ID de la obra: 341

Un harry diferente

Het
R
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El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
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Capítulo 15. Desesperados.

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Capítulo 15: Desesperados. La Sala de los Menesteres apareció esa noche con una forma distinta a la anterior: menos acogedora, más funcional. Las paredes estaban cubiertas con mapas del castillo, horarios de clases y un croquis improvisado del segundo piso donde se encontraba el baño de Myrtle. La chimenea ardía baja y en silencio, y Kael dormía enroscado en una repisa alta, fuera de vista salvo por algún destello rojo entre las sombras. Mike, Neville y Daphne llegaron primero. Él caminaba despacio, aún sensible a cada ruido o luz intensa desde el ritual que los había alterado semanas atrás. Daphne avanzaba con paso firme, manteniéndose cerca, y Neville observaba todo con ojos entrenados, atento a cualquier presencia invisible. Ron y Hermione entraron minutos después. Hermione traía una carpeta bajo el brazo y expresión resuelta. Ron tenía el ceño fruncido, más por costumbre que por enojo, pero su mirada fue directa hacia Daphne apenas cruzó la puerta. —Ya estamos todos —dijo Mike, sentándose en uno de los sillones. Su voz aún mostraba cierta fatiga, como si cada palabra le costara un esfuerzo de concentración. —Sí —respondió Hermione, sentándose frente a él—. Y esta vez, sin secretos… ¿cierto? Daphne sonrió con la elegancia de quien no se siente aludida. —Tantos como necesitemos para que no nos maten. Hermione no respondió, pero Ron bufó apenas. Neville intervino antes de que la tensión aumentara. —Lo importante es que ahora estamos trabajando juntos. Ya sabemos qué es el monstruo, cómo se mueve, y dónde está la entrada a la Cámara. Lo único que nos falta es saber quién lo está usando. —Y cómo detenerlo —añadió Mike—. Sin que otro alumno termine en la enfermería o algo peor. Hermione abrió su carpeta y desplegó algunos papeles sobre la mesa: horarios, registros de los ataques, croquis de los pisos afectados. —He estado revisando los movimientos de los alumnos petrificados. No hay patrón claro, pero todos estaban en pasillos secundarios. Lugares donde podrían haberse cruzado con el basilisco sin intención. —¿Y qué hacemos con eso? —preguntó Ron—. ¿Esperamos al siguiente ataque para ver si alguien lo ve? —No —dijo Mike—. Necesitamos adelantarnos. En la última reunión hablamos de turnos de vigilancia. Es hora de hacerlo. Neville asintió. —Nos turnamos cerca del baño de Myrtle. No es que esperemos que aparezca alguien lanzando conjuros tenebrosos, pero si vemos a alguien merodear en horarios raros… —Lo seguimos —concluyó Hermione. Ron giró la cabeza hacia Mike. —¿Y si nos cruzamos con el monstruo? —No te preocupes, no te va a mirar a los ojos si no le devuelves la mirada —dijo Mike con un tono algo burlón. Daphne suspiró, apoyando el mentón sobre una mano. —Supongo que me toca hablar con algunos en Slytherin. Discretamente. Si alguien actúa extraño, tal vez lo note. Aunque no prometo milagros. —¿Vas a espiar a tus amigos? —preguntó Ron, sin molestarse en disimular su escepticismo. —¿Y tú vas a dejar tus prejuicios fuera de esto? —replicó Daphne, fría. Mike interrumpió antes de que la discusión estallara. —Los dos, basta. Esto no va a funcionar si no se comportan como parte del mismo equipo. Neville se acomodó en su asiento. —Puedo ocuparme de los pasillos entre la biblioteca y la enfermería. Son puntos ciegos. Si alguien se mueve en esas zonas sin razón, puede que esté bajando a la Cámara o haciendo reconocimiento. Hermione anotaba todo en un pergamino, rápida y meticulosa. —¿Y las noches? ¿Nos arriesgamos con la vigilancia? —Solo en turnos cortos y con excusas claras si nos atrapan —respondió Mike—. Tenemos que parecer alumnos normales, no un ejército rebelde. Kael dejó escapar un pequeño trino desde lo alto. Todos alzaron la vista un instante