ID de la obra: 341

Un harry diferente

Het
R
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1
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
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Capítulo 12. Rituales.

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Capítulo 12: Rituales. Jardines interiores de Longbottom Hall. Mike y Neville, aún con rastros de la velada anterior, practican hechizos en silencio. Los reflejos dorados del amanecer apenas asoman cuando la voz de Augusta Longbottom rompe la quietud. —¿Así que eso es todo? ¿Unas cuantas florituras de varita y creen que están listos para enfrentar el mundo? Ambos chicos se detienen. Neville se tensa, mientras Mike gira con cautela. Augusta se acerca, apoyándose en su bastón, mirada inquisitiva. —Abuela —empieza Neville, con voz firme—, Flitwick no nos está entrenando para lucirnos. Es duro. Nos exige fuerza, velocidad, estrategia… todo. Queremos ser aurores. —¿Aurores? —repite ella con tono ácido—. Como Alice. Como Frank. Y míralos ahora. —Su voz se suaviza solo un poco—. Eran valientes, sí. Pero no estaban preparados para lo que vino. —Por eso entrenamos, señora —dice Mike, sin agachar la mirada—. Porque no vamos a caer como ellos. No si podemos evitarlo. Augusta guarda silencio. Y luego asiente, muy despacio. —Buena respuesta. Ambos jóvenes parpadean, confundidos. —Los estaba poniendo a prueba —añade ella con un atisbo de sonrisa—. Porque no ofreceré lo que estoy por decirle a cualquier adolescente impulsivo. Lo que quiero proponerles... no es un privilegio. Es una responsabilidad. Una carga. Camina hacia un banco de piedra, se sienta, y los invita con un gesto. Los dos se acercan con respeto. —En la antigua tradición de los Longbottom —empieza, con un tono que resuena como un eco de generaciones—, cuando la guerra era el pan de cada día, nuestros magos no solo estudiaban. Se forjaban. A través de tres rituales diseñados para sacar el máximo de sus cuerpos y sentidos. No para convertirlos en superhombres. Sino en lo mejor que su naturaleza les permita ser... si sobreviven. Los chicos se tensan. Augusta continúa, serena. —El primer ritual actúa desde dentro. Refinamiento biológico. El cuerpo optimiza su metabolismo. Los órganos se vuelven más eficientes. Respirarán mejor. Su sangre circulará más limpia y rápida. Su sistema inmunológico será casi infranqueable. Cicatrizarán más rápido. Se agotarán menos. Pero el proceso duele. Todo en su interior se reajusta. No podrán dormir esa noche, y vomitarán más de una vez antes del final del día. —¿Y si falla? —pregunta Mike. —No mueren —responde Augusta—. Pero sufrirán meses de desequilibrio interno. Lo sabrán en las primeras horas si su cuerpo lo rechaza. Por eso requiere disciplina mental y buena condición. Y ustedes la tienen… apenas. Pausa. Luego: —El segundo ritual fortalece el cuerpo externo. Músculos, huesos, tendones. No les crecerá nada de más, pero sus cuerpos estarán listos para alcanzar su mejor versión... si entrenan. Sin la disciplina adecuada, será una mejora superficial. Pero si lo aprovechan, no habrá maldición Cruciatus que los derribe en el primer segundo. Tampoco huesos rotos con facilidad. Sudarán sangre ese día. Y necesitarán otro entero para recuperar el movimiento. Mike y Neville intercambian miradas. Augusta se inclina un poco hacia ellos. —Pero escúchenme bien: sin el primer ritual, este los destrozaría. El cuerpo debe estar optimizado por dentro para resistir lo de fuera. Si intentan hacerlo en otro orden... no vivirán para contarlo. —¿Y el tercero? —pregunta Neville, en voz baja. Aquí Augusta se vuelve más solemne. Más silenciosa. Mira hacia un seto de tejos nevados antes de hablar. —El tercer ritual… es el umbral. Durante cinco días, se les priva de todos sus sentidos. Sin luz. Sin sonido. Sin tacto. Sin olor. Sin sabor. Solo ustedes... y su mente. Muchos no superan ni el primer día. El aislamiento sensorial total ha vuelto locos a magos con títulos y medallas. Si aguantan el primero, al día siguiente les devuelve el tacto. Luego el olfato. El oído. Y al final, la vista. Cada sentido regresa agudizado. Sus reflejos serán más rápidos. Sus instintos más finos. Silencio. El viento agita las ramas secas. —Empezamos mañana —dice Augusta—. Uno al amanecer. Día de descanso. Luego el segundo. Tendrán la Navidad libre. Pero al día siguiente… comienza el tercero. Cinco días. Uno por cada sentido. Los chicos asienten. Mike toma aire, como si se preparara para saltar de un precipicio. —¿Y si fallamos? —Si fallan —responde Augusta, levantándose—, no serán menos valientes. Pero no volveré a ofrecerlo. Camina unos pasos y se gira. —Deben decidir esta noche. No porque puedan. Sino porque lo quieren de