Capítulo 3
22 de octubre de 2025, 10:37
Nota de la autora: Este capítulo retoma justo donde terminó el Capítulo 1, con Edward y Jasper de cacería.
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Capítulo 3
Agosto de 2001
EDWARD
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Apoyado contra un viejo roble torcido, vi los delgados hilos de humo que salían de la pequeña cabaña de Leah y Jacob, justo al otro lado del muro de mi propiedad. Con mi agudo sentido del olfato, pude distinguir que estaba cocinando, algo que Jacob alababa con frecuencia. Para mí, simplemente olía a estufa de leña. Mi atracción por la comida humana se había perdido hacía mucho tiempo, y no estaba seguro de si la extrañaba. O tal vez simplemente no podía recordar cómo era disfrutarla.
Eché un vistazo a mi ropa para asegurarme que se había mantenido limpia durante mi cacería. Recordaba una época en la que terminaba cubierto de sangre, con la ropa destrozada y sin poder acercarme a un humano. Pero eso había quedado atrás; ahora podía hacerlo sin mucho problema. Esta noche fue un alce y un oso negro. Y en cuanto a los humanos… la atracción estaba, pero no el deseo. Su sangre era dulce, tentadora, pero sus pensamientos eran complejos, llenos de recuerdos de familia, amigos y amantes. Terminar con eso me volvería loco, y en su momento, casi lo hizo.
—Dios santo, Edward… me estás matando esta noche. Pura nostalgia lúgubre. ¿Qué demonios?
Solté una risa al escuchar a Jasper acercarse. Sus ojos eran de un dorado brillante tras su caza, que olía a varios linces, quizá un alce.
—Dame un respiro, Jasper —suspiré, negando con la cabeza—. ¿No recuerdas tus primeros cien años?
Sonrió, encogiéndose de hombros.
—Intento olvidarlos, en realidad —dijo mientras se frotaba el brazo con desgano, los dedos rozando las infinitas cicatrices que le habían dejado los neófitos de Maria—. Al menos tú tuviste a Carlisle, ¿no?
—Cierto —asentí, y luego miré hacia el muro—. Ella nos espera.
—¿A nosotros? Uh, no. Apenas puedo contigo esta noche —negó con la cabeza—. Sin ofender a la señorita Leah, pero sus emociones se vuelven algo caóticas cuando lee el futuro, sobre todo cuando se trata de ti. Yo paso esta vez.
—Está bien, está bien. Espérame —le dije.
Escalamos el muro de piedra, cayendo en silencio al otro lado. Jasper se alejó hacia el pequeño estanque, levantando la mano por encima del hombro en una despedida muda que me decía que estaría en el muelle.
A lo largo de los años, la cabaña de Giselle no había cambiado mucho. Jacob la mantenía en buen estado, reparaba cualquier desperfecto y se encargaba de rodearla de parterres rebosantes con lo que fuera que lograra mantener en flor. Era pequeña, con una cocina, una sala, dos habitaciones y un baño. No era gran cosa, pero siempre me habían dicho que allí se sentían más seguros, más felices, bajo mi protección.
Caminé por el sendero de piedra, golpeando suavemente la puerta. Sabía que Jacob estaba en su forma de lobo en algún punto del terreno, así que Leah estaría sola en casa. Mis ojos se encontraron con los suyos -oscuros, casi negros- cuando la puerta se abrió con un chirrido. La mujer que apareció seguía pareciéndose a la niña que había traído conmigo años atrás, al menos en la expresión traviesa de sus ojos y su sonrisa cálida. Había arrugas donde antes hubo pecas y canas en su cabello liso y negro, que llevaba recogido en un moño bajo.
—Edward —saludó con un suspiro de alivio—. Esperaba que vinieras. Sé qué día es hoy, y sé que probablemente estás molesto. Pero quería verte. Por favor, pasa —dijo, abriendo la puerta por completo y haciéndose a un lado.
—Leah, me alegra verte —dije, metiendo las manos en los bolsillos delanteros del jean. No estaba seguro de querer estar allí, pero había venido porque me lo pidió.
Entré a la casa, sonriendo por la calidez, la sensación acogedora que desprendía aquel lugar diminuto. Me senté a la mesa de la cocina. Los pensamientos de Leah eran confusos. Estaba preocupada por mí, y las imágenes de su abuela parpadeaban justo bajo la superficie de su mente.
Se sentó frente a mí y tomó mis manos, sin inmutarse por el contacto con mi piel fría. Siempre había sido así desde niña, pero los niños tendían a aceptar cosas extrañas con mayor rapidez que los adultos.
—Te he echado de menos —me reprendió con dulzura—. Solías venir más seguido, pero ahora… ya no tanto.
—Mis disculpas, señorita Leah. Las cosas en la casa están… ocupadas. Pronto empieza un nuevo año escolar, y fue necesario hacer cambios en el personal —le expliqué, aunque sabía que no era una excusa válida. Aunque, en el fondo, ella lo entendía. Acabábamos de traer de regreso a su hijo como empleado visible. Aunque esta vez, estaba interpretando el papel de su propio hijo.
