ID de la obra: 369

Un nuevo curso en Hogwarts

Het
R
En progreso
5
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 137 páginas, 65.874 palabras, 22 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
5 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Apariencias

Ajustes de texto
El peso de los pergaminos de Historia de la Magia aún gravitaba sobre sus hombros cuando Harry, Ron y Hermione se deslizaron por el séptimo piso. El pasillo frente al tapiz de Barnabas el Chiflado estaba desierto, bañado por la fría luz del atardecer que se filtraba por los altos ventanales. El aire olía a polvo antiguo y piedra húmeda. Su objetivo era claro: verificar la existencia del Armario Evanescente en la Sala de los Menesteres. Sin embargo, la sorpresa los aguardaba antes de siquiera intentar conjurar la puerta. Donde esperaban encontrar una pared lisa o el titubeo habitual de la sala al materializarse, la entrada ya estaba allí. Abierta, tangible, como si alguien acabara de usarla y olvidara ocultarla. Pero lo que los paralizó, pegándolos a la sombra fría de una columna gótica, fue lo que emergió de esa puerta abierta al misterio. Dos figuras, envueltas en la penumbra del interior, cruzaron el umbral en medio de lo que parecía una discusión intensa, contenida, pero cargada de electricidad. El reconocimiento fue instantáneo y perturbador: el profesor Snape, su negra silueta más rígida que de costumbre, y la profesora Sanders, cuya expresión habitual de calidez profesional estaba fracturada por una mezcla de frustración y algo más... ¿preocupación? ¿Insistencia? —No necesitas fingir nada conmigo, ya somos mayorcitos Severus y estamos los dos metidos en esto— alcanzó a oír Harry, la voz de Eve Sanders baja pero tajante, cortando el aire quieto del pasillo. —No te estoy pidiendo nada más. —sus palabras flotaron en el silencio, resonando con una intimidad que resultaba discordante. Los tres estudiantes contuvieron el aliento, fundiéndose con la piedra. Snape respondió con un murmullo demasiado bajo para captar, pero su perfil, iluminado débilmente por la luz del pasillo, mostraba una tensión en la mandíbula que Harry conocía demasiado bien: ira contenida, quizás... o algo más complejo. Los profesores se alejaron, envueltos en su burbuja de conflicto, sin percibir los tres pares de ojos que los observaban desde las sombras. El silencio que dejaron fue más elocuente que cualquier grito. —Nunca... nunca vi a nadie hablarle así a Snape— susurró Hermione cuando los pasos se desvanecieron, su voz un hilillo de incredulidad. Arrugó la frente, sus dedos retorciendo inconscientemente un pliegue de su túnica. —¿De qué demonios crees que discutían? No parecía algo sobre el plan de estudios... —No lo sé, Hermione— dijo Harry, la voz áspera. Las palabras de la profesora Sanders resonaban en su mente: "Metidos en esto", "fingir". Un nudo de desconfianza se apretaba en su estómago, más fuerte que nunca. —Pero no me gusta. No confío en él. Jamás lo he hecho. El recuerdo del dolor compartido en la cicatriz, la extraña sensación de proximidad a Voldemort en la primera clase de Eve, volvía con fuerza. —Y lo que ella dijo... 'metidos en esto'. ¿En qué? ¿Y por qué no necesita fingir con ella? Algo gordo está pasando, y tengo la espantosa sensación de que hay alguien más en medio... alguien que conocemos demasiado bien. —¿De verdad crees que quién tyçu ya sabes...?— Hermione tragó saliva, incapaz de pronunciar el nombre, sus ojos oscuros llenos de un temor repentino. La posibilidad era monstruosa. —¡Estáis completamente chalados!— estalló Ron, sacudiendo la cabeza como si quisiera desalojar la idea. Su rostro se había sonrojado. —¡La profesora Sanders! ¡No puede ser una de... de ellos! ¡Te salvó la vida a ti, Harry! ¿Qué mente retorcida podría pensar eso?