Capítulo 5
22 de octubre de 2025, 10:37
.
Capítulo 5
Agosto de 2001
BELLA
.
No eres débil. Y aquí estás a salvo.
Esas palabras hacían que mis dedos se movieran solos sobre la parte superior de mi escritorio. Mis ojos recorrían el salón, entornados, escaneando a estudiantes, profesores… a todos. Alguien había leído mi diario. Y no solo lo había leído, sino que había tenido la audacia de escribir en él.
Las dos frases cortas daban vueltas en mi cabeza sin parar. Me las sabía de memoria: la forma en que estaban escritas, lo que se sentía al leerlas, incluso el color de la tinta. Quien las había escrito tenía una caligrafía preciosa… y una mano pesada. Había dejado una marca que se notaba casi hasta la contraportada del cuaderno. Estaba casi lleno, pero aún así...
Con cada tarea que me pasaban, cada papel que revisaba, buscaba una letra que coincidiera, solo para no encontrar nada. La mayoría de los chicos de mis clases tenían la típica escritura desordenada, mientras que la de las chicas era rizada y exagerada, algunas incluso ponían circulitos en lugar de puntos. Pero nadie tenía una caligrafía fluida como la que había en mi diario. Parecía antigua, casi como de caligrafía formal, pero era evidente que se había usado un bolígrafo común. La tinta se parecía mucho a la mía.
Me ponía nerviosa saber que alguien, en algún lugar, sabía cosas sobre mí. Que había leído mis peores miedos, mis fracasos y todo lo que le había dicho a mi papá. Mi primer sospechoso fue el asqueroso de Mike Newton, pero ya me había pasado suficientes notas como para descartarlo. Su letra apenas podía considerarse inglesa, mucho menos legible.
Mis ojos se fijaron en él al otro lado del salón. El Sr. Dobson continuaba con su monólogo en clase de Historia, pero Mike me miraba fijamente… y también Jessica. Ni siquiera había pasado una semana completa de clases y ya tenía enemigos. Aunque, esta vez, también tenía una amiga.
Alice era fantástica. No presionaba, no juzgaba, no exigía. Simplemente me aceptaba tal como era. También siempre iba dos pasos delante de Mike y Jessica, ayudándome a evitar cualquier encuentro con ellos. Y eso estaba sacando de quicio a Jessica, aunque Mike era demasiado tonto como para darse cuenta de que estaba siendo bloqueado.
Historia era mi última clase del día. Mientras la mayoría bajaba al comedor, regresaba a sus dormitorios o iba a la biblioteca, decidí salir a tomar aire fresco. El día estaba nublado, pero la lluvia había parado a eso de media mañana. Salí al patio trasero, echando un vistazo a mi alrededor. Un sendero conducía a un pequeño lago, y lo tomé.
Los terrenos de Masen eran hermosos y demasiado extensos como para apreciarlos desde un solo punto. Desde el muelle, podía ver los densos bosques que rodeaban ambos lados del lago. A lo lejos, vi una delgada columna de humo. Parecía salir de una chimenea, lo que confirmaba que había empleados que vivían fuera del castillo, pero aún dentro de la propiedad.
Caminé por el muelle, encontrando un lugar seco donde sentarme, pero casi salté del susto cuando un fuerte golpe rompió el silencio. Al mirar a mi izquierda, vi un pequeño cobertizo o casa de botes, y me encontré con la mirada de Jasper mientras salía con una llave inglesa en la mano. Se quedó congelado a medio paso, sus ojos repasándome de pies a cabeza. Una sonrisa lenta se curvó en sus labios.
—No quise asustarte —dijo, soltando una risa suave—. No sabía que había alguien por aquí.
Le hice un gesto para restarle importancia y negué con la cabeza al mismo tiempo.
—Ah, tú eres… la chica —adivinó, señalándome con la herramienta.
Rodé los ojos y suspiré, volviendo a mirar el agua. No debería haberme sorprendido de que la noticia sobre mí se hubiera esparcido, pero a veces, era como remar contra la corriente. La gente ya había formado una opinión antes siquiera de conocerme.
—Maldición, te ofendí —dijo, agachándose junto a mí—. Soy Jasper —se presentó—. No te enojes, ¿sí? La Sra. C solo nos dio un pequeño aviso sobre ti. Eres Bella, ¿verdad?
Sonreí un poco ante su nervioso parloteo y asentí, estrechándole la mano. Tenía un acento sureño que se notaba en su tono, algo tranquilo, casi reconfortante.
—Sin ánimo de ofender, pero no iría mucho más lejos por los terrenos estando sola —advirtió con amabilidad—. Es fácil perderse en esos bosques, y aunque están cercados, es una pesadilla regresar. Y una caminata larga también.
Le sonreí con gratitud y asentí. Pensé que se iría cuando saqué mi diario, pero no lo hizo. Se dejó caer del otro lado del muelle, frente a mí.
Abrí el cuaderno, y mis dedos trazaron automáticamente las dos frases por enésima vez. Miré hacia el castillo e intenté adivinar qué ventanas pertenecían al ala este. Sabía que daban al patio trasero, pero no estaba segura de cuáles eran exactamente.
