Capítulo 4
22 de octubre de 2025, 10:37
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Capítulo 4
Agosto de 2001
BELLA
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La enfermería estaba justo al final de un pasillo largo desde el comedor, y el trayecto estaba en silencio en la mañana de sábado. Dejé atrás la zona escolar y entré en lo que parecía ser más bien el sector administrativo. Pasé frente a una mujer sentada en un escritorio, tecleando en una computadora, y encontré la puerta con el nombre del Dr. Cullen en el frente. Toqué suavemente.
Una voz masculina se oyó del otro lado.
—Adelante.
Abrí la puerta con cautela y asomé la cabeza. De pie junto a un escritorio, con un expediente en la mano, había un hombre increíblemente atractivo, de cabello rubio y ojos color avellana, casi dorados. Su sonrisa era cálida, amigable, y me recordó a la de la Sra. Cullen.
—Ah, tú debes ser Isabella Swan —dijo al caminar hacia mí—. Soy el Dr. Carlisle Cullen. Por favor, pasa. —Se sentó tras su escritorio tras indicarme una de las sillas frente a él—. Siéntate. Mi esposa dice que prefieres que te llamen Bella. ¿Es correcto?
Sonreí y asentí.
—Muy bien. Entonces Bella será —dijo con una sonrisa. Dejó el expediente sobre la mesa y apoyó los codos en el escritorio—. No estoy aquí para hacerte un examen físico. Todo en tus historiales parece estar en orden. La Sra. Cullen simplemente quería que hablara contigo, que viera si había algo que tal vez podría ayudarte o notar algo que quizá otros pasaron por alto. —Soltó una risita cuando fruncí el ceño, confundida—. ¿Puedes complacerme un poco, Bella? Mi esposa quiere asegurarse de que estés bien para comenzar clases el lunes, pero también quiere que los profesores estén al tanto de tu situación, y para eso necesito hacer una evaluación.
Se levantó del escritorio y caminó hacia mí.
—No voy a obligarte a hablar si eso te incomoda, Bella. Sin embargo, me gustaría echarte un vistazo. ¿Algún problema con eso?
Negué con la cabeza, indicándole que no me molestaba, y me puse de pie frente a él. Estaba acostumbrada a que los doctores sintieran curiosidad y me revisaran, y el Dr. Cullen era como su esposa: alguien con quien me sentía cómoda.
—Bien —dijo con aprobación, inclinando un poco mi cabeza para examinar mi cicatriz. Su tacto fue suave, fresco, aunque la habitación no era precisamente cálida—. Veo que intentaron dejar la cicatriz lo más discreta posible, pero según tu expediente, los puntos se reabrieron. ¿Una pesadilla, si no me equivoco?
Asentí, y él esperó a que me volviera a sentar antes de ocupar de nuevo su lugar tras el escritorio.
—Como dije, no voy a obligarte a hablar, pero tengo algunas preguntas. Haré lo posible por mantenerlas en sí o no —me dijo, inclinándose hacia adelante—. ¿Las pesadillas han disminuido?
Hice un gesto con la mano, como diciendo «más o menos».
—Entonces aún las tienes —concluyó, y asentí—. Solo que no todo el tiempo.
Volvió a mirar el expediente, pasando unas cuantas páginas.
—Cuando recibiste esta herida, asumo que no podías hablar, ¿cierto? —Asentí, y él hizo lo mismo—. Tus cuerdas vocales no se cortaron, pero sí quedaron bastante dañadas, así que no hablar habría sido lo mejor para permitir que sanaran. Bien… ¿Tus padres te llevaron a terapia después de eso? Imagino que necesitaste apoyo para el duelo y terapia del habla.
Fruncí el ceño, pero asentí. Aun así, decidí hablar.
—No funcionó —susurré nerviosa, mirando mis manos en el regazo.
Me dedicó otra sonrisa cálida cuando lo miré.
—Está bien. Todos lidiamos con experiencias traumáticas de maneras distintas. Por lo que has pasado -la pérdida de tu padre y tu herida, no puedo imaginar que haya sido fácil. Y gracias por responderme; sé que estás nerviosa e incómoda al hablar.
Al mencionar a mi papá, sacudí la cabeza y aparté la mirada. No quería escucharlo. No quería hablar de eso. Luché contra las lágrimas en mis ojos.
—Mis disculpas, Bella —dijo el Dr. Cullen, su voz cargada de una tristeza que no esperaba. Cuando le hice un gesto para restarle importancia, suspiró profundamente—. No, en serio, lo siento. No fue mi intención molestarte. Tengo más preguntas, pero podemos detenernos.
Negué con la cabeza con fuerza.
—Bien, si estás segura —esperó a que asintiera antes de continuar—. Estoy seguro de que ya lo has escuchado, Bella, pero supongo que… no hablaste mucho en terapia, por lo tanto, no has liberado el dolor ni la ira que llevas dentro. No has hablado de ello.
Ya había escuchado esa teoría, así que simplemente me encogí de hombros. Fue la razón por la que uno de los terapeutas sugirió escribir en un diario.
—¿Recuerdas esa noche, Bella?
—Algo —susurré, frunciendo el ceño otra vez.
Él asintió, como si lo hubiera supuesto.
—Tiene sentido. Considerando tu edad y cuánto tiempo ha pasado, es lógico que hayas olvidado algunos eventos, o incluso los hayas bloqueado.
De nuevo me encogí de hombros, porque no tenía una respuesta, pero ya había escuchado eso antes, cuando los médicos hablaban con mi madre.
—Una más, querida, y te prometo que terminamos —aseguró con firmeza, pero con ternura—. Bella… ¿alguien fue llevado ante la justicia por todo lo que pasó?
Mi mirada se clavó en la suya, con los ojos ardiendo de lágrimas. —¡No!
Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, y solté un jadeo, comenzando a temblar. Rara vez alzaba la voz más allá de un susurro. Lo que él no sabía era que eso era lo que alimentaba mis pesadillas. Era completamente consciente de que no se habían encontrado huellas, ni testigos, ni sospechosos durante la investigación. El asesino de mi padre -mi propio agresor- seguía libre, y eso me aterraba hasta lo más profundo. Simplemente había aprendido a vivir con ello.
