Un juego peligroso
8 de julio de 2025, 7:33
Un nuevo día amanecía en Hogwarts, y la emoción se palpaba en el aire como una corriente eléctrica. Hoy, el tan esperado torneo anual de Quidditch daba inicio con el primer partido importante del año: Slytherin contra Gryffindor. El cielo estaba despejado, de un azul frío y brillante, y aunque el viento otoñal cortaba como cuchillos y teñía las mejillas de rojo, no lograba mermar el entusiasmo febril que recorría cada rincón del castillo. Desde el amanecer, los pasillos resonaban con cánticos rivales, las bufandas de león y serpiente ondeaban como estandartes de guerra, y un rumor constante, mezcla de risas nerviosas y discusiones apasionadas, llenaba el Gran Comedor durante el desayuno. Hasta los fantasmas parecían más agitados, flotando entre las mesas con comentarios sesgados sobre las destrezas de los equipos.
Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos, cerca del extremo de la mesa de Gryffindor. Harry empujaba su avena con el tenedor, sin apetito, el nudo familiar de los nervios pre-partido apretándole el estómago. A su lado, Ron, con la boca llena de tostada, no paraba de analizar las posibilidades de victoria, sus ojos brillando con un optimismo contagioso.
– Con las nuevas jugadas que hemos ensayado, Fred y George bloqueando como demonios, y tú con la Saeta… ¡Es nuestro año, Harry! ¡Les daremos una paliza que recordarán hasta el próximo torneo!
Hermione, que había estado inmersa en un grueso volumen titulado Teoría Avanzada de la Transmutación, levantó la vista brevemente por encima de las páginas.
– Las jugadas están muy bien, Ron, pero el Quidditch no es solo habilidad o velocidad – comentó con su tono práctico habitual–. Requiere estrategia, anticipación y, sobre todo, mantener la cabeza fría bajo presión. – Su mirada se posó fugazmente en Harry, captando su tensión, antes de volver a su libro.
Harry suspiró, dejando el tenedor.
– No me gusta cómo juegan los Slytherin – murmuró, observando distraídamente el grupo de jugadores rivales que entraban con arrogancia al comedor–. Siempre tienen trucos sucios bajo la manga. Y con Malfoy presumiendo de esas escobas nuevas…
Ron asintió vigorosamente, golpeando la mesa con el puño y haciendo saltar su vaso de zumo de calabaza, que Hermione estabilizó con un rápido movimiento de varita y una mirada reprobatoria.
– ¡Bah! Escobas nuevas no les darán agallas, Harry. Y si se ponen sucios, tenemos a los gemelos. Ellos saben cómo… devolver el golpe.
Harry se disponía a contestar cuando una voz fría y cargada de desprecio resonó justo detrás de él.
– ¿Asustado, Potter? ¿Ya sientes el peso de la derrota?
Draco Malfoy se había acercado sigilosamente, una sonrisa desagradable estirada en su rostro pálido, sus ojos grises brillando con malicia. Flint y Crabbe lo flanqueaban como sombras amenazantes.
Harry giró la cabeza con lentitud deliberada, manteniendo una calma que no sentía. Sus ojos verdes encontraron los de Draco sin pestañear.
– Más quisieras, Malfoy. Estoy ansioso por verte comer polvo otra vez.
Draco soltó una risa corta y aguda, como el crujir de hielo.
– Qué patético, Potter. ¿Sigues soñando con glorias pasadas? – Su mirada recorrió a Ron, que se había puesto colorado, y a Hermione, que fingía concentración en su libro pero tensaba la mandíbula–. Este año no tenéis ni una oportunidad contra nosotros. Mi padre se ha asegurado de que contemos con las mejores Saetas de Fuego del mercado, recién salidas de la fábrica. No te durará mucho la valentía cuando veas un destello plateado y te quedes comiendo nuestro polvo. – Su sonrisa se ensanchó, cruel.
Ron, incapaz de contenerse, se irguió.
– ¿Cuándo aprenderás a hacer algo por ti mismo, Malfoy? ¿O siempre necesitarás que papà te compre la victoria? Hasta la profesora Sanders se dio cuenta de tu… falta de iniciativa – añadió, recordando con satisfacción el reciente episodio en clase.
El rostro de Draco perdió su máscara de diversión. Una mancha roja de ira subió por su cuello.