Parte de mí quería escribir en mi diario, pero ver esa caligrafía ajena parecía contaminar todo el proceso. Y me preguntaba si alguna vez recuperaría la paz de escribirle a mi papá.
—¿Tarea? —preguntó Jasper, sonriendo cuando negué con la cabeza—. ¿Una carta de amor?
Literalmente solté una risa nasal, negando de nuevo con fuerza.
—Hmm —musitó, y pude ver que estaba bromeando—. Entonces no es tarea, no es una carta de amor… ¿pasando notas?
Me cayó bien. Alice había dicho que era distante, pero sinceramente, no era la impresión que me daba. Parecía joven, tal vez de unos veintitantos, con cabello rubio y ojos color miel. Su sonrisa era ladeada y astuta, como si supiera algo que yo no.
De repente, sentí una sensación de paz que me calmó lo suficiente como para hablar.
—¿El ala este está realmente embrujada?
Su risa fue profunda, pero musical. Sus ojos brillaban con diversión.
—¿No le hablas a tus profesores, pero me preguntas eso a mí? —bromeó, encogiéndose de hombros cuando asentí. Sus ojos se desviaron hacia mi diario abierto, su sonrisa tembló un poco. Luego miró al castillo y dijo—: Algunos dicen que sí. He oído rumores de gente que escucha cosas ahí atrás. Voces, música, cosas que se rompen. ¿Lo has visto?
Junté el pulgar y el índice.
—¿Un poco? —verificó, y asentí—. Bueno, sé que está prohibido para los estudiantes, así que tiene sentido.
Quería decirle que pensaba que alguien… o algo había escrito en mi cuaderno, pero no encontré las palabras. También me sentía un poco abrumada por todo eso. Frunciendo el ceño al ver la nota, cerré el libro. Tal vez era hora de abrir uno de los nuevos que Chelsea me había comprado y empezar de nuevo.
—Vaya, alguien te hizo enojar —comentó Jasper con una risa, pero luego frunció el ceño. Miró mi cuaderno, luego mi cara, y finalmente al castillo—. Hmm… Tenía una prima menor allá en casa… solía escribir en un diario. Era un demonio encarnado cuando su hermanito lo encontraba. ¿Es eso lo que pasa? ¿Alguien lo leyó?
Asentí con fuerza, la verdad de sus palabras me hizo enojar de nuevo.
—¿Y eso qué tiene que ver con el ala este? —preguntó, más para sí mismo, pero me observó un momento.
—Lo dejé ahí —dije en voz baja, doblando el cuaderno entre mis manos—. Alguien lo leyó… escribió en él.
Frunció el ceño, mirando la herramienta en sus manos y jugueteando con ella. Asintió una vez y me miró de nuevo.
—Bueno, entonces parece que alguien… o algo está tratando de decirte algo, señorita Bella. Tal vez fue demasiado curioso para su propio bien. Si estás enojada, deja otra nota. —Su sonrisa fue tan divertida que solté una risita—. A lo mejor puedes espantar a ese fantasma, o al menos enseñarle modales.
Soltando otra risita, asentí, pensando que no era una mala idea. Ambos alzamos la vista al escuchar pasos en el muelle. Sonreí al ver a Alice, pero Jasper se puso de pie. Su rostro cambió, pasando de ser relajado y amigable a algo más nervioso, retraído… casi molesto.
—Las dejo —murmuró—. Fue un gusto conocerte, Bella.
Pasó junto a Alice mientras salía del muelle, y ella le lanzó una mirada evaluadora antes de agacharse a mi lado. Su falda se abrió en abanico a su alrededor.
—Aquí estás —dijo con entusiasmo, sonriéndome—. Te he estado buscando por todos lados. Tenemos que trabajar en ese informe de Biología.
Asentí y miré hacia el castillo, repasando las ventanas con la vista. Algunas estaban lo suficientemente iluminadas como para ver a estudiantes deambulando por la biblioteca, por los pasillos o dentro de los dormitorios. En lo más alto, había una figura solitaria, aunque se movió antes de que pudiera verla bien.
Me puse de pie, colgué mi bolso al hombro y sonreí a Alice, haciéndole un gesto hacia el castillo, diciéndole en silencio: «Después de ti».
~oOo~
El viernes por la mañana amaneció tan lluvioso y gris como el día anterior. Alice tarareaba para sí en el baño mientras yo abría el baúl. Me quedé mirando mi viejo diario, frunciendo el ceño, hasta que lo dejé caer dentro. Tomé el paquete de cuadernos nuevos que Chelsea me había comprado, lo desenvolví y saqué uno.
De pronto, Alice estaba a mi lado.
—¿Qué pasó? Apenas lo recuperaste y ya lo estás guardando.
Sus ojos pasaron del nuevo cuaderno al viejo, ahora en el fondo del baúl. Inclinó la cabeza, esperando que dijera algo. Sabía que lo había dejado olvidado en el ala este cuando huía de Mike, pero no le había dicho nada sobre lo que había sido escrito en él cuando fui a recuperarlo.