—Tranquila, Bella. Respira profundo —me calmó, arrodillándose junto a mí—. Está bien. Tú estás bien. Lo siento mucho. Quédate conmigo. Mírame, Bella.
Fijé la mirada en unos ojos dorados. Eran extraños, pero a la vez tan calmados y reconfortantes. El rostro del Dr. Cullen era realmente apuesto, con un aire juvenil, pero transmitía una sabiduría inmensa. También estaba profundamente preocupado… y parecía enfadado.
—Si te digo que nunca te pasará nada dentro de este castillo, ¿me creerías? —me preguntó con firmeza—. Te prometo que estás a salvo. ¿Lo entiendes?
Asentí con fuerza, por fin capaz de inhalar profundamente y soltar el aire poco a poco, porque había una parte de mí que podía ver que el Dr. Cullen hablaba en serio. Y, curiosamente, le creí.
Cuando asentí una vez más, sonrió y me dio una suave palmada en el hombro.
—Bien. —Se puso de pie frente a mí—. Bella, mi esposa se asegurará de que todos tus profesores estén al tanto de tu situación. Está haciendo ajustes para que no se te exija participar verbalmente. Lo que significa que algunos de tus maestros pueden pedirte que escribas tus tareas en lugar de exponerlas en clase. Serás calificada como si hubieras hecho la presentación oral. ¿Tiene sentido?
Asentí para indicar que lo entendía. Era igual a cómo me habían evaluado en mi antigua escuela. Mi madre había conseguido certificados médicos para eximirme de cualquier actividad oral, como presentaciones, debates, y cosas por el estilo.
—Antes de que te vayas, quisiera pedirte un favor, Bella —me dijo cuando me puse de pie—. Si tienes algún problema, me gustaría que sintieras la libertad de venir a verme. Incluso si solo quieres sentarte en silencio un rato. Y la Sra. Cullen te extiende esa misma invitación a su oficina, ¿de acuerdo?
Le sonreí, asintiendo, y me llevé la mano al pecho a modo de promesa.
—Buena chica —dijo entre risas suaves—. Puedes irte. Y buena suerte en tu primera semana de clases.
Le hice un gesto con la mano al salir de su oficina.
~oOo~
El primer día de clases fue distinto a cualquier experiencia previa. Era mi primera vez usando uniforme, lo cual no estaba tan mal: falda de cuadros rojos y negros, camisa blanca abotonada, y un suéter negro.
Alice y yo bajamos al comedor para desayunar juntas. Estaba tan charlatana como siempre, lo cual terminó siendo algo positivo, porque mientras más hablaba ella, menos se acercaba la gente a molestarnos. Aunque algo me decía que lo hacía a propósito. El pequeño don de Alice era interesante, por decir lo menos, y aún no estaba segura de si lo creía del todo, especialmente tan temprano en la mañana.
Se deslizó más cerca de mí, revolviendo su avena sin siquiera mirar. Estaba mirando al otro extremo del comedor con los ojos entrecerrados.
—Maldición —suspiró, mirándome—. Prepárate. Mike Newton se ha interesado en ti, pero eso no es lo peor. —Cuando arqueé las cejas, soltó una risita irónica—. Su interés en ti parece haber cabreado a Jessica Stanley. —Se giró en su asiento para encararme—. Mira, ellos creen que su mierda no apesta, Bella. Pueden llegar a ser realmente crueles.
Me reí suavemente. Ella no sabía lo que era la crueldad. Yo ya lo había visto todo en mi antigua escuela. Personas que antes eran mis amigas de pronto dejaban de hablarme, decían cosas horribles, esparcían los peores rumores y trataban de jugarme bromas todo el tiempo. Algunas veces lograba esquivarlas, pero no siempre.
Levanté la mirada justo cuando Mike cruzaba el comedor como si fuera el dueño del lugar. Llevaba una sonrisa torcida que parecía forzada, como si estuviera haciendo demasiado esfuerzo, pero en realidad, parecía que necesitaba ir al baño.
Al llegar a nuestra mesa, extendió la mano.
—Mike Newton.
Miré a Alice, que puso los ojos en blanco, pero me ayudó.
—Bella Swan. Y ella no habla, Mike. Lárgate.
—Cállate, loca —espetó él.
—Es psíquica, imbécil —replicó ella—. De verdad no habla, así que esta payasada tuya no va a funcionar.
Miré a Mike, encogiéndome de hombros con una disculpa silenciosa, pero como todos los demás, sus ojos bajaron hacia mi garganta. Sus ojos se abrieron como platos y luego miró a Alice.
—¿Qué le pasó?
—No lo sé, y no es asunto de nadie. Lárgate —le dijo, llevándose una cucharada de avena a la boca—. Messica (1) está a punto de explotar. Deberías ir a limpiar el pasillo dos.
—Te golpearía por llamarla así.
—Me encantaría verla intentarlo —ronroneó Alice con una sonrisa maliciosa, llevándose otra cucharada a la boca—. Ya lo ha intentado antes. Siempre lo veo venir. —Se tocó la sien y volvió a dirigirse a mí—. Vamos, Bella. Tenemos que llegar a clase.
—Dios, Brandon, eres una maldita rara —bufó él, negando con la cabeza, pero dejó de reírse cuando arqueé una ceja y tomé mi mochila.
Nos pusimos de pie y tiramos la basura, pero Mike nos alcanzó.
—Oye, Bella, nos vemos luego, ¿sí? —dijo con una sonrisa estúpida y me guiñó un ojo—. Deberías alejarte de la loca esta; solo te va a arrastrar con ella.
Rodé los ojos hacia Alice, que soltó una carcajada, entrelazando su brazo con el mío. No estaba segura de qué pensar de ese tipo, porque si Alice era una «rara»… entonces ¿qué diablos era yo? Negué con la cabeza y me abrí paso entre la gente, llevándome a Alice conmigo.
—Bien, esperaba que no cayeras en la basura de ese idiota —dijo en voz baja, y ambas observamos cómo Mike y Jessica pasaban a nuestro lado, ella visiblemente molesta—. Y no te preocupes por Messica. Le puse ese apodo por una razón.
