Obsesión y protección

Tres meses habían transcurrido desde que Draco desapareció. La sombra que esa ausencia proyectaba se había vuelto insoportable, y Harry Potter, consumido por la desesperación y la rabia, había cruzado líneas que antes ni siquiera se había planteado atravesar. El Ministerio de Magia estaba al borde de un colapso nervioso. Las alarmas sonaban en pasillos y oficinas: la obsesión de Harry amenazaba con desencadenar un caos sin precedentes. En una reunión urgente, los jefes de aurores y el Ministro de Magia decidieron actuar. Harry fue citado a una audiencia privada. La sala era fría y opresiva, decorada con austeridad. Frente a él, el Ministro le habló con un tono firme y condescendiente. —Harry, entendemos tu dolor, pero debes detener esto —dijo con gravedad—. Tus acciones están poniendo en riesgo la estabilidad del mundo mágico. Debes entregarnos el control de la búsqueda y contener tu furia. Harry los miró fijamente, con un brillo oscuro en sus ojos. —No permitiré que nadie más lastime a Draco. No mientras yo pueda evitarlo. Si creen que está conversación me detendrán, están muy equivocados. El Ministro suspiró, resignado. —Entonces, seremos nosotros quienes te detendremos. --- Mientras tanto, en Grimmauld Place, James y Scorpius no se daban por vencidos. Después de meses de rastreos, hechizos y noches sin dormir, finalmente encontraron una pequeña pero importante pista: un objeto personal de Draco, escondido en un callejón del Callejón Diagon. Era una pluma antigua, grabada con sus iniciales y una marca mágica que solo ellos conocían. —Papá la tuvo que dejar allí —murmuró Scorpius—. Esto significa que estuvo cerca... muy cerca. James apretó la pluma con fuerza, la esperanza encendiendo su mirada. —Esto es solo el comienzo. Lo encontraremos. Pero la esperanza no era suficiente para calmar la tormenta que Harry llevaba dentro. Su presencia irradiaba oscuridad y poder. —No permitiré que nadie toque a mi familia —repitió como un mantra, mientras sus manos temblaban, listas para la batalla. El mundo mágico contenía la respiración. Porque l a tormenta estaba lejos de amainar.