– Esa sangre sucia – escupió las palabras, mirando directamente a Harry pero claramente refiriéndose a Eve– aprenderá hoy quién es mi padre, y el precio de meterse con un Malfoy. – Su voz era un susurro cargado de veneno.
Soltando una última carcajada despectiva, Draco dio media vuelta con un movimiento brusco de su capa y se alejó, seguido por sus esbirros. Harry respiró hondo, intentando aplacar la ira que hervía en su pecho. Había aprendido a no morder el anzuelo de Draco tan fácilmente, pero el nin̈ato siempre sabía encontrar la grieta en su armadura, tocando el tema de sus padres o, ahora, insinuando amenazas contra la nueva profesora.
Eve Sanders se frotó los ojos cansados. La noche había sido larga e inquieta, atormentada por sueños fragmentados donde sombras susurrantes se mezclaban con recuerdos borrosos de un pasado que intentaba mantener enterrado. Lo inexplicable con Snape, la constante vigilancia… Todo pesaba. Sabía que el famoso torneo de Quidditch era hoy, y aunque el deporte mágico le resultaba caótico y violento, pensó que el bullicio del estadio, el aire fresco (aunque gélido) y la simple normalidad del evento podrían ser un bálsamo, una distracción necesaria de sus propios demonios y de la inquietante presencia del profesor Snape.
Con un esfuerzo, se vistió con rapidez y se dirigió al estadio. El ruido ya era ensordecedor a distancia, una cacofonía de gritos, aplausos y el agudo silbido de las tribunas de metal. Bajo la gradería reservada a los profesores, se encontró con la profesora McGonagall, cuya habitual severidad había dado paso a una animación casi juvenil. Sus mejillas estaban sonrosadas por el frío y la emoción.
– ¡Profesora Sanders! Buenos días, querida – la saludó Minerva con una sonrisa amplia, sus ojos brillando detrás de sus gafas cuadradas–. ¿Vienes a presenciar el encuentro? ¡Excelente decisión! Ven, siéntate aquí junto a mí. ¡Promete ser emocionante! – Frotó sus manos enguantadas con entusiasmo.
– Oh, gracias, Minerva – respondió Eve, logrando una sonrisa cansada pero genuina, contagiada un poco por el fervor de su colega. Tomó asiento, disfrutando momentáneamente del sol débil que calentaba su rostro.
En ese instante, una figura alta, envuelta en una capa de viaje de terciopelo negro y con un bastón de puño de plata, hizo su aparición en las gradas. Su cabello liso y blanco como la nieve caía sobre sus hombros, y su rostro, aunque aristocrático, tenía una dureza y una arrogancia que resultaban intimidantes.
– Señorita McGonagall – saludó con una voz suave, educada, pero que rezumaba una superioridad innata. Hizo una leve inclinación de cabeza–. Un placer verla. Siempre es un honor presenciar el torneo en tan… ilustre compañía.
– Buenos días, señor Malfoy – contestó Minerva, con una amabilidad tan rígida y formal que resultaba claramente fingida. Su sonrisa se había congelado.
El hombre, Lucius Malfoy, desvió su atención hacia Eve. Sus ojos grises, fríos como el acero, la escudriñaron de arriba abajo con una mezcla de curiosidad maliciosa y absoluto desdén. Se quedó plantado frente a ella, bloqueando parcialmente su vista del campo, un desafío silencioso.
– Señorita… – dijo, alargando la palabra con tono expectante, como si su mera presencia exigiera una presentación inmediata.
Eve mantuvo la compostura, aunque sintió una oleada de irritación. El desprecio en su mirada era palpable.
– Sanders. Eve Sanders – respondió con sequedad, sin apartar la vista de los ojos helados que la evaluaban.
– Lucius Malfoy – replicó él, como si el nombre fuera un título nobiliario que ella debiera reconocer al instante. Un esbozo de sonrisa desagradable asomó a sus labios finos–. Un placer, sin duda. – El "sin duda" sonó a burla–. Sabe, profesora Sanders, me han hablado mucho de usted. Mi hijo Draco la menciona con… cierta frecuencia.
Eve levantó una ceja.
– Deduzco que sí. Soy su profesora en…
– Estudios Muggles – interrumpió Lucius, pronunciando las dos palabras como si fueran una enfermedad repugnante. Su nariz se arrugó ligeramente–. Sí, estoy perfectamente al corriente. Al corriente de todo, ¿comprende? – añadió, bajando la voz un tono, pero infundiéndole un matiz de amenaza apenas velada. Su mano se aferró con más fuerza al bastón.