y, sin decirlo, parecieron tomarlo como una señal silenciosa de que la conversación debía avanzar. —Bien —dijo Hermione al fin—. Entonces dividimos turnos, compartimos cualquier sospecha y reportamos todo en esta sala. Ni una palabra fuera de aquí. —Ni una —afirmó Mike. —Por Hogwarts —murmuró Neville, casi como un brindis improvisado. Daphne asintió con suavidad. Ron tardó un segundo más en levantar la mano y colocarla sobre la mesa, donde Mike y los demás lo imitaron. —Por Hogwarts —dijeron todos juntos esta vez. Y aunque el grupo no era perfecto, ni completamente unido, esa noche se convirtieron en algo más que cinco estudiantes. Se volvieron una resistencia. Pequeña, pero determinada. ……….. Durante la semana siguiente, la rutina en Hogwarts se tiñó de desvelo y pasos cautelosos. Cada noche, alguno del grupo rondaba discretamente los pasillos cercanos al baño de Myrtle la Llorona, siempre en horarios distintos, con excusas distintas. Mike y Neville alternaban entre la biblioteca, la torre de Astronomía y los corredores menos transitados, con sentidos aún hipersensibles por el ritual, lo que les permitía detectar sonidos mínimos o presencias fuera de lugar. Ron, algo más torpe, prefería rondar cerca de las cocinas o fingir que se había perdido mientras volvía de la torre de Gryffindor. Hermione se aseguraba de cubrir siempre su ruta a la enfermería o la biblioteca, cuidando no levantar sospechas. Daphne, por su parte, recorría silenciosamente los pasillos del ala de pociones o fingía que iba a reuniones privadas de prefectos, escuchando conversaciones y observando miradas. Pero en todos esos turnos, no hubo señales claras. Nada. Ni un movimiento extraño. Ningún alumno rondando solo a altas horas. Ninguna figura abriendo puertas secretas ni descendiendo por tuberías escondidas. Demasiado silencio. Demasiada normalidad. Una noche, mientras Mike regresaba solo de su turno, sintió una punzada en el pecho. No dolor, sino intuición. El tipo de sensación que su cuerpo ya había empezado a reconocer como advertencia. El castillo no estaba tranquilo. Solo fingía estarlo. Como si alguien hubiera notado que lo estaban observando. Como si el verdadero heredero —o lo que lo manipulaba— hubiera decidido desaparecer por un tiempo. Bajar la cabeza. Disfrazarse entre los demás mientras reorganizaba sus piezas y anticipaba el siguiente movimiento. Mike lo sabía. Lo sentía. Y ese pensamiento lo acompañó mientras volvía a la Sala de los Menesteres, donde Kael dormía como un fuego contenido. Esa noche, los cinco no tuvieron novedades que compartir. Solo miradas silenciosas y una sospecha creciente que ninguno puso en palabras: El verdadero peligro no se había detenido. Solo se estaba preparando ………… La tercera semana desde el último ataque había transcurrido sin sobresaltos. El grupo —Mike, Neville, Ron, Hermione y Daphne— se turnaba para vigilar discretamente el baño de Myrtle, sin levantar sospechas. A simple vista, todo parecía calmo, pero la tensión era palpable. Aquel silencio no se sentía como un descanso, sino como un aliento contenido antes del siguiente golpe. La noche del miércoles le tocaba a Hermione. Insistió en ir sola. Era lógica: el baño estaba vacío, Myrtle no hablaba con nadie más que con ella, y no había señales de actividad inusual desde hacía días. Ron protestó, Mike dudó, pero ella argumentó que no podía ir siempre en pareja sin llamar la atención. Finalmente, accedieron. Hermione se instaló con su mochila junto al lavamanos más cercano a la entrada, fingiendo revisar apuntes mientras echaba vistazos furtivos al retrete donde sabían que estaba la entrada a la Cámara. Llevaba apenas media hora cuando lo escuchó. Un deslizamiento, suave, apenas un roce sobre piedra húmeda. Se puso de pie en silencio, varita en mano. —¿Quién anda ahí? —susurró, y por un momento solo obtuvo la risa apagada de Myrtle como respuesta. Y entonces, lo oyó. Un murmuro en pársel, sibilante, claro. No de Harry. Más frío. Más vacío. Más... antiguo. Antes