Sonriendo, la miré esperando una explicación.
—Está hecha un maldito desastre, por eso —respondió Alice a mi pregunta silenciosa—. Ella y Mike son amigos con beneficios. Al diablo, ni siquiera estoy segura de que sean realmente amigos para empezar, pero bueno… Es una niña rica y mimada de Washington D. C. Su papá es algún pez gordo del Congreso o algo así. Ella y Mike se enganchan todo el maldito tiempo, pero también pelean todo el maldito tiempo. Es una locura, y bastante tóxico, si soy honesta.
Esa última parte la murmuró, pero me reí por lo bajo, lo que la hizo sonreír mientras me guiaba al primer salón del día: Biología.
Cuando la Sra. Cullen dijo que las clases eran pequeñas, no estaba exagerando. Dependiendo de la materia, algunos grados estaban combinados, lo que seguía siendo el grupo más reducido que yo había tenido en una clase.
Alice estaba conmigo en la mayoría de ellas, aunque tomábamos diferentes idiomas. Ella estaba en Francés, y yo en Español. Sin embargo, compartíamos Historia, Cálculo, Biología y Literatura Inglesa, todas materias que parecían mucho más profundas que las de la escuela pública.
Cada profesor reaccionó de forma distinta conmigo. Algunos simplemente ignoraron mi existencia, mientras que otros se excedieron explicándome por separado lo que se esperaba de mí. Cálculo, Biología e Historia no requerían exposiciones orales, pero Inglés y Español sí, así que esos dos maestros me detuvieron al final para darme horarios y explicar qué debía entregar.
Como había anticipado, fui el centro de muchas miradas. Me siguieron susurros y ojos curiosos todo el día, y para cuando llegué a mi habitación al final de la jornada, estaba algo irritada y agotada. Gracias a Mike y Jessica, los rumores ya habían comenzado.
Lancé mi mochila sobre la cama y me dejé caer al lado.
—¿Tan mal? —escuché, y al mirar hacia arriba, vi a Alice con una mueca en el rostro. Cuando me encogí de hombros con fastidio, suspiró—. Sí, ya escuché los chismes. En una escuela tan pequeña, no puedes detenerlos.
Hice un gesto con la mano, restándole importancia, y me dejé caer de espaldas. Cuando sentí que la cama se hundía, miré hacia Alice.
—Uno de los rumores dice que sí puedes hablar, pero no te gusta —dijo en voz baja.
Me senté junto a ella y asentí, tragando con nerviosismo.
—Puedo, Alice, pero… —Mi voz apenas fue un susurro.
Su rostro se iluminó, y me abrazó de la nada.
—No te preocupes. No estoy presionando. Todo está bien. Podemos pasarnos notitas si hace falta.
Sonreí y asentí.
—Mira, ya tengo tarea. ¿Quieres bajar a la biblioteca? —preguntó, y asentí otra vez, tomando mi mochila—. Cuando terminemos, vamos a cenar.
La seguí por el pasillo y por las escaleras principales. Una vez en la biblioteca, Alice encontró una mesa en la esquina y dejó sus cosas. Yo empecé con la tarea de Español mientras ella se alejaba a buscar un libro. Alcé la vista cuando una sombra se cernió sobre mí, pero sonreí al ver que era Rose, y le hice un gesto hacia la silla.
—Hola, Bella —saludó al dejar sus libros—. ¿Cómo estuvo tu primer día? —Se golpeó la frente con la palma de la mano—. Mierda, perdón… Olvido que no hablas. Umm, ¿tu primer día fue bien? —preguntó con una sonrisa—. Juro que el vómito verbal de Emmett se me está pegando.
Me reí suavemente ante su parloteo y asentí para responder, pero saqué una hoja de papel para escribirle una nota.
No te preocupes. Y mi día estuvo bien… abrumador, pero bien.
Sonrió.
—Puede ser demasiado el primer día. —Señaló hacia los estantes—. Vuelvo en un segundo. Necesito buscar unos libros.
Asentí y volví a concentrarme en mi tarea. Alice y Rose iban y venían con libros diferentes, pero yo me quedé sola en la mesa cuando terminé, así que decidí sacar mi diario. Escuché susurros y alcé la vista para ver a Mike mirándome. En lugar de estar con Jessica, estaba con un par de chicos, uno de los cuales reconocí de la visita guiada con Emmett y Rose: Tyler.
Ni siquiera se molestaron en bajar la voz al hablar de mí.
—¿Cómo que no habla? ¿Te refieres a que es tímida, no? —preguntó Tyler en un susurro bastante brusco—. Estuvo callada durante el recorrido, pero…
—No, hombre, no habla —le dijo Mike—. Y esa cicatriz en su cuello probablemente sea la razón. ¿Tú qué crees? ¿Intento de suicidio que salió mal?
—Tal vez la violaron a punta de cuchillo —sugirió Tyler—. He visto eso en la tele, ¿sabes? ¿Y cómo demonios alguien puede vivir sin hablar? ¡Se necesita hablar para… bueno, para todo!
Respiré hondo y lo solté lentamente, concentrándome en mi diario. Definitivamente había oído teorías peores a lo largo de los años. Los ignoré y comencé a escribir.
Hola, papá…
Sobreviví a mi primer día en Masen. Las clases son diferentes, más difíciles, pero creo que me irá bien. Tengo ganas de tocar el piano más adelante en la semana, pero por ahora no tengo tiempo. Me asignaron a un tal Sr. Harris para después de clases el viernes, así que veremos qué tal. Quizás intente colarme al auditorio a practicar antes de eso. Ojalá pueda.
Hice una amiga. Alice. No le importa que no hable. Es mi compañera de cuarto y está en casi todas mis clases. Te gustaría, papá. Es diminuta. Enérgica. Y parece que cree que puede ver el futuro. No sé si eso sea cierto, pero es muy abierta conmigo. Hace mucho que no podía llamar «amiga» a alguien.También hay otra chica, Rose. Es la capitana del dormitorio. Hasta ahora ha sido muy amable.
