Capítulo 5. Rivalidad entre clanes.
4 de julio de 2025, 22:29
Capítulo 5: Rivalidad entre clanes.
El camino descendía entre riscos y arbustos secos, dejando atrás el último tramo de bosque. Habían pasado un par de días desde que descansamos en el festival de pueblo de Viento Helado. Llevábamos varias horas caminando bajo un sol pálido, con el viento soplando en ráfagas desde el este. La región era más árida en los alrededores de la Meseta Añil; una tierra que parecía no recibir visitas con frecuencia.
—No hay senderos marcados —comentó Misty, mirando a su alrededor con recelo—. ¿Estás seguro de que es por aquí?
—Tan seguro como se puede estar con una ubicación enviada por el Profesor Oak que ni siquiera aparece en el mapa —respondí, revisando mi Poképhone.
El aparato mostraba una coordenada exacta, con una nota adjunta: "Zona restringida. Evitar difusión. Avistar grupo no registrado de Riolu en ecosistema de Kanto. Observación prioritaria."
—Dijo que era información sensible, solo para nosotros —añadí—. Aparentemente, los altos mandos de la Liga no quieren que se sepa ninguna información que involucre de alguna manera mewtwo o mew.
—Genial —bufó Misty—. Secretos gubernamentales y Pokémon salvajes. Lo que siempre soñé.
Pikachu iba a mi lado, alerta. Caminaba en silencio, pero su pelaje estaba ligeramente erizado. Notaba algo, y eso bastaba para que yo también tensara los músculos.
Brock levantó la mirada desde su cuaderno de campo. Había estado registrando la flora de la zona, pero ahora fruncía el ceño.
—Se siente raro. Como si nos estuvieran… vigilando.
Me detuve.
Y entonces lo escuchamos: un silbido cortante, como cuchillas rompiendo el aire. Desde ambos lados del paso rocoso, varias figuras saltaron en sincronía, rodeándonos en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Emboscada! —grité.
Los Pawniards cayeron como sombras vivas, rodeándonos en un semicírculo cerrado. Eran al menos una docena, con sus filos brillando a la luz. Silenciosos. Coordinados.
—¡Pikachu, Clones de Sombra! —ordené con reflejos automáticos.
El campo se llenó de duplicados. Los Pawniards no tardaron en atacar, pero los clones desviaron los primeros golpes. Misty liberó a Starmie, y Brock a Golbat y Onix, que emergieron con un rugido haciendo temblar la tierra.
En medio del caos, un grito agudo y más infantil nos hizo girar.
Un grupo de Riolus huía entre los riscos.
Iban liderados por un Lucario mayor, que llevaba en brazos a uno de los cachorros. Los Pawniards y algunos bisharps intentaron cortarlos, separarlos… y uno de ellos se adelantó con más velocidad que los demás.
Ese Pawniard era distinto. Ligeramente más pequeño. Más ágil.
Pero justo cuando un bisharp —más grande y más agresivo— levantó su cuchilla para atacar a un Riolu que tropezaba… el Pawniard más pequeño se interpuso.
El golpe lo cortó en el costado. Cayó, protegiendo con su cuerpo al pequeño.
—¿Acaba de… protegerlo? —murmuró Misty, sorprendida.
El Lucario anciano lo notó. Detuvo su marcha, sus ojos ardiendo con intensidad.
El Pawniard herido se tambaleó. Sangraba. Pero su mirada no tenía miedo. Se alzó con esfuerzo, enfrentando al otro —que ahora sabíamos era el líder de la emboscada—. Un Bisharp corpulento, con marcas de batalla en su armadura color roja.
Este lo miró con desprecio.
Y le lanzó una patada que lo envió rodando colina abajo, justo hacia nosotros.
Actué por instinto. Lo atrapé antes de que impactara con una roca, sintiendo su cuerpo metálico temblar de dolor.
—¡Pikachu, Cola de Hierro! ¡Cúbrelo! —ordené.
