Capítulo 16: ¿Siempre respiras tan fuerte o es post hardtime?
7 de julio de 2025, 16:24
Me despierto antes que ella.
Lo cual es injusto.
Porque hice más trabajo anoche.
Literalmente.
Metafóricamente.
Mágicamente.
Estoy agotado en dimensiones nuevas.
Hermione duerme de lado.
Cabello enredado, una pierna sobre mí, y la expresión de alguien que acaba de redefinir el concepto de control emocional con orgasmos múltiples.
Yo la miro.
No porque sea cursi.
Porque mi cuerpo se niega a moverse sin tenerla en el campo visual.
La marca en su clavícula todavía brilla un poco.
No por mordida.
Por magia.
Peor.
Me levanto.
Desnudo.
Porque sí.
Porque si ya tuvimos una conexión espiritual-semianimal sobre una cama embrujada por el deseo, ¿para qué ponerme pantalones ahora?
Voy a la cocina.
Busco café.
Encuentro confusión.
Hermione no tiene café instantáneo.
Tiene un sistema de preparación de pociones oscuras de cafeína, aparentemente importado de los archivos malditos del Ministerio.
—¿Esto tiene instrucciones? —murmuro, examinando una prensa mágica que parece capaz de invocar dementores si se usa mal.
—No te metas con eso —dice una voz desde la puerta.
Me giro.
Ella.
De pie.
Con una sábana sobre el cuerpo.
Pelo revuelto.
Y esa expresión de “acabo de soñar contigo y no sé si fue adorable o una pesadilla compartida.”
—Buen día —le digo.
—¿Siempre respiras tan fuerte o es luego de una noche y madrugada sin parar?
—Estoy procesando. Dame tiempo.
—¿Qué estás procesando exactamente?
—Que tienes una cafetera que podría ser ilegal.
Ella entra.
Cruza la cocina.
Y me besa.
Así.
Sin ceremonia.
Un beso de “sí, pasó” y “sí, lo repetiría” y “sí, todavía estoy medio hechizada por tu lomo”.
—Dormiste bien —digo.
—Tu vínculo ronca.
—No ronco.
—Gruñes bajito cuando sueñas.
—Estaba soñando contigo. Se llama satisfacción sobrenatural.
Se ríe.
Otra vez.
Y mi pecho hace esa cosa rara que hace últimamente.
Como si el lobo dentro de mí viera eso y dijera:
“Ah. Esto. Quiero esto.”
Desayunamos.
Hermione con avena (por supuesto).
Yo con una tostada, una duda existencial y la sospecha de que el vínculo está empezando a sincronizarnos.
Lo digo porque cuando ella suspira, yo lo siento en el pecho.
Literalmente.
—¿Sentiste eso? —le digo.
—¿Qué?
—Tu suspiro. Me vibró en el esternón.
—Eso no es médicamente normal.
—Tampoco tu.
Silencio.
Nos miramos.
No de forma romántica.
De forma ¿cuánto tiempo tenemos antes de que esto explote otra vez?
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta.
—Nos mudamos al bosque, abandonamos el Ministerio y vivimos de atrapar criaturas mágicas y comernos el uno al otro.
—Literal o figurado.
—Depende de la hora.
Ella niega con la cabeza.
Pero no me corrige.
—Tenemos que entender el vínculo —dice.
—¿Antes o después de que te vuelva a llevar a la cama?
—Draco.
—¿Sí?
—Hay acónito en el baño. No abuses.
Nos reímos.
Otra vez.
Y por un segundo, solo uno, el mundo se siente bien.
Raro.
Desquiciado.
Hipermágico.
Pero bien.
Y entonces, suena el timbre.
Nos congelamos.
Nos miramos.
Otra interrupción.
Hermione se cubre.
Yo no.
Porque claramente ya no tengo vergüenza.
Ella se acerca a la puerta.
Abre.
Y en el umbral…
Ginny Weasley.
Con cara de “vine a desayunar” y ojos que escanean la escena como una aurora entrenada por legilimens.
—Hola —dice.
—Hola —dice Hermione, tiesa.
—Hola —digo yo.
Desnudo.
Detrás.
Con una tostada en la mano.
Ginny levanta una ceja.
—¿Estoy interrumpiendo?
Hermione suspira.
—Siempre.