Una parte de mí se siente aliviada de que me acepten. Otra parte se siente débil, vulnerable. Me cuesta olvidar lo mal que terminó todo con Maggie. Habíamos sido amigas desde primer grado, pero de pronto se volvió contra mí. No sé si podría soportar que eso pase otra vez, papá. Me dolió mucho la última vez. Y si pasa aquí, tendría que vivir el resto del año con Alice.
Los rumores ya empezaron, pero estoy tratando de ignorarlos. Una parte de mí desearía ser como los demás, poder hablar sin problema como Alice, sin importar lo que piensen de mí. Y Rose parece tener el poder de dominar cualquier habitación en la que entra. Yo no sé hacer eso. No sé cómo.
Me obligaron a ver al doctor de la escuela el sábado antes de que empezaran las clases. Preguntó por ti, por mi voz, y si alguna vez arrestaron a los que nos hicieron esto. Me asusté, papá, pero el Dr. Cullen me prometió que aquí estoy a salvo, que nadie podrá alcanzarme dentro de este lugar. Quiero creerle… de verdad lo quiero, pero saber que los hombres que hicieron esto siguen allá afuera me hace sentir débil, pequeña.
Alice llegó corriendo a la mesa, con los ojos muy abiertos.
—Si quieres evitar otro encuentro con Newton, será mejor que corras —dijo—. Está a punto de venir para acá.
Cuando levanté las cejas, ella asintió.
—¿Por qué no llevas nuestras cosas al cuarto? Yo te reservo un lugar en el comedor.
Asentí, y empecé a empacar mis cosas al mismo tiempo que ella. Me pasó su bolso, sujetándome del brazo.
—Toma las escaleras de servicio, sube al tercer piso y gira a la izquierda. Es más rápido, y probablemente lo esquives.
Me eché los dos bolsos al hombro y agarré mi diario. Aún no había terminado de escribir en él, así que pensé llevarlo conmigo a la cena. Seguí las indicaciones de Alice y dejé nuestras cosas justo dentro de la habitación. Sin embargo, al salir del dormitorio de chicas, vi a Newton buscándome. Giré a la derecha en lugar de a la izquierda, avanzando por el pasillo y doblando una y otra vez.
Escuché pasos acercándose, así que, sin pensarlo, me escondí detrás de un tapiz, conteniendo el aliento. Mientras las voces masculinas y los pasos pesados pasaban corriendo, la pared contra la que me apoyaba cedió, y tropecé hacia atrás, aunque no era una pared lo que me sostenía. Era una puerta sin seguro.
Lo primero que noté fue el olor rancio del lugar, pero también había un leve toque a especias o a madera que flotaba en el aire. Al girar, se me abrió la boca de la impresión. Tenía que haberme metido en el ala este, porque había polvo y ruinas por todas partes. Las ventanas abiertas dejaban entrar la luz del atardecer, que iluminaba una escalera rota que conducía hacia alguna parte oscura. Había agujeros en las paredes, una chimenea destruida y tablones del piso hechos trizas. Pero lo que me rompió el corazón en mil pedazos fue lo que encontré en medio de la habitación: un piano destrozado.
No podía decir qué tan antiguo era, pero sin duda era una reliquia. Las patas estaban dobladas y rotas en ángulos extraños, el acabado de cerezo estaba cuarteado, descascarado y descolorido, y varias teclas estaban rotas o faltaban. Podía imaginar que en sus días fue hermoso, pero ahora era lo más triste que había visto.
Negué con la cabeza y dejé mi diario sobre la parte superior. Pasé los dedos suavemente por la madera, luego por las teclas. Se me llenaron los ojos de lágrimas, simplemente porque parecía un crimen contra un instrumento que amaba tanto. Una de mis lágrimas cayó justo sobre una tecla al mismo tiempo que escuché un movimiento en la entrada por la que había entrado. ¿O fue detrás de mí? Miré alrededor, sin ver más que sombras y escombros, hasta que una voz retumbante me hizo dar un salto.
—¡Newton!
Reconocí la voz de Emmett, y corrí en silencio hacia la puerta por la que había entrado, empujándola hasta cerrarla y esperando a que los pasos se alejaran.
—Vamos, chico —ordenó, y yo espié desde detrás del tapiz—. No voy a repetírtelo sobre el ala este, así que dejaré que la señora Cullen te lo diga ella misma. Tú también, Crowley. Vamos.
Esperé a que doblaran la esquina antes de salir del ala este y volver al pasillo principal. Justo cuando recordé mi diario, Angela apareció por la esquina hacia la que se habían ido Emmett, Mike y Tyler. Se me cayó el alma al suelo, y eché una mirada a la puerta secreta antes de fingir una sonrisa en su dirección.
—Hola, Bella. Vaya, ese Mike se metió en problemas —dijo con una risita, señalando con el pulgar detrás de ella—. Voy al comedor. ¿Quieres venir conmigo?
Lancé una última mirada por encima del hombro al mismo tiempo que asentía, memorizando el tapiz para poder volver más tarde a recoger mi diario. La idea de que se quedara allí, expuesto a que cualquiera lo encontrara, me aterraba.
Angela se unió a Alice y a mí en nuestra mesa. Era muy dulce, casi tímida, pero era otra persona más que no parecía molesta porque yo no hablara. Comí respondiendo en silencio a todo lo que me preguntaban, pero mi mente estaba enfocada en cómo volver al ala este. Cuando llegó el momento de irnos, Alice me agarró la camiseta justo cuando Angela se despidió.
—No puedes ir esta noche —dijo crípticamente—. Nunca vas a poder colarte hasta el ala este con todos por ahí.
Me quedé boquiabierta, pero ella asintió.
—Lo digo en serio. Tendrás que hacerlo después del desayuno y antes de la primera clase. Los pasillos estarán vacíos. ¿Me entiendes? —preguntó.
—¿Cómo supiste…? —susurré, entrecerrando los ojos, pero ella sonrió un poco, tocándose la sien con un dedo. En lugar de tentarla, me rendí con un suspiro.
A la mañana siguiente, fue de gran ayuda. Me dijo exactamente cuándo salir del comedor, y tenía toda la razón. El pasillo estaba desierto mientras me apresuraba hasta la esquina donde colgaba el tapiz. Eché una mirada detrás de mí antes de colarme nuevamente, encontrando la puerta aún entreabierta como la había dejado.
