Capítulo 33: Cuna de Secretos, Muro de Fuego
6 de julio de 2025, 22:54
Grimmauld Place tenía un aire distinto desde el regreso de San Mungo.
No era solo la esperanza, ni el asombro todavía vibrando en cada rincón de la casa; era la forma en que Harry ya no caminaba, sino que flotaba cada vez que pasaba por el pasillo donde empezaban a armar la habitación de los bebés. Y cómo Draco, en lugar de bufar con sarcasmo, le sonreía sin poder evitarlo.
Habían transcurrido tres días desde la visita al hospital.
Tres días en los que Harry había leído todos los libros de magia prenatal que pudo encontrar.
Tres días en los que Draco, sin querer admitirlo, se tocaba el vientre por instinto, como si intentara memorizar los latidos que ya no eran solo suyos.
Y ese cuarto día, Narcissa llegó.
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—¿Estás seguro de que querés decírselo hoy? —preguntó Harry, ajustando una de las cortinas flotantes en la habitación de los bebés.
—Si espero más, voy a explotar —respondió Draco, revisando la cuna que Harry había armado la noche anterior con un hechizo imperfecto pero amoroso.
—No es sólo tu noticia —le recordó Harry con una sonrisa.
Draco lo miró y se acercó, bajando la voz.
—Ya no me siento solo, Harry. Ni por dentro ni por fuera. Y eso es por ti.
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Narcissa llegó puntual. Traía consigo una caja envuelta en terciopelo negro. Lucía distinta, más… liviana. Como si cada visita la volviera un poco más madre, y un poco menos Black.
Draco la recibió en la biblioteca. Harry los dejó solos unos minutos por cortesía, pero se mantuvo cerca.
—¿Por qué tanta formalidad? —preguntó Narcissa, con una leve sonrisa mientras se sentaban frente al fuego.
Draco la observó, meditando cada palabra.
—Estoy embarazado.
El silencio fue tan completo que hasta el fuego pareció detenerse.
—Dos bebés —añadió—. Gemelos. De tres meses y medio.
Narcissa no parpadeó. No se escandalizó. No gritó.
Simplemente se inclinó hacia delante y tomó la mano de su hijo.
—¿Estás feliz?
Draco asintió.
—Entonces no me importa lo que piense el mundo —dijo ella con voz firme.
—¿Ni siquiera por lo que representa un embarazo como este? ¿El apellido Malfoy…?
Narcissa apretó su mano.
—El apellido Malfoy no te dio nada a ti. Tu vida es tuya. Y de ellos ahora.
Le tendió la caja.
Dentro había dos diminutos ropajes de bebé, uno en verde esmeralda suave y otro en plateado gris. Hechos a mano.
—Los tejí yo misma.
Draco tragó saliva.
La abrazó.
Harry, desde la puerta, lo vio todo. No entró. Pero sus ojos brillaron con algo que no era magia.
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Esa noche, empezaron los rumores.
La primera carta anónima llegó al día siguiente, lanzada por la chimenea.
Un pergamino mal cortado. Un insulto mal escrito.
"Que el Elegido ensucie su sangre con un Malfoy es una desgracia.
Pero que engendre monstruos mágicos ya es otra cosa.
No permitiremos que eso se extienda.
—Vigilantes de la Sangre."
Harry quemó la carta sin pestañear.
Pero no fue la única.
El Callejón Diagon susurraba.
Las puertas del Ministerio zumbaban con preguntas.
Incluso la prensa insinuaba que “la magia ancestral podría haber sido alterada peligrosamente” con esa unión.
Draco no hablaba de eso.
Pero sus silencios eran más largos. Sus manos, más tensas sobre el abdomen.
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Harry no soportó más cuando un viejo conocido de Hogwarts —un ex Ravenclaw que trabajaba en el Departamento de Regulación Mágica— intentó advertirle en el Caldero Chorreante.
—Te lo digo por tu bien, Harry. Hay quienes están incómodos con lo que estás construyendo. Un embarazo masculino… con un Malfoy, además. Es demasiado. Te van a investigar.
Harry lo miró. Sin ira.
Con una calma tan gélida que el otro palideció.
—Si alguien toca a Draco… si alguien se atreve a pensar en tocar a mis hijos…
Voldemort va a parecer un niño caprichoso comparado con lo que yo haré.
Y con eso, se fue.
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Esa noche, Harry volvió a Grimmauld Place con una bolsa de libros flotando detrás y un ramo de flores nocturnas que brillaban tenuemente en la oscuridad.
Encontró a Draco en la habitación de los bebés, con una mano sobre su vientre, murmurando algo muy bajo. Como una canción, o un hechizo para espantar miedos.
Harry se arrodilló frente a él.
—Todo va a estar bien. Nadie te va a separar de mí. Nadie va a tocar a nuestros hijos.
—Lo sé —susurró Draco—. Porque tú ya me protegiste de todo lo demás.
Se besaron.
Y entre las sombras de una vieja casa que antes solo conocía la guerra, ahora se tejía un futuro.
Con cada manta.
Con cada palabra no dicha.
Con cada latido nuevo.