ID de la obra: 341

Un harry diferente

Het
R
En progreso
1
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
¡Vote por el trabajo que más le guste! Puede votar una vez al día.
Promocionada! 0
Tamaño:
planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 9. Amigos.

Ajustes de texto
Capítulo 9: Amigos. La sala común estaba tranquila aquella tarde. El fuego chisporroteaba suavemente en la chimenea y solo unos pocos estudiantes estaban esparcidos en sillones y rincones, concentrados en sus libros o cartas. Mike subió con paso lento hacia el dormitorio, la conversación de esa mañana aún pesándole en el pecho. Encontró a Ron solo, tumbado en su cama con los brazos detrás de la cabeza, la mirada perdida en el dosel. La luz dorada del atardecer se filtraba por la ventana, tiñendo todo con un resplandor tibio y melancólico. —¿Puedo...? —preguntó Mike desde la puerta. Ron no respondió de inmediato, pero se encogió de hombros. —Haz lo que quieras. Mike entró y se sentó en la cama contigua. Pasaron unos segundos en silencio antes de que hablara. —Lo siento, Ron. Por no haberte dicho lo del profesor Flitwick. No fue justo. Ron desvió la mirada hacia él, pero no dijo nada. —No era mi intención dejarte fuera —continuó Mike—. Solo… no sabía si tú también estabas interesado en entrenar así. —Eso no significa que no quiera estar incluido —saltó Ron, alzando la voz—. Somos un equipo, ¿no? Siempre lo fuimos. Y de pronto estás todo el tiempo con Neville, saludando a sangre pura como si fueras uno más de ellos. Esa serpiente te invita a esas fiestas, hablas raro... reverencias... ¿Quién eres tú últimamente? Mike tragó saliva. Había esperado esa pregunta tarde o temprano, y no podía decirle la verdad. Pero podía darle una parte honesta. —Estoy intentando... estar a la altura de lo que se espera de mí. De lo que el mundo espera de "Harry James Potter", supongo. Es como si todo lo que haga fuera observado, juzgado. Así que sí, tal vez estoy actuando diferente. Pero no significa que me haya olvidado de ti... o de Hermione. Ron bajó la vista. —A veces siento que sí. Como si te hubieras ido a algún lugar al que yo no puedo seguirte. Mike le puso una mano en el hombro. —Entonces, déjame retroceder un paso. No quiero que sientas eso. Si quieres, puedo hablar con el profesor Flitwick. Tal vez puedas unirte al entrenamiento también. Ron lo miró con duda. —¿Y tendré que nadar en el Lago Negro como tú y neville? Mike sonrió. —Solo si sobrevives a las prácticas con varita. Flitwick no tiene piedad. Eso arrancó una risa a Ron, breve pero sincera. —Está bien. Pero tú me enseñas a conjurar ese encantamiento de escudo que usaste el otro día. ¿Trato? —Trato —respondió Mike, extendiendo la mano. Se la estrecharon con firmeza, y aunque muchas cosas seguían sin resolverse del todo, por lo menos, una grieta menos los separaba. ….. El día siguiente amaneció gris y frío, la niebla cubría el castillo cuando Mike y Neville se preparaban en el aula de Encantamientos para su entrenamiento matutino con el profesor Flitwick. Habían acordado encontrarse temprano para continuar la rigurosa rutina que les había impuesto. Mientras se ajustaban las túnicas y repasaban mentalmente los hechizos, la puerta se abrió y apareció Ron, con expresión decidida pero ligeramente nerviosa. —Profesor Flitwick —saludó Ron con respeto—, me gustaría unirme al entrenamiento. Harry me dijo que ustedes están trabajando duro y quiero intentarlo también. El profesor, pequeño y enérgico como siempre, los miró con una sonrisa evaluadora. —Ronald, me alegra tu entusiasmo. Pero antes de que te incorpores, hay algo importante que debes considerar. Ron arqueó una ceja, curioso. —¿Qué es? —Tu rendimiento académico debe estar a la altura de las exigencias del entrenamiento. No podemos permitir que las distracciones afecten tu progreso. Quiero ver mejoras notables en tus calificaciones, especialmente en Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras. Ron apretó los puños, tratando de ocultar su frustración. —Entiendo, profesor. Trabajaré duro para mejorar. Flitwick asintió satisfecho. —Eso espero. Mientras tanto, tú puedes observar y aprender, pero la rutina será para Mike y Neville. Mike y Neville intercambiaron miradas nerviosas y retomaron su posición. El profesor señaló el patio donde les esperaba un circuito de obstáculos improvisado que atravesaba una gran cantidad de terreno hasta llegar al lago negro. —Bien, chicos, hoy pondremos a prueba vuestra resistencia y agilidad. Recordad, un auror debe estar preparado para lo inesperado. Neville y Mike comenzaron a trotar hacia la salida, llevando una pesada mochila con equipo simulado. Flitwick los acompañó en su pequeña barca sobre el Lago Negro, observándolos mientras se lanzaban al agua helada para nadar hasta el muelle y regresar, luchando contra el frío y la corriente, repitiendo asi la rutina anterior. Cuando emergieron, jadeantes, Flitwick sacó su varita y los llamó para un duelo improvisado. —Vigilancia constante, chicos. Ahora probad vuestra defensa y contraataque. Mientras Mike y Neville esquivaban y lanzaban hechizos bajo la supervisión atenta de Flitwick, Ron permanecía observando, sintiendo cierto nerviosismo al pensar que el también tendría que hacer eso cuando Flitwick lo aceptara. ……… El bosque al borde del castillo lucía tranquilo bajo la luz tenue de la tarde, salpicado de hojas que crujían bajo los pies de Mike, Ron y Neville. Era fin de semana y se encontraban en un claro apartado, rodeado de altos árboles y arbustos dentro del bosque prohibido, el viejo coche volador yacía abierto, con piezas esparcidas a su alrededor. —Si logramos ajustar bien ese motor, esta vez sí volará —decía Mike, limpiando con cuidado una tuerca oxidada. Neville, con una expresión concentrada, sostenía un destornillador que parecía haber visto mejores días. El trabajo avanzaba lentamente, pero con determinación. De repente, un crujido entre los arbustos llamó su atención. Los tres se giraron justo cuando una figura grande y robusta emergía entre los árboles. —¡Hagrid! —exclamó Mike, sorprendido pero feliz. El guardabosques sonrió ampliamente, con sus ojos brillantes y su típica barba despeinada. —¡Hola, chicos! ¿Qué hacéis aquí tan a escondidas? —preguntó con tono amable pero curioso. Ron miró rápidamente a Mike y Neville, indeciso. —Estamos... eh... arreglando el coche volador —respondió Mike con una sonrisa nerviosa—. Nosotros lo descompusimos y lo vamos a reparar. Hagrid asintió, sin mostrar intención de delatarlos. —Eso es muy responsable de su parte muchachos. —¿Qué estas haciendo tu aquí Hagrid?—Ron pregunto al semigigante. He estado rastreando una criatura rara por estos lados —explicó— y escuché que andáis entrenando con el profesor Flitwick, ¿es verdad? Los tres se miraron, sorprendidos de que alguien supiera eso. —Sí, profesor Flitwick nos está entrenando, ¿Cómo lo sabes? —confirmó Neville. —El profesor me pidio que les enseñara un par de lecciones sobre como rastrear y moverse en el bosque sin dejar rastro —dijo Hagrid con un brillo de emoción—. Puedo enseñaros algunos trucos que me han servido toda la vida. Mike sonrió, sintiendo que esta oportunidad era justo lo que necesitaban. —¡Eso sería genial, Hagrid! —exclamó—. Nos ayudaría mucho. —Entonces quedamos en eso —dijo Hagrid—. ………. El sol empezaba a descender cuando Hagrid condujo a Mike, Ron y Neville a través del bosque, alejándose del claro donde habían estado trabajando en el coche volador. Las sombras se alargaban y el aire frío de la tarde se hacía notar, pero ninguno de los chicos parecía importarle; estaban ansiosos por aprender. El sol se filtraba entre las copas de los árboles mientras Mike, Ron y Neville caminaban en silencio detrás de Hagrid. El aire estaba cargado con el aroma a tierra húmeda y hojas podridas, y cada crujido