Capítulo 8
22 de octubre de 2025, 10:37
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Capítulo 8
Octubre de 2001
BELLA
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Con una sonrisa, cerré el correo de Chelsea y abrí uno de mi madre. Negué lentamente con la cabeza mientras excusa tras excusa llenaba la pantalla. Al parecer, desde que llegué a Masen Academy, mi madre y mi padrastro finalmente tenían tiempo para hacer las cosas que siempre habían querido hacer. Parecía que yo había sido un peso para ellos, y ahora eran libres. Tan libres, que se habían retrasado una semana con el regalo de cumpleaños. Los aretes seguían en su caja, guardados en el baúl. Y esta vez, los viajes llevarían a mamá y Phil fuera durante la semana de Acción de Gracias. Ni siquiera me importó a dónde irían, así que cerré el correo sin terminar de leerlo.
La cabeza de Alice se alzó por encima del libro que estaba leyendo sobre su cama, en nuestra habitación del dormitorio.
—No te preocupes. No eres la única que se queda en la escuela esa semana. Mis padres no pueden costear el pasaje de tren para Acción de Gracias y Navidad, así que me quedo.
Sonreí y la miré de reojo.
—Me alegra saberlo.
—Además —canturreó, levantándose y viniendo a sentarse al borde de mi cama, junto a mi escritorio—, ¡el comedor prepara un pavo buenísimo! Y no hay clases en toda la semana, así que podemos ir a Hunter's Lake, relajarnos aquí y básicamente tener todo el lugar para nosotras. Usualmente hay un grupito que se queda.
Solté una risita y asentí. Aunque todo eso sonaba divertido, tenía muchas ganas de ver a Chelsea y pasar una semana en casa, pero parecía que eso no sería posible hasta las vacaciones de Navidad.
—¿Lo mejor? —continuó—. Mike y Messica se van a casa… ya sabes, para posar en las fotos con los papás.
Eso sí que era una buena noticia. Una semana entera sin que los dos me lanzaran miradas desagradables, sin los comentarios maliciosos de Jessica sobre nosotras, y sin tener que oír a Mike alardear de todo lo que hacía con ella cuando pensaban que nadie los veía. Siempre parecía decir esas cosas cuando yo estaba cerca, como si sus conquistas sexuales sumaran puntos a su favor. La sola idea era repugnante, probablemente porque se trataba de Mike. No, en realidad estaba segura de que era por eso.
Alice se levantó de la cama y caminó hacia nuestra ventana.
—Santo cielo… eso sí que es injusto.
Solté una risita, pensando que estaba babeando por Jasper otra vez. Pero mi corazón dio un vuelco cuando vi quién estaba con él.
Edward.
—Eso realmente es una injusticia —suspiró, mirándome—. ¿Te imaginas lo que pasa cuando esos dos entran a un bar?
Gruñí ante la idea y la espanté como si fuera una mosca zumbona. Trataba con todas mis fuerzas de no pensar en Edward con otras mujeres, pero Alice tenía razón. Los dos hombres que conversaban afuera, junto a la camioneta de Jasper, podían tener a quien quisieran… mujeres o incluso hombres. Eran simplemente hermosos… y opuestos, en realidad. Edward era oscuro y misterioso, se movía con una confianza sexi. Jasper era relajado, tranquilo, y rápido con una sonrisa ladeada dirigida hacia mí. Como si me hubieran oído, los dos levantaron la vista hacia la ventana, y suspiré, regresando a mi escritorio.
—Tienen el mismo color de ojos —observó Alice, todavía apoyada en la ventana sin vergüenza. No le importaba que Jasper la viera mirándolo—. Escuché que son hermanos adoptivos o algo así. ¿Primos, tal vez?
—Si son adoptados, sus ojos no serían iguales —susurré, volviendo a mi laptop, aunque yo también lo había notado. No solo con Jasper, sino también con el Dr. Cullen y la Sra. C.
—Lo sé, pero juro que escuché a Jacob decir algo de que estaban relacionados de alguna forma —replicó Alice, dándose la vuelta con una sonrisa—. Edward parece molesto de que te alejaras de la ventana.
Solté un bufido, espantándola otra vez con la mano.
—Está molesto conmigo.
—¿Cómo es posible? —preguntó, dejándose caer de nuevo al borde de la cama—. El día que lo conocí en el ala de la Sra. C, te miraba como si el sol saliera y se pusiera en tu trasero.