La habitación estaba igual, el olor igual, solo que la luz era diferente. Era un poco más clara, ya que el sol naciente brillaba directamente a través de las grandes ventanas que daban al patio trasero. Sin embargo, las sombras en lo alto de las escaleras parecían más oscuras, más siniestras, y juraría que algo se movió allá arriba. Mi primer pensamiento fue una rata… o un fantasma.
Sacudí esa última idea tonta y sonreí al ver que mi diario seguía justo donde lo había dejado: sobre el pobre piano arruinado. Lo recogí, lo abracé contra mi pecho y le di un toque cariñoso al instrumento antes de darme la vuelta rápidamente.
Ajustando la mochila, espié hacia el pasillo y salí del ala este. No fue sino hasta que me senté al lado de Alice, que llevaba una sonrisa triunfante, que abrí mi diario solo para asegurarme de que estuviera intacto. Miré mi última entrada, pensando en escribir un par de cosas más, pero se me detuvo el corazón. Mi entrada no era lo último escrito.
Justo debajo había otra, escrita en la caligrafía más hermosa que había visto en mi vida.
No eres débil. Y aquí estás a salvo.
~oOo~
EDWARD
Estaba en mi propio infierno personal.
Bella Swan era todo lo que Esme había dicho que era y todo lo que Giselle había predicho… y más. No había podido evitar unirme al recorrido de los nuevos estudiantes, solo que lo hice desde el otro lado de un grueso muro de piedra.
La había visto a través de las mentes de Rosalie Hale y Emmett McCarty. Les agradaba Bella, sentían empatía por ella. Aunque Rosalie tenía más razones que nadie para respetarla. Tenían pasados bastante similares.
Todas las mentes, desde Lauren, la inconforme estudiante de primer año, hasta el bastante egocéntrico Tyler, habían notado a Bella. La mayoría mencionaban la cicatriz que le cruzaba la garganta. Una chica, Angela, tenía una mente dulce, preocupada. La excéntrica Alice Brandon, cuya mente era siempre una mezcla colorida de presente y futuro, veía en Bella una posibilidad de una nueva amiga, algo que ambas necesitaban con urgencia. Pero todos, sin excepción, notaron su belleza. Y eso es que lo era: una belleza.
Pude quedarme en las sombras en completo silencio. El impulso, la atracción de acercarme a ella, era algo que me descolocaba. Solo quería verla. Solo quería saciar mi curiosidad, pero me salió el tiro por la culata. Ver esos ojos castaños en persona -esos mismos ojos que me habían perseguido durante cien años- me destrozó.
Bella estaba nerviosa, lo cual era de esperarse en un entorno nuevo, pero también estaba absorbiendo todo a su alrededor con esos ojos grandes, abiertos y curiosos. Era menuda, no medía más de un metro cincuenta y algo, con un cabello largo y oscuro que, bajo cierta luz, tenía destellos rojizos. Pero era su sonrisa lo que quitaba el aliento. No apareció mucho durante el recorrido guiado por los capitanes de dormitorio, pero cuando lo hizo, estuve a punto de caer de rodillas por su poder.
Y era completamente y absolutamente silenciosa. No solo no abrió la boca para hablar, sino que no podía oír sus pensamientos. Su mente estaba cerrada para mí, lo que hacía que mi decisión de evitarla fuera la correcta. Con las predicciones de Leah sobre la muerte y los ojos rojos, lo único que podía deducir era que algo le pasaba a mi hermoso cisne. Si no podía escuchar lo que pensaba, entonces no había forma de acercarme a ella. No podía permitirlo. No iba a hacerlo, no debía hacerlo. No era un riesgo que estuviera dispuesto a correr.
La última vez que la vi esa primera noche fue entre las sombras de la biblioteca. El grupo de estudiantes nuevos estaba a punto de entrar al comedor. Dejé de respirar por completo cuando ella miró hacia la biblioteca, casi en la dirección donde yo estaba parado, justo antes de que Alice la arrastrara dentro del comedor. Era como si me hubiera sentido, como si supiera que alguien la estaba observando.
Me escondí en el ala este el resto de la noche. Nadie me molestó, aunque escuché su preocupación… y su curiosidad. Querían saber si Giselle -y Leah, en ese caso- habían tenido razón después de todo este tiempo.
Fue la reunión de Carlisle con Bella lo que me destruyó. Estaba mal espiar, y aún peor fue presenciar, a través de la mente de Carlisle, lo que debería haber sido una consulta privada. Pero sabía lo que él iba a preguntarle, y no había nada que pudiera haberme detenido de tomar el pasadizo oscuro hacia su cuarto de almacenamiento.
Mis ojos bebieron su imagen, mi mente suplicaba poder escucharla -ya fuera pensamientos o voz, pero no recibí ni uno ni otro durante los primeros minutos de su charla. Su corazón decía que estaba nerviosa, pero su sonrisa y sus gestos eran educados y amables. Normalmente, lo primero que hubiera notado sería su sangre, pero me sorprendió que eso fuera lo último. Bella tenía un aroma floral, pero no venía acompañado del deseo de beber, como solía pasar con los humanos. Siempre estaba ahí, y siempre lo ignoraba, pero con ella, simplemente no existía.
Le agradaba Carlisle -era evidente, pero lo observé cuando su mente pasó de médico preocupado a padre protector. Ella lo había conquistado en menos de veinte minutos.
Él le prometió que no la obligaría a hablar, pero algo dentro de mí rugió, salvaje y feo, cuando él la tocó. Examinó su cicatriz con nada más que un ojo clínico, pero él escuchó el gruñido bajo detrás de él.
—Hijo, no deberías estar aquí —me reprendió, aunque no me pidió que me fuera—. Puede que no te guste lo que vas a escuchar.
Avergonzado por haber sido descubierto, me quedé de todos modos.
Conocía su expediente de principio a fin, así que al mirar la cicatriz, ya sabía los hechos, aunque le preguntó de todos modos. Durante su ataque, la habían cortado de un lado al otro, y los médicos que la atendieron le dieron puntos pequeños para minimizar la cicatriz, lo cual probablemente habría funcionado, excepto que unos días después tuvo una pesadilla que la llevó a arrancarse esos mismos puntos con las manos desnudas. Por eso la cicatriz era tan prominente, por eso era tan irregular.