verdad. Así fue como se forjaron sus padres. Así fue como sobrevivimos las guerras antiguas. Y si yo tengo algo que decir al respecto… ustedes no terminarán como ellos. Luego se aleja, dejándolos con la escarcha, el frío... y la decisión que cambiará el curso de sus vidas. ……….. Terraza alta de Longbottom Hall, esa noche. El aire es frío, cortante. La luna se alza como un centinela silencioso entre nubes dispersas, bañando de plateado los tejados antiguos. Desde la terraza, las colinas nevadas del valle parecen flotar en la oscuridad como islas en un mar de sombras. Mike se apoya en la barandilla de piedra, mirando al horizonte con las manos en los bolsillos. A su lado, Neville sostiene una taza humeante con ambas manos, buscando calor más allá del líquido. Pasan unos segundos en silencio. Solo el viento susurra entre los arbustos congelados del jardín. —Oye, Mike —dice Neville de pronto, con voz baja—. ¿De verdad quieres ser auror? Mike no contesta de inmediato. Se frota las manos, respira hondo, y luego lo mira de lado. —¿Por qué lo preguntas? —Porque hasta ahora… solo te seguí la corriente —confiesa Neville, sin apartar la vista del vapor que sube de su taza—. Cuando se lo dijiste a Flitwick, pensé que era solo una excusa para que nos entrenara. Una muy buena, eso sí. Pero ahora que lo estamos tomando en serio… quiero saber si de verdad lo sientes. Mike asiente, pensativo. Tarda un momento más antes de responder, con la sinceridad de quien se ha preguntado eso muchas veces en silencio. —Al principio… era una excusa —admite—. Me sonaba bien. “Quiero ser auror”. Te abre puertas, te hace ver decidido. Pero luego… lo pensé de verdad. Y sí, sí quiero. Es el único trabajo que quiero en este mundo. Neville lo mira, curioso, mientras Mike continúa, con una sonrisa leve, casi melancólica. —Tengo una segunda oportunidad aquí. Con un cuerpo nuevo, habilidades que ni imaginaba posibles, y un destino que no entiendo del todo… pero sé que no puedo evitarlo. No puedo quedarme al margen. Si tengo que enfrentarme a lo que sea que nos espera, quiero hacerlo con todo lo que soy. Quiero empujarme al límite. Y si ya voy a vivir esta locura, ¿por qué no hacerlo al máximo? Su mirada se alza hacia la luna. —¿Y qué mejor forma de vivir esta vida que cazando magos oscuros, salvando damiselas en apuros y enfrentando cosas que en mi antiguo mundo solo existían en historias? —se gira hacia Neville con una media sonrisa—. Es aterrador. Pero también es… glorioso. Neville asiente lentamente, bajando la mirada. Luego Mike le devuelve la pregunta: —¿Y tú? ¿Tú de verdad quieres ser auror? Neville no responde al instante. Deja la taza sobre la barandilla, aún envuelta en vapor, y cruza los brazos. —Si me lo hubieras preguntado el año pasado… —dice, bajando la voz— te habría dicho que no. Ni loco. No me veía capaz. Siempre me comparaban con mis padres, y yo no era más que… el nieto torpe de la gran Augusta Longbottom. Sonríe con amargura, pero no hay vergüenza en su tono. Solo verdad. —Pero este año... ha cambiado todo. —Lo mira a los ojos—. Lo que hemos vivido. Lo que he aprendido. Cada vez que mi abuela me mira ahora... hay algo distinto en sus ojos. Ya no es decepción. Es orgullo. Y… siempre quise eso. Ser digno de ese orgullo. Ser como mi padre. Se gira hacia el valle, donde la bruma cubre la tierra como un velo. —Pero ahora también lo quiero por mí. Porque sé lo que es perder a tus padres sin perderlos del todo. Sé lo que es crecer con la ausencia llenando cada rincón. Y no quiero que ningún otro niño tenga que vivir eso. Si puedo evitarlo… si puedo detener a un loco antes de que destruya otra familia… entonces todo vale la pena. El silencio se instala de nuevo, profundo y solemne. Mike asiente, emocionado, y extiende el puño hacia Neville. Este sonríe, y se lo choca sin pensarlo. —Entonces mañana —dice Mike—, empezamos de verdad. —Mañana —repite Neville—, empezamos a convertirnos en quienes queremos ser. Ambos se quedan un rato más bajo la luna, sin hablar, compartiendo el peso —y el honor— de una decisión que ya no tiene vuelta atrás. …….. La niebla baja cubre el suelo como un velo espeso. Las sombras de los árboles centenarios se alargan con los primeros rayos del sol, teñidas de oro y rojo. En un claro rodeado de piedras musgosas y viejas columnas derrumbadas, Augusta Longbottom espera de pie, vestida con una capa de invierno negra forrada en plata, como una figura de otro siglo. A su lado, flotando dentro de un baúl abierto, hay una caja de madera vieja, una bandeja con frascos de pociones, runas antiguas grabadas en placas de cobre y dos pergaminos de sangre encantada. Mike y Neville llegan en silencio, vestidos solo con túnicas sin capa, las botas cubiertas