, que no dependa tanto de su suerte. El estudio sistemático produce resultados más fiables.
—Sí, profesora. Me aseguraré de estudiar más… y de darle un nombre al gato-cojín —dije con media sonrisa.
Algunos alumnos se rieron. Incluso juraría que McGonagall esbozó una mueca casi imperceptible.
⋯⋯⋯
Miércoles por la tarde.
El ambiente en las mazmorras era opresivo. Olor a vinagre, raíces quemadas y un leve trazo medicinal que no lograba disimular la humedad de las piedras. Las clases con Snape siempre parecían más frías que el resto del castillo, como si el aula misma desalentara cualquier distracción.
El tema del día era la Poción Vigorizante, utilizada para restaurar la energía mágica tras un gran esfuerzo físico. Una poción delicada. Mal preparada, podía causar efectos adversos importantes: espasmos, colapso nervioso, incluso desmayos prolongados.
—Algunos de ustedes —dijo Snape con calma contenida— probablemente no notarán la diferencia.
La advertencia era más bien una amenaza velada, como casi todo lo que salía de su boca. Nadie se rió. Nadie respiraba más fuerte de lo necesario.
Yo estaba centrado en mi caldero. No dije nada. Ni una mueca. Sólo observaba con atención la receta y los ingredientes preparados frente a mí.
—¿Algo que agregar, Potter? —dijo Snape de pronto, sin mirarme.
Levanté la vista, confundido. No había hablado. No había hecho nada.
—¿Algún comentario muggle sobre suplementos o bebidas milagrosas? ¿O tal vez una sugerencia de cómo mejorarla con... gasificación?
—No, profesor —respondí, sin alterar el tono. No tenía idea de por qué me señalaba.
Snape se me quedó mirando unos segundos, como si esperara otra cosa. Luego se dio la vuelta.
—Prepare la poción. Y procure no envenenar a nadie en el proceso.
El comentario no provocó risas. Solo un silencio más tenso. Me puse a trabajar en silencio. Medí cada ingrediente con cuidado, controlé la temperatura, agité con la varita con la cadencia que recordaba del libro. Aun así, el proceso se sintió torpe. No por falta de conocimiento, sino por algo más profundo. Aún me costaba sentir que la magia fluía con naturalidad.
Cuando terminé, la mezcla no era azul claro como debía, sino verde pálido, pero al menos era estable. No burbujeaba de forma errática ni desprendía vapor. Snape se acercó, la examinó con su varita y frunció el ceño. Asintió apenas, con una mueca de resignación.
—No es un desastre. Pero tampoco es recomendable. Si se la diera a un deportista, probablemente acabaría con náuseas y temblores durante horas.
—Agradezco la evaluación —respondí. No había ironía en mi voz.
Snape no respondió. Se alejó con su paso silencioso y severo. Pero antes de volver a su escritorio, me miró por encima del hombro. No fue desprecio lo que vi en sus ojos. Fue otra cosa. Observación. Evaluación.
Esa noche, mientras caminábamos por uno de los pasillos hacia el Gran Comedor, Hermione se me acercó.
—¿Por qué lo dejas provocarte así? —preguntó, sin alzar la voz.
—No lo hice. Ni hablé —respondí. Seguía pensando en ello. Me había señalado sin motivo.
—Lo sé —admitió ella—. Pero contigo lo hace siempre. Como si esperara que falles.
—No pienso darle el gusto —dije, pero sin mucha convicción.
—A mí me pareció que estuviste bien —dijo Ron, caminando detrás de nosotros—. Mantuviste la calma. Eso lo desconcertó.
—Sí —dijo Hermione—, aunque eso no evitará que se desquite contigo después. No respondí. En el fondo, yo también me preguntaba qué tanto podía empujar antes de que alguien empezara a notar más que simples “cambios por madurez”.
Por ahora, me escudaban los rumores. Que “Harry estaba cambiando” por la cercanía con Neville. Que Augusta Longbottom y Andromeda Tonks lo estaban entrenando, guiando. Que los ataques del año pasado lo habían hecho madurar.
Por ahora, bastaba.
……….
El campo de Quidditch tenía esa energía cruda y limpia, como si el aire mismo se alimentara del zumbido de las escobas y de la tensión que se generaba entre las alturas y la caída. Ya no me sorprendía lo mucho que el cuerpo de Harry recordaba cada movimiento sobre la escoba. Era como si esa parte de él —esa pasión— estuviera grabada en sus huesos.
Wood ya estaba en el campo cuando llegamos. Tenía la cara roja del entusiasmo o del frío, y una tabla flotante a su lado llena de diagramas y apuntes.
—¡Cinco minutos tarde, Johnson! ¡Y tú también, Potter! —rugió al vernos.
—Llegamos puntuales, Wood —dijo Angelina con serenidad—. Tú solo llegaste aún más temprano que de costumbre.
—¡El juego no espera a nadie! ¡Ni siquiera al amanecer! —gritó él, agitando la pizarra—. Hoy repasamos las jugadas colmena, cascada y horquilla doble. Y quiero que el buscador practique esquives con los Bludgers. George, Fred, eso incluye intentos de asesinato moderado, ¿queda claro?
—¡Moderado! —repitieron los gemelos con una reverencia burlona.
Katie, Alicia y yo intercambiamos miradas cómplices. Aquel era Wood en su versión más leve.
Neville ya estaba en el campo, sujetando su escoba con algo de nerviosismo. No era la primera vez que venía; desde hacía semanas, me acompañaba a ver los entrenamientos, y de vez en cuando lo convencía para que se uniera a las prácticas básicas. Su progreso era lento pero consistente. A estas alturas ya no se caía de la escoba... al menos no sin pelear por mantenerse arriba.
—¿Otra vez tu amigo? —preguntó Wood al verlo bajar al campo.