de ramas bajo sus pies parecía amplificarse en la quietud del bosque. —Antes de empezar, hay algo que debéis entender —comenzó Hagrid, con su voz profunda y pausada—. Rastrear no es solo encontrar pistas visibles, también es sentir el bosque, escuchar sus susurros. A veces, lo que no se ve es lo que más dice. Mike respiró hondo, intentando absorber cada sonido: el canto lejano de un ave, el murmullo del viento entre las hojas, incluso el latido acelerado de su propio corazón. —¿Cómo se hace eso? —preguntó Neville, su voz mostrando una mezcla de asombro y nerviosismo. Hagrid sonrió, sacando de su saco un puñado de ramitas secas y algunas hojas quebradizas. —Primero, caminad despacio, con cuidado, sin romper nada. Cada rama rota, cada hoja pisada puede dar pistas de por dónde habéis pasado... y también puede alertar a quien os siga. Los tres chicos comenzaron a andar lentamente sobre la tierra blanda, concentrándose en colocar los pies justo en los espacios libres de hojas y ramas. Ron frunció el ceño y tropezó con una raíz oculta, haciendo crujir varias ramas secas. —¡Ron! —lo reprendió Mike en voz baja—. Tenemos que ser silenciosos. —Lo sé, lo sé —respondió Ron, molesto consigo mismo. Hagrid se rió con suavidad. —No os preocupéis, nadie nace sabiendo. Esto es cuestión de práctica y atención. Luego sacó una bolsita de cuero con hierbas y flores olorosas y se la pasó a cada uno. —Este es un ejercicio para entrenar el olfato. En la caza, reconocer olores puede salvaros la vida. Tomad un momento para respirar y memorizar estos aromas. Mike cerró los ojos y aspiró profundamente: un aroma terroso, mezclado con notas dulces y un toque ácido que le recordó a la manzanilla. —Cada olor tiene un significado —continuó Hagrid—. Algunos pueden ser de criaturas, otros de trampas o pociones. De repente, Hagrid se detuvo y señaló un claro cubierto de hojas marcadas por pisadas recientes. —Aquí pasó algo hace poco. Observad. Mike se agachó para examinar el suelo con atención, mientras Neville sacaba un pequeño cuaderno para tomar notas. —Las huellas son irregulares y profundas —observó Mike—. Parece que la criatura llevaba algo pesado. —Y las ramas rotas indican que alguien pasó corriendo por aquí —añadió Neville. —Muy bien —asintió Hagrid—. Justo en ese momento, un sonido sutil entre los arbustos captó su atención. —¡Quietos! —susurró Hagrid, señalando hacia el ruido. Los tres se quedaron congelados, los sentidos agudizados. El murmullo de hojas moviéndose lentamente, un pequeño crujido, y luego… nada. —Paciencia —susurró Hagrid—. Rastrear también es esperar el momento justo. Después de unos minutos, el sonido cesó y Hagrid les guió a seguir explorando el claro, señalando diferentes tipos de huellas, restos de alimentos y marcas en la corteza de los árboles. —Recordad —dijo al final—, no siempre podréis usar la magia para salir de un apuro. A veces, la clave está en saber escuchar el silencio del bosque. Los tres muchachos, cansados pero emocionados, agradecieron la lección. Mientras caminaban de regreso. ……… El domingo amaneció gris, frío y silencioso. Con el entrenamiento cancelado por orden de Flitwick y sus tareas al día —gracias a las maratónicas sesiones de estudio con Hermione—, Mike salió temprano al patio interior, cerca del invernadero. No había casi nadie. Solo el viento que barría hojas secas y el crujido de ramas distantes. Se acomodó en un banco de piedra, envuelto en su abrigo y con la bufanda de Gryffindor subiéndole hasta la nariz. En sus manos, su fiel walkman. Insertó una cinta algo desgastada: Michael Jackson – Dangerous. Se puso los audífonos y presionó play. Los primeros acordes de “Remember the Time” comenzaron a sonar, y el mundo se volvió lejano, casi irreal. No oyó los pasos hasta que alguien se detuvo frente a él. Al abrir los ojos, vio a Daphne Greengrass. Uniforme impecable, peinado recogido con precisión casi ceremonial, y un