—Mmm —musitó, ladeando la cabeza hacia mí—. Se necesitaban cambios —repitió—, pero los verdaderos cambios están por venir.
Fruncí el ceño, bajando la mirada a la superficie de la mesa.
—¿Estás segura, Leah? ¿Ella tenía razón? Todos estos años, todo este tiempo que ha pasado… ¿y Giselle sigue teniendo razón con esto?
Leah soltó una risa suave, casi infantil en su dulzura.
—Mi abuela era muchas cosas, pero rara vez se equivocaba.
Reí un poco.
—Sí, me dijo exactamente eso esa noche.
—Estoy segura de que sí. En ese entonces era bastante poderosa. Y madre santa, cómo le gustabas —canturreó la anciana en tono burlón.
—No —negué—. Eso no puede ser verdad… Era… Yo soy…
—Ay, cariño —suspiró Leah, negando lentamente con la cabeza—. Nunca te ves con claridad. Ella sabía en lo que te convertirías, pero también sabía que no eras para ella. Primero, porque eras demasiado joven para ella en ese momento. Y luego, una vez que vio tu futuro, aceptó las cosas como llegarían a ser. —Acarició mis manos con suavidad—. A pesar de cómo te ves a ti mismo, Edward, necesitas darte cuenta de que, en el fondo, eres un buen hombre. Has sido amable con nosotros, nos diste protección cuando más la necesitábamos. Nunca viste a mi abuela como la ramera que la sociedad decía que era. Y has creado un lugar increíble para que los chicos aprendan. Esas son partes especiales de ti. Tu madre estaría orgullosa.
Sonreí con tristeza, pero no pude evitar preguntar:
—¿Y mi padre?
Leah chasqueó la lengua, con un tono tan parecido al de Giselle que me hizo sonreír.
—Bah, al diablo con él. Por lo que he oído, era un borracho abusivo que no merecía todo lo que se le dio. Deja de basar tus actos en la opinión de un hombre que no se preocupaba por nadie más que por sí mismo. Carlisle ha sido más padre para ti que el que te engendró. Deberías sentirte orgulloso de eso.
—Lo estoy, Leah… pero a veces es difícil olvidar.
—Lo sé, hijo.
El silencio cayó sobre nosotros como una manta, pero no fue incómodo. La mente de Leah estaba tranquila, dulce, repasando cosas que había aprendido de Giselle justo antes de morir.
Con esa línea de pensamiento, no pude evitar preguntar:
—Leah, ¿estás segura de que Carlisle y yo no podemos ayudarte a investigar esta supuesta maldición? Debe haber algo que se pueda hacer para revertirla.
—No te llamé a mi casa por mí… ni por Jacob —resopló, casi retirando sus manos, pero las retuve—. Venimos de una larga línea de gente maldita, Edward. Durante mucho tiempo, si los bebés nacían varones, los destruían, pero al final no importaba. Jacob es prueba de eso. El lobo se transmite por la madre, pero la habilidad de transformarse está atrapada en los hombres. Mi madre tenía una teoría, o una suposición, en realidad, de que una vez que Jacob se estableciera y se casara, empezaría a envejecer de nuevo. Nunca hemos podido probarlo…
—Porque Jacob no se ha asentado —completé con una risita—. Bueno, no parece importarle no envejecer; además, pocas cosas le molestan.
—Y eso es gracias a ti, Edward. Tú y Carlisle le dieron modelos masculinos extraordinarios. Es un mejor muchacho de lo que habría sido si nos hubiéramos quedado en las calles. Habría terminado siendo un ladrón, un matón cualquiera.
—¿«Muchacho»? —solté una carcajada—. Tiene casi cincuenta y dos, Leah.
—Sí, y se ve mil veces mejor a sus cincuenta y dos que yo a estos miserables noventa y dos. Envejecer apesta, Edward. Deberías estar agradecido de no tener que sufrir la miseria de ponerse viejo, enfermarse y perder funciones normales. Ya ni escucho como antes —me regañó, guiñándome un ojo al final.
Pero había algo en lo profundo de sus pensamientos que intentaba ocultar. Giraba en torno a la mención de la enfermedad. Inspiré hondo, captando todo lo que podía de su esencia. Aunque su sangre era tan dulce como la de cualquier humano, no era eso lo que buscaba… y encontré que había algo mal en su aroma. Algo fétido, algo… enfermo.
—Leah…
—Bueno, veamos cómo estás —canturreó, sacando un mazo de cartas del tarot, pero sabía que me había descubierto. Simplemente no iba a permitirme hablar del tema.
Lo dejé pasar por el momento, pero sin duda le pediría a Carlisle que la revisara. Leah soltó mis manos y empezó a repartir las cartas una por una. Vi maldad, muerte, amor -esta última me hizo gemir.
—¿Vas a esperar? —chistó con una sonrisa—. Por Dios, siempre tan pesimista.
Reí, echando la cabeza hacia atrás, y crucé los brazos sobre el pecho para no moverme más.
—Así está mejor. Siéntate y compórtate.
