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El día siguiente en el Ministerio transcurrió más lento de lo normal.Los pasillos estaban más vacíos, los memorándums volaban sin apuro, y yo, sentada frente a mi escritorio, no podía concentrarme en nada. Agradecía que Daniel, justo hoy, hubiese sido solicitado de nuevo en el Departamento de Pociones y Antídotos, o creo que estaría aún más desconcentrada. Dejé escapar un suspiro, resignada. Movía mi varita entre los dedos, repasando una y otra vez el mismo informe sin terminarlo, tratando de no pensar en él… pero fallé miserablemente. La imagen de Daniel seguía clavada en mi cabeza. Su mirada al mostrarme las fotos, su sonrisa torpe al servirme el vino, su forma de mirarme como si… como si todavía esperara algo de mí. No podía ignorarlo. Era evidente que me conocía más de lo que decía. Demasiado. El café exacto como me gusta, mi vino favorito… todo había sido demasiado perfecto. Y las fotos… muchas de ellas, demasiado íntimas para ser casualidad. Daniel me estaba ocultando algo más. No era solo mi intuición hablando. Era sentido común. Y algo dentro de mí me decía que no podía seguir dejándolo pasar. Tomé aire, afirmé el agarre en mi varita y me puse de pie. No iba a quedarme sentada, esperando que los recuerdos regresaran solos. Si Daniel no podía —o no quería— contarme todo, entonces tendría que buscar respuestas por mí misma. Ajustándome la túnica, caminé hacia la zona de Archivos.Iba a necesitar toda la ayuda, y toda la discreción posible.Si quería descubrir que habíamos sido realmente… tendría que empezar por quienes nos vieron entonces. Y el primer paso era claro: localizar a los antiguos compañeros de Daniel. Con ayuda de algunos contactos, logré conseguir la dirección de varios excompañeros de Page.Hoy me vería con uno de ellos: Robyn Thistlethwaite, quien actualmente jugaba en el equipo de Quidditch de las Holyhead Harpies. Quedamos en vernos en una pequeña cafetería cerca del Ministerio. Cuando Robyn llegó, sentí una punzada extraña. Esperaba que al verla me resonara algo, así como sucedió con Daniel la primera vez que lo vi. Pero no ocurrió. No sentí absolutamente nada. Y, aunque me esforzaba por no demostrarlo, esa ausencia de reconocimiento me dejó una ligera amargura en la boca. Nos sentamos, pedimos café, y fui directo al grano. —¿Recuerdas a Daniel Page? —pregunté, sin rodeos. La sonrisa de Robyn se amplió. —¿Cómo olvidarlo? Era uno de los mejores en Pociones… y también uno de los más… testarudos —rió suavemente—. Aunque, claro, eso lo ayudaba a no rendirse nunca. Me crucé de brazos, pensativa. —¿Dirías que era un alumno común? Robyn negó, aún sonriendo de forma nostálgica.—Para nada. Era un alumno que siempre obtenía notas de Extraordinario, sobre todo en Defensa y en Pociones. Siempre iba un paso más allá.Pero… —bajó la voz, y su sonrisa se volvió casi cómplice— si quieres entender a Daniel, no basta con saber cómo era en clase. Fruncí el ceño, inclinándome un poco hacia ella. —¿A qué te refieres? Robyn soltó un suspiro. —Daniel cambió mucho en los últimos años de Hogwarts. Todo giraba alrededor de alguien —hizo una pausa, dándole una vuelta a su taza—. Se notaba en su forma de estudiar, de actuar… nunca vi a nadie tan decidido a proteger algo que valorara tanto. Un nudo se formó en mi garganta. —¿Sabes de quién se trataba? Robyn ladeó la cabeza, observándome como si sopesara qué decir. —¿De verdad quieres saberlo? —preguntó, medio divertida, medio seria. Asentí. —Entonces deberías preguntárselo a él —dijo, terminando su café de un sorbo—. Hay caminos que solo pueden recorrerse de la mano de quien estuvo allí. La vi marcharse, sintiendo que sus palabras pesaban más que cualquier información concreta. Otra puerta cerrada. Otro círculo que me llevaba de vuelta a Daniel Page. Y aún no sabía si eso me acercaba más a la verdad… o al desastre.∘₊✧─── ☀︎ ───✧₊∘
