ID de la obra: 341

Un harry diferente

Het
R
En progreso
1
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
¡Vote por el trabajo que más le guste! Puede votar una vez al día.
Promocionada! 0
Tamaño:
planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 10. Segundo ataque.

Ajustes de texto
Capítulo 10: Segundo ataque. Era tarde por la noche cuando Mike se encontraba de regreso en el castillo, caminando por el corredor del segundo piso tras una agotadora jornada de entrenamiento. Llevaba la capa de invisibilidad escondida en su túnica, como ya era costumbre desde que descubrió su verdadero uso. Algo en el ambiente se sentía distinto esa noche: el aire era más húmedo, el eco de sus pasos parecía desvanecerse más rápido… y entonces, lo escuchó. —Sssssssangre... sangre... ¡quiero derramarla! ¡Desgarrar! ¡Matar! Se detuvo en seco. Era un susurro, pero no uno normal. Venía de todas partes a la vez, como si vibrara en las piedras mismas. Su corazón comenzó a golpearle con fuerza el pecho. Giró lentamente, buscando de dónde provenía. —¿Quién anda ahí? —dijo, aunque en voz baja. No hubo respuesta. Solo el silencio… y luego, nuevamente: —¡Devorar huesos! ¡Arrancar piel! ¡Rasgar! Sssssss... El sonido se deslizaba por las paredes. Era antinatural, helado. Mike sintió un escalofrío recorrerle la columna. Sin pensarlo, se echó hacia atrás, sacó la capucha de la capa de invisibilidad y se la colocó sobre la cabeza con un movimiento rápido. Desapareció justo cuando escuchó pasos apresurados que se acercaban desde el extremo del pasillo. Desde debajo de la capa, contuvo la respiración y se deslizó hacia una columna cercana. Una figura apareció corriendo: era Filch, con su lámpara alzada. Su rostro arrugado mostraba una mezcla de pánico y furia. —¿Otra vez? ¿¡Qué han hecho ahora!? —murmuró mientras se dirigía a la escalera lateral. Mike lo siguió con cautela, sin hacer ruido. A medida que avanzaban por el corredor de piedra, el olor en el aire cambió. Era húmedo y metálico… algo no estaba bien. Y entonces la vio. En una de las paredes del tercer piso, junto a una ventana, el mismo mensaje que el primero… pero nuevo, aún brillante como si acabara de escribirse: ❝La Cámara ha sido abierta. Los enemigos del heredero... temed.❞ Y justo debajo, una figura inmóvil. Era Justin Finch-Fletchley, del mismo curso que él, petrificado en el suelo, los ojos abiertos de par en par. A su lado, Nick Casi Decapitado flotaba congelado en el aire, rígido, como si una magia extraña lo hubiese atrapado en pleno movimiento. Mike sintió cómo la tensión en su estómago se retorcía. Filch soltó un alarido y corrió escaleras abajo, probablemente a buscar ayuda. Aprovechando el caos, Mike se alejó en dirección opuesta, aún invisible. Su mente trabajaba a toda velocidad. Había escuchado la voz. La misma que en Halloween. Y si no se equivocaba… nadie más la oía, eso era parsel. Cuando por fin llegó a una sala vacía del ala oeste, se quitó la capucha y se apoyó contra la pared, temblando. Aquello ya no era solo una fantasia. Era real. Y estaba sucediendo otra vez. Pensó en Hermione. En Neville. En Daphne. En todos los que podrían ser los siguientes. —Esto ya no es un juego —susurró. Y sin perder tiempo, salió a buscar a sus amigos. ………… El desayuno del día siguiente fue un caos. Los pasillos estaban colmados de voces nerviosas, de estudiantes hablando a media voz, otros llorando, y prefectos intentando imponer orden sin éxito. Los profesores iban y venían con rostros tensos, intercambiando susurros cargados de urgencia. En el Gran Comedor, el ambiente era