Suspiré, puse los ojos en blanco y negué con la cabeza mientras tipeaba notas para mi informe de Historia.
—Tal vez no molesto… frustrado.
El rostro de Alice se suavizó, pero asintió.
—¿Sigues teniendo problemas con la melodía?
Asentí con una mueca. Había pasado casi dos semanas desde que Edward terminó antes nuestra última clase, y había cancelado la del viernes pasado. Se suponía que lo vería mañana otra vez, y no estaba segura de cómo iría. Había sido un desastre emocional la última vez. Entre abrirme con FM en el diario -que aún no tenía respuesta- y darme cuenta de que hablaba más con Edward que con cualquier otra persona, estaba hecha un lío. Y no ayudaba que mis sentimientos por Edward crecieran a pasos agigantados.
Abrí un documento en blanco y comencé a escribirle a Alice.
Nuestra última clase de piano fue una catástrofe, Alice. No logramos nada, y yo estaba hecha un desastre.
—¿Por qué? —preguntó, acercándose más.
Él señaló que le había respondido todo en voz alta durante la sesión, y eso me asustó.
Me hizo un gesto para que continuara, así que lo hice.
¿Y si él es la única persona con la que podré hablar así? ¿Y si la razón es que siento más por él que un simple enamoramiento de colegiala?
Alice se rio, pero me obligó a mirarla.
—¿Y eso sería malo… por qué? Es guapísimo y le gustas.
Negué con la cabeza y seguí escribiendo.
Le pagan por gustarme. Y exacto… es hermoso y perfecto y tiene veintidós años y es dulce y… ¿Necesito seguir?
—Puedes —dijo entre risas.
Es todo eso, y yo… solo soy yo. Tengo diecisiete, estoy llena de cicatrices y soy un bicho raro. Apuesto a que después de nuestras clases se emborracha para superarlo. O tal vez se emborracha antes de las clases. Yo lo haría.
—¡Basta! —rio, dándome un empujoncito—. No es un borracho, ¡por Dios! Y por lo que escuché, no parecía un simple empleado cuando irrumpió en la biblioteca ese día. Angela dijo que parecía listo para destrozar el lugar cuando te encontró.
Me acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Entonces, ¿por qué hablar en voz alta con él es algo malo, Bella?
Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando la miré.
—Porque no puedo quedármelo, Alice —susurré, y volví al teclado.
Creo que lo amo, y no puedo quedármelo. Es mayor, es hermoso, y un día se irá. Y no sé si podría soportarlo. ¿Y si me abro con él y simplemente… se va? Canceló la clase de la semana pasada. Soy demasiado para manejar, Alice. Ni siquiera mi propia madre puede conmigo. ¿Qué me hace pensar que Edward sí podría?
Alice frunció el ceño, mirando de la pantalla a mi rostro y de nuevo a la pantalla.
—¿Qué quieres decir con que tu madre no puede contigo?
—Olvídalo —solté, cerrando la laptop de golpe.
Antes de que pudiera moverme de la silla a la cama, Alice ya me tenía en un abrazo. Uno fuerte, de esos que te rompen las costillas.
—Vamos —dijo, soltándome y tomándome de la mano—. Necesitamos chocolate.
Solté una risita y la dejé arrastrarme fuera de la habitación y hasta el comedor, donde nos atiborramos de pastel de chocolate y grandes vasos de leche.
~oOo~
Mis pies me arrastraron lentamente hacia el auditorio al día siguiente. Una parte de mí no creía que Edward estaría allí. Pero cuando entré al amplio salón, ya estaba moviendo el pizarrón hacia el centro del escenario.
Se veía ridículamente guapo, con jeans negros, una camiseta blanca y una sudadera negra con las mangas subidas hasta los codos. Como siempre, su cabello me hacía doler los dedos por las ganas de apartárselo de la frente. Y mi corazón se resquebrajó un poco cuando su sonrisa -dolorosamente hermosa- iluminó su rostro.
—Hola, Bella —dijo, y su tono suave resonó un poco en la gran sala vacía.
El sonido de su voz, que usualmente me calmaba, esta vez me puso un poco tensa. Le hice un gesto con la mano, dejando caer mi carpeta de partituras sobre el banco del piano. De pronto, necesitaba saber por qué había cancelado la semana anterior, y si en realidad quería estar allí, porque si no era así, prefería arrancar la curita de una vez y acabar con eso.