—Tiene mejor actitud que medio equipo —repliqué—. Si le dejas usar uno de los postes laterales, no molesta.
Wood gruñó algo entre dientes, pero no lo echó.
Montamos. El aire frío me golpeó el rostro en cuanto me elevé, y el mundo desapareció.
Durante la primera parte del entrenamiento, repetimos formaciones ofensivas. Katie y Angelina volaban como si lo hubieran hecho desde que nacieron, lanzando la Quaffle con precisión quirúrgica. Alicia se unió a una jugada de pase cruzado que logramos terminar con un disparo al aro izquierdo. Wood aplaudió... y luego pidió que lo hiciéramos cinco veces más.
—¡Otra! ¡Otra! ¡Y esta vez sin esa curva floja, Bell!
Mientras los cazadores perfeccionaban la jugada horquilla, yo trabajaba maniobras evasivas. Fred y George se turnaban para lanzarme Bludgers, y aunque por poco me llevé uno en la espalda, logré evadirlo girando en picado. No lo diría en voz alta, pero en ese momento sentí que volaba mejor que nunca.
—¡Casi pareces un profesional, Potter! —gritó Wood—. ¡Sigue así y te vas directo al equipo nacional juvenil!
—Eso si no me matan tus golpeadores primero —dije, mientras George me lanzaba una sonrisa inocente.
En un descanso, Neville se acercó flotando con torpeza. Intentaba mantenerse cerca pero fuera del caos.
—¿Todo bien? —le pregunté mientras bebíamos agua.
—Sí, creo... aunque esa Bludger me miró con intenciones —respondió con media sonrisa—. Cada vez entiendo más por qué amas esto. Es como… como si el mundo fuera más simple aquí arriba.
Asentí. Lo entendía mejor que nadie.
Wood le gritó a Neville que bajara a una zona sin riesgo y practicara despegues y aterrizajes. Lo obedeció de inmediato.
El entrenamiento se alargó más de lo que esperaba. Cuando al fin bajamos, estábamos empapados de sudor, respirando aire helado y riéndonos sin razón. Wood, por supuesto, tenía la energía intacta y hablaba de reorganizar las posiciones para la semana siguiente.
—Buena sesión, Potter —dijo finalmente, dándome una palmada en el hombro—. Y tu amigo… no es del todo un peligro.
—Le diré que eso fue un cumplido —respondí.
Mientras nos alejábamos del campo, Neville y yo caminamos en silencio un momento. Luego dijo:
—No me imagino a mí mismo en un partido real… pero volar ya no me da miedo.
—Ese es el primer paso —dije—. El segundo es esquivar un Bludger sin cerrar los ojos.
Neville rió.
—Eso puede tardar otro año.
Y así continuo el arduo e infernal entrenamiento de Wood por unas horas más.
……..
Los pasillos del primer piso estaban tranquilos a esa hora, con apenas el murmullo lejano de estudiantes saliendo de clase. Neville y yo veníamos de Encantamientos, aún comentando una de las demostraciones que Flitwick había hecho ese día con una sonrisa casi traviesa.
—¿Crees que podamos lograr ese encantamiento de fuego sin varita algún día? —preguntó Neville, con genuina curiosidad.
—Primero tendríamos que lograr hacerlo con varita sin perder una ceja —respondí con una sonrisa—. Paso a paso.
Al doblar un corredor, la figura de Daphne Greengrass nos esperaba con la misma compostura elegante de siempre. Su postura recta, manos cruzadas frente al abrigo negro azabache, contrastaba con la informalidad de los estudiantes que pasaban a su alrededor sin prestarle atención. Cuando nos vio, dio un par de pasos hacia nosotros.
—Señor Potter. Señor Longbottom. Buenas tardes.
—Señorita Greengrass —respondí, con una inclinación leve de cabeza. En público, nunca usábamos nuestros nombres de pila. Era una regla tácita que había aprendido rápido desde las clases con Andy.
—¿Podría hablar con ustedes un momento?
—Claro —dije, haciendo una señal a Neville, que asintió sin hablar. Nos apartamos hacia una galería donde una ventana de arco dejaba entrar la luz grisácea del atardecer.
Daphne sacó un pequeño sobre lacrado de su túnica. Su voz se mantuvo neutra, pero no fría.
—Como seguramente recuerdas, mi familia tiene asignado este año el protocolo del Solsticio de Invierno. La celebración será en la finca principal de los Greengrass, en Somerset, el 21 de diciembre.
Extendió el sobre hacia mí, que tomé sin abrir aún.
—El evento es formal y político. No se trata de una fiesta como la organizada por los Longbottom en verano, me parece oportuno advertirle que en las fiestas de mi familia suele haber varias familias con posturas más… rígidas que otras si me doy a entender. Malfoy, Nott, Rosier, Avery… pero no se preocupe, también habrá caras conocidas del solsticio como los Bones, Prewett y Abbott.
Neville ladeó la cabeza con incomodidad. Yo mantuve la mirada fija en ella.
—¿Y esperas que convivamos con todas esas familias oscuras?
—No estoy obligada a extender la invitación —respondió sin alterar el tono—. Pero sería políticamente extraño que no lo hiciera. Señor Potter, usted fue presentado este año en el Cónclave de Verano. No asistir al siguiente evento de temporada levantaría rumores innecesarios. Y el Señor Longbottom —añadió, volviéndose levemente hacia Neville—, su familia goza de neutralidad respetada. Su presencia está prevista.
—Me imagino que no todos estarán contentos de vernos —murmuré.
—No. Pero no todos necesitan estarlo —replicó Daphne sin rodeos—. No es un entorno para discutir posturas ideológicas. Es un salón de observación. De sutilezas. Y quizás, de alianzas futuras.
