ID de la obra: 341

Un harry diferente

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El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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planificada Midi, escritos 192 páginas, 19 capítulos
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Capítulo 19. Fin del segundo año.

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Capítulo 19: Fin del segundo año. Con la amenaza del heredero de Slytherin neutralizada, Hogwarts experimentó algo que había olvidado durante meses: la normalidad. Los pasillos recuperaron su bullicio habitual, llenándose de conversaciones sobre exámenes finales, planes de verano y especulaciones sobre los equipos de Quidditch del próximo año. Las risas volvieron a resonar en los corredores, y por primera vez en mucho tiempo, los estudiantes caminaban sin mirar constantemente por encima del hombro. A pesar de las diferentes intensidades de compromiso, el grupo mantenía su cohesión. Los entrenamientos matutinos con Flitwick continuaron siendo sagrados, exigiendo lo mejor de cada uno de ellos. El profesor había introducido ejercicios más complejos, combinaciones de hechizos que requerían no solo precisión individual, sino coordinación grupal perfecta. Por las noches, la Sala de los Menesteres se transformaba en su santuario privado. El espacio se dividía naturalmente: una sección con colchonetas y equipos improvisados donde Mike, Neville y Ron se exigían físicamente, construyendo resistencia y reflejos; y un área de estudio donde Hermione y Daphne se sumergían en textos complejos, ocasionalmente consultándose mutuamente sobre pasajes particularmente densos. En medio de esta rutina de preparación silenciosa, llegó el evento que todo Gryffindor había estado esperando: el partido final contra Ravenclaw por la copa de Quidditch. La tensión era palpable. Gryffindor había mantenido un récord perfecto durante toda la temporada, pero Ravenclaw tenía la reputación de reservar sus mejores estrategias para los momentos cruciales. Una sola derrota podría cambiar todo. El día del partido, el castillo vibró con una energía diferente. Las banderas de las casas ondeaban por doquier, los estudiantes llevaban los colores de sus equipos como armaduras, y el aire mismo parecía cargado de expectativa. Cuando Mike se elevó sobre su escoba, sintió el peso de toda la temporada sobre sus hombros. El viento cortaba su rostro, los gritos de la multitud se mezclaban en una tormenta de sonido que parecía llegar desde todas las direcciones a la vez. El partido fue épico desde el primer minuto. Ravenclaw había preparado una estrategia brillante, utilizando formaciones que Gryffindor no había enfrentado antes, manteniendo el marcador equilibrado durante casi una hora completa. Los cazadores volaban con una precisión milimétrica, las jugadas se sucedían con velocidad vertiginosa, y cada gol era celebrado o lamentado con igual intensidad. Pero Mike tenía algo que no podía enseñarse en ningún manual de Quidditch: instinto puro. Cuando finalmente divisó el destello dorado de la snitch, ya sabía que ese era su momento. No fue solo velocidad o técnica; fue la culminación de meses de entrenamiento, de disciplina, de trabajo en equipo convertido en un solo movimiento fluido y definitivo. Su mano se cerró alrededor de la snitch dorada justo antes de que girara hacia una de las torres laterales del castillo. El estadio estalló en un rugido que se sintió hasta en las mazmorras. Gryffindor ganaba la copa. No por suerte, sino por una temporada construida paso a paso, partido a partido, con disciplina y determinación. La celebración que siguió fue legendaria, el tipo de fiesta que se recordaría durante años en las historias que se contarían en la sala común. ………… Patio interior de Hogwarts – Domingo por la mañana El cielo escocés se extendía como un lienzo de grises y blancos, con nubes que se movían perezosamente impulsadas por una brisa que apenas se sentía. Era uno de esos domingos donde Hogwarts parecía existir en una dimensión paralela, suspendido en un hechizo de tranquilidad absoluta. Hasta los gorriones habían decidido que era mejor día para dormir que para cantar. Mike estaba recostado en el mismo banco de piedra junto al invernadero donde, meses atrás, había descubierto que compartir música con Daphne Greengrass era más complicado de lo que había imaginado. Tenía el abrigo de lana cerrado hasta la barbilla, la bufanda roja y dorada enrollada hasta cubrir la mitad de su rostro, y el walkman descansando sobre su pecho como un talismán. Los cables de los audífonos caían desde sus orejas como lianas flojas, meciendo suavemente con cada respiración. Sus ojos estaban cerrados, pero no dormía. Era ese estado de semi-conciencia donde la música se mezcla con los pensamientos hasta que es imposible saber dónde terminan los acordes y empiezan las preocupaciones. Daphne llegó sin anunciarse, como