El campo volvió a estallar en destellos y ruido. Brock y Misty reforzaron la defensa mientras Golbat y Starmie empujaban a los enemigos fuera del paso. La línea se rompió. Los Lucario aprovecharon para huir, pero el anciano no se movió.
Me miró con calma, como si pudiera ver a través de mí.
—Ese Pawniard… ha elegido —dijo, su voz sonando en mi cabeza, como un eco interior.
—¿Tú…? ¿Puedes hablar?
—A través del aura. Mi especie rara vez lo hace. Pero tú… tú debes saber por qué estamos aquí.
Me arrodillé junto al Pawniard. Estaba herido, pero consciente. Y por alguna razón, no me temía.
—Tranquilo. No dejaremos que te pase nada —le dije en voz baja.
El Lucario se aproximó.
—Vendrá más peligro. Pero él ya no es uno de ellos. Y eso… cambia las cosas.
El grupo enemigo, al ver los refuerzos inesperados, decidieron retirarse por el momento.
/////////
—Sígueme —dijo el Lucario anciano con solemnidad, mirando al Pawniard herido que ahora yacía envuelto en una manta improvisada sobre mis brazos—. No es seguro quedarnos aquí.
Pikachu me seguía de cerca, todavía tenso. Misty y Brock asintieron en silencio. La emboscada había sido rápida, letal… y no sabíamos si los enemigos volverían pronto. Golbat sobrevolaba la zona con cautela, vigilando nuestros flancos.
El Lucario nos condujo por un sendero casi invisible entre los riscos. Apenas era una grieta entre dos paredes de roca, angosta pero lo suficiente para que pasáramos en fila india. Al cabo de unos minutos, el paso se abrió hacia una caverna amplia, donde el aire era más fresco y el eco de nuestros pasos resonaba con claridad.
—Es aquí —dijo el Lucario anciano.
Dentro, varios pares de ojos se alzaron al vernos. Lucarios adultos, seis en total, se pusieron inmediatamente en posición defensiva. Detrás de ellos, al menos una docena de Riolus, algunos apenas caminando, otros más vivaces pero visiblemente asustados, nos observaban con mezcla de curiosidad y recelo.
—Tranquilos —intervino el Lucario anciano, alzando una mano—. Son aliados. Y él ya no es uno de los nuestros.
Se refería al Pawniard, que gimió débilmente entre mis brazos. Una Lucario hembra se acercó y lo examinó con rapidez. Asintió con gravedad.
—Podemos estabilizarlo, pero necesitará descanso —dijo el anciano, transmitiendo sus pensamientos a través del aura.
Brock se arrodilló a su lado de inmediato, sacando su botiquín de viaje. Ayudó a vendar las heridas con precisión, guiado por la Lucario.
—¿Por qué los atacaron? —pregunté mientras me sentaba en una roca cercana, aún procesando todo—. ¿Qué hacen estos Bisharp y Pawniard en Kanto?
El anciano cerró los ojos un momento, como si eligiera con cuidado sus palabras.
—Llegaron desde tierras lejanas tras la tormenta de energía… Energía que fue liberaba por el choque de dos fuerzas de la naturaleza… dos leyendas. Muchas criaturas fueron atraídas por ello. Algunos, como nosotros, solo buscábamos un nuevo hogar. Otros… solo quieren dominar.
Hizo una pausa, luego miró al Pawniard, que aún reposaba inconsciente.
—Ellos son una manada. Una orden, como la llaman. Su estructura es rígida: el más fuerte manda, y el más débil obedece o es eliminado. Su líder, un Kingambit, no acepta la presencia de "invasores" en lo que considera ahora su territorio. Nos han emboscado antes. Esta no fue la primera vez. Pero sí la más cercana a nuestra guarida.
—Y este pequeño… no los obedeció —comentó Misty en voz baja.
—No —afirmó el Lucario anciano—. Tiene un corazón distinto. Sintió que el ataque a nuestras crías era deshonroso. Fue una traición, sí… pero una con propósito.
Me incliné hacia él.
—¿Y ahora qué?