sombrío. Nadie reía. Nadie hablaba en voz alta. El rumor del segundo ataque se había extendido como fuego. —¿Dicen que fue Justin? —murmuraba una chica de Ravenclaw. —Y el fantasma... Nick, el de Gryffindor, también fue alcanzado —dijo otro con tono lúgubre. Mike, sentado entre Neville y Ron en la mesa de Gryffindor, no había probado bocado. Sus ojos iban del periódico abierto frente a él —donde El Profeta Mágico ya especulaba con titulares alarmistas— al resto del comedor, especialmente hacia la mesa de Slytherin. Sabía que Daphne estaría allí. Y necesitaba hablar con ella. Aprovechó el momento en que Neville se distrajo escuchando a Seamus y Ron hojeaba una carta de su madre, para levantarse y caminar en dirección a las mesas traseras, donde algunos estudiantes acababan de salir y había menos vigilancia. Dio la vuelta al comedor hasta quedar justo detrás de la mesa de Slytherin, cuidando que ningún prefecto reparara en él. Daphne estaba tomando té con su expresión habitual: fría, compuesta. Aparentemente indiferente. Pero Mike notó cómo su mano derecha, sobre la taza, tenía los nudillos tensos. Él se acercó sin mirarla directamente y, pasando cerca, murmuró lo suficiente para que solo ella lo oyera: —Sala de los Menesteres. Después de Herbología. Es urgente. Ella no reaccionó de inmediato. Mantuvo la mirada al frente, al otro lado de la mesa. Pero Mike, mientras se alejaba, alcanzó a ver cómo asentía casi imperceptiblemente. Volvió a su asiento justo cuando McGonagall golpeaba su copa para pedir silencio. Al ponerse de pie, su voz, normalmente firme, tembló apenas al dirigirse al alumnado: —Como ya sabrán, ha ocurrido otro incidente. El señor Finch-Fletchley y Sir Nicholas han sido petrificados. Están siendo atendidos en la enfermería. Los pasillos serán patrullados y todas las actividades extracurriculares están suspendidas hasta nuevo aviso. Nadie irá solo a ninguna parte. Prefectos, les pido máxima vigilancia. Los murmullos estallaron. Algunos estudiantes empezaron a especular con un castigo colectivo, otros con cerrar el colegio. Mike solo bajó la cabeza y pensó en el susurro en las paredes, en el cuerpo rígido de Justin, en los ojos congelados de Nick. Y en el monstruo que aún seguía suelto. ……. La Sala de los Menesteres adoptó una forma austera aquella noche: una mesa redonda con tres sillas, una lámpara flotante que proyectaba una luz cálida y parpadeante, y estanterías con libros de Defensa Contra las Artes Oscuras y criaturas mágicas organizados en un rincón. Las paredes de piedra parecían absorber el sonido, manteniendo el secreto de lo que se decía en su interior. Mike fue el último en entrar. —Gracias por venir rápido —dijo mientras se sentaba. Sus ojos estaban más sombríos que de costumbre. Neville cruzó los brazos, ansioso. Daphne, sentada con la espalda erguida, rompió el silencio. —¿Lo viste? —preguntó, con la voz baja pero firme. —No. Pero lo escuché —respondió Mike con gravedad—. Neville se irguió. —¿Entonces...? Mike asintió lentamente, con una mezcla de asombro y preocupación. —Sí. Escuché al basilisco. No hay duda: es enorme, se mueve por las tuberías. Eso también lo confirma. Y lo más importante: si pude escucharlo, significa que... el cuerpo de Harry aún conserva su habilidad para hablar pársel. Daphne entrecerró los ojos, calculadora. —Entonces… podrías abrir la Cámara de los Secretos. Mike respiró hondo y apoyó los codos sobre la mesa. —Sí. Esa es la buena noticia. Ya no estamos a ciegas. Pero lo malo... es todo lo demás. —¿El diario? —preguntó Neville en voz baja. —No sabemos quién lo