Capítulo 6
22 de octubre de 2025, 10:37
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Capítulo 6
Agosto 2001
BELLA
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El pequeño pueblo de Hunter's Lake parecía una postal. No era nada grande, especial ni concurrido. Simplemente era un pueblito junto al lago que parecía vivir gracias a los estudiantes y al personal de Masen Academy. Las tiendas y restaurantes estaban ubicados en edificios que parecían existir desde siempre. Y creo que eso era parte de su encanto.
Jacob estacionó la enorme furgoneta en la acera y se giró para mirarnos.
—Tienen hasta las tres en punto. Los recojo justo aquí.
Tenía una especie de lista de asistencia mientras bajábamos del vehículo, y nos observó a todos al pasar.
Una vez Alice y yo estuvimos fuera del alcance de oídos indiscretos, entrelazó su brazo con el mío.
—¡Cuéntame! —susurró con urgencia.
Solté una risita y le di un toque en la sien en modo de burla.
—¡Cállate! —dijo riendo—. ¿Entonces lo dejaste? ¿Viste algo?
Negué con la cabeza, mirándola con expresión triste.
—Maldición —bufó, haciendo un puchero adorable—. Tenía la esperanza de que alguna entidad traslúcida te estuviera esperando. Vi algo, pero no pude distinguir qué era. Estaba todo borroso.
Volví a reír suavemente y negué otra vez.
—Lo siento —susurré.
—Está bien —suspiró, sonriéndome—. Pero te lo digo desde ya, vas a tener que soltar información sobre esa clase de piano, Isabella. Parecías borracha cuando bajamos a cenar anoche.
Resoplando con humor, asentí, y podía imaginar que en efecto había parecido borracha. Edward no solo había sido un tutor increíble, sino que además era hermoso en todo sentido. Me había sentido cómoda de inmediato en su presencia, lo cual decía mucho, ya que siempre me ponía nerviosa con la gente nueva. Era extraordinariamente talentoso en el piano, especialmente cuando tocó mi canción casi nota por nota de oído. Y había sido paciente, algo que no todos mis maestros habían sido. No le importaba si le respondía por escrito o en silencio, pero lo mejor era la sonrisa dulce que me dedicaba cada vez que hablaba en voz alta.
Alice y yo paseamos por las tiendas del pueblo durante una hora antes de declarar que teníamos hambre. Había un restaurante tipo diner al final de la calle, así que entramos y tomamos una mesa libre. Ya había varios compañeros de clase ahí, sentados y hablando en voz alta. Nuestra pobre mesera parecía a punto de estallar. No la culpaba al ver que la mesa más ruidosa estaba ocupada por Jessica, Mike, Tyler y algunos más.
Cuando hice mi pedido señalando el plato en el menú, tuve que resistir la tentación de poner los ojos en blanco al notar que la mesera miraba fijamente mi cuello. Ya debería estar acostumbrada, pero a veces me molestaba. Y hoy me molestaba más de lo normal, porque me hacía resaltar. Me recordaba que, por muy enamorada que estuviera de mi tutor de piano, él solo me vería como la estudiante dañada con la cicatriz fea.
La mesera tomó el pedido de Alice y se marchó, pero un cuaderno cayó frente a mí con un golpe seco.
—¡Cuéntamelo todo! —exigió en voz baja, lanzándome un bolígrafo.
El hecho de que supiera que me sentiría más cómoda escribiendo que intentando hablar me hizo sonreírle con gratitud. Pasé las hojas de su cuaderno hasta una limpia y empecé a escribir.
—Sra. C sí trajo a ese tutor especial. Es su sobrino por matrimonio… el sobrino del Dr. Cullen. Edward Cullen.
Alice soltó una exclamación y me miró.
—Está buenísimo, ¿verdad? Buenísimo de escándalo.
Asentí despacio, con los ojos bien abiertos, lo que la hizo reír tanto que tuvo que taparse la boca. Pero decir que Edward estaba «bueno» no le hacía justicia.
—Pero Alice, es muy amable. Estaba tan nervioso como yo, pero sabe muchísimo de música. Y quiere que termine mi composición.
—Al demonio con esto —masculló Alice, levantándose de su lado de la mesa para sentarse a mi lado—. Quiero leer mientras escribes. —Leyó lo que había puesto y me miró—. ¿Y eso por qué es importante?
—Quiere que le cuente sobre ella. Es muy personal y no estoy segura de poder hacerlo. He trabajado en ella durante cuatro años, y es...
Alice me puso la mano sobre la mía para detenerme.
—Es sobre tu papá, ¿cierto?
Hice una mueca y asentí. Alice sabía lo mismo que la Sra. C. Le había mostrado el mismo artículo del periódico de Boston, solo que a Alice se lo mostré en línea. Me pareció más fácil que tratar de escribirlo o decirlo. Justo en ese momento, Rose había entrado a nuestra habitación, así que ella también lo supo, y me abrazó con lágrimas en los ojos después de leerlo. Algo en eso me hizo pensar que Rose también tenía un pasado complicado. No sabía cuál era, pero podía respetarlo.
Asentí para responderle a Alice, pero volví a tomar el bolígrafo.
—¿Puedes ver algo sobre él?
Alice me sonrió.