—Ahora descansan. Ustedes también. Han hecho lo que muchos no se habrían atrevido en esa situación. Ayudar, otros hubieran huido. Y eso… merece nuestra gratitud.
Nos asignaron un rincón del refugio, con mantas de musgo y raíces secas. Brock ayudó a preparar una comida caliente con lo que traíamos. Misty, aunque aún incómoda con el ambiente tan hostil, sacó a Togepi para que los Riolus jugaran con él. Yo aproveché para hablar más con el Lucario anciano.
—¿Cómo es que puedes hablar con humanos?
—No lo hago como ustedes. Es el aura la que conecta pensamientos y emociones. Y tú… tienes un lazo con alguien que conocía bien esa conexión.
—Ash —susurré.
El Lucario asintió lentamente.
—Sus huellas aún permanecen en el mundo. Y tú… estás empezando a seguirlas.
Miré al Pawniard dormido. En ese instante, no parecía un guerrero. Solo un pequeño ser herido, valiente y confundido, que había hecho lo correcto… y había pagado el precio.
Me prometí que lo ayudaría a sanar. Y que entrenaría con él. Si íbamos a enfrentarnos de nuevo a esos Bisharp… necesitábamos estar listos.
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Pasaron dos días en el refugio, escondidos del sol, del viento… y del enemigo.
El lugar no era grande, pero estaba cuidadosamente organizado. Una serie de túneles se abría desde la cámara principal hacia otras más pequeñas: unas usadas como zonas de descanso, otras como almacenes de raíces, bayas y agua recolectada de una grieta que goteaba desde el techo. En una de las cámaras interiores, una fogata constante era mantenida viva con brasas cubiertas, usada para calentar piedras que servían como mantas térmicas improvisadas.
Los Lucario adultos se turnaban para vigilar la entrada del refugio, mientras los Riolus eran mantenidos lejos de los túneles de salida. Era evidente que el anciano Lucario había convertido ese sitio en un santuario temporal, una última defensa en medio de tierras inhóspitas.
Yo me encargaba de cuidar a Pawniard.
Sus heridas eran profundas, y aunque los cuidados de Brock y la ayuda de los Lucario lo habían estabilizado, aún tenía vendajes en el costado y dificultad para moverse. Aun así, cuando abrió los ojos por primera vez desde la emboscada, no lo hizo con miedo. Fue con la mirada fija, encendida, como si esperara estar rodeado de enemigos. Pero en vez de eso, encontró a Pikachu y a mí sentados junto a él.
—Tranquilo —le dije suavemente, ofreciéndole un trozo de baya Oran cortada—. Estás a salvo.
Pawniard dudó. Miró a Pikachu, luego a mí, luego bajó la mirada… y tomó la baya.
Desde ese momento, empezó a seguirme con los ojos. En silencio, sin palabras, pero con la determinación tensa de un guerrero que ha perdido algo y no piensa volver a hacerlo.
El Lucario anciano lo observó desde un rincón.
—Ha despertado con fuego —comentó—. Eso puede ser bueno… o peligroso.
—¿Por qué nos defendió? —le pregunté.
El anciano se acercó y posó una garra sobre el pecho de Pawniard, justo sobre el vendaje.
—Porque en su interior, su hoja no es solo una arma. Es una promesa. Un código.
Pawniard no dijo nada, pero alzó la mirada, como confirmando aquellas palabras. Y entonces, con esfuerzo, trató de incorporarse.
—¡Espera! —me adelanté—. Aún estás herido.
Pero no me escuchó. O no quiso hacerlo. Trató de pararse, cayó de rodillas… y volvió a intentarlo.
Brock se acercó, preocupado.
—Su cuerpo necesita al menos una semana más de descanso. Si se fuerza ahora…
—No lo hará por orgullo solamente —interrumpió el Lucario anciano—. Lo hace porque siente que no merece quedarse quieto. Que no ha hecho lo suficiente. Que debe volver a afilar su voluntad.
—¿Y si se lastima más?