de que pudiera reaccionar, una sombra descendió desde la pared sobre ella. Un par de ojos amarillos —reflejados en un charco de agua— fue lo último que alcanzó a ver. Un grito ahogado. Un destello verde. Silencio. Cuando Myrtle emergió de su cubículo flotando, chilló al verla. Hermione yacía en el suelo, rígida, con la expresión congelada en pánico y una mano aferrada a un pequeño espejo. Petrificada. Fue Filch quien la encontró al día siguiente. El alboroto se extendió por el castillo como fuego mágico: otro ataque. El cuarto. Esta vez, Hermione Granger. Las paredes volvieron a teñirse de rojo. Un nuevo mensaje apareció, escurrido en letras temblorosas: “El heredero no será detenido. Uno a uno caerán los que busquen lo oculto.” Y más abajo, en tinta negra como si la amenaza hubiera sido añadida por otra mano: “El traidor que habla con serpientes será el último.” Mike leyó esas palabras con el estómago encogido. No lo decía directamente, pero todos lo sabían. Era para él. Y alguien —alguien que los conocía— había usado su don como parte del engaño. ……………… En la sala de profesores, las luces estaban más tenues de lo normal. Tal vez por los hechizos de privacidad o tal vez por la atmósfera. La profesora McGonagall los esperaba de pie, junto a Flitwick, Sprout… y Snape, cuyo rostro era más inescrutable que nunca. Mike, Neville, Ron y Daphne cruzaron la puerta en silencio. El aire olía a papel viejo y té negro. Kael, el joven fénix, estaba enroscado en el hombro de Mike, sin emitir luz esta vez, como si también comprendiera el peso del momento. —Gracias por venir —dijo McGonagall, sin rodeos—. Después del último ataque, no podíamos ignorar más los patrones. El mensaje fue claro. Y no solo nos preocupa la amenaza hacia el "traidor que habla con serpientes"... sino quienes podrían estar junto a él. Los profesores los miraban, no con acusación, sino con una mezcla de preocupación y expectativa. —Queremos saber —añadió Flitwick— exactamente qué saben ustedes. Mike respiró hondo. Se notaba tenso, pero no nervioso. Se acomodó en la silla y habló con tono firme. —Sabemos que el monstruo es un basilisco. El silencio se volvió más denso. —¿Un basilisco? —repitió Sprout, horrorizada. —Los síntomas de las víctimas coinciden —intervino Daphne—. Todos han sido petrificados, no muertos. Eso solo ocurre si ven al basilisco indirectamente. —¿Cómo llegaron a esa conclusión? —preguntó Snape con tono neutral, pero la mirada fija en Mike. Hubo una pausa breve. —He leído sobre criaturas oscuras desde que era niño —dijo Daphne con calma—. Mi tutor, antes de llegar a Hogwarts, era algo… paranoico. Decía que la ignorancia era el mayor peligro. Me enseñó a investigar patrones, a leer entre líneas. Cuando vimos cómo se daban los ataques, la conclusión no fue difícil. Snape los observó con una ceja apenas levantada, pero no dijo nada. —Y si es un basilisco… entonces la Cámara debe tener una salida directa al castillo —dijo Flitwick, bajando la voz. —La tiene —respondió Mike—. En el baño de Myrtle la Llorona. Un grifo con una serpiente grabada. Lo hemos estado vigilando en turnos rotativos —¿Y cómo están tan seguros de que es ahí? —preguntó McGonagall, cruzando los brazos con el ceño fruncido. Fue Neville quien respondió primero, con seriedad inusual. —Le preguntamos a Myrtle. Flitwick parpadeó. Sprout se irguió levemente. Incluso Snape pareció prestar más atención. —¿La fantasma del baño? —repitió McGonagall con incredulidad. —Sí —dijo Mike—. Myrtle fue la víctima original. Murió durante el primer ataque, hace cincuenta años. El día en que cerraron la Cámara por primera vez. —Y ella lo recuerda todo —añadió Daphne, con la voz templada—. Nos dijo que fue en ese mismo baño donde murió. Escuchó una voz extraña hablando en un idioma que no entendía, y luego… lo último que vio fueron unos ojos amarillos brillando desde el lavabo. —Fue el basilisco —afirmó Mike con seguridad—. Y si fue desde ese punto que apareció… entonces ahí tiene que estar la