—¿Qué quieres saber exactamente? —canturreó, riendo cuando la piqué con el codo—. No, Bella. No puedo. Lo que sí puedo ver es que él te hace feliz, que te ayuda a hablar un poco más, lo cual me dice que es un buen tipo, pero no puedo verlo claramente. Está algo borroso. Pero eso no significa nada, en realidad. Hay algunas personas que no siempre puedo ver bien, como al Dr. Cullen, lo cual tiene sentido, ya que son parientes, y a la Sra. C, tal vez porque está mucho con él… y es más difícil si no los he conocido en persona.
—¿Qué quieres decir con que eso te dice que es un buen tipo? —le pregunté.
Sonrió.
—Ni siquiera sabes que lo haces, ¿verdad? —replicó, y negué con la cabeza, confundida—. Bella, tú no hablas a menos que te sientas cómoda. Solo con ciertas personas.
Me encogí de hombros, mirando la página, pero de repente fue arrancada de mis manos. Jessica y Tyler estaban ahí. Sin embargo, Alice fue más rápida y atrapó el cuaderno antes de que pudieran llevárselo. Se levantó del asiento y no retrocedió, a pesar de que Jessica le sacaba varios centímetros.
—Vaya, si no son las novias lesbianas: la psicópata y la rara —ronroneó Jessica—. Qué bueno que tienes una amiga ahora, Psicópata…
Alice resopló.
—Psíquica. Messica, sé que tu dislexia te lo pone difícil, pero inténtalo, ¿sí?
Sonreí, pero negué con la cabeza. Su lealtad era tan letal como su temperamento, y su lengua era más afilada que ambas cosas juntas.
—¿Te parece graciosa? —me espetó Jessica, fulminándome con la mirada—. Ya verás. Primero te dice cosas lindas y luego te suelta lo peor.
Alice rio, volviéndose hacia mí.
—Cosas horribles, Bella. Predije que Messica reprobaría su examen de Álgebra. ¿Sabes por qué? Porque tenía clamidia. Hmm… También Mike, si no me equivoco.
Solté una carcajada que no pude contener, e incluso Tyler se rio, pero enmudeció cuando Jessica lo fulminó con la mirada.
Mike se nos unió, mirándome con asombro.
—Así que sí puedes hacer algún tipo de ruido…
—¡Newton! —retumbó una voz grave, y alcé la vista para ver a Jacob evaluando toda la situación.
No me había dado cuenta de que nuestra mesera no podía acercarse con la comida, que casi todos los estudiantes en el local estaban observando la escena con atención, y que Jessica parecía a punto de golpear a Alice, quien seguía riéndose.
Mike palideció bajo la mirada de Jacob, y Tyler ya se había escabullido. Jessica nos lanzó una mirada asesina antes de alejarse. Después de que Alice regresó a su lugar frente a mí y la mesera dejó rápidamente nuestra comida, Jacob se acercó a nuestra mesa, señalando a Mike con el dedo en forma de advertencia.
—¿Están bien? —preguntó en voz baja, mirándome. Cuando asentí, sonrió—. No se preocupen por ellos, chicas. Si vuelvo a encontrar a Newton y Stanley fuera de sus camas después del toque de queda, estarán en serios problemas.
—Excelente —susurró Alice, frotándose las manos y sonriendo como villana.
Jacob soltó una carcajada.
—Lo sé, ¿cierto? Es solo cuestión de tiempo con esos dos, créanme. —Se enderezó, dándole un golpecito a nuestra mesa—. La furgoneta sale en una hora y media. Traten de estar a tiempo, ¿sí?
Asentimos las dos antes de que se alejara hacia el mostrador del diner, y le devolví a Alice su bolígrafo y cuaderno. Comimos en silencio. Por suerte, Mike y Jessica se fueron antes que nosotras. Sin embargo, antes de salir a recorrer más tiendas, Alice me detuvo.
—Bella, creo que deberías contarle a ese tipo sobre tu composición —dijo, frenándome cuando negué con la cabeza—. No digo que le cuentes todo, ni que entres en detalles, porque sé que no puedes, pero dale algo. Creo que te hace bien.
Al estudiar su rostro, pude ver que lo decía con sinceridad. Solo quería ayudar. Y con su explicación críptica, supe que no podía ver todo con claridad.
Así que asentí, susurrando—: Ya veremos.
~oOo~
Domingo por la mañana, yo era una bola de nervios. Me costaba todo no salir corriendo al ala este para recuperar mi cuaderno, pero Alice prácticamente me derribó.
—¡No! —siseó, obligándome a sentarme de nuevo en la cama—. Solo espera. Tendrás tiempo de sobra después del desayuno. Ahora mismo el personal de limpieza está en los pasillos. Una vez que salgamos, cambiarán nuestras sábanas y eso, lo que significa que todos estarán en los dormitorios, afuera o en el comedor. Tienes que tener cuidado para entrar allá. Si te atrapan, la Sra. C se enterará.
Me dejé caer con resignación, pero asentí. Levanté la mano y le toqué la sien.
Sonrió, pero se encogió de hombros.
—Solo veo que lo recuperas, no si hay una respuesta.
Fruncí la nariz ante eso y suspiré.
Miró por encima de mí hacia la ventana.
—Oye, hoy salió el sol. Vamos a desayunar afuera, ¿sí?