—Entonces sabrá hasta dónde llega su límite… y también qué tan lejos estás dispuesto tú a acompañarlo.
Miré a Pawniard, y algo se quebró en mi interior. No era mi Pokémon. No aún. Pero en su mirada había una pregunta muda. ¿Estás conmigo… o no?
—Está bien —dije—. Pero si vamos a entrenar… será a mi manera. Y con cuidado.
Pawniard asintió con un solo gesto firme. No habló, pero no hacía falta.
Esa noche, comenzamos con ejercicios simples. Balance. Movimiento de pies. Coordinación. Pawniard fallaba, caía, se tambaleaba… pero nunca se rendía. Y cada vez que se levantaba, su mirada brillaba un poco más.
—Es como entrenar con un espejo de voluntad —comentó Misty una vez, mientras lo veía desde la distancia, con Togepi dormido en su regazo.
—O con un martillo en forma de cuchilla —añadió Brock, con media sonrisa—. Pero sí. Tiene madera de luchador.
Y entonces, cuando el Lucario anciano me propuso enseñarle un movimiento nuevo, supe que ese era el siguiente paso.
—Cuchillada Nocturna —dijo el Lucario, con tono solemne—. Una técnica basada en la intención. El filo de la sorpresa. El golpe del que no teme las sombras… porque las ha hecho suyas.
Pawniard se arrodilló al escuchar el nombre. No por miedo. Por respeto.
—¿Estás listo para aprender? —le pregunté.
Y él, por primera vez desde que despertó, pronuncio una palabra. Su voz era rasposa, metálica… apenas un susurro y aunque no hablara mi mismo idioma, no hacía falta ser un genio para saber que estaba mas que listo para el desafío.
///////
Los días pasaban lentamente en el refugio. Pawniard había comenzado a moverse con más agilidad, aunque no sin dolor. Sus heridas aún no se habían curado por completo, pero su determinación era inquebrantable. Cuando se trataba de entrenar, su actitud era feroz, impulsada por algo más profundo que solo el deseo de mejorar: era una cuestión de honor.
Con el tiempo, el Lucario anciano comenzó a enseñarle como controlar su energía para realizar Cuchillada Nocturna. A Pawniard le costó al principio, como se esperaba, pero cada vez que fallaba, su mirada era más ardiente. El código de justicia que él seguía le decía que solo podía avanzar si se superaba a sí mismo.
Brock y Misty seguían en sus propios entrenamientos, y yo me tomaba un tiempo para observarlos. Era extraño, porque aunque no me había unido formalmente a su equipo, la conexión crecía entre nosotros. Los Lucario, por su parte, parecían aceptar que nuestro pequeño refugio se había convertido en un lugar para sanar, pero no solo físicamente. Cada uno de nosotros estaba forjando algo dentro.
Fue durante el quinto día que la calma se rompió. Pikachu, como siempre, fue el primero en percatarse del peligro. Su cola se erizó y se adelantó, buscando algo en la brisa.
—¿Qué pasa, Pikachu? —pregunté, dándole una palmada en la cabeza.
El sonido llegó antes de que pudiéramos prepararnos: un rugido lejano, seguido de gritos distantes, como el choque de aceros. Algo se movía por los riscos.
—¡Pawniard, prepárate! —le grité, tomando su Pokébola, pero él ya estaba en pie, esperando.
El Lucario anciano también se puso en alerta, observando al horizonte con sus ojos penetrantes. No era necesario hablar. Todos entendimos. Había llegado el momento.
Desde las sombras, surgieron figuras. A medida que se acercaban, su silueta se hizo más clara. No era un solo grupo. Eran varios Pawniard, seguidos de un Bisharp imponente, con su armadura raída y sus ojos fríos como hielo.
Este no era un ataque improvisado como el anterior: era una venganza.
—¡Pikachu, usa Rayo! —ordené, sabiendo que debía dividir fuerzas. Mientras Pikachu corría a enfrentarse a algunos de los Pawniard más pequeños que se acercaban, me enfoqué en el líder: el Bisharp.