Fruncí el ceño, preguntándome qué estaría viendo. A estas alturas, estaba bastante segura de que su pequeño don era real. Me había ayudado más veces de las que podía contar en esta primera semana de clases.
Tomé el cuaderno viejo, lo abrí en la última página y se lo mostré. Su jadeo fue sonoro, y sus ojos -más azules que verdes hoy- se abrieron como platos.
—¿Quién hizo esto? —chilló.
—No lo sé —respondí en voz baja, frunciendo el ceño—. No fue nadie que conozcamos.
Se mordió el interior de la mejilla, estudiando las dos frases que ya me sabía de memoria, y luego cerró el cuaderno de golpe.
—¿Y si… y si hay algo en el ala este? —susurró—. ¿Y si esto… —levantó el cuaderno—, es su manera de comunicarse?
Toqué su sien en señal de pregunta.
—¡No! ¡No puedo ver nada! —soltó en un susurro apresurado—. Lo único que veo es que dejas ese cuaderno allá antes de que vayamos a Hunter's Lake mañana y luego lo recuperas el domingo.
Mis cejas se alzaron de inmediato. Los fines de semana, a los estudiantes se les permitía ir al pueblo por unas horas, siempre que tuvieran permiso. Había pequeñas tiendas y restaurantes, y Jacob Black nos llevaría y recogería.
Si Alice veía que dejaba el nuevo cuaderno en el ala este, entonces supuse que ya había decidido seguir el consejo de Jasper. El sonido de pasos en el pasillo de los dormitorios captó nuestra atención, lo que significaba que ya era hora de ir a clases.
—¡Llévate ese! —susurró, dándole golpecitos al cuaderno nuevo—. Te ayudaré a decidir qué escribir.
Sonriendo, asentí y cerré de golpe el baúl, trabándolo rápidamente.
Alice y yo nos estuvimos pasando notas casi todo el día. Debatimos sobre cómo abordar las preguntas, si debía estar enojada por la invasión a mi privacidad, y a qué hora debía dejar el cuaderno allá a la mañana siguiente. Eso hizo que las clases pasaran volando, lo cual fue bueno, porque estaba deseando que llegara mi lección de piano al final del día escolar.
Aparte de mi breve práctica del miércoles, no había tocado realmente. Lo extrañaba terriblemente. Extrañaba la calma que venía con eso, el escape de la realidad que encontraba cuando las notas me envolvían. Incluso extrañaba la lucha de intentar terminar mi propia composición, algo en lo que llevaba años trabajando. El final simplemente no llegaba.
Después de la clase de Historia, caminé con Alice de regreso a nuestra habitación. Dejamos nuestros libros sobre las camas y recogí mis partituras.
—¿Nerviosa? —preguntó, sonriendo de lado.
Negué con la cabeza y sonreí, pero luego encogí los hombros y levanté el pulgar y el índice.
—Un poco —traducía ella, riéndose—. Vas a estar genial. Tal vez la Sra. C consiguió ese tutor especial y está para chuparse los dedos.
Solté una carcajada mientras llegábamos a la puerta. Puse los ojos en blanco, pero su sonrisa conocedora me hizo arquear una ceja. Ella solo se rio y me empujó al pasillo, cerrando la puerta de golpe detrás de mí.
Negando con la cabeza, me dirigí al auditorio. Llegué temprano, pero pensé que podía practicar un poco antes de que llegara el Sr. Harris. Cuanto más me alejaba de los pasillos principales y de los dormitorios, más silencio había. Abrí una de las puertas dobles, causando un eco que reverberó por todo el salón. Incluso mis pasos resonaban mientras caminaba hasta el escenario y lo cruzaba.
Dejé mis cosas sobre la banca y me senté, sonriendo al levantar la tapa de las teclas. Mis recuerdos al piano se remontaban a cuando era muy pequeña. Mi abuela -la mamá de mi papá- fue quien me inició. Ella tocaba y me sentaba en su regazo para enseñarme. Desde entonces, todo fue en ascenso. Llegó a verme tocar en mi primer recital, pero falleció poco después.
Recordando eso, comencé con Claire de Lune. Era su favorita y una de las primeras piezas que le escuché tocar. Me perdí en ella, en los recuerdos del orgullo de mi papá la primera vez que me oyó interpretarla. Estaba tan absorta que no me di cuenta de que alguien había subido al escenario hasta que terminé.
Me sobresalté al ver a la Sra. Cullen, y le susurré con los labios: «Perdón».
Ella soltó una risa suave mientras se acercaba a mí.
—No tienes por qué disculparte, Bella. Fue precioso.
Le sonreí con gratitud, pero entonces vi que había alguien con ella. Era más joven de lo que esperaba -no más de veintiún años, si tenía que adivinar- y me pregunté si era el Sr. Harris. Vestía pantalones negros y una camisa negra que no se había molestado en meter dentro del pantalón.