Guardé el sobre en la túnica, sintiendo su peso como un recordatorio de lo lejos que estaba Hogwarts de ser mi único campo de juego.
—Entendido. Gracias por la advertencia.
—Vendrán cartas formales a través de lechuza en unos días, con detalles y requisitos de etiqueta. Asumo que Lady Longbottom les ayudará a prepararse —añadió, con una ligera pausa antes de marcharse—.
Asintió levemente y se retiró sin más, como si la conversación hubiese sido solo un trámite más de su día.
Detrás de una columna, no muy lejos, vi una silueta pelirroja asomarse un instante. Ron. Lo bastante cerca para haber escuchado lo esencial, pero lo bastante lejos como para fingir que no lo había hecho.
Neville suspiró.
—¿Crees que va a preguntarnos al respecto?
—No. Pero probablemente lo comentará con los demas—dije—. Y probablemente pensará lo peor.
—Perfecto. Justo lo que necesitábamos.
Ambos sonreímos con resignación.
……
Ron estaba lanzando una pluma contra el respaldo del sillón con creciente irritación. La dejaba volar con un “Wingardium leviosa” flojo y la atrapaba de nuevo con la mano libre. Lo había hecho al menos diez veces sin prestar atención al libro abierto sobre su regazo.
Hermione levantó la vista desde su escritorio improvisado junto a la chimenea.
—¿Todo bien? —preguntó, con un tono que apenas disfrazaba su sospecha.
Ron bufó.
—¿Te has fijado en Harry?
Hermione parpadeó.
—¿Hoy? ¿A qué te refieres?
Ron tiró la pluma al suelo, frustrado.
—A lo de la serpiente viscosa. Cómo lo ha invitado… y cómo él ha respondido. Como si fuera lo más normal del mundo. Como si fuera uno de ellos.
Hermione frunció el ceño.
—Bueno, sí. Es una fiesta formal. De protocolo. No significa que sean amigos.
—¿Y entonces por qué le habla así? ¿Y por qué ella también? Se tratan como si se conocieran desde hace tiempo. ¡Y luego están los saludos que se hacen por los pasillos! ¿Viste cómo lo saludó ese chico de Slytherin? El tal Nott. ¿Y la reverencia de la chiquilla de Ravenclaw con el broche plateado?
Hermione parpadeó.
—Harry fue presentado oficialmente en el Conclave de verano, Ron. Es parte de su responsabilidad como heredero Potter. Se supone que asista a este tipo de cosas.
Ron hizo un gesto con la mano, irritado.
—Pues que se quede con ellos entonces, ahora que entro en la alta sociedad no tiene tiempo para su mejor amigo.
Hermione lo miró con una mezcla de desconcierto y preocupación.
—¿Qué te pasa? ¿Te molesta que lo hayan invitado?
—¡Obvio! —estalló Ron, y luego bajó la voz al notar que algunos de los de primero lo miraban—. Esas fiestas están llenas de familias sangre pura. Tradicionalistas. ¿Tú sabes a quién invitan? A los Malfoy, a los Carrow, a los Mulciber… A los míos no los invitan. Nunca. Ni siquiera a la de los Longbottom el verano pasado. Mamá dijo que no nos molestáramos.
—Oh… —Hermione vaciló, sorprendida—. Yo pensé… que por ser sangre pura...
—¡No! Nos llaman traidores de sangre e incultos —Ron golpeó el reposabrazos con la palma—. Porque ahora Harry va, y todos actúan como si fuera uno de ellos. Como si siempre lo hubiera sido.
Hubo un momento de silencio.
—Sí, claro —añadió con amargura—. Ahora habla en voz baja con chicas como Greengrass, se saluda con reverencias y lo tratan como si fuera un Malfoy menos idiota. ¿Y nosotros qué? ¿Los del fondo?
Hermione se mordió el labio, insegura de qué decir.
Ron bajó la mirada.
—Siento como si nos hubiera cambiado por Neville —murmuró—. Ya no pasamos tiempo con él como antes. La mayor parte del tiempo está practicando en quién sabe dónde con Neville. Hasta la abuela de Neville lo adora. Parece que ahora todo gira en torno a ellos dos.
Hermione lo miró con más cuidado, esta vez dejando de lado su juicio académico para centrarse en lo emocional.
—Harry no nos ha cambiado por nadie, Ron. Está... creciendo. Y sí, es diferente del año pasado, pero ahora tiene responsabilidades diferentes y tiene que ir a esas fiestas y acatar ciertos protocolos. Pero no significa que ya no te considere su amigo.
—No sé —respondió Ron con la voz tensa—. A veces parece que nos está dejando atrás.
…………
El aula de Encantamientos se había vaciado tras la última clase del día, dejando solo el aroma a pergamino viejo, tinta fresca y algo de polvo de pólvora mágica en el aire. Mike y Neville permanecieron en sus asientos mientras los demás recogían sus cosas y salían hablando en voz baja.
El profesor Flitwick acababa de apagar las velas del escritorio con un movimiento de varita cuando notó que los dos muchachos seguían allí.
—¿Sí, señores Longbottom y Potter? ¿Ocurre algo?
Mike se levantó primero, nervioso pero decidido. Neville lo siguió un paso atrás, algo más dubitativo, aunque con el mentón alzado con resolución.
—Profesor —comenzó Mike—, queríamos hablar con usted… sobre duelos. Escuchamos que en su juventud fue campeón de duelo. Incluso que fue representante de Inglaterra en torneos internacionales.
Flitwick parpadeó, sorprendido por el cambio de tema, pero sonrió con cierta nostalgia.
—Oh, bueno... sí, algo de eso hay de cierto. Fui bastante activo en mis tiempos mozos. —Su tono se volvió más agudo—. ¿Por qué lo preguntan?
—Queremos aprender —intervino Neville—. A entrenar en serio. A mejorar, más allá de los hechizos básicos. Ambos... queremos convertirnos en Aurores algún día.
