Narrado por Albus Dumbledore.
Han pasado meses desde que la encontré. La mansión Grindelwald a donde la había traído, había estado cerrada durante demasiado tiempo. Polvo en los alféizares, ecos de una familia poderosa que eligió la reclusión antes que el asustar a otros, retratos que se habían negado a hablar. No me gustaba estar allí, traía demasiados recuerdos pero sin embargo lo hice. Por ella. Pasamos los últimos meses limpiando el polvo, bajando los cuadros al sótano envolviéndolos cuidadosamente, comprando cosas para Alice pero parecía no querer tocar nada, como si lo fuera a romper, le compre una nueva cama que pusimos en el cuarto que ella escogió, era el más pequeño dentro de la mansión aunque ella decía que era enorme, tenía un enorme ventanal con un balcón que daba vista a los árboles, ella dice que lo escogió porque es donde hay más luz. Llenamos una pared con una estantería que llegaba al techo para que pusiera todos los libros que fuera leyendo, dentro de todo lo que le compre; la ropa, los juguetes, los muebles. Lo único que pareció llamar su atención eran los libros. Cada semana le llevaba más y aun así parecían no ser suficientes. Había preguntado mucho, sobre su familia, sobre la magia, los magizoologos, las criaturas mágicas, sobre hechizos, y demasiadas cosas como para recordar tanto. Pero su sed por el conocimiento era increíble, estoy segura de que McGonagall la amara cuando la conozca. - Hoy es el día -dije mientras desayunábamos-. Hoy iremos al Callejón Diagon. A comprar todo lo que necesitas para ir a Hogwarts -pude notar como su mirada se ilumino y se apuró a terminar el desayuno para poder ir más pronto. Al llegar al Callejón Diagon la primera parada fue Gringotts. Alice observaba todo con mucho cuidado, el piso de mármol frio, la enorme entrada y por supuesto a los duendes, ella se vio incomoda en un momento por la forma en la que la veían ellos. -Descuida, son duendes. Ellos así miran a todos, odian a los magos -le sonreí para tranquilizarla pero parece que mi comentario le dio más dudas. Grimbak, un duende se puso frente a nosotros y con solo verla ya sabía a donde llevarnos, asintió con la cabeza y espero a que lo siguiéramos. - ¿A dónde vamos? -Pregunto Alice con voz baja. - A tu cámara, Alice, a una de ellas al menos -su mirada pareció confundirse a un más. El viaje por los raíles subterráneos fue tan caótico como siempre. La pequeña Grindelwald se agarraba con fuerza de los bordes del corrito, mientras Nix permanecía escondida en su gran abrigo. Cuando por fin nos detuvimos, el duende bajo rápidamente para abrir la gran bóveda, paso sus garras por la puerta y una vieja cerradura apareció, abrió la puerta con una llave dorada y montones de montañas de oro estaban dentro. Pilas de galeones, relucientes y más altos que yo. Había unos en el suelo, otros en cofres pero el cuarto estaba completamente lleno, al punto que era imposible pasar. - ¿Qué es esto? -pregunto ella. Antes de poder responder, el duende dijo con su voz rasposa: - La cámara menor de los Grindelwald. Las otras están más abajo, más protegidas, por el tamaño y la cantidad. Alice pareció sentirse enferma, - En el mundo mágico usamos tres tipos de monedas, el Galleon, que es esta moneda de oro, el Sickle plateado, y el Knuts que es de bronce -le dije como si eso fuera a calmarla. - ¿No hay billetes? Sonreí. - No, Alice. Solo metal, es más difícil de falsificar y más antiguo. Tomé un puñado de las monedas y la metí en un saco pequeño y la misma cantidad en otro, le di ambos a Alice. - Con este será más que suficiente para comprar todo lo que necesitas para Hogwarts, y este es para que lo lleves contigo -ella dudo por un momento en tomarlos pero al final lo hizo. Cuando íbamos de regreso al carro para salir de ahí Alice pregunto al duende. - ¿Si no te agradan los magos porque trabajas para ellos? No supe que decir, nadie que conozca haría una pregunta así enfrente de los duendes y parece que este se sintió igual de sorprendido que yo. Grimbak la miro con arrogancia, sonrió