Llegué a casa más tarde de lo que había planeado. El departamento estaba oscuro y frío, como si también sintiera el mismo vacío que yo arrastraba en el pecho. Había esperado —quizá de forma ingenua— que esta noche ella aceptara una invitación sencilla: una cena, una charla tranquila después del trabajo. Pero había declinado, alegando que tenía “otros asuntos que atender”. No insistí. No podía hacerlo. Colgué mi abrigo con desgano, levanté mi varita para encender las luces y me encontré con un cerro de lechuzas desparramadas por el suelo. Fruncí el ceño. Todas bajo el mismo nombre: Ivy. Las recogí apresuradamente, hojeándolas una por una. “¡Respóndeme, Daniel!” “¡Es urgente!” “¡Por Merlín, apenas leas esto, contéstame!” Suspiré con desgano y tomé pergamino y pluma de inmediato, enviándole una nota breve, sin mucha esperanza de recibir respuesta. Era tarde. Seguramente ya estaría dormida. Mientras buscaba en la cocina algo que pudiera considerarse cena —y terminaba untando mantequilla de maní en una vieja rebanada de pan—, un golpeteo insistente en la ventana me sobresaltó. Otra lechuza. La nota era breve, pero contundente: “Ven ahora mismo. No es opcional.” Sonreí, cansado pero aliviado. —Nunca cambias, Ivy —murmuré. Tomé mi abrigo otra vez y me aparecí en su casa.∘₊✧─── ✦ ───✧₊∘
La sala de Ivy estaba en penumbras, iluminada apenas por el parpadeo del fuego en la chimenea. El pequeño William dormía profundamente en sus brazos, su respiración tranquila llenando el silencio. Ivy me recibió en bata, con el cabello algo alborotado, pero con esa misma autoridad suave que siempre había tenido. Cuando me vio terminando el lamentable trozo de pan que había traído conmigo, negó con la cabeza, exasperada. —Eso no es una cena decente —susurró, haciendo un gesto con la cabeza para que la siguiera al comedor. Me ordenó con la mirada que me sentara. Y en segundos, con un movimiento de varita, me tenía servido un plato de pastel de carne caliente y un vaso de jugo de calabaza. Le agradecí con una sonrisa, comiendo de inmediato en silencio, mientras ella me miraba con aire crítico. El comedor, al igual que la sala, estaba en penumbras, a penas teníamos un par de velas sobre la mesa. Solo cuando terminé de tragar el primer bocado, Ivy se acomodó frente a mí, arrullando a William en su regazo. —Tu exprofesora me escribió —soltó sin rodeos—. Quiere verme mañana. Quiere hablar. Sentí como si me hubiesen lanzado un cubo de agua helada. —También escribió a Fischer —añadió—. Él solo respondió que estaba ocupado y que no te conocía tanto. Así que me pasó la tarea a mí. Ahí lo entendí. Por eso se había alejado. Por eso la sentía tan distante últimamente. Estaba buscando piezas. Piezas que yo me había prometido no ofrecerle, para no herirla. —¿Hay algo que no quieras que le diga? —dejó caer Ivy en voz baja, con la mirada preocupada. Me pasé una mano por el cabello, sintiendo un cansancio más profundo que el físico.—No —dije finalmente; mi voz sonó más ronca de lo que esperaba—. Dile lo que sabes. Ella tiene derecho a buscar respuestas. Guardé silencio un momento, bajando la mirada hacia mi plato, y añadí: —No voy a ser quien se lo impida. —¿Por qué no se lo cuentas tú?— lanzó con inquietud y curiosidad. —No quiero crearle una presión innecesaria —negué con la cabeza—. Ya lo intenté y no pasó nada. Siento que no tengo el derecho ni soy el más apto para contarle lo que ella quiere saber. Ivy asintió suavemente, como si entendiera más de lo que yo podía decir.Nos quedamos allí unos minutos más, en silencio, solo acompañados por el crujir del fuego y el suave murmullo del pequeño William. Cuando me levanté para irme, le dejé un beso en la frente al bebé y un apretón en el hombro a Ivy. —Gracias —susurré. —Siempre, Daniel —respondió ella, apretando mi mano brevemente.∘₊✧─── ✦ ───✧₊∘
La noche era fría cuando salí. Dejé que el aire despejara un poco el torbellino de emociones que llevaba dentro. Volví a mi departamento, dejándome caer pesadamente sobre la cama, apenas y me quité los zapatos. No sabía qué me dolía más: La idea de que ella recordara todo… y que, al ver quién fui para ella, decidiera alejarse. O la posibilidad de que no recordara nunca… No me molestaba empezar de cero, tener que contenerme hasta que aceptara estar conmigo, hasta enamorarla otra vez. —Pero… ¿Y si esta vez no lo lograba? —murmuré, dudando, sintiendo mi corazón golpear con fuerza ante esa posibilidad. La noche era silenciosa. Y, por primera vez en mucho tiempo, cerré los ojos y deseé que el destino, solo esta vez… fuera un poco más amable con nosotros.∘₊✧─── ☾ ───✧₊∘