Recorrí su figura con la mirada desde los zapatos hasta su cabello, un castaño oscuro con destellos rojizos despeinado con gracia. Su rostro, sin embargo, era deslumbrante. La combinación de unas cejas gruesas y masculinas, una mandíbula marcada, pestañas oscuras y largas y pómulos casi femeninos daba como resultado una belleza imponente. Una pequeña sonrisa adornaba su cara, pero parecía nervioso, inseguro… casi asustado.
Mi último pensamiento antes de que la Sra. Cullen colocara una mano sobre mi hombro fue que Alice tenía razón… ese hombre estaba para pecar.
—Bella, sé que esperabas al Sr. Harris, pero ¿recuerdas que te dije que quizá tendría un tutor especial para ti? —me dijo, y asentí, mirándola con curiosidad—. Pues bien, este es el sobrino del Dr. Cullen… mío por matrimonio. Edward Cullen.
Él dio un paso al frente y extendió su mano, y yo la estreché. Una cálida y hormigueante sensación recorrió mis dedos, subiendo por la palma y el brazo. Ambos soltamos un leve jadeo al apartar las manos, pero él rio con nerviosismo, un sonido que hizo que mi estómago se revolviera.
—Y por favor, solo… solo Edward —dijo con apuro, frunciendo el ceño—. «Señor Cullen» es demasiado… —Negó con la cabeza—. Técnicamente no soy un profesor, solo un tutor, así que… sin formalidades, por favor.
Su voz era suave y aterciopelada, con un leve toque rasposo. Transmitía calma, pero al mismo tiempo tenía un tono sensual, lo cual era un pensamiento completamente ridículo de mi parte. Seguramente alguien tan hermoso como el hombre que estaba junto al piano tenía esposa o novia, y una adolescente de dieciséis años no tendría la más mínima oportunidad. Y menos alguien como yo.
Sonreí, asentí y miré a la Sra. Cullen, quien sonreía con picardía hacia él, pero luego se volvió hacia mí.
—Bella, Edward trabajará contigo a partir de ahora, y creo que te desafiará más que el Sr. Harris, considerando que él tiene otros cuatro estudiantes. Y sinceramente, no creo que necesites clases, solo alguien que practique contigo a tu nivel, y los otros cuatro no están ni cerca del tuyo. ¿Está bien?
Asentí, aceptando, y esperé a que continuara.
—Al final del año escolar, los estudiantes de música y teatro suelen presentar una obra; es parte de su calificación, así que Edward te preparará para eso. Y si estás interesada en seguir con música en la universidad, él será quien te guíe —dijo, mirando entre nosotros con una sonrisa suave.
Asentí de nuevo, pero miré a Edward. Lucía tan nervioso como yo me sentía, pasándose la mano por el cabello ya despeinado, haciéndolo sobresalir aún más, aunque de algún modo le quedaba bien, como si ese desorden fuera natural y despreocupado.
La señora Cullen rio otra vez y me miró.
—Antes de dejarlos solos, solo quería saber si tu primera semana aquí estuvo bien.
Asentí con entusiasmo, sonriéndole.
—¿Ningún problema? —verificó.
—No, señora —susurré con un movimiento de cabeza.
Me guiñó un ojo con una sonrisa.
—Bien. Justo lo que quería oír.
Se volvió hacia Edward.
—Estaré en mi oficina si necesitas algo.
—Sí, señora —respondió él, siguiéndola con la mirada mientras bajaba del escenario y cruzaba el pasillo hacia las puertas principales. Parecía prepararse antes de volver la vista hacia mí.
—¿Empezamos, Bella?
El modo en que su voz envolvió mi nombre hizo que mi corazón se acelerara, pero asentí como tonta, sin poder decir nada.
~oOo~
EDWARD
Contemplándola frente a mí, me costaba decidir si debía salir corriendo o caer a sus pies. Si me había parecido hermosa observándola a lo lejos, al estrecharle la mano sellé mi destino. Lo sentí en cuanto la toqué. Era mía, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Su pulso acelerado y sus manos temblorosas delataban su nerviosismo al asentir para responderme. No era la única. Tomé aire y le sonreí.
—Está bien, sé que tú… —Me señalé la garganta. Su suspiro, su leve gruñido y el gesto de poner los ojos en blanco me hicieron reír—. Al parecer, la advertencia de Esme al personal ya está agotando tu paciencia.
Bella arrugó la nariz de forma adorable, pero se encogió de hombros.
—Hmm —murmuré, negando con la cabeza mientras seguía sonriendo—. Hagamos esto: no hablemos del tema. ¿Te parece? Si quieres responder, hazlo. Si prefieres escribirme, también está bien. O lo ignoramos por completo. Da igual lo que haya dicho Esme, aunque lo hizo con las mejores intenciones.
Asintió con una pequeña sonrisa que se curvó en sus labios hermosos.
—Muy bien —dije, echando un vistazo a la carpeta que había traído consigo—. Te escuché tocar. Fue excelente, por cierto. ¿Esto es lo que has estado trabajando?
Asintió, bajó la vista, tomó el archivo y me lo entregó.
Al revisarlo, vi las piezas usuales para piano: música clásica, teatro y canciones contemporáneas. Al final de la carpeta había un montón de partituras escritas a mano. Las saqué y las hojeé. Si no me equivocaba, esa era la melodía desconocida que había escuchado el miércoles por la noche.