Caminé hasta el pizarrón y tomé una tiza.
¿Por qué estás aquí?
Miré a Edward, que parecía incómodo, pero preguntó:
—¿Volvimos a esto, Bella? ¿En serio?
Golpeé la pregunta con la tiza con suficiente fuerza como para que saltaran uno o dos pedacitos al suelo del escenario.
Frunció el ceño al mirar primero la pregunta y luego a mí, pero cruzó los brazos sobre el pecho al responder.
—Es viernes y toca nuestra clase —dijo con suave.
—Te fuiste —escribí—. Si no quieres estar aquí, dímelo ya. Le diré a tu tía que fue culpa mía. Lidiaré con el Sr. Harris o dejaré de tocar por completo.
—¡No! —exclamó, pero se obligó a calmarse—. No, Bella. Basta. ¿Puedes sentarte, por favor?
Cuando me senté en el banco del piano, él se arrodilló frente a mí.
—Estás molesta. Lo siento por haber cancelado la semana pasada. Necesitaba salir de la ciudad ese fin de semana, y pensé… quizá… —Suspiró, llevándose los dedos al cabello—. Pensé que tal vez te estaba presionando demasiado, Bella. Creí que un descanso sería una buena idea.
—¿Para quién? —susurré, frunciendo el ceño—. ¿Para ti o para mí?
Sonrió al escucharme hablar.
—Para ti, cariño. La última vez que estuvimos aquí, estabas muy afectada. Solo… no quería forzar demasiado. Me mataría pensar que algo que hice te hirió.
Fruncí el ceño y negué con la cabeza, porque esa frase me sonaba conocida. FM había dicho prácticamente lo mismo en su última carta, pero lo dejé pasar. Supuse que no volvería a ver el cuaderno morado. Aunque… era la segunda vez que me llamaba cariño, y realmente me estaba empezando a gustar.
—No me voy a rendir contigo, Bella —prometió, inclinando la cabeza para que no tuviera más opción que mirar sus ojos color miel—. ¿Pensaste que eso era lo que estaba haciendo?
Encogí un hombro. —Todos lo hacen.
—Bueno, yo no —dijo con firmeza—. Estás algo atrapada conmigo.
Negué con la cabeza.
—No hagas promesas que no puedas cumplir.
Soltó una pequeña risa, bajando la mirada al suelo y negando con la cabeza. Cuando nuestros ojos se encontraron de nuevo, dijo:
—Supongo que tendré que demostrártelo.
Como no dije nada, frunció el ceño.
—Te dije que no tomaba a la ligera tu confianza, Bella. Lo decía en serio.
—Está bien —fue lo único que pude decir, pero al menos eso hizo que sonriera.
—Está bien —repitió, poniéndose de pie—. Hoy tengo una idea. Algo un poco distinto.
—¿A dónde fuiste? —solté de pronto en un susurro.
Se quedó congelado un segundo, pero luego se giró para mirarme.
—A visitar a alguien en Manhattan. Volví el martes.
Se me partió un poco el corazón, pero asentí. La idea de que Edward pasara un largo fin de semana en brazos de alguna mujer perfecta y hermosa me revolvía el estómago. No pude mirarlo por un momento, así que fijé la vista en el piano.
—A un abogado financiero, aún estoy manejando el patrimonio de mis padres —explicó, frunciendo el ceño cuando levanté la cabeza para mirarlo—. Tenía unos documentos que necesitaba firmar. ¿Por qué lo preguntas?
Negué con la cabeza, haciendo un gesto para restarle importancia. Soltó una risita, pero arrastró el banco del piano lejos del instrumento. Se arrodilló otra vez frente a mí.
—Rara vez me preguntas algo, Bella. Por favor dime por qué lo preguntaste —pidió con suavidad.
Sentí cómo se me calentaba el rostro y solté un gemido.
—Es que… pensé que tal vez… fuiste a ver a tu novia.
Su sonrisa fue dulce, pero negó con la cabeza.
—¿Creíste que cancelé para ir a ver a una chica? ¡Imposible! Eres la única chica en mi vida, Bella. Lo prometo.
Puse los ojos en blanco ante su mano sobre el pecho y su sonrisa socarrona. Lo empujé, señalando el piano.