de escarcha. No hay palabras. Solo sus pasos crujientes entre las hojas congeladas. Augusta los observa con un leve asentimiento. Su tono es solemne, sin dureza, pero sin dulzura. —Este es el primero de los tres —dice—. Lo llamamos el Despertar Interno. Extiende un brazo y les indica sentarse en los círculos de runas ya dibujados sobre la hierba con sal negra y plata fundida. Mike y Neville obedecen. Se sientan con las piernas cruzadas, el corazón acelerado. —Este ritual no aumentará su fuerza. No los hará más rápidos. Pero preparará sus cuerpos desde dentro. —Levanta una de las botellas, cuyo contenido es de un rojo opaco, viscoso—. Su metabolismo se acelerará sin quemarlos. Sus órganos trabajarán al máximo de eficiencia. El sistema inmunológico se volverá más resistente. Sus cuerpos sanarán más rápido… y fatigarse tomará más tiempo. Es el fundamento. —¿Duele? —pregunta Mike sin quitar la vista de la poción. —Sí —dice Augusta con absoluta honestidad—. Quemará desde adentro. Sentirán como si se quemaran los nervios, como si les rasgaran los músculos con cada latido. Pero si se rinden, si abandonan el círculo, el ritual se rompe y hay que comenzar desde cero. Y no todos lo logran la segunda vez. Mike y Neville se miran. Ninguno dice nada. Solo asienten. Augusta alza su varita, traza un círculo sobre el aire que se ilumina con fuego tenue, y luego les entrega la botella a cada uno. —Beban todo. Luego, no hablen. Ni se muevan. Ambos toman la poción. El sabor es amargo, metálico, casi intolerable. Y entonces… comienza. Mike lo siente como si un hierro al rojo vivo le bajara por el estómago y se esparciera por su torso. Su corazón golpea como un martillo dentro del pecho. La sangre vibra. Cada respiración se vuelve un esfuerzo monumental. Neville, a su lado, comienza a sudar de inmediato, su cuerpo temblando como si contuviera una tormenta. La mandíbula tensa, los nudillos blancos. No pueden gritar. No deben moverse. El mundo se convierte en una tortura silenciosa y brillante. Las venas se iluminan bajo la piel, como si la magia interna se desatara, reclamando cada célula, cada hueso. Mike ve manchas en su visión. Le cuesta mantener los ojos abiertos, pero cada vez que los cierra, una punzada le atraviesa la espalda. No siente frío. No siente el bosque. Solo fuego. Fuego en el alma. El tiempo se disuelve. Pueden haber pasado minutos, u horas. Solo hay dolor. Dolor que lo desarma todo, y detrás de ese dolor, algo que empieza a calmarse. No se siente más fuerte. Pero se siente… diferente. Más ligero. Más consciente de su respiración. Como si su cuerpo estuviera funcionando de manera más limpia, más pura. Una campanilla suena en el borde del claro. Augusta da un paso adelante, con los ojos cuidadosamente observando. —El ritual ha terminado. Mike se derrumba hacia atrás, exhausto, respirando como si hubiera corrido una maratón. Neville apenas puede mantener los ojos abiertos, pero sonríe con esfuerzo. Augusta les lanza un hechizo curativo menor, solo lo suficiente para estabilizarlos. —Hoy descansan. Mañana al amanecer, empieza el segundo. Prepárense… porque si el fuego quemó por dentro, el siguiente golpeará por fuera. Mike mira el cielo entre los árboles, pálido, dolido… pero con una sonrisa cansada. —Espero que valga la pena —susurra. ……… 24 de diciembre – Longbottom Hall La casa está tranquila, pero no en paz. En la habitación de huéspedes, Mike yace en la cama sin moverse, con la mirada fija en el techo. Cada músculo de su cuerpo palpita con un ritmo extraño, como si latiera por su cuenta. No puede dormir. No puede leer. No puede pensar demasiado. Cada vez que intenta moverse, una oleada de ardor le recorre los huesos, como si su esqueleto estuviera siendo limado desde dentro. Del otro lado del pasillo, Neville está en la misma condición. Han intentado hablar, escribir algo, distraerse… pero sus cuerpos tiemblan, sudan sin esfuerzo, y a ratos sienten calambres donde antes no había tensión. El verdadero castigo del segundo ritual no fueron las runas inscriptas en su cuerpo ni la pocion que tomaron, sino la quietud del día siguiente: sus músculos se reacomodan, la densidad de sus huesos cambia, y los ligamentos se reajustan con una precisión que solo puede venir de la magia. A ratos, Mike siente su respiración volverse más profunda, más eficiente. Como si el aire fluyera mejor. A ratos, su vista enfoca detalles que antes no notaba. Pero cada mejora viene con un precio: un nuevo espasmo, una presión detrás de los ojos, un escalofrío repentino. Son piezas encajando… dentro de un rompecabezas viviente. Nadie los obliga a hacer nada ese día. Augusta los deja descansar en habitaciones oscuras con pociones calmantes, compresas y silencio. Esa es