Asentí, lo cual la puso feliz, así que se vistió rápidamente. Bajamos al comedor, donde había algunos estudiantes y profesores comiendo, pero parecía que la mayoría estaba afuera disfrutando del sol después de varios días de lluvia. Alice y yo llevamos nuestro desayuno hasta la mesa más alejada del patio trasero. Su silla daba hacia la vasta extensión del terreno, mientras que la mía daba al castillo. Parecía que ambas estábamos buscando algo. Apostaría a que Alice vigilaba por si aparecía Jasper.
Mientras mordía mi sándwich de desayuno, mis ojos se alzaron hacia el tercer piso. Aún no estaba segura de qué ventana albergaba mi piano destrozado, pero era imposible distinguirlo con el sol reflejándose en casi todos los cristales. Por lo general, nadie nos prestó atención, y cuando un grupo de chicos decidió salir a lanzar la pelota, Alice me dio un rápido asentimiento, simplemente porque una gran mayoría de los estudiantes los siguió hacia el jardín.
Entramos juntas, tiramos la basura, y Alice me dijo que la encontrara más tarde en la habitación.
Tomando las escaleras traseras sola, me mantuve atenta a si había alguien. Pasé junto a algunos estudiantes, pero cuando llegué al tercer piso, estaba completamente sola. Eché un vistazo rápido al pasillo principal antes de escabullirme detrás del tapiz que ahora conocía de memoria. Era una escena de cazadores a caballo, con sabuesos al frente. A un lado, había damas con vestidos grandes y sombrillas sentadas bajo los árboles. Era antiguo y mostraba una hermosa imagen de una época en la que todo parecía más simple.
La puerta oculta no estaba cerrada con llave, y entré al cuarto soleado. El polvo flotaba frente a mis ojos. El olor seguía siendo rancio, aunque con un dejo especiado—o tal vez no era tanto especiado como dulce y acogedor, como sándalo o canela. Y el piano seguía ahí, triste y olvidado. Pero justo encima estaba mi cuaderno. La portada morada resaltaba con fuerza entre su entorno deslucido.
Observé a mi alrededor, como siempre, mis ojos se detenían en las escaleras rotas que me llamaban, pero no me sentía lo suficientemente valiente como para explorarlas por ahora. La curiosidad por saber qué podía estar esperándome en ese cuaderno era demasiado. No había ruidos, ni sombras en movimiento, solo los vítores desde el patio trasero. Por alguna razón extraña, sabía que, a diferencia de mis otras visitas al ala este, esta vez estaba sola, lo que me hizo preguntarme si mi lector misterioso había respondido mis preguntas.
Tomé el cuaderno y lo apreté contra mí mientras me apresuraba de regreso a la puerta secreta. Escuché con atención, eché un vistazo rápido al pasillo y el camino estaba despejado.
Giré a la derecha en lugar de a la izquierda y recorrí el laberinto de pasillos hasta llegar al dormitorio de chicas. Abrí la puerta de golpe y encontré a Alice caminando de un lado a otro, y se detuvo en seco cuando cerré la puerta con llave.
—¿Y bien? —prácticamente gritó, pero yo me reí y me encogí de hombros.
Las dos caímos juntas en el borde de mi cama, compartiendo una sonrisa antes de que abriera la tapa del cuaderno. Ambas soltamos un jadeo cuando la caligrafía pesada, oscura y hermosa llenaba no solo el resto de la primera página, sino también la siguiente.
Mi querida escritora:
Tienes mis más sinceras disculpas por haber invadido tu privacidad, aunque en mi defensa, dejaste tu pertenencia en un lugar donde cualquiera podía encontrarla. Quizá sea mejor que haya sido alguien como yo, y no uno de tus compañeros. Algunos de ellos son crueles e insignificantes.
Alguien como yo… Eso merece una respuesta, ¿no? Tienes toda la razón; lo justo es que te responda con la mayor honestidad posible. Hay límites, reglas que atan mi lengua (o mi pluma, en este caso). Desearía con todo mi ser poder contarte, pero por ahora, no tengo más opción que permanecer oculto.
¿Fantasma o humano? Supongo que un poco de ambos. Soy sólido, aunque nadie realmente me ve. Ha pasado mucho tiempo desde que me mostré ante alguien, aunque últimamente he sentido unas ganas enormes de ser visto de verdad, aunque sea por una sola persona. Soy un hombre, pero… no.
Hay más misterios en este mundo que simples fantasmas y ciertamente cosas más peligrosas que los humanos. Existen mitos vivientes y bestias mortales. Hay criaturas que tal vez creas que solo existen en los libros, en los cuentos de hadas o en las historias de fantasmas. Los humanos están rodeados por estos seres todos los días, y no tienen idea. La mayoría de nosotros vivimos en las sombras, con vidas muy largas, incapaces de revelar lo que realmente somos, pero eso solo significa que la humanidad, en conjunto, no está preparada para saberlo.
Sin embargo, tú, mi fuerte y hermosa escritora, no tienes nada que temer de mí. Preferiría morir antes que dañar un solo cabello de tu cabeza. Ojalá pudiera explicarte la magnitud de esa afirmación, pero es completamente cierta. Hacerte daño sería mi final.
Y eso me lleva a lo siguiente… De verdad deberías tener más cuidado al escabullirte en el ala este. Podrías ser atrapada o, peor aún, lastimarte. Si sientes la necesidad de responder, por favor, sé cautelosa, y NO vayas más allá del cuarto del piano. Me mataría pensar que te metiste en problemas o que te lastimaste solo por dejarme una nota.