— Su voz, aunque susurrada, vibraba con indignación. —Snape también me salvó la vida una vez, Ron— replicó Harry con amargura, clavando sus ojos verdes en su amigo. —Y eso no borra que fue un Mortífago. Un Mortífago que Dumbledore insiste en proteger. Miró a Hermione, desafiante. —Dumbledore confía en él— insistió ella, pero su tono carecía de la convicción habitual. La escena que acababan de presenciar sembraba dudas incluso en ella. —Tiene sus razones... —Yo no confío— afirmó Harry con una frialdad que heló el aire entre ellos. —Y menos después de esto. Están ocultando algo, los dos. Algo peligroso. Debemos tener cuidado. Mucho cuidado. Un largo silencio se extendió. Ron miró al suelo, pateando una mota de polvo inexistente. —Espero... espero que te equivoques esta vez, Harry— murmuró finalmente. —De verdad lo espero. —Harry— interrumpió Hermione, su instinto práctico imponiéndose. Miró nerviosamente hacia ambos extremos del pasillo. —Creo que es mejor que nos vayamos al Gran Comedor. Si nos echan en falta en la cena y nos encuentran merodeando por aquí, cerca de la Sala de los Menesteres después de lo que vimos...— No terminó la frase. Las consecuencias eran evidentes. —Tienes razón— asintió Harry, aunque con desgana. —Vamos. Pero la semilla de la sospecha ya estaba plantada, creciendo con raíces venenosas. El Gran Comedor bullía con el rumor de cientos de voces y el tintineo de cubiertos. El aroma de la comida, normalmente reconfortante, le resultó a Harry opresivo. Instintivamente, sus ojos buscaron la Mesa de los Profesores antes incluso de sentarse. Allí estaban: Snape, en su lugar habitual, su perfil aguileño recortado contra la luz de las antorchas; y Eve Sanders, justo a su lado. Pero la aparente normalidad era un espejismo. Harry percibió la tensión como una corriente subterránea. Snape apenas había tocado su comida, sus dedos largos y pálidos tamborileando sobre el mantel con una irritación contenida. Eve comía con una concentración forzada, su rostro ligeramente desviado, evitando cualquier posibilidad de contacto visual con el profesor de su lado. La mirada de Snape, cuando se posó fugazmente en ella, no era la habitual de desdén aterrador hacia los alumnos. Era más oscura, más profunda, más... personal. Una mirada que hablaba de batallas privadas y secretos compartidos a la fuerza. Harry apartó la vista, el pinchazo familiar en su cicatriz haciéndose presente como un eco sordo. No, no iban a dejar pasar esto. Sin embargo, en su fijación por los profesores, pasó por alto un detalle crucial: el lugar de Draco Malfoy en la mesa de Slytherin estaba vacío. Su ausencia, esa noche, era otro silencio elocuente. En la Mesa de los Profesores, Eve empujaba un guisante con el tenedor, tratando de ignorar la densa nube de incomodidad que emanaba de Snape, sentado a su lado. Había dicho lo que necesitaba decir en la Sala de los Menesteres. Se sentía extrañamente aliviada, como si hubiera quitado un peso, pero el precio era la palpable tensión que ahora los separaba. La incomodidad, sin embargo, estaba a punto de cambiar de bando. De repente, un dolor punzante, agudo como una daga de hielo, atravesó su sien. El tenedor se le escapó de los dedos entumecidos y cayó contra el plato con un clang metálico que, para sus oídos aturdidos, sonó como un gong. El color se desvaneció de su rostro. El bullicio del comedor se convirtió en un zumbido lejano y distorsionado. Su mirada se fijó en un punto del mantel, vacía, perdida. El mundo empezó a inclinarse. Snape, alertado por el ruido, giró la cabeza. Su reacción fue instantánea, fruto de años de espionaje y peligro. Un rápido barrido visual: alumnos distraídos, profesores charlando... pero los ojos verdes de Potter clavados en ellos, su mano presionando su cicatriz con una mueca de dolor. Maldición. Y el sitio vacío de Malfoy. Una conexión peligrosa se formó en su mente. El tiempo se agotaba. Eve se desplomaría en cualquier segundo. Con movimientos calculados y un disimulo impecable, se inclinó ligeramente hacia Eve, su voz un susurro apenas audible bajo el rumor del comedor: —Riddle. Conmigo. Ahora. —su tono no admitía discusión, era una orden vital. Eve no pudo responder. Su cuerpo era una estatua de sal, el control se le escurría como arena entre los dedos. Snape lanzó una mirada intensa, cargada de urgencia, a Dumbledore, que estaba conversando con la profesora Sprout. El anciano director captó el mensaje al instante. Con su característica calma, desvió hábilmente la conversación hacia los otros profesores cercanos, creando un pequeño círculo de distracción con una anécdota sobre mandrágoras rebeldes. Aprovechando la cortina de humo verbal, Snape agarró la mano de Eve con firmeza bajo la mesa. La presión fue respondida con un débil apretón, las últimas gotas de su conciencia aferrándose a él. —Tranquila— le susurró, su aliento