y dijo: - Los duendes no trabajamos para los magos. Nosotros creamos Gringotts, nosotros lo manejamos casi en su totalidad, los magos necesitan un lugar seguro para manejar su oro y no hay criatura más talentosa que los duendes para eso. Es algo que los suyos no suelen notar. - ¿” Los míos”? -continúo preguntando Alice. - Los de tu clase. Con varitas, con castillos, con leyes que nos niegan a tener una a nosotros. Pero Gringotts no es de ustedes, es nuestro, los magos solo son… usuarios -dijo por fin mirándome. - Entonces ustedes controlan todo el dinero del mundo mágico, pueden controlar mejor su magia que muchos magos sin varita como mi familia ¿Y aun así los magos se sienten más poderosos que ustedes? Los ojos de Grimbak se ensancharon con asombro, se cruzó de brazos y continuo. -No esperaba que lo entendieras tan rápido. - Me he pasado la vida sobreviviendo -dijo Alice con apenas un susurro-. Cuando no tienes poder al nivel de los demás, debes encontrar la forma de conservar el poco que tienes. Lo que ustedes hacen… lo admiro mucho. Grimbak se quedó sin palabras, en silencio por un largo tiempo. Pero después asintió lentamente. - Tal vez el apellido Grindelwald todavía guarde un poco de visión -lo dijo mientras se volvía a subir al pequeño carrito. Alice y yo lo seguimos en silencio, antes de salir de Gringotts, Grimbak detuvo a Alice. - Tome su llave, cuando necesite más dinero tráigala. Alice asintió y después de tomar la llave le dio la mano al duende. - Y cuando necesite algo, señorita Grindelwald. No dude en acercarse a mí, con gusto la ayudare. Alice sonrió y esta vez le dio un abrazo rápido, pero no lo suficiente, ya que todos los duendes lo notaron. Al salir de ahí Alice seguía despidiéndose de Grimbak con ambas manos. - ¿Se imagina eso, profesor? ¡Son brillantes! No necesitan pelear para ganar. ¡y tienen su propio banco! Asentí dejándome contagiar por su entusiasmo. Mientras recorríamos el Callejón Diagon, muchos magos y brujas nos observaban. Algunos por mi presencia pero inmediatamente la notaban a ella y se alejaban, reconocían su apellido, no tenían que de preguntarle para darse cuenta era la viva imagen de su familia, hermosa, cabello rubio brillante y por supuesto sus ojos, esos ojos azules tan claros que parecían ser blancos. Pero a pesar de la gente mirándola, susurrando cosas a su espalda y que daban vuelta solo con verla, Alice parecía no notarlo, corría de tienda en tienda viendo con emoción cada artículo mágico, fue casi imposible que Madam Malkin le tomara las medidas para sus túnicas, pero al sentir las manos de ella por fin se calmó, le hacía preguntas por que la noto nerviosa. - ¿Llevas mucho haciendo túnicas para Hogwarts? - ¿Lo notaste por mi pelo blanco? -respondió Madam Malkin, entre todavía nerviosa y tratando de calmarse un poco. - No, por tus manos firmes. Dijo Alice mientras le agradecía por cada costura mágica que hacía o cada corte sin tijeras. Ella paro un momento observando de verdad a Alice no solo su apellido. - Debes ser una bruja muy talentosa, puedes hacer magia muy complicada. - Siguió Alice viendo las puntadas mágicas. Madam Malkin sonrió más que nunca durante todo el proceso y al salir acompaño a Alice hasta afuera haciéndola prometer que volvería a saludarla antes de su segundo año. Después compramos su baúl, su tinta y plumas, los libros a los que Alice no podía esperar a leer, y sostenía todo como si fuera sagrado. Alice no podía parar de hacer preguntas. - ¿Por qué los magos no quieren que los duendes tengan varitas? ¿Qué es el ministerio? ¿Por qué los magos los miran así? ¿Para qué sirve esto? ¿Y esto? No respondí, no me hubiera dado tiempo siquiera de hacerlo antes de que tuviera otra pregunta, pero pude notarlo, que Alice estaba despertando, no solo a la magia, sino al mundo. - La siguiente tienda es Ollivander la tienda de varitas. Alice dejo de saltar entre las tiendas y se quedó a mi lado, no podía ocultar su emoción en sus ojos.Capítulo 6: El nombre que el viento no olvido.
12 de julio de 2025, 21:29