Capítulo 5
22 horas y 32 minutos hace
28 de julio de 1993
“Querido padre papá.
He pensado en tu carta de la ultima vez y estoy de acuerdo en que ambos nos hemos comportado mal. Me alegra que hayas hechos los paces con mamá, en el cielo este, pero no me pides que regreses a la cena familiar materna. Estoy ocupada con demasiado trabajo y pronto lograre cambiarme a The Sunscreen, la editorial más importante de Londres, y necesito estar en mis cabales, mismas que perdere si vuelvo a hablar con la tía Georgina y me recomienda ir al monasterio para que me exorcise.
¿Sabrá siquiera que el único demonio que existe, es ella, cuando solapo a su hijo del acto indecoroso con esa jovencita? Me harías un favor si se lo dijeras de mi parte, tal vez le haga compañía a mamá en el infierno.
Es bueno saber que no sigas tan enfadado conmigo, creí que habías cambiado de número de teléfono para no estar en contacto conmigo pero al recibir tu carta me llena de alegría. Te adjunto mi nuevo número y mi correo electrónico para que me escribas o hables. ¿Ya te había dicho que el Nokia 1011 es una maravilla y que puedes recibir SMS (como cartas pero atraves del celular y llegan de manera más rápida que el correo)?
No, claro que no, porque es la primera vez en un año que nos contactamos. Si aún me quieres recibir en casa, iré antes de mudarme a Londres en los próximos días. Espero tu respuesta con agrado.
Por favor, deja de ser mezquino y llamame en cuanto recibas la carta.
Te amo.
Con cariño, tu loca hija
Alicia W.
No esperaba haber recibido contestación tan pronto. Dos días después de haber mandado la carta, su padre le había llamado al día siguiente. Fue la primera conversación más larga que habían tenido en años y al final Alice iría el 4 de agosto a visitar a su padre después de casi tres años. Pasaría la noche allí y al día siguiente se iría al nuevo departamento en Londres.
Al director tirano de Tersia, no le había agradado cuando Alice le presentó su carta de renuncia y le daba las buenas nuevas que The Sunscreen la contraría a mediados de agosto. Soportó por una hora entera sus hilarantes y quejumbrosas frases sobre deslealtad, oportunismo y un pecado fin de cosas hasta que Alice le cortó el rollo dándole las gracias. Un agradecimiento sincero porque gracias a que cumplió su promesa de darle la primera plana a Edward ya ella como coescritora de la noticia más impactante de ese año.
The Sunscreen había fijado sus ojos en ella y tras una extensa serie de pruebas, le ofreció una vacante en el área de edición en salud y economía como editora. Lo que significaba un cambio y ascenso importante para su vida.
Buscó por meses un departamento que se adaptará a sus necesidades hasta que logro encontrar a menos de media hora en coche. Parecía que la vida le sonreía de vuelta.
Aunque la relación con su padre quedó en pausa, Alice supo de buena fuente que su padre se había reunido con el señor Harrington una tarde cuando ambos salieron del cementerio.
Al día siguiente, el señor Harrington era comidilla de chismes al salir de su casa con el ojo morado, un labio roto y tocándose las costillas constantemente. Curiosamente su padre tenía lesiones menores en su cuerpo.
Había tenido ganas de llamarle apenas se enteró de su salud pero no contestó el teléfono y cuándo fue a su casa el no estaba. Se había tomado sus pequeñas vacaciones y Alice respeto su espacio. Sea lo que fuera que hubiera pasado entre ellos, había hecho que su padre le mandara una carta.
Lo conocía bien como para saber que su coraje había pasado y está era su manera de disculparse pero ella tenía su vena de orgullo también. Tantos años y quería que una simple carta arreglara su relación padre hija.
Preparándose con nerviosismo, Alice apagó el cigarrillo en la cera de la casa de su padre. Little Whinging lucía exactamente igual que la primera vez que puso un pie en la puerta.
A lo lejos, escuchó la risa de los niños y la música de alguna fiesta infantil.
Respiro hondo, reviso su atuendo, repasando que llevaba en el maletero su bastón para cuando empezará a cansarse y tocó la puerta dos veces.
Su corazón palpitaba con angustia.
¿Que le diría su padre al verla con el cabello corto y rebelde como esas mujeres rockeras de las que una vez criticó? Esperaba que no fuera tan duro.
Últimamente sus cambios hormonales estaban en un punto álgido y no ayudaba la ansiedad depresiva que había experimentado meses atrás con demasiados cambios en su vida y la visita sorpresa de uno de los hijos de su tía bisabuela Eleonore, quien le dió una herencia cuando ella tenía 13 años.
Su primo, Alaric, era sencillamente raro. Nada mal, era agradable pero no dejaba de lanzarle miradas inquisitorias y hacerle preguntas absurdas. Alaric la había visitado con el fin de conocer a su prima perdida en los registros familiares.