tiene —Mike negó con la cabeza—. Y si no lo encontramos, es cuestión de tiempo antes de que alguien más sea atacado. El basilisco sigue bajo control de alguien. Daphne frunció el ceño. —Y aunque lo encontremos, ¿qué harás? ¿Ir y enfrentarlo? ¿Solo porque puedes hablar con él? —Claro que no —replicó Mike—. Con todo lo que hemos entrenado, aún no estamos listos. Es una maldita serpiente gigante que te mata solo con mirarte. Hay un motivo por el que no está en los libros estándar de criaturas: los basiliscos son clasificados como XXXXX por el Ministerio. Neville tragó saliva. —Entonces... ¿qué hacemos? Mike se quedó en silencio un momento, y luego dijo: —Necesitamos saber más. Todo. Cómo se defienden contra ellos, qué armas funcionan, cómo evitar su mirada sin que nos maten. Se sobre el canto de los gallos, y si los espejos funcionan con una gorgona entonces también deberían funcionar aqui… pero eso no será suficiente si estamos encerrados en un túnel con una criatura de veinte metros que responde a un heredero oscuro. —¿Y si encontramos el diario primero? —sugirió Daphne—. Si lo destruimos, quizás el basilisco se quede sin órdenes. Mike asintió con cautela. —Buena idea. Pero seguimos sin saber quién lo tiene. Ademas es un artefacto muy oscuro, solo conozco una forma de destruirlos y no tenemos acceso a ella. —Estamos perdidos —murmuró Neville de pronto, sin mucha convicción. El silencio cayó sobre los tres como una losa. —Lo pensaremos —dijo Mike, retomando el control—. Por ahora, investigaremos todo lo posible sobre basiliscos y magia defensiva especializada. Necesitamos libros que no estén en la biblioteca común. Daphne, ¿puedes conseguirnos algo de la sección restringida? Ella esbozó una ligera sonrisa. —Eso puedo hacerlo. Hay una copia de "Magia Prohibida en el Mediterráneo" en la colección privada del profesor Snape. Puedo intentar sacarla sin que lo note. —Hazlo —respondió Mike—. Mientras tanto, yo y Neville buscaremos en los archivos del colegio. Y si en algún momento el basilisco vuelve a moverse, estaré escuchando. —Y si lo enfrentamos… —dijo Neville, algo tembloroso—. ¿Cómo lo matamos? Mike entrecerró los ojos. —Todavía no lo sé. Y en ese momento, la lámpara tembló levemente con una corriente de aire invisible, como si la sala misma se estremeciera ante la tarea que tenían por delante. ………. El aire de la tarde estaba impregnado con el aroma a tierra húmeda y musgo mientras Mike y Neville bajaban por el sendero que conducía a la cabaña de Hagrid. El crepúsculo comenzaba a teñir el cielo de un violeta profundo, y desde la distancia ya se veía humo saliendo de la chimenea. —¿Estás seguro de esto? —murmuró Neville, mirando nervioso hacia el Bosque Prohibido. —Sí. Hagrid conoce más criaturas mágicas de las que hay en todos los libros de Hogwarts —respondió Mike—. Y no vamos a preguntarle directamente por basiliscos. Tocaron la puerta y, después de unos segundos, esta se abrió con un crujido. —¡Mike! ¡Neville! ¡Pasen, pasen! Acabo de hacer té —dijo Hagrid, moviéndose hacia el interior de la cálida y caótica cabaña. Fang corrió a saludarlos, babeando alegremente. Una gran tetera burbujeaba sobre el fuego, y varias pieles de bestias colgaban de las paredes. —¿Qué los trae por aquí? ¿Todo bien con el entrenamiento? —Sí —dijo Mike, sonriendo con educación—. En realidad... venimos por algo de tu sabiduría mágica. —¿Sabiduría? —rió Hagrid, sirviendo tres tazas de té que se desbordaron un poco—. Bueno, depende de qué quieran saber. —Estamos haciendo un trabajo extra para Defensa —intervino Neville rápidamente—. Sobre