Capítulo 74: La sangre responde
6 de julio de 2025, 23:50
El aire en Azkaban estaba más pesado que nunca.
No por los gritos, ni por la magia oscura que alguna vez habitó sus pasillos. No esta vez. Esta vez, lo que pesaba era la determinación de dos hijos que venían a reclamar justicia por el alma que les había sido casi arrebatada.
James y Scorpius Malfoy-Potter, de dieciséis años, caminaban juntos. Vestían túnicas negras con el escudo de la familia bordado en el pecho: la serpiente y el ciervo entrelazados en un círculo de fuego. Entraron sin ser detenidos. Nadie osaba detener a los hijos de él.
Los esperaban tres rostros marcados por el tiempo, la culpa y el encierro: Ronald Weasley, Ginevra Weasley y Albus Dumbledore. Encadenados con grilletes mágicos que apagaban su dignidad.
—¿Qué… qué hacen ustedes aquí? —balbuceó Ron, al ver a los dos muchachos.
James sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era fría, calculadora. Peligrosa.
—Vinimos a verte, Ronald —escupió la palabra como si le quemara la lengua—. Queríamos agradecerte... por las pesadillas de papá.
Scorpius dio un paso al frente. Sus ojos, idénticos a los de Draco, brillaban con una rabia silenciada durante meses.
—Cada lágrima que derramó. Cada grito que ahogó. Cada noche que no durmió abrazado a nosotros... es culpa suya.
James levantó su varita. No conjuró maldiciones prohibidas, pero de ella brotó un hechizo ilusorio que cubrió las paredes de la celda con imágenes: Draco encadenado, herido, solo, temblando en la oscuridad.
Ginny apartó la mirada. Scorpius se la levantó con un encantamiento suave que le obligó a mirar.
—No vas a huir de lo que hiciste.
Dumbledore cerró los ojos, derrotado.
—Sus actos no se borran por lágrimas tardías —dijo James con tono bajo—. Pero van a vivir con las consecuencias.
Los dos hermanos se tomaron de las manos. Sus magias se entrelazaron y lanzaron un hechizo ancestral enseñado por Narcissa y Severus, una invocación silenciosa que no golpea... pero marca el alma.
—Memoria perpetua. —Sus voces fueron una sola.
Ron, Ginny y Dumbledore gritaron, no de dolor físico, sino mental. La magia los obligaría a revivir las memorias de Draco, cada día, cada noche, por el resto de sus vidas. Sentirían el miedo, la vergüenza, la impotencia… sin escape.
Scorpius se acercó a Dumbledore.
—Mi padre fue más fuerte de lo que jamás serás.
James, a Ron:
— somos Potter-Malfoy y nosotros no perdonamos... Destruimos.
Ginny intentó hablar, pero Scorpius alzó la varita y selló sus labios con un hechizo silenciador eterno, uno que solo se desharía si ella pedía perdón a Draco... y él aceptaba.
Los gemelos retrocedieron, satisfechos, no por venganza… sino porque su padre sabría que no estaba solo.
Salieron de Azkaban como dos sombras nobles. Hijos del dolor… pero también del amor más feroz.
Y en Grimmauld Place, cuando Draco los abrazó al volver, comprendieron que no hacía falta destruir a nadie con fuego o sangre.
Porque lo más poderoso era saber que ellos había
n elegido defender el corazón que les dio la vida.