Se rio suavemente al ver mi cara de fastidio, pero se puso seria rápido al enfocarse en lo que hacía. Acercó la bola de cristal, la observó intensamente, pero terminó alejándola, pidiéndome las manos otra vez. Las coloqué sobre la mesa, con las palmas hacia arriba, y esperé en silencio, porque nuevamente, no estaba seguro de querer saber.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—Aún veo a tu «cisne» —dijo. Asentí, y continuó—. Veo muerte otra vez, Edward, y eso me preocupa. No estoy segura de cómo se relaciona contigo, pero la veo. Aquí… y aquí… y aquí de nuevo —dijo, señalando las cartas—. Veo… que vas a viajar. —Frunció el ceño, mirando las cartas y luego mi rostro—. No ahora, pero quieres hacerlo… y eventualmente, saldrás del castillo.
—¿Permanentemente? —pregunté, con la boca entreabierta.
—No estoy segura.
Suspiré, apartando mis manos para pasarlas por mi cabello.
—Está bien. ¿Algo más?
—Veo… música —dijo con una sonrisa.
Resoplé.
—Leah, ya no toco mucho.
—No eres tú quien toca —contrarrestó, alzando una ceja.
En su mente, eran manos femeninas, suaves, delicadas, humanas, las que acariciaban las teclas en blanco y negro.
—Lo último que veo son… ojos rojos.
—No —gruñí, poniéndome de pie tan rápido que tiré la silla—. Eso nunca pasará, Leah. Si lo que dices es verdad, entonces encaja… ¿Yo mato a alguien? ¿A más de uno? Me niego a creer que haría eso. Nunca más…
Ella se levantó y se acercó, sujetándome por los brazos.
—Tranquilo, Edward. Por supuesto que lo ves así, pero hay muchas formas de interpretar lo que te he dicho. Que haya muerte no significa que tú la causes.
—Pero ¿ojos rojos? —pregunté en un susurro.
—Lee mi mente, Edward —dijo con calma—. Mira lo que yo veo. Esos ojos rojos están llenos de amor. Y tu hermoso cisne es cada vez más claro, aunque su voz me sigue siendo silenciosa. Pronto estará aquí, y pondrá a prueba todo lo que creías saber.
—Esme cree que la encontró —dije en voz baja, intentando no absorber todo lo que Leah estaba viendo, pero era imposible. Otra vez, ojos castaños profundos, grandes alas, y una cicatriz.
Leah sonrió.
—Quizás. La has dibujado cientos de veces desde que mi abuela la vio.
—Más que eso —suspiré, levantando la silla que había tirado y dejándome caer en ella de nuevo—. ¿Qué hago?
Sonrió, sentándose a mi lado.
—Nunca lo creíste de verdad, Edward. Ni siquiera después de Carlisle, Esme, ni después de Jasper y Jacob. No lo creíste porque no querías. ¿Te cuesta tanto imaginar que tu corazón esté lleno? ¿Tan difícil es considerarte digno de esa alma gemela que te esfuerzas tanto por no desear?
No tenía respuesta para esas preguntas. Solo parpadeé, sintiéndome ridículo. Ella rio entre dientes, acariciando de nuevo mis manos.
—Creo… —comenzó, mirándome con calidez—. Creo que lo descubrirás. Creo que tendrás que vivirlo por ti mismo, pero quiero que me prometas que irás con cuidado, que te tomarás todo esto con calma. Esas cartas de muerte me asustan, Edward, y me dolería mucho si algo te pasara. Pero, aunque creo firmemente en todo lo que mi abuela te dijo, la verdad es que tú controlas tu propio destino. Puedes convertirlo en todo lo que deseas… o puedes quedarte en la oscuridad.
—No sé lo que quiero, Leah —susurré, rogándole en silencio por todas las respuestas, aun sabiendo que no las tenía.
—Lo sabrás —respondió con firmeza, aunque su voz y sus pensamientos eran dulces y llenos de esperanza.
Ambos miramos hacia la puerta cuando la risa fuerte de Jacob llegó a nuestros oídos. Su gran figura apareció por el marco.
—Me muero de hambre —bramó, frotándose el estómago—. Hora de la pausa, jefe.
Resoplé y puse los ojos en blanco.
—Los dejo. Ya he mantenido a tu madre despierta demasiado tiempo. —Me levanté, pero me incliné para besar la mejilla de Leah—. Buenas noches, Leah. Gracias por todo.
—Cuando quieras, Edward.
~oOo~
Esme negó con la cabeza, cruzando los brazos sobre el pecho con frustración.
—No lo sé con exactitud —respondió con voz tensa—. Sus padres dicen que fue un robo. Que su padre, un juez en Boston, murió esa noche, protegiéndola. Que ella resultó herida en el ataque. Pero hay cosas que no me cuadran, y la forma en que su padrastro la mira me pone los pelos de punta. La madre... es como si hubiese rendido hace años. No sentí ninguna verdadera conexión entre ellos. Pero Bella… ella es una chica brillante, dulce… rota, sí, pero… fuerte.