La mañana siguiente amaneció gris y húmeda. Un tipo de día que, de alguna forma, parecía encajar perfectamente con la ansiedad que me retorcía el estómago. En el Ministerio, Daniel estuvo algo esquivo durante el día, si bien no me ignoraba, si me dio la impresión de que esquivaba mi mirada. Pero no sabía si era mi ansiedad haciéndome sobrepensar, o si a él realmente le pasaba algo. Salí un poco antes del horario, pues había acordado encontrarme esa tarde con Ivy en una pequeña pastelería al borde del Callejón Diagon.Un lugar discreto, perfecto para conversaciones que preferías que no se hicieran públicas. Llegué unos minutos antes. Pedí un café, solo para tener algo en las manos que me distrajera. El tintineo de la taza contra el platillo era la única música que acompañaba a mis pensamientos acelerados. ¿Y si no encontraba nada? ¿O, peor aún, encontraba algo que no quería saber? Respiré hondo justo cuando la puerta de la pastelería se abrió. Era Ivy. La reconocí vagamente por las fotos que Daniel me había mostrado; era la que más se repetía entre sus amistades. Pero en mi memoria, igual que con los demás, no había nada. Y mucho menos esa sensación de familiaridad curiosa que sucedió cuando “conocí” a Daniel. Entraba empujando un cochecito con un bebé que miraba todo con mucha curiosidad mientras sostenía un juguete en sus manitas. —Hola —dijo con una sonrisa amable, acercándose a mi mesa. Me puse de pie instintivamente. —Gracias por venir —respondí, un poco más tensa de lo que pretendía. —No hay de qué —aseguró Ivy, acomodándose con agilidad en la silla frente a mí, mientras colocaba el cochecito al lado de la mesa y tomaba a su hijo en brazos. Un menú apareció frente a ella, y una vuela pluma junto con un pergamino, se acercó a nuestra mesa. Ivy pidió un té y un dulce. —Me enteré sobre el accidente… —comenzó con verdadera preocupación cuando la vuela pluma se fue—. Lo lamento mucho. —No te preocupes —dije casi de inmediato, tratando de sonreír, aunque aún estaba un poco tensa y nerviosa—. Al menos salí en una pieza. Ella soltó una risa sorprendida, negando con la cabeza. Nos observamos durante un segundo más largo de lo normal.Ivy me estudió con una mirada que no era invasiva, pero sí profundamente atenta.Como si ya supiera que yo cargaba preguntas que ni siquiera había formulado todavía. —Así que… quieres saber sobre Daniel —empezó, sin rodeos. Asentí lentamente. Ivy sonrió con ternura, pero también con un dejo de tristeza.—No sé si encontrarás todas las respuestas que buscas —advirtió suavemente—, pero te contaré todo lo que pueda. Apreté la taza de café entre las manos, tratando de acallar el tamborileo nervioso de mis dedos. Ivy bajó la mirada un momento hacia su hijo, luego volvió a levantarla hacia mí.—Supongo… —vaciló unos segundos— que lo primero que tienes que saber… —dijo en voz baja— es que para Daniel, tú nunca fuiste solo su profesora. El aire pareció volverse más denso entre nosotras. Abrí la boca para preguntar algo, pero Ivy levantó una mano, pidiéndome un instante. —No fue algo escandaloso, ni inadecuado —aclaró sonriendo con calma, como si adivinara mis miedos—. Pero sí fue importante para él. Hice un esfuerzo por tragar saliva. Ivy me sostuvo la mirada, con una honestidad tan brutal como compasiva. —Él… te quería mucho. Más de lo que estaba dispuesto a admitir en aquel entonces. Un temblor recorrió mi cuerpo, provocando que la taza en mis manos se tambaleara. La sujeté con fuerza, intentando que no se notara cuánto me había afectado. Ella sonrió con dulzura. —¿Quieres que empecemos desde el principio? De nuevo, solo pude asentir. Porque, temía que si hablaba, mi voz sonará temblorosa. Ivy acomodó mejor a su hijo, quien empezó a chuparse el pulgar, adormilado. Parece que la conversación lo estaba arrullando, mientras yo