libro cerrado entre las manos. Lo observaba con una expresión entre curiosidad y juicio, como si lo estuviera evaluando desde un estrado invisible. —¿Te escondes? —preguntó, sin ironía, pero tampoco con dulzura. —Del mundo, de los deberes y del desayuno. Todo al mismo tiempo —respondió Mike, con una media sonrisa—. Pero ya es tarde. Me han descubierto. —Podría irme —sugirió. —No sería tan fácil. Ya me has visto. Y además, milady, ahora tengo que cuidar mi reputación. Daphne alzó una ceja. —¿“Milady”? ¿En serio? —¿Qué quieres? Se te nota el linaje desde que entras a un lugar. Sería grosero no reconocerlo. Ella resopló, pero no se fue. En lugar de eso, se sentó a su lado con una calma que desentonaba con su reputación de distancia aristocrática. Mike le ofreció un audífono con un gesto despreocupado. —¿Quieres oír algo revolucionario? —¿Revolucionario o ruidoso? —Depende de tus estándares. Daphne aceptó el audífono sin una palabra. Lo colocó y escuchó. Al principio, su rostro fue el mismo de siempre: neutro, contenido. Pero poco a poco, el ritmo le fue tocando algo bajo la superficie. Un pie empezó a moverse, casi sin que lo notara. —Es intensa —dijo finalmente—. Como si no le preocupara lo que piense nadie. —Ese es el punto —dijo Mike, sin mirarla—. No pide permiso. Solo es. Ella no respondió enseguida. Siguió mirando al frente, como si procesara más que la música. —¿Y tú? —preguntó al fin—. ¿Siempre haces eso? —¿El qué? —Ser tú sin pedir permiso. Mike soltó una risa breve. —Creí que esa era la especialidad de milady. —Milady lleva años entrenada para no hacer ruido. Para medir palabras. Para encajar en una idea que ya estaba escrita antes de que naciera. —¿Y eso no te molesta? —Algunos días, no —admitió—. Otros… sí. Como hoy. La canción cambió a “Will You Be There”, más suave, más cruda. Mike no dijo nada. Solo rebobinó un poco la cinta y le acomodó mejor el audífono a Daphne sin romper el silencio. Ella cerró los ojos. Por un momento, no fue la heredera perfecta, ni la Slytherin de rostro frío. Solo una chica, sentada bajo el cielo gris, con un pedazo de otro mundo en el oído. —Eres raro, Mike —murmuró, aún con los ojos cerrados. —Lo sé. Pero soy el raro que te llama milady, así que al menos tengo estilo. Ella sonrió, apenas. —Un estilo cuestionable… pero constante. Un chasquido interrumpió el momento. Colin Creevey, no muy lejos, bajaba su cámara con una sonrisa triunfal. —Colin —dijo Mike sin alterar el tono—. Otra foto, y milady lanzará un Petrificus Totalus en tu honor. Colin desapareció sin decir palabra. Daphne no se movió. Solo exhaló con una expresión mezcla de fastidio y resignación. —Ahora habrá rumores. —Siempre los hay cuando milady se mezcla con plebeyos. Daphne volvió a reír, esta vez sin contenerse. Fue una risa breve, pero limpia. —Sigo sin entender por qué me caes bien. —Eso es lo que me hace interesante. Un misterio para resolver. Ella se puso de pie. Se colocó el abrigo con cuidado, y antes de irse, le devolvió el audífono. —Te veo luego, mi caballero. —Cuando guste, milady. Daphne se alejó sin mirar atrás. Pero Mike alcanzó a ver que, aunque caminaba recta como siempre, el paso era… menos contenido. Y mientras la cinta giraba y el viento soplaba frío, Mike se quedó solo, con la música aún sonando, y una sonrisa que no pensaba explicar a nadie. ………. La biblioteca de Hogwarts tenía una calma casi irreal esa tarde de domingo. Las grandes ventanas filtraban la luz tenue del sol invernal y dejaban que el polvo danzara en el aire como partículas encantadas. Hermione Granger, sentada sola en una mesa lateral, estaba rodeada de libros apilados de forma inestable. Se notaba frustrada: tenía una lista de títulos prestados del catálogo restringido, pero apenas alguna de las fuentes hacía alusión directa a lo que buscaba. Desde la petrificación de la señora Norris, Hermione se había obsesionado con encontrar una explicación lógica