Te juro que tus secretos están a salvo conmigo. Prometo llevarlos conmigo hasta el fin de mis días, sin contarle a nadie. Aunque el mundo debería saber cuán fuerte eres en realidad. Te imagino como un fénix, elevándote por encima de las llamas, solo para salir al otro lado más fuerte, mejor. Sin embargo, no creo que tú te veas así, y eso es una lástima. Me preguntaste si era lo suficientemente valiente para responder, y lo hice lo mejor que pude, considerando las reglas que me atan. Ahora te toca a ti, Bella. Cuéntame por qué crees que eres débil, por qué sufres en silencio, aunque tu corazón grite en el papel. Por lo que he leído, te preocupa algo tan superficial como una cicatriz, cuando en realidad, lo que llevas dentro es lo que más importa.
Le escribes a tu padre como si ya no estuviera, y si eso es cierto, lo lamento sinceramente. Sin embargo, luchas tu batalla en silencio, cuando hay personas que pelearían contigo, por ti, y en tu lugar, si tan solo… miraras. Intenta no juzgar a tus nuevos amigos por los pecados de otros en tu pasado. No todos son crueles.
Si decides no responder, lo entenderé.
Sinceramente,Tu amistoso «fantasma» de la Masen Academy.
Fruncí el ceño, pero Alice puso en palabras lo que estaba en mi cabeza.
—Escribe como si te conociera, o al menos te hubiera visto —señaló—. Y sabe tu nombre.
Asentí, pero me levanté y abrí mi baúl, sacando mi viejo diario y levantándolo para mostrárselo.
—Ah, tu nombre estaba ahí —dijo, mirando de nuevo la carta—. No es un fantasma —susurró, hojeando las páginas—. Habla como si odiara lo que es, como si le diera vergüenza. Y la manera en que habla es… anticuada o algo así.
—Pero hermosa —susurré, sentándome de nuevo a su lado.
—¡Oh, totalmente! —dijo entusiasmada, asintiendo y mirándome—. ¿Vas a responderle?
Con los ojos bien abiertos, me encogí de hombros. No estaba segura de si debía hacerlo, simplemente porque su descripción críptica sobre lo que era me inquietaba un poco. Mi curiosidad era aún peor después de haber leído su respuesta. Algo en su tono me decía que realmente le importaba, que lo que había leído lo había conmovido, y su promesa de mantenerlo en secreto era algo que, curiosamente, creía. Pero una pregunta seguía rondando mi cabeza.
—¿Qué es él? —susurré, mirando a Alice.
Ella inhaló profundamente y exhaló con lentitud, sus ojos repasando las páginas.
—Creo que te dio pistas. Dijo mucho, pero apuesto a que, si desmenuzamos esto, sin mencionar que hacemos un poco de investigación en la biblioteca, podríamos hacernos una idea —cerró el cuaderno y me miró—. Pero tiene razón. Podrían atraparte y meterte en problemas si sigues yendo allá. Tienes que hacer esas visitas aleatorias y lo menos posibles. No quieres terminar como Newton.
Solté una risita, y tuve que admitir que tenía razón. Ya estaba tentando a la suerte con todas las veces que me había escabullido al ala este.
Tomé de nuevo el cuaderno, mirándolo hacia abajo.
—Quiero… investigar antes de responder —susurré nerviosa.
Alice sonrió, rodeándome los hombros con un brazo.
—No hay problema. Igual tenemos tarea, así que deberíamos bajar a la biblioteca. Quizá si tienes tiempo después…
Solté un gemido y suspiré, pero me levanté para tomar mi mochila, haciéndole una seña para que hiciera lo mismo. No podía darme el lujo de dejar que mi «fantasma» afectara mis calificaciones.
~oOo~
EDWARD
Septiembre de 2001
Con las clases en pleno auge, las últimas semanas habían sido caóticas. Era la segunda semana de septiembre y el castillo zumbaba de actividad. Como las clases eran pequeñas, los profesores podían darles a los estudiantes un plan de estudios más exigente: más tareas, más exámenes, más proyectos. Los mantenía ocupados y les daba una idea de lo que se esperaría de ellos en la universidad, especialmente si aspiraban a las Ivy League, como solían hacer la mayoría.
Caminé por los pasillos, ya sin esconderme. Algunos estudiantes sabían quién era yo -es decir, sabían que era el sobrino de Carlisle y tutor de piano. Ignoré la mayoría de las miradas descaradas, los pensamientos lascivos de algunas empleadas y alumnas, y luché contra la sonrisa que quería escapar ante el miedo que emanaba de varios chicos. Ni siquiera sabían por qué les generaba miedo, pero igual me servía.
Pasé por las oficinas y avancé por el pasillo pequeño hasta golpear la puerta de los aposentos de Carlisle y Esme.
—Adelante —oí decir a Esme.
Entré a la sala, viendo cómo ambos se ponían los abrigos.
—¿Querían verme?
—Sí, cariño —dijo Esme, acercándose a mí—. Carlisle y yo tenemos que cazar. Para eso, vamos a Canadá. Así que te dejamos a cargo el resto de la semana. El personal ya sabe que estaremos fuera unos días y tiene tu número de teléfono. También les dije que te quedarías aquí —explicó, señalando hacia el piso.
Sonreí de lado y asentí.
—Está bien, no hay problema.
—Y no, hijo, no puedes expulsar a Mike Newton —agregó Carlisle entre risas.
