Capítulo 11. Solsticio de invierno.
4 de julio de 2025, 21:50
Capítulo 11: Solsticio de invierno.
La carroza mágica aterrizó con elegancia sobre el sendero nevado, sus ruedas flotando a unos centímetros del suelo. Un grupo de elfos domésticos bien vestidos, con túnicas bordadas con el blasón de los Greengrass, aguardaban al pie de la escalinata. La entrada de la mansión era imponente, iluminada por antorchas flotantes que emitían un suave brillo azul y custodiada por dos estatuas de obsidiana que representaban dragones alados con ojos de zafiro.
Mike descendió primero, vestido con un elegante traje de corte moderno muggle, en tonos azul marino con una camisa blanca y corbata burdeos. Aunque muchos invitados vestían túnicas tradicionales —algunas tan ornamentadas que parecían más armaduras de ceremonia que ropa—, él caminaba con seguridad, la espalda recta y la barbilla en alto, como le había enseñado Andromeda.
Neville, con una túnica formal oscura de corte tradicional, descendió tras él. Augusta, en su máximo esplendor, lucía una capa de terciopelo verde oscuro con bordados dorados y un broche con forma de halcón en el hombro. Si bien los Longbottom eran considerados neutrales, su linaje era tan antiguo como respetado, y su presencia en la fiesta no pasaba desapercibida.
En la entrada, una pareja elegantemente vestida los esperaba. Lord Greengrass era un hombre alto, de cabello gris impecablemente peinado, mirada inquisitiva y postura férrea. Su esposa, Isabel Greengrass, tenía una belleza serena y distante, aunque sus ojos cálidos contrastaban con la frialdad del evento.
—Bienvenidos a nuestra celebración del Solsticio —saludó Lord Greengrass con una leve inclinación de cabeza—. Es un honor recibir a la casa Longbottom y la casa Potter.
—Gracias por su invitación —respondió Augusta con la misma formalidad.
Mike notó que varios de los asistentes los observaban, evaluando cada paso, cada palabra, cada expresión. La mansión estaba decorada con ramas de muérdago encantado, orbes flotantes de hielo y un cielo simulado en el techo del salón principal que mostraba la constelación del Cisne en movimiento. La música, de cuerdas y laúd, resonaba como un hechizo tenue que lo mantenía alerta.
Al entrar en el gran salón, Mike reconoció a varias familias de renombre por sus escudos familiares que la tia Andy le había obligado a memorizar. Algunos nombres eran conocidos por sus lazos con el antiguo bando de Voldemort, otros simplemente eran tradicionalistas con fuertes ideales de sangre. La atmósfera era diferente a la fiesta de los Longbottom: menos cálida, más política.
Daphne apareció poco después, luciendo un vestido de tonos azul pálido y plata, acompañado de una tiara sutil. Su postura era digna, impecable… pero sus ojos buscaban entre la multitud. Cuando encontró a Mike, sonrió, apenas perceptiblemente. No estaba sola; varios chicos se habían acercado ya a saludarla, y se notaba que le incomodaban sus modales demasiado ensayados.
Mike se acercó a ella, saludando con un gesto medido. Daphne suspiró, relajando los hombros.
—Gracias por venir —susurró.
—No podria rechazar la invitación de milady. ¿Sobrevives? —bromeó en voz baja.
—Con dificultad. Pero verte con ese traje escandalosamente muggle hace que todo valga la pena.
Ambos rieron, compartiendo un momento de complicidad que, al menos por ahora, les pertenecía.
……….
Poco después de que los invitados iniciales se acomodaran con copas de vino elfo o licor de zarzamora negra, uno de los mayordomos de los Greengrass, un elfo de orejas largas y túnica granate, anunció en voz clara:
—Los señores Longbottom y el señor Potter serán presentados ante los representantes de las casas ancestrales.
Mike apenas tuvo tiempo de intercambiar una mirada con Neville antes de que ambos fueran guiados por el salón. Augusta los acompañaba, caminando con la dignidad de una matriarca que sabía exactamente qué terreno pisaba.