Pawniard, con sus fuerzas aún mermadas, se adelantó al ver al Bisharp que lo había herido. El odio y la determinación brillaban en sus ojos. No iba a rendirse.
—¡Pawniard, no! —grité, viendo cómo se lanzaba nuevamente a la batalla. Pero no podía detenerlo, no después de lo que había aprendido sobre su código de honor.
Bisharp, con su mirada fría, atacó nuevamente, esta vez con más fuerza. El corte de su cuchilla fue brutal, y Pawniard no tuvo tiempo de esquivarlo. Su cuerpo pequeño, aún herido, se desplomó al recibir el golpe. Estaba al borde de caer, pero su orgullo y su voluntad lo mantenían en pie.
Corrí hacia él, pero antes de que pudiera alcanzarlo, el Lucario anciano intervino. Con un grito de guerra, el Lucario le dio un golpe directo al Bisharp, empujándolo hacia atrás y ganando tiempo para que Pawniard se recuperara.
—¡Levántate, Pawniard! —le grité mientras trataba de mantenerme en pie.
Pawniard, con el rostro marcado por la batalla, miró hacia el Bisharp, y con un suspiro, se levantó de nuevo, esta vez con una determinación aún más feroz. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo, pero no había vuelta atrás.
El momento de la verdad había llegado. En el calor de la batalla, una nueva chispa de energía encendió el corazón de Pawniard. El poder de su voluntad se materializó en un destello de luz que lo rodeó. De repente, sus cuchillas brillaron más intensamente, y su cuerpo comenzó a transformarse.
Un rayo de energía iluminó el campo, y en un instante, Pawniard había cambiado, su cuerpo se hizo más grande, sus cuchillas crecieron. Me di cuenta que había evolucionado, ahora era un Bisharp.
El cambio no solo fue físico. El poder de Bisharp era inconfundible, y su presencia se hizo sentir en todo el campo. El nuevo Bisharp, más grande y más fuerte, se levantó con un rugido de guerra que resonó por todo el refugio. No era solo una evolución en términos de fuerza, sino también de espíritu. Había dejado atrás sus dudas y temores, abrazando por completo su código de honor.
Pero la victoria no estaba completa. Un grupo más de Pawniard y Bisharp seguía avanzando, lanzándose hacia nosotros con la misma ferocidad. Los Lucario, Misty, Brock y yo nos preparamos para lo que venía, mientras Bisharp, sin vacilar, se puso de pie una vez más.
—Ahora es el momento de demostrar que no se rinde —murmuré, viendo cómo su mirada se encontraba con la mía. Su confianza se había transformado en algo más, algo poderoso.
La batalla estalló en todo su esplendor. Misty, con su Starmie, usaba Pistola de Agua para empujar a los enemigos hacia atrás. Brock, con Onix y Golbat, mantenía a raya a los Pawniard más pequeños, sus ataques de Tierra Viva y aire afilado causando caos en las filas enemigas.
Por mi parte, me enfrentaba al Bisharp original, que ahora parecía una sombra del líder que había sido. Las luchas eran intensas, pero había algo que se notaba: el espíritu de lucha de Pawniard, ahora evolucionado, era el corazón del equipo.
Mientras los Lucario rodeaban a los otros Pawniard, la lucha parecía un torbellino de golpes y reflejos. El terreno temblaba con cada choque de acero. Y entonces, en el caos, se alzó un grito.
Bisharp, el líder de la emboscada, se había levantado nuevamente, mirando con odio a Bisharp, quien ahora estaba de pie frente a él.
Pero la diferencia era clara: mientras que Bisharp, el nuestro, estaba lleno de honor y determinación, el líder enemigo solo conocía la violencia.
Con un rugido, el líder enemigo se lanzó, y así, la batalla continuó. Ambos pokemon intercambiaban golpes, aunque al principio el impulso de poder que consiguió pawniard al evolucionar hacia que este mismo tuviera ventaja, aun resentía sus heridas de la pelea anterior y al intentar conectar otra cuchillada, nuestro joven bisharp no reacciono lo suficientemente rápido, cosa que su contrincante aprovecho para conectar un poderoso cabeza de hierra en el pecho, mandando a bisharp a volar.