y mágica al fenómeno. Pero ni Mike ni Neville podían acompañarla últimamente; entre su entrenamiento con Flitwick, el Quidditch y las tareas, no tenían tiempo. Ron, aunque más aplicado que de costumbre, se limitaba a repasar encantamientos y evitar el tema. Hermione había asumido que tendría que resolver este misterio sola. Fue al regresar del estante de Historia de la Magia cuando se dio cuenta de que no estaba completamente sola. Daphne Greengrass, sentada a escasos metros, hojeaba con elegancia un libro oscuro de tapas encuadernadas en piel. Su presencia la sobresaltó: nunca la había visto en la biblioteca, y mucho menos consultando temas de historia mágica avanzada. —¿Buscando algo interesante, Granger? —preguntó Daphne sin levantar la mirada de la página. Hermione se tensó, pero luego asintió. —Estoy investigando lo que le pasó a la señora Norris. Daphne cerró su libro con un gesto tranquilo y se giró hacia ella. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de curiosidad y cansancio. —No está muerta —dijo con una seguridad que hizo parpadear a Hermione. —¿Cómo lo sabes? —Estoy haciendo un aprendizaje con madame Pomfrey. Revisamos a la gata cuando sucedió el incidente No hubo sangre. No hubo marcas. El cuerpo está rígido, pero los signos vitales… están latentes. Estoy casi segura de que es una petrificación. Hermione se acercó con más decisión, olvidando por un momento que estaba hablando con una de las chicas más inalcanzables y frías del colegio. —Eso... eso tiene sentido. Pero ¿cómo? ¿Quién podría hacer algo así? Y más aún, ¿por qué? Daphne dudó un segundo antes de responder. —Quizá sería mejor preguntarse “qué”. ¿Sabes algo de la Cámara de los Secretos? Hermione frunció el ceño. —Lo he oído mencionar, pero no hay información clara. Casi todo está censurado o clasificado como leyenda sin base histórica. —Porque es un tema incómodo. Habla de un legado de sangre, de pureza. Y de un monstruo escondido en las entrañas del castillo. Slytherin lo habría dejado ahí, según la versión más repetida, para purgar Hogwarts de quienes no fueran dignos. —¿Crees que el monstruo sea real? —Creo que Hogwarts es más antiguo que cualquiera de nosotros. Y las cosas viejas... tienden a guardar muchos secretos. Hermione tragó saliva. Las piezas comenzaban a encajar, pero aún no sabía cómo. —¿Y por qué me lo dices? —Porque tú eres lista, Granger. Y porque no quiero que más estudiantes terminen como la gata. —Daphne se puso de pie con su elegancia habitual—. A veces, tener la sangre “adecuada” no significa estar del lado correcto. No dejes que las paredes del castillo te digan qué vale la pena proteger. Y sin añadir más, se alejó, dejando a Hermione con los ojos muy abiertos, el corazón acelerado y una nueva lista de libros que buscar. La Cámara de los Secretos no era solo una leyenda, y Hermione estaba más decidida que nunca a descubrir la verdad. ………. La clase de Defensa Contra las Artes Oscuras comenzó con su ya habitual despliegue de teatralidad. Gilderoy Lockhart, con su capa celeste ondeando detrás de él como si siempre caminara contra el viento, entró al aula con una sonrisa cegadora. —¡Buenos días, mis jóvenes y admirados alumnos! —proclamó mientras se acercaba al escritorio—. Hoy, tengo preparada una lección muy especial. Mike, sentado al fondo junto a Neville, ya suspiraba. Sabía que no verían ni un hechizo real hoy. Al menos no uno útil. —Vamos a hablar sobre cómo enfrenté a las Veelas del Monte Vesubio —dijo Lockhart, sacando una copia de su propio libro y mostrándolo como si fuera una reliquia sagrada—. Pero no solo eso… He decidido dar una demostración. Se giró dramáticamente, levantando la varita con un movimiento que claramente había practicado frente al espejo. —¡Neville, Harry! Pasen al frente. ¡Nada como la participación para fomentar la educación mágica! Mike sintió la mirada de Neville clavada en él. Compartieron una mueca resignada