luchaba por mantener mi rostro sereno.Por dentro, sin embargo, era un torbellino. Desde que había recibido aquella breve respuesta de Fischer —donde apenas se dignaba a decirme que estaba muy ocupado y que mejor hablase con Ivy, quien era la mejor amiga de Daniel— no había dejado de pensar en esta reunión. Si alguien podía darme información concreta, era ella. Ivy tomó un sorbo de su té antes de empezar. —Daniel era… diferente —dijo con una sonrisa que destilaba cariño—. Desde que lo conocí en Hogwarts, supe que no encajaba del todo con los demás. No le interesaban las tonterías de los otros chicos. Siempre estaba… en su propio mundo. Asentí, esperando que llegara al punto. —Y cuando tuvo clases de Defensa… cuando te conoció —agregó, mirándome directamente—, todo su mundo giró alrededor de ti. Mi estómago dio un pequeño vuelco. —¿Qué quieres decir? —pregunté, tratando de sonar neutral, aunque sentí que mi voz temblaba. Ivy dejó escapar una risita suave. —Era obvio para todos. Daniel estaba… enamorado de su profesora —explicó, sin rastro de juicio en su voz—. No era algo vulgar ni incómodo. Más bien… adorable. De esos enamoramientos platónicos que a veces tienen los alumnos brillantes con los profesores que admiran profundamente. Me removí en mi asiento. —¿Ella…? —empecé a decir, pero no sabía exactamente qué preguntar. Ivy negó suavemente. —Ella siempre fue muy correcta. Lo trataba con cariño, claro, pero… —ladeó la cabeza— más como a un hijo. A veces lo regañaba con dulzura. A veces le daba palabras de ánimo que a Daniel lo hacían flotar por días. Pero, hasta donde yo sé, nunca cruzó ninguna línea. Me quedé en silencio. Parte de mí sintió alivio. Otra parte… sintió una punzada extraña. Porque, después de ver las fotos, después de sentir esa electricidad en el aire cada vez que estaba cerca de Daniel… no podía evitar preguntarme si, de verdad, en aquel entonces, yo solo lo había tratado como a un alumno más. Ivy interrumpió mis pensamientos con suavidad. —No sé todo, claro —acarició la cabeza de su hijo con ternura—. Daniel nunca fue de contar mucho. Solo… se notaba. Lo veías en sus ojos cuando hablaba de ella. De ti. Apoyé la espalda contra la silla, exhalando despacio. Las piezas empezaban a encajar. Pero, al mismo tiempo, formaban una imagen mucho más complicada de lo que había anticipado. Ivy sonrió un poco, como queriendo aliviar la tensión. —Lo único que sé con certeza —añadió— es que Daniel… nunca dejó de preocuparse por ti. Incluso ahora. Esa frase me sacudió. La observé con la cabeza ligeramente inclinada, tratando de entender si había querido decir más de lo que parecía. Ivy solo sonrió cálidamente negando con su cabeza. Continuamos hablando un poco más. Ivy realmente conocía mucho sobre Daniel, y al parecer no estaba dispuesta a guardarse esas anécdotas. Mencionó cómo, en mis clases, él fingía no saber del tema solo para que yo se lo explicara; cómo siempre se ofrecía a ayudarme a cargar las tareas hasta mi oficina; e incluso contó que me invitó a una de las fiestas del profesor Horace Slughorn, donde bailó una pieza conmigo… y luego lo ignoré toda la velada. Entonces dijo algo que llamó mi atención: —Después de eso, fuiste un poco más protectora con Daniel —Ivy negó ligeramente con la cabeza—. No conozco los detalles, pero asumo que te enteraste de que, por ese entonces, sus padres estaban presos. Mis ojos se abrieron por la impresión mientras sujetaba la taza con fuerza, en un intento de mostrarme calmada. Ivy bajó la vista, observando a su bebé dormir, y luego dejó un beso suave sobre su cabeza. —Daniel la pasó muy mal por esa época —levantó la vista y me sonrió con tristeza.