Tragué en seco y sentí mi estómago retorcerse. La imagen de la joven con la garganta marcada por una herida brutal me llenó de una mezcla de rabia y una curiosa necesidad de protegerla que no esperaba.
—¿Cuándo llega? —pregunté, apenas reconociendo mi propia voz.
—Ya está aquí —contestó Esme en voz baja.
Mis ojos se abrieron de par en par y Carlisle sonrió al ver mi reacción.
—Llegó con Esme esta tarde. Jacob las recogió en la estación. Está instalada, ya conoció a su compañera de habitación —dijo, y miró a Esme con una sonrisa—. ¿Alice Brandon, cierto?
Esme asintió, conteniendo una risa.
—Ella lo supo en cuanto la vio. Dijo que serían amigas. —Sus ojos se encontraron con los míos—. Y por primera vez, Edward… vi algo distinto en Bella. Se relajó. Rio. Solo un poco, pero lo hizo.
Me pasé una mano por el rostro y luego por el cabello, intentando ordenar lo que sentía. ¿Era posible que esta chica… esta humana con un pasado roto… fuera la misma del dibujo? ¿La del futuro que Giselle había descrito tantas veces? ¿Mi cisne?
—¿Y qué esperas que haga? —pregunté, mirándolos a ambos.
—Nada —respondió Carlisle con firmeza—. Solo sé tú mismo. No te acerques si no lo deseas. No te obligaremos a participar más allá de lo que ya haces. Pero Esme y yo pensamos que… si ella es la indicada, tú lo sabrás.
—Y si no lo es… —comencé, pero Esme me interrumpió.
—Entonces solo será una estudiante más que necesita nuestra ayuda. Una que merece algo mejor que lo que ha vivido hasta ahora. Y por eso está aquí, Edward. No lo olvides.
Asentí lentamente, sintiendo que mi mundo, una vez más, estaba a punto de tambalearse. Solo que esta vez… no estaba seguro de si quería evitarlo o dejar que sucediera.
Me quedé solo en mi habitación, con el sonido lejano de la actividad en el castillo filtrándose por las paredes. Podía oír el murmullo de las voces, los pasos apresurados, el ajetreo que siempre acompañaba el inicio de un nuevo año escolar. Pero yo estaba atrapado en un torbellino de pensamientos que no tenían nada que ver con libros, horarios ni alumnos.
Bella Swan.
Bella. Mi cisne.
La imagen de sus ojos seguía flotando en mi mente, junto con la suavidad de sus dedos sobre las teclas del piano. No eran solo las cartas de Leah, ni las visiones de Giselle. No era la coincidencia del nombre. Era la forma en que Esme la había descrito… como si hubiera sido moldeada para encajar en las grietas rotas de mi existencia.
Y eso era precisamente lo que me aterraba.
Porque si todo eso era cierto… entonces también lo eran los tres presagios de muerte. También lo era la posibilidad de que mi propia oscuridad tocara su luz. ¿Y si mi cercanía la dañaba? ¿Y si era yo quien causara una de esas muertes?
Me giré hacia la ventana, abriéndola de golpe. El aire fresco de la noche me azotó el rostro como una bofetada, pero no me moví. Necesitaba pensar, pero no podía. No con todo lo que había visto. No con la imagen de su rostro atormentándome con la promesa de algo que jamás creí que me perteneciera.
Un alma gemela.
¿Y si, por una vez, Giselle tenía razón?
¿Y si, después de todo este tiempo… finalmente había llegado?
Me apoyé contra el marco de la ventana, cerrando los ojos. Si era verdad… entonces tendría que ser más fuerte que nunca. Más cuidadoso. Más controlado. Porque si Bella era realmente la indicada, entonces no podía permitirme fallar.
No con ella.
Nunca con ella.
Esme se recostó, ajustándose la ropa.
—Un robo, al parecer. Bella me mostró los recortes de periódico. Ella y su padre, que en ese entonces era juez federal, estaban solos en casa, dormidos. Alguien entró por la fuerza. Lograron matar a Charles Swan, pero Bella sobrevivió… por muy poco.
—¿No podían simplemente llevarse las cosas? ¿Tenían que matarlo? —pregunté, con la boca abierta.
Carlisle sonrió con tristeza. —¿Y tú piensas que nosotros somos los peligrosos, Edward? Los humanos son criaturas desesperadas y crueles cuando se ven acorraladas. —Volteó hacia su esposa—. Estaré encantado de verla. Supongo que antes de la reunión de personal del lunes, ¿cierto?
—Sí, por favor. Me gustaría conocer tu opinión sobre ella antes de explicarles a los profesores que su participación verbal no será obligatoria y que no permitiré que nadie la presione. Todo lo que pueda decirse en voz alta, puede escribirse o teclearse. Y su rendimiento académico en su anterior escuela fue sumamente impresionante. No estoy segura de que sea necesario forzarla.
Carlisle y yo la miramos con incredulidad. Había algo en esa chica que despertaba en Esme a la madre protectora. Casi parecía molesta, salvaje, por decirlo así.
—Estás protegiendo a esta chica, amor —señaló Carlisle—. ¿Qué tiene de especial?
