ID de la obra: 342

El Legado del Elegido

Het
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planificada Mini, escritos 153 páginas, 16 capítulos
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Capítulo 13. Un nuevo rumbo.

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Capítulo 13: Un nuevo rumbo. El sol aún no se alzaba del todo en el horizonte cuando el ferry avanzaba sereno sobre el mar azul profundo rumbo al Archipiélago Naranja. El viento salado soplaba con suavidad, meciendo las olas y agitando ligeramente la chaqueta de Mike, que se encontraba en la cubierta, solo, acompañado únicamente por Pikachu a su lado. Apoyado en la barandilla metálica, Mike observaba en silencio la inmensidad del océano. La brisa marina traía consigo una tranquilidad extraña, distinta a la que había sentido tras sus batallas en la Liga Añil. Su gorra —una nueva, inspirada en la de Ash pero con el símbolo de Silph Co.— apenas se movía gracias al ajuste firme. Pikachu, sentado cerca de sus pies, lo miraba de reojo con las orejas relajadas, como sintiendo que algo lo inquietaba. —Hace semanas que no tengo ningún sueño... —dijo Mike en voz baja, más para sí mismo que para su compañero eléctrico. Desde que Mewtwo lo eligió como puente entre su mundo y el legado de Ash, había vivido cosas que apenas podía procesar: la fama repentina, los combates intensos, la despedida de la Liga, y sobre todo, la conexión psíquica que lo unía de algún modo a Ash. Pero en los últimos días, todo se había silenciado. Ninguna visión, ninguna sensación extraña. Como si aquella parte de su vida hubiera sido suspendida. —¿Será que... ya no necesito seguir viendo su pasado? ¿O que él ya no me necesita para seguir adelante? —reflexionó. Pikachu lo observó y, con un leve quejido, se frotó contra su pierna. Mike sonrió levemente y se agachó para acariciarle la cabeza con cariño. —Gracias, amigo... Pase lo que pase, vamos juntos. El barco soltó un silbido largo que anunciaba su próxima parada en el puerto de una de las islas principales del archipiélago. La tranquilidad fue interrumpida por pasos rápidos detrás de él. —¡Mike! ¡Ahí estás! —La voz inconfundible de Misty rompió el aire matinal, seguida por la más calmada de Brock. Mike se giró y sonrió de lado. —Vaya, ya era hora. Pensé que se habían perdido en el barco. —¿Nosotros? Jamás —dijo Misty con una sonrisa confiada—. Aunque Brock intentó detenerse a ligar con una de las meseras... —Era una revisión culinaria legítima —replicó Brock con total seriedad, aunque su tono lo delataba. Los tres rieron, y por un momento, el peso en el pecho de Mike pareció aligerarse. ///// El muelle de Isla Valencia vibraba con vida propia. Entre el canto de las gaviotas, los gritos de los vendedores ambulantes y el ir y venir de entrenadores con sus Pokémon, Mike sentía que estaba en un mundo completamente distinto al de Kanto. Más cálido, más caótico… y más vivo. Caminaba junto a Misty y Brock por la avenida principal del puerto, donde los puestos exhibían desde pokélimentos exóticos hasta collares con colmillos de Sharpedo tallados. —Este lugar tiene un ambiente totalmente diferente —comentó Brock, observando cómo un comerciante ofrecía cocos llenos de jugo a entrenadores sedientos. —Me gusta —añadió Misty, sonriendo—. El clima, el color, el mar… Es como si todo el mundo se moviera al ritmo de las olas. Mike, en cambio, guardaba silencio. Aunque intentaba concentrarse en lo nuevo, una sensación familiar lo inquietaba. No era miedo, sino la ausencia de algo que había llegado a formar parte de él en las últimas semanas. —¿Estás bien? —preguntó Misty, mirándolo de reojo. Mike se detuvo un instante y miró al horizonte. El mar se extendía inmenso y profundo. Cerró los ojos. —Hace semanas que no tengo sueños… Ni uno solo. —Hablaba más para sí que para ellos—. Antes eran tan frecuentes que sentía que alguien me los enviaba. Ahora… nada. Brock se detuvo también. —Tal vez sea una señal de que necesitas buscar las respuestas de otra forma. En persona. Mike no respondió. Un