Capítulo 5: Lobos, luna y lo que no dijimos
7 de julio de 2025, 11:52
El bosque de Caldercross guarda cosas.
Eso lo sabíamos.
Lo que no sabíamos es que una de esas cosas es exactamente como yo.
O peor.
La criatura aparece al tercer día.
Granger y yo seguimos el rastro de energía mágica hasta una cabaña abandonada, donde el aire huele a alquimia rancia y sangre vieja.
—Esto no es magia natural —dice ella, estudiando un símbolo en la pared.
Yo no respondo.
Porque estoy mirando algo al fondo.
Una figura.
De pie.
Alto.
Piel pálida, ojos como brasas apagadas.
Y colmillos.
No largos.
No de adorno.
Colmillos de guerra.
Ataca primero.
Granger lanza un Protego justo a tiempo.
Yo no pienso. No razono. Solo me transformo.
No físicamente. Pero por dentro, sí.
Mis sentidos se afilan.
Mis uñas se alargan apenas. Mis dientes raspan mi lengua. Mi vista se vuelve un túnel de luz y peligro.
Salto.
Golpeo.
Gruño.
No soy un mago.
Soy una fuerza de hambre con nombre aristocrático.
El otro no habla.
Solo muerde.
Y cuando me rasga el costado, oigo a Granger gritar mi nombre con un tono que nunca había usado antes.
Es un hechizo y una súplica. Todo en uno.
Y eso me frena.
Justo antes de matar.
El otro huye.
Yo me desplomo.
Horas después.
Estamos en la habitación.
Yo en la cama, camisa rota, herida medio cerrada.
Ella curándome sin decir nada.
El silencio duele más que el arañazo.
—¿Vas a decirlo? —murmuro finalmente.
—¿Decir qué?
—Que viste lo que soy. Que ahora todo tiene sentido. Que estás horrorizada. Que quieres pedir mi traslado.
Ella no levanta la mirada.
Aplica una pomada que arde como confesión.
—Vi algo —dice.
—¿Y?
—Vi que me protegiste.
Pausa.
Yo respiro hondo. Mal hecho.
El olor de su piel post-batalla es peor que su perfume.
Más salvaje. Más real.
—¿No te asusté?
—¿Quieres asustarme?
—No sé lo que quiero, Granger.
Silencio.
Ella finalmente me mira.
—Yo sí.
Eso es todo.
Dos palabras.
Pero se clavan como maldición ancestral.
Más tarde, la cama es una sola otra vez.
Nadie se queja.
Yo estoy vendado. Ella está sentada al borde, leyendo algo, pero con los dedos tocando los míos.
—¿Cómo lo controlas? —pregunta de pronto.
No especifica qué.
No hace falta.
—No lo hago —respondo.
—Finjo. Respiro. A veces muerdo cosas que no debo.
Ella sonríe. Triste.
—Y cuando estoy cerca…
—Es peor.
Ella asiente. No se aleja.
—¿Y si no quiero que finjas?
Esa frase.
Esa frase me rompe en dos.
Mi lobo quiere acercarse.
Mi humano quiere escapar.
Yo, en el medio, solo cierro los ojos y digo:
—Entonces prepárate para incendiarlo todo.