la única misericordia. ……… 25 de diciembre – Navidad en Longbottom Hall El mundo despierta más amable al día siguiente. El dolor no desaparece, pero ha pasado a ser un eco. Aún sienten tensión, como si se hubieran estirado más allá de su límite, pero pueden caminar sin temblar. Cuando bajan a desayunar, Augusta los espera con una mirada seria y una taza de té para cada uno. —Feliz Navidad —dice, casi seca—. No hay mejor regalo que sobrevivir a uno mismo. Pero luego asiente con un dejo de respeto. Ha visto su perseverancia. Después de desayunar, Mike y Neville intercambian regalos simples ya que se habían regalado las buenas cosas en el solsticio de invierno. Más tarde, con abrigos gruesos y un termo lleno de chocolate caliente, viajan a San Mungo para visitar a los padres de Neville. No hay nieve en el cielo, pero el frío muerde la cara. En el hospital, la atmósfera es extrañamente serena: las luces son suaves, los pasillos más silenciosos que de costumbre. La sala donde están Alice y Frank Longbottom huele a lavanda. Neville entra primero, con una caja envuelta en papel artesanal. No hay palabras que puedan curar lo que está roto, pero cuando su madre sonríe vagamente al ver una tarjeta hecha a mano, el corazón de Neville se aprieta. Mike permanece junto a la puerta, respetuoso, hasta que Neville lo llama con un gesto. —Este es Mike —dice—. El que me ayuda a entrenar. Alice parpadea lento, como si reconociera algo en él. Frank no dice nada, pero sus ojos siguen los movimientos de ambos. Mike se acerca y les desea una feliz Navidad con suavidad. No espera una respuesta, pero en ese silencio hay algo sagrado. Cuando salen, Neville no habla durante un rato. Mike le pone una mano en el hombro. No necesita decir nada más. ……… El aire en la mansión es silencioso, espeso, casi ceremonial. A pesar de la fecha, no hay guirnaldas ni luces. Las tradiciones navideñas nunca tuvieron lugar entre los muros fríos y elegantes de la familia Greengrass. Solo una cena formal con su madre y Astoria, sin adornos, sin villancicos. Justo como todos los años. Daphne está sentada junto a la ventana de su habitación, en un sillón tapizado en terciopelo oscuro. Tiene un libro abierto sobre el regazo, pero no ha pasado página en veinte minutos. La nieve cae afuera con lentitud, cubriendo los setos del jardín con un blanco uniforme. Un golpeteo suave interrumpe el silencio. Se vuelve con un leve fruncimiento en el entrecejo, pero enseguida lo reconoce: Hedwig. La lechuza blanca espera en el alfeizar con la impaciencia elegante de quien sabe que no necesita pedir permiso. Daphne se levanta, abre la ventana con cuidado, y la lechuza entra sin ceremonias, dejando escapar un poco de escarcha al batir las alas. En su pata lleva un pequeño sobre de cartón, atado con una cinta simple. Daphne lo toma con curiosidad contenida. No necesita ver el nombre escrito. Ya sabe de quién es. Se sienta de nuevo en su sillón, con Hedwig posada tranquilamente sobre el respaldo. Abre el sobre con delicadeza. En su interior, hay una fotografía mágica. Ella y Mike, sentados en los jardines de Hogwarts, uno de los audífonos compartido entre ambos, riendo sin mirar a cámara. La imagen es cálida, dorada, y viva. Captura algo más allá del gesto: una sensación de momento robado al tiempo. Daphne la observa en silencio, más de lo necesario. Al reverso, hay una nota breve escrita con la letra ladeada de Mike: Ya sé que tu familia no celebra Navidad…y que ya te di un regalo en el solsticio. Pero esta no es una tradición. Es un momento. Uno que no quería que se perdiera. Ella parpadea lentamente. Sus dedos se cierran alrededor del marco con un cuidado casi reverente. No sonríe de inmediato, pero algo en su expresión cambia: sus hombros se relajan, su mirada se suaviza. El tipo de reacción que en ella no es grande, pero sí sincera. Camina hasta su escritorio, abre una pequeña caja de madera forrada en terciopelo oscuro, y guarda la fotografía dentro, encima de una carta vieja y un relicario que no ha vuelto a usar. Luego vuelve a mirar por la ventana. Hedwig, aún en su sitio, la observa. —Gracias —murmura Daphne, sin mirar a nadie—. Supongo que no todos los regalos tienen que ser prácticos. Se levanta, toma una pluma y un trozo de pergamino. Escribe una línea con tinta azul. Gracias. Algunas de las costumbres muggles no están tan mal. Dobla el mensaje, lo ata a la pata de Hedwig, y la acaricia con suavidad. —Llévalo cuando quieras. Él entenderá. Hedwig levanta el vuelo con un movimiento elegante, como si el aire mismo la llevara. Daphne la sigue con la mirada hasta que se pierde en la nevada. Luego se sienta de nuevo, ahora sí pasando la página del libro, pero la fotografía —el momento— sigue grabada en su mente, cálido como una llama entre tanto invierno. ……….. 