ID de la obra: 341

Un harry diferente

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El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
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Capítulo 14. Encuentros inesperados.

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Capítulo 14: Encuentros inesperados. No era la primera vez que nadaban en el Lago Negro. Flitwick los había llevado allí más de una vez durante el otoño, como parte de sus ejercicios de resistencia y coordinación. El circuito era simple: desde la barca del profesor, anclada cerca del centro, hasta el viejo muelle de piedra, ida y vuelta. Lo habían hecho decenas de veces. Con frío. Con oleaje. Incluso con una niebla espesa sobre el agua. Pero esta vez era diferente. Ahora, el lago era otra cosa. Apenas Mike se sumergió, lo golpeó una ráfaga sensorial que casi lo desorientó. El agua amplificaba todo: el pulso en su cuello, el eco de cada burbuja, el choque de la corriente contra su piel. Los ruidos lejanos se propagaban como susurros que rebotaban en las paredes invisibles del lago: el aleteo de criaturas, el roce de algas, el chirrido tenue de los remos en la distancia. Todo era demasiado claro. Demasiado fuerte. A su lado, Neville no hablaba, pero Mike lo vio tensar la mandíbula apenas abrió los ojos bajo el agua. Podía imaginar lo que sentía. Las partículas en suspensión flotaban como estrellas, cada filamento tocando su piel con una precisión molesta. Los rayos de luz filtrándose desde la superficie eran como puñales de claridad. Incluso los peces que pasaban cerca, tan comunes antes, ahora eran demasiado rápidos, demasiado nítidos, dejando estelas que lo obligaban a parpadear sin parar. Pero no se detuvieron. A la señal de Flitwick, comenzaron a nadar. El profesor no gritaba instrucciones. No los corregía. Solo observaba, confiando en que el lago los enseñaría mejor que cualquier palabra. Las primeras vueltas fueron desordenadas. Sus movimientos eran bruscos, mal sincronizados. Mike tragó agua al perder la concentración. Neville se golpeó contra una rama sumergida que no había visto antes, a pesar de su agudeza visual. Pero con cada brazada, algo cambiaba. Mike comenzó a bloquear los sonidos innecesarios. Dejó de oír el aleteo y el viento en la superficie. En cambio, se centró en el latido de su propio cuerpo, en el movimiento suave de Neville a su lado, en el rumor de la cuerda que conectaba la barca al ancla. Neville cerró parcialmente los ojos bajo el agua y se dejó guiar por el ritmo, no por la imagen. Aprendió a identificar lo que importaba por el contraste, por la vibración. Dejó de luchar contra cada detalle sensorial y comenzó a deslizarse, sintiendo, no analizando. Y así, vuelta tras vuelta, el agua dejó de ser un enemigo. Se convirtió en una aliada. Al final del entrenamiento, ambos emergieron al mismo tiempo junto al muelle, jadeando pero firmes. La superficie del lago brillaba a su alrededor con una paz que no habían sentido desde antes del ritual. Flitwick los recibió con una sonrisa leve, casi invisible, y un leve asentimiento. —Mejor —dijo simplemente—. Mucho mejor. Sin más, les lanzó unas toallas y volvió a su barca, dejándolos en la orilla, exhaustos, pero por primera vez, en control. ………. Hagrid los recibía después de clases en los límites del Bosque Prohibido. Sin decir mucho, les lanzaba un mapa a los pies y se internaba entre los árboles. No había instrucciones. Solo pistas: un rastro de aroma sutil que Mike debía detectar entre los olores del bosque, o marcas casi invisibles en la corteza que Neville debía encontrar en la oscuridad. La meta no era el destino, sino afinar el instinto. Saber cuándo enfocar, cuándo dejarse llevar por la intuición, cuándo apagar lo demás. Algunos dias eran extenuantes. Volvían a la sala común cubiertos de barro y con los músculos temblando. Pero también había progresos: un hechizo lanzado con precisión en medio del caos, una huella detectada sin esfuerzo, un momento de completo silencio mental en el que solo existía el objetivo. Era como aprender a respirar bajo el agua. Al principio, el cuerpo luchaba por sobrevivir, se ahogaba en estímulos. Pero con cada caída y cada pequeño éxito, se iba construyendo una nueva forma de estar presentes. De filtrar lo inútil. De enfocar lo esencial. Mike aprendió a escuchar solo lo que quería