ID de la obra: 369

Un nuevo curso en Hogwarts

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planificada Maxi, escritos 63 páginas, 10 capítulos
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Empiezan las clases

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El amanecer en Hogwarts tejía una paz engañosa sobre los jardines. La bruma matinal, todavía aferrada a las hierbas húmedas y a las piedras grises del castillo, se disolvía lentamente bajo un sol tímido. Harry Potter, Ron Weasley y Hermione Granger estaban de pie cerca del sauce boxeador, el aire fresco de septiembre acariciando sus túnicas mientras aguardaban el inicio de su primera clase de Estudios Muggles. Un susurro de anticipación, mezclado con la rutina conocida, flotaba en el ambiente. —Nunca pensé que diría esto después de siete años escapando de Binns o de la profesora Umbridge —confesó Ron, haciendo girar su varita de acebo entre los dedos con torpe destreza—, pero… casi tengo ganas de entrar! Hermione, absorta en un voluminoso tratado titulado "Sistemas Electorales Muggles: Un Análisis Comparativo", apenas alzó la vista. Un suspiro leve escapó de sus labios. —Ron, no subestimes la materia. La comprensión intercultural es fundamental, y la señorita Sanders parece tener un enfoque académico riguroso, según la introducción del nuevo libro —dijo, señalando la portada con el dedo. Harry, sin embargo, tenía la mirada clavada en la gran puerta de roble del castillo. Una arruga de preocupación surcaba su frente, justo debajo de la famosa cicatriz. —No sé qué pensar de ella —murmuró, frunciendo el ceño—. Es raro. Conocemos a Slughorn, sabemos de sus conexiones con Dumbledore, sus méritos en Pociones… Pero ella… ¿Quién es Eve Sanders? ¿De dónde viene? ¿Por qué Dumbledore la eligió? —¡Pues que está que lo tira, Harry! —exclamó Ron, con una sonrisa amplia y descarada que hizo que Hermione lo fulminara con la mirada—. ¡Y mira que es difícil impresionarme después de Fleur! —No es eso, Ron —replicó Harry, impasible—. Es una sensación… como si algo no encajara. Su reflexión fue interrumpida por la aparición de la propia profesora Sanders. Descendía los escalones de piedra con una elegancia serena, su túnica de un azul marino profundo ondeando ligeramente con cada paso firme y decidido. Su cabello castaño oscuro recogido en un moño práctico dejaba al descubierto un rostro de rasgos finos y una expresión alerta, casi inquisitiva. Sus ojos verdes barrieron el jardín antes de posarse brevemente en el trío. —¡Vamos, no quiero llegar tarde el primer día! —urgió Ron, repentinamente electrizado, y echó a andar hacia el aula con un entusiasmo que contrastaba con la cautela de Harry y la concentración tardía de Hermione, que cerró su libro a regañadientes. El aula de Estudios Muggles olía a cera nueva y pergamino antiguo. Mapas extraños cubrían las paredes, mostrando redes de algo llamado "metro" y esquemas de artefactos que Ron identificó como "esas cajas que hablan sin magia". Eve Sanders ocupaba el espacio frente a la pizarra con una calma que irradiaba autoridad. Su voz, clara y proyectada con precisión, llenó la sala al presentarse y exponer los objetivos del curso: comprender la lógica no mágica, la tecnología muggle y los sistemas sociales que sostenían un mundo sin varitas. —La ignorancia —enfatizó, recorriendo las filas con su mirada penetrante— es el terreno fértil del prejuicio. Aquí, cultivaremos el conocimiento. Como era de esperar en una clase que algunos consideraban una pérdida de tiempo para sangre pura, la primera impertinencia no tardó en llegar. Draco Malfoy, recostado en su silla con estudiada indolencia, dejó escapar un suspiro teatralmente aburrido. —¿Realmente necesitamos perder tiempo con esto, profesora? —su voz, cargada de desdén, cortó el aire—. Es… vulgar. Y completamente inútil para un mago. Un silencio tenso se instaló. Todos los ojos se volvieron hacia la mesa del frente. Eve Sanders no se inmutó. Se volvió lentamente hacia Malfoy, una ceja arqueada con una curiosidad glacial. —¿Decía algo, señor…? —preguntó, su tono era de pura indiferencia, como si acabara de oír el zumbido de una mosca. —Malfoy —replicó Draco, enderezándose ligeramente, intentando infundir a su apellido el peso ancestral que creía que merecía—. Draco Malfoy. —Ah, señor Malfoy —asintió Eve, un destello de algo peligroso brilló en sus ojos verdes—. Gracias por identificarse. Dado que ha considerado oportuno interrumpir para compartir su… valiosa perspectiva sobre la utilidad de esta