—Sí, sí, a trabajar. Pero hoy vamos a tocar y tú vas a hacer algo distinto —dijo, esperando a que me pusiera de pie para colocar el banco de nuevo frente al piano. Señaló un escritorio que había sacado del backstage, con un lápiz y una hoja encima—. Yo voy a tocar, y tú vas a escribir un recuerdo que vaya con la música.
Me puse pálida ante la idea, pero él me levantó el rostro con suavidad cuando negué con la cabeza.
—No puedo, Edward.
—Un recuerdo bonito, Bella. Uno feliz. Lo escucho en el inicio de tu canción, así que sé que está ahí —dijo, dándose unos golpecitos en la sien—. Déjamelo ver. No te pido que lo digas en voz alta. Solo escríbelo.
Miré la hoja fijamente y susurré:
—Lo intentaré.
—Eso es todo lo que te pido —dijo, sentándose al piano—. Solo… inténtalo. Por mí.
Me senté frente al pequeño escritorio, y entrecerré los ojos al ver esa sonrisa que ya estaba convencida usaba como arma contra mí. Sin apartar la mirada, comenzó a tocar mi canción. Era mejor que yo… o tal vez simplemente era reconfortante oírla en manos de otra persona. Alguien que no tenía un vínculo emocional con ella, aunque la tocaba como si lo tuviera.
Fruncí el ceño al ver la hoja en blanco frente a mí. Tomé el lápiz, dejando que las notas me envolvieran. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba que todo pareciera estar bien? Cerré los ojos por un momento, recordando por qué había empezado a escribir esa canción.
Y antes de darme cuenta, estaba escribiendo. No me llevó mucho llenar la hoja. Dejé el lápiz con los dedos temblorosos, y la mano de Edward apareció en mi campo de visión.
—¿Puedo? —preguntó suavemente.
Asentí, intentando ignorar esa sensación de estar completamente expuesta. Me quitó la hoja con cuidado. No pude mirarlo mientras leía. Tenía los nervios de punta.
Había empezado la canción por una apuesta con mi papá. Me había retado a componer algo, y yo quería demostrarle que podía, lo cual, supongo, era justo lo que él quería. Pasamos el día juntos, solo él y yo: película y pizza después. Mi mamá estaba tomando alguna clase de arte, así que fuimos a caminar por una pequeña zona comercial mientras la esperábamos. Entramos a mi tienda de música favorita, donde compré hojas en blanco y una o dos canciones nuevas. Amaba esos días. Los extrañaba más que a nada.
Edward arrastró el banco del piano hasta donde yo estaba y se sentó en el borde. Parecía esperar que lo mirara. Cuando lo hice, solo dijo:
—Gracias, Bella.
Asentí y solté un suspiro largo.
—¿Cuántos años tenías? —preguntó con suavidad.
—Casi trece.
—Impresionante —elogió, sonriendo un poco cuando lo miré—. Empezaste a componer a los doce, Bella. Eso es algo de lo que deberías estar muy orgullosa. ¿Qué dijo tu papá cuando perdió la apuesta?
Me encogí de hombros.
—Nunca… la escuchó terminada. Yo… tenía trece cuando… —musité, jugando con mi pulsera de dijes.
La mano de Edward cubrió la mía. Su tacto era frío, pero el auditorio siempre estaba un poco helado. No tenía ventanas y el otoño ya estaba bien instalado. A pesar de su piel fría, una calidez conocida me recorrió el brazo.
—No te estoy preguntando sobre eso, Bella —susurró. Cuando lo miré, negó con la cabeza y volteó la hoja al lado en blanco—. Me gustaría uno más hoy. La segunda parte de tu canción.
—No —dije suavemente, negando con la cabeza—. La segunda parte vino después del funeral de mi papá.
Edward respiró hondo y lo soltó despacio.
—Está bien —dijo, levantándose del banco—. No voy a presionarte, Bella, pero ven aquí.
Movió el banco de vuelta al piano, dándole una palmada al espacio a su lado.
Hice lo que me pidió, intentando no mirar demasiado tiempo sus muslos largos y musculosos en unos jeans que deberían ser ilegales. Traté de no pensar en lo que me iba a pedir.
Colocó las manos sobre las teclas, pero antes de empezar a tocar, dijo:
—Tal vez no sea justo pedirte que me hables de tu canción sin hacer lo mismo, ¿hmm?