26 de diciembre, madrugada — Sótano de la mansión Longbottom Es una cámara subterránea, ancestral, oculta incluso del conocimiento de la mayoría de los elfos domésticos. Según Augusta, los Longbottom la descubrieron generaciones atrás y decidieron construir su mansión sobre ella. Allí, el mundo no puede entrar. Allí, uno solo existe consigo mismo. Mike está de pie, con el pecho desnudo, cubierto solo con pantalones de lino, mientras las runas grabadas en el suelo resplandecen con un azul pálido. La habitación está fría, pero no lo siente. O tal vez sí, pero ya no distingue entre su piel y el aire. Augusta se acerca, solemne, portando un pequeño cuenco de piedra con un líquido oscuro. —A partir de ahora —dice con tono grave—, no habrá voces que te reconforten. Ni sonidos que te adviertan. No habrá luz que te guíe. Ni olores, ni sabores, ni tacto. Solo tú. Solo tu mente. Tu cuerpo entrará en un estado latente mientras el ritual separa tus sentidos, uno por uno. Mike asiente, su rostro firme. —Escúchame bien —continúa ella, dándole el cuenco—. El primer día es el más duro. Muchos fallan aquí, no por el dolor físico, sino por el silencio. Por el vacío. Algunos se encuentran con recuerdos que desearían haber olvidado. Otros… con pensamientos que no sabían que llevaban dentro. No te pierdas en ellos, pero no los evites. Aprende quién eres, Harry. Solo así recuperarás lo que perderás hoy. Mike bebe. Todo se va. Primero el sonido. Luego la vista. El mundo se vuelve negro, mudo, sin peso ni forma. No hay suelo bajo sus pies. No hay aire que respirar, ni frío, ni calor, ni orientación. Luego, como una ola que arrastra la arena del pensamiento, pierde el gusto, el olfato, el tacto. Y queda solo. Solo consigo mismo. ……… El tiempo no existe aquí. Mike no sabe si han pasado segundos o horas, o si siquiera está "pasando" algo. No puede moverse. No puede gritar. No puede cerrar los ojos porque ya no los tiene. Y, sin embargo, piensa. Y al principio, eso basta. El silencio absoluto se convierte en espejo. No hay cuerpo. No hay ojos. No hay sonido ni gravedad. Solo pensamientos. Al principio, Mike trata de aferrarse a sus recuerdos. Su nombre. Su madre. Su hermana. El olor del café en la cocina. El sonido del tráfico en las mañanas. Su antigua cama. Pero se da cuenta, con un nudo helado, de que esas imágenes son cada vez más borrosas. ¿Siempre fueron así? ¿O es el tiempo lo que las está desgastando? ¿O será que su cerebro, adaptándose al nuevo mundo, está deshaciéndose de lo viejo para dejar espacio a lo nuevo? No quiere pensar en eso. Pero no puede evitarlo. Y ahí es cuando empieza a salir lo que nunca se ha detenido a enfrentar del todo: La pandemia. Su encierro. Los años que perdió encerrado en casa, mientras la adolescencia se le escapaba por la ventana. Las fiestas que nunca vivió. Los amigos que no hizo. Las clases presenciales que solo existieron en su imaginación. El primer beso que nunca llegó. El abrazo de despedida de secundaria que se quedó en pantalla. Durante años, su vida fue un limbo. Una larga espera. Esperando que las cosas volvieran a ser normales. Pero nunca volvieron del todo. Y ahora está aquí. En otro mundo. Viviendo lo que antes solo pudo ver en libros o videojuegos: magia, dragones, castillos. Y sin embargo, dentro de él… sigue siendo ese chico que no terminó de crecer del todo. A veces finge que ya es adulto. A veces lo cree. Pero en momentos como este —completamente solo, sin distracciones, sin ruido— recuerda que aún es joven. Que aún le faltan pasos. Que aún le duelen cosas. Y que, aunque ha enfrentado criaturas oscuras, batallas y rituales ancestrales… todavía no ha aprendido a coquetear sin tropezarse. Ni a vivir un día normal como un adolescente cualquiera. Una parte de él siente vergüenza por eso. Pero otra se alivia al reconocerlo. Porque eso significa que todavía tiene algo que ganar en este mundo. Algo más que batallas. Algo más que derrotar a Voldemort. Tiene una vida por vivir. Una vida real. Con días normales, con amigos, con risas, con tropiezos… y quizás, con amor. Y por primera vez en mucho tiempo, Mike se permite aceptar que tal vez no tiene que demostrar nada. Que no necesita tener todas las respuestas. Que está bien sentirse confundido. Que está bien querer vivir lo que se perdió. Y que si el destino le dio esta segunda oportunidad… quizá también le dio una adolescencia que valía la pena vivir. No como un adulto atrapado en cuerpo joven. Sino como él. Tal cual es. ………… No sentía su cuerpo. No el suelo bajo sus pies, ni la temperatura del aire, ni el latido de su corazón. No escuchaba, no veía, no olía. Era como flotar en un vacío líquido y tibio, sin