ID de la obra: 358

Obsesión y protección

Slash
NC-17
Finalizada
7
El trabajo participa en el concurso «Harry Potter: El Capítulo Perdido»
Fechas del concurso: 26.06.25 - 13.08.25
Inicio de la votación: 12.07.25
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autor
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
178 páginas, 77 capítulos
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Capítulo 72: El veneno del silencio

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La entrada de Severus Snape a Azkaban no fue anunciada con palabras, sino con respeto contenido y pasos que no hacían eco. Los guardias le abrieron el paso sin preguntar. El solo hecho de ver sus túnicas negras y su mirada impenetrable bastaba. En su maletín traía exactamente lo que necesitaba: tres viales de pociones de efectos únicos. No mortales. No ilegales. Pero cada uno con un propósito cuidadosamente calibrado: provocar temor profundo. Cuando llegó a la celda, Ron, Ginny y Dumbledore levantaron la vista lentamente. El aire pareció congelarse. —¿Tú? —murmuró Dumbledore, la voz quebrada por el silencio. Snape no respondió. Solo se acercó al centro de la celda, abrió su maletín y dejó cada frasco frente a ellos, como si fueran ofrendas venenosas. —Tres pociones —dijo con tono cortante—. Una para cada uno. No contienen muerte, ni dolor físico. Pero funcionan. Ron lo miró con desprecio. —¿Piensas que vamos a tomar lo que tú preparás? Snape sonrió. Una línea delgada y cruel. —Ya lo hicieron —susurró. Con una voz tan baja cómo venenosa. Los tres prisioneros sintieron un escalofrío. Comenzaron a sudar frío. —Efectos retardados, administrados en su comida. Sutiles, limpios... y profundamente ilustrativos. Ron empezó a temblar. La poción que le había tocado inducía recuerdos intensificados de cada grito, cada súplica, cada momento en que Draco lloró atado por su culpa. Sentiría el miedo de Draco como propio. Una y otra vez. Cada día. Ginny cayó de rodillas. La poción en su sangre le provocaba alucinaciones de estar en el lugar de Draco: sintiendo cadenas mágicas en su piel, la oscuridad eterna, el abandono. Sin contacto, sin voz, sin rostro. Solo silencio. Dumbledore, el más estoico, se aferró a su túnica cuando la suya activó. La poción no lo hacía ver a Draco. Le hacía escuchar la voz de Lily y James Potter. Unas voces decepcionadas. Dolidas. Repitiendo: “Traicionaste a mi hijo. Traicionaste su confianza.” Snape los observó con calma. —No vine a matarlos. No sería necesario. El silencio de esta prisión se encargará de lo que yo no diga. Ron jadeaba. Ginny se abrazaba a sí misma, temblando. Dumbledore... simplemente bajó la cabeza. —Y si vuelven a decir el nombre de Draco con odio en la lengua... volveré —dijo Snape, con un susurro afilado como un filo de obsidiana—. Esta vez con algo que no será reversible. Salió como había llegado: en silencio. Dejando tras de sí un eco que no se olvidaría fácilmente. Porque Severus Sn ape no olvida. Y mucho menos… perdona.
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