Mike asintió.
—Nuestros padres lo fueron y queremos ayudar a la gente como ellos lo hacían—añadió—. Y creemos que no es demasiado pronto para prepararnos, si tenemos disciplina.
Flitwick los miró con atención. No se burló. No sonrió de forma condescendiente. Solo los observó, y por un momento pareció medir algo invisible a su alrededor.
—Hmmm... buena motivación. Pero muchos estudiantes quieren destacar, y pocos comprenden lo que implica. Es más que lanzar hechizos llamativos —dijo mientras se acercaba a su escritorio y dejaba el libro que cargaba—. Es precisión. Control. Adaptabilidad.
Mike y Neville intercambiaron una mirada. No se echarían atrás.
—¿Podríamos hacerle una demostración? —preguntó Mike.
—Una especie de... prueba —añadió Neville.
Flitwick ladeó la cabeza, como si debatiera internamente.
—Muy bien —dijo al fin—. Pero no esperen que me contenga. Y si van a pedirle entrenamiento a un campeón de duelos, más les vale mostrar algo más que entusiasmo.
Con un movimiento seco de varita, desplazó las bancas a los lados del aula con un chasquido de madera sobre piedra. Se colocó en el extremo opuesto de ellos, su figura diminuta pareciendo apenas una sombra entre los ventanales.
—A la señal, ataquen.
No les dio más advertencia. En cuanto Mike y Neville alzaron sus varitas, Flitwick giró la suya y el aire tembló.
Mike lanzó un Stupefy rápido, mientras Neville conjuraba un hechizo de niebla para reducir visibilidad. Intentaron flanquearlo: Mike fue por el lateral, Neville desde el frente, variando ángulos, cubriéndose mutuamente, incluso combinando un hechizo de empuje con un Incarcerous que casi rozó al profesor.
Pero Flitwick nunca se movió.
Cada hechizo fue desviado con un simple movimiento de muñeca, fluido, como si dirigiera una orquesta. Cada intento de distracción fue contrarrestado con un contrahechizo antes de que terminara de conjurarse.
—Buena coordinación... —dijo con voz serena en medio del duelo—. Pero están pensando como novatos. Muy predecibles.
Antes de que pudieran rearmarse, Flitwick levantó su varita y la giró en el aire con un movimiento elegante y silencioso. De la punta brotó una cadena dorada, fina como una cuerda de violín, que serpenteó como una víbora brillante hasta atrapar el tobillo de Neville.
—¡Eh! —exclamó Neville antes de que lo levantara en el aire de cabeza.
—¡Cuidado! —gritó Mike, apuntando con la varita, pero demasiado tarde.
Flitwick movió la muñeca en un arco. Neville, colgando boca abajo, voló en dirección contraria como un péndulo encantado y se estrelló de costado contra Mike con un golpe sonoro, derribándolo al suelo con él.
Ambos quedaron en el suelo, aturdidos y jadeando.
Flitwick bajó su varita, y la cadena se deshizo en una lluvia de chispas doradas que se disiparon antes de tocar el suelo.
—Y esa —dijo, caminando lentamente hacia ellos con una sonrisa leve—, es la diferencia entre atacar bien… y saber cuándo no atacar.
Mike se incorporó con una mueca de dolor, ayudando a Neville a sentarse. Ambos estaban despeinados, un poco magullados… pero sonreían.
—¿Eso fue... una negativa? —preguntó Mike, aún sin aliento.
Flitwick lo observó, luego rió suavemente.
—En absoluto. Han demostrado tener agallas. E instinto. Quizá no experiencia, pero eso se entrena. Si están dispuestos a levantarse después de eso, les enseñaré. Pero les advierto: será duro. No esperen favoritismos ni horarios cómodos.
—¿Mañana antes de clases? —aventuró Neville.
Flitwick alzó una ceja.
—Cinco y media. Y no desayunen o vomitaran.
……….
La enfermería olía a mentol, poción de caléndula y sábanas demasiado almidonadas. El silencio era espeso, interrumpido solo por el sonido del vendaje mágico que se enrollaba solo sobre el hombro de Neville y el ocasional murmullo de un frasco burbujeante en la repisa cercana.
Mike estaba sentado en la camilla contigua, con la túnica abierta y una bolsa de hielo mágica apoyada contra su costado. Tenía una ceja rota, cortes leves en las manos, y la dignidad algo maltrecha, pero sus ojos brillaban con entusiasmo.
Daphne Greengrass se movía entre ambos con eficiencia, su varita en mano, el cabello recogido con una cinta azul celeste y un aire profesional que contrastaba con su edad. Madame Pomfrey no estaba; al parecer había salido a atender a una alumna de séptimo que se había desmayado durante la clase de Transformaciones. Daphne, que llevaba semanas como ayudante voluntaria, había quedado encargada de estabilizar a los "accidentados del día".
—¿Entonces el profesor Flitwick los arrojó uno contra otro con una cadena encantada? —preguntó ella, examinando el corte en la ceja de Mike sin mucho disimulo.
—Técnicamente solo agarró a Neville —respondió Mike, con una sonrisa torpe—. Yo estaba en el lugar equivocado cuando lo estrelló.
—No exageres —refunfuñó Neville, con las mejillas rojas—. Casi lo logramos. Durante un momento, creímos que lo teníamos acorralado.
—Flitwick no se movió ni un paso —añadió Mike, riendo con cansancio—. Pero sí. Fue... brutal. Y brillante.
Daphne alzó la varita y murmuró un hechizo reparador. La ceja de Mike se cosió suavemente, sin dejar cicatriz.
—Y, aun así, sonríen como si hubiera sido el mejor día del mes —murmuró ella, aunque sin sarcasmo.
