Capítulo 15: Entonces muérdeme. Pero no te vayas luego.
7 de julio de 2025, 16:17
Lyra se fue.
No por decisión propia.
Hermione le abrió un portal con un gesto tan firme que casi se le funde la varita.
Ahora el departamento está en silencio.
Otra vez.
Pero no es el mismo silencio.
Ahora huele a interrupción.
A urgencia contenida.
A magia comprimida en un espacio que ya no puede sostenerla.
Hermione recoge las tazas de té.
Su espalda está tensa.
Su cabello revuelto.
Su cuerpo… aún marcado por mis dedos. Aunque no los vea, yo los siento.
Y ella también.
—Esto es una locura —dice.
—¿Y te parece buen momento para frenar?
Ella se gira.
Despacio.
Con una expresión que no es miedo.
Es vértigo.
—No quiero frenar.
Quiero entender.
Pero primero… te quiero a ti.
Boom.
Me acerco.
Lento.
Porque ahora ya no estamos simplemente calientes.
Ahora somos dos bombas mágicas con forma humana, a punto de detonar.
—¿Estás segura?
—No.
—¿Te importa?
—No.
La beso.
Esta vez sin permiso.
Porque ya no hace falta.
Porque su cuerpo me encuentra en el beso como si me hubiera estado esperando desde que existo.
Mi mano en su cintura.
Su boca en mi cuello.
Mi deseo latiendo en cada rincón de mí.
Nos movemos por el departamento como si estuviéramos hechizados.
No hay diálogo.
Solo ropa cayendo.
Botones cediendo.
Sus piernas envolviéndome como si hubiera sido diseñada para eso.
Y en algún momento, cuando la tengo contra la pared de su habitación, jadeando, temblando, deseándome con los ojos cerrados, dice:
—Entonces muérdeme.
Pero no te vayas luego.
Esa frase.
Esa.
Me arruina.
Porque no la dice como una provocación.
La dice como un hechizo.
Como si supiera que no estoy seguro de quedarme.
Como si supiera que el vínculo no es el problema.
Soy yo.
La miro.
Ella está desnuda.
Hermosa.
Peligrosa.
Real.
—No te voy a morder —digo, con los colmillos al borde de activarse.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero marcarte.
—¿Y si yo quiero?
La cargo.
Literalmente.
La llevo a la cama.
Y cuando entro en ella, lo hago con todo lo que soy:
lobo, mago, herida, deseo, rabia, ternura.
No hay nada lento.
No hay nada suave.
Es un acto de magia y hambre.
Un conjuro sin palabras.
Un vínculo consumado.
Ella gime.
Yo gruño.
Y cuando sus uñas me marcan la espalda, mis colmillos bajan.
Pero no muerden.
Se quedan ahí.
Como promesa.
Como advertencia.
Como pacto.
Cuando terminamos, no hay palabras.
Solo cuerpos transpirados.
Respiraciones mezcladas.
Y un silencio distinto.
El de después.
El de verdad.
—¿Sigues ahí? —pregunta ella, con voz rota.
Yo la miro.
Le tomo la mano.
La llevo a mi pecho.
—Nunca estuve tan acá.
Nos quedamos así.
Dos criaturas rotas.
Que se encontraron.
Y ahora ya no saben cómo soltar.