ya era costumbre establecida sin que ninguno de los dos lo hubiera acordado verbalmente. Llevaba una capa de lana gris claro sobre el uniforme impecable, el cabello recogido con esa precisión quirúrgica que parecía desafiar las leyes de la física, y en las manos sostenía un termo de plata del que se alzaba un vapor aromático. —¿Sigues escuchando eso cada domingo o ya es simplemente parte de tu sistema nervioso? —preguntó mientras tomaba asiento a su lado con la naturalidad de quien ha reclamado su territorio. Mike no abrió los ojos de inmediato. Una sonrisa se dibujó lentamente en sus labios, apenas visible por encima de la bufanda. —Es una tradición ya. Mismo banco, misma cinta, misma compañía con comentarios mordaces incluidos. Si algún domingo no apareces, pensaré que estás bajo maldición imperius o que finalmente me dejaron sin presupuesto para sarcasmo. —La cinta suena como si tuviera más vida que varios estudiantes de quinto año después de los exámenes de McGonagall. Mike se incorporó lo justo para rebobinar la cinta con movimientos mecánicos que hablaban de práctica. Le ofreció un audífono a Daphne, que lo aceptó sin hacer preguntas, aunque arqueó una ceja cuando sus dedos se rozaron brevemente durante el intercambio. Se quedaron en silencio unos segundos, con "Human Nature" sonando suavemente entre ambos, creando una burbuja de intimidad en el patio vacío. —Mi padre me escribió ayer —dijo Daphne de pronto, con ese tono casual que usaba cuando estaba a punto de lanzar una bomba conversacional. —¿Felicitaciones por no estar muerta? ¿O amenazas por asociarte con el famoso Harry Potter? —preguntó Mike, sin abrir los ojos, aunque su postura se tensó ligeramente. —Depende del día y del titular del Profeta. Esta vez fue... curiosidad calculada. Me preguntó por ti. Mike giró el rostro hacia ella, genuinamente sorprendido. —¿Por mí? ¿Qué tipo de curiosidad? —El tipo que incluye preguntas muy específicas sobre tus planes futuros, tus conexiones familiares, y si habías pensado qué hacer con el basilisco. Mike frunció el ceño, procesando las implicaciones. —¿Cómo que qué hacer con él? —Venderlo. Procesarlo. Aprovechar cada escama, cada gota de veneno, cada hueso. —Daphne desenroscó la tapa de su termo y el aroma a té Earl Grey se mezcló con el aire fresco—. Dijo que conoce intermediarios discretos. El negocio de ingredientes exóticos es uno de los pocos mercados donde incluso los políticos más poderosos se arrodillan ante quien controla el suministro. —¿Y por qué asumiría que yo decidiría eso? Daphne lo miró como si le costara creer que no lo supiera, con esa expresión que había perfeccionado para indicar que estaba rodeado de idiotas. —Porque legalmente es tuyo. Derecho de conquista. Magia antigua, pero válida. Mike arqueó una ceja. —¿Eso no es algo medieval? —Lo es. Pero en el mundo mágico, lo medieval tiende a seguir vigente cuando conviene. Si derrotas una criatura mágica en duelo legítimo, puedes reclamar su cuerpo como botín. Es parte del Código de Batalla de 1437, ratificado por el Estatuto de Reclamaciones de 1692. Mike soltó un resoplido, apoyando la cabeza contra la piedra fría. —Fantástico. Paso de matar un monstruo de mil años a convertirme en distribuidor de ingredientes alquímicos. ¿Qué sigue? ¿Abrir una tienda en el Callejón Diagon? —Bienvenido al mundo adulto, Potter. Con la responsabilidad heroica vienen las oportunidades de negocio. Y la necesidad de licencias, gestión de inventario, y lidiar con duendes que intentarán estafarte. Mike rió suavemente, pero había una nota de tensión en su voz. —¿Y qué opinó tu padre sobre... lo otro? Daphne supo inmediatamente a qué se refería. La foto. La imagen que Rita Skeeter había conseguido de alguna manera: Mike saliendo de la Cámara de los Secretos, sucio y sangrando, con ella abrazándolo como si fuera lo único que lo mantuviera en pie. —Ah, eso. —Daphne tomó un sorbo de té, tomándose su tiempo—. Fue... educativo escuchar su análisis. —¿Educativo cómo? —Dijo que fue una foto muy bien compuesta. Dramática, emotiva, con el simbolismo perfecto: el héroe de guerra y la dama de familia respetable. Muy útil para ciertos... narrativos políticos. Mike se tensó. —¿Narrativos políticos? —Mi padre es muy bueno leyendo las corrientes políticas, Mike. Y según él, esa foto le dice al mundo mágico que los Greengrass están del lado correcto de la historia. Que tenemos criterio para elegir aliados. Que cuando llegue el momento de tomar posiciones, ya hemos demostrado dónde está nuestra lealtad. Hubo un silencio pesado. Mike podía sentir las implicaciones desarrollándose en su mente como ondas en un estanque. —¿Y qué quiere a cambio? —Quiere conocerte. Oficialmente. —Daphne lo miró directamente—. Dice que es hora de que tengamos una conversación adulta sobre expectativas mutuas. Tanto las suyas como las tuyas. —¿Expectativas sobre qué? —Sobre el futuro. Sobre alianzas. Sobre lo que significa tener el