El deseo de Eve de responder con igual impertinencia fue casi abrumador. Vio en su mente el rostro despectivo de Draco, una copia exacta en miniatura. "Como padre, como hijo", pensó con amargura. Estaba a punto de soltar un comentario cortante cuando recordó, como un jarro de agua fría, la advertencia de Snape. Respiró hondo, forzando un cambio en su expresión.
– Sí, veo que comparte muchas cosas con su hijo – comenzó, su voz más suave, buscando desesperadamente una salida diplomática. Su mirada se fijó en el único detalle que podía elogiar sin mentir–. Incluyendo su… impresionante color de ojos. – Las palabras sonaron torpes incluso para sus propios oídos. ¿Color de ojos? ¿En serio, Eve?
Lucius pareció ligeramente sorprendido, luego complacido de forma narcisista.
– Gracias. Es una herencia familiar, un legado de sangre pura. – Su mirada se volvió más penetrante, inquisitiva–. Y hablando de herencias y legados… ¿de dónde es usted, profesora Sanders? Su apellido… no me resulta familiar entre las sagas conocidas de este lado del mundo. Sanders… – Dejó la frase en el aire, cargada de insinuación y desconfianza.
Eve sintió un escalofrío. La pregunta era peligrosa, un sondeo directo a su pasado inventado. Abrió la boca para responder con una evasiva, pero antes de que pudiera articular palabra, una voz grave y familiar cortó el aire tenso.
– ¡Lucius! – Severus Snape se acercaba con su habitual paso silencioso, su capa negra ondeando ligeramente–. No pierdas más el tiempo interrogando a la señorita Sanders – dijo con una frialdad que pretendía ser despectiva hacia Eve, pero que también actuaba como un escudo–. Te lo garantizo, no vale la pena el esfuerzo. – Añadió en un susurro apenas audible para Lucius, pero que Eve captó, sintiendo una extraña mezcla de ofensa y alivio.
Lucius giró hacia Snape, un destello de reconocimiento (y quizás complicidad) en sus ojos fríos.
– Severus. – Lo saludó con un leve movimiento de cabeza–. Solo estaba conociendo a la nueva… adquisición del personal.
– Por supuesto – replicó Snape, su mirada negra pasando fugazmente por Eve antes de fijarse de nuevo en Malfoy–. Pero el partido está a punto de comenzar. Vamos, sentémonos. Disfrutemos del espectáculo. – Hizo un gesto hacia los asientos.
– Naturalmente – asintió Lucius, aunque su sonrisa no llegó a los ojos–. Ahora vuelvo, sólo voy a dar unos ánimos personales a mi hijo antes del inicio. – Sin otra palabra para Eve, dio media vuelta con elegancia y descendió las escaleras hacia el campo con pasos firmes, su bastón golpeando rítmicamente el metal.
Snape se dirigió a su asiento, situado justo detrás de Eve. Se sentó con su característica rigidez. Eve no pudo evitar girarse ligeramente, sus ojos encontrándose con los de Snape. En ese instante, a pesar de su resentimiento por sus constantes pullas y su actitud en general, le agradeció internamente haberla librado del interrogatorio de Lucius. Pero, después del tenso intercambio del día anterior, no estaba dispuesta a darle las gracias. Se limitó a un asentimiento casi imperceptible, un movimiento mínimo de la cabeza, antes de volver a fijar la vista en el campo de juego, donde los jugadores ya se alineaban.
Snape captó el gesto. No lo devolvió. Sus ojos, sin embargo, se desplazaron hacia abajo, siguiendo a Lucius, que ahora hablaba con Draco cerca de las tribunas de Slytherin. Snape, experto en el arte de leer labios, enfocó su atención. Los movimientos de los labios de Draco eran claros, exagerados por la emoción y la arrogancia: "No creo que Potter aguante más de dos minutos sobre su escoba. El partido está ganado." Una sonrisa triunfante cruzó el rostro del joven Malfoy. Lucius asintió, satisfecho, y dio una palmada en el hombro a su hijo.
Snape se inclinó hacia delante repentinamente, acercándose tanto que Eve pudo sentir su aliento cerca de su oreja. Ella se puso instantáneamente en alerta, tensando los músculos, esperando otro comentario sarcástico o una nueva advertencia.
– Señorita Sanders… – susurró su voz, apenas un hilo de sonido por encima del rugido creciente de la multitud.