Mike se puso en el trayectoria y atrapo el cuerpo maltrecho de su nuevo amigo.
-¿Estas bien? Puedes continuar bisharp- pregunto nuestro joven héroe mientras miraba las heridas del pokemon en sus brazos.
Bisharp aunque herido no se iba a dar por vencido tan fácil. Le lanzo una mirada al chico que lo había estado ayudando y asintió. Como si dijera que podía derrotar a su oponente.
Mike sonrio. Se dio cuenta del gran crecimiento que había tenido este pokemon que hace unos días conoció. No era solo su cuerpo se había fortalecido por el entrenamiento y su repentina evolución, sino su espíritu.
Ambos se incorparon de nuevo. Y la batalla se reanudo. Pawniard ahora convertido en bisharp no se detuvo. Mike ayudaba a bisharp con indicaciones sobre qué hacer. En ese instante, la batalla no era solo entre dos Bisharp, sino entre dos códigos, dos fuerzas que se desbordaban en una lucha imparable.
Con cada golpe, su confianza crecía, y su cuerpo, aunque exhausto, se mantenía firme. Finalmente, con un grito desafiante, logró derribar a Bisharp, quien cayó de rodillas ante su adversario.
Entonces Mike dijo con energía.
-¡Es nuestra oportunidad, usa cuchillada nocturna y acaba con esto!
Con un grito que mostro la determinación conjunta del pokemon y el entrenador, bisharp ejecutó la Cuchillada Nocturna con una precisión nunca antes vista, cortando el aire con tal fuerza que la oscuridad misma parecía envolver el filo de su hoja.
El ataque alcanzó al Bisharp enemigo en el costado, sorprendido por la fuerza del golpe, no pudo reaccionar a tiempo. El impacto tuvo una gran reacción ocasionando que el campo se llenara de polvo que impedia ver el resultado final del enfrentamiento, por un momento, todo pareció detenerse, hasta que la cortina de humo se despejo un poco y pudimos vislumbrar la silueta del bisharp enemigo derrotado en el suelo.
/////
El polvo de la batalla aún no se asentaba. Los últimos Bisharp enemigos y sus Pawniard caían derrotados o huían entre los riscos, desorganizados. La victoria era nuestra, pero el aire... no se sentía como un triunfo.
Pikachu regresó a mi lado, jadeando pero ileso. Misty acariciaba a su agotado Starmie, mientras Brock ayudaba a Onix a recostarse tras el esfuerzo. Bisharp, recién evolucionado, se mantenía en guardia, su mirada recorriendo el campo. Algo no estaba bien.
El Lucario anciano se detuvo de golpe.
—Esperen... —su voz sonó como un susurro de trueno en mi mente—. El verdadero líder... aún no ha aparecido.
Y entonces lo sentimos.
Una presencia pesada. Dominante. Aquel tipo de energía que hace que hasta los más valientes traguen saliva. Desde la cima del risco, emergió una figura más imponente que cualquier Bisharp. Su casco, ornamentado como un trono, brillaba con un tono más oscuro que el acero. Sus ojos rojos lo decían todo: poder, crueldad y control.
Un Kingambit.
A su paso, los restos de los Pawniard enemigos se arrastraban a sus pies, retrocediendo con miedo. Él era el verdadero titiritero, el que controlaba desde las sombras. Su mirada se posó directamente sobre Bisharp. Y luego... en mí.
—Es demasiado fuerte para que lo enfrenten juntos —advirtió el Lucario anciano—. No sin alguien que iguale su poder.
Lo supe antes de que dijera más.
—Charizard... —dije, sacando su Pokébola.
Pikachu me miró con preocupación. Yo también dudé un segundo. Charizard no obedecía. Pero no había opción.
—¡Adelante!