grupo de entrenadores que pasaban junto a ellos atrajo su atención. Caminaban rápido, nerviosos, hablando en voz baja, pero una frase bastó para hacer que Mike se girara: —…te digo que eran Lapras. Una manada. Nadaban como si escaparan de algo. —¿Lapras? —Misty frunció el ceño. Se acercó al grupo—. ¿Qué dijeron sobre Lapras? Los entrenadores, sorprendidos, dudaron por un segundo. Luego uno de ellos, un joven moreno con ropa de viajero, asintió. —Los vimos hace un par de días. Nadaban cerca de una bahía al norte de aquí, pero iban heridos. Como si los hubieran atacado. —¿Entrenadores? ¿Cazadores? —preguntó Brock, serio. —No lo sabemos. Un pescador nos dijo que esa bahía solía ser una ruta común para los Lapras. Pero últimamente no se ven tantos. Solo ese grupo, y parecía que huían. Mike sintió que algo se encendía dentro de él. No sabía por qué, pero una urgencia lo empujaba a actuar. Un deseo de intervenir cuando otros daban la espalda. —¿Pueden decirnos cómo llegar a esa bahía? El chico asintió y les dio instrucciones claras: un sendero al noroeste, siguiendo la línea costera, entre colinas y palmeras. Un lugar solitario, casi olvidado. —Gracias —respondió Mike—. Vamos. Misty y Brock intercambiaron una mirada, y luego lo siguieron sin preguntar. Sabían que Mike no hablaba a la ligera cuando decidía actuar. Mientras se alejaban del bullicio del muelle, una anciana vendedora de collares los miró pasar. —Van a buscar a los Lapras, ¿verdad? —preguntó, con voz rasposa. Mike se detuvo. —¿También los vio? —No últimamente, pero antes venían a cantar cada atardecer. Una manada entera. Ahora… todo está en silencio. Cuando el mar calla, es que algo anda mal. Las palabras quedaron flotando en el aire, como una advertencia melancólica. Mike asintió, sin decir nada, y siguió adelante. El camino hacia la bahía comenzaba. Y con él, algo que cambiaría el rumbo de su viaje para siempre. ////// El sendero hacia la bahía era menos transitado, cubierto por raíces y hojas húmedas. Las palmeras dejaban filtrar la luz en parpadeos irregulares, como si el propio bosque dudara en revelar lo que ocultaba. Mike caminaba al frente, con Pikachu en su hombro, mientras Brock analizaba huellas frescas y Misty vigilaba el cielo. —Según la dirección de estas marcas —comentó Brock, agachado junto a la tierra removida—, alguien más vino por aquí hace poco. Varios, de hecho… y con botas pesadas. —¿Entrenadores? —preguntó Misty. —Cazadores, tal vez. Si trajeran Pokémon, podrían haber arrastrado o acorralado a los Lapras. Mike frunció el ceño. Aceleró el paso. La vegetación comenzó a abrirse y, tras una última curva, el grupo emergió en un acantilado bajo que dominaba una pequeña bahía. La vista era hermosa: el mar rompía suavemente en la arena, y una lengua de agua turquesa se adentraba entre formaciones rocosas, como si protegiera un santuario natural. Y entonces lo vieron. A pocos metros de la orilla, un joven Lapras yacía semihundido en el agua, jadeando con dificultad. Tenía una herida en el costado, probablemente causada por una red o un arpón. Su mirada reflejaba confusión, dolor… y miedo. —¡Lapras! —exclamó Misty, corriendo hacia la playa. Mike fue tras ella. El Pokémon alzó la cabeza, apenas, con un gemido débil. Retrocedió instintivamente, como si temiera que vinieran a atraparlo también. —Tranquilo —susurró Mike, levantando las manos con calma—. No vamos a hacerte daño. Pikachu bajó de su hombro y se acercó al agua lentamente, emitiendo un suave “pikaaa…” en tono apaciguador. Lapras parpadeó. No intentó huir. Brock llegó a su lado y abrió su mochila con rapidez. —Necesitamos limpiar esa herida. Misty, tráeme agua dulce. Mike, ayúdame a estabilizarlo. Mientras trabajaban, el joven Lapras no se resistía, aunque temblaba ligeramente. Parecía comprender que lo estaban ayudando. Mike se arrodilló junto a él, acariciando su cuello con cuidado. —¿Qué te hicieron…? Entonces, entre los árboles detrás de ellos, un crujido seco. Todos se giraron. Mike se levantó de un salto. Entre los arbustos, dos