dirección ni tiempo. El silencio era absoluto. El mundo había desaparecido. Al principio, Mike creyó que podría resistirlo. Se dijo a sí mismo que solo era meditación avanzada. Silencio sensorial. Concentración total. Pero tras quién sabe cuánto tiempo —minutos, horas, días— su mente empezó a desarmarse. Primero llegaron los pensamientos banales: ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Cuánto faltaba? ¿Neville estaría bien? ¿Estaba respirando siquiera? Luego, el desfile de recuerdos sin orden: su mamá en la cocina, su cama deshecha, la voz distorsionada de un maestro universitario a través de una videollamada. El sonido de ambulancias. El olor del gel antibacterial. Las tardes infinitas de encierro. Su adolescencia le había sido robada por una pandemia. Y ahora, en este mundo nuevo, estaba reviviendo por primera vez lo que se había perdido: el compañerismo, la emoción del descubrimiento, la punzada tonta de un roce accidental. Era como un "segundo intento". Pero… también se sentía ridículo. Era un adulto atrapado en un cuerpo de once años. A veces hablaba como si supiera más de lo que debía. A veces se sentía por encima de sus compañeros, incluso sin quererlo. Había momentos en que olvidaba que estaba creciendo otra vez. Y momentos en que lo recordaba con dolor. Quiso reírse. O llorar. O gritar. Pero no tenía boca. Solo pensamiento. ¿Qué soy ahora? No era Mike. O no del todo. Su cuerpo no era suyo, su voz tampoco. Era Harry para todos los demás, y a veces sentía que empezaba a serlo para sí mismo. Pero… ¿era eso tan malo? Harry Potter. El Niño Que Vivió. El niño que murió. Mike lo había reemplazado, casi sin querer. Y aunque había sido una elección noble —al menos eso quería creer—, una parte de él aún cargaba con la duda:¿Estoy viviendo su vida… o robándola? Se obligó a pensar en él. En Harry. En lo que había hecho. En cómo, incluso con once años, había enfrentado el rostro de la muerte por otros. Lo mínimo que podía hacer era honrar esa valentía. No dejar que su sacrificio fuera en vano. “Quiero vivir esta vida como él se la habría merecido,” pensó. “Quiero aprovecharla al máximo.” Y entonces, por primera vez, entendió que no era una carga. Era una oportunidad. Él no había sido especial en su otro mundo. Era un chico común, con sueños simples, con ansiedad por el futuro. Aquí tenía un papel que jugar. Un propósito. Y sí… un destino. Quizá no lo había buscado. Pero si ya estaba aquí, ¿por qué no hacerlo bien? Recordó sus palabras a Flitwick. Que quería ser auror. Al principio fue una excusa, sí. Pero ahora… ahora lo sentía de verdad. No solo porque era útil. No solo por los hechizos y la acción. Sino porque era la única forma de estar en el corazón de todo. De hacer algo bueno. De proteger. De luchar por lo que creía. Quiso ver a Neville. Hablarle. Decirle que lo admiraba. Que sin él, tal vez no habría resistido tanto. Que le agradecía esa lealtad silenciosa, esos silencios compartidos, ese tipo de amistad que no se fuerza, sino que crece. Pensó en Augusta. En Flitwick. En Daphne. Y ahí, en medio del vacío, algo cambió. Era humano. Tenía miedo. Dudaba. Y estaba empezando a vivir otra vez. Un nuevo latido. No en su pecho, sino en su mente. Una chispa. Mike sonrió sin rostro. Porque aún sin sentidos, sin forma, sin palabras… estaba empezando a encontrarse. Y no era ni Harry, ni Mike. Era algo nuevo. Una mezcla de los dos. Una tercera versión que recién comenzaba a nacer. ………… Mike no sabía cuánto tiempo había pasado. El vacío que lo había envuelto el día anterior comenzaba a cambiar lentamente. Primero fue una punzada, casi imperceptible, luego una oleada cruda de sensaciones que brotaron por todo su cuerpo como fuego líquido. El tacto había regresado. Pero no como un alivio. No como un cálido abrazo de regreso al mundo físico. Era dolor. Cada fibra, cada nervio, cada músculo parecía recordarle que había sido reescrito. Su espalda ardía. Sus articulaciones dolían. Sus extremidades estaban entumecidas y sensibles a la vez. La túnica rozaba su piel como si fuera lija. El suelo debajo de él, aunque encantado para amortiguar, se sentía como piedra. Y aun así… era mejor que el vacío. Dentro de sí, Mike respiró hondo —o al menos lo intentó— y dejó que su mente se sumergiera en los pensamientos que habían sido su única compañía. “Esta adolescencia… esta segunda vida… no es una segunda oportunidad perfecta. Pero es mía.” Recordó su cuarto en el viejo mundo. Las paredes grises, el escritorio frente a la ventana que casi nunca abría. Los audífonos sobre su cabeza mientras el mundo se apagaba por una pandemia interminable. La vida pausada. Los sueños aplazados. Y ahora… estaba aquí. Sintiendo cada átomo de su cuerpo ser reconfigurado