Esme negó con la cabeza, pero sus ojos cayeron en mí. Estaban tristes, pero llenos de esperanza.
—Es una chica lista, hermosa, de dieciséis, casi diecisiete años… y ha pasado por el infierno. Si tuviera que adivinar, aún sigue en el infierno, solo que no lo ve. Sus padres eran… distantes, prácticamente fríos, como si simplemente no les importara. —Suspiró hondo antes de continuar—. Edward, antes de dejarte verla, debo decirte algo. No le di mucha importancia a la predicción de Giselle… hasta que vi a esta chica. Todo lo que has dibujado alguna vez… está ahí. Pero es más que eso. Es como si hubiera sido hecha para ti, hijo. Es absolutamente impresionante, excepto por esa cicatriz. Es amable e inteligente, pero además toca el piano casi tan bien como tú.
Esme se inclinó hacia adelante y sostuvo mi rostro entre sus manos. Su mente se abrió para mí como una flor en pleno florecimiento, haciendo que se me cortara la respiración. Lo primero que vi fue la cicatriz que había nublado mi mente durante décadas. Nunca supe dónde estaba, solo cómo se veía, atravesando una piel perfecta y cremosa. Pero Esme tenía razón: quienquiera que le hubiera hecho eso a la chica, lo había hecho con malas intenciones. Luego vi sus ojos: profundos, llenos de alma, sabios. Ojos jóvenes, pero que ya habían visto demasiado. Mi niñera, Collette, habría dicho que Isabella Swan llevaba un alma vieja dentro de sí.
Por último, observé la memoria de Esme de Bella frente al piano. Se movía con fluidez, y era realmente, realmente buena.
Absorbí cada parte de ella a través de la mente de Esme. Me fascinaba poder ver al fin a la dueña de esos ojos oscuros, y estaban en un rostro igual de hermoso, enmarcado por rizos caoba. Mi primer instinto fue pensar que era simplemente una chica atractiva, pero habría estado equivocado en muchos niveles.
Me levanté de golpe, clavándome los dedos en el cabello y empezando a pasearme por la habitación.
—Razón de más para mantenerme tras bambalinas los próximos años —murmuré, negando con la cabeza.
—Edward, de eso es justamente de lo que quiero hablar contigo —dijo Esme, poniéndose de pie y acercándose a mí—. De verdad me gustaría que fueras su instructor de piano. Por bueno que sea el señor Harris, ella está muy por encima de su nivel. Creo que deberías darle clases particulares.
—No —gruñí.
—No has mostrado tu rostro ante un alumno o miembro del personal en más de cincuenta años, hijo. Podrías hacerlo —me aseguró, colocando sus manos sobre mis hombros.
Negaba con la cabeza todo el tiempo que hablaba.
—¿Por qué? Edward, ¿por qué te opones tanto a esto?
Mis ojos se apartaron de los suyos y fueron a parar a Carlisle, para luego caer al suelo.
—No quiero que Giselle tenga razón. No quiero que Leah tenga razón. Hay… cosas nuevas en la predicción, y podría terminar mal.
—Hijo, no sabes si esta es la misma chica. Podría ser otra estudiante que comienza este año —intervino Carlisle.
Puse los ojos en blanco, y Esme soltó una risita.
—Se llama Bella Swan, Carlisle —dije con un toque de miedo y exasperación.
Él sonrió, dándome una palmada en el hombro. —Cisne hermoso. Sí, puedo ver cómo eso podría encajar con todo lo demás. Piénsalo, hijo. Si es tan buena como dice Esme, necesitará ser desafiada. Tú tienes la capacidad de hacerlo. —Su rostro se volvió serio, y preguntó—. ¿Cuáles son esas cosas nuevas que te dijo Leah?
Pasé los siguientes minutos contándoles lo que la anciana me había dicho: los cambios que venían, las tres cartas de la muerte, cómo la profecía original de Giselle seguía ahí… y los ojos rojos que había visto en mí.
Ambos fruncieron el ceño con esa última parte.
—Con razón estás un poco inquieto —dijo Carlisle en voz baja, asintiendo levemente—. ¿Y tres muertes? —verificó, y yo asentí—. No me gusta cómo suena eso. —Miró a Esme—. Me temo que esta vez estoy del lado de Edward. Mejor… veamos cómo se desarrollan las cosas. No hace falta apresurar nada. Quizá le vaya bien con el señor Harris, uno nunca sabe. De hecho, déjame hablar con ella antes de tomar decisiones.
—Está bien, Carlisle —cedió Esme, pero pude ver que no le gustaba la idea. Le agradaba mucho la chica, lo cual decía muchas más cosas sobre Bella Swan de las que yo estaba dispuesto a admitir.
Empezaron a marcharse, pero llamé de nuevo a Carlisle.
—Creo que Leah está…
—Enferma —terminó por mí—. Sí, lo sé, aunque no me permite ayudarla. Es muy terca. Como su abuela.
Sonreí con tristeza y asentí. —¿Entonces no hay nada que podamos hacer?
—Oh, no me he rendido con ella todavía, hijo —dijo, y luego salió por mi puerta.