asignatura, ¿sería tan amable de exponer a toda la clase los fundamentos lógicos, históricos o sociomágicos que sustentan su afirmación de que es "inútil"? Le concedo un minuto. Mientras tanto —añadió, su voz adoptando un tono cortante como el acero—, su interrupción ha costado cinco puntos a Slytherin por falta de respeto al profesorado y a sus compañeros. Un murmullo de sorpresa y alguna risa ahogada recorrió el aula, especialmente desde la mesa de Gryffindor. Malfoy palideció, luego enrojeció. Su boca se abrió y cerró como la de un pez fuera del agua. Buscó argumentos, citas de sus padres, algo… pero bajo la mirada implacable de la profesora y las miradas burlonas de sus compañeros, encontró solo vacío. Finalmente, hundió la cabeza, la rabia y la humillación quemándole las orejas. —Adoro a esta mujer —susurró Ron a Harry, ahogando una carcajada detrás de su libro. Harry, sin embargo, no podía compartir el entusiasmo de su amigo. Una inquietud más profunda lo atenazaba. Había algo en la profesora Sanders… una cadencia en su voz, un gesto fugaz, una sombra en su mirada cuando se posó en él… que le resultaba extrañamente familiar. Y esa familiaridad, lejos de ser reconfortante, le enviaba un escalofrío por la espalda. ¿Dónde la he visto? ¿O es otra cosa? —Por favor —anunció Eve, recuperando el control de la clase con suavidad pero firmeza—, abran sus libros en la página uno. Lean en silencio las dos primeras secciones. Tienen cinco minutos. Intenten identificar los principios básicos del "Estado-Nación" muggle. Mientras los alumnos inclinaban la cabeza sobre sus textos, un susurro de páginas llenó la sala. Eve aprovechó para respirar hondo, el pulso aún acelerado por el enfrentamiento con Malfoy. Su mirada, casi involuntariamente, se desvió hacia la última fila, hacia el rostro que había visto en tantos periódicos, hacia el chico que había derrotado a… a él. Harry Potter. El Niño que Vivió. Sus cabellos negros desordenados, sus gafas redondas, y sobre todo… la cicatriz. Un relámpago en carne viva. En el momento en que sus ojos verdes grisáceos se encontraron con los verdes esmeralda de Harry, fue como si un puñal de hielo le atravesara el cráneo. Un dolor insoportable, agudo y profundo, estalló detrás de sus ojos. No fue un simple dolor de cabeza; fue una invasión. Imágenes distorsionadas, como pedazos de vidrios rotos, se incrustaron en su mente: la luz cegadora de un hechizo verde, una risa alta y fría que helaba la sangre, el grito desgarrador de una mujer… y luego, más cercano, más personal: el rostro angustiado de una mujer de ojos tristes (¿su madre?), el frío mármol de una escuela que no era Hogwarts, y una sombra oscura, amenazante, que se cernía sobre su infancia… la sombra de su padre. Eve tambaleó ligeramente, agarrándose con fuerza al borde de la mesa para no caer. Simultáneamente, al otro lado del aula, Harry Potter se llevó ambas manos a la frente con un gesto brusco, un gemido ahogado escapando de sus labios. Su rostro se había tornado pálido, la cicatriz visiblemente inflamada y latiente bajo sus dedos. —¡Ah! —La exclamación de Harry fue baja, pero cargada de una angustia demasiado familiar para sus amigos más cercanos. —¡Harry! —Hermione susurró, alarmada, apartando su libro—. ¿La cicatriz? ¿Otra vez? —Su mirada, rápida como un rayo, saltó de Harry a la profesora, que se había vuelto de espaldas momentáneamente, fingiendo ajustar un mapa en la pared, pero su espalda estaba rígida, su respiración visiblemente entrecortada. —Sí… —murmuró Harry, tratando de recuperar el aliento, sus ojos aún nublados por el dolor—. Pero… fue diferente. Más fuerte. Y… —Vaciló, mirando fijamente la espalda de Eve—. ¿Lo visteis? A ella… también le pasó algo. Al mismo tiempo. El dolor en Eve cedió tan bruscamente como había llegado, dejándola aturdida y con un sabor metálico en la boca. Se obligó a enderezarse, a tragar saliva, a fingir una tos leve mientras se volvía hacia la clase, forzando una sonrisa profesional aunque un poco tensa. —¿Alguna duda sobre los conceptos leídos? —preguntó, su voz apenas un poco más ronca de lo normal. Pero la pregunta que ahora ardía en la mente de Harry, más intensa que el dolor residual, era imposible de formular en voz alta: ¿Ella también lo sintió?   