Carlisle le preguntó sobre la terapia y el asesoramiento, y pude jurar que escuché a un ángel hablar cuando su dulce voz finalmente… finalmente llenó el aire.
—No funcionó —susurró, haciendo una mueca.
Hablar hizo que su corazón se disparara, latiendo tan rápido que sonaba como las alas de un colibrí.
Carlisle le agradeció por hablar, sabiendo que la ponía incómoda, pero cuando mencionó la pérdida de su padre, el miedo se volvió casi tangible. Se coló en la habitación como una entidad más. Fue en ese momento cuando Carlisle dejó de ser un doctor, y todo en él quería protegerla.
Se disculpó, sincera y profundamente, preguntándole si quería detenerse. Ella no quiso, lo que me indicó que era más fuerte de lo que muchos creían.
—Bien, si estás segura —le dijo, compartiendo finalmente su teoría—. Seguro ya lo has escuchado todo, Bella, pero mi suposición es que… no hablaste mucho en terapia, por lo tanto, realmente no has liberado el dolor y la rabia que llevas dentro. No lo has procesado hablando.
Su encogimiento de hombros me hizo sonreír, y supuse que probablemente ya había oído eso incontables veces desde el incidente. Sin embargo, los siguientes pensamientos de Carlisle, sobre las preguntas que estaba por hacerle, me hicieron fruncir el ceño. Quería detenerlo, no porque pensara que ella no pudiera manejarlo, sino porque yo no podía.
—¿Recuerdas esa noche, Bella?
—Algo —respondió con voz insegura, suave, muy cautelosa.
—Es comprensible. Considerando tu edad y cuánto tiempo ha pasado, tiene sentido que hayas olvidado parte de los eventos, o incluso los hayas bloqueado.
Bella se encogió de hombros otra vez, pero la forma en que lo hizo, encorvando los hombros, decía que no le gustaba hablar de eso. Carlisle, en ese punto, estaba seguro de que había bloqueado parte de los eventos para poder sobrevivir.
—Una más, querida, y te prometo que terminamos. Bella… ¿alguien fue llevado ante la justicia por todo lo que pasó?
—¡No!
—Carlisle —gruñí en voz baja, en tono de advertencia, pero fue lo bastante alto como para que él pudiera oírme.
Era inexplicable, esa necesidad de proteger a esta chica que ni siquiera conocía. El latido frenético de su corazón retumbaba en mis oídos, su respiración era superficial y débil, y la frente se le cubrió de sudor, pero lo que me rompió el alma fueron las lágrimas saladas que empezaron a deslizarse por su rostro. Bella estaba teniendo un ataque de pánico.
Carlisle logró calmarla, la tranquilizó y le aseguró que estaba completamente a salvo en Masen Manor. No estaba del todo seguro de que eso fuera cierto, considerando lo que yo era y lo atraído que ya me sentía hacia ella, pero no mentía cuando le dijo que los monstruos que intentaron quitarle la vida no se le acercarían mientras estuviera aquí. Eso era una maldita verdad. Si lo intentaban, terminarían seis metros bajo tierra. Y mi promesa mental fue un eco exacto de la de Carlisle.
Una vez que Bella se calmó, él le ofreció su oficina como refugio, aunque Esme le había dicho lo mismo, y él también se lo mencionó a Bella.
En cuanto ella salió de su despacho, necesité salir del castillo, alejarme de todo. Me mantuve en los pasadizos ocultos hasta llegar al túnel subterráneo que daba al bosque. Antes de cambiar de opinión y caer a sus pies, abandoné los terrenos del castillo a la mayor velocidad que pude alcanzar.
Cacé -casi en exceso, hasta que finalmente colapsé sobre un tronco caído junto a un lago. Me quedé allí hasta que cayó el sol. La noche era cálida y quieta, haciendo que el agua pareciera vidrio.
Escuché los pensamientos de Carlisle antes de que se sentara a mi lado. Puso una mano sobre mi hombro. Su mente estaba llena de preocupación por mí, curiosidad por saber qué me había hecho salir tan rápido de la escuela y rebosaba de su conversación con Bella.
Mirando hacia el agua, suspiré.
—Es verdad —afirmé con firmeza, en voz tan baja que ningún humano podría haberme oído, pero Carlisle sí.
Sus ojos se posaron en mí.
—¿Qué es verdad, hijo?
Alcancé su mirada cálida, abrí la boca para hablar, pero la cerré de golpe. Mis manos se cerraron en puños, cerré los ojos brevemente y volví a mirar hacia el lago.
—Ella es mi compañera —murmuré.
Carlisle apretó mi hombro.
—¿Estás seguro?
Asentí, inclinándome hacia adelante, apoyando los codos en mis muslos.
—Lo siento. Es el mismo tirón que veo en tu mente con Esme. Me cuesta horrores no correr hacia ella, Carlisle.
—Y sin embargo estás aquí —respondió, imitando mi postura.
Lo miré boquiabierto.
—¡Solo tiene dieciséis! Es muy joven… y ha pasado por el infierno. ¿Qué quieres que haga? ¿Crees que estaría mejor conmigo?
Él soltó una pequeña risa, negando con la cabeza.
—Pensé lo mismo con Esme. Era muy joven cuando la vi por primera vez. Tuve que apartarme o, mejor dicho, supongo que esperé por ella.
Parpadeé al escucharlo, viendo sus pensamientos. Tenía fe en mí, y sabía que unos pocos años eran un abrir y cerrar de ojos para nosotros. Ya había esperado cien años para que la idea de ella se materializara, así que unos más no eran nada. Pero por encima de todo, él deseaba mi felicidad.
—Pero ¿a qué costo? —le pregunté.
Suspiró hondo.
—No lo sé.
—Está tan rota —murmuré, sintiendo el pecho apretarse al pensar en todo lo que Bella había vivido a tan corta edad.