antes de levantarse. —¿Pueden recrear la escena número cinco de “Encantamientos Enloquecedores del Este” conmigo? Tú, Neville, serás el aldeano poseído por el espíritu del chamán, y tú, Harry, serás... yo. Obviamente. —Genial… —murmuró Mike por lo bajo. Lockhart los posicionó como si fueran títeres de un espectáculo ridículo. —Ahora, cuando yo diga “¡Liberatum Cordis!”, tú, Harry, deberás alzar la varita y apuntar al pecho de Neville con convicción. ¡Y no olvides el giro dramático de muñeca! ¡Es esencial para la teatralidad! Mike lo hizo sin entusiasmo, ejecutando el movimiento. Neville, como buen compañero, fingió convulsionar como si realmente algo mágico hubiera pasado. Algunos compañeros soltaron risitas. Hermione parecía al borde de una úlcera, luchando por no levantar la mano y corregirlo todo. Lockhart aplaudió como si acabaran de salvar el mundo. —¡Maravilloso! ¡Maravilloso! Ya ven, chicos, con un poco de carisma, todo combate se vuelve una danza. Cuando por fin regresaron a sus asientos, Mike se dejó caer en su silla. —Esto también cuenta como entrenamiento, ¿no? —bromeó en voz baja. Neville soltó una risita. —Si sobrevivimos a Lockhart, los magos oscuros serán pan comido. Más adelante, mientras Lockhart contaba cómo lo habían confundido con un dios por salvar a una aldea de fantasmas vengativos —“que en realidad eran solo nubarrones encantados”, aclaró con modestia fingida—, Mike no pudo evitar mirar a Hermione. Ella tenía el ceño fruncido y tomaba notas, pero no de la lección. Seguramente estaba cruzando datos con alguna teoría propia. Mike lo sintió claro: lo peor de esta clase no era Lockhart... sino todo el tiempo perdido en que podrían estar aprendiendo algo útil. Cuando la campana sonó, Lockhart se despidió con una reverencia. —¡No olviden repasar el capítulo nueve de “Yo y el Yeti”! Les haré preguntas sobre mis hábitos alimenticios cuando estuve atrapado en el glaciar. Mike y Neville salieron con prisa. Una clase menos, pensó, y más razones para aprovechar los entrenamientos con Flitwick y Hagrid. ……… El invernadero número tres olía a tierra húmeda y fertilizante, una mezcla penetrante que se colaba incluso por debajo de las bufandas. A pesar del sol débil de noviembre, el aire era frío, y el aliento de los estudiantes salía en nubecillas visibles mientras esperaban que la profesora Sprout llegara. Mike se frotó las manos enguantadas mientras observaba las mesas ya preparadas con macetas, palas y lo que parecían ser pequeñas plantas acurrucadas bajo tierra, cubiertas por trapos. —¿Tienes idea de qué son? —le preguntó a Neville, que se encontraba a su lado, con expresión ilusionada. —Mandrágoras —respondió Neville, bajando la voz como si nombrara algo importante—. Son increíblemente útiles. Su raíz puede revertir encantamientos de transformación o petrificación… aunque el grito de una madura puede matarte. —Perfecto para arrancar una mañana —murmuró Mike. La profesora Sprout apareció entonces, con su sombrero torcido como de costumbre y guantes de jardinería más gruesos de lo habitual. —¡Bien! Buenos días a todos. Hoy trabajaremos con mandrágoras bebé, así que estarán a salvo… siempre que sigan las instrucciones al pie de la letra. Hizo un gesto hacia una caja cercana, y un grupo de elfos domésticos comenzó a repartir orejeras acolchadas entre los alumnos. —Colóquenselas correctamente —ordenó la profesora—. No queremos desmayos innecesarios. Mike se ajustó las orejeras, notando que bloqueaban casi por completo el sonido ambiente. La voz de Sprout se volvió más aguda y distante, y solo comprendió sus gestos. Ella sacó la planta de su maceta. En lugar de raíces comunes, lo que emergió fue una criatura retorcida, arrugada y rosada, con extremidades pequeñas y una cara de bebé chillón contorsionada en una mueca. La mandrágora abrió la boca en un grito silencioso. Sprout la sostuvo con firmeza, la mostró al grupo, luego la colocó