El Gran Lobo Feroz - Dramione

Londres huele peor después de Caldercross.
Más concreto. Más ministerio. Menos verbena. Granger camina delante de mí por el pasillo del Nivel 2 como si no me hubiera desnudado con las uñas hace menos de 48 horas. Yo la sigo.
Como perro bien entrenado.
O como desastre con piernas. —
Nos recibe el Jefe del Departamento de Anomalías.
Brazos cruzados. Cara de “sé que ocultas algo y voy a encontrarlo”. —Informe verbal del caso Caldercross —dice.
Sin saludo. Sin sonrisa. Hermione asiente.
Profesional. Fría.
Tan fría que por un segundo me pregunto si fui un sueño con colmillos. Yo intento no gruñir. —Detectamos focos de magia residual de tipo inestable —explica Granger, sin titubear. —Se enfrentaron múltiples entidades semi-corpóreas de origen no clasificado. Se utilizaron defensas estándar, combinadas con respuesta mágica alternativa. Me está protegiendo.
Traduciendo “Draco se volvió semilobo y destrozó medio bosque” en “respuesta mágica alternativa”. —¿Y usted, Malfoy? ¿Confirma el informe? Lo miro.
Lo huelo.
Miedo.
Duda.
Desconfianza.
Huele a burócrata con poder y perfume caro. —Confirmo —respondo. —Todo lo alternativo fue estrictamente necesario. —
Salimos. Yo con el corazón latiendo entre los dientes.
Hermione con la carpeta contra el pecho como si fuera una muralla. —Gracias —le digo, cuando el ascensor se cierra. —Por no declararte arma biológica en el informe, ¿o por no mencionar que gritaste mi nombre mientras rompías la pared con el lomo? —Ambas. —
Silencio. Luego, su voz.
Suave. Casi como si no quisiera romper el aire: —¿Estás bien? —No. —¿Por qué? —Porque estamos en un ascensor. Porque estoy oliendo tu shampoo. Porque tu blazer roza tu cuello y eso me está destruyendo. Ella gira la cabeza.
Despacio. —¿Eso crees que es una buena idea decirlo acá? —No. Por eso lo susurré. —
Llegamos al piso 4.
Archivos mágicos.
Mi despacho compartido. Sí. Compartido.
Con ella.
Porque el Ministerio tiene sentido del humor. —
Entramos. El espacio es pequeño.
Una mesa, dos sillas, una ventana que no abre, y el olor de ella metido en cada centímetro. Hermione deja su bolso.
Se quita el blazer.
Se estira. Y mi cerebro colapsa. —¿Quieres que trabajemos en el informe final? —pregunta, sin ironía. Yo la miro. Y lo único que pienso es: “Solo quiero tocarte sin romperme.” —No puedo concentrarme —digo. —¿Porque la habitación es pequeña? —Porque tu no lo eres. Ella frunce el ceño.
Camina hasta mi lado de la mesa. —¿Qué quieres, Malfoy? Una pregunta simple.
Una trampa emocional.
Una maldición en forma de oración. Yo la miro.
Y no miento. —Quiero dejar de respirar cada vez que te veo.
Quiero dormir una noche sin soñarte.
Quiero que no me mires como si no sabes si vas a quedarte.
Quiero que me muerdas antes de que lo haga yo. Pausa. Ella no se mueve.
No dice nada.
Pero su magia cambia. La habitación se llena de ella. —¿Y si no puedo quedarme? —susurra. —Entonces no me toques más —respondo. —Porque no sobrevivo otra noche deseándote en una cama que se encoge sola. —
Otra pausa. Hermione levanta la mano. Toca mi cuello.
Justo donde arde la marca que me dejó aquel lobo.
Donde todo empezó. —No dije que no voy a quedarme —murmura. —Tampoco dijiste que sí. Sus dedos tiemblan. Mi autocontrol también. —
Entonces hace lo más peligroso que puede hacer: Se inclina.
Me besa.
Pero no con deseo. Con ternura. Y eso.
Eso es lo que me destruye. —
Porque si me besa así…
ya no hay vuelta atrás. Porque si se queda…
yo no vuelvo a ser Malfoy. Seré
su criatura. Y eso…
me asusta más que la luna llena.