Obsesión y protección

Hogwarts – Semanas después James Malfoy-Potter se había adaptado a Gryffindor como pez en el agua. Su energía, su valentía y su forma directa de hablar encajaban perfectamente con los otros leones. Rápidamente se ganó la simpatía de su sala común con su carisma y con una sonrisa idéntica a la de Harry en sus días de estudiante. Había hecho amistad con un par de compañeros igual de inquietos, con quienes exploraba los pasadizos secretos y lanzaba hechizos de práctica hasta pasada la medianoche. —Tu hermano debe estar en la biblioteca otra vez —le decían seguido. Y tenían razón. Scorpius Malfoy-Potter, por otro lado, se deslizaba con tranquilidad en Ravenclaw. No tardó en destacar con sus respuestas lúcidas en Encantamientos, ni en formar parte del grupo selecto de estudiantes que pasaban más tiempo con la profesora Vector que en el Gran Comedor. Le gustaba el silencio, el desafío de los acertijos de la torre y las largas tardes de lectura bajo la luz de las ventanas encantadas. A pesar de sus diferencias, los hermanos mantenían una rutina sagrada: todas las noches, una lechuza especial volaba de una torre a otra con un pergamino doblado y susurros escritos a mano. —Gané diez puntos hoy, pero rompí un jarrón en la clase de Defensa. —Yo respondí una pregunta antes que un tercero, creo que el profesor ya me teme. —Te extraño, bobo. —Yo también, dragóncillo. --- Grimmauld Place – Sin ellos La casa estaba… silenciosa. Harry despertaba más temprano de lo habitual, y se encontraba mirando el corredor donde James solía correr con su capa al revés. Draco, por su parte, pasaba más tiempo en el invernadero, preparando pociones nuevas que no necesitaban ser usadas por nadie. Una tarde, Harry apareció en la cocina con dos tazas de té y se sentó junto a Draco. —¿Piensas en ellos también? —preguntó, aunque la respuesta era evidente. Draco asintió, jugando con la cucharita que giraba sola en su taza. —Cada rincón de esta casa los llama. El silencio me incomoda. —¿Te arrepientes de que fueran? —preguntó Harry, suave. Draco negó con una leve sonrisa. —Nunca. Pero no pensé que dolería tanto este vacío. Son solo niños… y ya parece que crecieron más de la cuenta. Harry estiró la mano y entrelazó sus dedos con los de Draco. —Siguen siendo nuestros. Aunque ahora duerman bajo estrellas encantadas. Ambos se quedaron en silencio un momento. Luego, Harry se puso de pie. —¿Y si vamos a Hogsmeade este fin de semana? —¿A espiarlos? —sonrió Draco. —A visitarlos sin que nos noten. Solo para verlos. Desde lejos. Draco no respondió. Pero la sonrisa que asomó en su rostro fue suficiente. --- Esa misma noche, llegó una carta especial. Era un pergamino largo y doblado torpemente, firmado por ambos gemelos.

> Papi Draco y Papá Harry,

La torre de Gryffindor es más alta de lo que pensábamos, y Ravenclaw tiene acertijos que nos hacen pelear mentalmente todas las noches. ¡Pero somos buenos! ¡Y estamos felices!

Scorpius sacó 10 puntos por decir que el amor es una forma de magia avanzada (aunque el profesor Flitwick no supo si lo dijo en broma o en serio).

Y James ayudó a un primerizo con un hechizo de luz. Le salió en la primera y todos lo miraron como si fuera Merlín.

Los extrañamos.

No laven nuestros pijamas con suavizante raro.

Los queremos muchísimo.

James y Scorpius (el más listo, pero no se lo digan a James).

Draco soltó una risa emocionada, mientras Harry limpiaba una lágrima discret a. —Están bien —susurró Draco—. Y nosotros… también vamos a estarlo.