La explosión de fuego y alas rasgó el cielo. Charizard rugió con fuerza, mirando a su alrededor con arrogancia. Apenas me lanzó una mirada.
—Charizard, este es tu enemigo. ¡Empieza con Lanzallamas!
Charizard bufó... y no se movió.
Kingambit no esperó.
Con una velocidad brutal para su tamaño, descendió como un cometa negro, lanzando un corte directo. Charizard apenas esquivó por reflejo, sorprendido. El segundo golpe lo atrapó en el torso. El rugido de dolor fue como un trueno.
—¡Charizard! —grité, corriendo hacia él. Estaba arrodillado, con una rodilla en tierra, furioso y herido.
—Si sigues así, te va a matar —le dije, mirándolo a los ojos—. ¡Este no es un enemigo que puedas vencer solo, por más fuerte que seas!
Él me gruñó. Se notaba el orgullo, pero también el reconocimiento del peligro. Lo entendí en su mirada. Estaba probando su fuerza, sí... pero ahora comprendía que no bastaba.
—Si quieres ser el más fuerte, debes aprender a pelear en equipo —le dije, con voz firme—. No te estoy dando órdenes. Te estoy pidiendo que pelees a mi lado.
El silencio duró un segundo eterno. Luego, Charizard rugió al cielo... y me miró con un fuego distinto. No el del desafío, sino el del compromiso.
—Bien —sonreí, y me giré—. ¡Bisharp! ¡Charizard! ¡Ataquen juntos!
Kingambit rugió, preparado para la embestida.
Bisharp fue el primero en moverse, deslizándose por el suelo con una Cuchillada Nocturna, desviando la espada de Kingambit. En el mismo instante, Charizard se elevó y descendió con lo que parecía un mega puño, golpeando el hombro del enemigo con un impacto que retumbó por el valle.
Kingambit respondió con un brutal cabezazo, enviando a Bisharp contra una roca. Se levantó de inmediato, tambaleante, pero listo para continuar.
-Mierda, pronuncio Mike mientras veía el brutal ataque que recibió su amigo, inmediamente le dijo a Charizard que usara lanzallamas para darle un tiempo a bisharp de recomponerse.
Charizard rugió en su defensa y lanzó un Lanzallamas directo al rostro de Kingambit, que lo desvió parcialmente con su hoja.
—¡Charizard, vuela alto y prepárate con giro fuego! ¡Bisharp, usa Tajo Umbrío desde abajo! Evita que esquive el ataque de Charizard
Los dos Pokémon respondieron con precisión. Bisharp se deslizó por detrás de Kingambit, cortando sus piernas con un tajo preciso. Lo cual hizo arrodillarse al gran pokemon y le impidió moverse por unos instantes. Charizard, desde el cielo, descendió en picada, envuelto en fuego.
—¡Ahora! —grité— ¡usa movimiento sismico!
Esta combinación de movimiento sismico y rueda de fuego no era original mia, ash ya la había usado antes en el anime.
Charizard sujeto con fuerza al kingambit y en un acto que demostraba cuando fuerte era, levanto y giro por los aires al gran pokemon para después arrojarlo desde el cielo en una estela brillante de fuego que asemejaba a un meteorito cayendo al suelo.
La explosión fue brutal. Fuego, acero y rocas chocaron en un solo instante. Kingambit impacto contra la dura roca que era el suelo.
Y no se volvió a levantar.
Un estruendo sordo marcó el final.
El silencio se apoderó del campo. Solo el viento entre los riscos susurraba ahora.
Bisharp y Charizard permanecieron de pie, espalda con espalda, jadeando. Me acerqué a ellos, con el corazón acelerado.
—Lo lograron... —murmuré—. Lo logramos.
Charizard me miró, y por primera vez... no hubo desprecio. Solo una mirada seria, como la de un compañero que reconoce a su igual.
—Gracias —le dije.
Él asintió... apenas. Para justo después festejar lanzando una gran llama hacia el cielo, como si dijera. Soy el más fuerte. Puede que el semidragón siga siendo igual de orgulloso pero nos había salvado y trabajado en equipo, eso bastaba por ahora.