—No rota. Quizá un poco dañada —me corrigió con firmeza—. Es extraordinaria. La dieron por muerta, pero sobrevivió. Su fuerza es su mayor aliada, aunque ella probablemente no lo vea. Su dificultad para hablar en voz alta, que la pone tan nerviosa, la hace sentirse débil. Se le nota en el rostro cada vez que lo intenta.
Asentí.
—Más razón para mantenerme alejado, Carlisle.
Él me sonrió y apretó mi hombro.
—Quizá. —Se rio ante la mirada que le lancé—. Edward, dices que es tu compañera, dices que ya sientes la atracción… y veo un brillo en tus ojos que antes no estaba. Apostaría a que su sangre no te tentó en absoluto.
Se echó a reír cuando abrí los ojos de par en par.
—Eso solo ya me dice que es tu compañera. Pero, hijo, tienes que hacerte una pregunta… Si ella ya te ha cambiado a ti, ¿te has puesto a pensar en lo que tú podrías hacer por ella?
Negué con la cabeza, pero él se levantó del tronco.
Con un último apretón en mi hombro, simplemente dijo:
—Piénsalo.
Y eso fue exactamente lo que hice. De hecho, fue lo único que pude hacer durante el día siguiente. No avancé en mi decisión de mantenerme al margen en cuanto empezaran las clases. Mantuve un ojo sobre Bella a través de las mentes de los estudiantes, profesores y el personal. Se abría paso por el día en silencio, con la pequeña y perspicaz Alice a su lado.
Mi ala estaba dos pisos por encima de la biblioteca, así que desde allí podía oír todo lo que pasaba abajo. Me sorprendió que Alice pudiera predecir el comportamiento de Mike Newton… aunque, siendo honestos, no era tan difícil. Era un chico arrogante que se creía irresistible, cuando en realidad solo sabía qué decir para salirse con la suya. Bella escapó de la biblioteca rumbo al dormitorio de chicas, y le perdí la pista.
Volví a mirar mi computadora, intentando enfocarme en la hoja de cálculo de contabilidad frente a mí, pero todos los números se emborronaban. Abrí un buscador, sin casi registrar que mis dedos empezaban a escribir por su cuenta.
Charles e Isabella Swan, Boston, Massachusetts
Presioné enter y cerré los ojos antes de abrirlos de nuevo. Había varios artículos, los mismos que Esme había leído en casa de Bella. El caso era considerado uno sin resolver, simplemente porque no había pistas, ni evidencias, ni testigos. Charles Swan era un blanco comprensible, considerando su carrera como juez. Mi suposición era que tenía más enemigos de los que podía contar, pero según su historial, era un hombre intachable, libre de actividades ilegales. Nunca permitió que sobornos o chantajes interfirieran con hacer lo correcto.
Uno de los artículos afirmaba que la evidencia apuntaba a un simple allanamiento. Al parecer, habían despertado a Bella, que tenía trece años, alrededor de la medianoche. Ella corrió enseguida a buscar a su padre, y ese fue su gran error. Presenció el asesinato, así que los atacantes intentaron matarla a ella también. Toda la escena fue descubierta por su madre, Renee, alrededor de la una de la mañana.
—¿Dónde estabas tú, mamá de Bella? —murmuré, decidiendo hacer otra búsqueda.
Renee Higginbotham-Swan-Dwyer
Justo cuando presioné enter, escuché una puerta abrirse en el ala este, abajo. Me levanté de inmediato y me deslicé en silencio hacia las sombras. Fruncí el ceño al ver a la última persona que esperaba. Bella. En sus brazos llevaba un cuaderno desgastado, pero fue su hermoso rostro lo que me hizo desear, con cada fibra de mi ser, poder oír sus pensamientos. La tristeza que se apoderó de ella al ver mi viejo piano me rompió. Incluso podía oler la sal de sus lágrimas cuando sus pequeños dedos se atrevieron a tocar.
Dejó su cuaderno sobre el piano mientras recorría con la mirada la habitación, pero la voz de Emmett resonó desde el pasillo. Bella fue de puntillas hacia la puerta que había dejado entreabierta, y por los pensamientos de Emmett, supe de quién se había estado escondiendo. Mike Newton. Negando con la cabeza, me moví para verla mejor, y sus ojos se alzaron hacia la oscuridad donde yo estaba oculto. Una vez que todo estuvo despejado, se marchó.
Mis ojos se posaron en el cuaderno que había dejado. Me quedé inmóvil, sabiendo que tocarlo estaba mal, y que seguramente regresaría por él. Eso era otra razón más para mantenerme alejado. Sin embargo, escuché a Angela hablarle en el pasillo, llevándola al comedor… lejos de su posesión más íntima.
En un parpadeo, bajé las escaleras y tomé el cuaderno. Estaba impregnado con su aroma: flores, frutas y sudor humano. Al hojearlo, vi página tras página con su letra. Solté un gruñido y lo cerré de golpe por un momento, apoyando las manos a cada lado.
Lo fulminé con la mirada, deseando que desapareciera, pero no lo hizo. Cada palabra dentro de ese libro provenía de la mente de Bella. Tenía voz, sí… pero era una voz escrita. Y cada palabra iba dirigida a su padre.
—Ya estoy condenado al infierno —murmuré, abriéndolo de nuevo.
Me empapé de cada palabra, cada miedo, cada triunfo y cada fracaso. La culpa que sentía fue completamente superada por la necesidad de saber más… y más… y más. Sin embargo, fue la última entrada, la más reciente, la que atrapó mi atención.
Bella estaba asustada, se sentía débil por abrirse a nuevas personas, posibles amigas, porque ya la habían herido antes. Le agradaba Carlisle y ya sentía un lazo con Alice Brandon y Rosalie Hale. El miedo a ser encontrada por los hombres que la atacaron era evidente, así que hice lo único que se me ocurrió.
Escribí en su cuaderno:
No eres débil. Y aquí estás a salvo.
Era lo único que podía decir, y ni siquiera pensé en cómo lo tomaría ella al verlo. No pude detenerme. Esperaba que lo atribuyera al ala "embrujada" del castillo, pero necesitaba saber que no era débil y que quien se atreviera a tocarla de nuevo no viviría para contarlo.
Resoplando con humor y dejando el cuaderno exactamente donde ella lo había dejado, me marché.