Fruncí el labio con odio.
—Ese mocoso y sus amigos tienen que dejarla en paz. Expulsarlo no sería suficiente —gruñí, sacudiendo la cabeza—. Ese chico se va a meter en un lío.
Ambos rieron, pero fue Esme quien dijo:
—Le he preguntado varias veces a Bella si está bien. Dice que sí. Por favor, confía en ella.
—Confío en ella. Es a él a quien no le tengo ni media gota de confianza. Ni a Jessica Stanley. Siempre están tramando algo. —Suspiré, sentándome en el sofá.
—Edward, es parte de tu naturaleza proteger a Bella, pero no puedes eliminar a cada estudiante solo porque le hacen la vida difícil —dijo Carlisle—. Bella es fuerte, y lo ha hecho bastante bien enfrentándolos.
Asentí, bajando la mirada. Bella era increíblemente fuerte, y ni siquiera lo sabía. Simplemente seguía adelante a su ritmo, y todo lo demás era secundario. Y que Dios me ayudara, era brillante y observadora al mismo tiempo. No había devuelto el cuaderno al ala este, pero eso no significaba que hubiera renunciado. Simplemente había estado demasiado ocupada con las tareas escolares y su composición de piano. Sabía por sus profesores y compañeros que todos estaban con la agenda llena.
Una parte de mí esperaba que no respondiera. La otra parte deseaba con cada fibra que lo hiciera, y esa parte se apagaba un poco cada día que el cuaderno no aparecía sobre mi viejo piano roto.
—Su cumpleaños es esta semana —señaló Esme, haciendo que alzara la cabeza de golpe—. Diecisiete.
—Basta, mamá —gruñí, levantándome del sofá—. Es muy joven. Tiene toda una vida por delante.
—Y está enamorada de su tutor de piano —contraatacó ella con una risita juvenil que me sacó una pequeña sonrisa… que se desvaneció tan rápido como llegó.
Negando con la cabeza, suspiré.
—Eso es todo: un simple enamoramiento.
—Puras tonterías —dijo Carlisle riéndose—. Edward, te ha hablado más a ti que al resto de la gente junta, y eso incluye a su diminuta compañera de cuarto.
Algo en ese dato me hizo sentir orgulloso, y me enderecé.
—Aun así, no habla de su música. Lo evita. Pero tampoco logra avanzar con el final.
—Tiempo, cariño —dijo Esme, tomando mi rostro entre las manos—. Dale tiempo.
—Tiempo es lo que tengo. —Suspiré, sonriendo de lado—. Váyanse ya. Pero creo que necesito irme cuando ustedes regresen.
—Está bien. Puedes llevarte a Jasper cuando te vayas —dijo Esme con dulzura, apartando mi cabello de la frente—. Compórtate mientras no estemos.
Solté una risa corta, negando con la cabeza por el hecho de que ambos me trataban y me querían como a un hijo.
—Sí, señora.
Una vez se fueron, usé mi antiguo pasaje secreto para moverme por el castillo. Le daba la impresión a la recepcionista de que aún estaba en el apartamento de Esme, pero me permitía vigilar a Bella. Me detuve en seco ante ese pensamiento. No estaba seguro de si la estaba cuidando… o simplemente acechando. Todo se había vuelto confuso en mi mente. Cada parte de mí se sentía atraída hacia ella, y me sorprendía buscándola en los momentos más extraños… como ahora, que simplemente trabajaba en la biblioteca al final del día. Mi sentido del decoro, sin embargo, quería poder dejarla en paz. Había noches en que tenía que abandonar el castillo por completo, aceptar un turno de vigilancia con Jacob, solo para detenerme.
La pared junto a mí estaba cálida por la chimenea de la biblioteca. Sin embargo, no pude evitar el gruñido bajo que salió de mí al captar ciertos pensamientos. Me giré de inmediato, corriendo a toda velocidad, saliendo en silencio del pasaje y entrando a un armario de almacenamiento. Escuchando con oído y mente, confirmé que podía abrir la puerta sin ser detectado.
Me dirigí a paso humano al vestíbulo principal y luego a la biblioteca. Estaba seguro de que mi rostro mostraba la furia que sentía, porque varios estudiantes se apartaron rápidamente. Bella solía sentarse en el rincón más alejado con Alice y, a veces, Rosalie. Esta vez estaba sola, tratando de ignorar a las cuatro personas que la rodeaban. Lo que casi me hizo destrozar la biblioteca fue el olor de sus lágrimas. Eran de Bella, con su aroma… pero con un toque salado y casi dulce.
Mike Newton estaba montado al revés sobre una silla, de frente a Bella, mientras Jessica sostenía una hoja de papel. Con ellos estaban dos alumnos nuevos: Tyler Crowley, que había ingresado este año como junior, y una de primer año, Lauren Mallory. Los cuatro escuchaban atentamente mientras Jessica leía el artículo de noticias sobre el ataque a Bella, la noche en que su padre había muerto. No era tanto el artículo. Era la avalancha de preguntas que le hacían a Bella.
—¿Así que no viste la cara de nadie?
—¿Viste morir a tu papá?
—¿Y tu mamá?
—Ya basta —interrumpí con voz baja pero firme, tratando de que la bibliotecaria no perdiera la paciencia—. Señorita Stanley, tiene cinco segundos para entregarme ese papel o se encontrará en el tren de regreso a D.C. antes de la cena.
