ID de la obra: 528

Crónicas de Ostara

Gen
G
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 5 páginas, 2.072 palabras, 3 capítulos
Descripción:
Notas:
Dedicatoria:
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ᚢ. El deseo del conejo

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Izuku estaba practicando técnicas de pintura con los nuevos pinceles que su madre le había regalado. Desde que era un gazapo los miembros más viejos del clan se fijaron en sus habilidades para la pintura y se dedicaron a enseñarle. Consideraban que era bueno para el clan que aparecieran jóvenes que se interesen en las artes, jóvenes que tuvieran la habilidad de poder conmover el corazón de Ostara con la habilidad con la que usaban los colores en las pinturas de las ofrendas anuales. Cuando sus mayores le dijeron al pequeño gazapo que lo instruirían en las técnicas más selectas en pintura, su pequeño corazón se llenó de felicidad. El solo hecho de saber que sería de mucha utilidad en la preparación de la ofrenda anual lo hacía sentir pleno, aún a su corta edad. Fue mejorando mucho con el pasar del tiempo. Sus pinceladas transmitían tanta energía, que hasta la más pequeña obra hecha por Izuku, despertaba fuertes sentimientos en cualquiera que la observara. A medida que crecía aprendió a darle significado a sus pinturas, logrando que los mensajes que quería transmitir se interpretaran como él deseaba. Se estaba volviendo un prodigio. Y tal genio sería usado para el beneficio del clan. Pero, como todo gazapo, también era extremadamente curioso. A medida que crecía su interés sobre las historias de su territorio, las historias de la diosa y, en especial, las historias de los clanes. —Mami —llamó Izuku. —¿Qué sucede, cariño? —respondió Inko con voz suave. —Tu… ¿Alguna vez viste un gato? —le preguntó señalando la ilustración que había en el libro que estaba leyendo. La coneja se acercó a examinar lo que su hijo le señalaba. Conocía muy bien las historias del clan y estaba más que segura que Izuku también lo hacía. —No hay gatos en este territorio, Izuku —respondió ella—. Todas nuestras historias dicen que su clan fue desterrado el día que empezó la Gran Sequía. Ni siquiera me puedo imaginar cómo lograrían vivir sin la bendición de Ostara. —¿Por qué dejaron de recibirlas? —Él sabía que todavía no tenía la edad suficiente para saber eso, ya había intentado preguntar antes y todos le respondieron que era muy pequeño para entenderlo, que lo aprendería todo a su debido tiempo. Pero la curiosidad del pequeño era demasiada, tan extensa que colmó la paciencia de su buena madre. —Ese clan rompió una regla. Ignoraron la tregua y pagaron por eso —respondió la coneja con un tomo que Izuku nunca había escuchado. Ella se dio cuenta de su error y lo enmendó de inmediato. —Pero no le digas a nadie lo que te conté. Ya aprenderás todo cuando llegue el momento. Izuku reflexionó sobre lo poco que le contó su madre mientras observaba las ilustraciones que había en el libro. Un libro con información para gazapos, todas las cosas que él quería saber en ese momento estaban en libros escritos para conejos más grandes y él, no veía la hora en la que finalmente cumpliera la edad suficiente para leerlos. No tenía otra opción más que seguir mejorando sus técnicas de artista y esperar a cumplir la edad suficiente para que su curiosidad pueda ser saciada. Tomó una hoja en blanco y comenzó a hacer trazos circulares con carboncillo, cuando estaba ansioso o se ponía nervioso, garabatear laberintos lo tranquilizaba. Cuando empezó eran pequeños y simples pero cada vez fue haciéndolos más intrincados y bellos, también se estaba volviendo un experto en la confección de esas piezas rituales. —Mami — volvió a llamar el gazapo. —¿A la diosa Ostara le gustan los laberintos? —Izuku se acerca a su madre señalando un laberinto dibujado en el libro. —Hay muchos laberintos en este libro. —Se dice que es su juego favorito, pero también se dice que es difícil divertirla. —respondió Inko. La mirada de Izuku brilló embargada por una enorme decisión. —Cuando sea grande le haré un laberinto a la diosa. ¡Será el mejor laberinto de todos! ¡Con la mejor ofrenda de todos los tiempos! —gritó emocionado el gazapo saltando por toda la sala. —Claro que sí. Cualquier cosa que tú hagas será la mejor ofrenda del mundo. Las energías del pequeño Izuku se renovaron ante la idea que se le acababa de ocurrir. Por otro lado, Inko estaba aliviada de que la atención de su hijo hubiera cambiado a los laberintos, sin sospechar que esa idea también estaba ligada de alguna forma misteriosa al deseo del pequeño de saber más de los gatos.
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