ID de la obra: 369

Un nuevo curso en Hogwarts

Het
R
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5
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planificada Maxi, escritos 137 páginas, 65.874 palabras, 22 capítulos
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Recuerdos del pasado

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La oscuridad de Hogwarts a esas horas era un manto húmedo que pesaba sobre los pasillos desiertos. Eve Riddle caminaba junto a Harry Potter, sus pasos resonando como latidos fantasmales en la piedra milenaria. Al despedirse del muchacho en el retrato de la Dama Gorda, se quedó inmóvil en la encrucijada de escaleras. Las sombras de los pasillos parecían respirar, arrastrándola hacia el territorio de Severus Snape. La escena que acababa de presenciar, la explosión visceral de Snape ante Harry, esa furia desproporcionada que rasgó su habitual máscara de hielo, quemaba en su mente. ¿Qué poder tiene ese muchacho para desgarrar así a un hombre como Snape? La curiosidad, afilada y peligrosa, superó la prudencia. Era una grieta en la armadura del espía, y Eve Riddle jamás desaprovechaba una grieta. Tal vez allí, en el corazón de esa tormenta emocional, encontraría la respuesta a la pregunta que la obsesionaba: ¿Por qué Dumbledore confiaba su vida, y el destino de todos, a ese hombre envenenado por el rencor? En su despacho, Severus Snape no veía los pergaminos por calificar ni los libros polvorientos. Su mente estaba en una noche fría, en una mansión oscura donde el miedo tenía olor a ceniza y poder. Las palabras del Señor Tenebroso resonaban aún en sus oídos, confirmando sus peores temores sobre el plan de Malfoy. La impotencia lo ahogaba. Saber y no poder actuar directamente era un tormento familiar, pero ahora, incluso esa certeza se desvanecía ante una imagen más poderosa: una mujer. Y no era Lily. Era el rostro de Eve Riddle, sus ojos también verdes desafiándolo, su presencia intrusiva que perturbaba el orden fúnebre de su existencia. Se golpeó la frente con el puño cerrado, un gesto brutal de autodesprecio. «Débil. Estúpido. ¿Permitir que ella...?» La repulsa hacia sí mismo era un veneno familiar, pero esta vez tenía un sabor nuevo, amargo y traicionero. Unos golpes secos, demasiado conocidos, cortaron su autoflagelación. La ira sustituyó a la confusión. Abrió la puerta lo justo para bloquear el paso, su silueta recortada en el vano como una sombra hostil. —¿Qué te trae a esta hora, Riddle? —Su voz era un susurro áspero, cargado de un desagrado que pretendía ser letal. Eve no se inmutó. Deslizándose con la agilidad de una sombra, pasó junto a él antes de que pudiera reaccionar, invadiendo el espacio cargado de resentimiento. —¿Cómo fue la reunión con Voldemort? ¿Y a qué demonios vino eso con Potter? —Su mirada, directa como una daga, buscaba la verdad bajo sus capas de cinismo. Snape cerró la puerta con un golpe seco. Se volvió lentamente, sus ojos negros eran pozos de hielo fracturado. —El informe para el Señor Tenebroso es asunto del Director. Él decidirá qué debes saber. —Hizo una pausa deliberada, su desprecio palpable—. Y respecto al incidente con Potter... preguntas al hombre equivocado. Niñadas sin importancia. —¡Deja de fingir! —La voz de Eve cortó el aire como un látigo. Avanzó un paso, desafiando la barrera invisible de su ira—. Tú no eres un profesor cualquiera que pierde los estribos. Eres Severus Snape. ¿Qué tiene ese chico que te convierte en... esto? —Su gesto abarcó su rigidez, sus puños cerrados, la tensión que vibraba en cada fibra de su ser. Las palabras de Eve fueron una *Bombarda* en su mente. La imagen de Harry se desdibujó, reemplazada por la sonrisa arrogante de James Potter, su cabello desaliñado, su desprecio juvenil. Y luego, como un golpe en el estómago, ella. Lily. Su risa, sus ojos verdes llenos de decepción, el dolor eterno de su pérdida. El recuerdo fue tan vívido, tan brutal, que Snape retrocedió un paso, su respiración se hizo audible, entrecortada. Por un instante, no estaba en su despacho; estaba en una pequeña habitación, viendo cómo la luz se apagaba en los ojos de su única redención. Eve lo observó. La transformación fue aterradora. La máscara del espía implacable se resquebrajó, revelando una herida abierta, profunda, sangrante. Vio el vacío en sus ojos, el temblor apenas contenido en sus manos. Era su oportunidad. La única. Sin pensar en las consecuencias, impulsada por una necesidad visceral de entender la oscuridad que lo habitaba, su varita se alzó en un movimiento fluido. El hechizo brotó de sus