Eve se volvió unos centímetros, sus ojos verdes chocando con los negros e inescrutables de Snape.
– ¿Qué es lo que…? – comenzó a preguntar, la voz cargada de desconfianza.
– Shhh… – la interrumpió él, su mirada fija en el campo, no en ella–. Esté atenta. A Potter. Yo… no podré vigilarlo. – Las palabras fueron secas, urgentes, y carentes de toda explicación. Antes de que Eve pudiera reaccionar o preguntar, Snape se reclinó bruscamente en su asiento, su expresión de nuevo impasible, como si no hubiera dicho nada.
Eve quedó paralizada por un instante, la confusión mezclándose con una creciente sensación de inquietud. ¿Atenta a Potter? ¿Por qué? ¿Y por qué él no puede? Ese hombre era un enigma envuelto en capas de oscuridad y sarcasmo. Siguiendo su extraña instrucción, fijó su mirada en Harry Potter, el joven cazador de Gryffindor del que tanto había oído hablar. Se veía hábil y seguro sobre su ágil Saeta de Fuego, pero también joven y, en ese momento, concentrado.
– ¡QUE EMPIECE EL PARTIDO! – La voz amplificada de Albus Dumbledore resonó por todo el estadio, acallando momentáneamente a la multitud. Madam Hooch soltó las bolas. Un silbato agudo cortó el aire.
El partido comenzó con un frenesí. Gryffindor atacó con ferocidad, y en cuestión de segundos, Angelina Johnson había anotado los primeros diez puntos. Los gritos de los partidarios del león atronaron las gradas. Harry ascendió como un cohete, sus ojos escudriñando el cielo en busca del destello dorado de la Snitch. Eve lo siguió con la vista, su corazón latiendo un poco más rápido, consciente ahora de la extraña advertencia de Snape.
Fue entonces cuando lo vio. Una Bludger negra y feroz, lanzada con fuerza inusual por uno de los golpeadores de Slytherin, subió en una trayectoria mortalmente recta hacia Harry. Él la esquivó por los pelos, la bola rozando su brazo izquierdo con un golpe sordo que hizo a Eve contener el aliento. Pero algo estaba mal. La Bludger no siguió su camino ni fue a por otro jugador. Giró en el aire con un zumbido siniestro, como un abejón enfurecido, y se lanzó de nuevo hacia Harry. Él picó, zigzagueó, ascendió en vertical, pero la bola maldita lo seguía implacable, describiendo círculos cada vez más cerrados a su alrededor, golpeando el aire con un whoomp-whoomp amenazador. Pronto fue evidente para todos: la Bludger estaba encantada, obsesionada con derribar a Harry Potter.
– ¡Harry! ¡Cuidado! – gritó Ron desde abajo, su voz ahogada por los gritos de alarma que empezaban a surgir de las gradas de Gryffindor.
Draco Malfoy voló cerca de Harry, una sonrisa triunfante y cruel en su rostro.
– ¿Problemas, Potter? – le escupió, aprovechando para adelantarlo mientras Harry forcejeaba para evitar otro golpe brutal de la Bludger.
Harry, desesperado, subió hacia las nubes, tan alto que las figuras del campo se volvieron pequeñas. La multitud contuvo el aliento. Luego, se lanzó en un picado suicida, intentando despistar a la Bludger con la velocidad. Por un segundo, pareció funcionar. Pero al nivelarse cerca del suelo, el zumbido siniestro volvió a llenar sus oídos. La Bludger reapareció como un misil, lanzada en un ángulo imposible directamente hacia su pecho. No había tiempo para esquivar. En un acto reflejo desesperado, Harry saltó de su Saeta de Fuego. La escoba fue destrozada en mil astillas por el golpe de la Bludger, mientras el cuerpo de Harry caía como un fardo, girando en el aire, hacia el duro suelo del estadio, a treinta metros de altura.
Un grito colectivo de horror surgió de miles de gargantas. Hermione se tapó la boca con las manos. Ron palideció como la cera. McGonagall se puso de pie bruscamente. Snape se inclinó hacia adelante, sus nudillos blancos aferrados al borde de la grada. Lucius Malfoy observaba con una expresión de fría satisfacción apenas disimulada.
Eve no pensó. Instinto puro, alimentado por años de entrenamiento y la advertencia de Snape resonando en sus oídos, tomó el control. Su varita se alzó como un látigo, apuntando al cuerpo que caía.