por una magia ancestral que ni siquiera terminaba de entender. “Perdí años allá… no los recuperaré. Pero tal vez no tenga que hacerlo. Tal vez vivirlos aquí… de otra forma… es suficiente.” Muy lejos de él, en otra habitación silenciosa y protegida por los mismos encantamientos, Neville estaba sentado en su propio círculo. Ciego. Sordo. Mudo. La segunda noche sin sentidos. Pero pensaba. “¿Cómo lo hizo Mike?”, se preguntaba mientras su mente flotaba entre imágenes y recuerdos. Las primeras veces que lo vio en clase, perdido, torpe. Luego, decidido. Y ahora… siempre adelante. Neville se sentía atrapado. No en el ritual. En su propia mente. Quería ser fuerte. Quería merecer las palabras de su abuela, los elogios de Flitwick, la confianza de Mike. Pero seguía sintiéndose como el niño que dejó caer a Trevor en primer año. “Pero ese niño no estaría aquí…” Se obligó a pensar en su madre. En su padre. En sus amigos. En todo lo que quería proteger. Y entonces sintió algo. Nada físico aún. Pero algo más profundo. Una calma emergente, como si el ritual no solo reescribiera su cuerpo, sino que despejara el miedo que le había hecho sombra toda su vida. “No soy Mike. Pero puedo pelear a su lado.” Mientras tanto, Mike había logrado sentarse. Temblando, sudoroso, apoyando la frente en sus rodillas. El cuerpo gritaba, pero su alma comenzaba a entender. “No vine aquí para convertirme en un héroe. Pero no voy a desperdiciar esta vida fingiendo que no lo soy.” Cerró los ojos. Dejó que la piel quemara. Que los músculos crujieran. Que la sangre golpeara con fuerza. Y sonrió, apenas. El segundo día estaba completo. …………. El olor llegó como una bofetada. Primero fue metálico —como sangre seca o hierro mojado— y luego, sin previo aviso, una explosión de aromas lo invadió. El sudor de su propio cuerpo. El leve aroma a cera de las velas encantadas. El perfume sutil de la tierra bajo sus pies, encerrado en el cuarto protegido. Incluso podía oler la magia, un zumbido fragante, como ozono mezclado con especias antiguas. Y por primera vez desde que comenzó el ritual, Mike se sintió… abrumado. Los olores lo envolvían, saturando su mente. Su estómago se revolvió. El cuerpo, que apenas comenzaba a adaptarse al nuevo equilibrio del tacto, ahora debía interpretar un aluvión de estímulos olfativos que jamás antes había experimentado con tanta claridad. “Es como si nunca hubiera olido de verdad…” Cada memoria olfativa pasada le parecía incompleta. Artificial. Y eso lo hizo sonreír, incluso en medio del mareo. “Así debe oler la vida cuando estás realmente vivo.” Se quedó quieto, sentado en posición de loto, con los ojos aún cerrados. No podía hablar. No podía ver. No podía oír. Pero sentía la piel, y olía el mundo. Y eso era más de lo que había tenido el primer día. Del otro lado, Neville también había llegado al tercer día. Su cuerpo temblaba. La presión de los dos primeros días acumulados era brutal. El ritual no solo era físico: era mental. Espiritual. Y él lo sabía. El olfato regresó como una corriente suave al principio —el aroma del jabón que su abuela usaba en su túnica, el rastro tenue del té que le había preparado antes de partir, el cuero del cinturón que usaba en las prácticas de duelo. Y luego... un olor inesperado. Flores. ¿Lavanda? No. Mandrágora. Reconocía ese olor de la clase de Herbología. Había algo reconfortante en ello. Neville tragó saliva. “Estoy sobreviviendo a esto.” Por primera vez en días, no pensó en rendirse. No pensó en decepcionar. No pensó en fallar. Pensó en quién quería ser. “Voy a completar esto. Y cuando lo haga, no volveré a esconderme tras nadie.” En su propio silencio, en su propio aislamiento, sonrió con tristeza. ……… Mike exhaló lentamente, la nariz más sensible que nunca. Cada aroma llevaba una emoción consigo. Una memoria. Una historia. “Así huele el miedo.” “Así huele la calma.” “Así huele la esperanza.” Y entre todos, distinguió algo más. Un aroma familiar, casi imperceptible, pero que lo hizo estremecerse: lavanda. Daphne. Probablemente no era real. Solo una evocación de su mente atada a lo sensorial. Pero el recuerdo olfativo era claro. El instante con los audífonos. El regalo. Su sonrisa. “Tal vez no soy tan maduro como pensaba…” Y no era algo malo. Solo era real. Por primera vez en años, se sentía joven de verdad. Vulnerable. Humano. Y eso… también era parte de ser fuerte. ……… El sonido llegó sin advertencia. No fue un murmullo lento ni un susurro reconfortante. Fue una oleada de caos. Primero escuchó su propia respiración, profunda y desigual. Luego, el leve zumbido de la magia contenida en el cuarto. Y después, de golpe, todo: los latidos acelerados de su corazón, el crujido casi imperceptible de sus articulaciones al