nombre Potter en tiempos interesantes. —Daphne hizo una pausa—. Y sobre cómo los Greengrass pueden ser útiles para asegurar que ese futuro llegue de la manera más... conveniente para todos. Mike cerró los ojos, sintiendo el peso de responsabilidades que no había pedido. —¿Y si no quiero tener esa conversación? —Entonces mi padre asumirá que eres ingenuo o que ya tienes otros patrocinadores políticos. En cualquier caso, dejará de considerarte un aliado potencial y empezará a verte como una variable incontrolable. —¿Y tú qué opinas? Daphne guardó silencio por un momento, mirando hacia el lago donde el calamar gigante movía perezosamente un tentáculo. —Opino que mi padre tiene razón en una cosa: no puedes seguir fingiendo que solo eres un estudiante normal. Esa foto lo dejó claro. Te guste o no, eres una pieza en el tablero político ahora. Volvieron al silencio, pero ahora era diferente. Cargado de implicaciones no dichas. Después de unos minutos, Mike volvió a hablar. —Supongo que debería decidir qué hacer con el cadáver antes de que alguien intente robárselo o que el Ministerio decida que es propiedad del estado. —Puedo ayudarte a contactar con los duendes, si quieres —dijo Daphne, sin mirarlo—. Pero no te fíes de su primera oferta. Si huelen indecisión o inexperiencia, se quedarán con la mitad del basilisco sin firmar nada que te beneficie. Mike asintió despacio. —Te voy a necesitar entonces, milady. Aparentemente necesito todas las alianzas que pueda conseguir. —Hizo una pausa—. Aunque primero tengo que hablar con Neville. Él también estuvo ahí. Tal vez yo di el golpe final, pero nunca habría llegado a ese punto sin él. Parte del botín le pertenece por derecho propio. Daphne lo miró con algo que podría haber sido aprobación. —Tu padre habría dicho lo mismo. Los Potter siempre fueron justos con sus aliados. —¿Y qué opinas realmente de todo esto? —preguntó Mike, girándose para mirarla directamente—. De las... implicaciones que tu padre está haciendo sobre nosotros. Daphne tomó un sorbo de té, comprando tiempo. Cuando habló, su voz tenía esa calidad formal que usaba cuando estaba en modo "heredera Greengrass". —Desde el punto de vista de mi familia, es una asociación estratégicamente ventajosa. Los Potter tienen influencia, respeto, y tú específicamente has demostrado ser... efectivo cuando importa. Para los Greengrass, ser percibidos como tus aliados íntimos es políticamente inteligente. —Esa es la respuesta oficial —dijo Mike—. ¿Cuál es la respuesta de Daphne? Ella guardó silencio por un momento más largo, y cuando habló, su voz era más suave, más... vulnerable. —La respuesta de Daphne es que... no me molesta que la gente piense eso. —Miró hacia el lago—. ¿Sabes cuántas propuestas de matrimonio han llegado a mi familia solo este año? Mike sintió algo tensarse en su pecho, una mezcla de protección y algo más que prefería no examinar demasiado de cerca. Era incómodo, esa sensación. Su cuerpo de doce años respondía de maneras que su mente de veinte encontraba profundamente perturbadoras. —¿Propuestas de matrimonio? —preguntó, y había una nota de indignación en su voz que lo sorprendió—. ¿A los doce años? —Contratos de compromiso —corrigió Daphne—. No se formalizan hasta la mayoría de edad, pero se establecen las... intenciones. Es común en las familias de sangre pura. Una forma de asegurar alianzas políticas y económicas. —Eso es... —Mike se detuvo, luchando con la rabia que sentía—. Eso es como tratarte como una propiedad. —Bienvenido al mundo de la política de sangre pura. —Daphne tomó otro sorbo de té, aparentemente calmada, pero Mike notó cómo sus nudillos estaban blancos alrededor de la taza—. Aunque debo admitir que mi padre es menos... agresivo que otros. Me ha dado libertad para "explorar mis opciones" mientras sea joven. —¿Y tu padre no ha rechazado ninguna? —No oficialmente. Dice que no hay prisa, que puedo "conocer a diferentes familias" mientras soy joven. —Una sonrisa amarga cruzó su rostro—. Pero esa foto... esa foto le dice al mundo mágico que Daphne Greengrass ya tiene un interés particular. Que no está disponible para negociaciones casuales. —Espera. —Mike se incorporó, procesando las implicaciones—. ¿Estás diciendo que ahora todos piensan que yo estoy... cortejándote? —Formalmente hablando, sí. —Daphne evitó su mirada—. En el mundo de sangre pura, cuando un joven de familia respetable pasa tiempo a solas con una heredera, especialmente después de un evento tan dramático como lo de la Cámara, se asume que hay intenciones serias. Mike sintió un calor incómodo en su pecho, mezclado con algo que podría haber sido pánico. —¿Y estás usando mi reputación como escudo? —Sí. —La respuesta fue directa, sin adornos—. Lo siento, Mike. Sé que es manipulativo y egoísta de mi parte, pero... —¿Pero? —Pero también significa que mi padre te considerará como primera opción—Sus mejillas se tiñeron ligeramente de rosa—. Los Potter tienen el