hombres vestidos con ropas oscuras y redes eléctricas observaban desde las sombras. Uno de ellos maldijo en voz baja. —Nos encontraron antes de tiempo… —¿Quiénes son? —preguntó Misty, poniéndose delante de Lapras. —Entrenadores entrometidos —espetó uno, sacando una Poké Ball—. Apártense. Ese Lapras es nuestro. Mike se colocó entre ellos, sin dudar. —¿Usan redes para atrapar a un Pokémon indefenso? No son entrenadores. Son cobardes. El cazador lanzó su Poké Ball con fuerza. —¡Ve, Raticate! Una figura marrón y ágil emergió en la playa. Mostraba los colmillos y bufaba. Mike no dudó. —¡Pikachu, en guardia! El aire se tensó. Brock ya tenía otra Poké Ball lista, mientras Misty protegía a Lapras. —¡Usa Atactrueno! —ordenó Mike. Pikachu saltó y lanzó una ráfaga de electricidad que obligó a Raticate a retroceder, paralizado. —¡Este no es su territorio! —gritó Mike—. ¡Lárguense antes de que llamemos a las autoridades! Los cazadores dudaron por un momento… y luego silbaron. Desde atrás, un Drowzee apareció y lanzó una onda hipnótica hacia el grupo, pero Snorunt, que ya estaba fuera, respondió con una helada ráfaga de Viento Hielo que desvió el ataque. —¡Eso es, Snorunt! Brock lanzó su Geodude y Misty llamó a Staryu. Viendo que estaban en desventaja, los cazadores murmuraron una maldición y huyeron entre los árboles. —¡Malditos cobardes! —gritó Misty. Mike observó cómo se perdían entre la vegetación. Luego, giró hacia Lapras. El Pokémon lo miraba fijamente, con los ojos más tranquilos. Un vínculo se estaba formando. No por una batalla… sino por haberlo protegido. Mike extendió la mano, mojada, hacia su frente. —Estás a salvo ahora. Lapras, con un leve gemido, cerró los ojos y apoyó su cabeza contra su pecho. Era solo el principio. //////// El joven Lapras yacía malherido a la orilla de la playa, jadeando con dificultad. Brock y Mike improvisaron una camilla usando una lona resistente que Mike llevaba en su mochila de campaña, reforzándola con ramas gruesas que cortaron de los árboles cercanos. Incluso con todo su esfuerzo, mover al Pokémon resultó una tarea brutal. —Este tipo pesa como una moto acuática cargada —bufó Brock, sudando a mares mientras sostenía un extremo. —Y eso que es joven —gruñó Mike, apretando los dientes. El esfuerzo lo estaba dejando agotado, pero no podía rendirse. Cada paso que daban sobre la arena y el sendero rocoso se sentía eterno. Tardaron más de una hora en recorrer los pocos kilómetros hasta el pequeño asentamiento donde estaba el único Centro Pokémon de la isla. Cuando finalmente cruzaron el umbral, ambos estaban cubiertos de sudor, polvo y raspaduras. Una enfermera los recibió con la urgencia de quien ya ha visto cosas similares antes. —¿Qué pasó? —preguntó, con Chansey ya movilizándose. —Cazadores —respondió Brock sin rodeos—. Le dieron con una red eléctrica. La señorita frunció el ceño y asintió en silencio. Con ayuda de un sistema de grúa mecánica instalado en el Centro, lograron subir a Lapras a una camilla reforzada. En cuanto el Pokémon fue llevado dentro, Joy activó los protocolos de emergencia médica para especies marinas. Mike se apoyó en una pared, respirando hondo. —Esto no tiene sentido. ¿Cómo pueden operar cazadores en territorio de la Liga sin consecuencias? —Porque esto no es territorio de la Liga —intervino Brock—. El Archipiélago Naranja tiene su propia jurisdicción. Técnicamente, es una región autónoma. Solo algunas islas tienen presencia policial o administrativa constante… y esta no es una de ellas. —¿Entonces están solos? —En muchos casos, sí. Hay rutas completamente sin vigilancia. Los cazadores lo saben, por eso se mueven aquí. Mike miró hacia la sala donde Lapras estaba siendo atendido. —Maldita sea. Horas después, otra enfermera se reunió con ellos en la sala de espera. —Va a sobrevivir. La herida eléctrica causó daño muscular, pero no fue profunda. Aun así… este Lapras está traumatizado. No responde al contacto humano. No ha emitido un solo canto desde que llegó. Y se niega a comer. Mike asintió sin decir palabra. —¿Puedo