Los primeros en recibirlos fueron los Burke. El señor Burke, de expresión afilada y voz como papel rasgado, los observó con un escrutinio apenas velado.
—Neville Longbottom. Mucho se ha dicho de ti. Y el joven Potter... Vaya. Es un placer conocer finalmente al niño que sobrevivió.
Mike respondió con una leve inclinación de cabeza, sin mostrar incomodidad.
—Gracias, señor Burke.
—O deberíamos decir... el joven que reapareció —añadió la señora Burke con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
La conversación fue breve pero cargada. Siguieron los Nott, más discretos, aunque uno de los hijos, Theodore, estrechó la mano de Mike con un gesto casi respetuoso.
—Curioso vernos fuera de Hogwarts, ¿no? —murmuró.
Luego vinieron los Travers, cuyos comentarios giraron en torno al “desorden” del mundo mágico después de la caída de Voldemort. Aunque nadie lo dijo directamente, se percibía una nostalgia por los días de orden férreo y jerarquías claras. Mike escuchó en silencio, con el rostro tranquilo y las manos detrás de la espalda, como Andromeda le había enseñado a hacer cuando lidiara con diplomáticos.
Los Rosier fueron más incisivos.
—¿Es cierto que fue Dumbledore quien te ocultó del mundo, señor Potter? ¿Por qué? —preguntó la señora Rosier con una ceja alzada.
Mike sonrió con cortesía.
—No sabría decirlo. Nunca llegué a entender del todo los motivos del profesor Dumbledore.
Un murmullo aprobador surgió de la dama mayor a su lado.
—Y, dime… ¿cómo te sientes respecto al contacto entre nuestro mundo y los muggles? ¿A favor o en contra de que sigan entrometiéndose en nuestros asuntos?
—Creo que hay sabiduría en ambos mundos —respondió Mike—. Negarse a ver una de las dos sería como cerrar un ojo antes de caminar un acantilado.
La respuesta dejó a varios asistentes en silencio. Augusta, detrás de él, apenas asintió con aprobación.
A medida que la noche avanzaba, los saludos se convertían en una danza verbal de política, insinuaciones y cortesía armada. Neville soportaba con dignidad, aunque claramente no disfrutaba el juego. Mike, en cambio, navegaba las conversaciones con una mezcla de incomodidad disimulada y una elegancia inesperada que algunos notaron con cierto respeto.
En más de una ocasión, el apellido Potter provocaba silencio, y no todos miraban con amabilidad. Sin embargo, nadie lo enfrentó directamente. El hecho de que Augusta Longbottom caminara a su lado y que los Greengrass lo hubieran invitado públicamente lo protegía.
Cuando el círculo de saludos concluyó, Daphne se aproximó discretamente con una copa de lo que parecía cerveza de mantequilla.
—¿Sobreviviste?
—Por poco. No sabía que las palabras pudieran cortarte sin tocarte.
—Bienvenido al mundo de las viejas familias —respondió ella con ironía—. Aún falta el baile. Prepárate.
Mike alzó una ceja.
—¿Eso fue una advertencia o una invitación milady?
—Ambas.
—¿Todo bien? —preguntó, sin rodeos.
—Mejor que muchos. Peor que otros —respondió ella con un tono irónico—. ¿Has notado cómo algunos de estos idiotas creen que soy una ficha en un tablero de ajedrez?
Mike ladeó la cabeza, con una sonrisa torcida.
—¿Solo lo notaste ahora?
Ella resopló.
—No. Pero al menos antes fingían tener modales. Ahora solo les falta medir mis tobillos y preguntar si sé cocinar.
Mike se rió bajo.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo?
Daphne entrecerró los ojos, luego suspiró con resignación.
—Tengo que abrir el baile, y no pienso hacerlo con Malfoy ni con ninguno de los otros imbéciles que están tratando de adivinar el color de mis calcetines.
Mike ladeó la cabeza, divertido.
—¿Y qué hay de Neville?