linaje, la influencia, y tú específicamente has demostrado ser... formidable cuando importa. Para él, serías un partido ideal. Por lo que evitará llegar a acuerdos con otras familias mientras asuma que estas interesado en mi. Mike sintió su corazón acelerar de una manera que lo alarmó. Era demasiado joven para estar pensando en esto, demasiado joven para que el sonrojo de Daphne le causara esa sensación extraña en el estómago. —Bueno, si voy a ser tu escudo contra pretendientes no deseados, al menos debería cobrar por el servicio. —Su voz sonó un poco forzada—. Digamos... ¿acceso premium a tus habilidades de medibruja? Daphne rió, y fue la primera risa genuina que había escuchado de ella en semanas. —Eres imposible. —Soy práctico. —Mike se recostó contra el banco, tratando de ignorar la forma en que su pulso se había acelerado—. Además, si vamos a mantener esta... ilusión útil, más vale que sea convincente. Aunque supongo que simplemente sentarnos juntos ya es suficiente para que la gente saque conclusiones. Daphne lo miró con una expresión que era difícil de interpretar, pero había algo suave en sus ojos que hizo que Mike sintiera ese calor incómodo otra vez. —Sí, Mike. Aparentemente es suficiente. Y con eso, siguieron escuchando, con la música flotando suave entre ellos. Pero ahora Mike era más consciente del peso del walkman sobre su pecho, del contacto ocasional de sus hombros al compartir el banco, de las implicaciones de lo que todos en el mundo mágico estaban asumiendo sobre ellos. Era extraño. Su mente de veinte años sabía que Daphne era inteligente, perceptiva, y que tenía una forma de ver el mundo que él encontraba... fascinante. Pero su cuerpo de doce años hacía que esos sentimientos se sintieran confusos, prematuros, como si estuviera desarrollando algo que no debería existir por años. Tal vez era mejor así. Tal vez era mejor que todo esto se desarrollara lentamente, de manera natural, sin prisa. Que simplemente siguieran siendo lo que eran: dos personas que se entendían, que compartían domingos y música, que se habían convertido en aliados por circunstancia y permanecían así por elección. El futuro ya llegaría. Por ahora, era suficiente con esto. Hogwarts seguía respirando en paz, por ahora. Pero en ese rincón apartado, dos estudiantes navegaban las aguas complicadas de la política familiar y los sentimientos que aún no tenían nombre: sin apuros, con el mundo a los pies, el cadáver de una leyenda esperando su destino, y la comprensión creciente de que sus decisiones tendrían consecuencias que se extenderían mucho más allá de los muros del castillo. ………… El Gran Comedor olía a pan recién horneado, mermelada de calabaza y té negro. Las conversaciones flotaban en el aire como vapor, mezclándose con el tintineo de cubiertos y el ocasional graznido de las lechuzas que llegaban tarde con el correo. Era uno de esos desayunos de finales de mayo donde la luz del sol se filtraba por las ventanas altas, recordando a todos que el curso estaba llegando a su fin. En la mesa de Gryffindor, Mike, Neville y Hermione habían reclamado una esquina tranquila, con un libro de criaturas mágicas particularmente grueso abierto entre ellos. Las páginas estaban llenas de ilustraciones detalladas de serpientes gigantes, y los márgenes tenían notas escritas con la letra pulcra de Hermione. Kael estaba posado en el respaldo de la silla de Mike, sus plumas doradas reluciendo bajo la luz matutina. Aunque ya habían pasado varios meses desde que el fénix había elegido a Harry Potter como su cuidador, los estudiantes aún no se acostumbraban del todo a su presencia. Susurros discretos se elevaban desde otras mesas cuando el ave cantaba suavemente, y más de un estudiante desviaba la mirada cuando Kael extendía las alas o giraba la cabeza con esa gracia sobrenatural propia de los fénix. Era una criatura legendaria, después de todo, y verla cada día durante el desayuno seguía siendo algo extraordinario. Daphne, como solía hacer desde hacía semanas, se había sentado en una silla cercana que había arrastrado desde la mesa de Slytherin. Oficialmente era porque el libro también le interesaba y necesitaba la información para ayudar con las negociaciones. Extraoficialmente, nadie le preguntaba y ella no explicaba. Los estudiantes de ambas casas ya habían dejado de murmurar sobre su presencia constante, aunque algunos todavía lanzaban miradas curiosas hacia su inusual alianza. —¿Y bien? —preguntó Mike sin levantar la vista de una página que mostraba el diagrama de un basilisco con todas sus partes marcadas y valuadas—. ¿Qué opinas tú, Neville? Neville dejó la cuchara a un lado y se limpió con la servilleta, tomándose un momento para considerar su respuesta. Había algo diferente en él desde lo de la Cámara, una confianza tranquila que no había estado ahí antes. —Estoy de acuerdo. Deberíamos venderlo. —Su voz era firme, decidida—. Pero no todo de una vez. Hermione parpadeó, bajando