escuchar. A filtrar las voces, el crujido del mundo, y centrarse en el sonido de una varita moviéndose, en una respiración agitada a metros de distancia. Neville logró percibir los cambios sutiles en la presión del aire antes de que una trampa se activara, o leer las emociones en una caricia de viento que rozaba la nuca. Al final del mes, seguían siendo los mismos… pero ya no se perdían dentro de sí mismos. Por fin, tenían el control. …………… El viento sobre el campo era fuerte, gélido, cortante. Las tribunas estaban repletas, cubiertas por banderas escarlata y amarillo canario ondeando con fuerza. El aire cargado de emoción, gritos, risas y apuestas se sentía casi tan denso como la bruma que empezaba a colarse desde el bosque. Mike se alzó sobre su Saeta de Fuego con el resto del equipo de Gryffindor, la túnica revoloteando a su espalda, los nudillos apretados sobre el mango de la escoba. —Recuerda —le había dicho Angelina Johnson esa mañana—: los Hufflepuff no son tan veloces, pero sí muy ordenados. No los subestimes. No lo haría. No podía hacerlo. El silbato de Madam Hooch resonó y los jugadores despegaron en una explosión de colores. Mike ascendió de inmediato, sintiendo el rugido del estadio en su pecho. Y fue entonces cuando todo volvió a golpearlo. El viento era ensordecedor. Cada ala de escoba cortando el aire era como un latigazo acústico. Los cánticos en las gradas retumbaban dentro de su cráneo, disonantes y superpuestos. Y la luz —ese sol helado entre nubes— lo cegaba a cada giro, haciendo que el campo cambiara de forma con cada parpadeo. Por un momento, se sintió al borde del pánico. Un golpe seco lo sacó de su cabeza: el bludger había pasado a centímetros de su cara, desviado por el bate oportuno de Fred. Mike le lanzó una mirada de agradecimiento fugaz y luego cerró los ojos por una fracción de segundo. Respira. Escucha. No todo. Solo lo importante. Abrió los ojos y dejó que su cuerpo hiciera el trabajo. El viento seguía allí, pero se convirtió en una constante, como una corriente debajo de una canción. El murmullo del estadio se apagó en su mente. Y entonces... vio. Vio la Snitch. No con sus ojos, no exactamente. Percibió el leve zumbido de su vibración en el aire, el destello que había ignorado al principio. Giró la cabeza con calma y la ubicó, muy lejos, por encima del arco norte. Rápida. Escurridiza. Viva. No fue tras ella de inmediato. Esperó. Se adaptó. El partido continuaba debajo de él: goles para ambos equipos, choques de escobas, jugadas limpias y otras no tanto. Cedric Diggory —el capitán de Hufflepuff— dirigía a su equipo con precisión, sin una sola orden innecesaria. Pero Mike lo observaba desde lo alto, como un halcón, girando lentamente sobre el campo. Una vez que estuvo listo, bajó. Fue como caer, como lanzarse en picada con todo su ser enfocado en un solo punto. La Snitch giró, escapó, se sumergió en un patrón caótico, pero Mike la siguió. No por reacción, sino por intuición afinada. Por instinto domado. Los gritos se elevaron mientras descendía entre los cazadores, pasó junto a Alicia Spinnet que le gritó algo que no alcanzó a oír, rozó la cola de la escoba de Diggory y extendió la mano. Cerró los dedos. El zumbido cesó. La Snitch vibró entre su palma un segundo antes de rendirse con un clic mecánico. El estadio estalló en vítores. Mike alzó el brazo con la Snitch en alto, y por un instante, no oyó nada. Solo su respiración. Su ritmo. Su centro. Lo había conseguido. No solo la victoria. Había aprendido a volar otra vez. …………… La noche caía sobre Hogwarts con una lentitud densa, casi pesada. El castillo, normalmente cálido incluso en su vastedad, se sentía diferente estos días. Las sombras parecían más densas. Los pasillos más largos. El aire más tenso. Mike caminaba junto a Neville y Hermione por uno de los corredores del segundo piso, de regreso de la biblioteca, cuando algo lo detuvo en seco. Un susurro. Al principio no lo distinguió de los cientos de sonidos que ahora percibía a todas horas: el crujir de las maderas del techo, el roce de telas en las aulas vacías, el zumbido de las antorchas mágicas. Pero este sonido era diferente. Estaba… vivo. —¿Lo oyeron? —preguntó Mike, girando la cabeza con rapidez. —¿El qué? —dijo Neville, frunciendo el ceño. —Hay algo… escucho algo… Se quedó muy quieto, entrecerrando los ojos. El mundo se filtró a su