—, por lo que tu apoyo fue un pilar para él. Llevé la taza a mis labios. Me sorprendí al notar que ya estaba vacía. Levanté la mano y la vuela pluma anotó otro café; en algunos segundos, mi taza estaba llena de nuevo. Quise indagar más en ese tema, pero parecía un recuerdo doloroso, incluso para ella. Hablamos un poco más. La conversación ya se había ido al fondo, y no había forma de levantar los ánimos. Y entre todo eso llegamos al final. Cuando decidí irme de Hogwarts, Ivy dijo algo que verdaderamente me impresionó: —Él se encerró en una burbuja —dijo, tomando un sorbo de té—. Se volvió más serio, más contenido… La observé con detenimiento, pero mi cabeza estaba trabajando a todo lo que daba. Ya otra de sus amistades me lo había dicho también: que él había cambiado mucho, así que estaba segura de que me soltaría otra bomba. Y lo hizo: dijo algo que me partió el corazón en pedacitos. —Daniel… en su terquedad, jamás dejó de buscarte —Ivy negó con la cabeza, con una expresión entre dolor y preocupación—. Incluso durante todo este tiempo. “Todo este tiempo.” Esa frase resonó en mi cabeza con fuerza. ¿Qué quiso decir exactamente con eso? Me llevé la taza de café a los labios, solo para ocultar el temblor en mis manos. Había ido buscando respuestas.Y, en cambio, solo había conseguido desenterrar aún más preguntas.∘₊✧─── ✦ ───✧₊∘
Cuando salí de la pequeña pastelería, el aire frío de la noche me golpeó de frente, pero no fue suficiente para despejar la maraña en mi cabeza. Me había quedado más tiempo luego de que Ivy se marchara. Me detuve en la acera, abrazando mi abrigo contra el cuerpo. El tráfico muggle zumbaba a lo lejos; algunas figuras se aparecían aquí y allá, envueltas en la neblina. Respiré hondo. Estaba tan ansiosa por esta reunión con Ivy, esperando encontrar certezas, algo sólido a lo que pudiera aferrarme. Pero lo único que me dejó fue más preguntas. Con la sensación de que algo se me escapaba de las manos, como agua escurriéndose entre los dedos. “Daniel estaba enamorado de su profesora.” “Ella lo trataba como a un hijo.” Era lógico. Era correcto. Era lo que cualquier adulto responsable habría hecho. Entonces… ¿Por qué sentía este nudo en el estómago? ¿Por qué, en el fondo, algo en mí gritaba que no todo había sido tan simple? Recordé sus ojos la noche de las fotos. Recordé el temblor en su voz, el cuidado casi doloroso con el que sostenía cada palabra cuando hablaba conmigo. La forma en que acertaba cada pequeño detalle, observando mis reacciones… como si no pudiera evitar seguir conociéndome, incluso ahora. ¿De verdad podía reducir todo eso a un enamoramiento adolescente no correspondido? Apreté los puños dentro de los bolsillos de mi abrigo. No. Había algo más. Algo que no me habían contado. Algo que Daniel no quería que recordara… y que, al mismo tiempo, parecía desesperado porque sí lo hiciera. Me mordí el labio inferior, con la mente ardiendo. Tenía que saberlo. Tenía que recordar. No podía conformarme con mitades de verdad. Giré sobre mis talones y empecé a caminar, sin saber exactamente hacia dónde.Solo sabía que no podía seguir quieta. Por primera vez en mucho tiempo, una parte de mí, empezó a desear con todas sus fuerzas recuperar lo que había perdido. Incluso si dolía. Incluso si cambiaba todo. Volví a casa caminando, sin pensar demasiado en el camino. Solo quería moverme. Sentir el frío en la piel. Respirar un poco. Pero luego de algunas cuadras, decidí usar aparición. Caminar no estaba funcionando. Mi departamento me recibió en penumbras, iluminado solo por las débiles luces de la calle filtrándose por la ventana, y decidí dejarlo así. Seguí derecho hasta mi habitación. Me dejé caer en la cama. No sé por qué estaba tan agotada. Me abracé a la almohada, escondiendo la cara. La sensación de frustración me invadía por completo. Sabía que yo misma tenía las respuestas… y aun así, estaban perdidas en alguna parte de mi memoria. No quería llorar. No había motivo para llorar. Y, sin embargo… Respiré hondo. Cerré los ojos. Y entonces… sucedió. Una imagen, tan nítida que me hizo jadear: el rostro de Daniel, mucho más joven, mucho más pequeño. Sus mejillas encendidas de vergüenza. Su cabello rebelde cayéndole sobre la frente. Y sus ojos. Marrones, enormes, clavados en mí con demasiada intensidad. —… Y me promete que, cuando sea mayor, me dará la oportunidad de tener una cita con usted —había dicho algo antes, algo que no regresó. Su tono era rasposo; su respiración y sus manos temblaban. —Te lo prometo —fue mi propia voz, cargada de una frustración