No me pregunto a qué se refería. La mención de búsqueda infructuosa de su madre la distrajo de hacerlo. Alaric no sabía de su muerte aparentemente, le hizo preguntas más extrañas sobre si su madre hacía cosas extrañas como que de repente algunas cosas desaparecieran o levitaran. Negó todas ellas.
Su madre era una mujer pragmática y escéptica hasta la médula.
Lo sabía bien, después de todo había considerado enviarla a la fuerza a la residencia mental si Alice se negaba.
Finalmente, fastidiada de tantas preguntas, fue directa con Alaric sobre su verdadera intención.
Alaric le dijo con calma que sospechaba que era posible que ella portara alguna enfermedad mental por parte de su madre. Había hecho una investigación a la línea materna de su madre y parecía ser que algunos miembros de su rama experimentaban episodios psicóticos.
Recordó a su abuela, y de pronto la demencia senil no parecía eso.
Acudió a un médico de un sanatorio mental enfocado en transtornos. Después de varios exámenes, le había señalado en la imagen de la resonancia magnética señalando varias degradaciones en su cerebro.
— En este lado del hipocampo izquierdo de su cerebro, hay un leve atrofia bilateral mientras que la amigdala cerebral presenta un leve hiperreactividad a estímulos emocionales. No es normal en personas jóvenes. Este grado de deterioro se presenta en adultos seniles – el médico vio la resonancia con el ceño fruncido.
Alice sintió la imperiosa necesidad de que dejara de hacerlo, la ponía más nerviosa.
Barajo la suposición que podría tratarse de un mal congénito que se pasaba de generación en generación y Alice, al ser la única descendiente con similitudes en la enfermedad era la candidata perfecta para volverse loca de remate.
Después de eso, no contactó a Alaric para informarle que su locura heredada le cobraría factura en su madurez temprana. Dejo el tema por la paz, y se enfocó en avanzar en su vida hasta donde se lo permitiriera su cordura temporal.
Su padre abrió la puerta cuando Alice tocaba su flequillo, distrayéndola del pasado.
— Alicia. – saludo a su padre. La miró unos breves instantes a los ojos y después miró su cabello. Le pareció captar el asomo de una sonrisa, pero no sabía a ciencia cierta si era una burla o condescendencia.
—Hola papá. – saludo de vuelta con cierta cautela. Igual que su padre, ella también lo examinó.
Con casi cincuenta años, su padre había envejecido bien. Con algunos rasguños en su vida, nadie que lo viera en la calle pensaría que atravesó la crisis económica de los años 70, un matrimonio roto, la demencia de su única hija y posteriormente haber enviudado tan joven.
Robert Walker había salido indemne. No podría decir lo mismo de su corazón pero todavía había un hueco para ella.
Eso era lo esperado.
Su padre se hizo a un lado, permitiéndole pasar.
Alice no celebro aún. Esto era como caminar sobre hielo quebradizo. Tenía la sensación de que cualquier mal comentario, alguna rencilla y perdería para siempre a su padre.
La casa no había cambiado mucho. Había algunas mejoras, como el suelo que ya no crujía al caminar, la instalación eléctrica era nueva y el goteo constante del lavabo ya no estaba.
Su padre siempre fue así.
Práctico.
No había ningún objeto alarmantemente chillón que tratara de realzar la belleza de su hogar. Cuando su madre vivía con ellos, recordaba que había figurillas de porcelana adornando cada rincón de la casa. Flores de plástico en jarrones viejos pero hermosos, retratos de momentos capturados encima de la chimenea que nunca usaron.
Su padre en cambio, solo tenía buena iluminación que aprovechaba con la luz solar.
Dejo el abrigo en el perchero y se quedó parada, indecisa de adentrarse más.
Su padre parecía que también esperaba que ella saliera por la puerta sin mirar atrás. Ninguno se movió
— Alicia
— Papá
Ambos hablaron al mismo tiempo.
Su padre levantó su mano para pedirle que lo dejara hablar primero.
— Primero que nada, te debo una disculpa por mi mezquinidad – las mejillas de Alice ardieron ante las palabras que escribió en la carta en su arranque de enojo.
Se sintió infantil.
— Quiero que dejemos el pasado justo a dónde pertenece. Quiero ser firme en eso. ¿Puedes respetar eso, Alice?
Allí estaba.
El punto muerto entre ambos.
Su padre no quería que le echara en cara lo que su madre hizo. Le estaba ofreciendo la oportunidad de mirar al futuro.
Era tentador tomar la propuesta.
¿Pero eso significaba que su padre también quería enterrar en el pasado todo lo que ella era y lo que se convertiría?
Hacer como que nunca cometieron errores no le parecía la mejor idea.
Empezando por ella.
Alice pensó unos segundos.
¿Sería capaz de darle a su padre, a partir de ahora, una vida normal de un padre normal?
Podría fingir que sí pero cuando llegara el momento, debía de ser ella quien se alejará. Su padre merecía vivir en paz.
—Lo intentaré
— No. Es todo o nada, Alice
—Por favor papá. No me pidas imposibles. Sabes tan bien como yo que no es fácil. Solo eso puedo prometer.