rozándole la oreja, un contacto íntimo forzado por la emergencia. —Aguanta, Eve. Te sacaré de aquí. —se levantó con aparente naturalidad, usando su amplia capa para ocultar cómo tiraba de Eve para que se pusiera de pie. La sostuvo discretamente por el codo, su cuerpo actuando como un escudo entre ella y la sala. Dirigiéndose hacia la salida trasera reservada al personal, detrás de la mesa alta, evitó el largo pasillo central y las miradas curiosas. Las piernas de Eve empezaron a ceder. El zumbido se convirtió en estruendo, su visión en un borrón de luces y sombras. Sintió el suelo acercarse. Snape, anticipándose, la empujó con fuerza pero contención contra la fría pared del pasillo trasero, sus brazos rodeándola como barrotes para sostenerla en pie. —¡Eve!— Su voz, normalmente fría, tenía un borde de urgencia desconocido. —¡Mírame! ¡Abre los ojos!— Buscó su mirada, que parpadeaba, perdida. — Concéntrate. Abre tu mente. Deja que las imágenes fluyan, pero vacía el resto. ¡Blanco! ¡Puedes hacerlo!— instrucciones de Oclumancia, gritadas en un susurro desesperado. Pero el dolor era un muro. Imágenes borrosas, desgarradas: Una figura masculina oscura, imponente... una mujer de risa estridente, pelo enmarañado... un salón lujoso y decadente... Luego, la nada. Un abismo frío. Eve se desplomó por completo, un peso muerto en los brazos de Snape. Él la bajó con cuidado, amortiguando su caía contra el suelo de piedra. En el instante mismo de perder la conciencia, sus labios, pálidos y fríos, se movieron. Una voz que no era la suya, ronca, sibilante, escapó de ellos: —...el chico me reclama, Bellatrix... Reúnete con él... Averigua qué es lo que quiere... Ya. Snape se quedó de rodillas junto a ella, el eco de las palabras de Voldemort helándole la sangre. Malfoy. La ausencia en la cena cobraba sentido. La comunicación a través de la Marca Tenebrosa. La proximidad física de Eve la había convertido en antena del dolor y los pensamientos del Señor Oscuro. Sabía que Dumbledore mantendría ocupados a los profesores. Tenía unos minutos. Su mente, entrenada para la estrategia, ya trazaba planes: acercarse a Draco, ganarse su frágil confianza, interceptar sus movimientos. El plan del chico era una amenaza, pero manejable. Lo que lo desconcertaba era la fragilidad del cuerpo inerte a sus pies. Eve parecía diminuta, pálida como la cera, vulnerable de un modo que le recordaba cosas que prefería olvidar. Sin pensar, casi sin darse cuenta, su mano se alzó. Sus dedos, fríos y largos, rozaron su mejilla en un gesto que fue más un desliz del instinto que un acto consciente. La piel era suave, inusualmente cálida a pesar del desmayo. El contacto duró un instante eterno. Su pulso se aceleró, un traidor latido contra su voluntad. La memoria lo traicionó: el recuerdo de otros toques, otros besos, la intensidad de su mirada... Un deseo peligroso, enterrado pero no muerto, brotó como una mala hierba. Fue entonces cuando los ojos de Eve se abrieron, desorientados, asustados, encontrándose directamente con los suyos. Snape no apartó la mano de inmediato. Su máscara habitual se había resquebrajado, revelando por una fracción de segundo una expresión inusualmente suave, casi protectora, antes de que el pánico y el hábito la reconstruyeran con rapidez brutal. Se apartó como si la hubiera quemado. —Eve, querida, ¿estás bien?— La voz serena de Dumbledore resonó en el pasillo. El director apareció como por arte de magia, sus ojos azules escrutándola con preocupación. —Otra visión, supongo. Más fuerte esta vez.— Eve se incorporó con torpeza, ayudada por Dumbledore, la cabeza aún pesada. —Pude... pude llegar a ver... figuras— murmuró, frotándose las sienes. —Un hombre... una mujer... pero luego todo se desvaneció. Como una niebla.— —La señorita Riddle percibió una comunicación directa, Director— intervino Snape, su voz recuperada su tono habitual, seco y profesional, un muro contra la vulnerabilidad de momentos antes. Se puso en pie con elegancia, alejándose físicamente de Eve. —Entre el Señor Tenebroso y Bellatrix Lestrange. Draco Malfoy se puso en contacto a través de la Marca deduzco. La intensidad de esa conexión cercana fue el detonante de la visión. Se reunirá con él. Obtendré los detalles de sus planes cuando sea oportuno. Vigilia constante, por ahora.— su informe era conciso, militar. —Pero... ¿por qué?