Cuatro cabezas se giraron hacia mí, evaluándome, pero fue Newton quien se puso de pie.
—Profesor Cullen…
Negué con la cabeza para callarlo, porque si no lo hacía, lo iba a golpear ahí mismo. Me volví hacia Jessica, que estaba petrificada, y extendí la mano.
—Ahora, señorita Stanley.
Me entregó las hojas con temor, y al verlas, negué con la cabeza. Aún no podía mirar a Bella, aunque me sorprendía darme cuenta de que, en una sala llena de latidos, podía distinguir los suyos.
El artículo impreso venía de una página web. No decía más de lo que ya se sabía. Lo más interesante era que lo había enviado el padre de Jessica, porque traía un correo electrónico adjunto.
Inspirando una vez para controlar mi temperamento, miré a los cuatro estudiantes frente a mí. Todos se retorcían incómodos bajo mi mirada, como debía ser.
—Señorita Stanley, qué amable su padre al enviarle esto —comencé, cargado de sarcasmo—. Tal vez debería enfocarse en el escándalo en el que está metido… algo sobre una prostituta… una prostituta menor de edad, ¿no? —Se puso pálida, pero no dijo nada. Me giré hacia Mike y entrecerré los ojos—. También estoy bien informado sobre ti, Newton. Ya que estamos compartiendo secretos… ¿y tu hermano Thomas? ¿Sigue cumpliendo cadena perpetua en Ohio?
Newton se estremeció y asintió, aunque en ese momento me odiaba, lo cual me hizo sonreír antes de mirar a Tyler y Lauren.
—Ustedes son nuevos, y no están libres de pecados tampoco. Les sugiero que elijan mejor a sus amistades.
—Sí, profesor Cullen —susurraron.
—Los cuatro irán a ayudar a Jasper en el invernadero. Estoy seguro de que les encontrará algo que hacer… durante las próximas… —miré el reloj— dos horas. Váyanse. Todos. —Saqué mi teléfono y le mandé un mensaje a mi hermano: que los hiciera trabajar como esclavos, sin llegar a desaparecerlos. Pude oír su risa desde el patio trasero.
Era todo lo que podía hacer para no ir tras ellos. Apreté el papel con fuerza, pero el sonido de Bella guardando sus cosas me hizo girar. Tomé la silla junto a ella y extendí la mano para detenerla.
—Hey, Bella, mírame —susurré, pero ella negó con la cabeza. Su corazón latía tan rápido que sonaba como alas de colibrí, y sus manos temblaban al llevarse el cabello tras la oreja—. ¿Por favor? —le rogué en voz baja. Cuando por fin me miró, sus ojos oscuros me suplicaban que lo dejara pasar, pero no podía—. ¿Dónde están Rose y Alice?
Negó con la cabeza, tomando su cuaderno y escribiendo rápidamente con manos temblorosas:
—Proyecto de arte.
Asentí, suspirando mientras escaneaba la biblioteca. La mayoría de las mentes eran curiosas, algunas ignoraban la situación, pero una mente estaba genuinamente preocupada. Angela Weber. Su timidez la había detenido de intervenir, pero eso no significaba que no le importara.
Bella temblaba tanto que apenas podía empacar sus cosas. La detuve y terminé por ella, cerrando su mochila y echándomela al hombro.
—Ven conmigo —le dije suavemente.
Salimos juntos de la biblioteca, en silencio. Su ritmo cardíaco me preocupaba. Latía con fuerza mientras atravesábamos el castillo y subíamos al apartamento de Carlisle y Esme. La recepcionista ya no estaba, así que entramos directamente, donde Bella miró todo con curiosidad.
—Estos son los aposentos de mis tíos —expliqué, señalando el sofá—. Siéntate, Bella. Voy a traerte algo de tomar.
Fui a la cocina. Esme insistía en tener siempre la nevera abastecida para visitas. Saqué un refresco y lo serví en un vaso.
Arrodillándome frente a ella, susurré:
—Toma esto. Despacio. Te va a ayudar.
El vaso temblaba un poco en su mano, pero me hizo caso. Aun así, no me miraba. Yo solo quería abrazarla, alejarle todo lo malo… pero no podía. Y eso me destrozaba.
Terminó lo que le di, y le serví un poco más. Cuando tomó otros sorbos, al fin se calmó un poco.
—Siento mucho que hayan hecho eso, Bella —le dije con sinceridad, dejando el vaso sobre la mesa de centro.
Negó con la cabeza, mirando la habitación. Esme la había decorado con mucho gusto. Nada quedaba de cómo se veía cuando yo era humano. Y supongo que eso era algo bueno. No tenía los mejores recuerdos de mi padre.
No pensé que hablaría, pero lo hizo.
—He pasado por cosas peores, Edward —susurró, encogiéndose de hombros.
—Eso no lo hace correcto —refunfuñé, sentándome al fin en la silla frente a ella. Necesitaba poner distancia entre nosotros o iba a hacer algo completamente inapropiado… como tocarla. O cargarla en brazos y huir con ella.
Negué ante mi propia estupidez y volví a mirarla, aún explorando con la vista el lugar.
—No puedo imaginar algo peor —murmuré, frunciendo el ceño—. Eso fue acoso.
Sonrió, pero fue la sonrisa más triste que había visto.
—Mi «mejor amiga» en séptimo grado —dijo, haciendo comillas en el aire—. El papá de Maggie era el policía del caso. Ella robó… fotos.