criaturas peligrosas. Profesor Lockhart nos dio permiso. —Queríamos saber más sobre algunas en específico —añadió Mike—. Dragones, quimeras… y también basiliscos. Hagrid levantó una ceja, pero no pareció alarmado. Se recostó en su silla, haciendo que crujiera bajo su peso. —Vaya mezcla de bichos, esa —murmuró—. Pues los dragones ya saben: fuego, escamas duras, mucha mala leche. Las quimeras son peores: tres cabezas y ninguna amigable. Pero los basiliscos… Se detuvo un momento, mirando el fuego. —Son cosa seria. Nadie debería ni pensar en enfrentarse a uno si no tiene un ejército detrás. Esos bichos son rápidos, letales, y malditamente resistentes. —¿Qué tipo de magia funciona contra ellos? —preguntó Mike, fingiendo curiosidad académica. —No mucha. La mayoría de los hechizos los afectan, claro, pero apenas los ralentizan. Podrías lanzarles media docena de Bombarda Maxima y seguirían arrastrándose. Para acabar con uno se necesita precisión y… brutalidad. Ataques físicos, magia de transfiguración o hechizos de efecto físico como los cortantes o de empuje. —¿Y tienen puntos débiles? —preguntó Neville. —Como cualquier criatura viva, los tienen. Las zonas blandas: los ojos, la boca, los costados si logras atravesar sus escamas. Pero buena suerte consiguiéndolo sin que te miren —gruñó—. Ya saben lo de su mirada, ¿no? Ambos asintieron. —Pues hay una forma más sencilla de matarlos, aunque no muy confiable: los gallos. —¿Gallos? —repitió Mike, fingiendo sorpresa genuina. —Sí. El canto del gallo los mata instantáneamente. Magia antigua. Algo sobre la frecuencia del sonido y el cómo nacen, es fascinante. No sé los detalles, pero lo sé porque… Se detuvo, frunciendo el ceño. —Bueno… últimamente algo ha estado matando a mis gallos. El silencio se apoderó del lugar por un momento. —¿Matándolos? ¿Cómo? —preguntó Neville. —Los encuentro con el cuello roto o sin rastro alguno. Pensé que eran zorros al principio, pero no hay marcas de colmillos. Y siempre gallos, nunca otros animal. Muy raro. Mike intercambió una mirada rápida con Neville. —Tal vez no es coincidencia —dijo Mike en voz baja. —¿Qué? —Nada, solo… suena extraño. De todos modos, gracias, Hagrid. Esto fue muy útil. —¿Eso es todo? —preguntó el guardabosques con una ceja alzada. —Por ahora —respondió Mike con una sonrisa—. Pero si te llegan a faltar más gallos, avísanos. —¿Van a traerme uno? —rió Hagrid. —Tal vez algo mejor —respondió Mike enigmáticamente. Al salir de la cabaña, el frío les golpeó la cara, pero sus mentes estaban ardiendo con lo que acababan de aprender. —Alguien está matando a los gallos —dijo Neville con gravedad—. Eso no puede ser casualidad. —No lo es —respondió Mike—. —¿Y ahora qué? Mike miró hacia el castillo, iluminado por las ventanas. —Ahora tenemos que encontrar al poseído por el diario antes de que alguien muera de verdad. ……….. La vida en Hogwarts cambió tras el segundo ataque. Pasillos que antes resonaban con risas y pasos despreocupados, ahora parecían más estrechos, más oscuros. Profesores imponían horarios estrictos, y prefectos patrullaban en parejas. Las clases se volvieron más tensas, las miradas más vigilantes. La sombra del miedo recorría el castillo. Y, aun así, los planes continuaban. Mientras el castillo dormía o susurraba con nerviosismo, Mike y Neville seguían entrenando en secreto. La Sala de los Menesteres era una bendición, era su mayor recurso en la escuela. Allí dentro, se transformaba cada noche en un campo de entrenamiento: plataformas flotantes, estructuras de madera, maniquíes encantados y espacios amplios para practicar hechizos