alrededor: sus amigos hablando, los pasos a la distancia… pero también aquello. Una voz. Húmeda, reptante, silbante. No eran palabras comunes. Y sin embargo, él las entendía. —“¡Sangre! Quiero sangre... desgarrar... matar...” Mike retrocedió un paso. La voz parecía venir de todas partes y de ninguna. Alzó la cabeza hacia una pared y entonces, sin pensar, sin decidirlo siquiera, habló. —¿Dónde estás? ¿Qué quieres? Pero no lo dijo en inglés. Las palabras salieron como un siseo profundo, gutural. Un idioma que nunca había aprendido y sin embargo brotaba de su garganta con naturalidad. Neville y Hermione lo miraron horrorizados. —¿Qué fue eso...? —murmuró ella, pálida. —¿Eso era… pársel? —preguntó Neville, con la boca entreabierta. Mike los miró, confundido, el corazón martillándole en el pecho. —¿Qué? No... sólo estaba hablando... —Estabas hablando como una serpiente —dijo Hermione en voz baja—. Harry... eso era pársel. Lo que hablaba Salazar Slytherin. Antes de que pudieran decir algo más, un grito resonó a lo lejos. Los tres echaron a correr. Doblaron una esquina, subieron medio tramo de escaleras, y allí lo vieron: un grupo de estudiantes se había agolpado frente a una de las estatuas. Alguien sollozaba. Al fondo, contra el suelo de piedra, yacía el cuerpo inmóvil de Colin Creevey. —¡Está petrificado! —gritó una prefecta de Ravenclaw—. ¡Como los otros! Mike sintió un vacío en el estómago. No podía apartar la vista del pequeño cuerpo. Colin, siempre con la cámara colgada, siempre sonriente, ahora rígido como una figura de cera. La profesora McGonagall llegó instantes después. Ordenó que todos volvieran a sus dormitorios y escoltó el cuerpo sin decir palabra. El rumor se esparció como fuego encantado. Harry lo oyó antes de que terminaran de subir a la torre de Gryffindor: —Dicen que lo escuchó antes de que pasara. —Dicen que hablaba en pársel. ¡Pársel! —¿No era eso lo de los Slytherin? ¿Los magos oscuros? ……… Los pasillos de Hogwarts ya no eran seguros. No porque algo los acechara desde las sombras —aunque eso era cierto— sino porque las miradas se habían vuelto cuchillas. Mike lo notó al día siguiente, al entrar al Gran Comedor: las conversaciones se apagaron, los ojos lo siguieron como espectros. Incluso algunos profesores se mostraban más reservados, cautelosos. Sólo la profesora McGonagall mantenía la compostura… aunque su mirada era ahora más analítica que maternal. Los rumores no se habían limitado a la Torre de Gryffindor. «Habla pársel».«Lo escuchó antes del ataque». «¿No estará detrás de todo esto… como heredero de Slytherin?» Los cuchicheos se multiplicaban en todas las Casas, excepto quizás entre los Slytherin, quienes lo observaban con una mezcla de desconfianza y… curiosidad. Draco Malfoy no había dicho nada en voz alta, pero sus sonrisas torcidas hablaban más que cualquier palabra. Neville se sentaba junto a él sin dudarlo, aunque tampoco sabía qué decir. Solo le ofrecía su silencio sólido, su presencia leal. Daphne, por su parte, había comenzado a esperarle en los corredores o a dejarle notas con comentarios sarcásticos o recordatorios del almuerzo, como si nada hubiese cambiado. —No todos tenemos miedo —le dijo ella una tarde en el invernadero, mientras arreglaba una planta medio mustia—. Sólo los tontos creen que tener un don te hace culpable. Pero no todos compartían ese pensamiento. ……… Al caer la tarde del jueves, Mike, Neville y Daphne estaban saliendo del aula de Encantamientos cuando escucharon un murmullo creciente. Se acercaron a una de las ventanas que daba al camino de entrada. Abajo, en la nieve, una procesión de túnicas oscuras avanzaba hacia la cabaña de Hagrid. Aurores. —¿Qué demonios…? —murmuró Neville. Salieron corriendo. No fueron los únicos: varios alumnos curiosos los siguieron hasta el vestíbulo y algunos se detuvieron en el umbral de la puerta principal, con los abrigos aún puestos. Desde allí, vieron claramente a Hagrid ser escoltado por cuatro aurores, entre ellos Dawlish. El semigigante no forcejeaba. Su rostro estaba rígido, solo alterado por el temblor de sus labios. Lucius Malfoy los seguía de cerca, elegante y satisfecho, acompañado por Cornelius Fudge. —Pero no tienen pruebas —murmuró Mike, con incredulidad. —No las necesitan —respondió Daphne con el ceño fruncido—. Malfoy no necesita verdad, solo sembrar miedo. Dumbledore está perdiendo