—Aceptó entrenarnos —dijo Neville, con una sonrisa genuina—. Todos los días a excepción de las prácticas de quidditch, a las cinco y media. Antes del desayuno. Dijo que no espera que aguantemos más de una semana, pero…
—Vamos a demostrarle lo contrario —interrumpió Mike.
Daphne se detuvo un momento, observando a ambos con cierta intensidad. Luego bajó la varita y sacó un pequeño frasco de crema cicatrizante de una bandeja.
—Bueno… la habilidad del profesor Flitwick es famosa entre algunos magos más viejos —comentó mientras aplicaba la pomada en el brazo de Neville—. En mi casa, mi padre solía decir que, la única forma en la que se enfrentaría al profesor seria en un duelo profesional ya que ahí al menos hay reglas y no se permite matar.
—¿Eso es una advertencia o un elogio? —preguntó Mike con una sonrisa ladeada.
—Ambas —respondió Daphne sin levantar la vista.
Hubo un breve silencio. La tenue luz que entraba por los ventanales iluminaba el blanco de la enfermería con un tono plateado. Daphne terminó con Neville, luego recogió las gasas encantadas, dejando que flotaran suavemente de regreso a la bandeja.
—¿Van a contarle a alguien más? —preguntó entonces, sin mirarlos directamente.
—Solo a Hermione —dijo Mike—. Y solo porque se va a dar cuenta igual. No se le escapa nada.
Daphne asintió despacio. Luego se giró hacia la puerta, como si escuchara algo. Nadie. Solo viento.
—Bueno —dijo al fin—. Solo tengan cuidado. Las habilidades pueden llamar la atención de diferentes formas. A veces buena… a veces no tanto.
—Gracias por atendernos —dijo Neville, sincero.
Daphne ya estaba guardando las cosas con rapidez.
—No fue nada. Solo no vuelvan sangrando o quemados… al menos no antes del desayuno.
—¿Y después sí? —preguntó Mike con una ceja alzada.
Ella giró sobre sus talones y lo miró con una expresión perfectamente neutra.
—Eso depende del desayuno.
Y se fue.
Mike y Neville se miraron, luego estallaron en risas mientras la puerta se cerraba suavemente detrás de ella.
………..
La sala de encantamientos estaba en penumbra cuando Mike y Neville llegaron, arrastrando los pies, aún frotándose los ojos y con los uniformes mal abrochados. Eran las cinco y veintisiete de la mañana, y fuera del castillo, el mundo apenas comenzaba a teñirse de azul pálido.
Flitwick ya estaba allí, en el centro del aula, de pie sobre una pila de libros tan perfectamente equilibrada que parecía parte del mobiliario. Llevaba una túnica gris perla y tenía el cabello impecable, peinado hacia atrás como si acabara de salir de una reunión del Wizengamot.
—¡Puntuales! —exclamó con su voz aguda, aunque firme—. Eso es un buen comienzo. Veremos cuánto les dura.
Los miró de arriba abajo con una ceja alzada.
—¿Durmieron algo?
—Eh… algo —murmuró Mike.
—¿Comieron?
—No todavía —respondió Neville.
Flitwick sonrió… con demasiada dulzura.
—Perfecto.
Con un pequeño chasquido de su varita, los pupitres se apartaron hacia las paredes y las ventanas se abrieron para dejar entrar aire frío y bruma. El suelo del aula quedó despejado, convertido en una pista de duelos improvisada.
—Regla número uno: la resistencia física es tan importante como la precisión mágica —dijo el profesor, dando saltitos al bajar de los libros y caminando entre ellos como un general frente a nuevos reclutas—. ¿Quieren ser aurores? Entonces más les vale aprender a conjurar bajo presión, con barro hasta las rodillas y hechizos silbándoles por la oreja.
Los chicos se miraron, no sin algo de nerviosismo.
—Ejercicio número uno. Un “escudo dinámico”. Tendrán que conjurar un Protego de forma móvil, desplazándose y manteniéndolo por al menos cinco segundos mientras esquivan objetos.
—¿Objetos? —preguntó Mike.
Flitwick apuntó con su varita a una repisa, y de inmediato tres esferas metálicas flotaron hacia el aire, girando como colibríes de hierro.
—Modificadas para no romper huesos —añadió con una sonrisa.
Durante la siguiente hora, los chicos corrieron en círculos mientras las esferas disparaban pequeñas descargas eléctricas si el escudo no era lo suficientemente fuerte. Neville tropezó dos veces, Mike acabó con la manga chamuscada, y ambos sudaban como si hubieran subido y bajado la torre de astronomía con armaduras puestas.
—¡Descansen cinco minutos! —gritó Flitwick con voz aguda, mientras agitaba su varita y conjuraba una serie de figuras geométricas flotantes.
—¿cinco minutos? —jadeó Mike.
—Cuatro.
Neville se dejó caer contra la pared y cerró los ojos, tratando de no vomitar.
—Ejercicio número dos —dijo el profesor como si nada—: duelo simulado. Uno ataca, el otro defiende. Intercambio cada tres hechizos. No usen nada que esté prohibido en la escuela ni que no sepan controlar. Si me lanzan una explosión de fuego por error, tendrán que apagarla con el uniforme.
A pesar del cansancio, los chicos intercambiaron una mirada. Mike levantó su varita y adoptó una postura que recordaba los viejos duelos formales, y Neville se irguió como había aprendido de su abuela.
—Stupefy —murmuró Mike, apuntando a los ojos de Neville con una ráfaga de luz roja.
Neville apenas alcanzó a levantar un Protego y desviar el rayo antes de lanzar su contrahechizo: un hechizo de atadura de piernas. El intercambio se volvió cada vez más ágil, más enfocado, más limpio. Flitwick observaba desde su pila de libros con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados.