–¡Wingardium Leviosa! – gritó con voz potente y clara, proyectando todo su poder y concentración.
La fuerza del hechizo golpeó a Harry justo cuando estaba a menos de dos metros de estrellarse contra la tierra. Su caída se detuvo bruscamente, dejándolo suspendido en el aire como una marioneta, tambaleándose a un palmo del suelo. El alivio fue fugaz. El zumbido enloquecido de la Bludger, que había girado en el aire tras fallar su primer objetivo, se convirtió en un rugido al ver a su víctima inmóvil a su alcance. Se lanzó en picado hacia Harry suspendido, una bala negra de destrucción.
– ¡Reducto! – El grito de Eve cortó el aire como un cuchillo, lleno de una furia fría. Un estallido de luz roja intensa salió de su varita, impactando de lleno en la Bludger rebelde.
Hubo un crack seco y ensordecedor, como un trueno a corta distancia. La Bludger de hierro sólido se desintegró instantáneamente en una nube de polvo metálico y pequeños fragmentos que llovieron inofensivamente alrededor del cuerpo suspendido de Harry.
Un silencio absoluto, pesado como el plomo, cayó sobre el estadio de Quidditch. Miles de ojos estaban clavados en la figura de Eve Sanders, de pie en las gradas de profesores, su varita aún humeante ligeramente, su respiración agitada. El alivio fue tan inmenso que tardó un segundo en transformarse en un rugido atronador de aplausos y vítores que vinieron principalmente de Gryffindor, pero también de Hufflepuff y Ravenclaw. Madam Hooch, pálida pero recuperando la compostura, silbó con fuerza y sacó una Bludger de repuesto de la caja, lanzándola al campo mientras los sanadores corrían hacia Harry, que era bajado suavemente al suelo.
– ¡Accio escoba! – gritó Harry con voz ronca, aunque visiblemente aturdido y dolorido, mientras una Saeta de Fuego de repuesto volaba hacia su mano. Se montó con determinación, su mirada buscando furiosamente a Malfoy y la Snitch. El partido, contra todo pronóstico, continuaba.
– Excelentes reflejos, señorita Sanders – dijo Lucius Malfoy desde su asiento, su voz un susurro cargado de hielo y una rabia apenas contenida que hacía temblar ligeramente las palabras. Su mirada era un veneno–. Verdaderamente… impresionantes.
Eve ni siquiera se volvió. Mantenía la vista fija en Harry, que volvía al combate aéreo.
– Gracias, señor Malfoy – respondió con una frialdad que igualaba a la suya–. Supongo. – Su tono dejaba claro que su acción no había sido para impresionarle a él.
Snape, reclinado de nuevo en su asiento, observaba a Lucius de reojo. La tensión en la mandíbula del Lord Malfoy, el brillo asesino en sus ojos… No era solo la derrota deportiva lo que lo enfurecía. Hacer que Eve interviniera tan abiertamente, salvando a Potter de una muerte o lesión segura, la había puesto directamente en la mira de los Malfoy y, por extensión, de Él. Un error táctico, quizás, pero necesario. Algo más siniestro que ganar un partido de Quidditch se estaba tramando, y Snape sentía el peso de la sombra de Voldemort acercándose.
El partido terminó minutos después en un crescendo de gritos ensordecedores cuando Harry, desafiando el dolor de su brazo magullado y la incredulidad general, se lanzó en una última y temeraria embestida, arrebatándole la Snitch Dorada literalmente de bajo la nariz de un Draco Malfoy demasiado confiado. La explosión de alegría de Gryffindor fue monumental. Los jugadores rojos y dorados se abalanzaron sobre Harry en el aire, formando una masa caótica y jubilosa que descendió lentamente. Ron y Hermione corrieron como locos por el campo, esquivando a otros estudiantes que invadían el terreno de juego.
– ¡Harry! – Hermione llegó primero, lanzándose a su cuello con tal fuerza que casi lo derribó de nuevo–. ¡Estás loco! ¡Podrías haberte matado! – Le apartó el pelo sudoroso de la frente, sus ojos llenos de lágrimas de alivio y furia–. ¿Te duele? ¿El brazo? – Examinó con ansiedad el brazo izquierdo, donde ya empezaba a formarse un feo hematoma.