terreno. Entonces vieron salir al propio Dumbledore de la cabaña. Caminaba con la dignidad de siempre, pero sus ojos denotaban resignación. Cruzó una mirada breve con Mike, y luego con los aurores. Fudge le extendió un pergamino oficial. —Queda suspendido como director hasta nuevo aviso —dijo, con voz hueca. —El Consejo Escolar ha votado —añadió Lucius, sonriendo. Mientras los aurores se disponían a escoltar también a Dumbledore, Hagrid se detuvo. Alzó la mirada, y al ver a los chicos observándolo desde lo alto, les gritó: —¡Cuiden de Fang por mi chicos! ¡Y no se metan en el bosque, hay algo raro ahí! Uno de los aurores lo empujó suavemente para que avanzara. Pero el mensaje ya había sido entregado sin querer. Mike se quedó clavado en el sitio, con el corazón acelerado. No sabía qué había exactamente en ese bosque. Pero si Hagrid le preocupaba entonces era algo serio. Esa noche, Hogwarts fue más oscura que nunca. No porque faltara luz, sino porque el alma del castillo parecía haberse apagado. Y Mike sintió, que si no hacían algo pronto… nadie más lo haría. ………… El aire era espeso y olía a tierra húmeda, a madera quemada, a una ceniza que parecía más viva que muerta. Mike, Neville y Daphne caminaban en silencio, atentos a cada crujido bajo sus botas encantadas. Tras una breve visita a la cabaña vacía de Hagrid, habían hallado un mapa improvisado, trazado con mano temblorosa y apurada, marcando una ruta hacia el sur del bosque. Una nota dejada junto al mapa decía: “Algo está en el bosque. Lo estoy siguiendo, los centauros están inquientos, dicen que han desaparecido varios nidos de criaturas.” Los sentidos de Mike estaban al límite. Su oído aguzado detectaba la respiración de los animales nocturnos. El olfato le guiaba entre rastros de magia residual, ceniza mágica, y algo… cálido. Profundo. Como un suspiro de fuego antiguo. Neville, por su parte, guiaba la marcha observando huellas, ramas partidas, mechones de tela enganchados en espinas. Su vista y orientación le permitían distinguir lo que un mago normal habría pasado por alto. —Detente —susurró de pronto, alzando una mano. Se agacharon tras un arbusto, observando. A unos veinte metros entre los árboles había un pequeño campamento protegido por un perímetro mágico que apenas parpadeaba a la vista. Había tres tiendas montadas con cuidado, y en el centro, varias jaulas encantadas. Seis figuras se movían entre las sombras. Tres de ellas estaban cerca del fuego improvisado, uno fumaba y vigilaba hacia el bosque. Los otros tres estaban ausentes, probablemente patrullando o recolectando. —Hay seis —susurró Mike—. Uno con vista hacia nuestra posición, dos más cerca de las jaulas. Y los otros 3 parecen que se dirigen a fuera del campamento. Si nos movemos ahora, podríamos neutralizar a tres antes de que vuelvan los otros. —Nos arriesgamos —dijo Neville—, pero si lo hacemos rápido, los otros no sabrán qué pasó. Daphne abrió su mochila y colocó pociones sobre una manta: humo cegador, poción silenciadora, restauradora y una para quemaduras graves. —Yo me quedo atrás —dijo, firme pero nerviosa—. Si algo va mal, lanzo la niebla y distraigo. Puedo mantener hechizos de protección desde la retaguardia, pero en un duelo… —Estás con nosotros milady. Cada quien tiene sus fortalezas —afirmó Mike con una leve sonrisa. Él levantó la capucha de su capa. Su silueta desapareció al instante, fundiéndose con la oscuridad. Neville se desilusionó con ayuda de Daphne, y ella misma se ocultó con un encantamiento bien lanzado. Mike se movía como una sombra entre los árboles. El mago que vigilaba junto al fuego estaba distraído, murmurando para sí. Mike se colocó detrás de él, apuntó con firmeza y susurró: —Stupefy. El rayo rojo golpeó en silencio gracias a la poción silenciadora. El hombre cayó sin emitir un solo sonido. Mike se agachó, retiró su varita y la lanzó lejos entre los arbustos. Un encantamiento de cuerdas lo dejó firmemente inmovilizado. Neville, más cerca de las jaulas, se acercó a su objetivo. Con los nervios de acero, conjuró un rápido Petrificus Totalus. El segundo mago se quedó tieso al instante. También fue desarmado con precisión y asegurado con raíces conjuradas desde el suelo. Pero cuando Mike se aproximaba al tercero, este giró repentinamente, como si lo hubiera olido en el aire. —¿Quién está ahí? —exclamó, encendiendo su