ID de la obra: 551

Masen Manor

Het
R
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1
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planificada Mini, escritos 631 páginas, 248.601 palabras, 36 capítulos
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Capítulo 7

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. Capítulo 7 Septiembre de 2001 BELLA . —Es tan jodidamente injusto —se quejó Jessica, y podía sentir su mirada clavada en mí desde el otro lado de la biblioteca—. Yo saco una C en mi informe oral del libro, pero la rara de allá consigue una A. Ni siquiera tuvo que pararse frente a la clase. —Jess, ella no puede hablar —señaló Tyler, poniendo los ojos en blanco. Había perdido la paciencia con ella desde que Edward los había atrapado hace unas semanas. Lo había escuchado decirle que no podía darse el lujo de meterse en problemas. Estaba aquí con una beca y no pensaba arruinar eso. Y Lauren dejó de juntarse con ellos por completo. Estaba sentada al otro lado del salón con Eric Yorkie. Al parecer, los esqueletos en el clóset que Edward les había recordado eran lo suficientemente aterradores como para mantenerlos callados. —Sí, el silencio es oro, Jess —la provocó Mike—. Deberías intentarlo y cerrar la puta boca de vez en cuando. Ella le tiró un libro, pero él lo desvió con una carcajada. Negué con la cabeza, manteniendo la vista en mi hoja, pensando que Alice tenía razón sobre ellos. Era una relación de amor-odio o algo así. Eran inseparables, pero discutían todo el tiempo. Se notaba que no era nada sano. Pero mientras más se pelearan entre ellos, menos atención nos prestaban a Alice y a mí, lo cual era algo bueno. —Ignóralos —escuché a mi lado, y sonreí al ver a Rose—. Son una bola de mierditas miserables. Solté una risa baja y me encogí de hombros. Se sentó a mi lado, dejando sus libros sobre la mesa. —No, en serio. Ignóralos. Jessica está celosa y Mike es simplemente un idiota —dijo, respirando hondo antes de continuar—. Tyler viene de una familia trabajadora, así que básicamente ha dejado que esos dos hagan lo que quieran, pero Jessica y Mike son unos consentidos, mimados y engreídos. Nunca han tenido que luchar por nada en sus vidas. Tienes que considerar la fuente. —Lo sé —susurré, estudiando su rostro. Parecía que tenía más que decir. Sonrió cuando hablé. —Es la primera vez que me hablas directamente —dijo. Cuando la miré con disculpas en los ojos, ella hizo un gesto con la mano, aún sonriendo—. No, está bien. Lo entiendo. Su expresión se volvió seria al lanzar una mirada al grupito en cuestión antes de volver a verme. —Tampoco han sentido miedo de verdad. No miedo de que te atrapen, sino miedo real, verdadero. Rose conocía ese miedo. Podía verlo en cada línea de su rostro. Hacía falta haber pasado por ese tipo de terror para poder reconocerlo en otra persona. Ella había mirado a la muerte a los ojos y había sobrevivido. Fruncí el ceño y susurré: —¿Estás bien? —La que debería preguntarte eso soy yo —respondió con una risita, aunque tragó saliva antes de inclinarse un poco hacia mí—. Hace unos años, salí con unas amigas. Fue el año antes de venir aquí. Habíamos ido al cine en Manhattan. Al salir, llovía. Deberíamos haber tomado un taxi a casa, pero optamos por el metro. Mi parada era antes que la de ellas, así que me bajé del tren y subí a la calle. No llegué ni a cruzar el primer callejón antes de que me golpearan en la cabeza y me arrastraran entre un basurero y unas cajas apiladas. —Suspiró, jugando con su bolígrafo sobre la mesa—. Una anciana sin hogar me encontró a la mañana siguiente y llamó a la policía. Me habían golpeado, violado y dejado por muerta a dos cuadras de mi edificio. Me miró directo a los ojos. —Tú tienes tus razones para no hablar, pero yo hice lo contrario. Estaba enojada, furiosa, y la pagué con todo el mundo. —Desvió la vista hacia el resto de la biblioteca, sonriendo con dulzura—. Hasta que llegué aquí y conocí a Emmett. Sonreí al mirar al chico en cuestión, que me devolvió una sonrisa igual de dulce. Parecía un oso gruñón, pero era tan divertido y fácil de tratar. —Emmett toma lo malo y lo hace desaparecer —dijo, volviendo a mirarme—. Y vive en New Jersey, así que pudo empezar a ir conmigo a los grupos de terapia. A veces todavía va. Aspiró fuerte por la nariz, pero sonrió. —Lo que quiero decir es que ellos no lo entienden, Bella. Nunca lo harán. Se pasearán por sus vidas privilegiadas sin preocuparse por nada. Se casarán con quien deban, irán a la universidad que les digan, y tendrán sus dos punto cinco hijos. Nunca sabrán lo que es luchar por sobrevivir. No puedes dejar que te afecten. Cuando asentí, empezó a levantarse, pero volvió a mirarme. —Y créeme, como alguien que sí lo entiende… Si hay