verlo? —preguntó al fin. —Puedes pasar, pero no esperes mucho. Está muy asustado. En la sala de observación, Lapras reposaba dentro de un pequeño estanque terapéutico adaptado para Pokémon acuáticos. Tenía electrodos monitoreando su frecuencia cardíaca, y varias vendas envolvían su cuerpo. Mike se sentó en silencio a un par de metros. No dijo nada. Solo observó. El Pokémon parpadeó lentamente, sin emitir sonido alguno. Mike se levantó y se dirigió a la puerta dejando solo al Lapras en su estanque, con el reflejo de la luna temblando en la superficie. En su mente no podria comprender como las personas podrían hacer daño a criaturas tan hermosas solo por conseguir algo mas de dinero. ///// En los días que siguieron, la rutina de Mike cambió. Cada mañana visitaba el Centro Pokémon para observar el estado de Lapras, quien aún se mantenía distante y en silencio. Aunque el Pokémon acuático no huía, tampoco mostraba señales claras de confianza. Las enfermeras aseguraban que su recuperación física avanzaba, pero el daño emocional tomaba otro tiempo. Mientras tanto, Mike no se quedaba quieto. En una de las playas cercanas, aprovechaba las primeras horas del día para entrenar con su equipo. Pikachu practicaba combinaciones de velocidad y precisión con sus ataques eléctricos, mientras Snorunt mejoraba su puntería con Vaho Gélido entre formaciones rocosas. Charizard surcaba los cielos con maniobras evasivas, y Bisharp pulía su coordinación con ejercicios tácticos en tierra firme. Tauros y Kingler, aunque no estaban presentes de momento, eran parte del plan de rotación que Mike había estructurado con ayuda de los análisis físicos que Silph Co. le enviaba con regularidad. Durante las tardes, Mike salía con Brock a patrullar discretamente por la costa norte de la isla. Habían encontrado huellas sospechosas y algunas señales de embarcaciones ilegales. El rastro de los cazadores furtivos que atacaron a Lapras aún no se había enfriado del todo. Brock, con su experiencia como explorador y criador, analizaba las marcas de neumáticos en la arena y restos de redes abandonadas. Aunque todavía no había enfrentamientos directos, sabían que seguían cerca. En momentos libres, Mike también cumplía con su papel como imagen de Silph Co. Activaba el dron portátil que la compañía le había entregado: un modelo esférico y ligero que lo seguía automáticamente, capturando imágenes y video de alta calidad. Con él, grababa segmentos cortos para una serie de publicaciones en redes de entrenadores: desde paisajes de las islas hasta breves batallas de práctica o comentarios sobre el estado de Lapras (sin revelar demasiado). —“Hoy entrenamos duro. Estas playas esconden desafíos, pero también belleza... y peligros que no deben ignorarse. El Torneo de las Islas Naranja se acerca, y no pienso quedarme atrás.” —decía en uno de los clips, mientras el dron capturaba su silueta de espaldas frente al mar al atardecer. Estos momentos no solo ayudaban a promover la competencia que se avecinaba, sino que también servían como bitácora personal. Aunque Mike no lo decía en voz alta, sabía que cada grabación era también una forma de hablarle a Ash, allá donde estuviera. /// Centro Médico Pokémon – Zona costera, anochecer En la sala de recuperación del centro, reinaba una calma casi absoluta. Solo se escuchaba el leve romper de las olas y unas notas suaves de guitarra, tocadas con torpeza, pero con intención sincera. Mike estaba sentado junto a una ventana abierta, con la brisa marina acariciando su rostro y el instrumento que había comprado días atrás apoyado en su pierna. Frente a él, en una pequeña piscina climatizada, descansaba Lapras. —Esto es de mi mundo —dijo en voz baja mientras rasgueaba las cuerdas con una progresión lenta—. Se llama Yesterday. Es algo triste… pero también esperanzador. Lapras, con la mirada fija en él, parpadeaba lentamente. Desde la primera vez que Mike se había atrevido a tocarle una canción, su comportamiento había cambiado sutilmente. Ya no lo ignoraba, ni se mostraba reacio. A