varita. Mike apenas tuvo tiempo de rodar a un lado cuando un hechizo surcó el aire y explotó contra un árbol. —¡Intrusos! ¡Nos encontraron! El grito encendió el caos. Mike rompió su invisibilidad con un hechizo ofensivo y apareció justo cuando Neville corría para alcanzarlo. El tercer mago era más joven, pero rápido y agresivo. Lanzaba hechizos explosivos sin preocuparse por la sutileza. —¡Protego! —gritó Neville, desviando un rayo azul que habría golpeado de lleno a Mike. —¡Reducto! —respondió el cazador. Mike respondió con un golpe directo de Stupefy, pero el mago lo bloqueó con habilidad y conjuró un muro de tierra. Los tres se enzarzaron en un duelo breve pero intenso. Mike usaba su velocidad y reflejos, usando hechizos rápidos para presionar al enemigo, mientras Neville atacaba desde el otro flanco. Coordinados sin palabras, empujaron al mago hasta que cometió un error: levantó un escudo frontal sin notar a Mike a su izquierda. Un Expelliarmus seguido de un Stupefy lo alcanzó por la espalda. El mago cayó con un gemido apagado. —Eso no estaba en el plan —dijo Mike, jadeando. —Pero quedan tres por volver —señaló Neville, aún alerta. —Entonces rápido —dijo Daphne, apareciendo entre los árboles—. ¿Qué hacemos con las jaulas? —Hay que liberarlos—respondio Mike Los 3 se separaron para liberar a la mayor cantidad de criaturas posibles en el poco tiempo, usaban alohomora para los candados de algunas jaulas y cuando fallaba el hechizo simplemente volaban en pedazos o cortaban los candados, la mayoría de las criaturas estaban en malas condiciones y algunas incluso estaban muertas. Después de un tiempo, exploraron la tienda principal. Mike fue directo a la lona más grande, guiado por ese mismo calor extraño que había percibido desde antes. Dentro encontró pergaminos manchados, listas de especies mágicas marcadas con precios, mapas de rutas mágicas prohibidas... y un nombre. —Victor Rookwood… —leyó Mike. El apellido le sonaba peligroso. Pero al fondo de la tienda estaba lo más inquietante. Una jaula encantada irradiaba una luz cálida. Dentro, un ave de plumaje rojo brillante, pecho dorado y ojos centelleantes respiraba con dificultad. Su cuerpo se veía dañado, como si hubiera pasado por fuego… o como si lo llevara dentro. —¿Qué… eres tú? La criatura lo miró con un brillo tenue… y luego se incendió. Mike retrocedió instintivamente, pero no hubo gritos ni cenizas. Solo un fuego hermoso, dorado y envolvente. Y del centro del resplandor emergió algo diminuto y húmedo, un ave renacida. Ojos sabios. Pico pequeño. Alas nuevas. Un silencio reverente lo envolvió. —Un fénix… Intentó abrir la jaula, pero las runas eran de alto nivel y lo empujaron hacia atrás. —¡Neville! ¡Daphne! ¡Vengan! Cuando sus amigos vieron al ave renacida, entendieron sin necesidad de palabras. —¿Lo llevamos a Dumbledore? —preguntó Daphne. —Sí. Él sabrá qué hacer. Con un hechizo flotante de Neville y protecciones adicionales de Daphne, colocaron la jaula sobre una base encantada. Mike no dijo nada, solo caminaba junto a la criatura, sin quitarle la vista de encima. La noche los tragó de nuevo en su escape de ese campamento de cazadores furtivos. ………….. La oficina de Dumbledore estaba iluminada por la suave luz dorada de varias lámparas flotantes. A pesar de la calidez del lugar, el ambiente estaba teñido por una tensión contenida. El director, de pie junto a su escritorio semicircular, revisaba cuidadosamente una caja llena de pergaminos y pequeños objetos personales. Fawkes, su fénix de plumas escarlata, observaba todo desde su posadero con ojos sabios, inclinando la cabeza al ver entrar a los tres estudiantes. Mike cargaba una jaula encantada cubierta por una manta gruesa. Al cruzar la puerta, el nuevo fénix dentro de la jaula dejó escapar un trino suave, como si sintiera por primera vez un aire más amable. Dumbledore se giró, y sus ojos azules chispearon con una mezcla de sorpresa y reconocimiento. —Harry —dijo, con una sonrisa leve que se desvaneció al ver a Daphne—. Y veo que vienes acompañado... Señor longbottom, señoria Greengrass . ¿Qué traen ahí? Mike dejó con cuidado la jaula sobre una mesa. Al quitar la manta, el pequeño fénix en su interior miró a su alrededor con cautela, su plumaje brillando con tonos anaranjados recién renacidos. Fawkes descendió de su posadero con elegancia y caminó hasta la jaula, observando