labios antes de que la razón pudiera detenerla: —¡Legeremens! La invasión fue un choque eléctrico. Visiones fragmentadas, sensaciones bruscas... y luego, ella. Primero borrosa, como un fantasma bajo el agua. Luego, nítida, desgarradoramente bella: cabello como llamas de cobre, piel pálida, y esos ojos... ojos verdes esmeralda, llenos de una tristeza infinita. Eve sintió la oleada de un dolor tan profundo que le quitó el aliento: culpa, anhelo, una devoción absoluta que trascendía la muerte. Un instante después, la imagen se desvaneció como humo, arrancada violentamente. —¡SUFICIENTE! —El rugido de Snape llenó la estancia. Su varita estaba ya en su mano, apuntando al corazón de Eve antes de que ella pudiera bajar la suya. En dos zancadas la tuvo contra la pared, su mano enguantada cerrándose como un grillete de hierro alrededor de su garganta. El contacto fue brutal, íntimo, cargado de una rabia homicida. Sus ojos negros, ahora completamente despojados de cualquier pretensión, ardían con el fuego frío del odio y la traición más profunda. —No tenías ningún derecho —escupió las palabras, su aliento caliente golpeando el rostro de Eve—. ¡Ningún derecho a violar esto! ¡LARGO! —La soltó con un empujón que la hizo tambalear, señalando la puerta con su varita que temblaba de rabia contenida. Eve, jadeando, se frotó el cuello donde aún sentía la presión de sus dedos. Pero su mente corría a toda velocidad. Esos ojos verdes... ¿Dónde...? ¡Harry! En la lechucería, fugazmente. La verdad cayó sobre ella como una losa. —Lily... —logró rasgar, la voz aún ronca—. Lily Potter... El nombre, pronunciado en ese lugar sagrado de su dolor, fue la gota que colmó el vaso. El rostro de Snape se descompuso en una mueca de agonía y furia pura. —¡FUERA! —El grito fue tan potente que las paredes parecieron vibrar. La puerta del despacho se abrió de golpe con un estruendo que hizo temblar los tarros en los estantes, revelando el pasillo oscuro como la boca de una bestia. La rabia que emanaba de Snape era una fuerza física, un viento gélido que amenazaba con congelar la sangre. Eve comprendió que cualquier palabra, cualquier gesto, sería ahora un suicidio. Bajó la cabeza, no en sumisión, sino en un reconocimiento tácito de la línea catastrófica que había cruzado, y cruzó el umbral. La puerta se cerró tras ella con un golpe final, resonando como el portazo de un ataúd. Severus Snape se desplomó en su sillón de cuero, no como un hombre, sino como un saco de huesos rotos. La traición de Eve Riddle era un puñal clavado en el centro de su ser. ¿Cómo había permitido que alguien se acercara tanto? ¿Fue debilidad? ¿Algo más...? La idea misma le provocaba náuseas. El santuario de sus recuerdos, el único lugar donde Lily aún vivía, había sido profanado. La vio tal como era ahora: un depredador, otra Riddle husmeando en las miserias ajenas. El odio que sintió por ella en ese momento fue tan absoluto como el que alguna vez sintió por el hombre que mató a Lily. La máscara estaba hecha añicos. Si ella conocía la verdad, su dolor, su culpa... ¿Qué quedaba de él? Sólo la vergüenza. No quería piedad, especialmente no la suya. Un deseo oscuro, familiar, surgió con fuerza renovada: terminar la misión, cumplir la promesa a Dumbledore, y finalmente, finalmente, descansar junto al recuerdo de Lily. Dejar de luchar. Dejar de existir. Eve Riddle vagaba por los pasillos como un fantasma, el corazón aún martilleándole en el pecho. El frío de la piedra apenas lo notaba. En su mente, la imagen de Lily Potter se fusionaba con el dolor abisal que había sentido en la mente de Snape. No eran meros recuerdos; eran heridas abiertas, altares de devoción en ruinas. La ama. La ama con una intensidad que lo consume. Las piezas del rompecabezas encajaban con un crujido siniestro: la protección a Harry, la lealtad a Dumbledore, el odio visceral hacia James Potter... Todo brotaba de ese amor perdido, ese error irreparable que lo había condenado a una vida de espionaje y desesperación. El hombre más frío, el espía más letal... ¿movido por amor? La ironía era tan amarga como el sabor del miedo que aún tenía en la boca. —Buenas noches, profesora Riddle. —La voz de Albus Dumbledore surgió de las sombras como un susurro cálido, pero a Eve le sobresaltó como un trueno. —¡Albus! Pensé que... que aún no habrías regresado. —Su voz sonó estridente en el silencio. El director emergió de la penumbra, sus gafas de media luna reflejando la tenue luz de las antorchas. Su mirada azul, siempre perspicaz, escudriñó su rostro pálido, sus ojos aún dilatados por la conmoción. —Mi