Harry, jadeando, con el rostro sucio y radiante de triunfo, sacudió la cabeza. El dolor palpitante en su brazo y el susto aún fresco en sus venas eran reales, pero la euforia de la victoria y el simple hecho de estar vivo los eclipsaban.
– No, no es nada… Bueno, duele un poco – admitió, tratando de sonreír–. Pero… – Su sonrisa se desvaneció un poco, su mirada se volvió seria mientras buscaba entre la multitud–. Tengo que… Creo que le debo mi vida a la profesora Sanders. Si no hubiera sido por ella… – No terminó la frase. No hacía falta. La imagen de la tierra acercándose a toda velocidad seguía vívida en su mente.
Eve bajaba lentamente de las gradas de profesores, abrumada por la intensidad de los últimos minutos y la oleada de adrenalina que ahora la abandonaba, dejando un temblor en sus manos. El camino de vuelta al castillo estaba lleno de estudiantes eufóricos, cantando y ondeando banderas. La alegría era contagiosa, pero ella sentía una punzada de inquietud al pensar en la mirada de Lucius Malfoy.
– ¡Profesora Sanders! – La voz de Harry la hizo detenerse. Él se abría paso hacia ella, seguido de cerca por Ron y Hermione, cuyas expresiones de preocupación se habían transformado en profunda gratitud.
Eve se giró, sorprendida. No esperaba una búsqueda activa de agradecimiento. Ver a Harry de pie, magullado pero vivo y sonriente, le produjo una oleada de alivio genuino y una extraña sensación de calor en el pecho.
– Señor Potter – dijo, intentando mantener su tono profesional, aunque una ligera sonrisa asomó a sus labios–. Buen partido. Una captura… dramática.
– Profesora – Harry estaba un poco sin aliento, pero su mirada era directa y sincera–. Solo quería… darle las gracias. De verdad. Si no hubiera sido por usted, ahora mismo estaría… bueno, probablemente en la enfermería con mucho más que un brazo magullado. O peor. – Su voz cargada de emoción decía más que sus palabras.
Ron asintió con vigor.
– ¡Fue increíble, profesora! ¡Ese Reducto! ¡BUM! ¡La Bludger hecha añicos!
Hermione añadió, su voz más contenida pero igualmente cálida:
– Estuvo genial, profesora. Y rápida. Gracias.
Eve se sintió ligeramente desconcertada por la sinceridad de los tres.
– No ha sido nada – dijo, y esta vez su sonrisa fue un poco más amplia, más natural–. Cualquier profesor habría hecho lo mismo. Me alegra mucho que estés bien, Potter. Ahora, ve a que Madame Pomfrey te eche un vistazo a ese brazo, ¿de acuerdo? – Añadió con un toque de autoridad maternal que sorprendió incluso a ella misma.
– Sí, profesora – asintió Harry, sintiéndose repentinamente más joven bajo su mirada.
Eve siguió su camino hacia el castillo, la mente ya acelerándose hacia su próxima clase. El breve encuentro con Harry la había tranquilizado; al menos, por ahora, el chico dejaría de verla con tanta suspicacia. Pero otra sensación, más fría, se instaló en su estómago. Al salvarlo, había cruzado una línea. Se había puesto directamente en el camino de los Malfoy, y Lucius no era un hombre que olvidara o perdonara una afrenta. ¿Por qué Snape me pidió que lo vigilara?, volvió a preguntarse, la inquietud creciendo. ¿Por qué no lo hizo él? Se supone que lo odia. La ambigüedad de las acciones de Snape, su desconfianza mezclada con esos destellos inesperados de… ¿preocupación? ¿O era solo pragmatismo oscuro?… la perturbaba profundamente. Cuanto más intentaba descifrarlo, más se convencía de que Severus Snape ocultaba capas y capas de secretos, y eso lo hacía aún más peligroso. Y ahora, involuntariamente, ella estaba atrapada en su juego.
Severus Snape no compartía la euforia general. Su mente era un torbellino de cálculos y presagios oscuros mientras se dirigía con paso rápido hacia la gárgola que guardaba el despacho del director. La contraseña salió de sus labios con un silbido cortante. Las escaleras giratorias ascendieron, y entró sin llamar.
Albus Dumbledore estaba de pie frente a la ventana, contemplando el estadio que se vaciaba lentamente. Fawkes emitió un trino suave desde su percha.