—Neville se fue a reunir valor. Sospecho que va a invitar a Susan Bones a bailar… y con suerte no se tropiece con su propia capa.
Mike sonrió y buscó a Neville con la mirada. Lo encontró en un rincón, hablando con Susan, con la cara un poco roja pero el gesto decidido. Era un alivio ver a su amigo intentar dar el paso.
Daphne siguió:
—Así que necesito a alguien que no me mire como si estuviera hecha de oro, que sepa bailar, y que no me haga sentir como una exposición de ganado.
—Y de entre toda la sala, milady me ha elegido, es un gran honor. —dijo Mike con tono burlón.
Daphne lo miró de reojo con media sonrisa.
—No te emociones. Eres la opción menos molesta. Ya bailamos antes, en la fiesta de los Longbottom, y no pisaste mis pies ni una vez. Eso te coloca muy por encima de todos los presentes. Además —añadió en tono más seco—, ya te dije que no me llames asi.
Mike le ofreció el brazo, teatral.
—Te aseguro que mis únicas ilusiones involucran salir de aquí sin que nadie intente comprometerme con nadie.
Ella aceptó su brazo con elegancia, aunque sus dedos se apoyaron con más suavidad de lo que él esperaba.
Un gong mágico resonó. El mayordomo anunció:
—La señorita Daphne Greengrass invita a los asistentes a presenciar la apertura del baile.
Los invitados formaron un círculo respetuoso, y los murmullos se alzaron al ver a Daphne caminar con Harry Potter —vestido con un traje muggle negro, elegante y sobrio, con una corbata burdeos que hacía juego con su mirada seria. Algunos rostros mostraron sorpresa, otros, incomodidad. Muy pocos sonrieron.
Pero nada de eso importó cuando la música comenzó. Un vals delicado, tradicional, impregnó el salón con su melodía envolvente.
Mike la guió con un movimiento limpio, seguro. No hubo tropiezos, dudas ni pisotones. Se movían como si lo hubieran ensayado, como si el mundo alrededor no fuera más que una sombra.
Daphne, que ya conocía su habilidad, se permitió una pequeña sonrisa. No lo miró directamente, pero su voz fue suave.
—La señora Andromeda hizo un buen trabajo.
—Y tú no estás tan mal —respondió él, girándola con un movimiento elegante.
Ella rodó los ojos, aunque la expresión de su rostro era más relajada.
—No me halagues. Solo quiero terminar esto con elegancia y sin que mi madre se vea obligada a intervenir.
Desde el otro lado del salón, Augusta observaba con aprobación, conversando en voz baja con Isabel Greengrass. Más allá, Neville, con una mezcla de nervios y determinación, extendía la mano hacia Susan Bones. Ella aceptó con una sonrisa sincera, y juntos se unieron al baile. Susan se movía con gracia, y Neville, aunque un poco rígido al principio, fue soltándose. Cuando dio un giro limpio y Susan rió, Neville se sonrojó, pero mantuvo el ritmo.
Mientras tanto, Mike y Daphne seguían danzando con precisión casi profesional. La sala los rodeaba, pero ellos parecían en su propio espacio, en su propio acuerdo silencioso. Dos jóvenes fuera de lugar, jugando el juego de las apariencias para protegerse mutuamente.
—Gracias —murmuró Daphne, apenas audible.
—Para eso estamos los amigos, ¿no? —respondió Mike
Cuando la música terminó, ambos se inclinaron con cortesía ante los aplausos. Pero fue solo por un instante. Pronto, otras parejas ocuparon el centro, y las conversaciones se reanudaron.
Daphne lo miró de reojo.
—¿Quieres desaparecer conmigo por cinco minutos antes de que Malfoy vuelva a intentar halagar mis... virtudes?
Mike sonrió.
—Lidera el camino.
Y así lo hizo.
………
Apenas habían dado unos pasos fuera del salón principal, Mike y Daphne se desviaron hacia una galería lateral adornada con esculturas encantadas que susurraban palabras arcanas entre sí. Era un rincón algo apartado, pero no lo suficiente como para evitar interrupciones.