y maniobras físicas. El entrenamiento era brutal, autoimpuesto, pero cada día se volvían más rápidos, más precisos. Repasaban los encantamientos que Flitwick les enseñaba durante el día en sus sesiones privadas. Si alguien los descubría, podrían meterse en problemas. Pero estaban convencidos de que valía la pena. Mientras tanto, Daphne Greengrass se movía entre sombras. No era solo una estudiante de Slytherin: era una observadora nata. Hablaba lo justo, escuchaba más de lo que parecía, y cada comentario que captaba, cada gesto extraño, lo registraba mentalmente. En su dormitorio, anotaba con tinta negra sobre pergamino: “Montague demasiado callado. Millicent casi no habla con nadie. Theo tiene libros nuevos que oculta.” Y en otro margen: “Nada del diario aún.” En los pasillos, fingía distracción mientras abría candados con hechizos silenciosos, hojeaba carpetas ajenas, y buscaba información sobre el basilisco. Nadie sospechaba de ella. Y eso era exactamente lo que necesitaba. ……… Era la noche antes del último día de clases antes de Navidad. La Sala de los Menesteres se transformó esta vez en un claro cubierto de nieve artificial, con árboles sin hojas alrededor y estrellas colgando del techo como si el invierno se hubiera colado en el castillo. Mike y Neville estaban exhaustos, pero algo los impulsaba a seguir. No había instrucciones, solo la determinación de mejorar. Avanzaron, intercambiando hechizos y contrahechizos, cada uno esquivando, bloqueando, adaptándose. Era como si bailaran sobre la nieve, una danza de confianza mutua y voluntad forjada en fuego. Al final, ambos cayeron de rodillas, riendo, jadeando, con los brazos extendidos hacia el cielo falso estrellado. Neville rió primero. —Vamos a enfrentarlo, ¿verdad? Mike asintió con una sonrisa nerviosa, con la respiración agitada. —Con nuestra suerte, es muy probable. ………… La oficina del profesor Flitwick era pequeña, acogedora y abarrotada de objetos encantados que flotaban o tintineaban en silencio. Sobre su escritorio, un par de plumas escribían solas mientras él se servía una taza de té frente a su visitante. Augusta Longbottom, imponente como siempre con su sombrero de buitre, mantenía el mentón en alto pero los ojos serenos. No era fácil sorprenderla, pero algo en la expresión de Flitwick la tenía en suspenso. —No estoy aquí para hablar de castigos ni de reglas rotas —dijo el profesor con voz firme pero afable—. Estoy aquí porque necesitaba que usted supiera lo que su nieto y el señor Potter están haciendo. Lo que han logrado. Augusta entrecerró los ojos. —¿Qué han hecho esta vez? Flitwick sonrió, pero no era una sonrisa burlona. —Se ofrecieron a entrenar. Pensé que lo abandonarían. Así que fui severo… más de lo que suelo ser. Les exigí disciplina, fuerza, resistencia… y persistieron. Día tras día. Llueva o truene. Son jóvenes, pero tienen algo que no se enseña en libros. El silencio se acomodó un instante entre ellos. —No son los más fuertes aún —añadió—, pero son más valientes y decididos de lo que había visto en mucho tiempo. Augusta tomó su taza sin beber. Algo en su mirada se ablandó. —Frank también entrenaba a escondidas —murmuró—. Lo atrapaban en el jardín lanzando maleficios a espantapájaros. Y James... James Potter podía hacer que cualquiera lo siguiera al infierno con una sonrisa en el rostro. —He pensado en ambos —dijo Flitwick con un suspiro. Miró sus manos—. Esta generación ha pagado muchas deudas que no les correspondían. Pero quizás… si les damos las herramientas que sus padres no tuvieron… tal vez ellos puedan romper ese ciclo. Augusta