moverse, el roce de su ropa contra la piel, el eco suave de un hechizo de protección que parpadeaba como un pulso mágico a su alrededor. Era como si el mundo, silenciado durante días, estuviera celebrando su regreso con una sinfonía salvaje. Mike se llevó las manos al rostro, abrumado. El sonido de su propia piel al frotarse lo estremeció. “No recordaba que escuchar fuera tan… visceral.” Podía oír su cuerpo por dentro: el leve gorgoteo del estómago, la tensión de los músculos, incluso el paso imperceptible de la sangre por sus sienes. Era insoportable… y hermoso. Y en ese exceso de ruido, escuchó algo más. Una respiración. Del otro lado del cuarto, Neville. No había forma de que pudieran hablar, pero solo saber que no estaba solo lo ayudó a calmarse. “Resiste, Neville… ya falta poco.” Mike se reclinó despacio contra la pared protegida. Cerró los ojos con fuerza. Todo lo que sentía, olía y ahora oía… lo estaba transformando. “En mi otro mundo, nunca viví algo así.” “Viví encerrado durante años. Pantallas, clases virtuales, el eco hueco de una casa demasiado callada.” “Mi adolescencia… fue un borrón.” Recordó noches frente a su computadora, sintiéndose solo aunque hablara con veinte personas a la vez. Recordó cumpleaños sin abrazos, navidades sin ruido, silencios cargados de ansiedad y resignación. Y ahora… Ahora podía oír la vida misma. Le vino un nudo en la garganta. “Tal vez por eso me aferro tanto a todo esto. Porque aquí puedo vivir de verdad. Aquí todo duele, todo brilla, todo huele, todo suena.” “Incluso si me rompe… vale la pena.” No sabía si era el ritual o sus propios sentimientos acumulados, pero las lágrimas vinieron sin aviso. Y no hicieron ruido, pero pudo oírlas caer. ………. Neville también había comenzado a oír de nuevo. El primer sonido que reconoció fue una voz: la suya propia, contenida en un murmullo inconsciente mientras soportaba el dolor. No entendía las palabras, pero la familiaridad de su tono lo tranquilizó. Luego el eco del lugar. Le resultó imposible ignorar lo mucho que dependía del oído para no sentirse aislado. El olfato y el tacto lo conectaban con el cuerpo, pero el oído lo anclaba al mundo. Escuchó un roce de ropa. Tal vez Mike, moviéndose también. No habló. No podía. Pero una sonrisa leve le tembló en el rostro. “No estamos solos.” Y ese pensamiento, simple y honesto, fue suficiente para resistir un día más. …….. Primero fue luz. Dolorosa. Abrumadora. Implacable. Mike entrecerró los ojos, como si la luz misma fuera un hechizo agresivo, algo tangible que lo obligaba a rendirse. Los colores eran tan intensos que dolían. Blancos demasiado blancos. Sombras demasiado negras. Los bordes del mundo titilaban con cada parpadeo, como si todo se reconfigurara con él. Pero no tardó en estabilizarse. La habitación se reveló lentamente, como una pintura que se va enfocando. El altar ritual. Las runas brillando en los muros. El rostro de Neville al otro lado del espacio, bañado en el mismo sudor, con los ojos húmedos, abiertos… también viendo. Sus miradas se cruzaron. Y no hizo falta decir nada. Ambos sabían lo que significaba. Lo habían logrado. Mike respiró hondo. Sintió el aire entrar por la nariz, frío y metálico. Oyó el roce de su túnica, olió el incienso residual, sintió el hormigueo en su piel, la presión de su corazón latiendo… y ahora, por fin, podía ver cómo todo eso se unía. Era como habitar su cuerpo por primera vez. Un cuerpo nuevo. No más fuerte, no más rápido, no más poderoso de forma milagrosa… pero sí afinado. Preciso. Su reflejo en la superficie mágica del caldero mostraba el mismo rostro, pero sus ojos eran distintos. Alerta. Despiertos. Más vivos. Fue ahí cuando se dio cuenta que podía ver sin sus anteojos, fue una excelente noticia, en su vida anterior nunca necesito de lentes para ver bien y siempre le incomodaban en este tiempo. Neville dio un paso. Tropezó, casi cae, y soltó una risa rota. Mike lo imitó. Su carcajada sonó cruda, forzada… y verdadera. Habían atravesado el infierno. Juntos. Y ahora, el mundo entero les parecía nuevo. Mike miró sus manos. Sintió cómo temblaban, no por debilidad… sino por exceso. Por intensidad. “Todo está demasiado.” “Pero por primera vez… está completo.” La puerta del ritual no se abrió todavía. Augusta sabía que necesitaban un momento. Y en ese silencio compartido, Mike cerró los ojos una última vez. Recordó su vida pasada. El encierro, la frustración, los días grises que se deslizaban como una sopa espesa de tiempo perdido. Recordó la primera vez que sintió la magia en este mundo. Y ahora… Ahora la sentía incluso dentro de sí. No porque fuera un prodigio. Sino porque había sobrevivido a sí mismo. Fin del capítulo.
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