a su joven semejante con gran curiosidad. El nuevo fénix respondió con un suave canto, al que Fawkes respondió con otro. No era desconfianza lo que compartían, sino una especie de reconocimiento ancestral. —Lo encontramos en el bosque, profesor —explicó Mike—. Hagrid fue llevado por los aurores hace unas horas. Lo vimos. Antes de que se lo llevaran, nos dijo que había estado siguiendo algo o a alguien en el bosque. Pensamos que podría estar relacionado con las petrificaciones, así que fuimos a investigar por nuestra cuenta. Dumbledore se quedó muy quieto por un momento, mirando fijamente a los tres jóvenes. —¿Ustedes tres solos? —preguntó con voz grave. —Sí —respondió Neville, adelantándose—. Encontramos un campamento. Eran unos cazadores furtivos. Se hacían llamar Ashwinders. Los escuché mencionados en la fiesta del solsticio. Capturan y venden criaturas mágicas. Algunos de los animales ya estaban muertos… y otros estaban siendo preparados para tráfico ilegal. Mike los detectó con su oído, yo vi el humo de la fogata. Los neutralizamos, la mayoría con sigilo, pero uno nos descubrió. Hubo un duelo. Dumbledore asintió con seriedad y se acercó a la jaula. Pasó la mano sobre las runas que la mantenían cerrada, susurrando conjuros en voz baja. Le tomó varios intentos y bastante esfuerzo, pero finalmente logró deshacer los encantamientos sin dañar al ave. El fénix salió lentamente de la jaula y dio un par de pasos titubeantes antes de caminar y posarse junto a Fawkes. —Esto no es poca cosa —murmuró Dumbledore, observando con atención a la criatura rescatada—. Encerrar a un fénix… requiere magia experta y cruel. El que hizo esto no es un aficionado. Este tráfico es más serio de lo que pensé. Mike dio un paso adelante, indeciso, queriendo aprovechar la oportunidad. —Profesor, hay otra cosa que debo decirle… sobre la Cámara de los Secr… —Más tarde, Harry —lo interrumpió Dumbledore con un gesto distraído de la mano, sin mirarlo—. Este asunto con los cazadores furtivos cambia las prioridades. Me están obligando a dejar el castillo, como ya sabrán. Pero no puedo desatender esto. Me ocuparé de este grupo una vez fuera. Sin embargo, alguien deberá cuidar de este fénix aquí. Se volvió hacia Mike con una mirada más cálida. —Harry, confío en ti. Cuídalo. Su bienestar ahora está en tus manos. Mike asintió en silencio. Sentía una mezcla de frustración por no haber podido hablar sobre la Cámara, pero también un profundo compromiso por la criatura que acababan de salvar. Neville se acercó al pequeño fénix, que la miró con curiosidad. —Deberíamos ponerle un nombre, ¿no? —preguntó, acariciando suavemente su cabeza con un dedo. —¿Tienes alguno en mente, milady? —preguntó Mike. —Kael —respondió Daphne con una sonrisa—. Me gusta cómo suena. —Kael... —repitió Mike, mirando al fénix con un atisbo de sonrisa—. Suena bien. Bienvenido al equipo. ………. Mientras Fawkes regresaba a su posadero con un batir de alas elegante, el pequeño Kael se acomodaba tranquilamente sobre un cojín encantado que Dumbledore había conjurado con un giro de varita. El ave aún se veía algo débil, pero sus ojos brillaban con una chispa de curiosidad viva. Dumbledore se agachó un poco para guardar un pequeño telescopio dorado en su baúl, mientras hablaba con su habitual tono pausado. —Los fénix son criaturas orgullosas, pero profundamente compasivas —dijo—. Requieren de algunos cuidados especiales cuando recientemente tuvieron su renaciemiento, les dejare algunas instrucciones para su cuidado y algunas curiosidades sobre estas magnificas criaturas que he descubierto. Su canto tiene propiedades curativas, como ya sabrán, y su fuego es un misterio incluso para mí. Este pequeño necesitará tiempo para adaptarse… y ustedes, paciencia. Los tres lo observaban mientras iba y venía entre sus estantes y armarios, seleccionando objetos con aparente descuido, aunque cada gesto tenía precisión. —En cuanto a los Ashwinders —añadió con voz más firme—, no se preocupen por ellos. Me ocuparé personalmente. Hogwarts aún me obedece en muchos aspectos, incluso ahora que me retiro temporalmente. Tengan cuidado. En tiempos como estos... —hizo una pausa, luego miró directamente a Mike—, el castillo siempre ayudará a aquellos que lo merecen. Mike se quedó inmóvil por un segundo. No era la primera vez que escuchaba esas palabras. Eran similares —idénticas