—Si nos quedamos aquí cinco minutos, tal vez no me explote la cabeza —dijo Daphne, frotándose las sienes. Su tono era cansado, pero más relajado que al inicio de la noche.
Mike sonrió de lado y se disponía a responder cuando una voz cargada de condescendencia se elevó detrás de ellos.
—Vaya, vaya… Potter. No sabía que ahora eras el protector personal de las Greengrass.
Draco Malfoy se acercó con su andar arrogante, escoltado por Theodore Nott y un par de primos desconocidos, pero igualmente pálidos y pulidos. Su copa de champaña temblaba levemente por el impulso contenido de su rabia disfrazada de cortesía.
—¿Qué haces con mi chica? —soltó con una sonrisa torcidamente segura.
Daphne giró sobre sus talones de inmediato.
—No soy tu nada, Draco.
—Por ahora —replicó él con aire afectado—. Pero mi padre ya ha iniciado conversaciones con Lord Greengrass. Es una cuestión de alianzas, herencia, sangre… esas cosas que algunas personas —miró a Mike de arriba abajo— no entienden del todo.
Mike no perdió la compostura, aunque el comentario le raspó. Alzó una ceja.
—Entonces no sé qué haces perdiendo el tiempo conmigo. Si todo está tan bien arreglado, deberías estar celebrando, ¿no?
Draco frunció ligeramente el ceño, irritado por la falta de reacción. Se giró a Daphne con fingida dulzura.
—Estoy seguro de que cuando todo esto se formalice, verás que es lo mejor. Tu familia está pensando en tu futuro, no en aventuras improvisadas.
Daphne dio un paso hacia él.
—Y tú deberías pensar en el tuyo. Porque si sigues hablando como si fueras mi dueño, voy a recordarte por qué los Greengrass no llevan a sus hijos con correas.
Draco retrocedió levemente. Theodore Nott carraspeó.
—Vamos, Draco. Esto no es el momento.
Draco se recompuso, mirando a Mike una vez más con altivez.
—Ten cuidado, Potter. Hay cosas que ni siquiera un apellido famoso puede proteger. Algunas familias aún recuerdan quién pertenece... y quién no.
Mike no respondió. Solo sostuvo su mirada, imperturbable, hasta que Draco se marchó dando zancadas.
Cuando desapareció por el pasillo, Daphne suspiró.
—¿Sabes qué es lo peor?
—¿Qué?
—Que, en su cabeza, todavía cree que fue caballeroso.
Mike dejó escapar una risa breve.
—Tal vez algún día descubra lo que es caballerosidad de verdad.
—No contaría con ello —dijo Daphne, frotándose el puente de la nariz—. ¿Podemos sentarnos ya?
—Claro, milady —respondió él, ofreciendo su brazo con fingida pomposidad.
—Ugh. No te burles —aunque su sonrisa, por fin, era genuina.
…………
Después de la confrontación con Malfoy, Daphne tomó aire y regresó al centro del salón con Mike a su lado. Las luces flotantes se habían teñido de un ámbar cálido y la orquesta encantada comenzaba otro vals lento y ceremonioso.
—¿Lista para seguir siendo cordial con aristócratas encantadores? —preguntó Mike en tono irónico mientras se acomodaban entre las parejas.
—No, pero tengo una carta bajo la manga —dijo ella tomando su brazo sin pedir permiso—. Mi caballero personal, tú.
La velada continuó con sucesivos bailes. Daphne, tal como lo había anunciado, lo usó como su pareja predilecta. Cada vez que algún hijo de familia intentaba acercarse con una reverencia y un cumplido ensayado, ella se limitaba a decir: “Estoy con Potter esta ronda”, o simplemente tomaba a Mike del brazo antes de que pudieran terminar la frase.