~oOo~
BELLA
—Aquí es —canturreó Alice, señalando una puerta con el número trece. Al abrirla, añadió—: Este fue mi cuarto el año pasado. Aunque entonces no tenía compañera.
Fruncí el ceño mientras la seguía adentro. Hablaba lo suficiente como para que yo no tuviera que decir nada. Y durante el trayecto en la limusina, me había dado cuenta de que usaba su energía hiperactiva y su charla constante para esconder algo triste. Se notaba en sus ojos. Eran una mezcla bonita de verde y azul, pero se oscurecían si se quedaba callada.
Miró por encima del hombro, riéndose suavemente.
—Mi pequeño don no es bien recibido por todos. Algunos piensan que soy una rara.
Solté una risita, pensando que tal vez la señora Cullen nos había puesto juntas por una razón. No estaba segura de creer del todo en eso de lo psíquico, pero ella ciertamente lo creía.
Nuestra habitación era bonita, espaciosa, y estaba dividida perfectamente en dos por una gran estantería. Cada lado tenía acceso a una ventana que daba al patio delantero, una cama individual y un escritorio. El piso era de madera oscura, con alfombras gruesas en tonos rojos y beige, paredes también de madera oscura, cortinas rojas y pesadas, y un baño compartido. En cierto modo, me recordaba al cuarto de Harry Potter en Hogwarts. Pero, extrañamente, se sentía… acogedor.
—¿Quieres el lado derecho o el izquierdo? —preguntó Alice, dejando sus cosas. Como me encogí de hombros, sonrió—. Si no te importa, tomaré el lado izquierdo otra vez.
Asentí, arrastré mi baúl hacia el lado derecho de la habitación y caminé hasta la ventana, mirando el patio delantero. Era un día gris, con niebla y nubes. Abajo, llegaban más autos trayendo estudiantes. Parecían tener entre catorce y dieciocho años, si tuviera que adivinar. Algunos se abrazaban al reencontrarse, otros gritaban y reían, poniéndose al día tras el verano, y algunos parecían tan nerviosos y perdidos como yo.
Alcancé a ver al tipo que nos había traído desde la estación de tren. Jacob Black estaba ocupado descargando baúles y maletas, mientras que, un poco más allá, había un chico pintando la puerta principal.
Alice apareció a mi lado.
—Para el domingo, ya estarán todos aquí. El lunes haremos un recorrido por las clases. —Sus ojos recorrieron el patio—. Jacob es bastante genial. Empezó el año pasado… es el hijo perdido del anterior encargado o algo así. Había estado en la universidad o quién sabe. —Señaló al otro chico—. Jasper… él está muy bueno, pero es un poco reservado.
Me reí entre dientes, mirando a Alice y luego de nuevo al chico. Estaba demasiado lejos para verlo bien, pero desde el tercer piso podía distinguir que era alto, rubio y de buena complexión.
—¿Qué? —preguntó con una risita—. Ya verás que el alumnado es… limitado, Bella. Además, los hombres mayores son sexis.
Sonriendo, me encogí de hombros y me puse a desempacar. No tardé mucho, ya casi había terminado cuando alguien tocó la puerta. Alice cruzó la habitación prácticamente bailando para abrir, y reveló a una chica alta, deslumbrante, de cabello rubio.
—Hola, Rose —saludó Alice, haciéndose a un lado—. Escuché que te nombraron capitana del dormitorio de chicas para tu último año. —Me señaló—. Esta es Bella Swan. No habla.
Rose sonrió, lo que la hizo aún más bonita, y noté que tenía los ojos de un azul muy pálido.
—Sí, lo sé. Acabo de ver a la señora C. Soy Rosalie Hale. —Al estrechar su mano, miró entre nosotras—. Solo estoy revisando que todas estén instaladas. —Se volvió hacia mí de nuevo—. Si quieres, puedo darte un pequeño tour esta noche antes de la cena, pero tengo un mensaje de parte de la señora Cullen. Dijo que debes presentarte en la enfermería mañana. El Dr. Cullen te estará esperando.
Asentí, pero me moví nerviosamente. Había pensado que me libraría del asunto médico por un tiempo, pero parece que la señora Cullen lo decía en serio.
—Hey —dijo Rose en voz baja—. Todos lo hemos visto al menos una vez. Es un tipo tranquilo, de lo más relajado. Te va a caer bien.
Sonreí ante sus palabras y asentí agradecida.
—Bien. Entonces baja al cuarto número uno como a las cinco y te doy un recorrido rápido por el lugar antes de que bajemos al comedor. No necesitas usar uniforme todavía. No hasta el lunes —dijo Rose.
Nos dejó terminar de acomodarnos, y Alice empezó a contarme cosas sobre Rose. Al parecer, había llegado a Masen en décimo grado. Era bien sabido que salía con Emmett McCarty, quien justo había sido nombrado capitán del dormitorio de varones. Según Alice, eran como la perfecta pareja estadounidense. Ambos hermosos, venían de familias adineradas y planeaban ir a Dartmouth al graduarse. También me dijo que había un rumor de que Rosalie venía de un hogar abusivo y que había llegado aquí para escapar de eso, aunque no estaba segura de que fuera cierto. En el castillo abundaban los rumores sobre todos.