La levanté.
—¿Es tuya?
Asintió, pero frunció el ceño.
Y entonces hizo lo impensable: habló.
—No está… terminada. No consigo… —Su voz, suave y cautelosa, se desvaneció, y bajó la vista hacia sus manos en el regazo.
Sonreí. Lo entendía. Yo había pasado por lo mismo. Pero jamás había esperado que me hablara. Ni una sola vez. Y aunque el sonido fue nervioso y tembloroso, se convirtió en mi nuevo sonido favorito.
—Está bien. ¿Por qué no empiezas con esta? Clair de Lune estuvo muy bien, así que déjame escuchar esta… al menos lo que tienes escrito hasta ahora.
Dejé las partituras sobre el atril, pero ella ni siquiera las miró. Tocó de memoria, y era, en efecto, la misma pieza que había escuchado el miércoles. Comenzaba ligera, casi alegre, pero cambiaba poco a poco. Se volvía más oscura, algo triste, y luego casi furiosa. Después, la pieza se nivelaba con un sonido parecido al del agua fluyendo, pero un agua que corría rápido. Si tuviera que identificar la emoción detrás de eso, diría que era miedo.
Y entonces me di cuenta: la canción era Bella. Era su vida, sus pérdidas, sus sentimientos, todo ahí mismo.
No me había percatado de que había estado caminando mientras ella tocaba, así que cuando la pieza terminó abruptamente, me giré con demasiada rapidez para enfrentarla.
—Aquí es donde te atascas —supuse, y ella asintió, con expresión avergonzada—. Bella, creo que esto debería ser tu proyecto final, tu presentación de fin de curso.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, sus manos se movieron inquietas en su regazo, y parecía que quería gritarme que no.
Apoyando los codos sobre el piano, le dije:
—Es personal, lo sé. Lo escucho. Pero… ¿tal vez puedo ayudarte?
Mordió su labio inferior, pero aún no me respondía.
—Esto es lo que hago, Bella. Podemos trabajar en esto como tu proyecto final, descubrir qué te impide terminarlo. También es una excelente manera de mostrar tu talento, en caso de que quieras postularte a programas de música en la universidad —le dije, y de pronto, deseé con todas mis fuerzas que me dejara ayudarla.
Algo dentro de mí cambió, como un colapso o una aceptación. No sabía qué era. Si le preguntaba a Carlisle, diría que mis instintos, mis instintos inmortales, estaban reconociendo a mi compañera. Si le preguntaba a Leah, o a Giselle, dirían que mi alma había encontrado a su otra mitad. Todo lo que sabía era que luchar contra eso -luchar contra esa profecía de cien años, esa atracción desde que Bella pisó el castillo, ese vacío solitario que había sentido por tanto tiempo- parecía inútil.
Sin embargo, la realidad es que no soy humano, que debo mantener las apariencias, y que, por encima de todo, ella solo tiene dieciséis años. No debe saber lo que soy, sin importar cuánto deseara revelarle mi verdadero yo. Es muy probable que la asustara por completo, sobre todo considerando que ya había pasado por un infierno antes de llegar aquí. Necesitaba tiempo. Ella necesitaba tiempo.
Como todavía no me respondía, empecé a divagar y a caminar otra vez.
—Claro, también podríamos trabajar en algo más… tradicional, algo complejo que muestre tu talento, algo que puedas tocar sin preocuparte. Chopin, tal vez…
—Edward —susurró, y estuve a punto de tropezar con mis propios pies al girarme hacia ella.
El sonido de mi nombre probablemente fue lo mejor que había escuchado en toda mi larga vida. Superaba el mero hecho de oír su voz; se elevó al primer puesto entre todos los sonidos que alguna vez se hicieron en este planeta.
—¿Mmm? —musité, intentando no reaccionar cuando mi propia voz se quebró.
Sonrió, levantando las partituras.
—Está bien.
Estudiando su rostro y asegurándome de que lo decía en serio, sonreí y asentí cuando vi esa firme determinación en sus ojos. La frase de Carlisle sobre que su mayor fortaleza era precisamente su fuerza me vino a la mente de inmediato. Estaría orgulloso de ella en ese momento.
—Bien —repetí, tomando las partituras—. Bueno, tenemos que hacer dos cosas. —Le mostré dos dedos. Cuando ella inclinó la cabeza en señal de duda, expliqué—: Primero, tienes que contarme sobre esta canción. Qué significa, qué la inspiró y hacia dónde crees que va. Puedes escribirlo para mí.
Bella parecía nerviosa, pero asintió, levantando también dos dedos y arqueando una ceja hacia mí.
Volví a reírme, simplemente porque su falta de voz no significaba una falta de carácter, porque sus ojos oscuros brillaban con eso. Sin embargo, ese pensamiento me hizo preguntarme cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien la había desafiado. En ese momento, habría dado cualquier cosa por poder leer sus pensamientos, pero al observar sus expresiones, me di cuenta de que no lo necesitaba. Probablemente se debía a su silencio, pero su rostro se leía como un libro. Todo estaba ahí, expuesto. Simplemente había aprendido a comunicarse de esa manera.