En los momentos en que Mike era atrapado por otras chicas —algunas con vestidos demasiado caros y sonrisas demasiado calculadas— Daphne recurría a Neville, quien, aunque más tímido, había demostrado ser un bailarín sorprendentemente decente tras la fiesta de su abuela.
—Gracias —le dijo Daphne una vez durante un vals apresurado mientras giraban entre la multitud.
—¿Por qué? —preguntó Neville, algo sonrojado.
—Por estar aquí —respondió ella. Fue todo lo que dijo, pero bastó.
Mientras tanto, Mike giraba con otra Slytherin de mirada crítica y conversación monótona. Ni siquiera recordaba su nombre. Algo de los Greengrass, probablemente una prima.
Aunque disfrutaba ver a sus amigos pasarlo mejor, a Mike le pesaba una sensación que no lograba sacudirse. No era tristeza, pero sí una especie de melancolía silenciosa. Tenía doce años a los ojos de todos, aunque por dentro era un adulto joven. Y las chicas que realmente le interesaban —inteligentes, decididas, con humor agudo y sin máscaras— eran mayores. A veces mucho mayores.
Había intentado acercarse a algunas de ellas durante la noche. Un par de conversaciones, una oferta para bailar. La fama de “el Niño que Vivió” abría puertas… pero no suficientes para ocultar la diferencia de edad que su cuerpo proyectaba. Las respuestas habían sido amables, pero claras.
“No eres tan mayor como creía.”“Tal vez cuando crezcas un poco más, Potter.”
“Qué adorable.”
Adorable. Una palabra que lo derrumbaba más que cualquier insulto.
Aun así, no se quejaba. Sabía que, sin él, Daphne estaría atrapada entre compromisos familiares, bailes forzados y el acoso constante de pretendientes que la veían como un premio, no como una persona.
Susan Bones fue una de las pocas excepciones de la noche. Neville la invitó a bailar temprano, y aunque ella aceptó con entusiasmo, su conversación se desvió rápidamente hacia un terreno… peculiar. Comentó sobre cómo ciertas runas parecían cambiar ligeramente de forma si las mirabas el tiempo suficiente. Luego sugirió que los cuadros del Ministerio seguramente informaban de las conversaciones humanas entre sí. Su tono no era burlón ni nervioso, sino calmado y seguro, como si hablara de hechos evidentes que los demás no comprendían todavía. Parecia como si algunos momentos su mente se apagara y dijera lo primero que pensaba aunque la mayoría de cosas no tenia sentido.
Neville pareció fascinado; Mike, confundido.
—Es una buena chica —le dijo Neville después, encogiéndose de hombros, aunque con cierta duda en los ojos—. Solo tiene ideas… poco convencionales.
Mike solo asintió, aunque la mirada de Susan, en algún momento de la velada, lo dejó intranquilo. Fue un instante breve: ella lo observó desde su mesa cuando pensaba que nadie miraba. Su expresión era distante, como si tratara de recordar algo, o a alguien. Cuando Mike le devolvió la mirada, ella parpadeó, sonrió y volvió a su conversación como si nada hubiera ocurrido.
Él se dijo que seguramente estaba imaginando cosas. Tuvo que volver a la pista con un par de chicas más de sangre pura, todas con peinados impecables y risas como de porcelana. Cada una más aburrida que la anterior.
Así que, al final, agradeció que Daphne lo necesitara. Ella y Neville eran, sin duda, lo mejor que le había pasado en Hogwarts. Sabían la verdad, lo aceptaban tal cual era y no se dejaban impresionar por la leyenda.
A veces, cuando Daphne lo empujaba a actuar con más tacto o a dejar de observar como si estuviera calculando trayectorias balísticas, Mike dudaba quién era el mayor en la relación. Pero no le molestaba. En cierto modo, se sentía desafiado. Y eso… eso era algo que no sentía desde hace mucho.
………
Mientras Daphne era abordada por otro chico, esta vez uno que no ocultaba lo enamorado que estaba de ella, Mike decidió alejarse brevemente de la pista. Había mucha gente, demasiada música, demasiado perfume flotando en el aire. Cruzó hacia uno de los balcones encantados del salón, donde la temperatura era más fresca, como una noche de primavera en el campo. Las luces de las luciérnagas flotaban entre arbustos tallados con magia.