— preguntó Eve, su voz temblorosa, mirando a Snape y luego a Dumbledore. —¿Por qué pierdo el conocimiento? No es solo el dolor, es... como si mi mente se negara a ver.— Había miedo en sus ojos, miedo a lo que habitaba en su propia cabeza. —Quizás, querida— dijo Dumbledore con suavidad, posando una mano paternal en su hombro, —es tu propia mente la que se protege. Adentrarse, aunque sea involuntariamente, en la psique de alguien como Voldemort... es una violación profunda. Aceptar ese poder, esa conexión forzada, requiere una fortaleza que aún estás forjando.— sus ojos sabios se posaron en Snape. —Debéis trabajar en ello, Severus. En control, en defensa. Pero ahora, id ambos a descansar. Este lugar no es seguro para conversaciones prolongadas.— Con un último vistazo comprensivo, Dumbledore se desvaneció en la penumbra del pasillo, dejando un silencio cargado. Snape ya se giraba para marcharse con su capa ondeando, ansioso por poner distancia entre él y la tormenta de emociones que Eve desencadenaba. —Severus...— La voz de Eve lo detuvo. Era suave, casi cálida, pronunciando su nombre de un modo que resonó en sus huesos. Él se volvió lentamente, en guardia. —Gracias— dijo ella, con una sinceridad que lo desarmó por completo. —Por... por sacarme de allí.— —No se engañe, profesora— replicó él, demasiado rápido, erguido como una lanza y la voz cortante. —Mi intervención fue puramente pragmática. Evitar un escándalo que comprometería nuestra posición. Nada más.— Era una defensa automática, un foso excavado a toda prisa. Pero Eve no se inmutó. Una sonrisa lenta, casi pícara, se dibujó en sus labios. Quizás no recordaba la visión con claridad, pero lo que sí recordaba vívidamente era el primer contacto al despertar. La sorpresa en los ojos de Snape, la inesperada suavidad de sus dedos en su mejilla, la intensidad de su mirada antes de que el muro volviera a levantarse. Un momento de autenticidad robado al caos. —¿Sabe, profesor?— dijo ella, acercándose un paso, su voz un susurro cargado de significado. —Tiene las manos... sorprendentemente frías.— Dejó que las palabras flotaran, cargadas con el recuerdo de su toque, con la contradicción de su gesto tierno y su negación actual. —Pero no tanto como pretende hacernos creer.— Antes de que Snape pudiera articular una respuesta, antes de que pudiera reconstruir sus defensas, Eve Riddle se volvió y se fundió con las sombras del pasillo, dejando atrás solo el eco de sus palabras y el perfume tenue de su presencia. Y, una vez más, Severus Snape se encontró mudo, maldiciéndose por esa vulnerabilidad que solo ella parecía poder exponer. Esta vez no había sido el impulso ciego del deseo lo que lo había traicionado. Había sido un instante de genuino descuido, una pérdida de control en la que se había permitido sentir. Ternura. Preocupación. Una conexión que iba más allá de la misión compartida. Esa ternura, esa suavidad involuntaria, lo aterrorizaba más que cualquier maldición. Era la rendija por donde podía colarse el desastre. Debía ser racional. Frío. Calculador. Su vida, y quizás la de ella, dependían de ello. Pero, enfrentado a Eve Riddle, a sus ojos que parecían ver a través de sus máscaras, a su persistencia que desgastaba sus barreras, Severus Snape empezaba a temer, con una certeza helada, que mantener ese control sería cada vez más difícil. Una batalla perdida de antemano. De regreso a la Torre de Gryffindor, el trío comentaba en voz baja lo sucedido. Ron seguía escéptico, defendiendo a Eve con vehemencia disminuida. Hermione analizaba cada gesto, cada palabra captada, tratando de encajarlas en un rompecabezas lógico que se resistía. Pero Harry caminaba en silencio, la cicatriz un recordatorio punzante. La escena en el comedor, la palidez repentina de Eve, la reacción rápida y casi protectora de Snape, su propia cicatriz ardiendo... Ya no eran sospechas. Era certeza. Voldemort, la profesora Sanders y su maldita cicatriz estaban conectados por un hilo oscuro y doloroso. Y Snape estaba enredado en el centro de esa telaraña. Nada bueno podía salir de esa alianza. Harry Potter no les quitaría el ojo de encima. La caza, aunque silenciosa, había comenzado. Y la ausencia de Draco Malfoy, finalmente notada, añadía otra pieza inquietante al tablero.
5 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)