Capítulo 17: No es lo que parece. Bueno… si lo es.
7 de julio de 2025, 17:02
Ginny Weasley entra como quien no teme a nada.
Porque no teme.
Está en jogging, con una bolsita de medialunas flotando tras ella, el pelo recogido en un moño criminalmente eficiente y una sonrisa tipo “acabo de leer tus pensamientos y también el vínculo mágico que te estás negando a explicar”.
Hermione se paraliza.
Yo intento cubrirme con dignidad.
Spoiler: no encuentro suficiente.
—Ginny —dice Hermione, forzando tono casual. —¿Qué haces acá?
—Traje desayuno —responde, como si no estuviera oliendo literalmente la magia post-sexo en el aire.
Sus ojos barren la habitación.
El sofá.
La cocina.
La ropa en el piso.
Mi torso.
—Y aparentemente, llegué tarde para la primera comida.
Yo me aclaro la garganta.
Mal movimiento.
Mis cuerdas vocales todavía vibran con los gemidos de anoche.
Los de ella.
Los míos.
Los nuestros.
No ayuda.
—Hola —digo, como si eso sirviera.
—Malfoy —responde Ginny.
Sin juicio.
Con conocimiento.
O peor: con compasión sarcástica.
Hermione cruza los brazos.
Mala idea.
Eso solo resalta su clavícula marcada por magia residual y deseo sin supervisión ministerial.
—Esto no es lo que parece —dice.
Ginny la mira.
Después me mira a mí.
Después a las medialunas.
—Herms, Malfoy está sin ropa. Tu varita está en el microondas. Hay vapor en los vidrios. Y tu aura tiene un pulso irregular. No soy idiota.
Hermione traga saliva.
Yo también.
—¿Quieres café? —dice Hermione, tono militar.
—Quiero una explicación. Pero café está bien para empezar.
Mientras Hermione prepara la cafetera (con expresión de “quiero desaparecer en una dimensión sin testigos”), Ginny se me acerca.
Me mira.
En silencio.
—¿Tienes intenciones de romperle el corazón? —pregunta.
Boom.
Sin dulzura.
Yo la miro.
Respiro.
—No.
—¿Tienes idea de qué estás haciendo?
—Absolutamente no.
Ella asiente.
—Perfecto. Eso suena a ustedes.
Nos sentamos.
Yo en una silla prestada.
Hermione con la taza temblando.
Ginny, como si esto fuera teatro interactivo.
—Entonces… ¿qué es esto? —pregunta.
—No lo sabemos —dice Hermione.
—¿Es serio?
—Tal vez —dice ella.
—¿Lo vas a repetir?
—Definitivamente —digo yo, antes de pensarlo.
Hermione me patea por debajo de la mesa.
Ginny sonríe.
Como quien ya ganó.
—¿El Ministerio sabe? —pregunta.
—No —responde Hermione. —Y no puede saber.
—¿Porque es Malfoy?
—Porque hay un vínculo mágico inestable y colapsaríamos el sistema administrativo si se enteran que estamos emocionalmente fusionados y mágicamente sincronizados.
Silencio.
Ginny da un sorbo.
—Suena muy romántico.
Hermione se hunde en la silla.
Yo le paso una medialuna.
Ella me lanza una mirada que no sé si significa gracias o te mato cuando se vaya.
—Solo quiero que sepas que si la haces llorar… —dice Ginny, mirándome.
—¿Me vas a maldecir?
—No. Voy a contarle a tu madre.
Boom.
Me congelo.
Literalmente.
Hermione sonríe.
Ginny también.
Es oficial.
Estoy en la fase dos de este vínculo: la amenaza familiar.
Ginny se pone de pie.
—Me voy. Tengo una cita con Harry y un informe sobre criaturas mágicas que no pueden controlar su deseo.
Nos mira.
—Inspirador, realmente.
Sale del departamento sin cerrar del todo la puerta.
Hermione y yo nos quedamos en silencio.
Hasta que ella dice:
—¿Todavía querés cogerme sobre la mesa?
—Ahora más que nunca.