entrada. Los profesores guardaron silencio unos segundos. Snape entrecerró los ojos, escrutando a cada uno con su acostumbrada intensidad. —¿La misma grifería que tiene el grabado de una serpiente? —preguntó Flitwick, en voz baja. Mike asintió. —Sí. Ya lo hemos confirmado. Y puedo abrirla. Ustedes ya saben por qué. McGonagall inspiró con fuerza, como si necesitara reordenar sus pensamientos. —¿Y han estado vigilando esa entrada? —Durante semanas —respondió Neville—. Myrtle suele ausentarse, y aprovechamos para turnarnos. Pero el heredero… dejó de acercarse. Sospechamos que sabe que lo estamos observando. —¿Y por qué no informaron esto antes? —preguntó Snape con dureza. Daphne levantó la barbilla apenas un poco. —Porque al principio eran solo suposiciones. No teníamos pruebas concretas. Hablar de un basilisco sin evidencias habría causado pánico innecesario. Y si decíamos que alguien podía abrir la Cámara, sin saber quién era el heredero, solo habría más caos. —Hasta que fue inevitable —añadió Mike—. Cuando Hermione fue atacada… supimos que ya no podíamos esperar más. Snape no respondió de inmediato, pero sus labios se tensaron levemente. —Y hay algo más —añadió Mike, después de un instante de silencio—. Creemos que el heredero está siendo manipulado por un objeto mágico. Un diario. Oscuro. Antiguo. Que lleva circulando desde el inicio del curso. McGonagall lo miró con gravedad. —¿Un diario? —Sí —confirmó Mike—. No sabemos quién lo tiene. Pero cada ataque parece coincidir con alguien que ha tenido contacto con él. Está poseyendo a alguien, lo obliga a actuar… y creemos que la persona ya no conserva el control total de sí misma. Snape se inclinó apenas hacia adelante, su tono bajo y preciso. —¿Saben algo más de ese objeto? Mike dudó apenas un segundo. —Sabemos lo suficiente para entender que no es una maldición común. El nivel de magia oscura que carga… es avanzado. Y extremadamente peligroso. McGonagall cruzó los brazos. —¿Y pueden demostrar esto? —Aún no —dijo Mike, sin mentir del todo—. Pero estamos cerca. Lo que les decimos no es una teoría vacía. Es información que hemos investigado cuidadosamente, cruzando pistas, observando comportamientos. Y el patrón es claro. Flitwick asintió, preocupado. —Si eso es cierto… estamos ante una amenaza muy por encima de cualquier travesura escolar. —Lo es —afirmó Daphne. —Bien —dijo finalmente McGonagall—. Agradecemos que hayan compartido esto. Tomaremos medidas inmediatas. Refuerzo de patrullas, revisión de posibles encantamientos ocultos… y si es necesario, convocaremos apoyo externo. —Solo tengan en cuenta —dijo Neville— que si el heredero se siente acorralado, puede actuar con desesperación. —Y en ese caso —dijo Mike, mirando a los profesores—. No va a esperar más. Ni nosotros deberíamos hacerlo. Hubo un largo silencio. Luego, Snape habló, la voz baja pero firme. —Estaremos preparados. Ustedes… también deberían estarlo. —Lo estamos —respondió Daphne, sin vacilar. Y cuando salieron de la sala, sabían que lo habían dicho todo. La verdad ya no estaba solo entre ellos. Ahora, era una cuenta regresiva. El heredero no se detendría. Y ellos tampoco. ………… Pasaron varios días desde aquella conversación con el profesorado, y por primera vez en semanas, el ambiente en el castillo empezó a cambiar. Las medidas de seguridad se incrementaron de forma visible. Profesores patrullando en parejas, protecciones mágicas reforzadas en pasillos clave, y la entrada al baño de Myrtle protegida por encantamientos disuasorios que no dejaban dudas: Hogwarts estaba tomando en serio la amenaza. La profesora Sprout, con el respaldo de la profesora McGonagall, había contactado a Augusta Longbottom, quien no solo respondió con rapidez, sino que movilizó a varios de sus conocidos del Círculo Británico de Herbología Avanzada. En cuestión de días, las mandrágoras criadas en viveros especiales comenzaron a llegar al castillo, casi listas para la poción que restauraría a los estudiantes petrificados. Incluso se habló de