—No está mal —dijo cuando terminaron el quinto intercambio—. Pero no es suficiente.
Levantó su varita, y de pronto el aire se tornó pesado. Con un movimiento tan rápido que apenas lo vieron, conjuró una cadena luminosa que giró en el aire como una serpiente viva. La cadena atrapó a Neville del tobillo, lo alzó unos centímetros y lo lanzó suavemente contra Mike, que no alcanzó a conjurar un escudo a tiempo.
Ambos chicos cruzaron miradas y compartieron un solo pensamiento “No otra vez” antes de que cayeran con un golpe sordo, rodando por el suelo como un par de sacos de patatas.
—Ahora sí —dijo el profesor, bajando su varita—. Entrenamiento terminado por hoy.
Ambos chicos se quedaron tumbados en el suelo, sin aliento.
—Mañana a la misma hora. Espero que hayan aprendido algo.
—Sí… —dijo Mike con voz ronca—. Que adora ese hechizo.
Flitwick sonrió.
—Buena lección.
Y con un leve chasquido de su varita, las esferas metálicas se guardaron solas en el armario.
………..
La enfermería estaba en penumbra, aún sin el bullicio típico de las mañanas. Las camas alineadas parecían demasiado ordenadas, como si esperaran pacientes con ansiedad. El único sonido era el leve zumbido de unas lámparas encantadas y el paso firme de Daphne Greengrass, que los esperaba junto a una camilla con los brazos cruzados.
—¿Qué parte de “no se lesionen antes del desayuno” fue la más difícil de entender? —preguntó sin levantar la voz, pero con suficiente filo para cortar piedra.
Mike se dejó caer sobre el colchón sin contestar, todavía con la espalda entumecida. Neville entró detrás, cojeando ligeramente.
—No fue culpa nuestra —murmuró él—. Flitwick nos arrojó al suelo. Literalmente.
—Ajá —dijo Daphne, sacando un frasco con tapa de cristal esmerilado y revisando su contenido como quien prepara veneno con esmero—. ¿Y cuál fue la brillante estrategia? ¿Recibir el impacto como método educativo?
—Más bien como lección directa sobre la gravedad —gruñó Mike, cerrando los ojos mientras ella le lanzaba un hechizo diagnóstico.
—Estás con una contractura en el hombro derecho, un leve esguince en el tobillo y señales de descarga mágica residual. Y tú —añadió, girándose hacia Neville— tienes una torcedura en la muñeca y una contusión en el costado. ¿Es esto una clase de duelos o un campo de entrenamiento de aurores en guerra?
—Un poco de ambos —dijo Mike, sin abrir los ojos.
Daphne no respondió de inmediato. Sacó un ungüento espeso de color violeta, impregnado de una esencia mentolada tan fuerte que casi les hizo lagrimear. Lo aplicó con precisión sobre el hombro de Mike y murmuró un encantamiento de relajación muscular. Sintió la tensión ceder de golpe, como si alguien hubiera abierto una válvula interna.
—Por lo menos no rompieron huesos esta vez —añadió, con un dejo de resignación.
—¿“Esta vez”? —repitió Neville, alarmado.
—Mejor que no preguntes —respondió Daphne, apuntándole la varita para tratar la contusión. Un haz suave de luz azul se deslizó sobre su costado. Neville soltó un suspiro de alivio.
—¿Y Poppy? —preguntó Mike—. ¿No está?
—Bajó a las cocinas a regañar a los elfos por meterle limón al jarabe para la tos. Dijo que si ustedes aparecían otra vez antes del amanecer, me encargara yo. Ya es oficial: tienen horario de paciente frecuente.
Mike soltó una risa corta, pero se arrepintió al sentir una punzada en las costillas.
—Me pregunto si los aurores desayunan antes de entrenar —comentó Neville, más para sí mismo.
—Los que sobreviven, probablemente sí —dijo Daphne, limpiándose las manos con un paño encantado—. Ustedes no son aurores. Son adolescentes con reflejos cuestionables y decisiones de vida muy dudosas.
—Gracias por el voto de confianza, MyLady—replicó Mike, irónico.
Daphne alzó una ceja, pero le ofreció una mano para ayudarlo a sentarse.
—Descansen al menos veinte minutos antes de volver a sus vidas temerarias. Y si pueden evitar morirse antes del almuerzo, se los agradeceré. Tengo ensayo de antídotos a media tarde y no quiero escribir un informe sobre cómo se les derritió la cara.
Mike y Neville se quedaron en silencio mientras ella se alejaba a preparar un nuevo lote de poción reparadora. La luz del amanecer comenzaba a colarse por las altas ventanas de la enfermería, más dorada que antes.
—¿Crees que mañana será peor? —murmuró Neville.
—Definitivamente —respondió Mike, recostándose de nuevo—. Pero al menos ya sabemos lo que duele.
—Y que Daphne cura bien, pero sin compasión.
—Eso también.
Se quedaron allí, en silencio. No dormidos, pero tampoco del todo despiertos. El mundo apenas comenzaba a girar, y ellos ya estaban una hora por delante... y un par de caídas por detrás.
………..
El aire estaba tan gélido que les calaba los huesos incluso antes de salir del castillo. Mike y Neville bajaron las escaleras tambaleándose, cargando cada uno una mochila encantada con peso extra. Diez kilos de arena húmeda según la nota que encontraron en el salón de encantamientos cuando fueron a por su segunda lección extracurricular con el jefe de ravencraw.
El cielo todavía estaba oscuro, un azul profundo manchado de gris, y el suelo crujía bajo sus botas con escarcha fresca. El trayecto desde el aula de encantamientos hasta la orilla del Lago Negro fue en completo silencio, salvo por el ritmo de sus pasos apresurados y las bocanadas de vapor que escapaban de sus bocas.