– Buenas tardes, Severus – dijo el director, girándose. Sus ojos azules, detrás de los medios lunares, reflejaban la luz del atardecer y una curiosidad profunda–. Emocionante partido, ¿verdad? Y un final… inesperadamente afortunado para nuestro joven amigo. Una Bludger defectuosa puede ser muy traicionera; sin la intervención oportuna, Harry podría estar pasando una larga temporada en la enfermería.
Snape cerró la puerta con un golpe seco.
– Defectuosa, Albus? – Su voz era un filo–. Ese artefacto estaba encantado, maldito para perseguir y matar a Potter. – Avanzó hacia el escritorio–. Y no fue un accidente de fabricación. Lucius Malfoy está detrás de esto. Lo vi hablando con Draco justo antes del partido. El muchacho estaba demasiado confiado. Demasiado específico en su jactancia. – Hizo una pausa, su rostro una máscara de furia contenida–. Yo mismo puse en alerta a la profesora Riddle… y fue un error. Un error garrafal. Ahora Lucius la tiene firmemente en su punto de mira. Y sabemos lo que eso significa.
Dumbledore observó a Snape con detenimiento. Una leve, casi imperceptible, sonrisa asomó a sus labios.
– Preocupado por la profesora Riddle, Severus… – comentó, con un tono que combinaba sorpresa genuina y una punzada de curiosidad maliciosa–. Eso es… nuevo.
Snape lanzó una mirada gélida al director.
– No juegue con palabras, Albus – espetó, negando con la cabeza con brusquedad–. No olvide quiénes somos, ni quién es ella realmente. – El nombre no dicho, Voldemort, flotó en el aire entre ellos–. Mi preocupación es puramente estratégica. – Añadió, con demasiada rapidez–. Me temo que pronto sentiré la llamada de la Marca Tenebrosa. Este incidente… es una señal. Están tramando algo más grande, y debemos estar preparados. – Su voz se volvió más grave–. Y … Potter no dejará pasar este "accidente" por alto. Es tan terco, tan imprudente y tan obstinadamente curioso como su padre. – El nombre "padre" salió cargado de un odio antiguo–. Y eso es precisamente lo que están esperando. Un resquicio de debilidad, un impulso de investigar que lo lleve directamente a sus garras.
Dumbledore asintió lentamente, la sonrisa desaparecida, reemplazada por una seriedad profunda.
– Tienes razón, Severus. La imprudencia de Harry es su mayor fortaleza… y su mayor vulnerabilidad. – Suspiró–. Espero que la profesora Riddle progrese rápidamente en Oclumancia. Ella puede ser… nuestro as en la manga más inesperado. Informaré discretamente al resto del personal. Mantendremos ocupado a Harry con tareas adicionales, con estudios… cualquier cosa para disuadirlo de investigar esto por su cuenta. – Sus ojos se endurecieron–. Si la Marca te llama, si sientes algo, cualquier cosa… avísame de inmediato.
– Por supuesto, señor – respondió Snape con su habitual sequedad, pero la tensión en sus hombros delataba la carga que llevaba.
– En cuanto a la profesora Riddle… – continuó Dumbledore, acariciándose la barba–. Creo que sería prudente informarla con más detalle del nivel de… implicación que usted tiene en estos asuntos, Severus. La desconfianza puede ser un arma de doble filo. En su posición, saber que no está completamente sola, que hay aliados ocultos… podría ser crucial para su seguridad y su eficacia.
Snape apretó los puños. La idea de revelar más de sí mismo a ella le repugnaba, pero la lógica de Dumbledore era irrefutable.
– La profesora Riddle sabe lo que necesita saber para cumplir su función, Albus – dijo, su voz baja pero cargada de intensidad–. Y usted dio su palabra. – El término fue una espada–. Lo que ocurre entre bastidores, las lealtades cruzadas… eso permanece en la sombra. Revelar más de lo necesario ahora solo aumentaría el peligro… para todos. – Su mirada se clavó en Dumbledore, desafiante–. Especialmente para ella. Manténgalo en secreto.
La habitación quedó sumida en un silencio pesado, solo roto por el suave crepitar del fuego en la chimenea y el trino distante de Fawkes. La tensión era palpable, un recordatorio tangible de que dentro de los muros aparentemente seguros de Hogwarts, las sombras se alargaban, los enemigos acechaban, y el peso de la lealtad podía ser una carga tan pesada como las cadenas de un prisionero. Snape giró bruscamente y salió del despacho, dejando atrás al viejo director y la inquietante certeza de que la partida más peligrosa apenas comenzaba.