Alcé la vista y estudié su rostro. No me estaba mirando, y su mandíbula tensa se movía mientras apretaba los dientes.
—No tienes que…
—Sí —suspiró, volviendo su mirada hacia mí—. Sí tengo.
Empezó a tocar, y sus influencias debían ser las mismas que las mías: los clásicos. Las notas fluían hermosas, como agua sobre piedras. Luego cambiaban a algo casi tedioso, y después furioso, para finalmente asentarse en algo triste. Sin embargo, el final era impresionante, hermoso y lleno de esperanza y de lo que sonaba a amor.
Cuando terminó, miró lentamente alrededor del auditorio.
—No eres la única que escribió una canción sobre su vida, Bella —me miró—. A pesar de lo que piensas, tu canción trata sobre ti, no sobre tu papá. Es todo lo que sientes o has sentido alguna vez.
Sonrió con tanta tristeza que me hizo brotar lágrimas en los ojos.
—Yo empecé mi canción por mi madre. A ella le encantaba que tocara. Mi padre, en cambio, no compartía su… entusiasmo. Era un hombre frío, duro, que quería que siguiera sus pasos, que fuera abogado como él. Una noche bebió demasiado y, como solía hacer, descargó su rabia en mi madre. Se desmayó, y normalmente dormía la borrachera y al día siguiente seguía con su vida. Solo que esta vez —dijo, levantando un dedo y sonriendo con amargura—, despertó… todavía ebrio. Y más furioso que antes. Tomó un arma, le apuntó a mi madre, jaló el gatillo… y luego se quitó la vida.
Jadeé, mirando al hombre fuerte a mi lado. No podía entender cómo podía ser tan perfecto y normal después de haber pasado por eso. No estoy segura de que pudiera haberme contenido, pero me lancé a abrazarlo. Era sólido, musculoso y olía increíblemente bien, pero no podía detener mis lágrimas.
Él se quedó quieto un momento, pero luego me rodeó con los brazos.
—No te atrevas a sentir lástima por mí, Bella —dijo, y pude sentir sus labios sobre la parte superior de mi cabeza.
Negué con la cabeza, pero solté entre sollozos:
—Lo siento.
—No llores. Odio cuando lloras —susurró en mi cabello. Su mano recorría mi cabeza y mi espalda una y otra vez—. Mírame, por favor —pidió con dulzura.
Me sostuvo el rostro, secando mis lágrimas con sus pulgares.
—No más lágrimas. Él no las merece.
—Tú sí —le repliqué.
Su sonrisa fue dulce, triste y casi tímida.
—Prefiero sonrisas.
Solté una risa entre lágrimas.
—Eso está mejor —dijo con una risita.
Nos quedamos en silencio un momento, pero su historia me dio valor. Saber que no estaba sola era algo que me daba fuerza. Tomé mi partitura y le señalé cada sección.
—Esto… es rabia —le dije, mirando su rostro sorprendido—. No podía hablar, pero estaba enojada después del funeral de mi papá.
Pasé la página.
—Vacío. Nadie podía ayudarme, y mi mamá dejó de «hacer perder el tiempo al doctor».
Frunció el ceño, pero no dijo nada.
—Y por último… miedo. Pesadillas —dije, llevándome una mano a la cicatriz—. Ellos siguen allá afuera —susurré.
Edward tragó saliva con nerviosismo, pero apartó mi mano con suavidad. Temblé cuando su pulgar acarició ligeramente mi cicatriz. Sus ojos estaban oscuros, casi negros cuando lo miré.
Se inclinó y presionó un beso sobre la coronilla de mi cabeza.
—Y eso, Bella, es lo que te hace fuerte, aunque no lo veas.
Me encogí de hombros, porque no sabía qué decir a eso, pero el contacto de sus labios me aceleró el corazón.
Tomó las hojas de mis manos, levantándolas.
—Trata sobre ti. Una vez que lo entiendas, verás el final.
Fruncí el ceño, pero asentí.
—Necesito…
—Tiempo —terminó él por mí, y asentí—. Tienes tiempo, y te ayudaré. Como dije, no voy a irme a ninguna parte.
Solté un suspiro profundo y asentí. No estaba del todo segura si se refería a ahora… o hasta que terminara mi canción.
—Creo que por hoy es suficiente —dijo, poniéndose de pie.