una incursión coordinada a la Cámara de los Secretos. Flitwick y Snape estaban preparando hechizos de contención y estructuras de exploración mágica, mientras el resto del personal evaluaba quién estaría capacitado para acompañar la misión. Los estudiantes lo notaban. El miedo no desapareció, pero por primera vez se sintió desplazado por una tenue esperanza. Para Mike y su grupo, la diferencia era palpable. Después de semanas cargando con la investigación, la responsabilidad y el temor, ahora podían respirar. Los adultos se habían hecho cargo. El peso ya no estaba solo sobre ellos. Y eso fue suficiente para que bajaran la guardia. No del todo, claro. Seguían atentos, todavía hablaban de teorías y repasaban turnos por costumbre, pero la tensión constante que los había acompañado desde el primer ataque se fue aflojando. Incluso Kael, el pequeño fénix, parecía más tranquilo, pasando la mayor parte del tiempo enroscado cerca del fuego en la Sala de los Menesteres. Fue entonces cuando el heredero volvió a moverse. Lo hizo con precisión quirúrgica, como si hubiera estado esperando justo ese momento: cuando los profesores creían tener el control, cuando los estudiantes empezaban a relajarse, cuando la amenaza parecía retroceder. Esa tarde, cuando las ultimas clases estaban terminando, el grito de un estudiante hizo eco por el pasillo del segundo piso. Pronto, decenas de alumnos y profesores se agolparon frente a la entrada del baño de Myrtle La Llorona. El mensaje, escrito en letras irregulares y rojas, como talladas con garras húmedas sobre la piedra, se extendía como una herida fresca sobre los muros. “La Cámara ha sido abierta por última vez”. “Su esqueleto permanecerá allí… para siempre”. Nadie supo en ese instante quién había desaparecido. Pero la implicación era clara: el heredero no había terminado. Solo había estado esperando. Los profesores se movilizaron de inmediato. McGonagall ordenó cerrar el ala este y comenzó a preparar un grupo para acceder a la Cámara, con Mike como posible guía. Flitwick y Snape preparaban los protocolos de ingreso con ayuda de Sprout. Pomfrey y Trelawney aseguraron la enfermería. Todo estaba listo para que, por primera vez en cincuenta años, un equipo de adultos enfrentara el misterio oculto bajo el castillo. Y justo entonces… la escuela estalló en caos. Primero, un aluvión de criaturas mágicas menores —doxies, chizpurfles, gnomos e incluso un par de boggarts desatados— comenzaron a aparecer en zonas distintas del colegio. Estaban embravecidos, fuera de control, como si alguien los hubiera liberado deliberadamente desde un almacén interno. Luego, una ola mágica distorsionó las barreras en el Ala Sur, inutilizando varios hechizos de seguridad y provocando que retratos, escaleras y armaduras se volvieran hostiles o incontrolables. Pocos minutos después, un fuego verde surgió en la Sala de Pociones. No era real, pero era tan convincente que obligó a Snape, McGonagall y varios alumnos mayores a actuar con rapidez para contenerlo. El caos se prolongó por horas. Los profesores, aunque capaces, no podían estar en todas partes a la vez. El castillo entero parecía haberse vuelto en su contra, como si respondiera a una orden interna, silenciosa y calculada. Cuando la noche cayó, estaba claro que los planes de entrar a la Cámara habían sido postergados. Nadie lo decía, pero todos lo sabían: el heredero había golpeado primero. Y esta vez, no había margen para esperar. En el baño de chicas del segundo piso, Mike, Neville, Ron y Daphne se reunieron en silencio. Las caras eran sombrías. La ausencia de Hermione se notaba como una herida. Mike se levantó despacio. —No van a llegar a tiempo —dijo, sin mirar a nadie—. El heredero hizo su jugada. Y si nadie entra ahora… la próxima víctima no va a sobrevivir. Neville asintió. —Entonces nos toca a nosotros ………. Ron se pasó una mano por el cabello, nervioso. —¿Y cómo vamos a entrar? No podemos simplemente abrir la puerta y gritar "¡Hola, venimos a rescatar a la persona