casi— a las que había leído o escuchado en películas y libros del otro mundo. Pero aquí, dichas directamente por Dumbledore y dirigidas a él, cargaban un peso distinto. Por un instante, sintió que el director sabía más de lo que decía, que sospechaba algo. ¿Lo estaba poniendo a prueba? ¿Sabía, o intuía, que "Harry" no era quien todos creían? ¿Pensaba que Mike tendría que enfrentarse con el monstruo de Slyterrin? Quiso preguntar, decir algo más… pero la oportunidad ya había pasado. Después de asegurarse de que Kael estuviera bien instalado, el trío salió de la oficina. El silencio se mantuvo durante varios pasillos, hasta que comenzaron a descender hacia las mazmorras. —¿No creen que es raro? —murmuró Mike finalmente—. Lo de Dumbledore. Lo de cómo habló. Siento que… él lo sabe. O al menos algo. Pero no hace nada. ¿Por qué? ¿Es otra prueba? ¿Está esperando que triunfe? Neville caminaba con las manos en los bolsillos de su túnica, pensativo. —Puede que tengas razón —admitió—. O puede que estés viendo cosas que no están ahí. Tal vez es tu... forma de ver las cosas. De tu mundo. A veces desconfías de todo. —No es mala idea desconfiar, pero… —añadió Daphne, bajando la voz cuando se acercaban a la entrada de la sala común de Slytherin—, sí es extraño. Que no haya investigado más. Que Hagrid terminara en Azkaban sin protestas. Dice que se encarga, pero no ha hecho avances. Quizás está limitado. O tiene razones que no entendemos. Se despidieron en la entrada, y Neville y Mike reanudaron el camino hacia Gryffindor. Al llegar, el retrato de la Dama Gorda los miró con cierto recelo cuando notó la pequeña criatura envuelta en los brazos de Mike. —Mascota del colegio —dijo Mike rápidamente—. Orden directa de Dumbledore. La pintura resopló, pero los dejó pasar. Ya dentro del dormitorio, esperaron a que los otros chicos terminaran de roncar. Mike conjuró un pequeño pedestal junto a su cama, con un cojín y un par de protecciones térmicas para Kael. El pequeño fénix se acurrucó de inmediato y, tras un momento, dejó escapar una nota suave. Un canto tenue, apenas audible, que pareció recorrer el cuarto como una brisa cálida. Mike se quitó la tunica sucia y cayó en la cama, sintiendo cómo su cuerpo se aflojaba, cómo sus músculos dejaban de tensarse. El canto de Kael flotaba en su mente, y por primera vez desde el ritual Longbottom, el sueño lo encontró sin resistencias, sin sobresaltos. A la mañana siguiente, ambos despertaron al mismo tiempo. Mike abrió los ojos y vio a Kael, completamente dormido aún, con las plumas brillando suavemente. Al otro lado, Neville se desperezaba con una sonrisa tonta, como si hubiera soñado algo reconfortante. —No recordaba lo que era dormir así —murmuró—. Como si todo estuviera... bien. Antes de que pudieran hablar más, Seamus y Dean se incorporaron con sorpresa. —¡¿Qué demonios es eso?! —exclamó Seamus, señalando al fénix bebé—. ¡Eso no es un búho! Mike y Neville se miraron… y luego rompieron a reír. —Buenos días, chicos —dijo Mike—. Les presento a Kael. ……….. Durante las semanas siguientes, los días de Mike y Neville se estructuraron entre entrenamientos, investigación y el lento cultivo de desconfianza que seguía creciendo a su alrededor. Los entrenamientos con el profesor Flitwick se mantenían constantes, aunque ahora ocurrían al aire libre o en el propio aula de Encantamientos, dependiendo del clima y de la seguridad del momento. El profesor, pese a su estatura menuda, los llevaba al límite en cada sesión. Les enseñaba a identificar pequeños cambios en la vibración del aire, distinguir patrones en el sonido, e incluso a anticipar movimientos enemigos guiándose por impulsos instintivos. A veces usaban objetos encantados que emitían señales sutiles. Otras veces, Flitwick simulaba duelos con estallidos de luz y ruido para forzarlos a mantener el foco. Lo que más los impresionaba era su manera de enseñarles a desconectarse. “La atención sostenida agota más que cualquier hechizo”, les repetía, “y ahora ustedes perciben demasiado. Aprender a no mirar, no oír, no oler… también es parte del control.” Kael era clave para ese descanso. Su canto seguía funcionando como un bálsamo para sus sentidos alterados. Dormir cerca de él se había convertido en una experiencia casi mágica; por primera vez desde los rituales Longbottom, tanto Mike como Neville dormían profundamente. El