veces, incluso parecía disfrutar del sonido. La puerta corrediza se abrió discretamente. Era la enfermera encargada del centro, una mujer de unos treinta años, con ojeras leves y el cabello recogido con prisa. Se acercó despacio, sin interrumpir. —No entiendo qué haces exactamente, pero es efectivo —dijo con una sonrisa cansada—. Lapras no ha cantado desde que llegó. Hasta que empezaste a tocarle. Mike dejó de tocar y giró la cabeza, algo sorprendido. —¿No canta? Yo siempre lo escucho cuando vengo a visitarlo. —No. No lo hace con nadie más, solo cuando tú estás aquí. No muy fuerte, pero emite sonidos… melódicos, armónicos. Anoche incluso despertó a uno de mis asistentes. Pensamos que estaba soñando. Mike miró a Lapras con renovada sorpresa. El Pokémon lo observaba en silencio, tranquilo, sin miedo. La enfermera se cruzó de brazos. —No soy una experta entrenadora, pero sí sé reconocer un vínculo. Y si me preguntas, no hay nadie mejor para hacerse cargo de este Lapras. No solo lo ayudaste físicamente… lo hiciste sentir seguro. Eso es más importante que cualquier otra cosa. Mike asintió en silencio. La conversación se quedó flotando entre ambos, mientras Lapras giraba levemente la cabeza hacia el mar visible desde la ventana. La enfermera se inclinó un poco. —Deberías llevarlo contigo. Aquí ya hizo lo que podía… y tú también. Pero el resto, eso que necesita para sanar de verdad, no lo va a encontrar entre paredes. Mike guardó silencio unos segundos más. Luego se levantó, metió la guitarra a su nueva mochila, y sacó una Ultraball nueva de su cinturón. Desde que firmó el contrato con Silph Co., todas sus Poké Balls habían sido reemplazadas por modelos de tecnología avanzada: sensores internos, bloqueo mejorado, y una estética pulida con tonos oscuros metálicos. También cambiaron las pokeball de sus pokemon: Charizard, Snorunt, Bisharp ahora descansaban en los nuevos modelos de ultraballs en su cinturón. Tauros y Kingler habían sido transferidos de vuelta al laboratorio del Profesor Oak hacía días por motivos de investigación. Se acercó a Lapras con calma. —No soy perfecto —dijo mientras mostraba la Ultraball—. A veces fallo, me frustro… me pierdo en mis propios pensamientos. Pero si decides venir conmigo, te prometo que no volverás a estar solo. Ni hoy, ni mañana. Lapras no se movió de inmediato. Luego, como reconociendo una promesa silenciosa, se impulsó ligeramente hacia él con su poderosa aleta, dejando caer una gota del agua sobre el suelo de madera. Mike se arrodilló lentamente. —¿Listo? El Pokémon inclinó el cuello y acercó su cuerno a la Ultraball. Un destello rojo. La Ultraball vibró dos veces, y luego quedó inmóvil en la mano de Mike. El joven la observó por unos segundos antes de guardarla cuidadosamente en su cinturón, donde ahora brillaba como un nuevo capítulo. —Bienvenido al equipo, Lapras. //// El tiempo comenzó a fluir distinto tras la llegada de Lapras. Se sucedían pequeñas escenas, casi como fragmentos de un diario íntimo. Mike, sentado en la cubierta de un ferry detenido en la costa, rasgueaba su guitarra acústica. Las notas suaves se mezclaban con la brisa marina, y, a veces, un murmullo sutil emergía desde el agua: el eco distante del canto de Lapras, que se acercaba por voluntad propia, como si respondiera a cada melodía. Durante el día, el grupo se mantenía activo. En playas apartadas, Mike entrenaba con Snorunt y Bisharp sobre formaciones rocosas que sobresalían del agua como islas diminutas. Los combates eran exigentes, diseñados para afinar reflejos y mejorar la sincronización entre los Pokémon. Pikachu observaba desde una roca, atento a cada movimiento, con la cola moviéndose rítmicamente. Mientras tanto, un pequeño dron de Silph Co. sobrevolaba el lugar, grabando todo con precisión milimétrica para un documental que promocionaría el Torneo de las Islas Naranja… y también el viaje de Mike. Por las noches, mientras la brisa traía olor a sal y el murmullo del mar arrullaba al campamento, Mike editaba videos desde su Poképhone. Las imágenes eran