que te llevaste!" —Necesitamos un plan —dijo Neville, con la voz firme pero los ojos brillando con esa intensidad que había desarrollado desde los rituales—. No podemos permitirnos errores. Mike se quedó en silencio un momento, procesando todo con esa velocidad mental que ahora tenía. Sus sentidos captaban cada sonido del castillo: los pasos de los profesores corriendo por pasillos distantes, el crujir de la madera antigua, incluso la respiración agitada de sus compañeros. Entonces, un recuerdo surgió en su mente. —Esperen —murmuró, cerrando los ojos—. Creo que tengo una idea. Levantó la mano y pronunció un nombre que no había usado en mucho tiempo: —Dobby. Esperó unos segundos, sin saber si funcionaría. Los demás lo miraron con confusión. Un pop suave se escuchó, y una figura pequeña apareció frente a ellos. Dobby, el elfo doméstico, con sus grandes ojos verdes fijos en Mike, pero claramente nervioso. —¿Harry Potter llamó a Dobby? —preguntó con voz chillona, mirando alrededor como si esperara que los Malfoy aparecieran en cualquier momento—. Dobby... Dobby no debería estar aquí. Los amos no saben que Dobby vino. —Dobby —dijo Mike, arrodillándose para estar a su altura—. Necesito tu ayuda. Es urgente. ¿Puedes conseguirme un gallo? Uno vivo, en los próximos minutos. Los ojos de Dobby se agrandaron aún más. —¿Un gallo, señor? Dobby... Dobby puede intentarlo. Hay algunos en el gallinero cerca del pueblo. Pero ¿por qué Harry Potter necesita un gallo? —Para salvar a un estudiante —respondió Mike sin vacilar—. Alguien está en peligro mortal. Confía en mí, Dobby. Es la diferencia entre vida y muerte. El elfo asintió vigorosamente, su nerviosismo transformándose en determinación. —¡Dobby traerá un gallo para Harry Potter! ¡Dobby volverá pronto! Y desapareció con otro pop. Mike se incorporó y se giró hacia los demás, que lo miraban con una mezcla de sorpresa y curiosidad. —¿Un gallo? —preguntó Ron, frunciendo el ceño. —El canto de un gallo es mortal para un basilisco —explicó Mike—. Es nuestra mejor arma contra esa cosa. Daphne asintió con comprensión. —Inteligente. Pero necesitamos más que eso. ¿Cuál es el plan completo? Mike se acercó al lavabo central, donde estaba grabada la serpiente. Sus dedos trazaron las líneas del metal frío mientras pensaba. —Primero, necesitamos dividir responsabilidades. Daphne, tú no vienes con nosotros a la Cámara. —¿Qué? —protestó ella, enderezándose—. No pienso quedarme aquí mientras ustedes... —Escúchame —la interrumpió Mike, con tono firme pero gentil—. Eres aprendiz de Madame Pomfrey. Tienes conocimientos médicos que nosotros no tenemos. Si algo sale mal, si salimos heridos, te necesitaremos aquí arriba. Además, alguien tiene que contactar a los aurores. Los profesores están ocupados con el caos, pero tú puedes llegar a la oficina de McGonagall y usar la red flu de emergencia. Neville intervino: —Tiene razón, Daphne. Nosotros hemos estado entrenando con Flitwick casi todo el año. Sabemos combatir. Tú sabes curar. Ambas habilidades son importantes. Ron asintió, aunque se veía nervioso. —Yo... yo también he estado entrenando el último mes. No soy tan bueno como Mike y Neville, pero puedo ayudar. —Lo harás —dijo Mike, poniendo una mano en el hombro de Ron—. Todos lo haremos. Daphne los miró a los tres, su expresión manteniéndose cuidadosamente controlada, esa máscara de compostura que siempre llevaba. Pero Mike pudo ver en sus ojos la lucha interna entre querer protegerlos y aceptar que tenía razón. —Está bien —dijo finalmente, su voz firme como siempre—. Pero más les vale que regresen enteros. Otro pop los interrumpió. Dobby apareció, cargando un gallo rojizo que cacareaba indignado. —¡Dobby trajo el gallo para Harry Potter! —anunció triunfante—. ¿Dobby hizo bien? —Perfecto, Dobby. Gracias —dijo Mike, tomando cuidadosamente al animal—. Ahora, ¿puedes hacer algo más por mí? —¡Lo que Harry Potter necesite! —Ve con los profesores. Diles que hemos entrado a la Cámara de los Secretos a rescatar a