fénix parecía tener un sentido innato de cuándo y cómo intervenir. Su mirada era atenta, curiosa y serena. Cada noche, antes de dormirse, Mike se preguntaba si sería solo un ave o algo mucho más antiguo e inteligente. Algo que los comprendía. ……… El grupo continuaba reuniéndose en la Sala de los Menesteres, un lugar que Daphne y Neville ya conocían bien, y que ahora Mike decidió mostrar a Ron y Hermione. —¿Una sala que aparece solo cuando la necesitas? —preguntó Ron, con una ceja levantada—. ¿Y tú simplemente… la encontraste? —Sí —respondió Mike, sin molestarse en explicar más. La presentación fue todo menos fluida. Ron se mostró abiertamente hostil desde el inicio, lanzando comentarios punzantes hacia Daphne en cada oportunidad. —Una serpiente viscosa que no está planeando algo turbio… eso es lo que quiere que pensemos, nos va a traicionar. Daphne lo ignoraba con frialdad elegante, aunque sus respuestas sarcásticas no ayudaban a calmar el ambiente. Hermione, por su parte, intentó mantener una actitud más razonable, pero no pudo evitar incomodarse cuando Mike reveló parte de la información que poseían. —Sabemos que la Cámara de los Secretos está en algún lugar cercano a los baños del segundo piso —dijo Mike—. Y que el monstruo dentro es un basilisco. Hermione se quedó inmóvil unos segundos. —¿Un basilisco? —repitió—. ¿Cómo lo sabéis? Yo… Yo estaba considerando eso, pero no había suficiente evidencia aún. ¿Lo sabéis por ella? —señaló a Daphne sin ocultar su desconfianza. —Sí —mintió Mike, intercambiando una mirada breve con Neville y Daphne. Daphne no reaccionó, simplemente desvió la vista. Neville apretó los labios, sabiendo que Mike no quería revelar la verdad. Hermione pareció devastada, aunque lo disimuló con dignidad. Sentía que algo se le había escapado. Que alguien más había logrado atar los cabos antes que ella. Y que esa persona era precisamente alguien que representaba todo lo que Hermione creía despreciar. Desde entonces, la tensión entre las dos fue sutil pero constante. No discutían abiertamente, pero se contradecían, hablaban por encima de la otra, o cuestionaban métodos sin mencionarse directamente. Mike lo notaba y lo soportaba en silencio. No podía culparlas: ambas eran demasiado parecidas. Lógicas, intensas y orgullosas. Ron, en cambio, apenas disimulaba su rechazo. No confiaba en Daphne en absoluto y dejó claro que solo participaba por lealtad a Hermione y a Mike. —Estoy aquí por ustedes, no por ella —murmuró una vez que Daphne se retiró antes que ellos. ………… En cuanto al castillo, la atmósfera se seguía tornando más opresiva. El miedo crecía. La mayoría de los estudiantes evitaba a Mike aún más desde que se supo que hablaba pársel. Algunos hasta cambiaban de dirección en los pasillos cuando lo veían venir. Solo el pequeño círculo de sus amigos parecía seguir viéndolo con normalidad. Pero lo que más lo inquietaba no era eso, sino la manera en que el director Dumbledore parecía haber “dejado” la investigación de la Cámara en manos del destino. Aunque les dijo que se encargaría de investigar a los cazadores furtivos y los Ashwinders, parecía mucho más interesado en el nuevo fénix que en el monstruo suelto en los pasillos. Había palabras que resonaban en Mike desde aquella conversación: —Hogwarts siempre ayuda a quien lo necesita —dijo Dumbledore mientras empacaba sus cosas—. Siempre lo ha hecho, incluso si no lo entendemos de inmediato. Mike había sentido que el viejo mago sabía más de lo que decía. Que lo estaba observando, evaluando, esperando a ver qué haría. Como si, para él, todo esto fuera parte de una prueba. Y eso le ardía por dentro. No estaban jugando. Había estudiantes petrificados. Había miedo real. Y sin embargo, parecía que el director lo dejaba pasar como si… confiara ciegamente en que él, “Harry”, lo resolvería solo. —Tal vez es mi prejuicio —confesó Mike más tarde mientras caminaban hacia la sala común de Gryffindor—. Pero siento que Dumbledore está probándome. Como si supiera lo que pasa, pero quiere ver si “Harry Potter” lo resuelve. —Puede ser —dijo Neville tras pensarlo un rato—. Aunque también podrías estar viendo las cosas con ojos de tu mundo. Aquí Dumbledore… es diferente. Pero sí es raro. —A mí no me gusta —murmuró Mike. Y con eso, la conversación terminó. Fin del capítulo.
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