—¿Puedo acompañarte, Harry?
La voz era suave, elegante sin esfuerzo. Mike giró y vio a una mujer alta, de rostro anguloso pero sereno, con un vestido de terciopelo verde oscuro. Su cabello era castaño claro, con destellos plateados en las sienes, y sus ojos—los mismos ojos que había visto tantas veces en Daphne—lo miraban con curiosidad tranquila.
—Claro, lady Greengrass —respondió él con educación.
Ella sonrió con un matiz de cansancio, como quien está acostumbrada a las formalidades pero no las disfruta del todo.
—Llámame Isabel. Sólo los que me temen me llaman “señora”.
Se sentaron en un banco de piedra encantado para no enfriarse, y por un momento ninguno dijo nada. Solo se oía el murmullo lejano del salón, amortiguado por la magia del lugar.
—Has sido muy cortés esta noche —dijo ella al fin—. Y muy considerado con Daphne. Gracias por cuidarla.
—No necesita que la cuiden tanto —respondió Mike con una sonrisa—. Ella se las arregla mejor que yo.
Isabel soltó una risa breve, sincera.
—Oh, claro que sí. Pero incluso las más fuertes agradecen no tener que pelear solas todo el tiempo.
Volvió la vista hacia el cielo encantado, donde una luna creciente flotaba entre nubes que sabían perfectamente dónde colocarse para ser estéticas.
—Daphne detesta estas fiestas —dijo en voz baja—. No lo dice en voz alta, por supuesto. Sabe cuál es su papel, lo que se espera de ella. Pero no comparte muchas de las ideas de su padre. A veces creo que eso la agota más que cualquier otra cosa.
Mike la miró con atención. No había amargura en su voz, sino algo más sutil. Tristeza, quizás. Nostalgia.
—¿Y usted? —preguntó.
Isabel dudó un instante, pero luego respondió:
—Yo también fui educada para estos círculos. Me casé con un buen hombre, según los estándares de mi familia. Tradicional, firme, decidido. No cruel, pero tampoco flexible. Con el tiempo aprendí a leer entre líneas… y a guardar silencio. Daphne… Daphne no tiene esa paciencia.
Volvió a mirarlo, y sus ojos ahora brillaban con una calidez inesperada.
—Conocí a tu madre, ¿sabes? Lily. En Hogwarts. No éramos amigas cercanas… pero ella fue amable conmigo cuando nadie más lo era. Yo era callada, algo torpe con los encantamientos. Tu madre tenía esa forma de hacerte sentir visible sin juzgarte. Era... luminosa.
Mike tragó saliva, sorprendido por la mención. No se lo esperaba. Y aunque no tenía recuerdos reales de Lily Potter, algo se estremeció dentro de él.
—Gracias por decirlo —murmuró.
Isabel asintió, y por un momento se hizo el silencio entre ambos.
—Veo algo de ella en ti —dijo—. No en la apariencia, quizás… pero sí en cómo observas antes de hablar. En cómo proteges sin necesidad de imponer. Me alegra que Daphne te tenga cerca. Ella lo necesita, aunque no lo diga.
Se puso de pie suavemente, como si la conversación hubiera llegado a su final natural.
—Haz lo que creas correcto, Harry —le dijo, apoyando una mano breve y maternal sobre su hombro—. No te dejes encerrar por las expectativas de los demás… aunque te las digan con sonrisas.
Y con eso, lo dejó en el balcón, bajo la luna encantada, con una sensación extraña en el pecho. Una mezcla de paz, admiración y una punzada de tristeza.
Porque en esa mujer —más cálida que el resto de la élite, más honesta en su mirada— Mike había visto algo que no esperaba: la prueba de que Daphne no estaba sola en su rebeldía.
Y que tal vez, con el tiempo, él tampoco lo estaría.
