Capítulo 57: Donde el Silencio Ruge
6 de julio de 2025, 23:32
El Callejón Diagon brillaba con la alegría de un día común de verano tardío. Las tiendas rebosaban de magia, risas y humo de calderos experimentales. Las familias se paseaban entre vitrinas encantadas y vitrales brillantes, y los vendedores gritaban sus ofertas de plumas, túnicas y dulces de colores.
Harry, Draco, James y Scorpius caminaban en grupo, disfrutando de su último día libre antes de que los gemelos volvieran a Hogwarts. Era una escena casi mundana: Draco consultaba una lista flotante con tinta elegante, James discutía sobre una escoba nueva, y Scorpius comentaba una edición especial de "Magia Moderna: Teoría y Práctica".
—Vamos a Flourish & Blotts primero —dijo Draco, señalando la librería—. Quiero ver si ya llegó el volumen que pedí.
Harry asintió, tomando su mano con naturalidad. Se besaron la mejilla sin preocuparse por miradas curiosas. Ya hacía tiempo que el mundo había aprendido a no meterse con la familia Malfoy-Potter.
—Nos adelantamos —dijo Scorpius, tomando a James del brazo mientras pasaban frente a Sortilegios Weasley.
Harry y Draco se detuvieron frente a un escaparate que mostraba una colección de artefactos antiguos protegidos con hechizos de exhibición. Draco sonreía levemente, absorto en una figurilla de obsidiana que flotaba sobre un pedestal de cristal.
—Me recuerda a la que teníamos en la mansión, en la biblioteca de Lucius —dijo.
Harry sonrió.
—Todo era más frío allí. Esto es... distinto.
Draco se volvió para responder.
Y entonces, ocurrió.
Un crujido mágico. Un zumbido agudo en el aire. Un parpadeo en el encantamiento ambiental del Callejón. Y luego, el vacío.
Draco desapareció. Sin gritos. Sin lucha. Solo... se desvaneció.
—¡DRACO! —el rugido de Harry sacudió el Callejón como un hechizo explosivo.
La multitud se detuvo. Algunos gritaron. Otros sacaron varitas. Pero Draco no estaba. No había señales. Solo un rastro imperceptible de magia densa, antigua, y un leve olor a ceniza.
James y Scorpius aparecieron segundos después, alertados por el grito de su padre. El rostro de Scorpius palideció de inmediato. James apretó los puños.
—¿Dónde está? —susurró Scorpius, con la voz quebrada.
Harry no respondió. Tenía la varita alzada, los ojos ardiendo, y la respiración contenida como si estuviera a punto de estallar. En un segundo, activó el Mapa del Merodeador. Nada. Sacó el Espejo de Doble Comunicación. Silencio. Envió un Patronus plateado que voló como un rayo entre los edificios.
—¡CIERREN EL CALLEJÓN! —gritó Harry a los aurores que ya llegaban—. ¡Nadie entra ni sale! ¡Ahora!
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Horas después, Grimmauld Place estaba sumido en una tensión insoportable. La casa, que antes rebosaba de movimiento, ahora estaba en silencio. Incluso Kreacher, viejo y encorvado, se movía en silencio, dejando té intacto sobre la mesa del comedor.
Harry estaba de pie junto al gran mapa de localización mágica que colgaba en la pared de su despacho. Cada nombre estaba iluminado con un tenue resplandor. James. Scorpius. Incluso Teddy, en su casa. Pero no Draco.
Su nombre estaba apagado.
Scorpius estaba sentado en la biblioteca, con las rodillas al pecho, rodeado de libros sobre rastreadores, secuestros mágicos y hechizos de anclaje. James no se movía del pasillo que daba al vestíbulo, esperando... no sabía qué. Un ruido. Una aparición. Un milagro.
—Él no se iría —murmuró James al aire.
—No —dijo Scorpius desde el otro lado—. Alguien lo tomó. Y lo vamos a encontrar.
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Harry volvió a salir cuando el reloj marcó la medianoche. Visitó Knockturn, interrogó a contactos viejos, usó el Encantamiento Revelador Oscuro en cada objeto sospechoso. Su mirada era la de un hombre capaz de arrasar un país entero si eso significaba traer a Draco de vuelta.
Nadie sabía nada.
Nadie decía nada.
Pero el miedo empezaba a correr como pólvora en el mundo mágico. Porque si alguien se había atrevido a secuestrar a Draco Malfoy-Potter, sabiendo quién era su esposo, sabiendo quiénes eran sus hijos… entonces algo oscuro se estaba gestando.
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En la penumbra de la noche, Harry regresó al dormitorio principal. Se sentó al borde de la cama, donde aún yacía la camisa que Draco había doblado esa mañana.
—Te voy a encontrar —susurró Harry, apretando la tela entre sus dedos—. No importa dónde. No importa con quién estés. No importa cuánto sangre tenga que correr.
En ese momento, Scorpius se paró en la puerta. Su rostro era el de un Malfoy. Frío, contenido. Pero sus ojos eran Potter. Ardían con la misma furia que su padre.
—Vamos a encontrarlo —dijo.
—Sí —agregó James, apareciendo detrás de él—. Y cuando lo hagamos… que se preparen.
Los Malfoy-Potter acababan de de
clarar la guerra.
Y no iban a detenerse hasta recuperar lo que era suyo.