Cuando terminé de guardar mi ropa en los cajones y colgar el resto en mi lado del clóset, coloqué mis libros en su lugar y dejé mi diario bajo llave en la mesita de noche, ya era hora de ir al cuarto de Rosalie. Alice me acompañó, diciendo que solo me haría compañía.
No era la única en la puerta de Rose cuando llegamos al final del largo pasillo. Ya había un grupo pequeño de chicas allí. Era evidente que dos eran menores que yo, y una parecía tener mi edad, con cabello oscuro y gafas.
Rose salió de su cuarto luciendo como una modelo con jeans simples y un suéter. Habría sido intimidante si no hubiera sido tan amable.
—Bien, presentaciones. Angela Weber, segundo año —dijo, señalando a la chica que parecía tener mi edad—. Bree Tanner y Lauren Mallory, ambas de primer año —añadió, señalando a las más jóvenes, una con el cabello muy largo y la otra con cara de mimada y expresión de fastidio—. E Isabella Swan, de tercer año. Ah, y Alice Brandon… también de tercer año, pero no es nueva, solo… entrometida.
Alice rio y se encogió de hombros.
—Llámalo apoyo para estudiantes nuevos.
—Como sea —respondió Rose entre risas—. Vamos. Vamos a encontrarnos con Emmett para que podamos darles el recorrido a los chicos nuevos al mismo tiempo.
Doblamos por algunos pasillos y salimos para ver a un grupo de chicos esperando al final. Un gigante se apoyaba en la pared. Cuando nos vio, su rostro se iluminó con la sonrisa más grande del mundo. Esa sonrisa dejaba ver hoyuelos y dientes rectos, lo que suavizaba su figura grande y casi intimidante. Sus ojos tenían el mismo color que los míos, pero eran cálidos y alegres. Si lo hubiera visto en mi escuela anterior, habría asumido que jugaba fútbol americano. Tenía el cuerpo para eso.
—Rosie —exclamó—. ¿Quieres cantar tú esta canción o lo hago yo?
Ella rodó los ojos, sonrojándose un poco, pero sonrió de todos modos.
—Te encanta oír tu propia voz, Emmett, así que dale.
—Excelente —respondió él, girándose hacia los chicos—. Solo tenemos tres chicos nuevos por ahora, pero creo que llegarán más antes del lunes. Eric Yorkie, segundo año. Tyler Crowley, tercer año. Y Brady Campbell, primer año.
Eric era pequeño, nervioso y tembloroso. Tyler se veía seguro, casi arrogante. Y Brady tenía cara de niño bueno, aunque parecía algo ansioso.
Cuando todos supieron los nombres de los demás, Emmett tomó la delantera y comenzó a hablar. Nos mostró dónde estaban los salones de clases: matemáticas, ciencias, historia, inglés e idiomas. Hizo una parada en una sala de trofeos, que mostraba logros pasados de estudiantes de Masen Academy. Al final de un pasillo largo, Emmett abrió un par de puertas dobles que revelaban un auditorio. Sobre el escenario había un hermoso piano de cola negro.
—Sala de música y teatro. Además, aquí es donde se hacen las asambleas estudiantiles —explicó Emmett, pero se detuvo al ver mi mirada fija en el escenario—. ¿Tocas?
Asentí, sonriéndole.
—¡Genial! Hay varios estudiantes que lo hacen. Mr. Harris es el nuevo profesor de música, pero parece buena onda —me dijo—. Yo, personalmente, no puedo tocar nada. Dedos muy gordos.
Me reí, negando con la cabeza. Emmett, como Rose, era muy fácil de querer, pero tenía una pregunta, y eso me obligaba a hablar.
—¿Podemos…? —dije titubeante, señalando el escenario.
—¿Qué? ¿Practicar? —preguntó, y asentí—. Oh, claro. Siempre que no esté ocupado y no sea de noche o algo así… seguro. Puedes venir a practicar. De vez en cuando, oigo a alguien muy temprano por la mañana. Aunque ya hace tiempo que no escucho eso —murmuró—. Tal vez ya se graduó o algo. En fin, sigamos.
Dimos la vuelta hacia el pasillo principal y nos detuvimos frente a una puerta.
—Sala de profesores.
Seguimos caminando, pero todos miramos al fondo del pasillo al escuchar una puerta abrirse y luego unas risitas. Una chica de cabello castaño claro y un chico con el pelo demasiado peinado y lleno de gel salieron tambaleándose al pasillo, ambos algo despeinados. Solo podía imaginar lo que estaban haciendo.
—¡Newton! —gruñó Emmett, y su rostro se sonrojó, lo que hizo que la pareja se quedara congelada como venados en la carretera—. Sabes que el ala este está fuera de los límites. Váyanse al comedor. Los dos. Con suerte, no le mencionaré esto a la Sra. C.
—Nos perdimos —dijo la chica, con una sonrisa burlona hacia Emmett.
