ID de la obra: 369

Un nuevo curso en Hogwarts

Het
R
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5
Emparejamientos y personajes:
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planificada Maxi, escritos 137 páginas, 65.874 palabras, 22 capítulos
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¿Remordimientos?

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El silencio de la habitación de Eve pesaba más que las piedras de Hogwarts. Sentada al borde de la cama con las manos temblorosas enterradas en el pelo oscuro, intentó, por décima vez, ordenar el huracán que arrasaba su mente. ¿qué he hecho? ¿cómo pude perder el control así? ¿y si Vol… lo llega a ver? Las preguntas martillaban su cráneo sin piedad, cada una más aguda que la anterior. La racionalidad, algo que siempre había valorado de sí misma, se había hecho trizas contra el instinto más bajo que Severus Snape despertaba en ella. Y lo peor no era el acto, sino el placer que aún resonaba en sus huesos. Cada vez que cerraba los ojos, sentía sus manos ásperas en su piel, su aliento caliente en el cuello, la urgencia con que la poseyó sobre aquel escritorio frío... Un gemido ahogado escapó de sus labios. "¡Maldita idiota!". Snape era una paradoja andante: cinismo y fuego, veneno y éxtasis. Y ahora, sabía que no había vuelta atrás. Cruzar esa línea había sido entregarle un arma. Huyó al baño, necesitando borrar todo rastro de él. Pero el agua tibia de la ducha fue un aliado traidor. Cada gota que resbalaba por su cuerpo se convertía en un mapa de memoria: aquí sus labios, aquí sus dientes, aquí la presión de sus dedos marcando su cadera como un hierro candente... Frotó la piel con furia, hasta enrojecerla, pero el olor a hierbas amargas y tinta, su esencia, parecía impregnada en sus poros. No era solo su aroma: era la huella de su posesión. Golpeó la pared de mármol con el puño cerrado. "¡Estúpida!" Pero la verdad, cruda y dolorosa, emergió entre el vapor: esto no había sido solo deseo. Ni siquiera la simple lujuria. En algún momento, en medio de aquel torbellino, sus sentimientos, esos que juró enterrar, habían saltado la trinchera y se habían unido a la batalla. Y ahora, indefensa, los enfrentaba a solas. Aún en su despacho, Severus Snape libraba su propia guerra contra los fantasmas. Ordenaba pergaminos con manos que apenas reconocía, demasiado lentas, demasiado humanas. No usó la varita; necesitaba el castigo físico del movimiento repetitivo para acallar la cacofonía mental. Pero los recuerdos eran implacables: el gemido de Eve ahogándose en su boca, la curva de su espalda arqueándose bajo sus manos, la culpa. Ahí estaba Lily. Su risa de melaza en el estanque de Hogwarts... transformándose en los ojos verdes profundos de Eve, nublados por el placer. "¡Imbécil!" masculló, arrojando un frasco de tinta a la pared. El cristal estalló en un grito púrpura. ¿Remordimientos? No. Él no merecía ese lujo. Era ira. Ira contra sí mismo por su debilidad, por poner en riesgo todo por unos segundos de olvido. Pero el corazón, ese órgano traidor, le recordaba el sabor de su piel, el sonido de su voz entre jadeos... El despacho era una trampa olfativa. Su perfume, jazmín y tormenta lo envolvía, burlándose de su oclumancia. Huyó hacia el Gran Comedor como un condenado busca la horca: era el lugar perfecto para fingir normalidad ante cientos de ojos... y los dos que más importaban. Eve entró en el Gran Comedor con la cabeza baja, sintiendo el peso de las miradas como agujas. El banquete era un mar de ruido. risas de estudiantes, el tintineo de cubiertos,... pero ella navegaba en un silencio aterrador. Se deslizó en su silla junto a Minerva, evitando el espacio vacío a su derecha como si fuera un precipicio. Un segundo después, la sombra cayó sobre ella. Snape se sentó, rígido como un ataúd erguido, sin una palabra, sin su habitual mirada cortante. El vacío entre ellos era más elocuente que cualquier discurso. Minerva McGonagall observó el plato intacto de Eve y sus mejillas pálidas. — Querida — susurró, inclinándose.— Ese vampiro del sueño te está ganando. Come. O te veré en la enfermería con una poción de fuerza. Eve esbozó una sonrisa fantasma. "Si supieras qué vampiro me esta ganando..." pensó. Tragó comida sin sabor, consciente de cada movimiento de Snape: el leve crujir de su túnica al respirar, el modo en que sus largos dedos evitaban rozar la copa. Era un duelo de ausencias. Albus Dumbledore, desde el centro de la mesa, observó el drama silencioso. Sus ojos azules pasaron de Eve, hundida en su culpa, a Snape, cuya rigidez gritaba más que un sollozo. El viejo director sintió un pinchazo de tristeza. Conocía ese lenguaje corporal. El amor, siempre llegando como un incendio en el momento equivocado. — Señorita Sanders —dijo Dumbledore al terminar la cena, alzando la voz solo lo necesario —, ¿Tiene un momento? Severus, tú también. El camino al despacho fue un cortejo fúnebre. Las gárgolas se apartaron y el aire se espesó entre libros y recuerdos. Dumbledore no se sentó. Su mirada era un bisturí. — ¿Hay algo que deba saber? —preguntó, con la voz suave como seda envenenada. El silencio fue su respuesta. Eve clavó los ojos en el fénix de la repisa; Snape, en las grietas del suelo. —Bien... — continuó Dumbledore, caminando hacia la ventana. —Eve conoce demasiado, Severus. Voldemort puede tener piezas que no debería. Un error ahora sería una sentencia de muerte... para ambos. Si en una visión Tom viera que tu y... —¡Sabemos las consecuencias, Albus! — Snape cortó el aire con su voz como un cuchillo antes de escuchar la realidad en boca de Dumbledore. — Eso espero — el director giró, sus lentes captando la luz de la luna. —Porque esta vez no se trata solo de lealtades... sino de supervivencia. El ambiente se electrizó. Eve sintió el calor subirle al rostro. Snape fue el primero en romper el pacto de silencio: — Señorita Riddle — dijo, sin mirarla — Mañana antes de la cena. A mi despacho. Eve asintió, atrapada entre el alivio y el terror. Al salir, un "buenas noches" murió en sus labios. Cuando la puerta se cerró, Dumbledore dejó caer la máscara. —Severus, esto es un precipicio. —No sé de me qué hablas. —Te conozco. Recuerdo la última vez que vi ese vacío en tus ojos. En la torre, después de que ... –– No metas a Lily en esto–– Snape rugió, las manos temblando. Instantáneo. Autodestructivo. Una triste sonrisa floreció en el rostro arrugado de Dumbledore. —Tú mismo acabas de hacerlo, Severus. — avanzó, la voz era un susurro de advertencia. —Ten mucho cuidado. Si la arrastras a tu caos, no sobrevivirá. Voldemort la devorará... y a ti con ella. Snape salió sin despedirse. La derrota le sabía a ceniza. En su despacho, al abrir la puerta, el aroma de jazmín lo golpeó como un puñal. Era ella. En las paredes. En los libros. En su propia piel. Con un portazo que hizo temblar los libros de las estanterías, salió a patrullar los pasillos. Necesitaba una víctima. Un alumno infractor. Alguien a quien castigar para no pensar que el único pecador aquí... era él.
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