Obsesión y protección

La Gran Sala del Ministerio de Magia estaba cargada de una tensión que parecía capaz de romper las piedras mismas de sus muros centenarios. Las luces mágicas parpadeaban tenuemente, reflejando las emociones contenidas de todos los presentes. A un lado, el Ministro de Magia y varios jefes de departamentos observaban con cautela; al otro, Harry Potter avanzaba firme, con la varita en mano, pero sobre todo con una mirada que no admitía dudas ni retrocesos. El silencio era absoluto, hasta que Harry rompió el ambiente con una voz profunda y resonante, capaz de imponerse sobre el susurro del miedo y la incertidumbre. —¡Basta! —exclamó—. ¿Acaso han olvidado quién soy? ¿Olvidaron que fui yo quien derrotó a Voldemort? ¿Que cargué con la pesada corona del elegido para proteger a este mundo? Unos segundos parecieron eternos mientras sus palabras se grababan en el aire, con una fuerza que estremecía a todos. —Fui yo quien estuvo en la primera línea cuando nadie más tuvo el valor. No elegí este destino por gloria, ni por poder, sino porque era necesario. Porque alguien tenía que hacerlo. Sus ojos verdes, brillando con una mezcla de furia, dolor y una determinación implacable, recorrieron a cada uno de los presentes. —Y sin embargo, ahora el Ministerio quiere impedir que recupere a mi esposo, a la única persona que me da paz en este mundo quebrado —continuó—. ¿Eso es justicia? ¿Eso es lo que llaman proteger a la comunidad mágica? El Ministro apretó los puños, la presión aumentando, pero Harry no se detuvo. —He cruzado líneas que ustedes temen tocar. He usado magia que ustedes creen prohibida. Pero todo por una sola razón: proteger a Draco. Proteger a mi familia. Si para ustedes eso es un delito, entonces sí, soy culpable. Un murmullo nervioso recorrió la sala, y algunos aurores miraban a sus superiores con dudas. Harry bajó la voz, pero el peso de sus palabras fue aún mayor. —No soy solo un guerrero. Soy un esposo, un padre, un hombre que no va a permitir que su familia sea destrozada por miedo o por política. Si alguien intenta separarme de Draco, hará que lo que hizo Voldemort parezca nada, en comparación con lo que yo haré, soy capaz de destruir el ministerio de magia ladrillo por ladrillo si eso significa traer a mi esposo devuelta. Los jefes del Ministerio intercambiaron miradas tensas. Nadie quería un conflicto abierto con Harry Potter, pero tampoco podían ceder sin perder autoridad. En ese instante, James y Scorpius aparecieron, firmes a su lado, alzaron sus varitas. —Estamos con él —dijo James con voz clara—. No permitiremos que lastimen a nuestro padre. —Nosotros también somos parte de esta familia —agregó Scorpius—. Y haremos lo que sea necesario para traer a papá de vuelta. El aura de la familia Potter-Malfoy era tan poderosa que parecía envolver la Gran Sala entera, una mezcla de amor y furia que estremecía a todos. Por un momento, el Ministerio estuvo al borde de una ruptura total. Pero Harry no buscaba destruir. Buscaba justicia. Y estaba dispuesto a hacer temblar al mundo para conseguirla.