Levantando las partituras, continué:
—Segundo, necesito aprender esto para poder ayudarte.
—Oh —susurró, pero luego asintió, aunque parecía un poco abrumada.
Me acerqué a ella y me arrodillé a su altura.
—Relájate. Solo estoy aquí para ayudarte. Necesito conocer la pieza tan bien como tú, ¿de acuerdo?
Asintió, y sus hombros se relajaron un poco. Extendiendo la mano, dio golpecitos en las hojas que tenía yo en la mano.
—No está… bien escrita.
Alcé una ceja hacia ella, como ella lo había hecho conmigo.
—Bueno, entonces, es una suerte que pueda tocar de oído. Vamos, Bella. Tócala otra vez.
Entonces fui recompensado con otro sonido increíble. Su risa. Era adorable, dulce y, que Dios me ayudara… sexi. Le hice un gesto para que comenzara de nuevo, y lo hizo. Sin embargo, sabía que necesitaríamos algo de ayuda para comunicarnos. Ella hablaba muy poco, y eso estaba bien; jamás la forzaría a hacer nada que la incomodara. Respondía lo mejor que podía, pero yo realmente necesitaba entender lo que pensaba para poder trabajar con ella. Me levanté, fui entre bastidores y rodé un pizarrón móvil hasta el frente, deteniéndolo junto al piano.
Tan pronto como lo hice, me di cuenta de mi error. No podía escribirle de vuelta. Sería como encender un letrero de neón indicando quién había escrito en su diario, y Jasper ya me había contado sobre su conversación con Bella. Ella se había enojado mucho al sentir que habían invadido su privacidad. Él lo había sentido en el ambiente. Me llamó bastardo con suerte, porque ella asumía que había sido el «fantasma» del ala este, y él la empujó a seguir creyéndolo. Incluso me dijo que, si ella descubría la verdad y quería patearme el trasero, él lo haría por ella.
Ese pensamiento me hizo bufar para mis adentros, pero lo sacudí rápidamente. Me di la vuelta, dejando que las notas que Bella estaba tocando se asentaran. Una de las ventajas de mi extraña existencia era la capacidad de mi mente para enfocarse en más de una cosa a la vez.
Cuando terminó, le tendí un trozo de tiza.
—Tenemos que trabajar realmente juntos, Bella, así que usa esto. También necesitamos hacer que eso sea lo más preciso posible. Las partituras tienen que coincidir con lo que estás tocando. Te ayudará a largo plazo.
Se levantó del banco y tomó la tiza con un asentimiento.
—Primero trabajaremos en escribir la música, y luego en lo que te impide terminarla —le dije, tomando su lugar en el piano.
Antes de que mis dedos tocaran las teclas, el sonido de la tiza sobre el pizarrón captó mi atención. Su rostro estaba tan serio mientras me escribía:
¿Qué sabes de mi pasado?
Mi corazón se rompió ante su expresión preocupada, pero respondí con la mayor honestidad que pude:
—Solo lo que Esme me contó, Bella. Que hubo un robo en tu casa, que tu padre no lo logró, pero tú sí.
Me observó unos segundos antes de volver al pizarrón.
Esta canción es sobre él. Y no sé si puedo escribir todos los detalles.
Eligiendo cuidadosamente mis palabras, dije:
—Eso puede explicar por qué te cuesta tanto terminarla. Dale tiempo. Trabajaremos en ello, pero me gustaría que me contaras lo que puedas.
Escribió de nuevo rápidamente:
¿Y si aún así no puedo terminarla?
Sonriendo, respondí:
—Bueno, entonces puedes tocar Clair de Lune, y nadie sabrá la diferencia.
Finalmente, se relajó, y vi que Carlisle tenía razón. No podía hablar sobre lo que había pasado la noche que su padre murió. Simplemente no estaba lista, y yo le había dado una salida… o al menos un plan con el que podía vivir si no lograba terminar su pieza.
—¿Eso te hace sentir mejor con todo esto? —le pregunté, esperando que con el tiempo se sintiera más cómoda conmigo—. No estoy aquí para presionarte a hacer algo que te incomode, Bella. Solo quiero asegurarme de que muestres lo mejor de ti al final del año. ¿De acuerdo?
Lo que quería decirle era que deseaba encontrar a los monstruos que le hicieron eso y borrarlos de la faz de la tierra. Quería cazarlos, acecharlos, asustarlos, asegurarme de que supieran que habían cometido el peor error al tocarla, pero no podía decirle exactamente eso.
Finalmente, Bella asintió en respuesta.
—Gracias, Edward —susurró nerviosa.
Era mi turno de guardar silencio, y asentí en respuesta, volviendo a mirar las teclas. Empecé a tocar su canción, y durante la siguiente hora y media, trazamos las notas en las partituras, haciéndolas lo más precisas posible. Trabajamos sorprendentemente bien juntos, considerando todo lo que nos diferenciaba, pero era obvio que una cosa teníamos en común: un profundo amor por la música. Sin embargo, al final de la segunda hora, no pude evitar reír cuando su estómago gruñó con fuerza.
