Capítulo 39: Luna de Miel, Revelaciones y Hormonas Explosivas
6 de julio de 2025, 23:04
Después de la boda y la oficialización ante el Ministerio, Harry tenía una última sorpresa: una luna de miel en una mansión mágica en el corazón de Provenza, Francia.
—¿Dónde estamos? —preguntó Draco mientras eran escoltados por el mayordomo elfo a través de un sendero lleno de rosas encantadas que flotaban en el aire.
—La Mansión Delune. Me la ofreció Fleur como regalo de bodas —respondió Harry, tomando su mano con suavidad.
La mansión parecía sacada de un cuento: tejados de pizarra, muros de piedra blanca cubiertos de hiedra encantada que olía a jazmín, y un lago privado detrás que brillaba con luz lunar mágica.
Primera noche: fuego, seda y promesas
Esa noche, los dos se encontraron desnudos bajo un dosel de encaje blanco. Las sábanas eran suaves como nubes, y el aire tenía perfume de lavanda y deseo.
—Harry… —susurró Draco, con una mano sobre su vientre apenas abultado—. Ahora ya no soy solo tuyo.
Harry le acarició la mejilla.
—eres más mío que nunca. Y yo, todo tuyo, Dragón.
Fue lento. Fuego líquido recorriendo sus cuerpos, besos suaves en el cuello, manos firmes deslizándose por la espalda. Harry se tomó su tiempo, adorando cada parte de Draco con devoción. Y Draco, entre suspiros, lo dejó todo en sus brazos: su cuerpo, su orgullo y su corazón.
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Dos días después: la revelación
Durante una visita a un sanador mágico local, Draco se recostó en una camilla flotante mientras Harry le sostenía la mano con emoción desbordante.
—Bueno, bueno… —dijo el sanador con una sonrisa—. Señor Malfoy-Potter, los dos están perfectos.
Gemelos. Y ambos… varones.
Draco resopló.
—Dos niños corriendo con la energía de Potter. Merlín nos ampare.
Harry lloró. Se arrodilló y besó el vientre de Draco, susurrando:
—Dos príncipes. Mis hijos. Nuestros hijos.
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Hormonas, caos y miedo
El día siguiente fue menos tierno.
Draco, en bata de seda, cruzó los brazos frente al ventanal.
—¿¡Por qué demonios están los girasoles torcidos!? ¡¿Acaso contrataste elfos con problemas visuales, Harry!?
Harry, que sólo había bajado por té, parpadeó.
—Ehm… yo… no sabía que los girasoles tenían orientación…
—¡Claro que la tienen! ¡Todo tiene orientación estética, Potter! —Draco giró, furioso, con los ojos como cuchillas de hielo.
Harry retrocedió dos pasos.
—Sí, claro. Están horribles. Los quemo ahora mismo.
—¡No los quemes, idiota! ¡Solo giralos! —gritó Draco, antes de derrumbarse en el sofá llorando—. ¡Estoy arruinado, parezco una ballena, y mis pies están hinchados como sapos!
Harry corrió a abrazarlo con cautela.
—Estás precioso, brillante y lleno de magia… y te juro que tus pies son… eh… adorables.
Draco sollozó contra su pecho.
—Te odio.
—Lo sé.
—Te amo.
—También lo sé.
—Y si vuelves a dejar la tapa del váter levantada, te crucio.
—Eso no lo sabía, pero ya no lo haré.
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Última noche en Francia
Esa noche, antes de regresar a Grimmauld Place, se recostaron en el muelle del lago, mirando las estrellas.
Draco acarició su vientre con delicadeza.
—¿Creés que serán como tú? Impulsivos, protectores, con el cerebro lleno de caos.
Harry sonrió.
—Espero que uno sea como tuy: frío por fuera, puro fuego por dentro. Y que el otro sea como ambos: una mezcla perfecta.
Draco entrecerró los ojos.
—Si son tan tercos como tú, voy a necesitar más pociones.
Harry lo besó en la frente.
—Te voy a cuidar, Dragón. Siempre.
Draco cerró los ojos, más en paz que nunca.
—Ya lo hacés, Harry. Ya lo hacés.