alguien con quien puedas hablar, alguien con quien te sientas cómoda o alguien que esté dispuesto a escucharte, entonces toma eso y no lo sueltes. Mis pensamientos fueron directo a Edward. No sabía por qué, pero parecía ser la única persona con la que podía hablar en voz alta con relativa constancia. No estaba segura de si era por nuestro amor común por la música, por su forma tranquila de dejarme decidir, o simplemente porque me sentía en paz a su lado, pero me di cuenta, alrededor de nuestra tercera o cuarta clase de piano, de que le hablaba más de lo que le escribía. También estaba Alice, y aunque sabía que ella me escucharía, no me parecía justo cargarla con mis problemas. —Tienes una idea en mente —dijo Rose, dándome una palmadita en el hombro—. Piénsalo. Asentí, enfocándome de nuevo en mi hoja, pero la detuve antes de que se alejara de la mesa. —Siento que te haya pasado eso, Rose. —Siento lo tuyo también —respondió, sonriendo—. Pero como Emmett me dijo una vez: se necesita mucho para mantener a una perra en el suelo. Solté una risita y asentí, y ella se alejó, dejándome sola en la mesa… hasta que Alice se me unió unos minutos después. Dejó caer sus libros pesadamente sobre la mesa, fulminándome con la mirada. —Biología, lista. Examen de Cálculo, terminado. Y Literatura inglesa solo es lectura. ¿Podemos respirar al fin? Solté una risita, empujándole mi tarea de Español. —No. Ella cerró el libro de golpe con una sonrisa torcida. —Sí. ¿Dónde está nuestro diario fantasmal? —preguntó. Habíamos estado tan ocupadas comenzando la segunda semana de clases, que apenas había tenido tiempo para comer, mucho menos para pensar en algo fuera de tareas, exámenes y mi composición para piano. El diario había quedado relegado al fondo de la lista, lo cual estaba bien, considerando que ni siquiera estaba segura de qué hacer con él. Sonriendo, metí la mano en mi mochila y lo saqué. Alice me lo arrebató enseguida, empujando mi libro de Español a un lado. —Tienes todo este fin de semana para hacer la tarea de Español. No la tienes que entregar hasta el lunes. Yo quiero saber de FM, maldita sea. Negué con la cabeza ante su apodo, pero le quedaba. Fantasma de Masen. Abrió el diario, releyendo su respuesta, solo para sacar otra hoja de cuaderno y un lápiz. Comenzó a hacer una lista con lo que él había revelado. Mientras trabajaba en silencio, yo terminé mi tarea de Español. Honestamente, no quería dejarla para el fin de semana. —Muy bien, veamos qué tenemos —susurró, acercándose más para que la lista quedara entre las dos—. He estado pensando en esto todo el maldito día. Necesitamos dos listas: lo que es un hecho, y las pistas que dejó. Señaló sus listas, y yo asentí, leyéndolas por encima de su hombro. Una era muy corta, mientras que la otra se extendía sin parar. —Sabemos que es sólido. Él lo dijo, y vamos, ¿los fantasmas no son solo energía? —me preguntó, y yo me encogí de hombros—. Digo, si puedes atravesar paredes, no podrías agarrar un maldito bolígrafo. Sonriendo, le hice una seña para que siguiera. —Dice que es un hombre, pero… no —gruñó, rodeando esa frase con un círculo—. Escribe como un tipo… como un hombre, pero no entiendo la parte de «pero no». Volveremos a eso. —Señaló la otra lista—. Aquí están las pistas que dejó, las que yo capté. Tiene reglas que seguir. Ahora… ¿esas reglas son como leyes? ¿O algún tipo de código secreto de silencio? Negando con la cabeza, señalé los siguientes puntos. —¡Exacto! Justo eso. Entonces, si es algo mítico, tendría sentido que hubiese reglas. Digo, Clark Kent no iba por ahí diciéndole al mundo que era Superman y que venía de otro planeta, ¿cierto? Solté una carcajada, escondiendo la risa contra mi mochila, pero tenía un punto. —Mira esto —dijo, acercando la carta de FM—. Menciona libros, cuentos de hadas e historias de fantasmas justo antes de hablar de mitos, bestias, ocultos en las sombras y vidas largas. —Se tocó la barbilla pensativa—. Solo hay unas pocas cosas… seres que deben mantenerse en secreto, pero viven mucho tiempo. Se levantó de pronto y regresó rápidamente, colocando un libro frente a mí. —Esto. Abrí la boca, atónita al ver Drácula, de Bram Stoker. La miré, y su expresión era totalmente seria. —No. —Es eso… o esto —soltó otro libro con una sonrisa. Miré Peter Pan, de J.M. Barrie, negando lentamente mientras reía en silencio. Alice se sentó junto a mí riéndose también mientras yo me limpiaba unas lágrimas de tanto reír. —Piénsalo, Bella. Debe mantenerse en secreto, oculto en la sombra, vidas largas, historia de fantasmas, mito, bestia —enumeró con los dedos. Tomé una hoja en blanco y escribí rápidamente: —¿Así que crees que hay algún tipo de criatura no muerta que bebe sangre rondando por el ala este? ¿Hay un ataúd