—¿No podíamos simplemente practicar duelos? —gruñó Neville mientras se ajustaba las correas del peso.
—Al menos no es otra de esas esferas voladoras —respondió Mike entre jadeos.
Cuando llegaron al lago, lo primero que vieron fue una barca flotando a pocos metros del muelle. Y sobre ella, de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda, estaba el profesor Flitwick, envuelto en una túnica impermeable y con un termo humeante en la mano.
—¡Puntuales otra vez! Me sorprenden —dijo, con tono de satisfacción—. Hoy entrenaremos resistencia, orientación y control bajo condiciones extremas. Si quieren ser aurores, deben aprender a actuar en todo tipo de terreno, incluyendo cuerpos de agua a temperaturas poco amistosas.
—¿Vamos a nadar? —preguntó Mike, esperando una negativa. No la hubo.
—Van a nadar —confirmó Flitwick con una sonrisa peligrosa—. Desde el muelle hasta la barca, y luego de regreso. Diez veces.
—Profesor… ¿el lago está congelado? —Neville temblaba ya, y ni siquiera se había quitado la túnica.
—No completamente —respondió Flitwick, como si eso fuera un consuelo—. Ya está encantado para no solidificarse del todo. Y he colocado algunas burbujas de calor cerca del muelle para evitar que sus músculos se paralicen del todo al salir. Pero no se acostumbren. Los aurores no tienen calefacción cuando persiguen mortífagos en los pantanos.
Mike soltó una risita incrédula.
—Esto suena más a entrenamiento de castigo en la marina que a encantamientos.
—Quizá deberías haber pedido ayuda a la profesora Sprout entonces —replicó Flitwick, aún sonriendo—. Ahora, al agua.
Con resignación casi ritual, los dos chicos miraban como Flitwick transfiguraba sus túnicas en camisetas térmicas y shorts de baño. El viento helado golpeó su piel desnuda como un hechizo de hielo. Mike fue el primero en acercarse al muelle. Respiró hondo. Luego saltó.
El agua fue una puñalada.
Todo su cuerpo gritó en protesta, los pulmones se cerraron por el impacto del frío, y por un instante creyó que no podría moverse. Pero empezó a nadar. Brazada tras brazada. Detrás de él, oyó el chapoteo de Neville cayendo también.
Flitwick observaba desde la barca, impasible, tomando sorbos de su té caliente.
El primer tramo fue lo peor. El shock del agua fría, los músculos entumecidos, el aire cortante sobre la piel mojada al regresar al muelle. Pero ya en la segunda vuelta, sus cuerpos se adaptaron, al menos lo suficiente como para no temblar con cada brazada. Mike no sabía si estaba avanzando por instinto o por pura terquedad.
—¡Última vuelta! —gritó Flitwick desde la barca—. ¡Si uno se ahoga, el otro lo arrastra hasta la orilla! ¡Trabajo en equipo, señores!
—Ya lo escuchaste… —dijo Mike entre jadeos—. Si me hundo… tú me sacas.
—Tú primero —replicó Neville, con una sonrisa temblorosa.
Cuando terminaron, los dos chicos apenas podían sostenerse en pie. Las manos les temblaban al colocarse de nuevo las túnicas y secarse con hechizos de calor conjurados torpemente. Flitwick descendió de la barca y los observó con ojos serios esta vez.
—No pensé que completarían el ejercicio. Bien hecho.
—¿Esto es normal? —preguntó Neville, con los dientes castañeando.
—Es una prueba —respondió el profesor—. Muchos se rinden cuando el entrenamiento no es cómodo. Pero si siguen viniendo… quizá haya algo más que valentía Gryffindor en ustedes.
Luego se giró y comenzó a marcharse de regreso al castillo, como si no acabara de obligarlos a casi morir congelados.
—Mañana, a la misma hora. Aula de Encantamientos. No falten.
Mike y Neville se miraron.
—¿Sabes? —dijo Mike—. Estoy empezando a pensar que Flitwick disfruta esto.
—Definitivamente —asintió Neville—. Y eso me asusta.
Pero antes de que pudieran comenzar a caminar de regreso, Flitwick se detuvo y se giró con una expresión aún más severa.
—¿Quién les dijo que habíamos terminado?
Los dos muchachos se congelaron, literalmente y figuradamente.
—Una de las reglas fundamentales para un auror —continuó el profesor— es la capacidad de pelear incluso cuando estás exhausto, dolorido o congelado hasta los huesos. El enemigo no espera a que estés listo. “¡Vigilancia constante!”, como decía el viejo Alastor.
Sacó su varita y dio un paso hacia el centro del claro helado junto al lago.
Una serie de chispas azules salieron disparadas hacia ellos. Mike rodó por el suelo mientras Neville alzaba un Protego a medio conjurar. Lo desvió, pero cayó de rodillas por el esfuerzo. Mike respondió con un Expelliarmus que Flitwick desvió sin pestañear. El profesor se movía poco, apenas hacía gestos con la varita, pero cada encantamiento era exacto, contundente, calculado.
—¡Piensen! ¡Hablen entre ustedes! ¡Usen su entorno! —les gritó.
Mike intentó un combo: chispas cegadoras seguidas de un hechizo de agarre, mientras Neville conjuraba un hechizo hacia la nieve que la lanzo hacia los ojos del profesor. Fue una buena idea. Por un segundo, Flitwick parpadeó.
Y entonces contraatacó.
Un lazo de luz salió disparado de su varita y atrapó a Mike del tobillo, arrastrándolo por el suelo congelado. Con un movimiento seco, lo estrelló contra Neville, y ambos cayeron en un montón de cuerpos y gemidos por tercera vez.
Silencio. El vapor flotaba lentamente alrededor de ellos.
Flitwick se acercó y los observó desde arriba.