Asentí también, y empecé a recoger mis cosas. Lo miré antes de bajar del escenario. Nadie había intentado tanto por mí. Nunca.
—No te rindas conmigo —susurré, rogando en silencio que lo entendiera.
Sonrió.
—Jamás. Nos vemos el próximo viernes, Bella…
—Si no antes —terminé con él.
Soltó una risa.
—Exacto.
~oOo~
EDWARD
Cuando las puertas del auditorio se cerraron tras Bella, caí de rodillas con un gemido. Habíamos cruzado algún tipo de puente emocional… o nos habíamos encontrado en el medio. No estaba seguro de cuál de las dos. Lo que sí sabía era que me había costado todo mi autocontrol no besarla ahí mismo, en el banco del piano. Ni siquiera sabía si podía besarla, pero quería. Mucho.
La sensación de su cicatriz bajo mi pulgar era algo que jamás olvidaría. La había dibujado mil veces mientras esperaba que ella se volviera real, pero tocarla en carne propia era algo humillante. Era áspera, y al mismo tiempo suave. Latía con fuerza bajo mi contacto, y solo saber que había estado tan cerca de perderla a manos de los animales que mataron a su padre me volvía casi salvaje. Me daban ganas de prometerle sus cabezas en bandeja de plata, pero no podía.
Sin embargo, fue su súplica para que no me rindiera con ella lo que me llevó al suelo. Carlisle me había dicho que la dejara guiarme, que dejara que ella me dijera lo que podía y no podía hacer, pero teníamos tanto en común que ni siquiera me contuve al contarle sobre mis padres. Le había revelado más sobre mí en esa última sesión que nunca antes. Y ciertamente más que a FM.
Respiré profundo varias veces y luego me puse de pie desde el suelo del escenario. Tenía que responder su última entrada en el diario, pero había estado demasiado ocupado… y asustado, si era honesto conmigo mismo. Ella veía tanto, su mente era aguda y brillante. Si le daba más pistas, tendría un problema entre manos. Aunque había una parte de mí que quería que supiera todo.
Me tomé mi tiempo para volver al ala este. No quería admitir que me alegraba saber que había sentido celos por mi viaje, pero una sonrisa se dibujó en mis labios de todos modos. ¿Pensaba que había estado con una mujer? ¿En serio? Pensándolo bien, nunca le había dicho lo contrario, y supongo que, si los papeles estuvieran invertidos, yo habría asumido lo mismo. Intentó esconderlo con todas sus fuerzas, pero lo vi en su rostro, y todo lo que podía ver era que ella era mía. Leah tenía razón.
Entré a mis aposentos para encontrarme con Jasper dando vueltas por mi sala de estar.
—¡Whoa! —bufó, tropezando hacia atrás—. ¿Qué demonios, Edward?
Sonreí, encogiéndome de hombros. Podía ver en su mente lo que estaba absorbiendo de mí: felicidad, tristeza, preocupación, amor y deseo. Este último era el que estaba llevando a mi hermano al límite emocional.
—Lo siento —dije riendo.
—Eh… ¿buena clase de piano, hermano? —preguntó con sarcasmo, cruzándose de brazos.
—Muy buena —sonreí, pero la sonrisa se desvaneció enseguida—. Finalmente se abrió un poco. ¡Y tiene tanto miedo de que todos la abandonen! ¿Su propia madre? ¿En serio?
Jasper frunció el ceño, levantando su celular.
—Bueno, puede que haya una razón para eso. Hablé con Jenks.
Una vez que Carlisle consiguió el informe policial de Boston, Jasper quiso ayudar. Tenía conexiones ilegales, una de las cuales fui a visitar en Nueva York. Trabajaba en la clandestinidad para nosotros, nunca hacía preguntas si el pago era lo suficientemente alto. Fui a reunirme con él por las nuevas identificaciones de Jacob, pero ya que estaba, le entregué algo personalmente que quería que investigara: la residencia Swan y su herencia. También quería antecedentes de Philip Dwyer y Renee Higginbotham-Swan-Dwyer, pero quería la información fea y secreta tanto como la pública. Si iba a encontrar a los bastardos que intentaron matar a mi compañera, tenía que empezar por el principio.
Carlisle había pagado un alto precio por todo, incluido el informe de la autopsia de Charlie Swan. Aún no lo recibíamos, pero sería cuestión de días. Me prometió que investigaría a fondo.