asintió lentamente. Se levantó con la dignidad de una estatua viviente y apoyó su bastón con firmeza. —Haré lo que sea necesario para que no terminen como sus padres —dijo con voz decidida—. Y si necesitan algo más… usted solo tiene que decirlo. Flitwick se inclinó levemente en señal de respeto. —Gracias, Augusta. Ellos quizás aún no lo saben, pero necesitarán toda la ayuda posible. Y con eso, la conversación terminó. Pero el pacto silencioso entre el profesor y la abuela de Neville era claro: los protegerían, los guiarían… y esta vez, harían que sobrevivieran. ………… El aire frío del vestíbulo principal de Hogwarts traía consigo el aroma tenue del invierno: piedra húmeda, nieve pisoteada y un leve olor a chocolate caliente que se colaba desde las cocinas. Algunos estudiantes arrastraban sus baúles, otros ya se despedían con abrazos y promesas de cartas. Pero junto a una de las ventanas, lejos del bullicio, estaban Mike, Neville, Hermione y Ron. —¿Seguros de que no quieren venir? —preguntó Mike, mirando a Ron y Hermione, que no parecían tener intención de moverse. —Tenemos cosas que hacer aquí —respondió Hermione con una sonrisa que no explicaba demasiado. —Sí, además… alguien tiene que asegurarse de que Filch no convierta los pasillos vacíos en su nuevo imperio —añadió Ron, encogiéndose de hombros. Mike los observó un segundo más, notando una complicidad sutil en sus miradas. No insistió. —Está bien. Pero prométanme algo: nada que incluya duelos, explosiones o criaturas enjauladas. —¿Nos tomas por imprudentes? —preguntó Ron, haciendo un gesto de ofensa exagerada. —Sí —dijeron Mike y Neville al unísono. Hermione bufó, pero sonrió. —No te preocupes. No vamos a hacer nada sin pensar… al menos no sin planearlo bien antes. —Eso me preocupa más —bromeó Mike. Se quedaron en silencio por un instante, como si esperaran algo que ninguno sabía cómo poner en palabras. Al final, Mike extendió una mano. —Cuídense. —Igual ustedes —dijo Hermione, apretando la suya. Ron simplemente dio un leve golpe con el puño cerrado sobre el hombro de Mike. —No vuelvas hecho piedra o algo por el estilo. —Intentaré. Con una última mirada y un asentimiento, Mike y Neville se giraron y se encaminaron hacia las puertas que los llevarían al carruaje. Mientras desaparecían en la bruma invernal, que los llevaría al mundo de alfombras rojas, apellidos antiguos y secretos envueltos en oro. Ron se cruzó de brazos y murmuró, apenas audible para Hermione: —¿Crees que sospechó algo? —No. Pero si lo descubre, no podrá decir que no lo hicimos por el bien común. —Eso suena peligrosamente parecido a una justificación. —Lo es —respondió Hermione—. Pero no tenemos tiempo para explicaciones. Vamos. ……… La chimenea del salón de Longbottom Manor se apagó con un leve estallido verde cuando Mike y Neville salieron por la red Flu hacia el pueblo mágico más cercano. El lugar, una calle empedrada y encantadora flanqueada por tiendas mágicas de todo tipo, olía a canela, pergamino nuevo y humo de dragón. Había guirnaldas flotando entre los faroles, y pequeños encantamientos hacían que copos de nieve giraran lentamente sin mojar nada. —Dos días —dijo Neville, ajustándose la bufanda—. Y yo aún no tengo ni idea de qué regalarle. —¿No le ibas a dar ese set de pociones relajantes? —preguntó Mike mientras miraba una vidriera con un escarbato animatrónico que intentaba robarse un reloj. —Sí, pero ahora tú también quieres regalarle algo, así que parece que quedaría un poco pobre si no le sumo otra cosa. —Neville se encogió de hombros—. ¡Bah! Odio esto. Mike