su taza de té. —¿El basilisco? ¿Estás seguro? —Completamente. —Neville se inclinó hacia adelante—. Miren, no tenemos forma de almacenarlo adecuadamente ni conocimientos para extraer nada útil sin matarnos en el proceso. El veneno sigue siendo letal incluso después de la muerte, y las escamas necesitan tratamiento especializado dentro de las primeras semanas o pierden sus propiedades mágicas. Mike asintió lentamente. —Tiene sentido. No podemos simplemente dejarlo pudriéndose en la Cámara. —Exacto. Y la familia Greengrass... —Neville miró brevemente a Daphne, quien alzó una ceja elegantemente—. Son los mejores en el negocio de ingredientes raros y comercio de pociones. Si alguien puede negociar algo justo con los duendes y conseguir los permisos del Ministerio, es el padre de Daphne. Mike alzó una ceja, genuinamente sorprendido. —¿Eso es una alabanza encubierta, Longbottom? Neville sonrió, y por primera vez en años, no hubo nerviosismo en su expresión. —Es eficiencia práctica. Además, vamos a necesitar fondos para todo lo que se viene. Información, protección legal, pociones raras, equipos de detección... —hizo una pausa significativa—. Y tú dijiste que queremos empezar a ayudar a Sirius cuando se escape. Eso no se hace con los galeones de la mesita de noche. Daphne bebió un sorbo de su té con aire sereno, pero Mike notó el destello de aprobación en sus ojos. —Ya he enviado una lechuza a mi padre informándole que podrán presentar términos formales durante el verano. Naturalmente, revisaremos todos los contratos con tu abuela antes de firmar nada. —Por supuesto —dijo Mike, y había alivio genuino en su voz—. Prefiero enfrentar otro basilisco antes que firmar un contrato sin que Augusta lo apruebe primero. Hermione chasqueó la lengua, pero su sonrisa era afectuosa. —Es inteligente. Los contratos con duendes son notoriamente complicados, y los del Ministerio para ingredientes de Clase XXXXX son aún peores. —¿Clase XXXXX? —preguntó Mike. —Extremadamente peligroso, manejo restringido, permisos especiales requeridos —explicó Hermione—. Un basilisco de mil años está en la categoría más alta. Cada parte de su cuerpo está regulada por al menos tres departamentos diferentes del Ministerio. En ese momento, una figura familiar se acercó por el pasillo central entre mesas: la profesora McGonagall, impecable como siempre, con su túnica verde oscuro perfectamente planchada y el cabello recogido en su moño habitual. Su expresión era la de siempre: seria pero no severa, como si fuera a regañar a alguien pero no había decidido a quién. —Señor Potter —dijo con tono firme pero no hostil—, el director desea verlo en su oficina. Mike dejó su tenedor, sorprendido. —¿Ahora? ¿He hecho algo malo? —No que yo sepa. —Sus ojos se suavizaron ligeramente—. Y lleve al fénix. Dijo específicamente "ambos invitados". Mike se levantó al instante, sintiendo la curiosidad de sus amigos. Kael, que había estado posado tranquilamente en su silla, se incorporó con un suave trino musical y voló hasta su hombro con la gracia de una criatura que había aprendido a moverse con confianza. El movimiento causó un momentáneo silencio en las mesas cercanas, como siempre ocurría cuando el fénix desplegaba sus alas en público. —Nos vemos luego —dijo Mike, mientras Kael se acurrucaba con elegancia en su cuello, las plumas doradas brillando suavemente a la luz matutina. —Ten cuidado —murmuró Hermione. —Siempre lo tengo —respondió Mike, aunque no estaba seguro de si era cierto. ………… La oficina del director era como siempre: caótica en su elegancia, saturada de objetos encantados que zumbaban y chasqueaban suavemente, retratos que murmuraban entre sí en marcos dorados, y ese aroma particular a pergamino viejo y magia antigua que parecía impregnado en las paredes mismas. Fawkes, el fénix adulto, dormía en su percha dorada, las plumas rojas y doradas resplandeciendo incluso en reposo. Kael, al entrar, soltó una nota suave y melodiosa, casi como un saludo, y se acomodó a un lado, curioso pero respetuoso hacia el fénix mayor. Dumbledore lo esperaba de pie junto a su escritorio, las manos cruzadas detrás de la espalda, mirando por la ventana que daba a los terrenos del colegio. El lago brillaba como un espejo bajo el sol de finales de mayo. —Harry —dijo sin darse vuelta, con esa mezcla de calidez y gravedad que lo caracterizaba—. Me alegra verte. Y veo que Kael... ha florecido considerablemente. Mike acarició suavemente al joven fénix, sintiendo la calidez que emanaba de las plumas. —Ha mejorado mucho. Ya puede planear con estabilidad, su canto se ha vuelto más claro, y está respondiendo a la música de maneras sorprendentes. Me sigue casi a todas partes, incluso a clases donde probablemente no debería estar. —Lo sé —asintió Dumbledore, finalmente girándose con una sonrisa—. Ha vinculado su ciclo de crecimiento al tuyo. Lo noté desde el día que lo salvaste, pero no quise influir en el proceso. Los