—Está bien —dije riendo—. Pararemos por hoy.
Su rostro se tiñó de un profundo rubor rojo, pero aun así rio mientras guardaba sus cosas.
—Bella —la llamé justo antes de que saliera del escenario. Cuando se volteó a mirarme, le dije—: Si este día te funciona, entonces todos los viernes después de tu última clase, nos encontraremos aquí. El Sr. Harris tiene clases la mayor parte de la semana, pero este día está libre. Y considera un máximo de dos horas, ¿de acuerdo?
Sonrió, se recogió el cabello detrás de la oreja y asintió.
—Está bien —susurró, saliendo corriendo del auditorio y dejándome solo en la gran sala sin ventanas.
Me senté en el banco del piano, frente a las teclas. Extendiendo la mano, apenas toqué el marfil, dejando que mis dedos lo rozaran. Escuché su mente antes de que apareciera entre bastidores, viniendo desde el pasadizo oculto.
—¿Cuánto escuchaste? —le pregunté a Carlisle, alzando la mirada cuando salió de las sombras.
Su rostro no revelaba nada, y estaba recitando algún pasaje de un antiguo diario médico para mantenerme fuera de su mente.
—¿Tu opinión es tan mala que necesitas bloquearme? —pregunté, no del todo en broma, pero le dediqué una sonrisa.
—No, hijo —respondió suavemente, negando con la cabeza—. Solo quería decirte… estoy orgulloso de ti.
—Gracias —susurré, tocando un acorde suave con los dedos—. Sin embargo me bloqueas.
—Es solo que… he notado algo con Bella, Edward —dijo, dudando si debía decírmelo o no. Cuando me encontró la mirada, cedió—. Cuando Esme me contó sobre su visita a la casa de Bella en Boston, explicó que la chica no hablaba en voz alta con sus padres. Sin embargo, sí habló con Esme. Habló conmigo. Y ahora contigo.
Me enderecé de golpe.
—Y con Jasper.
—¿Qué dijo él sobre ella?
—Que podía sentir muchas emociones viniendo de ella: miedo, ira, curiosidad, pero con él… confianza —le dije.
Asintió como si ya lo supiera, mirando el pizarrón garabateado.
—Parece que solo habla con quienes confía, lo cual me hace preguntarme por qué no le habla a sus padres.
Fruncí el ceño y negué con la cabeza.
—Tal vez sí lo hace, y Esme simplemente no lo escuchó.
—Quizás. También me hace preguntarme por qué se siente tan cómoda con cada uno de nosotros —dijo, encogiéndose de hombros—. No estoy seguro de entenderlo. La mayoría de los estudiantes aquí nos temen bastante. Se nota en su ritmo cardíaco. La única vez que Bella se pone nerviosa es cuando necesita hablar en voz alta. Por lo demás, está tan tranquila como una lechuga.
Sus pensamientos entonces se abrieron, y vi que su teoría era que, como ella era mi compañera, eso quizá eliminaba ese miedo, pero no estaba seguro.
—No puede ser tan sencillo, Carlisle —jadeé, boquiabierto hacia él—. No. Me niego a pensar que está básicamente conectada a mí. Simplemente… no puedo.
Se rio suavemente y se sentó junto a mí en el banco.
—Es posible, Edward. Su sangre no te tienta. Eso ya significa que es diferente.
Una esperanza cálida y pesada floreció en mi pecho, pero tenía miedo de dejarme llevar. Ella aún no tenía idea de lo que yo era, de cuán vil podía ser mi especie. Y su vida ya había sido lo bastante difícil. Sumarle eso sería un pecado contra ella.
—Ella odiará todo esto —susurré—. Me odiará.
Él me apretó el hombro.
—No puedes saber eso, y eventualmente tendrás que decirle la verdad, hijo. No vas a poder evitarlo. Es una chica inteligente y obviamente muy fuerte. Trata de no subestimarla.
Respiré hondo y exhalé despacio, asintiendo un poco.
—Está bien.
—Bien —dijo, poniéndose de pie—. Ahora, Esme quería verte en su oficina después de tu primera lección con Bella. Me envió a buscarte.
Asentí, me levanté, borré la pizarra con lo que Bella había escrito y lo seguí al pasadizo oculto.
~oOo~
El sábado por la mañana amaneció soleado, lo cual dificultaba que cualquiera de nosotros se moviera por el castillo sin revelar el extraño aspecto de nuestra piel. Sin embargo, como no había clases, realmente no importaba.
Me quedé mirando la pantalla de mi computadora, revisando las calificaciones de la primera semana que los profesores habían entregado. Tanto Bella como Alice ya estaban en la cima de su clase. Al parecer, Esme tenía razón al predecir que le iría bien en Masen.
Las dos mentes más ruidosas que conocía venían directo hacia mi puerta. Alcé la vista justo cuando Jasper y Jacob entraban en la habitación.
—¿No deberías estar manejando la van hacia Hunter's Lake? —le pregunté a Jacob, alzando una ceja.