sonrió, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo. El aire estaba frío, pero agradable. —Sí, yo tampoco soy un experto en esto de los regalos. Y menos para una... eh, princesa sangre pura que cita tratados mágicos mientras toma el té. Neville soltó una risa. —¿Qué tienes en mente? —Nada aún —dijo Mike—. Pero sé que no quiero darle algo que parezca un deber. Quiero que sea algo que le recuerde que hay más que deberes. Caminaron un rato en silencio, entrando y saliendo de tiendas: una especializada en joyas encantadas, otra en objetos de estudio con grabados de runas, una tercera con ediciones raras de libros. Fue ahí donde Mike encontró algo curioso: un libro sin título, de tapas negras, que reaccionaba a quien lo tocaba mostrando en su portada la silueta de su lector. Era un diario encantado, pero privado, imposible de leer por otros sin la llave mágica. —Este me gusta —murmuró, mostrándoselo a Neville. —Un diario secreto para Daphne Greengrass… muy simbólico —asintió Neville, sonriendo con aprobación. —Sí. Ella no dice todo lo que piensa. Pero lo piensa igual —dijo Mike, pensativo—. Y creo que le gustaría tener un lugar donde pueda escribir lo que realmente es sin que nadie lo juzgue. —Buen regalo —dijo Neville—. ¿Y qué vas a ponerle con él? Mike dudó. Luego, al ver una pequeña librería artesanal con tarjetas mágicas para regalos, tomó una pluma y escribió con cuidado sobre una: "Para que guardes lo que nunca puedes decir en voz alta. Para lo que realmente eres, no solo lo que esperan que seas. Feliz Solsticio Milady."Firmó solo con una “M”. Siguieron recorriendo el pueblo, y Neville, curioso, le lanzó una mirada de soslayo. —¿Y a los demás? ¿Qué les vas a regalar a Ron y Hermione? —Ya tengo pensado algo —respondió Mike—. A Hermione un estuche reforzado con runas para sus libros, y a Ron… una pluma de autoescritura con tinta invisible. Dijo que lo ayudaría a parecer más concentrado cuando en realidad está dibujándose a si mismo ganado el mundial de quidditch. —Suena muy Ron —rió Neville—. ¿Y a la abuela? —Le conseguí un nuevo sombrero. Y a la tía Andy un libro sobre alquimia moderna. Lo encargué por lechuza hace días. De hecho —añadió como si fuera al pasar—, también tengo algo para Hagrid: una taza gigante con un grabado que cambia y dice “Mejor Guardabosques del Año”, y para el señor Weasley, una caja de autos muggles en miniatura. —¿Arthur Weasley va a recibir una caja de coches muggles? —Hot wheels —respondió Mike con una sonrisa de medio lado—. Colección especial. Las conseguí en el mundo muggle ayer por la mañana. Fui por mi cuenta. Compré también un par de cosas más. Neville alzó una ceja, curioso. —¿Y para mí? —No seas chismoso —dijo Mike, dándole un leve codazo y desviando la mirada—. Si te lo digo ahora ya no sería una sorpresa. Neville sonrió sin decir más. Terminaron su recorrido con dos chocolates calientes flotando mágicamente sobre sus tazas. Mientras regresaban a casa por la red Flu, Mike pensó que, aunque el castillo estaba lleno de peligros, al menos por unos días… el mundo exterior se sentía un poco más cálido. ……… La luz invernal se filtraba con suavidad por las ventanas de la residencia Longbottom. La mañana del solsticio de invierno había llegado, y aunque no era Navidad, el ambiente tenía una calidez especial. Las paredes, normalmente sobrias, estaban adornadas con algunas guirnaldas de hojas secas, piñas de pino y cintas verdes que Augusta había colgado con orgullo y precisión. No eran decoraciones navideñas, sino del solsticio, tradición antigua que decía que con esta fecha comenzaba el retorno de la