quien sea que esté ahí abajo. Que no hemos podido esperar más. Dobby asintió vigorosamente y desapareció de nuevo. Mike se giró hacia Kael, que había estado observando todo desde su percha improvisada. —Kael —dijo, y el joven fénix trino suavemente—. Necesito que hagas algo importante por mí. El ave dorada descendió y se posó en su hombro extendido. —Dumbledore una vez dijo que Hogwarts siempre ayudará a quienes la pidan. Necesito que vayas a su oficina y traigas el Sombrero Seleccionador. Creo que... creo que podría ayudarnos. Kael emitió un trino más fuerte, como si entendiera la gravedad de la situación, y alzó vuelo hacia el techo, desapareciendo a través de las piedras como si fueran aire. —Bien —dijo Mike, respirando profundo—. Ahora, mientras esperamos a Kael, vamos a planear esto correctamente. Se quitó la capa de invisibilidad y se la extendió a Neville. —Tú y Ron van a usar esto. Yo voy a entrar primero, visible. —¿Qué? —protestó Neville—. Mike, eso es... —Inteligente —lo interrumpió—. El heredero me espera a mí. Harry Potter. Si aparezco solo, se concentrará en mí. Ustedes podrán moverse libremente bajo la capa. Ron se veía pálido. —¿Y qué hacemos nosotros entonces? —Neville lleva el gallo —dijo Mike, entregándole cuidadosamente al animal—. Esperan el momento exacto. Cuando vean al basilisco, o cuando yo esté en problemas, sueltan al gallo. El canto lo matará. Neville tomó el gallo, que seguía cacareando molesto. —¿Y el rescate? —Esa es la parte más importante —dijo Mike—. Quien quiera que esté ahí abajo, ustedes la sacan. Yo mantengo ocupado a Tom. Cuando el basilisco esté muerto y la víctima esté a salvo, entonces podremos lidiar con el diario. Se giró hacia el Sombrero Seleccionador. —Y espero que esto tenga algo útil para esa parte. —¿Y si las cosas salen mal? —preguntó Neville. —Entonces improvisan. Pero recuerden lo que nos enseñó Flitwick: manténganse en movimiento, nunca se queden quietos, y confíen en sus instintos mejorados. Ron tragó saliva audiblemente. —¿Estamos realmente haciendo esto? —Sí —respondió Mike—. Porque si no lo hacemos nosotros, nadie más llegará a tiempo. Mike se giró hacia el lavabo central y, en pársel, siseo: —Ábrete. El lavabo se hundió, revelando la entrada a la Cámara de los Secretos. El aire que subía era frío y húmedo, cargado de un olor a antigüedad y algo... más oscuro. Neville se puso la capa, desapareciendo junto con Ron, quien sostenía firmemente su varita. —Vamos —dijo Mike, tomando el Sombrero Seleccionador—. Vayan primero. Contare hasta treinta antes de seguirlos. Los chicos saltaron inmediatamente después de eso. Mike se dirigió hacia la entrada para seguirlos, pero se detuvo cuando escuchó su nombre pronunciado suavemente. —Mike. Se giró. Daphne estaba ahí, y por primera vez en mucho tiempo, su máscara de compostura perfecta se había resquebrajado levemente. Sus ojos mostraban una vulnerabilidad que raramente dejaba ver. —¿Qué pasa, milady? —preguntó con voz gentil, acercándose a ella. —Solo... —Daphne vaciló, luchando visiblemente consigo misma—. No hagas nada estúpidamente heroico, ¿sí? Neville y yo... no podemos perderte. Mike sintió algo cálido en el pecho ante esas palabras. Sonrió, esa sonrisa medio torcida que sabía la tranquilizaba. —Oye, ¿desde cuándo dudas de mi capacidad para meterme en problemas y salir vivo? Es prácticamente mi especialidad —dijo, usando el humor para aliviar la tensión—. Además, ¿quién más va a llamarte milady con tanta elegancia? A pesar de todo, Daphne no pudo evitar una sonrisa pequeña, aunque sus ojos seguían preocupados. —Idiota —murmuró, pero había cariño en su voz. —Voy a volver —le prometió Mike, más serio ahora—. Los tres vamos a volver. Daphne asintió, recomponiendo su máscara, pero no del todo. —Será mejor que sea así. Mike se giró hacia la entrada y, sin más dilación, se lanzó hacia la oscuridad de la Cámara. La verdadera prueba estaba a punto de comenzar. Fin del capítulo.
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