fénix son criaturas de elección libre, y cualquier interferencia externa puede dañar el vínculo. Mike sintió una punzada de ansiedad. —¿Entonces ya está listo para regresar contigo? El director negó con calma, acercándose a su silla pero sin sentarse. —No, Harry. Kael es tuyo. Al menos por ahora, y posiblemente por mucho tiempo. Los fénix eligen a su cuidador, y él te ha elegido a ti de manera definitiva. Más importante aún... ha prosperado contigo de maneras que no esperaba. Mike bajó la mirada, genuinamente sorprendido. —Creí que solo lo cuidaba temporalmente hasta que fuera lo suficientemente fuerte. —Así ocurre con muchas responsabilidades importantes —dijo Dumbledore con una media sonrisa—. Llegan cuando menos lo esperas, rara vez te piden permiso, y una vez que las aceptas, tienden a quedarse más tiempo del que planeaste. Hubo un silencio breve, lleno del crujido suave del fuego en la chimenea y el tic-tac de los instrumentos mágicos. Mike decidió preguntar sobre un problema que no podía resolver solo. —¿Y sobre el Ford Anglia? —preguntó Mike finalmente—. ¿Sabe que Ron, Neville y yo hemos estado trabajando en él? Dumbledore sonrió, y había un destello de diversión en sus ojos. —Por supuesto. Hagrid me informa regularmente sobre las actividades cerca de su cabaña. Dice que han hecho un trabajo excepcional restaurando el vehículo. Mucho mejor que las condiciones en las que llegó a los terrenos del colegio después de su... aventura inicial. Mike sintió sus mejillas calentarse al recordar aquel vuelo desastroso desde Londres. Ocho horas de pánico, el auto fallando al llegar a Hogwarts, y Ron vomitando la mitad del camino. No eran recuerdos particularmente agradables. —Hemos aprendido mucho sobre mecánica muggle —dijo, tratando de sonar casual—. Pero aún nos falta una cosa para que funcione completamente. —¿Combustible? —preguntó Dumbledore con una sonrisa que sugería que ya conocía la respuesta. —Exactamente. No hemos podido conseguir gasolina muggle aquí en Hogwarts, y es lo único que nos falta para las pruebas finales. Dumbledore se acercó a un armario lateral y sacó un pequeño barril metálico con una etiqueta que decía "Premium Unleaded". —Casualmente, esto llegó ayer por correo muggle. Suficiente para llenar el tanque y hacer un viaje considerable. —Hizo una pausa significativa—. Un viaje que, me imagino, podría llevarte hasta... digamos, la Madriguera. Mike sintió un escalofrío de comprensión y terror. —¿Quiere que conduzca desde Hogwarts hasta la casa de los Weasley? —Es un viaje hermoso en esta época del año. Unas ocho horas si tomas la ruta que conoces, tal vez diez si prefieres la escénica. —Dumbledore sonrió—. Y estoy seguro de que será una experiencia... educativa. Mike pensó en el viaje de ida: ocho horas de terror, el auto fallando constantemente, la barra de dirección que se sacudía, los asientos incómodos, y la constante sensación de que iban a estrellarse en cualquier momento. —¿No sería más fácil regresar en el tren como todos los demás? —Más fácil, sí. Pero mucho menos... instructivo. —Los ojos de Dumbledore brillaron—. Además, llegaste a Hogwarts en ese vehículo, Harry. Hay cierta simetría en regresar de la misma manera. Una lección sobre completar ciclos, sobre enfrentar lo que una vez te asustó, sobre descubrir que lo que tememos suele ser menos terrible de lo que imaginamos. Mike suspiró, reconociendo el tono filosófico que Dumbledore usaba cuando estaba a punto de dar una lección que él consideraba importante. —Supongo que no tengo mucha opción en el asunto. —Siempre hay opciones, Harry. Pero a veces las mejores lecciones llegan cuando elegimos el camino más difícil en lugar del más conveniente. —Dumbledore hizo una pausa—. Y recuerda: esta vez conoces el vehículo, sabes cómo funciona, y lo has reparado tú mismo. No es el mismo auto que te trajo aquí, y tú no eres el mismo joven que llegó en él. Mike miró el barril de combustible, luego a Kael, que había estado observando la conversación con curiosidad. —¿Cuándo quiere que me vaya? —Después de los exámenes finales. Será tu forma de cerrar el año escolar. Y Harry... —Dumbledore hizo una pausa—. Los viajes de regreso siempre nos enseñan algo diferente que los viajes de ida. Especialmente cuando los hacemos con más sabiduría y menos miedo. Cuando Mike salió de la oficina, Kael sobrevoló su cabeza una vez, cantó una nota clara y melodiosa que resonó en el pasillo de piedra, y luego volvió a posarse en su hombro, como si marcara el fin de un ciclo. Y el inicio de otro. Mientras bajaba las escaleras móviles, Mike no pudo evitar sonreír a pesar de su aprensión. Dumbledore tenía razón en una cosa: había algo satisfactorio en completar lo que habías empezado. Incluso si significaba pasar varias horas en los asientos poco ergonómicos de un Ford Anglia encantado. Al menos el aire libre sería agradable. Y tal vez, solo tal vez, el viaje sería menos complicado de lo que