viaje fue más corto de lo previsto. Pero dime, querida, ¿qué te arrastra a deambular por el castillo a estas horas? —Su tono era suave, pero la pregunta era una red precisa. —Nada importante, Director. Sólo... necesitaba aire. Necesitaba pensar. Buenas noches. —Se volvió para irse, la urgencia de escapar palpitando en cada latido. —Eve. —El uso de su nombre la detuvo en seco. No era una orden, era una invitación a la verdad—. Por favor. ¿De qué se trata? Eve se volvió lentamente. La mirada de Dumbledore ya no era solo amable; era penetrante, comprensiva en su gravedad. En sus ojos azules, Eve creyó ver un atisbo de conocimiento... ¿Sabía? ¿Lo había previsto? El nombre escapó de sus labios antes de poder contenerse, un susurro cargado del peso de su descubrimiento: —Lily... Lily Potter. El leve brillo amable en los ojos de Dumbledore se apagó, sustituido por una tristeza profunda y antigua. Miró a Eve, no con sorpresa, sino con una aceptación resignada. Vio en su expresión, en su temblor apenas contenido, que no solo había dicho un nombre; había tocado el núcleo mismo del tormento de Severus Snape. —Ven —dijo con suavidad, un gesto cansado hacia la dirección de su despacho—. Creo que ambos necesitamos una taza de té. Las respuestas, a veces, son más claras con un poco de calor. En la redonda oficina del director, rodeada de los ronroneos de los instrumentos de plata y el leve aleteo de Fawkes, el silencio era denso. Dumbledore sirvió el té con movimientos pausados, el vapor dibujando espirales efímeras. Eve sostenía la taza con ambas manos, buscando su calor, incapaz de levantar la vista. La calma del lugar contrastaba violentamente con el huracán en su interior. —Hace tiempo —comenzó Dumbledore, su voz grave rasgando el silencio—, me preguntaste por qué confiaba mi vida, y la seguridad de todos, a Severus Snape. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran—. Supongo que ahora... has encontrado tu propia respuesta. Eve alzó la mirada, encontrando esos ojos azules que parecían ver a través del tiempo y del alma. La confirmación estaba allí, clara como el cristal. —Pero... ¿por qué el secreto? ¿Por qué dejar que cargue solo con... con todo ese peso? —La confusión se mezclaba con una extraña compasión. Dumbledore suspiró, un sonido que hablaba de siglos de cargas y decisiones imposibles. —Severus es un hombre de orgullo feroz y culpa infinita, Eve. El peso que lleva es el que él mismo eligió como penitencia. —Sus dedos acariciaron el borde de su propia taza—. Confió en el poder equivocado, cometió un error catastrófico... y pagó con la pérdida de lo único que amó puramente. No busca redención pública, ni compasión. La compasión, para él, sería otra forma de humillación. Sobre todo... —añadió, con una mirada significativa hacia Eve—, ...sobre todo, viniendo de ciertas personas. Eve bajó la vista a su té. La palabra que la atormentaba surgió, más suave de lo que pretendía, teñida de una emoción que no podía ocultar: —Aún la ama... Profundamente. Una leve, muy leve sonrisa, triste y sabia, tocó los labios de Dumbledore. —El amor, querida Eve, es la fuerza más poderosa y persistente del universo. —Su voz era un susurro lleno de experiencia—. Puede condenar, puede redimir. Puede ser una cadena... o un salvavidas en la tormenta más oscura. Para Severus, el recuerdo de Lily es ambas cosas. Es su dolor... y su único motivo para seguir respirando. Eve terminó su té, el líquido caliente calmando un poco el frío interno que la invadía. Depositó la taza con un suave *clic*. La conversación no había resuelto el caos en su corazón, pero le había dado un marco, una terrible comprensión. Miró a Dumbledore, quien le sostuvo la mirada con una mezcla de bondad y advertencia silenciosa. —Descansa, Eve —dijo finalmente, con una suavidad paternal—. La noche ha sido larga, y el camino por delante... bien puede ser más oscuro aún. —Gracias, Albus —murmuró ella, levantándose. Su voz recuperó algo de su firmeza habitual, pero sus ojos revelaban la huella de lo vivido—. Buenas noches. Al salir de la oficina, la estatua giratoria cerrándose a sus espaldas, Eve no se dirigió directamente a sus aposentos. Se detuvo en un ventanal gótico, mirando los terrenos bañados por la luna. La imagen de Snape, destrozado, vulnerable, lleno de un amor imposible, se superpusó a la del espía implacable. ¿Hombre o espectro? ¿Verdugo o mártir? Y en su propio pecho, junto al alivio de comprender, brotó una inquietante pregunta: ¿Qué significaba este descubrimiento... para ella?
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