—Dime —ordené, sentándome en el sofá.
—Jenks siguió el rastro financiero de Charlie Swan —me dijo, sentándose frente a mí y dejando un montón de papeles que había impreso desde la computadora—. El papá de Bella… él sabía algo. Tenía que saber algo.
—¿Por qué? —pregunté, tomando las hojas para leerlas, pero Jasper continuó.
—Los Swan provienen de una larga línea de dinero antiguo —dijo, poniéndose de pie y empezando a pasearse—. Tu chica… va a estar muy bien económicamente cuando cumpla dieciocho.
Su voz tenía un tono de asombro, pero bufó con amargura.
—Aunque tengo la sensación de que le importa un carajo.
Negué con la cabeza.
—No, probablemente no —coincidí con él, pero alcé la vista cuando sus pensamientos se quedaron en blanco—. ¿Qué?
Respiró hondo y lo soltó.
—Charlie era juez federal… y uno decente. Lo que significa que en algún momento fue abogado. Su testamento y pólizas de seguro de vida son… eran específicas, realmente jodidamente detalladas. Y las cambió… solo unos meses antes de morir.
Abrí los ojos, hojeando las páginas para ver de qué hablaba.
—Oh, demonios —murmuré, negando con la cabeza—. ¿Estás bromeando?
—No —respondió en voz baja—. Jenks verificó todo dos veces, incluso llegó a llamar al contador de Bella. Mira… Bella no puede tocar ese dinero hasta que cumpla dieciocho, pero ahí permite que su madre reciba una asignación para cuidarla: necesidades básicas, comida, vivienda, escuela, ropa… ese tipo de cosas. Es una asignación bastante decente; la mayoría de la gente no gana eso en un año, y apenas representa una fracción de lo que recibirá al final.
Se sentó frente a mí.
—Edward, creo que Charlie sabía que alguien venía por él. Cambió su testamento para dejarle todo a Bella. Todo. Su madre no puede tocarlo.
—Ya lo veo —murmuré, revisando el testamento—. ¿Qué sabemos de ella?
—Nada. Está limpia. No proviene precisamente de una familia pobre, pero ni de cerca al nivel de los Swan… eran… son… maldita sea.
Su tristeza por lo que podríamos descubrir sobre Bella lo envolvía, y sus pensamientos eran iguales.
—¿Estás seguro de querer hacer esto, hermano?
La culpa me consumió por un momento, pero asentí.
—Tengo que protegerla, Jasper. Ella está aterrada de que alguien aún ande suelto. De que vayan tras ella.
Jasper gruñó, sacudiendo la cabeza.
—Ni lo sueñen.
—Exacto —volví a los papeles—. Bien, así que unos meses antes de morir, Charlie cambió su testamento y el beneficiario de su seguro de vida. Luego estableció un fideicomiso muy detallado, asegurándose de que nadie pudiera quitarle nada a Bella.
Jasper asintió, y seguí, señalando una hoja de cálculo.
—Puede que Renee simplemente tenga malos hábitos de gasto. Sus tarjetas estaban constantemente al límite y Charlie las pagaba.
—Sigue —dijo, recostándose en la silla.
Al leer más, pude ver lo que quería que encontrara.
—Cuando Bella cumpla dieciocho, Renee pierde ese jugoso cheque mensual. Oh, demonios…
—Ding, ding, ding… ahí lo tienes —canturreó, aunque estaba furioso—. Pero mira la cláusula. —Se inclinó hacia adelante, señalando el centro de la página—. Si algo le pasa a Bella, o se determina que no puede llevar una vida normal, o queda incapacitada de alguna manera… Solo entonces su madre recibe todo.
—Oh, Dios… ¡Jasper!
—Sí, no tengo que leer mentes para saber que llegaste a la misma conclusión que yo. Puede que haya una razón por la cual Bella tiene miedo.
—Puede que esté viviendo con la persona que mató a su padre… o al menos con alguien que sabe algo.
Gemí, hundiendo los dedos en mi cabello.
—Si Renee no tuvo nada que ver, igual se beneficiaría de todo. ¡Pero es su madre!
—Lo sé. Jenks está investigando al padrastro ahora mismo.
La tristeza me invadió, la mía, sobre todo, pero Jasper no tuvo opción y la multiplicó.