Solté un gemido y me incliné hacia adelante, hundiendo las manos en mi cabello. Sentí que el corazón se me rompía en mil pedazos.
—Y las mostró por ahí —adiviné, hablando hacia el suelo.
—Sí.
Negando con la cabeza, mantuve la mirada en sus ojos tristes pero completamente resignados.
—Igual no está bien, Bella. Y eres más fuerte de lo que crees.
Frunció el ceño, pero como de costumbre, su respuesta fue encogerse de hombros.
Conocía el nombre Maggie por el diario de Bella. Sabía que algo había pasado, pero Bella rara vez entraba en detalles sobre su pasado. Le escribía a su padre sobre lo que pasaba actualmente, el aquí y el ahora, pero evitaba cuidadosamente cualquier cosa relacionada con la noche en que él murió.
—¿Por qué tú…? —empezó, pero luego se quedó callada.
Entré en pánico. No podía decirle que había escuchado a Jessica desde un pasadizo secreto justo afuera de la biblioteca. Tampoco podía decirle que los cuatro mocosos que se atrevieron a hostigarla casi conocieron su final. Consideré decirle que la estaba buscando para hablar de su composición, pero dudaba que me creyera, considerando que nuestra lección era dentro de dos días. Así que mentí.
—Estaba buscando a la señora Graham —le dije, encogiéndome de hombros con fingida naturalidad—. Mis tíos están fuera de la ciudad por unos días. Pensaba pedirle que me ayudara a vigilar un par de cosas.
Bella sonrió y asintió.
—Yo debería… —dijo, señalando hacia la puerta.
—Solo dime que estás bien —le pedí, poniéndome de pie al mismo tiempo que ella.
La respuesta fue un asentimiento, y se colgó la mochila al hombro mientras caminaba hacia la puerta. Su mano ya estaba en el pomo cuando se detuvo y me miró.
—Gracias, Edward. Nadie nunca… —volvió a quedarse callada, pero me di cuenta de que me había hablado más en esa habitación que nunca antes.
—Pues deberían haberlo hecho —fue lo único que logré decir antes de que me sonriera y saliera al pasillo.
Tuve que reírme cuando una melena negra la envolvió de repente.
—¡Oh por Dios! ¿Qué demonios pasó? —chilló Alice, sin siquiera mirarme—. ¿Messica se metió contigo, verdad? ¡Sabía que lo haría, esa vaca estúpida! Pero no podía salir del aula de arte. Rose dijo que te buscara aquí, pero yo ya te había «visto» en el apartamento de la señora C, así que ya venía para acá.
Mi carcajada atrapó la atención de ambas, y Alice se tapó la boca con una mano.
—Mi culpa —murmuró desde detrás de la mano, lo que hizo que Bella soltara una risita.
Hice un gesto para quitarle importancia, sonriendo.
—Creo que estás en buenas manos ahora, Bella.
Ella asintió y miró a Alice.
—Edward —susurró.
—¡Oh! —exclamó Alice, girando hacia mí con una sonrisa—. Un gusto conocerte. Soy Alice Brandon.
La mente de Alice era interesante. Había captado destellos antes, pero ahora que estaba justo frente a mí, era un caos de presente y futuro. No podía «verme» con claridad, pero no parecía preocuparle, ya que no era el único que aparecía así en sus visiones. Si era una verdadera vidente, me preguntaba qué diría Leah sobre ella. Tuve que esforzarme por mantener una expresión neutra cuando vio a Bella feliz y sonriente. También la vio hablando, y eso la hizo feliz. Alice era una amiga leal para Bella, y eso me tranquilizaba bastante. Me alegraba que tuviera a alguien de su lado.
—Edward Cullen —me presenté—. He oído mucho sobre ti.
—Oh, cielos —rezongó—. Eso no puede ser bueno.
—Todo bueno, te lo aseguro —dije riendo. No pude evitarlo. Alice era una mente agradable y de buen humor.
Bella rodó los ojos y empujó a su amiga por el pasillo.
Alice se echó a reír, me saludó con la mano y me escaneó de pies a cabeza antes de irse. Pero antes de desaparecer por la esquina, Bella me lanzó una última mirada y me saludó también.
~oOo~
Llegué temprano a la clase de piano de Bella. El auditorio estaba inquietantemente silencioso mientras cruzaba el escenario para acercar el pizarrón con ruedas. No la había visto desde que se fue del apartamento de Esme, pero había oído bastante por todo el colegio.
Sonreí para mis adentros, negando con la cabeza. Jasper les había dado a Jessica Stanley, Mike Newton y los otros dos estudiantes el trabajo más asqueroso que pudo encontrar, y al parecer necesitaron varias duchas para quitarse el olor a fertilizante. Los hizo replantar plantas… con las manos.
Recibí dos llamadas telefónicas: una de los padres de Newton y otra de los de Jessica. Una vez les expliqué lo que realmente había sucedido, retrocedieron. También les dije que sus hijos no eran precisamente unos angelitos, con largas listas de infracciones. Cuando les mencioné que estaban a un paso de ser enviados de vuelta a casa de forma permanente, el señor Stanley y la señora Newton dejaron de quejarse, lo que pinchó el ego de ambos estudiantes al instante.