………
Mientras Mike hablaba con la madre de Daphne en el balcón encantado, Neville había optado por salir al jardín real. No le gustaban los bailes largos ni las conversaciones forzadas, y tras su último vals con Daphne, había escapado discretamente en busca de un poco de aire fresco y silencio.
El jardín trasero era amplio, con senderos de piedra iluminados por faroles encantados y setos perfectamente recortados. Dobló una esquina, pasó junto a una fuente con tritones dormidos, y se detuvo cuando oyó voces apagadas más adelante.
Se inclinó ligeramente, intentando evitar la luz de un farol cercano. Las voces provenían de una pérgola cubierta de rosas nocturnas. No podían verlo desde su ángulo, pero él, si se agachaba un poco, podía ver las siluetas de dos adolescentes —jóvenes, quizás de sexto o séptimo curso— y un hombre mayor, con barba oscura y aspecto rudo, claramente fuera de lugar entre la aristocracia pulida de la fiesta.
—…te digo que los Ashwinders ya cerraron trato con ese hombre en Rumania —decía uno de los jóvenes, un Carrow por su voz, arrogante y nasal—. Huevos de colacuerno, y sin trazabilidad.
—¿Y qué van a hacer con ellos? —preguntó el otro joven con tono ansioso.
—Venderlos, ¿qué más? En el mercado gris de Escocia pagan el triple si los haces pasar por mercancía confiscada. Y no solo huevos. Las víboras de magma, las garras de escarbato, incluso pelo de thestral… cualquier cosa mágica y valiosa, ellos lo consiguen.
El adulto rió, pero sin humor.
—Pura basura sentimentalista. El Ministerio se hace el ciego mientras podamos “justificar los permisos”.
Neville sintió cómo el estómago se le apretaba. Había oído ese nombre antes —Ashwinders— pero solo vagamente, en los márgenes de libros sobre tráfico mágico. Nunca en conversaciones reales. Ni mucho menos en fiestas de sangre pura.
—¿Y los centauros? ¿Los duendes? —preguntó uno, con la voz más baja.
—Bah. Ya se están moviendo. Los thestrals ya no son tan rentables, y con los hipogrifos en reserva, el nuevo interés está en lo exótico. ¿Escuchaste del calamar de Hogwarts? Hay un coleccionista en Alemania que ofreció veinte mil galeones por una criatura como esa. Viva, claro.
Neville tragó saliva, conteniendo la náusea.
—¿Y si alguien se entera? —dijo el otro, de pronto más inseguro.
El adulto bufó.
—Los Ashwinders llevan décadas operando sin que el Ministerio los toque. Usan nombres distintos en cada región, sobornan a los inspectores, y si alguien se mete, desaparece. Fin de la historia.
Un silencio se hizo, interrumpido solo por el canto de un grillotopo. Neville decidió que ya había escuchado suficiente. Retrocedió con cuidado, asegurándose de no pisar ramas ni hacer ruido, y una vez fuera de vista, apretó el paso de regreso al salón, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
Tenía que contarle a Mike.
Pero no aquí. No esta noche.
……….
Las luces del salón comenzaban a disminuir su intensidad, tintadas de dorado tenue. La orquesta tocaba melodías suaves para los últimos valses. Mike regresó junto a Augusta Longbottom, quien se encontraba sentada con porte erguido, observando con mirada crítica el desenvolvimiento del evento. A su lado reposaba un bastón ornamentado que, aunque no usaba para caminar, imponía respeto.
—¿Todo en orden? —preguntó sin volverse, apenas moviendo los labios.
—Más o menos —respondió Mike, cansado—. Hay mucha gente con demasiadas sonrisas.
—Y con demasiadas intenciones —musitó Augusta.
Entonces, como si el aire se hubiera puesto tenso de repente, una figura imponente se acercó desde la periferia del salón. Alto, delgado, de rostro severo y expresión calculada, Lord Greengrass caminaba como si el piso le perteneciera. Sus túnicas de gala, bordadas con discretos hilos plateados, apenas reflejaban la luz. Su bastón de marfil y ébano era más símbolo que apoyo.