en algún lugar que no he visto? ¿O un niño de diez años volando en mallas verdes? Alice se rio. —Técnicamente, son inmortales. No muertos serían los zombis —golpeó un par de veces la tapa de Drácula—. Esto podría ser la razón por la que no puedo ver nada allá arriba. Solté un suspiro frustrado, pero le dediqué una sonrisa irónica antes de escribir otra vez: —Entonces vamos a preguntarle. Ella sonrió. —¡Eso es lo que quería oír! Tomé la carta de FM, releyéndola. Ignorando todas las pistas crípticas sobre él mismo, me concentré en sus preguntas, en el tono preocupado, y en sus súplicas de que tuviera cuidado. La necesidad de responderle con sinceridad era tan difícil de resistir, que simplemente comencé a escribir. Escribí en mis ratos libres y justo antes de acostarme durante los días siguientes. Extrañaba volcar mis pensamientos en papel, y no estaba segura de por qué, pero FM parecía haber reemplazado a mi diario. Algo en eso era aterrador -soltar a mi papá- pero también había una curiosidad que no podía ignorar. Desde que había llegado a Masen Manor, había visto cosas que no podía explicar, cosas que nunca habría visto en Boston, así que tenía que aprender a aceptar lo extraño: la mejor amiga psíquica y la posibilidad de que un fantasma viviera en el ala este del castillo. Para cuando terminé mi última clase el viernes, había llenado casi dos páginas completas con una respuesta para FM, y tenía el tiempo justo para dejarla en el ala este antes de encontrarme con Edward para mi clase de piano. Había pasado casi tres semanas desde la última vez que me deslicé detrás del tapiz y entré al viejo salón del piano. Nada había cambiado. El polvo y los escombros seguían por todas partes, y el sol de la tarde seguía proyectando sombras espeluznantes en los rincones, en lo alto de las escaleras rotas, y a lo largo de la chimenea llena de ruinas. Inhalé profundamente el aroma húmedo del lugar, solo para captar ese dulzor que tanto me gustaba. Dejé el cuaderno en su sitio habitual y le di una última mirada larga y lenta a la habitación antes de salir apresuradamente por la puerta secreta. Después de regresar a mi dormitorio por mi carpeta de música, bajar de nuevo las escaleras, atravesar dos pasillos larguísimos y entrar al auditorio, sentí como si hubiera corrido un maratón para llegar. Estaba sin aliento cuando por fin dejé mis cosas sobre la banqueta del piano. Mientras sacaba las partituras de mi composición, escuché las puertas del auditorio abrirse. Tuve que contener el impulso de poner los ojos en blanco -o suspirar como una tonta- al ver a Edward bajar por el pasillo, solo para evitar las escaleras y subir al escenario con un empujón ágil de sus manos y un paso largo y fuerte de pierna. Era injusto lo guapo que era, y estaba bastante segura de que ni siquiera lo sabía. Nunca se vestía como los otros profesores -camisas de vestir, corbatas o chaquetas-. Él prefería vaqueros o pantalones casuales, suéteres o camisas desabotonadas por fuera del pantalón, y hoy llevaba zapatillas deportivas, vaqueros oscuros que se ajustaban bajo la cadera y un suéter negro con las mangas arremangadas hasta los codos. Y como siempre, ese cabello revuelto que parecía que acababa de salir volando por una ventana, todo alborotado y libre. Una sonrisa se curvó en sus labios perfectos mientras se acercaba al otro lado del piano, y yo esperé las palabras que siempre me revolvían el estómago como si las mariposas pelearan dentro de mí con espadas y armaduras. Quería abofetearme por lo que me hacía sentir, pero simplemente no podía evitarlo. —Hola, Bella —dijo con su habitual tono aterciopelado. Le saludé con una mano, sonriendo mientras me enfocaba de nuevo en mis partituras para no quedarme viéndolo como boba. —¿Cómo estuvieron las clases esta semana? Me encogí de hombros, pero suspiré. —Ocupadas. Su risa me hizo mirarlo, pero él asintió. —Lo imagino. A veces aquí cuesta incluso sacar la cabeza para respirar. Me encogí de hombros otra vez. —Está bien. Me distrae de pensar en casa —le respondí sin pensar. No tenía idea de cómo lograba que dijera cosas así, pero a veces, la verdad simplemente… salía de mi boca cuando estaba con él. Nadie más había logrado eso, y el poder que tenía sobre mí me asustaba. —¿Extrañas tu casa, Bella? —preguntó, sentándose al borde de la banqueta y dándome toda su atención. Negué con la cabeza, pero luego levanté el pulgar y el índice dejando apenas un espacio entre ellos. —¿Un poco? —verificó, y asentí—. Es normal extrañar casa. ¿Qué es lo que más extrañas? Inhalé profundo y lo solté despacio, mirándolo por un momento. Tenía esa forma de mirarme, de hacer las preguntas exactas para que le respondiera. —Chelsea —susurré, frunciendo el ceño por no poder decir «mi mamá» o «mi padrastro», pero extrañaba a Chelsea con locura—. Mi habitación, mi cama —agregué, sonriendo cuando él rio, pero al mirar de nuevo las notas de la partitura, mi sonrisa se desvaneció—. Extraño estar rodeada de recuerdos de mi papá. Mi voz fue apenas audible para mí, pero Edward tuvo que haberla oído, porque la tristeza en su rostro hermoso coincidía con la que yo sentía por dentro. —Lo siento. —No lo sientas, Bella —suspiró, levantándose de la banqueta—. No eres la única que ha perdido a un padre. Los míos ya no están, aunque extraño más a mi madre que a mi padre. No teníamos lo que se llama una buena relación de padre e hijo. Lo miré, frunciendo el ceño por el rastro de oscuridad y tristeza profunda en su expresión, y me pregunté qué habría pasado con ellos, aunque no tuve el valor de preguntar. Sin embargo, apareció esa sonrisa ladeada y desgarradora que había aprendido a ansiar. —Pero tengo a mis tíos. Han sido como unos segundos padres para mí. Entrecerré los ojos al mirarlo. —¿Cuántos años tienes? —pregunté sin pensar. Sonrió, dejando escapar una suave risa. —Veintidós… y envejeciendo cada día. Hoy necesitamos trabajar, Bella —dijo, tocando mi partitura con un dedo largo y elegante. Gruñendo, asentí y me dejé caer en la banqueta del piano. Una hora después, los dos estábamos frustrados con mi canción, y mi puño cayó sobre las teclas, provocando una nota horrible que resonó por todo el auditorio. Edward se echó a reír, apoyando las manos en las rodillas. —¡Okay, okay! —dijo entre risas, levantando las manos en señal de rendición—. Probemos algo distinto. —Negó con la cabeza, sonriendo, y señaló las teclas—. Toca… lo que sea. Algo que te diga algo, una influencia… o incluso algo que represente tu estado de ánimo. Toqué una marcha fúnebre con una ceja levantada en desafío, lo que hizo que él cruzara los brazos sobre el pecho y me devolviera la mirada con una ceja peligrosa… y sexi. —En serio, Bella. Sonriendo de lado, asentí y comencé algo contemporáneo, pero lento y triste. Las palabras giraban en mi mente en silencio mientras tocaba. No estaba segura de si Edward conocía la canción, pero una mirada a su rostro me dijo que tal vez sí. Caminaba de un lado a otro, pasándose la mano por el cabello por enésima vez desde que habíamos subido al escenario. Cuando terminé esa canción sobre ser arrastrada hacia alguien sin poder evitarlo, quité las manos del piano. Suspiré, agotada, pensando que mi enamoramiento por Edward se había transformado en algo más, pero que no estaba ni un poco más cerca de terminar mi canción que el día en que lo conocí. Y sentía demasiadas cosas al mismo tiempo. —No puedo terminar esta canción, Edward —susurré, jugueteando con mi pulsera de dijes en el regazo, pero él me había oído, y se arrodilló a mi lado—. Lo extraño demasiado para hacerlo. —Puedes hacerlo, cariño —susurró de vuelta, esperando a que encontrara sus ojos tristes, que se veían más oscuros en ese momento, más ámbar-miel que el dorado-avellana habitual, rodeados por las pestañas más largas y oscuras que jamás había visto en alguien—. Sé que es difícil, pero tienes que tomar lo que está aquí —dijo, tocándome la sien— y ponerlo allí —agregó, señalando el piano. Intenté ignorar el apodo cariñoso que acababa de usar y concentrarme en lo que intentaba decirme, pero solo negué con la cabeza. —La emoción impulsa la música, Bella —continuó, con un tono apremiante—. Felicidad, tristeza, ira, amor, celos, desamor… Hay más canciones escritas sobre extrañar a alguien o amar a alguien, o inspiradas por alguien, que cualquier otro tipo de música. Tú lo sabes. Y eres lo suficientemente fuerte para hacerlo. —Ojalá dejaran de decir eso —bufé, apretando los puños sobre mi regazo—. No me siento fuerte. Se quedó en silencio un momento. —¿Te has dado cuenta de que hoy no me has escrito ni una sola palabra? Levanté la cabeza de golpe para mirarlo, y él sonrió, señalando con la barbilla el pizarrón que estaba completamente en blanco, salvo por unas pocas notas que habíamos probado. —No, ni una sola. Miré fijamente el pizarrón un momento, con la vista nublada por las lágrimas. La comodidad y facilidad que él me brindaba me asustaban. Me preguntaba si sería la única persona ante quien podría abrirme realmente, y eso dolía, porque estaba casi segura de que él solo me veía como un favor hacia su tía. Cuando terminara mi tutoría, o el próximo año cuando me graduara, cada uno tomaría su camino, y ese pensamiento me oprimió el pecho. No parecía tiempo suficiente. Suspiró profundamente, negando con la cabeza sin apartar los ojos de mi rostro. —¿Qué está pasando por esa cabecita, Bella? —preguntó en voz baja. Frunciendo el ceño, negué con la cabeza. —No quieres saberlo… Soltó una risa