esperaba. Aunque, conociendo su suerte, probablemente no. ………… Banquete de fin de curso – Gran Comedor Las velas flotaban más bajo esa noche, como si quisieran acercarse a los estudiantes que reían y hablaban con una alegría que no se había sentido en todo el año. Las mesas estaban colmadas de platos dorados rebosantes de los manjares favoritos de cada casa: el pudín de Yorkshire que tanto gustaba a los Hufflepuff, las tartas de fresas y crema que preferían los Ravenclaw, el pastel de carne especiado que los Slytherin pedían cada banquete, y la tarta de melaza que siempre desaparecía primero de la mesa de Gryffindor. Las bebidas burbujeantes brillaban con colores cambiantes, y el aroma de especias dulces flotaba entre las conversaciones animadas. Por primera vez desde septiembre, el Gran Comedor de Hogwarts se sentía completo. No había miradas nerviosas hacia las sombras, no había susurros temerosos sobre monstruos ocultos. Los estudiantes comían con apetito verdadero, no con la tensión que había marcado la mayor parte del año escolar. En la mesa de Gryffindor, Mike picoteaba distraídamente un trozo de tarta de melaza mientras observaba a sus compañeros. Ron gesticulaba dramáticamente, contando por quinta vez su versión de cómo había "casi derrotado" a una de las piezas de ajedrez gigantes el año anterior, añadiendo detalles cada vez más exagerados. Hermione lo corregía ocasionalmente entre risas, pero sin la severidad habitual. Incluso ella parecía más relajada, con el cabello menos perfectamente peinado y manchas de salsa de caramelo en la manga de su túnica. Neville, sentado junto a Mike, compartía esa mirada silenciosa que se había vuelto común entre ellos desde los eventos en la Cámara. Era la comprensión callada de quienes habían visto cosas que preferían no recordar, pero que los habían cambiado de maneras que aún estaban descubriendo. Kael estaba posado en el respaldo de la silla de Mike, las plumas doradas brillando suavemente bajo la luz cálida de las velas. El joven fénix había estado inusualmente tranquilo durante toda la cena, como si sintiera que algo importante estaba a punto de suceder. Ocasionalmente cantaba una nota suave y melodiosa que se mezclaba con las conversaciones, y varios estudiantes de mesas cercanas seguían volteando para mirarlo con admiración y curiosidad. Daphne, aunque sentada en la mesa de Slytherin entre Crabbe y Goyle, lanzaba miradas fugaces hacia ellos. Su expresión era serena, pero Mike había aprendido a leer las sutilezas en sus ojos verdes. Había una satisfacción allí, la tranquilidad de quien sabía que no todo debía decirse en voz alta para ser real. Sus propios compañeros de casa la ignoraban en su mayoría, pero ella parecía preferirlo así. Cuando los postres principales se desvanecieron con el usual destello dorado y aparecieron los dulces finales—chocolates que se movían solos, helados que cambiaban de sabor, y frutas cristalizadas que brillaban como gemas—las luces mágicas cambiaron a un tono dorado más suave. Era la señal tradicional de que el banquete estaba llegando a su fin. El profesor Dumbledore se puso de pie lentamente, sus túnicas azul medianoche ondeando suavemente a pesar de la ausencia de viento. El murmullo general cesó gradualmente, como olas que se retiran de la orilla. Incluso los fantasmas, que habían estado flotando entre las mesas contando historias a los estudiantes más jóvenes, se detuvieron para escuchar. —Mis queridos estudiantes —comenzó el director, con esa voz que lograba proyectarse por todo el Gran Comedor sin necesidad de levantarla, como si las propias piedras del castillo llevaran sus palabras—. Antes de despedirnos por el verano, deseo compartir unas palabras con todos ustedes. Hizo una pausa, sus ojos azules recorriendo cada mesa, cada rostro. Cuando habló de nuevo, su voz tenía esa calidad particular que aparecía cuando tocaba temas que consideraba verdaderamente importantes. —Este ha sido un año marcado por sombras. Por secretos antiguos que despertaron cuando preferíamos que siguieran dormidos. Por el miedo que se extendió como la niebla matutina, tocando cada rincón de nuestro castillo. —Su mirada se posó momentáneamente en la mesa de profesores, donde Gilderoy Lockhart había estado sentado durante la mayor parte del año—. Hemos aprendido que el peligro puede venir de donde menos lo esperamos, y que el valor se encuentra en los lugares más insospechados. Hubo un silencio tenso. Muchos sabían a qué se refería. Otros lo intuían. Los estudiantes de primer año parecían especialmente atentos, como si supieran que estaban escuchando algo importante que no comprendían completamente. —Entre nosotros se encuentran aquellos que, pese a su juventud, se enfrentaron a lo que muchos adultos no habrían osado mirar a los ojos. —Dumbledore hizo una breve pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran—. Hogwarts es más que sus muros de piedra y sus hechizos