Capítulo 48: De Deberes y Diabluras.
6 de julio de 2025, 23:19
El reloj encantado del salón principal de Grimmauld Place marcaba las 06:42. En la cocina, Kreacher ya preparaba el desayuno, mientras los rayos de sol se filtraban por las ventanas recién abrillantadas. La casa, aunque reformada y ahora acogedora, seguía manteniendo cierto aire solemne.
Draco, vestido con su bata de alquimista, leía un pergamino enviado por el laboratorio independiente que dirigía. Sentado en la mesa con una taza de café, apenas notó que James y Scorpius se deslizaban como dos pequeños dragones bajo el mantel, susurrando planes que solo ellos entendían.
—No intenten transfigurar nada antes del desayuno —dijo Draco sin levantar la vista—. Y mucho menos a Kreacher.
—¿Cómo supo? —susurró Scorpius, asombrado.
—Es papá. Siempre lo sabe —respondió James, resignado.
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Mientras tanto, en el Ministerio...
En el corazón del Departamento de Seguridad Mágica, Harry Potter hojeaba informes con expresión concentrada. Sus gafas estaban ligeramente torcidas, como si se las hubiese puesto corriendo. Había salido temprano, con un beso para Draco y una advertencia firme para los gemelos: “Hoy, por favor, no hagan volar nada que no tenga alas.”
Pero Harry sabía que esa era una petición optimista.
—Potter —llamó su compañera, la auror Savage—. Llegaron informes sobre un grupo que ha estado intentando activar viejas maldiciones defensivas en propiedades ancestrales.
Harry frunció el ceño.
—¿Algo vinculado a magia de sangre o a símbolos oscuros?
—Posiblemente. Uno de los nombres que aparece es Rowle.
Harry asintió con gravedad. No podía permitirse bajar la guardia, pero aun así, una sonrisa escapó a sus labios al sacar un pequeño espejo comunicador del bolsillo. En él, aparecía una imagen encantada de Draco con los niños, tomada por Teddy la semana pasada.
Volvió a enfocarse en el informe, pero su mente volaba por momentos a Grimmauld Place.
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En casa: Una mañana... explosiva
—Listos —murmuró James. Tenía una sonrisa sospechosamente idéntica a la de Fred y George cuando eran niños.
—¡A la cuenta de tres! —respondió Scorpius, apuntando con su varita improvisada (una cuchara mágica que Kreacher detestaba que usaran así).
—¡Uno!
—¡Dos!
—¡Tres! ¡¡Chicle Explosivo!!
Con un estallido de dulzura, docenas de pequeños caramelos comenzaron a reventar por toda la sala, lanzando espuma de colores, burbujas voladoras y una intensa fragancia a limón. Las paredes se tiñeron de rosa pastel y una nube de confeti mágico empezó a caer del techo.
Draco se quedó quieto. Bajó el pergamino lentamente y los miró con una ceja arqueada.
—No puedo creer que me haya casado con alguien que se crio con los gemelos Weasley.
En ese momento, Kreacher entró, cubierto de espuma, con expresión mortificada.
—¡Jóvenes señores! Esta es la cuarta vez esta semana...
—¿Cuarta? —intentó James.
—¿No cuenta si fue en el jardín? —añadió Scorpius.
Draco se levantó y conjuró un Evanesco que limpió la sala, aunque dejó un leve olor a vainilla flotando en el aire.
—Cuando papá Harry llegue, le van a explicar lo que hicieron —dijo con tono calmo pero firme—. Con dibujo animado si hace falta.
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Cuando Harry regresó por la chimenea, cubierto de polvo de red flu y con su maletín colgando del hombro, fue recibido por dos niños con sonrisas encantadoras, una carta hecha a mano… y una explosión accidental de mariposas encantadas que le volaron directo al rostro.
—¿Otra vez? —preguntó, estornudando mientras las mariposas revoloteaban—. ¿Qué fue esta vez?
—Arte —respondió Scorpius.
—Educación experimental —añadió James.
Harry los miró durante un largo segundo… y luego rió, atrapando a ambos entre sus brazos.
—Nunca cambien.
Draco los observaba desde el marco de la puerta, fingiendo molestia, pero sin poder evitar la sonrisa.
—No hace falta que lo digas. No hay hechizo que pueda con ellos.
Y así, entre explosiones dulces, informes de auror y caricias al anochecer, los Malfoy-Potter seguían haciendo de cada día algo único.