sin humor. —Sí quiero. Probablemente más de lo que puedo explicar. Volví a mirar el pizarrón en blanco y luego lo miré a él. —Solo lo hago contigo —admití suavemente. Él sonrió. —Entonces me siento honrado, señorita Swan —dijo, llevándose la mano al pecho en un gesto exagerado que me hizo sonreír—. Es algo bueno, Bella. Y no lo tomo a la ligera. Espero que lo sepas. Has pasado por el infierno, y si alguna vez necesitas… Negué con la cabeza, agitando la mano para detenerlo y levantándome de la banqueta. —No lo dices en serio… De pronto, Edward estaba frente a mí, sujetando mis hombros con suavidad para asegurarse de que lo mirara a los ojos. —Claro que lo digo en serio. Tragué saliva con nerviosismo y asentí, pero él estaba demasiado cerca y olía demasiado bien, como a sándalo o jabón de ropa, así que retrocedí un paso y desvié la mirada. Tenía unas ganas tremendas de abrazarlo o besarlo, justo ahí, a flor de piel… pero con eso también venía un deseo profundo de gritar, de soltarlo todo, y solo pensar en eso me revolvía el estómago. Edward gruñó, pasándose otra vez la mano por el cabello. —Creo que por hoy es suficiente —dijo con voz cansada, y la culpa me invadió por haberlo hecho sentirse así. —Lo siento —susurré, recogiendo mis cosas y caminando hacia los escalones del escenario, pero antes de bajar, su voz resonó. —No quiero que lo sientas, Bella. Solo quiero ayudarte —dijo, y supe que de verdad creía en lo que estaba diciendo. Negué con la cabeza y lo miré. Él no quería eso. Era demasiado para mí, así que estaba segura de que también lo sería para cualquiera… especialmente alguien como Edward. Sonrió, con tristeza, noté, pero me saludó con la mano. —Que tengas un buen fin de semana, Bella. Nos vemos la próxima semana… o antes. Le devolví una pequeña sonrisa, le hice un gesto de despedida y salí del auditorio. ~oOo~ EDWARD En cuanto las puertas del auditorio se cerraron, me dejé caer pesadamente en la banqueta del piano, con las manos clavadas en mi cabello. Deseaba con todas mis fuerzas envolver a Bella en mis brazos y borrar esa expresión de miedo de su rostro. Estuve tan cerca de hacerlo por un instante que mis manos temblaban. Todo mi cuerpo dolía físicamente por la necesidad de simplemente hacer algo para ayudarla, para abrazarla, pero no había nada que pudiera hacer. Me levanté de golpe y corrí hacia el pasadizo secreto, pero en vez de dirigirme al ala este, giré en la dirección contraria, tomando el túnel que conducía a un punto alejado de los terrenos. Necesitaba alejarme del castillo, pero también necesitaba un consejo. Para cuando emergí a la superficie, el sol comenzaba a ponerse y el olor de la estufa de leña de Leah flotaba con fuerza en el aire. Tomé el sendero hacia su cabaña a paso humano, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. No fue hasta que estuve a unos treinta metros de su puerta que lo olí. Sonriendo de lado, dije: —Necesito ver a tu madre, Jacob. Saliendo de entre los árboles, Jacob bufó, resopló y se sacudió. Su pelaje rojo oscuro se erizó, pero caminó hacia mí. Cuanto más crecía, más grande era su forma de lobo. Había tenido el tamaño de un perro grande la primera vez que se transformó, pero ahora era tan alto como un oso grizzly. Se sentó juguetonamente en mi camino, ladeando la cabeza. —Jesús, Edward… pareces como si hubieras perdido a tu mejor amigo —pensó hacia mí. —Ahora no, Jake —suspiré, echando la cabeza hacia atrás mientras me frotaba la nuca—. Necesito su ayuda. Agachó la cabeza, pero se levantó y se hizo a un lado, con pensamientos esperanzados. Le caía bien Bella, y sus pensamientos eran una mezcla de ella y Alice, y de las veces que las había llevado a Hunter's Lake. Nunca le había hablado en voz alta, pero igual le agradaba. Fruncí el ceño cuando los pensamientos de Jasper, y luego de Alice, cruzaron por su mente, pero enseguida los desvió hacia su madre y la hora de la cena. Solté una risa suave. —No la entretendré mucho, lo prometo —le aseguré, empujándolo un poco al pasar. Ladró con fuerza y desapareció entre los árboles para revisar el perímetro. Subí por el camino de piedra de Leah, levantando la vista justo cuando la puerta se abría antes de que pudiera tocar. Frunciendo el ceño, miré a Carlisle. —¿Está bien? —Está bien. Peleando contra cada sugerencia que le hago sobre su cuidado médico. Pero se alegrará de verte —respondió con sarcasmo, sonriendo cuando el bufido de Leah se dejó oír desde el interior. —Soy una anciana, óiganme bien. Se supone que debo ser gruñona, adolorida y arrugada. Estoy sorda, no estúpida —refunfuñó mientras se movía por su cocina—. No todos tenemos el privilegio de seguir siendo perfectos y bonitos como ustedes. —Dios mío —dije al cruzar el umbral y entrar en la