—Esa fue una estrategia aceptable. Si no estuvieran empapados, exhaustos y tiritando, quizá habría funcionado.
Mike escupió aguanieve y barro.
—Recuerdame aprender ese hechizo, Nev.
—Odio esa cadena— mascullo Neville
Flitwick alzó una ceja, divertido.
Ayudó a levantarlos con un gesto de varita que los secó parcialmente y les calentó la piel con un encantamiento menor.
—Ahora sí. Marcha rápida de regreso al castillo. Pueden conjurar un hechizo para que no les estallen los pulmones, si aún recuerdan alguno.
—Gracias… por el detalle —murmuró Neville.
—Y recuerden si alguna vez tienen que enfrentar a un mago oscuro, no se va a preocupar por la ética del duelo. Hoy fueron víctimas de la sorpresa. No dejen que se repita. —añadió Flitwick mientras se alejaba—: ¡Vigilancia constante!
Los dos chicos lo miraron marcharse mientras sus cuerpos dolían de formas nuevas y originales.
—¿Seguro que esto no es un castigo? —preguntó Neville.
—Yo creo que es su forma de decirnos que confía en nosotros.
—¿Sí? Pues yo prefería cuando solo te decía “excelente trabajo” y te ponía una calcomanía brillante en la hoja.
Se encaminaron de vuelta al castillo, apoyándose el uno en el otro para no caer.
………….
El retrato de la Dama Gorda se abrió con un quejido agudo cuando Mike y Neville, aún con el uniforme húmedo y la piel enrojecida por el frío, se arrastraron hacia el interior de la sala común. Las botas goteaban sobre la alfombra y sus movimientos eran lentos, cada músculo protestando con cada paso.
—¡¿Pero qué demonios les pasó?! —exclamó Hermione al verlos. Cerró su libro de golpe y corrió hacia ellos. Ron, que estaba a su lado jugando ajedrez mágico contra sí mismo, se giró con una ceja alzada.
—¿Se metieron a luchar con un Grindylow en ropa interior o qué? —añadió, medio en broma.
—Entrenamiento matutino —gruñó Neville, dejándose caer en un sillón junto a la chimenea.
—¿Entrenamiento? ¿De qué hablas? —preguntó Hermione, frunciendo el ceño. Tomó la varita y empezó a conjurar un hechizo de secado sobre sus capas.
—Flitwick —dijo Mike con voz ronca mientras se sentaba con cuidado—. Aceptó darnos una rutina especial de entrenamiento de duelo… y otras cosas.
Hermione parpadeó.
—¿El profesor Flitwick? ¿Entrenamiento avanzado? ¿A ustedes?
Ron soltó la torre que sostenía y se puso de pie.
—¿Qué quieren decir con eso de “ustedes”? ¿Desde cuándo están haciendo esto? ¿Y por qué no me dijeron nada?
Mike levantó la vista. Estaba cansado, sí, pero también frustrado. Fueron con Daphne pero ella los mando de regreso como castigo por ir tres veces seguidas en tan poco tiempo a la enfermería.
“¿Creen que soy su enfermera privada? Deberian de tener mas cuidado con su entrenamiento” había dicho ella. Ambos chicos regresaron a su sala común después de eso.
El frío se le había metido hasta los huesos, y ahora Ron, que apenas podía mantenerse concentrado en clase, parecía ofendido.
—Ron… ¿en serio? No sabíamos que tú también querías ser auror —dijo con voz firme—. Tus notas no lo demuestran. Y no lo digo por fastidiarte. Es que nunca lo has mencionado, ni has mostrado interés.
Ron enrojeció, ya no de frío.
—¡Eso no tiene nada que ver! Podrías al menos haberlo dicho. Me habría apuntado si me hubieras invitado.
—¿Y habrías aguantado salir trotando cargando peso antes del amanecer, nadar en el Lago Negro a esta temperatura y luego enfrentarte a Flitwick en un duelo, todo sin dormir ni desayunar? —dijo Mike con las cejas en alto—. Porque eso fue hoy. Y no, no es una exageración.
—¡Podría intentarlo! —protestó Ron—. No es justo que ustedes se larguen a entrenar como si fueran los únicos que quieren hacer algo grande. ¡Yo también soy parte de esto!
—Entonces demuéstralo —dijo Mike, levantando la vista por primera vez. Su voz era suave pero decidida—. No con palabras, Ron. Entrenar con Flitwick no es un club exclusivo, pero no es para cualquiera. Él mismo lo dijo: va a ser duro. Va a doler. Y no se va a detener porque tengamos once años.
El silencio se hizo en la sala común por unos segundos.
Hermione los miraba a los tres, tensa. Estaba claro que no aprobaba del todo ese tipo de entrenamiento extremo, pero también notaba la diferencia en la expresión de Mike y Neville: estaban cambiando.
—¿Y por qué no me lo contaste, Harry? —Ron volvió a usar ese nombre, más por costumbre que por intención.
Mike respiró hondo.
—Porque pensé que no te interesaría. Porque estás ocupado con otras cosas, como Quidditch, como… no sé, pelear con Hermione por tonterías. Y no lo digo con desprecio, Ron. Solo… esto es algo que decidimos hacer, Neville y yo, porque queremos estar listos. No es nada personal.
Ron no respondió de inmediato. Apretó los labios, miró a Hermione buscando una señal, pero ella solo bajó la vista.
—Bueno… pues qué bien. Mucha suerte con su entrenamiento infernal.
Y se marchó a paso rápido hacia el dormitorio, el tablero de ajedrez todavía vibrando detrás de él.
Hermione suspiró.
—Ha estado un poco irritable últimamente.
—Lo notamos —dijo Neville.
Hermione les pasó una manta a cada uno. No dijo nada más. Se sentó entre ellos y abrió su libro otra vez, esta vez sin concentrarse del todo.
Fin del capítulo.