Alice retrocedió instintivamente un paso atrás, la puerta detrás de ella. Su padre tenía una mirada vulnerable, casi dolorosa en su rostro.
Alice quiso golpearse por hacerle esto a su padre.
Hizo un movimiento rígido con la cabeza y extendió sus brazos.
Alice no dudo.
Se abalanzó a su padre y lo abrazo con fuerza.
Era más pequeña que él. Olía exactamente como lo recordaba. Alice recordó la primera vez que ella le compro ese perfume barato en una tienda en su cumpleaños, tenia 9 años entonces.
Su padre siempre lo usó desde entonces.
—Te extrañé tanto, papá. – Tenía un nudo en la garganta demasiado pesado.
— Yo igual, mi pequeña Alice – su padre levantó la mano e hizo un gesto de acariciarle el cabello pero le dió unas palmaditas en la espalda.
Sonrió con la cara oculta en el pecho de su padre.
Había extrañado las torpes muestras de cariño de su padre. Cuando ella empezó a cambiar conforme crecía, su padre parecía que prefería darle más espacio.
Ahora ambos estaban en la mesa, comiendo pasta con champiñones que su padre preparó para el almuerzo. De fondo sonaba la melodía de su estación favorita y ella llenó los huecos silenciosos con temas triviales sobre la publicación de alguno de sus autores favoritos el próximo año. Su padre solo la escuchó.
Eran más de las seis de la tarde, y Alice se estaba preparando para tomar una taza de té pero a última hora, se ofreció a ir a la tienda para comprar sobres de té y algunas piezas de pan para acompañar.
La caja de galletas que le mando a su padre estaba vacía.
Y guardada con pulcritud en la alacena. En el refrigerador estaba pegado con el imán, la nota que ella le envío ese año junto a las anteriores.
Su corazón se calentó ante el gesto.
— Vuelvo en diez minutos, papá. Mantén el agua caliente por favor.
Tomo las llaves de su coche, y salió a la calle.
El aire empezaba a enfriarse, se subió la sudadera hasta la garganta y abrió la puerta de su coche. Su mano quedó suspendida en el marco de la puerta unos segundos antes de que ella se alejara y caminara hasta la mitad de la amplia calle mirando en un punto del cielo.
Había algo grande flotando como un globo enorme. La forma le recordaba vagamente a los globos aerostáticos que usaban en desfiles pero había una peculiaridad en la forma de este globo. Algo que le llamaba poderosamente la atención.
Siguió caminando, con pasos lentos, tratando de visualizar que era hasta estar a unos buenos tres metros de distancia del objeto.
El enorme globo tenía la forma de un cuerpo humano. Del cuerpo de una mujer.
Estaba tan hinchada que parecía a punto de explotar y la mujer globo se seguía elevando al cielo agitando sus manos con desesperación.
La visión fue aterradora. Alice grito, la mujer del cielo agitaba más las extremidades como si le pidiera que la alcanzará y que le ayudará a bajarla de allí.
Alice estiró el brazo.
Y ya no era la mano regordeta la que veía. Era la de su madre, con sus uñas pulidas y los dedos mancillados de sangre con esa forma retorcida de rictus mortis mientras la bufanda rosa pálida que usaba se enredaba en su cuello y la jalaba hacia atrás mientras la cara de su madre se distorsionaba en un grito silencioso con pedazos de carne faltando.
La figura fantasmal de su madre se alejaba como aquel globo.
Alice sintió que su mente colapsó.
Gritó tan fuerte mientras el globo desaparecía de la vista.
Los vecinos salieron de sus casas y su padre corría a dónde estaba hincada y seguía gritando por su madre.
Los brazos de su padre la rodearon por detrás.
—¡¡Mamá!! ¡¡Ayúdenme a bajar a mamá!! ¡¿Por qué no hacen algo!? ¡Papá! ¡Si no la bajamos, mamá se irá muy lejos! ¡¡Tienes que traerla de regreso, por favor!!
Los brazos de su padre la encerraron mientras Alice se estiraba hacia adelante mirando al cielo e implorando que bajaran a su madre. Los bruscos movimientos que hacia Alice golpeaban la barbilla de su padre pero ella no sintió dolor alguno ni su padre la soltó en ningún momento. Sus ojos frenéticos no dejaban de mirar a un cielo ya negruzco.
Entre sonidos lejanos, el eco de su grito reverberaban en la calle, a lo lejos le pareció ver a un hombre regordete con un perro colgando de su pantalón siguiendo la misma trayectoria que la mujer globo.
Su padre le cubrió los ojos mientras le cantaba suavemente en su oído, como si de pronto ella tuviera cinco años y se despertara de un sueño, el la abrazaba hasta arrullarla y su madre le cantaba suavemente.
Entonces, el viajero en
la oscuridad
Te agradeceré por tu pequeña chispa.
El no podría ver a
donde ir,
si no brillaras tanto.