luz. En la sala principal, Mike se encontraba de pie junto a Neville, ambos con túnicas limpias y abrigadas, aunque aún no cambiados para la fiesta que vendría más tarde. Augusta entró entonces, con una túnica gris perla impecablemente planchada y el cabello recogido. Al ver a los chicos esperándola con cara de niños atrapados en la cocina, alzó una ceja. —¿Y bien? —dijo, con ese tono tan suyo entre severidad y ternura. —Feliz solsticio, abuela —dijo Neville, extendiéndole un paquete rectangular envuelto en papel artesanal. —Y de parte de ambos —añadió Mike, ofreciéndole el suyo. Augusta tomó los regalos con gesto solemne, pero sus ojos brillaron con una calidez genuina. Se sentó en su butaca favorita y comenzó a desenvolverlos. Uno era un libro de historia mágica ilustrado con encuadernación de cuero —elegido por Neville—, y el otro era una caja grande con un gran sombrero de color verde con un cuervo disecado, abajo de este habían varios frascos de té encantado que Mike había conseguido en una tienda del callejón Diagon, cada uno con propiedades distintas: relajante, vigorizante, incluso uno para noches de insomnio. —Elegante, útil y con un toque bromista —dijo Augusta, mirando a Mike con una media sonrisa—. Te estás convirtiendo en tu padre muchacho. —Eso es un cumplido para mi —respondió Mike con una inclinación de cabeza, mientras ocultaba su sonrisa. Ella sacó entonces dos paquetes de debajo de la mesa baja frente a la chimenea. —Y ahora los míos. Ustedes también se han ganado algo... por su esfuerzo y, supongo, su terquedad. Neville rió con suavidad y Mike aceptó su regalo con una leve reverencia de broma. Eran fundas para sus varitas encantadas de cuero dragón, resistentes al fuego y al corte. Perfectos para alguien que esperaba terminar en problemas. —Gracias, Lady Longbottom —dijo Mike, genuinamente sorprendido por la utilidad y el detalle del regalo. —Mañana, después de la fiesta, hablaremos más sobre sus actividades extracurriculares —dijo Augusta con tono firme pero indulgente—. Hoy, disfruten. Mientras tanto, en la mansión Greengrass, la mañana aún era silenciosa. Daphne, que se había levantado temprano por costumbre, se encontraba en su estudio personal revisando algunos apuntes de Aritmancia cuando escuchó un golpe en el vidrio de la ventana. Se levantó con elegancia, abrió la ventana, y Hedwig entró planeando con gracia, posándose sobre el respaldo de un sillón. Llevaba un paquete perfectamente envuelto, con un lazo de seda esmeralda que combinaba con la decoración de la estancia. Daphne lo tomó con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Observó a la lechuza, que la miraba con esos ojos inteligentes antes de dar un leve picoteo suave en su muñeca. Luego, al ver que su entrega estaba en buenas manos, alzó vuelo de nuevo. Daphne desenvolvió el regalo con delicadeza. Dentro había un estuche de madera pulida con bisagras de bronce antiguo. Al abrirlo, encontró una pluma de escritura artesanal, con cuerpo de ónix y detalles en plata. Al lado, un frasco de tinta encantada que cambiaba de color según el estado de ánimo del escritor. Y debajo, un pequeño cuaderno con una nota, que decía: "Para que guardes lo que nunca puedes decir en voz alta. Para lo que realmente eres, no solo lo que esperan que seas. Feliz Solsticio Milady." —“ M" Daphne no sonrió abiertamente, pero sus labios se curvaron apenas. Sus dedos jugaron un momento con la pluma, y sin decir nada, se sentó a escribir una breve nota en su nuevo diario personal. Fin del capítulo.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)