calidez de la pequeña cabaña—. Hoy estás en tu punto, ¿eh? —le dije, inclinándome para besarle la mejilla, cosa que aceptó encantada. Sus ojos casi negros me fulminaron, pero me dio un golpecito en el pecho. Me dejé llevar para que no se lastimara los dedos. —Tú… ¿Dónde demonios has estado? Tengo que enterarme por Jacob de que tu cisne es real —me regañó, señalando la mesa de su cocina—. Siéntate. Cuéntamelo todo. —¿Debería dejarlos solos? —ofreció Carlisle, pero negué con la cabeza. —Por favor, quédate —suspiré, apoyando los codos sin modales en la mesa de Leah y enterrando la cara entre las manos—. Necesito… ayuda. Carlisle tomó asiento, y Leah se sirvió una taza de té antes de unirse a nosotros. Cuando la miré, ya no quedaba sarcasmo en su rostro; en su lugar había calidez, y sus pensamientos estaban llenos de preocupación. Los de Carlisle eran similares, aunque más enfocados en lo que podría haber sucedido con Bella para haberme dejado así. Así que les conté todo: cómo iban las clases de piano, el diario, la atracción hacia Bella y, por último, el hecho de que me hablara. —Deberías haberla visto hoy —le dije a Carlisle—. Respondió todas mis preguntas en voz alta, incluso me lanzó preguntas sin pensarlo. Nunca había hecho eso. Creo que hasta ella misma se sorprendió, porque sus emociones estaban por todos lados. —Mis manos se curvaron como garras sobre la mesa—. No sé cómo ayudarla… y no sé si puedo. —Edward, hijo —me interrumpió Carlisle con suavidad—. ¿No lo ves? Sí la estás ayudando. Negué con la cabeza. Suspiró, pero una sonrisa paciente curvó sus labios. —Edward, sus emociones están por todos lados porque los muros que ha construido desde la muerte de su padre están empezando a derrumbarse. No te mentiré: cuando caigan del todo, ella se va a quebrar, pero estará mejor por ello. Solo tienes que estar allí para ella. Es evidente que confía en ti. Una risa amarga se me escapó. —No debería. Todo en mí es una farsa barata inventada para ocultar al demonio que realmente soy. Si supiera todo, esa frágil confianza se evaporaría y me odiaría por ello. Sería la prueba de que no puede confiar en nadie, y me apartaría. —Error —intervino Leah, mirándome por encima de su taza—. Si lo supiera todo, sus almas se conectarían. —¿Cómo, Leah? Apenas confía en su mejor amiga. Ya la han herido antes, y no estoy seguro de que pueda soportarlo otra vez. Se alejaría. Y si eso pasa… no sé qué haría. No puedo vivir sin ella en mi vida, aunque sea en esta capacidad. Ni siquiera las clases de piano me bastan —admití, volviéndome hacia Carlisle—. ¿Cómo lo hiciste tú? ¿Cómo lograste estar lejos de Esme tanto tiempo? Esto me está matando. Sonrió con tristeza. —La dejé. Negué con la cabeza. —Yo no puedo. Tal vez soy demasiado egoísta, o quizá está mal, pero no puedo. Me encanta que me hable a mí, y no puedo alejarme de eso. No puedo lograr que se abra para luego marcharme. No. Simplemente… no. La mano de Carlisle se posó en mi hombro, dándome un apretón. —La edad de consentimiento en New York es diecisiete. —¡No seas vulgar, Carlisle! —gruñí, apartando su mano, pero él rio. —¿Y no se trata de eso? ¿No es así? —contraatacó con seriedad, alzando una ceja—. Debes entender que, si ella siente lo mismo —y estoy seguro de que sí—, entonces esto será real. Será algo que eventualmente saldrá a la luz. Lo alejé con la mano. Era algo con lo que tendría que lidiar más adelante, pero no ahora. Aunque sentía todo por Bella al mismo tiempo, lo que más me preocupaba era su estabilidad emocional en ese momento. —No sé cómo puedes estar tan seguro de que ella siente lo mismo —murmuré, lanzándole una mirada de lado. —Porque no está equivocado, Edward —intervino Leah, señalando su bola de cristal—. Ella siente lo mismo porque mi abuela te dijo que tu alma gemela te pertenecería solo a ti. —Se encogió de hombros, retándome en silencio a contradecirla, cosa que no hice—. Cuando salga la verdad, porque saldrá, tu corazón será libre. Olvida este asunto de la edad. ¿Qué importa eso? Técnicamente, tienes ciento veintidós años. Carlisle soltó una carcajada, y puse los ojos en blanco. Leah sacó sus cartas de tarot, tarareando para sí, y señaló una de ellas. —Nada ha cambiado… —Alcé la boca para hablar, pero levantó la mano—. Excepto esto: secretos revelados. Los tuyos. —Asintió una vez—. Y mira lo que sigue arriba. —Amor —susurré, con asombro, negando con la cabeza mientras miraba la carta que me había atormentado por cien años—. ¿Y muerte? ¿Sigues viendo tres? —Desafortunadamente —suspiró, frunciendo el ceño al ver al esqueleto a caballo—. Aunque no sé qué tipo de muerte estamos viendo aquí. —¿Qué quieres decir? —preguntó Carlisle, inclinándose hacia adelante. —Quiero decir que mi abuela predijo la muerte de