—Lady Longbottom —dijo, haciendo una reverencia medida, perfecta—. Señor Potter.
—Lord Greengrass —respondió Augusta, inclinando levemente la cabeza—. Nos honra con su presencia.
Mike se tensó. Percibía una corriente invisible entre los dos adultos, como si se enfrentaran sin moverse.
—He observado —dijo el lord, con voz grave— cierto… entendimiento entre mi hija Daphne y el joven Potter esta noche. Nada inapropiado, desde luego. Pero notorio. Ella lo ha elegido como su compañía constante.
—Eso parece —dijo Augusta con calma—. Aunque no creo que la señorita Daphne necesite justificación para elegir su compañía.
—Cierto. Aunque en nuestra casa, las decisiones tienen consecuencias que no siempre se limitan a una velada —replicó él, sin perder la cortesía—. La sangre puede no ser completamente pura, pero el nombre Potter tiene un peso considerable. Heroísmo, prestigio, herencia antigua. Cualidades que algunos consideran… intercambiables con linaje.
Mike entrecerró los ojos. El modo en que hablaba lo hacía sentirse como una propiedad en subasta.
—Por supuesto —continuó el lord, girando levemente hacia Augusta, como si Mike no estuviera allí—, antes de considerar cualquier entendimiento más formal, habría que ver si ese nombre se respalda con logros. Con hechos. Con resultados que inspiren confianza. Usted me entiende, Lady Longbottom.
—Perfectamente —respondió Augusta, imperturbable—. Me sorprende, sin embargo, que hable de logros como moneda, y no de carácter.
—El carácter es… maleable —dijo Lord Greengrass, casi como un suspiro—. Pero los logros se pueden medir, Lady Longbottom. Se pueden presentar ante el Wizengamot, en los registros de duelos, en tratados firmados o alianzas forjadas. Al fin y al cabo, en nuestra sociedad no basta con ser una figura… simbólica.
Mike no pudo más.
—Perdóneme, señor, pero no hay ningún compromiso que considerar. Daphne es mi amiga, y—
—No es necesario apresurarse, joven Potter —lo interrumpió el lord con una sonrisa contenida, como si lo viera como un niño alzando la voz en una mesa de adultos—. Todo a su tiempo. Las afinidades comienzan con una danza… y a veces acaban en alianza. A veces no. La paciencia es una virtud, incluso para los valientes.
Augusta se incorporó ligeramente, su tono más frío.
—Lord Greengrass, me temo que subestima la voluntad del muchacho. Él no está aquí para complacer a ninguna casa, ni siquiera la suya. Y cuando decida demostrar sus capacidades, no lo hará por compromisos… sino por convicciones.
Se detuvo un segundo, y luego añadió con una leve sonrisa:
—Y créame, cuando lo haga, no habrá necesidad de presentaciones en el Wizengamot. Se hablará de él… con o sin pergaminos.
Por primera vez, la sonrisa del lord titubeó apenas, como si evaluara de nuevo a quien tenía delante. Luego inclinó la cabeza con respeto.
—Como era de esperarse de usted, Lady Longbottom. Su reputación como estratega sigue siendo bien merecida.
Y con eso, se marchó, deslizándose entre los asistentes con la elegancia de un hombre acostumbrado a mover piezas en silencio.
Mike se quedó en silencio, aún procesando.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó al fin, sin saber si estaba más confundido o molesto.
—Jugadas —dijo Augusta, sin perder la compostura—. Algunas abiertas, otras ocultas. No te preocupes, niño. Todavía no eres rey… pero ya no eres un simple peón.
—Genial —masculló Mike—. Siempre quise ser un alfil involuntario.
Augusta sonrió apenas.
—No existe tal cosa. Solo piezas que no entienden aún su lugar en el tablero.
Y con eso, la última melodía comenzó a sonar, mientras la noche llegaba a su fin.
Fin del capítulo.