en una nueva maceta con compost fresco. Les indicó que hicieran lo mismo. Mike intercambió una mirada con Neville, que ya tenía su pala en mano, ansioso. Junto a ellos, Hermione colocó su orejera con eficiencia casi militar y empezó a preparar su maceta. Ron, por su parte, miraba la criatura con un gesto de asco. Cuando Mike tiró de su mandrágora, sintió cómo la planta se resistía. Al fin, salió de la tierra con un tirón pegajoso. La criatura chillaba silenciosamente, agitando sus brazos. Era grotesca y al mismo tiempo… un poco patética. Con cuidado, Mike la colocó en el nuevo sustrato, intentando no aplastar sus brazos torpes. Neville ya iba por su segunda. Sprout caminaba entre ellos, levantando el pulgar a quienes trabajaban bien. Se detuvo junto a Mike, asintió con aprobación y siguió su ronda. Una vez replantadas, las mandrágoras dejaron de gritar, acomodándose como si volvieran a dormir. Cuando terminaron, se quitaron las orejeras. El murmullo de los compañeros llenó de nuevo el invernadero. —No puedo creer que eso sea una planta —dijo Ron, sacudiéndose la tierra de los guantes—. Parecía un gremlin feo con pulmonía. —Pero útiles —replicó Hermione—. Si realmente hay una forma de revertir la petrificación, las mandrágoras maduras son clave. Mike le lanzó una mirada. Hermione hablaba con una intensidad peculiar. Se notaba que tenía una teoría en marcha… probablemente relacionada con la señora Norris. Mientras recogían sus cosas, Mike vio a Neville acariciar su maceta con una ternura inusual. La conexión del chico con las plantas era tan evidente como la habilidad de Hermione con los libros. —¿Qué nombre le vas a poner? —bromeó Mike. —No lo sé aún —respondió Neville con toda seriedad—. Pero creo que le gusta este invernadero. Mike sonrió. A su manera, cada quien encontraba algo que los hacía sentirse en casa en Hogwarts. ……… Hermione cerró su libro con un suspiro, notando que sus dedos estaban entumecidos por el frío. Había estado sentada cerca del jardín de invierno, justo fuera del ala sur del castillo, intentando concentrarse en un capítulo particularmente denso sobre la fabricación de pociones curativas avanzadas. El aire era claro y el cielo despejado, aunque la brisa cortaba. Se acurrucó un poco más en su abrigo. Entonces los escuchó. Un grito agudo y enérgico, seguido del sonido de pasos apresurados sobre la tierra congelada. —¡Veinticinco segundos, Potter! ¡¡Vamos, Longbottom, no te quedes atrás!! ¡Weasley, si puedes quejarte, puedes correr! Hermione se giró con el ceño fruncido, mirando hacia la pradera cercana al Bosque Prohibido. Allí estaban: Mike, Neville y Ron, jadeando mientras corrían en zigzag alrededor de lo que parecía una serie improvisada de obstáculos —troncos, barriles, un par de encantamientos flotantes que les lanzaban pequeñas descargas si pasaban demasiado lento. En el centro de todo, como un general en un campo de batalla, estaba el profesor Flitwick. Llevaba su capa de duelos y sostenía una varita con una precisión casi amenazante. —¡Ataque sorpresa! —gritó de pronto, y apuntó hacia Mike con un rayo de luz azul. Mike reaccionó por reflejo, rodando sobre la hierba y lanzando un hechizo protector mientras caía. Hermione se levantó de su banca, asombrada. —¿Qué están…? —murmuró. Los chicos no se detuvieron. Cada vez que Flitwick levantaba la voz, cambiaban de ritmo: ahora lanzaban hechizos de escudo mientras corrían, luego se cubrían los ojos y seguían una orden sólo con la voz del profesor, y después formaban una línea para responder a un duelo simulado contra él. Había visto entrenamientos en programas de televisión, pero esto… esto parecía otra cosa. Más serio. Más implacable. Cruzó los brazos, sintiéndose confundida. Neville parecía exhausto, con barro hasta las rodillas y sudando a pesar del frío. Ron resoplaba como si estuviera por vomitar, pero no dejaba de avanzar. Y Harry… Harry tenía una determinación