Mi sonrisa se hizo más grande cuando oí las puertas del auditorio. Me giré para ver a Bella subiendo por el pasillo hacia el escenario. Aún llevaba el uniforme, y en los brazos traía su carpeta de música y un paquete.
Dejó ambas cosas sobre la banca del piano, mirándome. Había algo en su expresión que no me cuadraba.
—Hola, Bella —saludé, recostándome en el piano—. ¿Todo bien?
Asintió, pero sus ojos la delataron, deslizándose hacia el paquete. Alcancé a ver la dirección del remitente y volví a mirarla.
—¿Algo de casa? —pregunté, y ella hizo una mueca y asintió.
Me reí.
—No puede ser tan malo, Bella. ¿No es tu cumpleaños pronto? —pregunté, aunque sabía perfectamente que era al día siguiente.
Asintió, bajando la vista al paquete al sentarse en la banca.
—Mañana.
—Feliz cumpleaños —susurré, arrastrando una silla para sentarme frente a ella—. Supongo que debo decírtelo ahora, ya que no te veré mañana.
Hizo una mueca, pero susurró:
—Gracias.
Su cara estaba tan triste que no entendía por qué.
—Ábrelo —dije de repente, sonriendo al ver cómo sus ojos se clavaban en los míos—. Vamos, Bella. Veamos qué te mandaron.
Sus mejillas se tiñeron de rosa, pero tomó el paquete y rasgó la pestaña. Una pequeña caja de terciopelo cayó en su mano, junto con una hoja doblada. Leyó la nota, sus ojos se llenaron de lágrimas, y con dedos temblorosos abrió la cajita negra. Fruncí el ceño cuando un sollozo se le escapó.
—¿Qué es? —pregunté, más preocupado por su reacción que por el contenido del regalo.
Me extendió la nota a ciegas, con la mirada aún en la caja.
Mi dulce niña,
Te extraño muchísimo, pero espero que estés bien en la escuela. El otro día, limpiando tu habitación, encontré esto debajo de tu cómoda. ¿Recuerdas cuando pensaste que la habías perdido?
Así que decidí mandarla a limpiar, y le añadí un nuevo dije.
Feliz cumpleaños, Bella.
Con mucho cariño,
Chelsea
—¿Quién es Chelsea? —pregunté, dejando la nota a un lado.
Bella se secó las lágrimas.
—La mujer que me cuidaba.
Fruncí el ceño, recordando los pensamientos de Esme sobre la ama de llaves que la recibió en Boston. Esme la había encontrado amable y paciente.
—¿Y por qué lloras? —pregunté, luchando contra el impulso de tocarle la cara.
Bella giró la caja, revelando una pulsera de dijes plateada con varios colgantes. Lo tocó con cuidado con un dedo tembloroso.
—Mi papá me dio esto el cumpleaños antes de que él… —se le quebró la voz, y me rogó con la mirada que no la obligara a terminar. Asentí, y continuó—. Pensé que lo había perdido.
Queriendo alejarla de la tristeza, pregunté:
—¿Cuál es el nuevo?
Soltó una risita ahogada, señalando la clave de sol. También había un pequeño piano de plata, una pila de libros, una margarita, lo que parecía un hada… y finalmente, un pez.
—A ver… aclárame algo —dije riendo—. Entiendo el piano, la clave de sol, los libros. Pero ¿qué pasa con el pez?
Su risa fue el sonido más dulce, sobre todo después de verla llorar.
—A mi papá le gustaba pescar. Me llevó un par de veces. Siempre pescaba más que él. Fingía que lo odiaba.
Reí también.
—¿Y el hada?
—Me decía Tinkerbells… porque soy bajita. Y la flor porque me gustaba recoger flores silvestres con mi abuela.
—Tiene sentido. —Metí la mano con cuidado y saqué la pulsera—. Son cosas lindas para recordar, Bella. Tal vez esto te ayude a tenerlas presentes.
Sus ojos volvieron a humedecerse, pero asintió, tragando saliva mientras se la ponía en la muñeca.
Antes de que se apartara, le detuve la mano.
—¿Eso es todo lo que te molesta?
Suspiró, limpiándose las lágrimas con la otra mano.
—Mi mamá no mandó nada.
Contuve el enojo que me produjo eso y la miré a los ojos.
—Tal vez aún no llega. ¿Mmm?
Se encogió de hombros, pero asintió. Así que dije:
—Vamos a olvidar todo lo que tenía planeado para hoy. —Le solté la mano, me puse de pie y le hice un gesto para que se corriera—. Hoy no vamos a trabajar. Es tu fiesta de cumpleaños.
Su carcajada fue tan fuerte que se tapó la boca, pero de inmediato colocó las manos en el piano. Me reí cuando empezó con Heart and Soul, y no pude evitar acompañarla. Traté de ignorar el calor que irradiaba a mi lado, el dulce aroma de su champú, pero no estaba seguro de cuánto más podría resistir.
Una hora después, seguíamos tocando canciones tontas, cuando su estómago gruñó. Entre risas, la ayudé a recoger sus cosas.
Tocó la pulsera y luego me miró de reojo.
—Gracias, Edward —dijo con su voz suave de siempre, con una pequeña y tímida sonrisa.
No pude evitar devolvérsela.
—Feliz cumpleaños, Bella. Que disfrutes el resto de tu día. Nos vemos el viernes… o antes.
Asintió y salió del auditorio apresuradamente, lanzándome una última mirada por encima del hombro.