Habíamos vencido a un rey. Y en ese momento, en medio del polvo y la roca, supe que habíamos ganado algo más importante: respeto.
/////
El campo de batalla quedó en silencio. Donde antes resonaban los choques metálicos y rugidos, solo quedaban rastros de la lucha: cuerpos exhaustos, marcas en la tierra, y un cielo teñido por el humo disipándose lentamente.
Kingambit ya habiendo recuperado el conocimiento, yacía de rodillas, su casco agrietado, su espada clavada en el suelo. A su alrededor, los demás Pawniard y Bisharp derrotados estaban inconscientes o demasiado débiles para seguir peleando. Muchos de ellos habían sido testigos de cómo su líder caía ante un Bisharp que una vez fue uno de los suyos, y de cómo ese Bisharp logro ponerlo de rodillas.
Bisharp —el nuestro— caminó con paso firme, implacable. Su armadura estaba mellada, y de uno de sus hombros aún caía una línea de sangre seca, pero su mirada ardía con justicia.
Se detuvo frente a Kingambit, que bajó la cabeza. Un gesto de rendición, sí, pero también de aceptación. Ya no era el rey.
Fue entonces cuando lo decidí. Había venido en busca de un riolu pero parece que el destino tenia un camino diferente para mi.
Saqué una Poké Ball vacía del cinturón, miré a Bisharp y se la mostré. No dije nada.
Él tampoco.
Pero asintió. No hacían falta mas palabras para entender que el tiempo que habíamos estado en ese refugio y los combates que sucedieron nos habían unido como entrenador y pokemon.
Toqué su hombro con la esfera, y un haz de luz roja lo envolvió. Un instante después, la Poké Ball vibró una sola vez… y se selló con un clic definitivo.
—Bienvenido al equipo, Bisharp —susurré.
Los Lucario se acercaron en silencio desde el campo de batalla. Habían peleado junto a nosotros, hombro con hombro, su aura entrelazada con la nuestra. Habían visto cómo dábamos todo, cómo luchábamos por ellos.
El Lucario anciano se abrió paso entre sus camaradas. Su andar era lento, digno. Se detuvo frente a nosotros, su mirada llena de un respeto profundo.
—Han traído equilibrio —dijo, su voz resonando en nuestras mentes—. No solo por su fuerza… sino por su causa.
Uno a uno, los Lucario alzaron sus patas derechas al pecho. No era sumisión. Era reconocimiento. Una reverencia de guerrero a guerrero. Yo incliné la cabeza, y Brock y Misty me imitaron en silencio.
Charizard estaba detrás, con las alas semiabiertas. Aún bufaba por la batalla, pero no se quejaba. No me miraba con desprecio. Solo con una llama apagada en sus ojos… que quizás algún día se encendería del todo.
—Creo que es momento de irnos —dije, mirando el horizonte.
—Un camino lleno de retos los espera —declaró el Lucario anciano—. Pero recuerden: la fuerza verdadera no es vencer al enemigo. Es vencerse a uno mismo.
Agradecimos las sabias palabras y nos despidemos de la manada de pokemon que nos acogieron durante los últimos días. Nos dimos la vuelta y comenzamos el descenso de la montaña. Pikachu sobre mi hombro, Charizard volando en círculos lentos por encima, y la Poké Ball de Bisharp bien sujeta en mi cinturón.
Misty miró hacia atrás una última vez.
—¿Crees que los otros Bisharp y Pawniard…?
—Ya no siguen a un tirano —respondió Brock—. Con suerte, encontrarán su propio camino.
Los últimos rayos del sol teñían el cielo de rojo y oro cuando cruzamos el umbral que marcaba el regreso a la civilización. El silencio del refugio y el bosque quedó atrás.
Delante de nosotros, la ruta hacia la Meseta Añil.
Y la promesa de un desafío mucho más grande.
—Es hora de prepararnos —dije—. La Liga Añil nos espera.
Esta historia continuará…….