en la cara que ella rara vez le había visto, una concentración callada, que no tenía nada que ver con los torpes intentos de estudiar que recordaba del primer año. Flitwick silbó, y los tres se tiraron al suelo como soldados en maniobra. —¡Tiempo! ¡Bien hecho! ¡Aunque si hubieran sido emboscados por magos reales, sólo Potter hubiera sobrevivido! —Gracias, profesor… —gruñó Mike, tumbado de espaldas en el barro—… pero no me siento como alguien que hubiera sobrevivido. Dijo mientas jadeaba y trataba de recuperar el aliento. Se quedó allí unos minutos más, mirando mientras el profesor hacía levitar cantimploras de agua hacia los chicos y comenzaba a darles retroalimentación rápida, como un verdadero mentor de campo. Por primera vez, Hermione sintió que algo importante estaba ocurriendo justo fuera de su vista, una corriente subterránea de propósitos y decisiones de la que no era parte. Y eso la inquietaba más que cualquier misterio mágico. …………. El sol se había escondido tras las nubes cuando los tres chicos regresaron al castillo tras el agotador entrenamiento. Con las túnicas empapadas, el cabello revuelto y las botas cubiertas de barro, apenas tenían fuerzas para caminar. Se dirigían a la torre de Gryffindor cuando una figura los interceptó en el pasillo del cuarto piso, con los brazos cruzados y una expresión decidida. —Necesito hablar con ustedes —dijo Hermione. —¿Ahora? —bufó Ron, dejando caer su mochila—. Apenas puedo sentir mis piernas. —Es importante —insistió ella, sin moverse del sitio—. Es sobre la gata de Filch. Y la Cámara de los Secretos. Eso bastó para que los tres se enderezaran. Minutos después estaban sentados en un rincón del aula vacía de Historia de la Magia. Hermione había traído un puñado de libros y pergaminos, algunos con esquinas dobladas y otros abiertos a medias. Los chicos la miraban, aún jadeando un poco, mientras ella hablaba con rapidez. —He estado investigando desde que ocurrió el ataque. Ustedes estaban muy ocupados —miró de reojo a Mike y Neville—, y Ron… bueno, no parecía muy interesado. Pero yo no podía dejarlo pasar. Extendió un pergamino ilustrado con símbolos antiguos y grabados polvorientos. —He encontrado referencias a una cámara secreta construida por Salazar Slytherin. Según la leyenda, la llenó con un monstruo y la selló con magia que sólo su verdadero heredero puede desatar. —¿Un monstruo? —preguntó Neville, pálido. —Exactamente. No se sabe cuál, pero se supone que puede “limpiar” el colegio de los que no sean sangre pura. Y si eso es cierto… —Hermione bajó la voz—, la gata de Filch podría haber sido sólo el comienzo. El silencio que siguió fue denso como humo. Mike apoyó los codos sobre la mesa, la frente fruncida. —¿Hiciste todo esto sola? —Alguien tenía que hacerlo —dijo ella con una leve sombra de reproche. Mike la miró en silencio, y algo en su expresión cambió. Por primera vez, notó el cansancio en sus ojos, el esfuerzo en sus gestos. Había trabajado sola, buscando pistas en un castillo lleno de secretos, mientras ellos lanzaban hechizos en el barro. —Impresionante —dijo, con sinceridad—. De verdad. No puedo creer que averiguaste todo esto sin ayuda. Hermione alzó un poco la barbilla, sorprendida por el tono de su voz. No había sarcasmo, ni molestia. Solo respeto. Mike se puso de pie. —Tienes razón —dijo—. Si hay una cámara secreta y un heredero de Slytherin, encontrarlo debe ser la prioridad. Más aún si hay riesgo de que alguien más sea atacado. —¿Hablas en serio? —preguntó Hermione, parpadeando. —Completamente. Vamos a ayudarte —miró a Neville y luego a Ron, que asintió de inmediato—. Hermione sonrió, aliviada. Por fin, no estaba sola. Y Mike, mientras recogía uno de los libros que ella había traído, no pudo evitar pensar que había subestimado a Hermione. Era una bruja brillante, decidida, y ahora… una aliada esencial. Fin del capítulo.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)