La clase terminó con un murmullo de conversaciones. Eve recogió sus pergaminos con manos que apenas temblaban. En general, había sido un éxito: había establecido su autoridad, manejado a Malfoy y ganado cierta simpatía inicial (o al menos, respeto cauteloso). Pero el episodio con Potter… ese era un problema. La segunda vez. Demasiado específico para ser coincidencia. La cicatriz. Tiene que estar relacionado con la cicatriz. ¿Y con… él? El pensamiento la hizo estremecer. Mientras salía al fresco corredor de piedra, sumida en sus preocupaciones, no vio la figura oscura que emergía de las sombras como una prolongación de ellas mismas. —¡Señorita Sanders! —La voz fue un susurro grave, cargado de una intensidad que hizo que Eve diera un brinco palpable, llevándose una mano al pecho. Se giró para enfrentarse a Severus Snape. Su vestidura negra parecía absorber la escasa luz del corredor. Sus ojos, negros y penetrantes, la escudriñaban con una frialdad que podía helar la sangre. Un aura de severidad y desconfianza lo envolvía como una segunda capa. —¡Profesor Snape! —logró articular, intentando recuperar la compostura, aunque su pulso galopaba traicioneramente—. Me ha asustado. —La sorpresa es a menudo el preludio de la verdad —replicó él, sin alterarse. Su voz era suave, pero cada palabra caía como una gota de ácido—. Tenga cuidado con a quién ridiculiza en su aula, profesora. Especialmente cuando el ridículo recae sobre miembros de mi casa. Eve respiró hondo, enfrentando su mirada. Había algo en Snape, en su intensidad oscura, que la perturbaba profundamente, pero también… la intrigaba. Era como un acertijo peligroso. —El señor Malfoy, profesor —respondió, manteniendo la voz firme a pesar del nudo en su garganta—, se ridiculizó a sí mismo al carecer de argumentos para respaldar su insolencia. Mi pregunta fue una invitación a la reflexión que él rechazó. Las consecuencias fueron… pedagógicas. Un destello de algo impenetrable cruzó los ojos negros de Snape. —No juegue juegos de ingenio conmigo, profesora Sanders —advirtió, acercándose un paso infinitesimal, aumentando la presión de su presencia—. Son juegos en los que tiene… mucho que perder. Hogwarts no es un campo de pruebas para ambiciones desconocidas Eve sintió un impulso de retroceder, pero se mantuvo firme. Una chispa de desafío, nacida de la propia tensión, brilló en sus ojos. —Esa misma advertencia, profesor, debió considerar el señor Malfoy antes de perder cinco puntos para Slytherin. Ahora —añadió, con un atisbo de esa picardía calculada que había usado en clase, mientras fingía consultar un reloj imaginario en su muñeca—, si me disculpa, tengon asuntos mucho más apremiantes que atender que continuar este… juego de advertencias con usted. Buen día. Dio media vuelta con una decisión que esperaba pareciera segura, y comenzó a caminar por el corredor, sintiendo la mirada de Snape clavada como dagas en su espalda. Severus Snape permaneció inmóvil, observando la figura de Eve Sanders alejarse. Un raro aturdimiento se apoderó de él. Nadie le hablaba así. Nadie lo dejaba sin palabras con tanta… eficacia. La segunda vez. La irritación que debería sentir se mezclaba con una curiosidad profunda e inquietante. No confiaba en ella. Su aparición era demasiado oportuna, su pasado demasiado nebuloso y había algo más… Una resonancia oscura, una sensación de familiaridad que no podía ubicar, un hilo invisible que tiraba de él hacia su misterio. Y lo más perturbador: esa sensación, esa tensión eléctrica del desafío… no le resultaba del todo desagradable. Frunció el ceño, profundamente molesto consigo mismo, y desapareció en las sombras del corredor con un susurro de tela, más intrigado y cauteloso que nunca. Eve, al doblar la esquina, se apoyó contra la fría pared de piedra, dejando escapar un tembloroso suspiro que había contenido. El encuentro con Snape había sido tan intenso como el episodio en clase. Sentía su mirada aún sobre ella, una presencia fría y vigilante. "Tiene mucho que perder". Las palabras resonaban. Sabía que Snape era un observador implacable. Pero más allá del peligro, había despertado algo en ella: una determinación férrea. Hogwarts era ahora su hogar, su refugio. Tenía que descubrir la verdad sobre esos dolores compartidos con Potter, sobre los ecos del pasado que parecían perseguirla hasta aquí. Y sobre esa extraña, peligrosa fascinación que el profesor de Pociones despertaba en sus entrañas. El primer día apenas terminaba, y ya sentía que caminaba sobre una telaraña de secretos, con el abismo del misterio abriéndose bajo sus pies. Con una mezcla de temor y una resolución recién forjada, se enderezó y continuó su camino hacia sus aposentos, lista para enfrentar las sombras que el futuro en Hogwarts sin duda le deparaba.
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