~oOo~
Había evitado a todo el mundo dentro del castillo durante un par de días después de la entrada de Bella en su cuaderno. Trabajé solo en mis aposentos, ignorando a cualquiera que viniera a visitarme. Ni siquiera Jasper pudo hacerme entrar en razón. Y no fui capaz de terminar la búsqueda en internet que había comenzado.
Era el miércoles por la tarde. Estaba ingresando registros de nuevos estudiantes y pagos de matrícula en el programa que yo mismo había creado. La nómina era lo siguiente en mi lista, y acababa de empezar a calcular las horas del personal de cocina cuando lo oí.
Era tenue, provenía de varios pisos más abajo, pero era inconfundible qué era y de dónde venía. Conocía ese sonido como la palma de mi mano. Era el piano de cola en el escenario del auditorio, y quien lo tocaba sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Me levanté de un salto de mi escritorio y salí disparado por el pasadizo que corría junto a varios pasillos principales. Bajé las escaleras hasta la puerta trasera del escenario. Silenciosamente, la entreabrí y me deslicé a través del vestidor, solo para pegarme a la parte trasera del telón.
La pequeña figura de Bella parecía perdida en el enorme escenario. El piano mismo se veía demasiado grande para ella, pero era una maestra tras las teclas. Comenzó con timidez, iniciando con Debussy, fundiéndose en Beethoven y finalmente terminando con algo que no reconocí. Estaba tan absorta en la música, algo que comprendía perfectamente, que apenas notó cuando alguien abrió las puertas del auditorio.
Le sonrió tímidamente a Alice, quien se dejó caer felizmente en la primera fila.
—¡No pares! —le dijo Alice.
Mi primer instinto fue estar de acuerdo con ella y decir lo mismo.
Bella tocó una pieza más, esta vez de Chopin, solo para fundirse después en algo contemporáneo, lo que hizo reír a Alice.
—Eres muy buena y… —Alice se quedó congelada, mirando a su alrededor—. Pareces hacer feliz… a este lugar.
Bella la miró con curiosidad.
Alice se encogió de hombros.
—Perdón. A veces tengo impresiones de cosas… cosas que no logro entender del todo. Quisiera decir que son fantasmas, pero no encaja del todo. Por eso le pregunté a Emmett sobre el ala este, porque siento cosas cada vez que estoy cerca de ahí. Así que, si son fantasmas, me encantaría saberlo. Lo que quería decir es que, cuando tocas, el ambiente se siente… bien.
Fruncí el ceño mientras leía la mente de Alice. No era un fantasma lo que sentía. Era a mí. Solo que ella no sabía qué era exactamente. Eso me hizo ser más precavido, porque las dos chicas a apenas seis metros de mí eran condenadamente observadoras. Pero Alice me salvó.
—Si ya terminaste, podemos ir a cenar —sugirió, y Bella asintió en silencio, lanzándole al piano una mirada anhelante—. Creo que te irá bien cuando veas al señor Harris el viernes. Dicen que es bastante agradable —la tranquilizó.
Bella sonrió y se levantó del banco del piano, pero de pronto miró hacia los bastidores, casi hacia donde yo estaba. Por un segundo, me pregunté si podía sentir el mismo tirón que yo sentía.
Alice y Bella salieron juntas del auditorio, y en cuanto se cerraron las puertas, me fui. Giré a la derecha en vez de a la izquierda, vagando por el castillo. Corrí tan rápido como pude, sin preocuparme de que los estudiantes escucharan ruidos que no podían identificar, aunque lo atribuían a los sonidos habituales del castillo.
Prácticamente caí dentro de la oficina de Esme.
Frunció el ceño al verme, pero de inmediato cerró su mente.
—¿Edward, qué pasa?
—No puedo hacerlo —le dije, sabiendo que sonaba críptico y medio loco—. No puedo dejar que Harris le enseñe. Pero no puedo…
Negué con fuerza, desesperado.
Se levantó de su escritorio y caminó hacia mí. Colocó sus manos a ambos lados de mi rostro y me obligó a mirarla.
—Edward, sé que estás preocupado, pero debes saber que tu padre y yo confiamos completamente en ti. Fui a ver a Leah, y estoy de acuerdo con ella… Tú creas tu propio destino, a pesar de lo que creas. Si quieres ser el tutor de Bella, se lo diré a Keith ahora. Él ya tiene bastante con cuatro estudiantes, y sinceramente creo que ella está por encima de su nivel. Solo le diré que el sobrino de mi esposo se hará cargo de la nueva estudiante.
—No puedo mantenerme alejado de ella…
—Lo sé, hijo —me tranquilizó, apartando el cabello de mi frente—. Y sinceramente creo que Bella te va a sorprender.
Fruncí el ceño, pero los pensamientos de Esme estaban abiertos. Estaba convencida de que Bella sería lo mejor que me había pasado.
Negando con la cabeza, solté un largo suspiro.
—¿Y qué seré yo para ella? Su ruina, eso es lo que seré.
Esme se echó a reír.
—¿Acaso yo fui la ruina de Carlisle?
Sonreí a pesar de todo y solté una risa.
—No.
—Entonces cállate, Edward. Te amo como si fueras mi propio hijo, pero creo que ya es hora de que hagas el trabajo para el que naciste, para el que te formaste cuando eras humano, y uno que puede cambiar tu vida —me dijo—. Para bien —añadió antes de que pudiera discutir.
Me desplomé bajo su mirada. No podía rebatir su lógica, y ya no podía mantenerme alejado de Bella. Necesitaba estar en su presencia, y quería saber más de ella que lo que había escrito en su diario.
—¿Cuándo? —pregunté en un susurro.
Esme sonrió.
—El viernes por la tarde… después de clase. Encuéntrate conmigo aquí y te llevaré con ella.
Me froté la cara con ambas manos, terminando con una pasada brusca por mi cabello. Exhalando resignado, dije:
—Está bien.
~oOo~
(1) Messica: apodo sarcástico que combina "mess" (desastre) con "Jessica", usado por Alice para burlarse del comportamiento dramático o problemático de Jessica. En español sería algo como Desjessastre, o algo así.