variadas: combates amistosos, paisajes impresionantes, reflexiones grabadas en voz baja. A pesar de ser parte del contrato de patrocinio, el contenido tenía un tono honesto. Mostraba su aventura como realmente era: dura, fascinante, impredecible. Brock no se quedaba atrás. Con ayuda de un escáner portátil, recorría zonas costeras en busca de rastros. A veces iba solo, otras veces acompañado por Mike. Buscaban cualquier pista que pudiera llevarlos a los cazadores furtivos que habían herido a Lapras. Aunque no habían vuelto a enfrentarlos, Mike marcaba en su mapa cada lugar donde encontraban indicios: redes abandonadas, huellas, restos de campamentos ilegales. En una de esas noches, mientras el fuego crepitaba bajo un cielo estrellado, Lapras se acercó por su cuenta al campamento. Sin necesidad de una orden, se detuvo junto al grupo y emitió un canto bajo y profundo, lleno de una extraña melancolía. Mike, sin decir nada, tomó su guitarra y tocó unos acordes suaves. Misty miraba las olas en silencio. Brock escribió unas líneas rápidas en su libreta, como temiendo olvidar ese instante. No se dijeron palabras. No hicieron falta. /////// Con Lapras oficialmente en el equipo, el grupo tomó una decisión importante: dejarían de depender del ferry y viajarían a través del mar, sobre el lomo del Pokémon marino. Las primeras prácticas fueron torpes pero llenas de entusiasmo. Lapras no avanzaba hasta que los tres estuvieran correctamente acomodados y el peso bien distribuido. Misty, naturalmente familiarizada con el agua, se adaptó con rapidez. Brock, aunque algo torpe al principio, encontró su equilibrio. Mike, por su parte, guiaba con calma, palabras suaves y, en ocasiones, una melodía que ayudaba a crear armonía entre ellos. Durante los días que pasaron en la zona costera mientras Lapras terminaba su recuperación, aprovecharon la calma. Mike entrenó con sus Pokémon, continuó con su documentación del viaje y afinó el vínculo con Lapras, quien, según la enfermera del centro médico, solo cantaba cuando él estaba presente. Esa fue la señal definitiva. Antes de la partida, visitaron el centro médico para despedirse. La enfermera —una mujer de porte firme y mirada cálida— les entregó una última recomendación: —No todos logran esto —dijo, señalando la Ultraball de Mike—. Cuídense… y cuiden de él. Mike asintió, con la guitarra colgada a la espalda. —Gracias por confiar en nosotros. Lapras ya esperaba en la orilla, su mirada reflejaba una decisión firme. El sol empezaba a descender cuando comenzaron a cargar el equipo. //////// En un risco lejano, ocultos entre la vegetación, tres figuras observaban con frustración. —¡Tsk! ¡Y se lo lleva como si nada! —gruñó James, apretando los binoculares. —Ese Lapras era perfecto para nuestro plan acuático... —murmuró Meowth, cruzando los brazos. —¡Silencio! —dijo Jessie, con los ojos brillando de ambición—. Ese entrenador no es cualquiera. Tiene recursos, tecnología… y ese Lapras no es común. Hay algo especial ahí. —¿Y si lo seguimos? —propuso Meowth—. Tal vez podamos atraparlo más adelante. Además, ese dron vale más que nuestro bote entero. —Nos mantendremos en las sombras —declaró Jessie con una sonrisa siniestra—. Esperaremos el momento adecuado... Desde la distancia, se alejaron en su pequeña balsa motorizada, armada con parches, una sombrilla rota y una antena oxidada que chirriaba con cada movimiento. Su silueta se desvaneció en el horizonte. //////// De regreso en la playa, Mike subió primero sobre el lomo de Lapras, luego ayudó a Misty, y finalmente Brock se unió a ellos, cargando con su equipo. El Pokémon avanzó con paso lento por la orilla antes de lanzarse al mar abierto. —¿Cuál es la siguiente parada? —preguntó Misty, con una sonrisa expectante. Mike miró hacia el horizonte. —Donde el mar nos lleve primero. El sol ascendía lentamente, tiñendo el cielo de naranjas y dorados mientras el grupo se alejaba, convertido ya no solo en un equipo, sino en un símbolo de lo que estaba por venir.
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