—Jasper… Bella dijo… dijo que su madre se rindió con su recuperación. Y Esme dijo que Renee solo le había dado a Masen Academy un año… Eso todavía les da tiempo de usar su falta de habla en su contra.
Jasper asintió.
—Sí, estarían en todo su derecho como padres para hacer que la declaren con problemas mentales.
—O matarla.
—¡No! ¿Tú crees? —gruñó.
Nos quedamos en silencio un momento, pero lo miré.
—¿Qué pasa con el dinero si algo le pasa a Bella después de cumplir los dieciocho?
—Eso depende de Bella. Podría nombrar a quien quisiera como su beneficiario —respondió Jasper—. Aunque, por ahora… es su madre.
—Quiero saber todo sobre su padrastro en cuanto Jenks tenga algo, ¿de acuerdo? —le pedí, y él asintió, levantándose de la silla.
—Sí, y también estoy investigando los juicios que Charlie estaba presidiendo. Voy a revisar los últimos cinco años. Eso debería bastar —me dijo—. Aunque, la mayoría estaban en el informe policial.
Se detuvo, girándose hacia mí antes de abrir la puerta.
—Edward, ¿qué vas a hacer si el rastro se enfría?
Me recosté en el sofá, frotándome el rostro con fuerza.
—No lo sé —suspiré profundamente, mirando hacia él y luego al suelo—. Pero tengo que mantenerla a salvo, Jasper. Ella es mi compañera.
Sus pensamientos se tornaron tristes, y luego un poco furiosos, pero igual alcancé a oír el final.
—Hermano, un día vas a venir a mí por Alice —le dije, levantando la vista del suelo. Se notaba reprendido, pero también molesto conmigo—. Te di tu espacio porque no es mi vida, pero no puedes ocultármelo… y Jacob tampoco. —Alcé una ceja en su dirección.
Soltó una risa sin humor, negando con la cabeza.
—Tú ya tenías suficiente encima…
Le sonreí y me encogí de hombros.
—¿Qué vas a hacer?
Sacudió la cabeza.
—No lo sé. He intentado dejarla tranquila, alejarme, pero…
—Es imposible —dije riendo—. Y aunque no lo creas, estoy segurísimo de que Esme las juntó por una razón.
Jasper soltó una carcajada.
—Y ninguna de las dos es tonta.
—No. —Negué con la cabeza, sonriendo un poco—. Definitivamente no.
Se apoyó en el marco de mi puerta, cruzándose de brazos mientras yo recogía el diario púrpura de Bella. Pasé las páginas con el pulgar, tratando de decidir qué decir… si respondía, claro.
—¿Está mal desear que lo descubran todo? —preguntó en voz baja.
Sonreí con pesar y me encogí de hombros.
—Entonces los dos estaríamos equivocados, creo.
—¿Qué vas a hacer cuando Bella descubra que eres la misma persona que le escribe? —preguntó con una risa.
—Caer de rodillas y suplicarle que me perdone, pero nada de lo que le he dicho aquí —dije, levantando el diario—, ni en nuestras clases de piano ha sido una mentira.
—Más te vale que pueda aceptar que eres ambos —dijo con una carcajada—. O se va a enojar.
—No se va a enojar —suspiré, mirando la página en blanco que esperaba por mi respuesta—. Se va a sentir herida, pero no me arrepiento ni un segundo de haberla conocido. Ni un solo instante… en ninguna de las dos formas.
—¿Crees que hubiera sido distinto si ella hubiera podido hablar desde el principio?
—Tal vez.
Asintió, como si ya lo sospechara.
—¿Y qué le vas a decir esta vez?
Tomé una pluma y la giré entre los dedos, hasta que finalmente lo miré.
—Que la esperé cien años… y que valió la pena.
No dijo nada ante eso, pero me dejó solo. Pasé la siguiente hora, más o menos, simplemente escribiéndole a Bella, esperando estar haciendo lo correcto. Había una parte de mí -y no estaba muy seguro de que no fuera la parte que estaba ganando- que ya estaba lista para que Bella me conociera… al verdadero yo. Todo. Comenzaba a doler demasiado tratar de mantenerme alejado de ella. Solo quería que supiera que tenía a alguien que luchaba por ella, que la amaba y no se rendiría. Nunca. La atracción hacia ella era demasiado fuerte, y durante nuestra sesión de piano hoy, vi que quizá… solo quizá, era lo mismo para ella.