Edward, pero no está muerto, ¿cierto? —replicó, encogiéndose de hombros—. Esto no es una ciencia exacta, y normalmente me acerco, pero esa carta es complicada. —Técnicamente, estamos muertos. Mi corazón no late —argumenté. —Y, sin embargo, tu corazón es tan grande como esta casa —espetó, fulminándome con la mirada—. No supongas que por haber dejado de latir, dejó de sentir. Si así fuera, no estaríamos aquí preocupándonos por tu hermoso cisne, ¿o sí? Me sentí completamente reprendido, pero no dije nada. —Entonces, la muerte podría significar que alguien se convierta en uno de nosotros —dedujo Carlisle, recostándose en su silla. —O podría significar el fin de una vida —agregó Leah, con una mueca mientras asentía. El pecho me dolió cuando hice la siguiente pregunta: —¿Es Bella? Los ojos de Leah se suavizaron, y me tomó la mano a través de la mesa. —No lo sé, cariño. Tendría que hacerle una lectura propia. Tendría que conocerla, y aun así, si viera la muerte, no podría decirte qué tipo de muerte es. —Pero… —suspiré profundamente, clavándome los dedos en el cabello—. Pero tú verías si ella está conmigo, ¿cierto? Quiero decir, Giselle vio mi «muerte», pero también vio que Bella llegaría después. ¿No sería igual? —No lo sé —suspiró Leah, tocando la carta del amor—. Pero esta no cambia, Edward. Asentí, me puse de pie y rodeé la mesa para besarle la mejilla otra vez. —Gracias, Leah. —Mmhm —hizo ella, levantando la vista hacia mí—. Sea lo que sea que estés haciendo, está funcionando. Asentí para que supiera que la había escuchado, pero le dije: —Por favor, hazle caso a Carlisle, Leah. Si no lo haces por nosotros, hazlo por Jacob. Se la notaba un poco culpable, y sus pensamientos coincidían con su puchero infantil. —No juegas limpio. Me señalé la sien, guiñándole un ojo. —Lector de mentes. No sé jugar limpio. —Ay, bah —resopló, pero su sonrisa y pensamientos me dijeron que al menos intentaría seguir la dieta que Carlisle le había recomendado. Justo antes de salir por la puerta con Carlisle, me detuve y la miré. —¿Qué sabes sobre videntes? Videntes de visiones. Alzó las cejas. —Son raros. Muy raros. ¿Por qué? ¿Conociste a uno? —Sí —asentí—. Sería interesante tenerte a ti y a ella en la misma habitación. La risa de Leah fue fuerte y alegre. —Apuesto a que sí. Carlisle y yo caminamos de vuelta al castillo en silencio. Lo hicimos a paso humano, rodeando el lago. Cuando el castillo se hizo visible, las ventanas rebosaban de actividad alrededor del comedor. Y como la noche era fresca y clara, algunos estudiantes cenaban en el patio. La presencia de Bella me llamó al instante, y la vi junto a Alice, sentadas en la mesa de la esquina. Su sonrisa era pequeña y algo apenada cuando nos vio. Me giré hacia Carlisle. —No puedo arruinar esto, pero siento que eso es exactamente lo que estoy haciendo. Suspiró profundamente. —Escúchala, Edward. Déjala decirte lo que necesita. Todo lo demás se acomodará. Entramos al castillo, y le lancé una última mirada a Bella antes de cerrar la puerta. Parecía estar discutiendo con Alice, quien sonreía como una loca. Las dejé con su cena y cerré la puerta. Carlisle y yo nos separamos en la escalera trasera, con un gesto de despedida y promesas de vernos al día siguiente. Mentalmente, repasaba todo lo que habíamos hablado con Leah, probablemente preparándose para contárselo a Esme cuando llegara a su ala. En cuanto llegué al tercer piso, el olor de Bella llegó a mi nariz. Inhalando profundamente, supe que había estado recientemente en la puerta secreta tras el tapiz. Tras echar un vistazo rápido al pasillo y asegurarme de que estaba vacío, me deslicé detrás de la tela colgante y atravesé la puerta oculta. Ya casi había perdido la esperanza de que me respondiera, así que cuando vi el brillante cuaderno morado sobre mi piano roto, al entrar por completo en la habitación, una mezcla de esperanza y nerviosismo me explotó en el pecho. Tuve el cuaderno en las manos en un parpadeo, subí por los escalones rotos hasta mis habitaciones, y tras cerrar y asegurar la puerta, me dejé caer en el borde del sofá y me quedé mirando el cuaderno antes de abrirlo. Querido Fantasma de Masen (o FM para abreviar): Perdón por la demora en mi respuesta. Me diste demasiado en qué pensar. Todavía quiero estar enojada contigo por leer mis pensamientos privados, pero tengo que admitir que incluso un misterio invisible como tú es mejor que si alguno de mis compañeros hubiera encontrado mi diario. Supongo que tengo que confiar en tu palabra de que guardarás mis secretos. Ellos, en cambio, no serían tan amables. Tus descripciones crípticas y oscuras sobre ti mismo no ayudaron mucho. De hecho, solo me hicieron tener más preguntas. Hablas de reglas, pero ¿te son impuestas? ¿Estás