Capítulo 12: No sé tocarte sin querer quedarme
7 de julio de 2025, 12:43
La oficina huele a ella.
O yo ya no sé respirar sin convertirla en oxígeno.
Después del beso, ninguno dice nada.
Ni risa.
Ni comentario sarcástico.
Solo aire denso y el pulso temblando en sitios que no deberían temblar en horario laboral.
Hermione da un paso atrás.
Yo también.
Pero el vínculo…
Ese no retrocede.
—Necesito… —empieza a decir.
Pero no termina.
Y yo, que siempre tuve un insulto listo para cada silencio, no tengo nada ahora.
Solo una certeza:
Si me vuelve a besar así, no me va a quedar piel para sostenerme.
Ella recoge unos papeles.
Se sienta en su silla.
Cruza las piernas como si no supiera lo que eso me hace.
Como si no hubiera sentido mi respiración cortarse cuando su boca rozó mi cuello anoche.
Yo abro un expediente al azar.
Leo la misma línea cinco veces.
No entiendo nada.
Solo su olor.
Solo su respiración.
Solo que si me acerco, no voy a parar.
—Draco —dice, sin mirarme.
Su voz no usa mi apellido.
Y eso es peor.
—Sí.
—¿Te pasa algo cuando me toco el cuello?
Casi me atraganto con mi nombre.
La miro.
Ella sigue sin levantar la vista.
—¿Por qué lo preguntas? —digo, lento.
—Porque cada vez que me rasco, respiro, o acomodo el blazer… te quedas inmóvil.
Como si tuvieras que contenerte para no… hacer algo.
Silencio.
Ella alza la vista.
Directo.
Como siempre.
Como si no tuviera miedo de los monstruos.
Ni siquiera del que soy yo.
—¿Y si sí? —respondo.
—Entonces házlo —dice.
Así.
Como si no supiera que eso es como decirle a un incendio que abrace la cortina.
Me levanto.
Camino hasta ella.
Cada paso me cuesta más que cualquier duelo de la guerra.
Me inclino.
Mis dedos apenas tocan su mandíbula.
—Granger…
—No me llames así ahora.
Mi nombre en su boca me destruye.
Su nombre en la mía me salva.
Apoyo la frente contra la suya.
El vínculo zumba.
Literalmente.
Hay magia en el aire.
No figurada.
Real.
La oficina vibra.
Ella cierra los ojos.
—¿Qué es esto? —susurra.
—No lo sé —respondo. —Pero me está comiendo por dentro.
Su mano sube por mi brazo.
Lenta.
Como si supiera que tengo la piel cargada como una varita a punto de estallar.
—¿Y si no quiero que pares? —dice.
—Entonces no me sueltes.
—¿Y si me rompes?
—Te reconstruyo.
La beso.
No con hambre.
Con necesidad.
Como si necesitara probar que sigue acá.
Que esto no es un hechizo.
Que todavía puedo tocarla sin romperme.
O romperla.
—
Mis manos en su cintura.
Su cuerpo contra el mío.
La mesa del Ministerio está a un hechizo de convertirse en crimen administrativo.
Ella gime contra mi boca.
Bajo.
Casi imperceptible.
Casi.
Y eso basta.
Basta para que mi autocontrol se derrumbe como una torre sin runas de refuerzo.
La levanto.
La siento en el escritorio.
Ella no se resiste.
Sus dedos me tiran del cabello.
Y por un segundo…
uno solo…
pienso:
No hay vuelta atrás.
Y no quiero que la haya.
La puerta se abre.
Yo casi gruño.
Ella salta como si la hubieran sacado de un hechizo prohibido.
Y ahí está.
Lyra.
De pie.
En el umbral.
Doce años, mirada de siglos, y una cicatriz que brilla como si acabara de activarse.
—Hola, Malfoy —dice, como si no nos hubiera visto a punto de redefinir el concepto de “trabajo de campo”.
—¿Qué haces acá? —pregunto, todavía con las manos medio congeladas.
—Necesito hablar contigo.
Mira a Hermione.
Mira a mí.
Y dice:
—Con los dos. Pero separados.
Boom.
Granger recoge su varita.
Su dignidad.
Y sus labios, que todavía están en mi cuello.
—Nos vemos después —dice.
Pero no como promesa.
Como advertencia.
Cuando la puerta se cierra, Lyra me mira.
—La magia se está alterando —dice.
—¿Qué magia?
—La tuya. La de ella. La del vínculo.
—¿Y eso es malo?
—No si quieres fundirte con alguien y desaparecer como chispa mágica en el viento.
Silencio.
—¿Eso puede pasar?
Ella asiente.
Como si fuera obvio.
—Puedes amarla tanto que dejes de ser tu.
Y por primera vez…
no estoy seguro de si eso me asusta.
O si lo deseo más que nada.