—Sí, cómo no, Jessica. Mejor lárguense de mi vista, ¿sí? —gruñó Emmett, pero luego se giró hacia nosotros—. Chicos, es fácil perderse en este lugar, pero si una puerta dice «NO ENTRAR», entonces déjenla cerrada. La mayoría del tiempo están cerradas con llave. Por qué esta no lo estaba, no tengo idea. El ala este está hecha un desastre y en construcción, aunque nadie la ha tocado en años. Algo sobre permisos o lo que sea —dijo, agitando una mano—. En fin, es por seguridad. Podrían lastimarse. Un chico se rompió la pierna allí hace como cinco años. Las escaleras se derrumbaron bajo sus pies.
—Sin contar que dicen que está embrujada —intervino Alice.
Emmett sonrió.
—Eso también. He oído cosas raras yo mismo, y vi cuando atraparon a Newton una vez. Alguien dejó la puerta abierta mientras lo regañaban. El lugar está hecho polvo, y se nota que nadie entra ahí desde hace siglos.
—¿De verdad está embrujado? —preguntó Angela, con los ojos bien abiertos, aunque nadie parecía más nervioso que Eric, que palideció al escucharlo.
—Quizá —respondió Rose, encogiéndose de hombros—. Nunca se sabe lo que puede haber en estos castillos antiguos. Este lugar existe desde antes de la Guerra Civil.
—Lo que nos lleva a las escaleras principales —intervino Emmett, señalando un tramo de escalones—. Esto los llevará al comedor, las puertas principales y la biblioteca.
Nos condujo hasta el gran vestíbulo, justo dentro de las puertas de entrada principales.
A un lado estaban las puertas de la biblioteca abiertas. Sobre el marco, una placa decía: «Biblioteca Elizabeth Masen».
—La biblioteca fue nombrada en honor a la esposa de Masen. Al parecer, murió en esta habitación —dijo Emmett con una sonrisa traviesa—. Las historias de fantasmas que circulan por aquí son una locura. En fin, la biblioteca está abierta hasta más o menos una hora antes del toque de queda. No coman ahí, porque la Sra. C se enoja. Por lo demás, está bien surtida y el internet funciona tanto aquí como en sus dormitorios.
Entramos un poco. La biblioteca era impresionante, antigua y oscura. Estanterías del piso al techo cubrían cada pared y formaban pasillos, con algunas mesas repartidas por el lugar. A la izquierda había una enorme chimenea que en ese momento no estaba encendida. Frente a ella, varios sillones y sillas aterciopeladas en rojo.
—Ahora el comedor —dijo Emmett, señalando al otro lado del vestíbulo.
Adentro, las mesas ya comenzaban a llenarse de estudiantes y algunos profesores también. Se parecía a cualquier cafetería escolar, con muchas mesas, excepto que esta tenía pisos y paredes de madera. Al fondo estaba la línea de servicio, y los aromas me recordaron que casi no había almorzado. Sin embargo, mis ojos se fueron directo al gran retrato de un hombre que dominaba la sala. Se veía frío, endurecido. Pintado en lo que parecía óleo estaba Edward Masen Sr., o eso decía la placa bajo el marco. Su cabello era castaño oscuro, su mandíbula afilada y sus ojos de un verde penetrante. Por un momento, me pregunté por qué el hijo abriría la escuela en honor a ese hombre y no a sí mismo. El Sr. Masen daba una vibra desagradable, solo con la pintura. No podía imaginarlo como maestro.
Emmett nos contó la misma historia que la Sra. Cullen me había dicho durante el viaje, que la escuela había sido fundada por Edward Masen Jr. en honor a su padre, quien había muerto en 1901.
—Eso es todo, chicos —dijo Emmett, aplaudiendo suavemente—. Si necesitan algo o tienen preguntas, vengan a verme o a Rosie. De lo contrario, bienvenidos a Masen… ¡y a comer!
Dudé antes de entrar a una sala con tanta gente. Un escalofrío recorrió mi espalda y me giré para mirar el vestíbulo. No había nadie, pero sentí que me observaban. Aunque, al mirar con más atención el comedor, vi que muchos de los que ya estaban comiendo nos lanzaban miradas curiosas, seguramente porque éramos los nuevos.
Alice tiró de mi manga.
—¿Vienes?
Con una última mirada por encima del hombro, asentí y la seguí hacia dentro.
Nota de la autora: Sí, antes de que pregunten… Rose y Emmett son humanos. Y no tendrán un papel enorme en la historia, pero sí son necesarios. Y por fin conocieron a uno de mis personajes favoritos de este fic… ¡Leah! ;) ¡Adoro a esa mujer mayor sin filtro y sin pelos en la lengua! LOL
Preguntas: Sé que muchos estaban preocupados por Phil y Renee. Les prometo que todas las preguntas/inquietudes/miedos serán abordados con respecto a lo que pasó con Bella y Charlie. Esa es, en realidad, la razón por la que estamos aquí. ;) Aunque les diré que no todo es lo que parece… recuerden, esta es la perspectiva de Bella.