ancestrales. Es un lugar que vive y respira por quienes están dispuestos a defenderlo, incluso sin garantías de reconocimiento, incluso cuando el camino es incierto y peligroso. Mike sintió que su estómago se tensaba. Podía sentir las miradas de otros estudiantes volviéndose hacia él y Neville, aunque la mayoría trataba de ser discreto al respecto. —Existe una distinción en Hogwarts que no se otorga cada año. De hecho, ha permanecido sin conceder durante más de una década. —Dumbledore extendió un pergamino enrollado con cintas doradas—. El Premio por Servicios Especiales a Hogwarts se reserva para aquellos actos de valor y sacrificio que van más allá del deber de un estudiante. Para aquellos que arriesgan todo no por gloria o reconocimiento, sino porque es lo correcto. El Gran Comedor estaba ahora en completo silencio. Incluso los retratos en las paredes habían dejado de moverse. —Este año, este premio será otorgado a dos estudiantes de segundo curso. Jóvenes que demostraron que la edad no determina el coraje, y que a veces las decisiones más importantes las toman quienes menos se espera que las tomen. Mike intercambió una mirada rápida con Neville, quien había palidecido visiblemente. —Por su valor excepcional, su iniciativa ante el peligro, y su sacrificio al proteger a sus compañeros y preservar la seguridad de esta escuela... —Dumbledore desenrolló el pergamino—. El Premio por Servicios Especiales a Hogwarts será otorgado a Neville Longbottom y Harry Potter. El aplauso estalló como un relámpago. No fue el aplauso educado y medido de las ceremonias escolares habituales, sino algo más profundo y genuino. Los estudiantes de Gryffindor se pusieron de pie inmediatamente, gritando y silbando. Los Hufflepuff se unieron con aplausos entusiastas, y incluso muchos Ravenclaw mostraron su aprobación con sonrisas y palmadas. En la mesa de Slytherin, las reacciones fueron más mixtas, pero incluso allí algunos estudiantes aplaudían con respeto evidente. Neville palideció aún más antes de sonreír con una timidez que contrastaba con la nueva confianza que había desarrollado. Mike simplemente se levantó lentamente, su rostro contenido pero sus ojos brillando con algo más profundo que la simple satisfacción. Ambos caminaron hasta la mesa de profesores, donde Dumbledore les entregó dos placas doradas con letras grabadas en relieve y el escudo de Hogwarts reluciente en el centro. —No todos los que reciben este premio lo entienden de inmediato —dijo Dumbledore en voz baja, lo suficiente para que solo ellos oyeran, mientras les entregaba las placas—. Pero ustedes sí. No por lo que han hecho... sino por cómo lo han hecho. Y especialmente, por por qué lo han hecho. Mike sostuvo la mirada del director. Había algo en esos ojos azules, una profundidad que sugería capas de significado que él aún no comprendía completamente. Por un momento, le pareció ver una sombra de tristeza, como si Dumbledore estuviera recordando otra ocasión en la que había entregado el mismo premio. Tom Riddle también había recibido esa misma distinción décadas atrás. Pero esta vez, el significado era diferente. Esta vez, el premio se otorgaba por proteger vida, no por ocultarla. —Recuerden siempre —murmuró Dumbledore, con una sonrisa que era a la vez orgullosa y melancólica—, que nuestras elecciones nos muestran quiénes somos realmente, mucho más que nuestras habilidades. Ustedes han elegido bien. Cuando regresaron a sus asientos, los vítores continuaron por varios minutos más. Incluso desde la mesa de Slytherin, algunos estudiantes aplaudían con respeto genuino. Otros mantenían expresiones neutrales, pero ninguno protestó abiertamente. Daphne, Mike notó, tenía una pequeña sonrisa en los labios mientras aplaudía con elegancia medida. El resto del banquete pasó en un ambiente más festivo de lo que había sido en meses. Las conversaciones fluían con mayor libertad, las risas sonaban más genuinas, y cuando finalmente Dumbledore dio por terminada la cena, los estudiantes se dispersaron hacia sus dormitorios con la energía nerviosa de quienes sabían que al día siguiente comenzarían las vacaciones de verano. Más tarde, mientras la música de los postres mágicos flotaba en el aire y el ambiente se relajaba, Mike sintió a Kael frotar suavemente su cabeza contra su cuello desde donde estaba posado en su silla. Era como un recordatorio de todo lo que había cambiado durante ese año escolar. Del niño nervioso que había llegado a Hogwarts al joven que ahora llevaba la responsabilidad de un fénix y el peso de secretos que preferían no discutir. Y de todo lo que aún estaba por venir. Porque mientras miraba la placa dorada en sus manos, Mike no pudo evitar preguntarse qué otros desafíos les esperaban. Dumbledore había hablado de elecciones, y él tenía la sensación de que las decisiones realmente importantes aún estaban por delante. Fin de la primer temporada.
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