atrapado en el ala este, sin poder salir? Eso explicaría la destrucción allá arriba; yo también me volvería loca si estuviera encerrada. ¿O son autoimpuestas? ¿Son algo que has aprendido a usar para mantener alejadas a las personas? Mencionaste ficción y cuentos de hadas, mitos y bestias… y peligro. La lista de lo que podrías ser es interminable. Si se lo dejo a mi amiga Alice, entonces eres o Drácula, durmiendo de día en ataúdes, o Peter Pan, sin envejecer jamás. Lo segundo no encaja. Esto no es Never Never Land, no hay un Capitán Garfio, y ningún polvo de hadas podría hacerme volar. Aunque quizá eso sea por falta de pensamientos felices de mi parte. No lo sé. Llegué a la conclusión de que no eres un fantasma real. Puedo aceptar muchas cosas extrañas en la vida, pero esa no es una de ellas. No puedo aceptar que un espíritu se quede atrás, mientras otros simplemente se van, dejando a sus familias, a sus seres queridos, solos para sufrir sin ellos. No, tú eres real… o sólido, como dijiste. De lo contrario, no podrías escribir. ¿Cuánto tiempo has vivido dentro de este castillo? «Vidas largas» podría significar muchas cosas. Podría significar inmortalidad, o simplemente un hombre muy viejo. Hablas de mi cicatriz, mi fortaleza y mis amigos como si me conocieras. No sabes nada. Rara vez pienso en mi cicatriz. Solía cubrirla, pero permitir que se vea facilita que la gente entienda por qué no hablo en voz alta. Las personas miran, sacan sus propias conclusiones y siguen adelante. ¿Me gustaría que desapareciera? Probablemente, pero he aprendido a vivir con ella. Puede que tengas razón sobre mis amigos. Ciertamente veo una diferencia ahora, comparado con los que tenía antes. Alice es tenaz y leal, Rose es comprensiva, y mi pobre tutor de piano, Edward, tiene la paciencia de Job. Pero ¿cómo lo sabes? ¿Cómo puedes asumir que no son despiadados? ¿Puedes verlos? ¿Leer sus mentes? Tener esa habilidad sería útil. Me encantaría leer la mente de Edward. A veces, su rostro es una máscara, aunque estoy segura de que lo hace para ocultar su frustración por tener que tratar conmigo, pero a veces me mira de una forma que hace que mi estómago se retuerza. Él es un misterio tanto como tú. Desde que estoy en Masen Academy, más personas me han dicho que soy fuerte más veces de las que puedo contar. Simplemente no es una palabra que usaría para describirme. No entiendo de dónde viene. No puedo hablar con personas que no conozco. En absoluto. No puedo alzar la voz más allá de un susurro sin entrar en pánico. Y honestamente no sé cómo cambiar eso. Créeme, me encantaría ser normal y no la rara que todos ven, la rara que necesita una nota del médico para cada profesor, o la rara que tiene que señalar el menú para pedir algo de comer. Me encantaría que me vieran por lo que SÍ puedo hacer, y no por mis «circunstancias especiales». Escribía a mi padre porque ya no está y lo extraño. Él lo era todo para mí. Y que leyeras mis cartas para él me lo arrebató. Pero no estoy segura de que no deba darte las gracias. Hay una parte de mí que sabe -muy en el fondo- que necesito dejarlo ir, pero duele. Muchos doctores me dijeron que debía dejarlo ir, pero era mucho más fácil seguir escribiéndole como si tuviéramos nuestras charlas de siempre. Solía entrar en mi cuarto y hablábamos de todo. Se sentaba conmigo a ver películas y programas tontos, y extraño reírme con él. Me escuchaba practicar piano durante horas mientras él trabajaba en su escritorio, siempre con una pequeña sonrisa que era solo para mí. Le escribía por culpa, porque fue mi culpa que muriera. Una noche, entraron a robar y creí haber oído algo, pero no me desperté lo suficientemente rápido. Cuando fui a buscarlo, ya era tarde. Mi voz llegó demasiado tarde, y quería que supiera que lo sentía, que debería haber muerto yo y no él. ¿Ves, FM?, he visto monstruos -monstruos con cuchillos y pasamontañas que se ríen cuando estás desangrándote en el suelo, monstruos que aún andan libres y sin rostro-, así que tus advertencias misteriosas no me asustaron. Los monstruos me dan miedo, pero tú no. Podrías ser un vampiro que bebe sangre, un hombre lobo que gruñe o un centauro furioso, pero prometiste no hacerme daño, y te creo. ¿Quién es esa única persona que deseas que pueda verte? Dijiste que estás oculto, pero que deseas que una sola persona realmente te vea. Entiendo ese sentimiento. Espero que esa persona sí pueda verte. Bella Nota de la autora (traducida): Así que Bella reveló un poco de la verdad en su entrada del diario. Y simplemente adoro a Leah. No hay otra forma de decirlo. LOL Si sienten curiosidad, la canción que Bella tocó (o al menos la que me inspiró) fue "Gravity" de Sara Bareilles.
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