que no lograba entender, tal vez un atisbo de molestia. El recuerdo me golpeó como un latigazo. Y supe, con una certeza brutal, que para él, esa promesa había significado todo. Abrí los ojos de golpe, incorporándome, jadeando. Lleve una mano instintivamente a mi pecho, como si intentara retener algo que se me escapaba. —Oh, Merlín… —susurré. Ahora lo entendía. Ahora todo tenía sentido. La promesa que había sentido flotando en mi corazón todo este tiempo… era real. Y había sido para él. Para Daniel. El niño que me miraba como si yo fuera su mundo. El joven que, de alguna manera, seguía esperándome. Sin embargo, una nueva duda surgió. Lenta. Venenosa. ¿Por qué parecía tan incómoda en ese recuerdo? Me quedé allí, inmóvil, sintiendo cómo el latido de mi corazón se descontrolaba, golpeando contra mis costillas como un tambor desbocado. No sabía qué hacer ni qué sentir.Una parte de mí quería reír. Otra… llorar. Me pasé las manos por el rostro, intentando arrancarme esa mezcla absurda de emociones, pero solo logré empeorarlo. El recuerdo era real. La promesa era real. Y Daniel… Daniel me había estado buscando, todo este tiempo. —Él ha estado esperando todos estos años… —murmuré, casi inconsciente de lo que decía. Una risa nerviosa escapó de mis labios, seca, rota. —¿Qué se supone que haga ahora…? —murmuré en voz baja, como si las paredes pudieran darme una respuesta. Porque, si era sincera conmigo misma, lo que sentía en este momento no era solo culpa.Era también un miedo punzante. Miedo a no estar a la altura de lo que él había idealizado. Miedo a recordar más… y que lo que recordara no fuera bonito. Miedo a que, al final del camino, lo único que quedara entre nosotros fuera la decepción. Me recosté de nuevo, acurrucándome, abrazando mi almohada con fuerza. El peso de esa promesa se sentía inmenso ahora. Y, aunque una parte de mí quería aferrarse a la dulzura de ese recuerdo, otra no podía ignorar la verdad: Yo no era la misma mujer que hizo esa promesa. Y él… tampoco era el mismo niño que me la arrancó. Cerré los ojos de nuevo, dejando que el silencio me envolviera. —¿Me estabas protegiendo…? —murmuré en un suspiro roto—. ¿Protegiéndome de nuestros propios recuerdos? ¿Había sido por eso que no quiso contarme nada? ¿Para no despertar algo que, tal vez… era mejor dejar dormido? La idea me golpeó con una ternura amarga. Él no estaba evitando mi pasado por egoísmo. Estaba intentando protegerme. Incluso ahora. Incluso a costa de su propia felicidad. Un nudo se formó en mi garganta, tan apretado que dolía. Pero… si estaba protegiéndome de algo, ¿de qué se trataba? —Ella siempre fue muy correcta. Lo trataba con cariño, claro, pero… más como a un hijo —recordé de pronto las palabras de Ivy. Me removí en la cama. La ansiedad mantenía mi corazón acelerado, mientras mi mente trabajaba a mil revoluciones por segundo.Otra frase de Ivy vino a mí: —Después de eso, fuiste un poco más protectora con Daniel… Eso hacía obvio que él también era importante para mí. —Si… si solo era un enamoramiento no correspondido, ¿por qué Daniel no me lo dice? —murmuré, con la esperanza de que, al pronunciar la pregunta, la respuesta viniera a mí. No funcionó. Sentía que algo más faltaba. Y solo dos personas sabían la respuesta. Daniel, quien parecía, que no estaba dispuesto a decírmela, y yo, que no podía recordar nada. Suspire saboreando la frustración. ¿Cuánto más tendría que descubrir sola? ¿Cuánto más estaba dispuesto él a callar, y por qué? —Ocho años buscándome… —pronuncié con tristeza—. ¿Acaso esa promesa fue tan importante para ambos? Una promesa que me tome tan en serio, que incluso si no podía recordarla, sentía que la había hecho. Una promesa que lo mantuvo buscándome a pesar de la distancia y el tiempo. —¿Qué paso entre nosotros realmente?… La noche transcurrió lentamente. El sueño no llegó. Pasé horas dando vueltas sobre la cama, abrazada a mi almohada, como si en algún momento fuese a susurrarme las respuestas que tanto buscaba. Y, muy en el fondo, sentía que algo en mí también comenzaba a despertar. Algo que ya no podría ignorar por mucho más tiempo.