—Pfft, tengo tiempo —respondió con su típica sonrisa alegre, señalando el reloj en la pared con el mentón—. Veinte minutos, en realidad.
Intenté volver a mi trabajo, pero los dos estaban ahí, cantando en sus cabezas canciones horribles y a todo volumen.
—¿En serio? ¿No tienen nada mejor que hacer?
Jasper sonrió.
—Cállate, Edward. Solo queríamos saber cómo te fue con la lección de piano.
Ambos parecían niños esperando a Santa Claus la mañana de Navidad, y yo negué con la cabeza mientras volvía los ojos a la computadora.
—Salió… bien —les dije—. Es una pianista brillante.
—Entonces… ¿es o no es tu hermoso cisne? —preguntó Jacob en voz alta… en su mente.
Sabía por qué quería saberlo. Sus razones eran dos: confirmar la predicción de su bisabuela, y proteger a Bella con su vida si era necesario. Lo segundo lo haría por mí sin que yo se lo pidiera.
Le sonreí y asentí.
—Sí. Giselle tenía razón.
Estaba a punto de gritar de emoción cuando me levanté de la silla y le cubrí la boca con la mano. Abajo, escuché la puerta secreta de mi arruinada sala del piano abrirse con un crujido.
Jasper ladeó la cabeza.
—Whoa, mierda… es Bella —pensó para mí, y asentí una vez.
Advirtiéndoles en silencio que no se movieran, me deslicé hasta el borde de las escaleras, desde donde podía verla. Llevaba su propia ropa: jeans, una camiseta de manga larga y zapatos deportivos. Pero fue el objeto en sus manos lo que captó mi atención. Un cuaderno. Y no era el mismo que había dejado antes. Este se veía completamente nuevo.
Con su acostumbrada mirada nerviosa a su alrededor, dejó el diario encima del piano y se retiró a toda prisa por la puerta secreta. Yo ya había bajado las escaleras, recogido el cuaderno y vuelto arriba antes de que ella probablemente hubiera salido del pasillo.
—No lo hizo… —exclamó Jasper, y luego soltó una carcajada.
—¡Tú! —gruñí, empujándole el pecho—. Fuiste tú quien hizo esto. Tú le diste la idea. ¿Y ahora qué se supone que haga?
—¡Léelo! —dijeron los dos al unísono.
Miré a Jacob y apunté hacia la puerta.
—Está claro que irá al pueblo hoy, así que ve a llevarla. Y si puedes…
Se puso serio de inmediato, levantando una mano.
—La cuidaré, Edward. Lo prometo.
Asentí en agradecimiento, porque la sola idea de que ella saliera del castillo me ponía los nervios de punta. Aunque no pude evitar reírme cuando hizo un puchero por no poder leer el cuaderno.
—Estoy seguro de que Jasper te pondrá al día. Chismea como una vieja.
—Cierto —dijo Jacob con una risa fuerte mientras salía de la habitación.
—Idiotas, los dos —gruñó Jasper, empujándome—. ¡Ahora léelo!
Caminé hasta la ventana y abrí el cuaderno en la primera página.
A quien haya leído mi diario:
No está bien invadir la privacidad de alguien. No es justo que tú sepas todo sobre mí y yo no sepa nada de ti. He intentado descubrir quién eres por tu letra, pero no creo que seas alguien de mi clase ni ninguno de mis profesores. Si me guío por los rumores, entonces podrías ser una especie de fantasma, aunque no estoy segura de creerlo.
Entonces, ¿quién eres? ¿Fantasma o humano? ¿Y quién te crees tú, leyendo algo privado, algo que no te pertenecía? Ya que sabes de mí, tal vez seas lo bastante valiente para contarme algo sobre TI.
Deja este cuaderno en el lugar donde lo dejé. Si no contestas, no volveré a molestarte.
Sonriendo ante el enojo de Bella, negué con la cabeza.
—Está realmente molesta.
—¡Te lo dije, imbécil! —gruñó Jasper, acercándose rápidamente a leer por encima de mi hombro. Su risa fue hilarante—. ¿Qué vas a hacer?
Caminé hacia mi escritorio, tomé una pluma y luego lo miré.
—Voy a contestarle.
—¡¿Cómo?!
Mirando hacia abajo, al cuaderno, respiré hondo y lo solté lentamente.
—Diciéndole la mayor verdad que pueda.
Nota de la autora (Traducida): Y comienzan las clases de piano… y parece que también el intercambio secreto de notas. ;)
Algunas dudas que pueden estar por ahí:
1… Se estarán preguntando por Jasper y Alice, pero prometo que eso se revelará a su debido tiempo, incluyendo por qué no sienten el "tirón".
2… Las tres cartas de la muerte. Sí, en la realidad (tanta como se pueda tener si uno cree en ellas), la carta de la muerte puede significar más que solo eso, puede ser el fin de algo. Pero para esta historia… es simplemente la muerte.
3… La edad de Bella. Tiene 16 años, pero el tiempo avanzará eventualmente. Ya lo verán. Sin embargo, Edward tiene 122, así que no estoy segura de que las reglas importen tanto aquí. ;)